EL POSTULADO
DE LA NEUTRALIDAD VERSUS LA AFIRMACIÓN DE LA CRÍTICA
ESTER MASSÓ GUIJARRO IDAES y Universidad de Granada
Resumen
Se comparten aquí con el lector las reflexiones y conclusiones (provisionales) desarrolladas por la autora
en materia de perspectiva epistemológica al hilo del
proceso de su investigación doctoral
en el campo de la antropología.
El interés de estos pensamientos es,
pues, de índole fundamentalmente
epistemológica y metodológica, no teórica, así como tampoco se abunda ni en resultados empíricos
ni en digresiones teóricas
a raíz de ellos.
Se
pretende, por tanto, desde el marco
de una reflexión heurística, profundizar en ciertos problemas,
conflictos e incluso
hallazgos que pueden acontecer al doctorando en
su proceso de maduración y camino hacia la autonomía investigadora e intelectual, rechazándose
ciertos paradigmas
departamentales de reproducción del
conocimiento que puedan coartar la libertad
e incluso la
autarquía de pensamiento del estudioso.
Desde la propia experiencia de trabajo de
campo antropológico, de un lado, y de la retroalimentaria tarea de lo que se llama “generación o producción
de teoría”, de otro, se tratará de defender una
perspectiva del conocimiento multidisciplinar, políticamente
comprometida y epistemológicamente plural.
Palabras
clave: epistemología crítica, antropología (s)
plural (es), autonomía
investigadora, multidisciplinariedad.
Abstract
The reflections and (provisional) conclusions developed by the author about the epistemological
perspective during the process of her doctoral
research in Anthropology are here posed. The interest
of these points is mainly epistemological
and methodological, not theoretical
or empirical, indeed.
From a heuristic reflection, this
paper tries to analyze some concrete problems, conflicts, even foundings of the PhD candidate on her/his process of maturation and on her/his
way to the intellectual authonomy, rejecting certain paradigm
of reproduction of the knowledge –cutting the liberty and even the autarchy of the scholar-.
From the self-experiencie of fieldwork and
(the feedbacking task of) theory production,
this paper defends a multi-discipline, politically engaged and epistemologically plural
perspective of knowledge.
Keywords: critical epistemology, plural anthropology (is), researching
autonomy, multi-discipline perspective.
1. Obertura
“[…]
contribuir a imaginar el
futuro repensando el presente y
haciendo ver, a partir del cuestionamiento de
esa construcción
arbitraria que llamamos realidad, la pluralidad de
realidades posibles (Bartolomé, 2004,
31).
A menudo se distingue desde la academia entre la epistemología, la metodología y la teoría, acaso en
un ejercicio de clasificación heurística. Sin embargo tal clasificación heurística
no da paso, frecuentemente, a una posterior comprensión de la integración entre
aquellas tres “logías” o, dicho
de otro modo, la condición
holística del proceso de aprendizaje, investigación,
conocimiento, parto,
intuición.
Distinguir entre metodología y epistemología, a mi entender, resulta cuando menos baladí, cuando
más inútil, ya que una determinada epistemología
-la ciencia del conocimiento; metaconocimiento, por
tanto- por fuerza fundará un objeto de estudio de un modo preciso, lo cincelará
y delimitará de forma distinta a como lo haría otra epistemología y, por tanto, necesario es concluir que la metodología que a su vez requerirá tal objeto nuevo variará de la que precisaría uno diferente. En cuanto a la teoría, o la producción final que alumbran los procesos anteriores, no deja de presentar (y
esto no
significa que por ello sea desdeñable) un alto grado de discrecionalidad y sello personal: las inferencias que puedan realizarse de
una observación no son cerradas; y, a menudo, el punto añadido desde la idiosincrasia personal ha sido lo que
ha distinguido un trabajo formal y mediocre de uno genial e innovador,
brillante o rupturista.
Así pues,
desde la asunción de la
profunda ligazón entre epistemología,
metodología y teoría,
se propone que la selección
del objeto de estudio por parte
de cualquier investigadora o investigador- y más concretamente
en el foro que nos ocupa, sus representantes más jóvenes-, se hallará inextricablemente condicionada por su locus, su historia;
por cómo
se
han ido
modificando y recreando sus propias categorías epistemológicas;
por cuánto de valoración y ética, al fin, incluya en
ellas. Porque toda epistemología que selecciona objetos de conocimiento implica
por
necesidad, aunque sea de modo tácito, un
cierto ordenamiento ético, una ética
en tanto que se ponderan ciertas
cosas
–objetos, intenciones, enfoques- como preferibles a
ciertas otras.
Ya Pierre Bourdieu indagó
sobre estos asuntos, llevando a cabo una especie de ensayo de “biografía subterránea” que el investigador debería realizar sobre sí mismo, sobre su propia historia; algo así como una historiografía de las propias ideas y (pre) concepciones, para llegar a comprender, un poco al menos, cómo habíamos llegado hasta aquí.
En todo contexto, uno de
los asuntos que más me preocupan, como investigadora doctoranda
y estudiosa de la filosofía1 y la antropología, es el modo
como se refrendan, por parte de las estructuras de poder académico naturalmente, los sucesivos statu quo –
intelectuales, teóricos... también metodológicos y epistemológicos- en el seno
de los diversos departamentos
y materias. A fin de cuentas,
que una determinada tesis doctoral o proyecto de
investigación
sean
considerados
apropiados –en su objeto, en su forma, en su método, en su desarrollo- a menudo no depende tanto de
su coherencia y su verosimilitud internas y su corrección formal cuanto de las propias
preferencias,
1 “La filosofía es hija, de hecho es madre, de una tradición
de distancia cultural,
de distinciones y diferencias. Esa distancia es lo que ha sido llamado
racionalidad, o capacidad de control de las propias
(y ajenas) conclusiones [...]” (Feyerabend,
1999, 32).
estilos, intereses
(a
veces ocultos, espurios,
ajenos a la propia investigación),
tradiciones
y
apetencias incluso de los miembros del tribunal o auditorio que habrán de juzgarlos. Así, lo que
externamente posee la apariencia de pureza
formal y consenso de sabios se traduce, bajo
los entresijos ocultos
de las bambalinas académicas, en una sumatoria de dudosa limpieza y, desde luego, de dudosa legitimidad
intelectual.
Julio
Caro Baroja fue sistemáticamente ignorado por sus contemporáneos antropólogos desde la
academia, a la que nunca
perteneció. Hoy, sin embargo, es el único antropólogo
español que se lee y se estudia en los manuales extranjeros de historia de la antropología.
Resulta obvio que, en su tiempo, Caro Baroja no coincidiría con el statu
quo aprobado y refrendado como válido, al menos no lo suficiente como para que se le ofreciera la cátedra que
probablemente se merecía.
En el
caso de las investigadoras e
investigadores jóvenes estas restricciones intelectuales, este necesario acomodo a cierto statu quo, resultan
de una especial constricción porque, poseyendo acaso ya suficiente
capacidad crítica, aún no contamos sin embargo
con la supuesta rúbrica de
garantía que podría legitimar nuestra disidencia, y que es el rubicón del título de doctor. Ello sólo constituye una más de tantas arbitrariedades instituidas por el propio sistema de conocimiento (y de
autoridad, añadiría) y elevadas a la categoría de necesidad.
Por ejemplo, el requisito de neutralidad2 exigido en la investigación, por el que muchos directores
de
tesis
“regañan” a sus cachorrillos intelectuales, deviene una suerte de trampa
conceptual tanto en su aplicación como en su
propio reverso... porque
la neutralidad no existe, no es nunca
neutralidad sino acaso connivencia discreta, invisible, con el más visible
y hegemónico orden de la realidad. No, la neutralidad no existe, es un espejismo: de tanto que
se parece a la estructura
de dominación de una
época, a los patrones que hegemónicamente se reproducen, de tanto que se parece, no se nota que…
se parece; pasa inadvertida
como “neutra”.
Pero es que cada época tiene sus neutralidades3, las construye al tiempo que sus normalidades4, y
nada
como hacer un pequeño repaso intuitivo
a la historia humana para comprobar que las normalidades de una época eran aberraciones en otra, y viceversa… y al fin, que las neutralidades de
una época fueron acerbas militancias en otra.
Es más, considero
menester que, en ciertos momentos, se olvide el principio de no injerencia en favor
del deber moral de
no-indiferencia, empleando una
expresión de Oumar Konaré
(2006, 21); eso sí, no
para enmascarar intereses individuales y, de modo especial, individualmente espurios, lo que no
2 Resulta de gran interés la diferencia que establece Sousa
Santos (2003, 33) entre objetividad y neutralidad: la primera puede constituir un requisito intelectual y epistemológicamente
legítimo mientras que la segunda,
entendida como renuncia a un compromiso o posicionamiento concretos, devendría políticamente impugnable.
3 “P. ¿Cuál es su opinión sobre la idea de un orden natural, cosmológico
que procede de una idea general del orden legal o social? / ¿Quiere decir usted cuál es mi opinión sobre el supuesto de que hay una conexión entre las leyes científicas y el
orden social que las descubre?
Es un supuesto más que verosímil” (Feyerabend, 1999, 58).
4 “Cada vez más, unos cuantos
de ellos comienzan a sospechar
que constituye un error el plantear ese tipo de preguntas”
(Kuhn, 1987, 22).
constituye sino una perversión grosera de esta no-indiferencia. Que
no naufrague nuestra condición humana,
nuestra misma humanidad, en
la tormenta de los términos
o de los derechos5.
Así que nada de neutralidad. Ni en la selección
del objeto de estudio. Ni en el
aleccionamiento de los directores para
con sus doctorandos. Ni en la
aplicación de la
metodología. Ni en la producción de teoría6. Y, tras esta asunción, la tesis fuerte que se defenderá en esta
comunicación es que esta
carencia de neutralidad por parte de las ciencias sociales constituye, en lugar de un inconveniente, su gran
riqueza: tras asumir que somos falibles, que no vamos a decir la verdad porque ésta no existe
como tal, nos hallamos maravillosamente libres para ensayar la vida, para crear, para compartir, para inventar colectivamente nuevas “verdades” y para alumbrar,
al fin, mundos inéditos desde nuestras palestras, desde un pensamiento
pedestre... es decir, que camina.
2. Preludio: el
oleaje epistemológico
“Para
hacer algo de un
modo interdisciplinar
no es suficiente elegir
un “tema” y moverse y deambular a su alrededor con dos
o tres ciencias. La interdisciplinariedad
consiste en crear un objeto nuevo que no pertenece
a nadie” (Barthes, en Clifford,
1986, 2) [la traducción del inglés y la negrita son mías].
Como
advienen las “olas”, en el
vaivén, en el corazón azul del oleaje7, así advienen al investigador las diferentes epistemologías
y posibles enfoques visuales. Se ha de
preguntar a muchos sabios para llegar a componer la propia urdimbre con tantos pedacitos de sabiduría,
en una sola forma última que sea sólo nuestra
-no se sabe si mejor o peor;
ni mejor ni peor, pero eso
sí, nuestra.
Me dispongo,
de un
modo partisano, a compartir aquí con el amable lector algunas de las reflexiones epistemológicas fruto de mi experiencia investigadora hasta la fecha, surgidas durante la génesis y desarrollo de mi pesquisa doctoral;
como tales, forman parte de un trabajo aún en curso (work in progress) y son (eternamente) provisionales. Su condición contingente
no habría de resultar,
sin embargo, un obstáculo para esta
puesta en común sino que, más
bien, veremos cómo se defiende en
este espacio el rotundo
interés de lo inacabado, lo fragmentario, lo ecléctico.
Nos hallamos, además,
a fin de cuentas en
una palestra formada de estudiantes, estudiosos, investigadores jóvenes de los que esperamos que, por fortuna, aún
no hayan
cerrado las compuertas
del librepensamiento, de la
eterna provisionalidad.
Grosso modo, el objeto de estudio de mi tesis doctoral se centra en el análisis de las relaciones entre
la identidad regional capriviana
(en sus dos versiones mafwe y masubia) y la identidad nacional
5 “Todo trabajo etnográfico
tiene entonces un potencial contenido
y una eventual utilización política”
(Bartolomé, 2004, 33); o,
según la concepción de Geertz (1986), lo
político y lo poético son inseparables.
6 Este reconocimiento no es, por supuesto, nada nuevo; hemos venido citando las críticas de Lins Ribeiro y Escobar (2006) y
sus consideraciones en cuanto a la producción del conocimiento,
pero existen muchas otras voces pertinentes en tal sentido. John Gledhill (2000, 28) afirma: “Los antropólogos profesionales no son libres de dedicarse
a sus propias convicciones
y proyectos intelectuales sin ningún tipo de restricción. Una parte del problema actual de la definición de la disciplina se deriva del hecho de que los horizontes de la antropología fueron definidos por otros grupos de poder, institucionalmente más poderosos, en el seno de universidades,
así como el poder omnipresente de estados nacionales y las entidades
financieras transnacionales, que son los que administran el dinero”. Y tampoco podemos dejar de recordar la eterna pregunta feyerabendiana: ¿la ciencia como grupo de presión política o como
instrumento de investigación? (Feyerabend, 1984).
7 La expresión
pertenece a un verso de Rafael Alberti en el hermoso poema “Retornos
del amor en la noche triste” (Alberti
1997: 336).
namibia,
en la república constitucional de Namibia de África austral; dicho de otro modo, se aborda el grado de confluencia entre ambas vivencias y los diferentes tonos
y significaciones que estas “identizaciones” (Melucci, en
Álvarez Veinguer, 2001; “becoming rather than being”) relacionales
presentan. Sin embargo, lo que
exponemos aquí representa
una reflexión de índole epistemológica,
previa incluso a la teoría y que no trata de modo específico
los temas mencionados.
Para sumergirnos en este
oleaje, y para justificar en primera instancia la
concesión en mi futura tesis
doctoral de un capítulo autónomo
de epistemología y metodología
diferenciados del
preceptivo
capítulo teórico (y a pesar de la defensa de holismo realizada en la obertura, que no
confundamos un planteamiento o defensa ideológicos
con la falta de claridad nominal), deseo distinguir entre lo epistemológico y lo teórico-conceptual, a menudo efectivamente asimilados entre sí
para muchos investigadores (distinción, repito, que puede preceder a una ya razonada fusión posterior).
Como
ya nos enseñaba
Epicleto, “Initium doctrinae sit consideratio nominis”, el principio de
toda exposición debe ser la consideración de los nombres (en
Bueno Martínez, 2006, 233); veamos qué
nos dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua8 sobre los términos “epistemología”
y “heurístico”,
de un lado, y “teoría” y “teórico”, de otro:
• Epistemología. (Del gr. πιστ
μη, conocimiento, y -logía). 1. f. Doctrina de los fundamentos y métodos del conocimiento científico.
• Heurístico, ca. (Del gr. ε ρ σκειν, hallar, inventar,
y ‒tico). 1. adj. Perteneciente o relativo
a
la
heurística. 2. f. Técnica
de la indagación y
del descubrimiento.3. f. Busca o investigación de documentos o fuentes históricas. 4. f. En algunas ciencias, manera de buscar la solución de
un problema mediante métodos no rigurosos, como
por tanteo, regla.
• Teoría. (Del gr. θεωρ α).1. f. Conocimiento especulativo considerado con independencia de
toda aplicación. 2. f. Serie de las leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos. 3. f. Hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda
una ciencia o a parte muy importante de ella. 4. f. Entre los antiguos griegos,
procesión religiosa.en
~.1. loc. adv. Sin haberlo
comprobado en la práctica.
• Teórico, ca.
(Del lat. theorĭcus, y este del gr. θεωρικ ς).1. adj. Perteneciente o relativo a la
teoría. 2. adj. Que conoce las
cosas o las considera
tan solo especulativamente.
3. adj. Dicho de una persona: Que cultiva la parte teórica de una ciencia o un arte. U. t. c. s. 4. f. Parte de
la instrucción militar en que se procura a los soldados conocimientos teóricos acerca de las
ordenanzas, armamento, táctica,
etc.5. f. p. us. teoría ( conocimiento
especulativo con independencia
de toda aplicación.
Como puede observarse en las anteriores definiciones, la epistemología no es plenamente asimilable a lo teórico-conceptual (ni desde
luego
a
lo
metodológico9),
sino
que refiere
a
qué
modos
de
8 Todas las definiciones ofrecidas en el texto están tomadas de la última edición del Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española (DRAE), consultado en su versión
electrónica.
9 Metodología. (Del gr. μ
θοδος, método, y
-logía).1. f. Ciencia del método.2. f. Conjunto de métodos que se siguen en una
investigación científica
o en una exposición
doctrinal.
conocimiento admitimos previamente; puede acaso considerarse
como la “ciencia previa a la ciencia”
y, por tanto, está más
allá o más acá de una u otra teoría concreta.
Queda así fundada la justificación de reservar un capítulo
independiente no sólo al aspecto metodológico de un trabajo doctoral (del mío, al menos) sino también, y diferenciándolo netamente del teórico, a su rostro o cuerpo
epistemológico.
3. Discusiones
“internas” y transversales: qué orientación, qué epistemología, qué visión
“La antropología [...]
no es sólo una práctica foucaultiana sino también un compendio de sueños alternativos”
(Lins
Ribeiro y Escobar,
2006, 35).
“He vivido la antropología
como proyecto universal,
hecho de redes globales”
(Vale de Almeida, 2004, 13) [la traducción
del
portugués es mía].
A
lo largo de mi desarrollo investigador vienen surgiendo
miríadas -¡oleadas!- de posibles epistemologías, conceptos, enfoques desde los que se
podría dimensionar este
estudio; naturalmente, escoger alguna perspectiva implica de suyo discriminar otras, y tal vez gran parte de lo que legitime la propia opción sea aprehender tales otras y saber justificar por
qué se prescindió de ellas.
Este proceso complejo y de autoconocimiento
tiene, pues, mucho de inductivo, a mi entender; es decir, justo lo contrario de lo que se pretende cuando al doctorando se le
obliga a presentar un proyecto de tesis doctoral más o menos cerrado del que se supone deberá, deductivamente, desarrollar su trabajo
posterior.
Veamos algunas palabras de Hannah Arendt sobre el proceso de conocimiento por inducción (o ad hoc, dicho
de
otro modo):
“[...] Los elementos por
sí mismos
nunca cuajan nada; se vuelven orígenes de los acontecimientos si,
de repente, cristalizan en
formas fijas y definitivas. Es la
luz del acontecimiento mismo
la que nos permite distinguir sus
elementos concretos entre un número
infinito de posibilidades
abstractas, y es también la misma luz la que debe guiarnos
hacia atrás en el siempre oscuro y equívoco pasado de esos elementos” (Arendt, en
Palomar Torralbo,
200710).
Como decíamos, la epistemología
no puede ser desligada de la metodología ya que opera, casi,
como su tierra de cultivo. Así, las preocupaciones y lagunas metodológicos en torno a mi trabajo estriban en las inquietudes epistemológicas que
suscita el campo de estudio. La construcción del
objeto teórico y la preferencia por
una determinada metodología vienen fundadas en primera instancia por una determinada epistemología; es decir, no
nos topamos con
una
realidad bruta per se y posteriormente decidimos el mejor modo de abordarla, sino que también construimos la realidad misma antes incluso de disponernos a estudiarla expresamente, como ya teorizaban
Husserl y los fenomenólogos en el siglo pasado (cfr. Husserl , 1999), y como la
psicología más contemporánea y revisada
ha comprobado en el campo de
la percepción humana.
Las críticas a las epistemologías tradicionales, por otro lado, (que se hallaban
a la base de las ciencias o disciplinas tradicionales) han
venido desde distintos frentes; el anarquismo
Método. (Del lat. methŏdus,
y este del gr. μ θοδος).1.
m. Modo de decir o hacer con orden.2.
m. Modo de obrar o proceder, hábito o costumbre que cada uno tiene y observa.3. m. Obra que enseña los elementos de una ciencia
o arte.4. m. Fil. Proce.
10 Documento carente de paginación.
epistemológico11 de Feyerabend (1974, 1984), la
noción de “revoluciones paradigmáticas” kunhiana12 (Kuhn, 1987) o la crítica rortyana (Rorty, 2000) son algunos notables ejemplos. La forma como deseamos conocer un objeto de conocimiento determinado, como nos aproximamos a él, desde
donde partimos para
empezar a conocerlo, no goza de
un solo camino posible; más bien, todo lo contrario.
La
sugerencia del anarquismo epistemológico no
pretende aquí justificar una
falta de criterio en el diseño epistemológico o una cierta pereza metodológica (o
apatía, o desconocimiento), sino más bien
invocar y recrear la
generación de autoridad propia a
la hora de trabajar,
autoridad no en sentido de imposición o de gobierno
sino de autoría. Deviene fundamental que seamos capaces
de crear y creer en una subjetividad propia, como paso previo a la intersubjetividad que ha de suceder forzosamente
entre sujetos, no entre súbditos intelectuales13 y académicos.
Se precisa de al menos dos sujetos
para la intersubjetividad,
dos subjetividades en diálogo y respectiva asunción, no en el monólogo alicorto que produce la falta de pensamiento
propio, la carencia, al fin, de osadía intelectual (bien
alimentada por muchos directores de tesis temerosos y aleccionados en el sistema).
La
cuestión del poder no es en modo
ajeno a todos estos fenómenos; bien al contrario, las
relaciones de poder se tornan tangibles, adoptan cuerpo en las distintas comunidades interpretativas (Rabinow,
1986, 251ss) del centro (las que se imponen, las que ganan) versus las de la periferia (las que pierden). Esto posee a su
vez una encarnación en los departamentos
y centros de investigación “con
poder” (y en ellos las personas con poder)
versus los departamentos y centros de investigación en la
periferia (el provincialismo metropolitano versus el cosmopolitismo periférico, en Lins
Ribeiro y Escobar, 2006).
Es indudable que si tuviéramos que poner un rótulo a la (presunta) disciplina desde la que primordialmente se hace este estudio, sería el de antropología. Si
hay una disciplina,
o perspectiva, o estilo
que ha guiado en mayor medida este
trabajo es desde luego la antropología. Pero acaso fuera
más adecuado decir que la vocación última, profunda y peregrina, transversal, de esta tarea ha sido la antropología, que afirmar que lo que tienen en sus manos es (será) una tesis propiamente de antropología
– incluso más, de departamento
de antropología- en sentido lato (igualmente, afirmar
que se vira en este trabajo
hacia lo que las últimas
reformas educativas
llaman “perfiles interdepartamentales”
resultaría, sin duda, demasiado tentador; y ello en
cualquier caso queda para la
11 Se asume aquí respecto
de esta perspectiva la misma flexible ductilidad con la que su artífice la presentaba a menudo en sus propios escritos, y es que la misma noción de anarquismo resulta demasiado
compleja e inaprensible como para que admita un único punto de vista cerrado:
“P. Quisiera que explicara el subtítulo de su libro Contra
el método. Usted escribió que se
trata de un punto de vista “anárquico” y además “dadaísta”. / R. Todo era una broma. El subtítulo
es: Por una teoría anarquista del conocimiento.
Ahora bien, ¿qué es la
anarquía? Desorden. ¿Y la teoría? Orden. Ponerlas juntas es una broma dadaísta dirigida a los anárquicos que pretenden ser anárquicos
a la
vez que tienen una teoría: empresa imposible”
(Feyerabend, 1999, 61, 62) [la negrita es mía]. La frase resulta
por sí sola bien ilustrativa.
12 “En lugar de buscar las contribuciones permanentes de una ciencia más antigua a nuestro caudal de conocimientos, tratan
de
poner de manifiesto la integridad
histórica de esa ciencia en su propia época, [...] se hacen preguntas
[...] sobre la relación existente entre sus opiniones
y las de su grupo, o sea: sus maestros, contemporáneos y sucesores
inmediatos en las ciencias”
(Kuhn, 1987, 23).
13 Para una acerada y divertida crítica
a los intelectuales “de esta calaña”, véase Feyerabend
(1999, 57): “Mi segunda nota es
sobre los intelectuales. Tengo
montones de cosas que decir de estos pájaros más adelante”.
consideración y juicio del auditorio). Y es por tanto evidente que una reflexión sobre la epistemología
del método se impone a estas
alturas, aún a riesgo
de abusar de tal auditorio.
Otro aspecto
fundamental que deseo aclarar es que esta tesis doctoral no constituirá una “etnografía pura”, en sentido clásico. Se ha echado mano por supuesto de métodos fundamentalmente
etnográficos, desde la consideración de que la etnografía, finalmente, presentaba la flexibilidad, la posibilidad
polifónica, la capacidad de abordaje
que precisa la investigación propuesta; su empleo
como metodología básica quedaba más que justificado: iba a trabajar con la
gente y gracias a
su colaboración; mi
laboratorio sería el espacio público en general (la calle, el hogar, la academia) y ello
precisa de los métodos y
técnicas de investigación
etnográfica en primera instancia, tanto como el biólogo precisará de un microscopio y la asepsia de rigor de un
laboratorio.
¡No hay asepsia posible en la calle!
No hay asepsia posible en una calle polvorienta de Katima
Mulilo, pero tampoco en una palestra de Oxford.
Sin embargo, por la naturaleza del tema que
se propuso investigar, no se juzgó lo más adecuado la
aplicación de una observación participante clásica, ya que se trataba de indagar cuestiones
socialmente bastante intangibles. Así, se optó por una metodología mixta que combinara el análisis de resultados electorales y documentos
periodísticos con entrevistas en profundidad,
complementado con la observación
participante de ciertos fenómenos (como
los festivales culturales)
de gran interés, contenido y significado relacionado con el tema de investigación.
Sí
que es probablemente el mío, más que ninguna otra cosa, un
estudio antropológico, de aproximación antropológica, lo que aporta de entrada bastante flexibilidad y porosidad si recordamos
al maestro Geertz,
cuando decía que una de las ventajas de la antropología era que nadie –tampoco quienes la practican- sabe exactamente qué es
(en Goldman, 2006, 167), apertura e indeterminación que pueden servir para lo mejor y para lo peor (entre cuyos ejemplos espero que
no se cuente esta
investigación).
Como afirma Joao de Pina Cabral, la antropología hoy sigue tratando de “[…] cuestionar los lugares comunes y las falsas evidencias en que se asienta el debate mediatizado que define
la agenda política de nuestras
democracias modernas” (Pina Cabral, 1999, xiii)
[la traducción del portugués
es mía].
Claro que se partía de una comprensión y una perspectiva antropológicos, pero creo que el
juicio, la valoración, la ponderación en la aplicación de las técnicas de investigación, incluso el propio diseño
de la investigación (que se
irá modificando con la misma, “danzando con la realidad”14),
tienen mucho más de inductivo que deductivo. No partimos de
premisas
seguras, sino que es la propia realidad, el propio encuentro sorpresivo y partisano con la realidad
–siempre un punto inesperada, siempre
inédita- lo que nos sugerirá las premisas más acertadas, corrigiendo e incluso
borrando de un plumazo las previas, construidas a ciegas, desde una ceguera empírica, por más que fuera cargada de “lentes teóricas”.
Como
afirma Rabinow (1986, 258),
“las problemáticas relaciones de subjetividad, verdad, modernidad
y representaciones han estado en el
corazón de mi propio trabajo”; aunque finalmente pienso
que en
cierto modo casi podemos sentirnos orgullosos
de tamañas “problemáticas relaciones”, en la medida
14 Al estilo
de Jodorowsky (cfr. Jodorowsky, 2001).
que ello implica que nuestra disciplina contiene una atormentada ética, y al fin eso deviene
un buen síntoma de su vocación crítica15, íntegra, autocuestionadora.
Realizando un
ejercicio que podríamos llamar de “arqueología” de
la epistemología de este trabajo, recuerdo que una de las perspectivas teórico-epistemológicas que salió al paso a cierta altura del proceso investigador fue el de la psicología social de corte más
clásico. Ésta suele distinguir en
sus planteamientos epistemológicos
entre el nivel de
las prácticas (comportamientos,
ámbito de las decisiones pragmáticas,
etc) y el llamado “social thinking”, el pensamiento (el
campo de las percepciones, etc) (comunicación
personal de Franz
Wilhelm Heimer en enero de 2007); ambos
son considerados dos niveles análisis muy diferentes (entre otras cosas porque,
a menudo,
se revelan contradictorios), aunque puedan estar
relacionados y ser comparados. Por
ende, suele ensayarse desde la psicología
social y para el estudio
de identidades sociales (ya formuladas epistemológicamente de un modo determinado, por supuesto) una metodología de estudio que
combina técnicas cuantitativas con
cualitativas,
o
abiertamente
cuantitativas (y
desde la consideración de las cualitativas como meramente
complementarias y prospectivas, y claramente
inferiores respecto a la capacidad y rentabilidad
informativa).
La
posibilidad de asumir aquella perspectiva de psicología social fue, sin embargo, pronto desechada
ya que mi consideración del “hecho
social” es más el de
poliedro de muchas caras que el de las suma perfecta de aquellas dos partes (la praxis y el pensamiento)
bajo el supuesto de que ambas pudieran
desagregarse en el análisis. Considerar el “hecho social” que va a estudiarse
como susceptible de disecarse en esas dos vertientes fundamentales ya supone un ejercicio epistemológico cuestionable,
probablemente útil en
ciertos campos o
para ciertas inquietudes de investigación, pero no
para la mía, en la que el interés mayor estribaba en la comprensión e interpretación compleja de
hechos sociales
complejos, acaso la sumatoria
resultante de una miríada
de elementos previos, difícilmente
discernibles, como la motivación personal,
la construcción afectivo-cognitiva
de
la propia realidad, el
sentido práctico y un largo etcétera… poliedro, repito, que considero ocioso (incluso pernicioso) tratar
de desagregar al modo que propone la psicología social clásica u ortodoxa,
al menos en el contexto donde
yo investigué y desde mi perspectiva
inevitablemente personal.
Otro aspecto –altamente relacionado con la cuestión anterior- que debe ser abordado es el por qué
de la opción por una consideración (y por ende la posterior metodología) cualitativa16 de la cuestión, en lugar de una cuantitativa. Y es que no quiero mostrar estadísticamente qué preeminencia tiene tal
15 “Los enamorados creen que el amor es una enfermedad, el cínico cree que los escrúpulos morales son una enfermedad,
el adolescente cree que
su melancolía es una
enfermedad y el filósofo cree que
sus preguntas son
síntomas malignos” (Feyerabend, 1999, 34).
16 Se entiende
la metodología cualitativa “como una estrategia de investigación fundamentada en una depurada y rigurosa
descripción contextual del evento, conducta o situación que garantice la máxima objetividad en
la captación de la realidad, siempre compleja, y preserve la espontánea
continuidad temporal que le es inherente, con el fin de que la correspondiente recogida sistemática de datos, categóricos por naturaleza,
y con independencia de su orientación
preferentemente ideográfica
y procesual, posibilite un análisis que dé lugar a la obtención
de conocimiento válido
con suficiente potencia
explicativa (Anguera, 1986,
24).
Como señala Tesch, citado por Colás (1997: 227), la investigación cualitativa supone la adopción de unas determinadas concepciones filosóficas y científicas,
unas formas singulares de trabajar
científicamente y fórmulas específicas de recogida de información y análisis
de datos, lo que origina
un nuevo lenguaje metodológico (Cazorla Martín,
2006, 2).
o
cual sentimiento,
sino la complejidad de diversas sensibilidades sociales; no la cantidad de gente que siente esto o lo otro con respecto a tal o cual fenómeno,
sino mostrar simplemente
la realidad de que hay gente que siente eso o aquello,
aunque sea minoritario. A fin de cuentas,
pintar un cuadro... y un cuadro
no pinta sólo aquello de lo que más abunda, o el color social predominante.
No hay un interés
estadístico en
mi trabajo,
en
modo alguno. No existe
la
voluntad de
representatividad estadística y sí que existe la voluntad de conocimiento último de las motivaciones
o justificaciones que subyacen a los procesos sociales;
pretendo, pues, ahondar en la densidad
cualitativa de las diferentes posturas, visiones,
matices... la verdad está en el
matiz, suele decirse; representaciones sociales buscamos, no frecuencias estadísticas. Un conocimiento de totalidad, y una visión por ende más rica, se obtienen
no tanto de ampliar el número de entrevistas sino de buscar
otro tipo de información.
La
investigación cuantitativa “descansa” en los números, en su seguridad, pero la cualitativa puede dar mejor cuenta del movimiento de las personas, de su fluctuación,
de
sus
pormenores intraculturales. Los modelos se hacen
para percibir, para ensayar
una comprensión de la complejidad del mundo, pero a la hora de abordarlo dejan casi
de tener sentido.
La
congruencia de esta metodología múltiple con la realidad que se pretendía estudiar y con el objeto de estudio resulta evidente: me aproximaba a situaciones y procesos complejos que iban a requerir
un enfoque tanto diacrónico como sincrónico para ser comprendidos, una concreción especial a la
que se debería sumar una mirada holista ineludible para poder supervisar el conjunto real, así como para
incluir el sentido del estudio en un marco global. Si bien tal vez se recurriera en algún momento de la investigación a ciertas técnicas cuantitativas de estudio o análisis de datos, éstas serían
presumiblemente
subsidiarias frente a
la
mayor complejidad y, sobre todo, capacidad de matiz, que
poseen las técnicas
cualitativas de investigación
humana.
La
apertura metodológica es también,
y más que nada, una
cuestión epistemológica, como trataba
de explicar más arriba,
y tanto nuestro contexto concreto de estudio
como el ámbito macro
en
el que hemos de inserir aquél –es decir, el ineludible
de
la globalización-, reclaman la interdisciplinariedad;
como afirma Gomes Cravinho
(2002, 267), “las múltiples características de la era de la globalización […] obligan a la adopción de un abordaje
transdisciplinar”.
Y
hablamos de interdisciplinariedad en el sentido que matiza Barthes: “para hacer algo de un modo interdisciplinar no es suficiente elegir un “tema” y moverse deambular
a su alrededor con dos o tres
ciencias. La interdisciplinariedad consiste en crear un objeto
nuevo que no pertenece
a nadie”
(en Clifford, 1986, 2)
[la traducción del inglés es mía].
4. La contumaz
falacia de la neutralidad: antropología y mundo corales
“¿Cómo puede el conocimiento, que nos representamos como imparcial y objetivo, estar representado en cuestiones tan subjetivas y
mutables como
las relaciones personales?” (Carrithers,
1990,
263)
“La crítica corre siempre
el riesgo de estar más cerca de lo que supone del
paradigma
dominante y más lejos del paradigma
emergente”
(Sousa Santos, 2003, 16).
Decir que desde la antropología trabajamos con la gente no equivale a decir que se estudie “a la gente”.
Las ciencias sociales no estudian a la gente,
sino objetos teóricos o, dicho de otro modo, las construcciones sociales de primer orden que tales gentes tienen. Lo que hace la ciencia social es
exactamente una construcción de segundo orden, así que no nos hagamos muchas ilusiones sobre la
gran verdad de nuestros estudios.
Por más
que
tratemos de hacerlos bien,
siempre serán “de
segundo orden”, en ese
sentido y por ahondar
en la analogía lógica17.
Esto nos debe salvar, además, de juzgar –moralmente, éticamente- nuestro universo de estudio o a
las personas con las que trabajamos y que, de un modo u otro, operan como nuestros interlocutores;
al menos,
si hay que hacerlo de forma alguna, juzguémoslos en el
campo, en el momento de la investigación y en tanto que científicos sociales. Peter Berger lo llamó “agnosticismo metodológico” (en Knoblauch, 2006). Esto no tiene
por
qué implicar necesariamente nuestro
“agnosticismo moral” o
nuestro relativismo moral
en tanto que personas
-como afirma Knauft (1996, 249ss),
cabe un camino
medio entre el esencialismo y el relativismo -, y así se puede explicitar cuando se desee realizar
un juicio en un texto teórico
(efectivamente, un enfoque crítico
y ético puede modificar,
favorablemente acaso, un estudio determinado), pero
el campo de lo cultural
y lo ético resulta bien poroso y su
diferenciación más bien
evanescente, por lo que se ha de afinar en tales consideraciones.
Contra el imperativo
categórico de la neutralidad, argüimos crudamente
con Sanjurjo Pinto (2004) que
“Muchos antropólogos estarán orgullosos de
su neutralidad política
y crítica en el análisis sociocultural, pensando que esto les asegura una visión objetiva, y sin embargo
pueden mostrar muy poco pudor a la hora de aceptar determinados fondos o modelar
su discurso frente a auditorios particulares”.
Incluso en la
formulación del “my place” arendtiano podemos ver esta necesidad del posicionamiento:
Arendt ([1958] 1974) defendía que se precisaba de un lugar propio, un hogar, para poder participar en la polis. Naturalmente, este hogar
puede ser más simbólico e interno que necesariamente
físico. De “mi lugar, mi casa”, nace “lo que a mí me parece”, y ello es lo que precisamente me distingue de una media
estadística, de la (presunta) neutralidad de mi época, tan plagada por cierto de arbitrariedad y
opción como las “neutralidades” de toda época18.
Como afirma
James Clifford (1986, 7), las “verdades etnográficas”
son parciales (sometidas e incompletas) de un modo intrínseco. Esto
no significa que yo parta
de una postura netamente posmoderna (en tal
caso, me habría divertido más escribiendo
directamente una novela); me parece muy
oportuno el “punto de equilibrio” que sugiere Vale de Almeida (1995,
21)
entre la pretensión de suspensión de toda subjetividad en el trabajo
de campo (probablemente
imposible) y la absoluta
subjetividad posmoderna (acaso fácil
y cómoda en algunos casos, pero a menudo dudosamente
interesante si no va acompañada de un ingente
esfuerzo de comprensibilidad por
parte de su artífice).
17 Para una lectura sobre el problema de la irracionalidad en las ciencias sociales, cfr. la obra homónima de Weber (1985).
18 En
la época de Galileo
la “neutralidad” era el geocentrismo; en la Inglaterra victoriana la “neutralidad” era pensar que para concebir un hijo las mujeres debían forzosamente tener un orgasmo (lo que exculpaba legalmente a un violador
en caso de que
su víctima hubiera quedado preñada tras la agresión,
porque se colegía que había disfrutado y por tanto no había existido forzamiento); en el mundo griego la “neutralidad” era que las mujeres, los metecos, los niños o los discapacitados mentales entre otros no contaban
como ciudadanos; en la época de Maricastaña
la neutralidad era... Así indefinidamente.
En
palabras de Bartolomé (2004, 31): “[…] contribuir a imaginar
el futuro repensando el presente y haciendo
ver, a partir del
cuestionamiento de esa construcción arbitraria que llamamos realidad, la pluralidad de realidades
posibles. Y una de esas
alternativas está representada por la configuración de formaciones estatales culturalmente plurales […] y de un futuro que, para evitar reiterar injusticias históricas, deberá ser construido a partir de la aceptación y el respeto entre las múltiples y diferentes formas de ser miembro de una formación
estatal”.
Ante la pregunta de
cuál es el sentido
de
la ciencia hoy
como vocación,
Weber
recuerda las
palabras del mismo Tolstoi:
“La ciencia carece de sentido puesto que no tiene respuesta para las
únicas cuestiones que nos importan, las de qué debemos hacer y cómo debemos vivir”
(Lev Tolstoi, en Weber,
[1959] 1975, 107).
Hay otra preocupación
cuasi-ética bien importante del analista social y es lo que podríamos llamar la responsabilidad del discurso,
o por el propio discurso, que se construye
tomando los discursos ajenos. Valverde (2000, 63) recuerda de nuevo
a Geertz (1989) en torno a la cuestionable legitimidad
de “hablar por los otros”, de transformarlos, en definitiva, en nuestro lenguaje propio. Bartolomé
(2004, 52), por su parte, diserta sobre la otra
“ansiedad” vecina
en
relación
con
el método, recordando la obra de Georges Devereux De la ansiedad al método del año 1977:
“[...] se puede proponer que el método también genera la
misma ansiedad que pretende aliviar, si sólo nos puede ofrecer
esquemas formalizados de los mundos a
los que
nos
aproximamos [...] No es necesario renunciar a la empatía
y a la afectividad
para traducir un hecho biográfico” (Bartolomé, 2004, 53).
Me
apropio en cierto modo de este término tan elocuente, “ansiedad”, para
identificarme con esa
sensación que a menudo he padecido
a lo
largo de esta prolongada investigación: ansiedad por la
duda constante de estar
siendo, o no, lo suficientemente rigurosa, honesta,
clara, eficaz, trabajadora,
etc, etc, para con mi propia tesis, para con los académicos que tenía cerca (y
habían de evaluarme,
asesorarme,
criticarme o simplemente soportar mi presencia pululante),
para con los interlocutores en el campo… Aquel
exceso acaso
de autocuestionamiento en que parecemos a veces incurrir los
antropólogos, con tantas idas
y venidas.
Aumento la carga dramática, e incluso moral, de la palabra “ansiedad” para decir “angustia”… esa
angustia etnográfica que mencioné, y que no “sólo” se reduce a los trastornos intestinales en el campo
(que por cierto tuve la fortuna
de no
sufrir apenas), la amenaza omnipresente
de la hembra anófeles o la
rotunda soledad de algunas noches en el corazón
de África, en la proximidad de los cocodrilos, las serpientes y
las lenguas
plurales e incomprensibles…
cuitas todas ésas románticamente clásicas para
los antropólogos.
No. Me refiero con angustia etnográfica a
algo mucho más desagradable y
mucho más pedestre, también, y que es ese temor rumoroso de no estar cubriendo los
mandatos y expectativas,
las directrices y
extraños sometimientos a que la
academia en general y los caminos más
trillados, autoritarios e institucionales de nuestra disciplina en particular nos constriñen y condenan, so pena
de ser tildados
de arrogantes o ignorantes,
incompetentes o presuntuosos, o todo eso a la vez.
Pienso que tal vez de esa angustia epistemológica, metodológica, profundamente humana
al fin, nos pueda salvar
un ejercicio simple
de humildad: reconocer que
nuestros estudios no pasan de ser
nuestra palabra, carácter contingente de nuestro trabajo y… artificio
del pensamiento (qué remedio, dice Alencar Chaves, 2003, 163); palabra que tratamos, sí, de justificar y refrendar lo más posible, y que puede ser, sin duda, más o menos verosímil, elocuente, honesta, acertada o como se quiera.
Pero, neutralizada la arrogancia de pretender “decir la Verdad19” (“Voy a decir la verdad. ¿Crees que
lo soportarás?”, preguntaba Nietzsche),
y anteponiendo además la buena intención (el
“principio de caridad” de Davidson aplicado a las ciencias sociales), una se queda con su conciencia de analista
19 “La “Verdad” escrita en “mayúsculas” es una huérfana sin poder ni
influencia” (Feyerabend, en Broncano,
1999, 30)
social, curada de humildad, mucho más tranquila20.
Al fin y al cabo, lo que intenta
la etnografía no puede ir mucho más allá de una combinación, más o menos afortunada, entre narrativa personal y descripción objetivada (Pratt, 1986, 33; cfr.
Geertz, 1989).
Venimos hablando
de la antropología como
la disciplina aquí privilegiada; sin embargo,
incluso tratando de antropología cabe la diversidad: la antropología
no es, ni mucho menos, igual a sí misma sino que tal
vez deberíamos
hablar, haciendo
eco de ciertos pensadores,
de
antropologías,
empleando siempre un inevitable y tendencioso plural. Así pues, invocamos aquí la perspectiva de la
antropología siempre
crítica, crítica también de
sí misma
(auto-aplicación de la teoría)
y
su
reinvención desde una
comunidad transnacional de antropólogas y antropólogos que persigan la horizontalidad en la globalidad (Lins Ribeiro y Escobar, 2006).
Siempre hay, o debería haber, un “para qué” de la antropología
(Lins Ribeiro y Escobar, 2006, 36);
siempre yace una pregunta ética y política al fondo. A fin de cuentas, parece incontestable que estos
cambios en lo epistemológico
habrían de acarrear
otros genuinos
cambios análogos
en
lo
institucional, la creación de otros ambientes
para la (re) producción de la disciplina, una posición crítica contra la monotonía y la naturaleza incompleta del
paisaje de la antropología internacional
actual estructurado
por las fuerzas hegemónicas
(Lins Ribeiro y Escobar, 2006, 21), capaz de
cuestionar la
“antropología de departamento”;
una antropología emancipatoria y emancipada, creadora
de un campo revolucionario
(Lins Ribeiro y Escobar,
2006, 23)
,
en momentos
de
autonomía, creatividad e independencia… es
decir, en momentos de
“antropologías del mundo”, de
ontologismo múltiple, construido de magia y razón
(José María
de Arguedas, en Lins Ribeiro
y Escobar, 2006, 33).
En
definitiva, invoco aquí lo
que podría denominarse una concepción coral de la antropología y por
ende el mundo; coral en sus métodos, en sus contenidos, en tus proyecciones, en sus voces. Los
practicantes
de la antropología, como cartógrafos
de
la diferencia
cultural (Fry, 2005) están destinados más a la armonización de mil voces diferentes que
al dudoso ejercicio de
pergeñar y defender una ciencia
exacta
o, peor aún, cuasi exacta,
de las titánicas realidades humanas.
Un
coro, además, no es sólo un “conjunto de personas que en una ópera u otra función musical
cantan simultáneamente una pieza concertada”, sino también
un “conjunto de personas reunidas para cantar, regocijarse, alabar o celebrar algo”; podríamos, eventualmente, preferir y quedarnos con esta acepción, una
entre varias. De nuevo, y siempre,
y por fortuna, estamos optando.
5.
La madurez de la (persona) investigadora: de la heteronomía a la autonomía y la autarquía o el reconocimiento del pensamiento pedestre.
[A modo de conclusión partisana]
“Sentí la necesidad de una mayor relación entre mis estudios y mi vida” (Fry, 2005, 17)
[la traducción del
portugués es mía].
“Especialistas
sin espíritu, gozadores sin corazón: estas nulidades se imaginan haber ascendido a una nueva fase de la humanidad jamás alcanzada anteriormente” (Weber
20
“¿Qué recurso puede el antropólogo utilizar sino el de transformar las deficiencias en triunfo?” [...] “Así, en el perenne fondo de
oscuridad de los fenómenos
sociales, de su opacidad, es como el antropólogo puede encontrar su inagotable fuente de
“extrañamiento”. Es al menos
en la creencia
de esta posibilidad como el proyecto de este trabajo se
justifica” (Alencar Chaves,
2003, 164).
, [1901] 1979, 60).
“Quizás pueda parecer que estoy proponiendo una apología del eclecticismo pero, aunque no sea exactamente una apología, sí es por lo menos una llamada de atención
en contra de los prejuicios al
respecto” (Bartolomé, 2004,
51).
Defendemos aquí
el pensamiento pedestre;
mas, ¿qué se entiende realmente
por tal evocación?
Sentí un gran alivio cuando
reconocí, tras
tantas interesantes,
retadoras y agotadoras
charlas con diversos “especialistas reconocidos”,
que, por más
autorizada, refrendada,
esforzada, cultivada que estuviera mi voz, siempre
habría alguien –mejor asumir que podían ser “muchos alguienes” y así
tendríamos un gran trabajo hecho- que
podría criticarla, confrontarla, oponerla
a la
suya propia; pero, especialmente, respiré cuando supe reconocer que
ello en sí mismo, además de inevitable, no era malo
ni tocaba la legitimidad y el valor de mi propio trabajo, y mucho menos de mi propio esfuerzo y
la fe en lo que hago.
Se
trata de algo más que tratar de conjugar la rigurosidad con la flexibilidad y la espontaneidad que
reclaman las realidades sociales… es más que esa conjugación: es darse cuenta de que el rigor en
un análisis social se funda precisamente, nada en la flexibilidad y espontaneidad de que es capaz el investigador o la investigadora:
“No solo porque somos profesionalmente sensitivos frente a los asuntos de
diferencia cultural y política,
sino también porque, como académicos,
sabemos que la diversidad y la creatividad se nutren
una
de la otra, que el contar
con
un grupo más grande de diferentes
perspectivas
presenta una mayor capacidad para la invención” (Lins Ribeiro y Escobar, 2006,
22).
Nos construimos en parte, nos recreamos, renacemos en el proceso de investigación etnográfica y su posterior plasmación en un texto, con todo cuanto implica de esfuerzo recapitulador,
cohesionador, de abstracción incluso, de alejamiento y (eterno) retorno. Eternamente retornamos a nosotras mismas,
en un eterno ejercicio de autorreflexividad
y reflexión (Kalir, 2006, 235), y volvemos a ser otras y distintas a cada paso de la investigación. Nos jugamos mucho en ello, nos implicamos,
ponemos más que una carrera;
ponemos temblores y temores (recordando a Feuerbach),
ponemos la vida y el sueño, nos involucramos… nos envolvemos, llegamos a odiar el
campo y no tenemos más remedio
que volver a él, porque en pleno odio constatamos que nos hemos enamorado y que es sólo el amor
el que nos
hace hablar con odio; así que la escritura etnográfica, con esa parte de autobiografía ineludible (y pese a las disensiones geertzianas), nos
cuestiona
hasta
lo bien íntimo.
El
escrito etnográfico no es un diario, pero tampoco podrá ser nunca un
informe objetivo. No es un poema,
pero tampoco dejará nunca de tener pedacitos de nuestra
alma repartidos aquí y allá,
escondidos, más o menos invisibles para los lectores pero representando desnudeces para
nosotras mismas, esa casi exposición pública del
sentimiento de perplejidad, del
asombro.
La
perplejidad siempre, aquella cualidad de dudoso,
incierto, irresoluto, confuso, como perenne compañera del etnógrafo-antropólogo (siempre) inocente, siempre ajeno, siempre dentro,
siempre tormentoso, lleno
de oleaje, con los ojos escocidos
de la sal.
Hacemos
circunloquios
para distraer todo
lo que de nuestro
ponemos en aquel texto, inexorablemente, a cada paso
de la investigación antropológica, como en una suerte de meta-
antropología, como en una ciencia-arte
de nosotros mismos…
Desde el reconocimiento
de la condición fronteriza de la antropología en tanto que ciencia, invocamos la unión de ciencias sociales y humanidades. La escisión disciplinaria entre ellas resulta, a mi juicio,
intelectualmente mediocre y fría, torpe y
gélida; ¿acaso nos creemos los investigadores sociales que
estamos fuera del
mundo, que las
personas con las
que y
sobre las que trabajamos
no son humanas... en el pleno y desarrollado sentido del término? Mejor un poco más de arte y un poco menos de ciencia, llegado el caso; además para qué, para qué seguir adorando la ciencia como el
dios moderno, el dios de la modernidad… el dios de la posmodernidad. No queremos caer
en
lo que Pessoa (2005) rechazaba: volver a rezar a falsos dioses, ora la Ciencia, ora la Humanidad como
pseudoconcepto... ora la raza,
ora la destrucción.
Así pues, la cuestión de
la distinción entre ciencias sociales y humanidades en la discusión sobre el
estatuto (teórico, epistemológico,
disciplinar) de la
antropología es fundamental aquí: se sostiene el necesario auxilio de unas otras para que las
segundas, las humanidades, ayuden a las primeras
a fundar objetos de estudios. La realidad
no es
nunca plana y objetiva, sino que
construimos la misma
realidad que nos disponemos a estudiar, disecar,
cuestionar en una u otra medida,
en uno u otro
sentido. Lo que no pueden resolver las ciencias sociales21: los fines, la eterna disputa de los fines; y
ello nos lo
conceden las humanidades, la condición agonal
de la discusión política (en
su sentido etimológicamente puro), el reconocimiento
de la no neutralidad.
Las ciencias sociales son humanas, han de serlo; más que hacer
las ciencias sociales “más ciencias”,
en ese sentido torpe y frío del que hablo22,
habrían de tornarse más
humanas ya que el papel que
mayormente le cabe o le debe caber a las humanidades hoy
en el contexto de la globalización, auspiciadas por y de la mano de las ciencias sociales (insisto en que su hermanamiento e incluso
su emparejamiento podrían ser óptimos), es el de cantera para la creación de pensamientos anti poder
contundentes para combatir el poder de la mera racionalidad mercantil, que está matando al ochenta por ciento de la humanidad a marchas forzadas (y primero a las mujeres y a los infantes; de camino, a los ecosistemas terrestres, a sus árboles, a
sus
animales, e incluyamos ahí al homo sapiens); para dar opciones de pensamiento distinto que son las que acaban por cimentar y guiar una época…
Las imaginaciones,
las
visiones, las
proyecciones
críticas que
podamos
hacer
desde
un coito bien
avenido entre ciencias sociales y humanidades serán las alternativas al pensamiento uniforme neoliberal,
serán las alas capaces
de
inventar nuevos
mundos y las primeras piedras para la construcción de los mismos.
Para hacer otros mundos posibles son precisas personas con la osadía suficiente para imaginarlos, animales-personas con
la inocencia necesaria
para pensar desde la libertad…
A
menudo los
estrechos márgenes de la academia, la cortedad de miras de los evaluadores o las antojeras espurias
entre departamentos
universitarios son el cóctel perfecto
para matar lentamente estas búsquedas,
21 “Existe un amplio debate
en las ciencias sociales:
se plantea si es posible
sólo describir y comprender la realidad
(la realidad social) o si también
se la debe explicar” (Feyerabend, 1999, 60).
22 Sobre el cuestionamiento
de la autoridad de la ciencia en general han corrido ríos de tinta y algunos de los más acerados
vienen de la pluma de, cómo no, el ya mencionado
enfant terrible de las ciencias sociales Paul Feyerabend
(1984, 59), quien afirma
que “su excelencia
[la de la ciencia] sólo puede demostrarse de forma circular, suponiendo una parte de los debería
mostrarse”. La parcialidad de toda disciplina, incluidas
las ciencias llamadas exactas o experimentales (y
por supuesto las sociales) se torna así evidente; este reconocimiento entre otros conduce a Feyerabend (1984, 122) a la creencia de que “en
una democracia, la decisión final sobre la investigación a hacer y los resultados que deben ser enseñados
corresponden a los
ciudadanos, NO a los expertos”.
para oxidar el pensamiento más osado, para ponerle puertas a la creatividad, que sencillamente se esfuma si se la conduce de los silvanos senderos sin desbrozar a las grandes autopistas de peaje…
un peaje a menudo bien
caro, en cuanto a lo que a dignidad y honor intelectuales se refiere:
“Debería quedar
claro desde el principio que cualquier movimiento inclusivo y participativo que procure incrementar la
diversidad está
destinado a perturbar a quienes
se han beneficiado de su ausencia”
(Lins Ribeiro y Escobar, 2006, 17).
“Los académicos
influyentes en los países del centro están en posición de decidir a qué tipos
de conocimientos se les debe conferir autoridad y atención [...]” (Kuwayama, en Lins Ribeiro y Escobar, 2006, 18).
Así que traigamos a colación la periferia para
hacerla nuestra en la
epistemología de nuestras
investigaciones: “Periferia.(Del lat. peripherĭa, y este
del gr. περιφ ρεια).
1. f. Contorno de un círculo, circunferencia. 2. f. Término o
contorno de una figura curvilínea23. 3. f. Espacio que rodea un núcleo
cualquier”. El peligro
siempre acontece en los bordes, y la osadía, y la confusión,
y el
mestizaje de las
almas. La periferia habría de ser una categoría básica de nuestras epistemologías
hoy, a modo de
una “interjección conceptual” y heurística fundamental:
Hablar del pensamiento pedestre24, al fin, es hablar de un pensamiento que anda a pie
y que se hace de pie... incluso, por qué no, que puede llegar a ser llano, vulgar, inculto,
bajo, porque a veces no queda sino
renunciar a ciertas pautas “cultas” para revisar lo que
se había
cultivado, sembrado o promovido, y “[...] porque el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y
no porque piensa [...]”, como afirma el maestro Pessoa (2005, 45).
Lo
que defendemos es una autarquía de las relaciones en el pensamiento, no de sus
componentes, y nunca de su camino. Una autarquía de la decisión, y no de las consideraciones previas en su gestión
y su
génesis, y nunca de su implicación. Una autarquía de la ética personal y profesional, y no de la política que genere.
Por suerte, creo que la ganancia en independencia y autonomía forma parte de este proceso en el
que la doctoranda se sumerge, y
que ello pasa, tal vez, no por prescindir en absoluto de las opiniones ajenas mas sí por
aprender a desestimarlas, llegado el caso, y a olvidarlas
conveniente e intencionadamente… si
fuera necesario. Tal entrenamiento
implica, entre
otros
aprendizajes, comenzar a ligar las nociones de autoría y autoridad y, en tal adquisición paulatina de esa “mayoría de edad” intelectual
(autarquía si se quiere, autogestión intelectual), existe un punto de inflexión, una
charnela emocionante y desafiante,
casi peligrosa para el que la encuentra y
que implica un ejercicio inevitable de osadía para ser cierta, consistente al
fin en dar ese paso
hacia el abismo
libre, el acantilado de la independencia de pensamiento por donde, de hecho, nos despeñamos para empezar a volar.
Pero esta aventura reencantada del conocimiento –recordando las palabras de
Boaventura de Sousa Santos
(2003)- no está
exenta en su reencantamiento de no pocos dolores y temores,
de varios y distintos embrujos, conjuros malignos
que
la librepensadora-libreintelectual en
ciernes sufrirá acaso
como ritual de iniciación…
23 Lo
curvilíneo también enlaza con la idea del camino del conocimiento sinuoso y contingente que, dice Broncano (1999, 26), habían
descubierto Khun, Lakatos, Hanson y el propio Feyerabend.
24 Pedestre. (Del lat. pedestris).1. adj. Que anda a pie.2. adj. Que se hace a pie.3. adj. Dicho de un deporte: Que consiste
particularmente en andar y correr.4. adj. Llano,
vulgar, inculto, bajo.
Todo
sea por el bien de esa libertad, de ese pensamiento, y de esa a-ventura.
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