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martes, 31 de mayo de 2011

CONSTRUCTIVISMO COGNITIVO



CONSTRUCTIVISMO COGNITIVO

Dr. Juan Yáñez Montecinos


INTRODUCCIÓN

En el presente apartado se pretende proponer un marco conceptual progresivo, que incluye tres niveles de conocimiento imprescindibles para cualquier propuesta de psicología clínica rigurosa: una Metateoría de inserción en una base de conocimiento general, una Teoría Clínica que especifique los marcos conceptuales propuestos y, la tecnología que permite operar efectivamente sobre un área delimitada de aplicación clínica, o sea, una Psicoterapia, en este caso, una psicoterapia Constructivista Cognitiva que aborda el cambio psicoterapéutico, tanto a nivel sintomático como profundo.

En un primer nivel se da cuenta de una metateoría Constructivista Cognitiva que incluye las categorías de realidad, sujeto y conocimiento, de las que se desprenden subcategorías conceptuales, tales como noción de sí mismo, sistemas de conocimiento personales y un dinamismo de la Mismidad en términos de procesos de mantenimiento y procesos de cambio.

Esta metateoría permite crear las bases conceptuales, tanto en el ámbito de la epistemología como de paradigma, para definir el segundo nivel de conocimiento, que corresponde a una teoría clínica Constructivista Cognitiva de la que se desprenden algunas subcategorías de orden técnico, tales como: el Concepto de psicoterapia; los Mecanismos de Cambio a los que se remiten los procedimientos psicoterapéuticos; la incorporación y justificación de un Encuadre Clínico como variable específica de cambio; las Intervenciones Tecnificadas y una propuesta de Técnicas Psicoterapéuticas con diferenciación entre técnicas operativas, asociadas a los cambios de nivel sintomático o superficiales, y las técnicas procedurales, asociadas al cambio de los sistemas de conocimiento o cambios profundos. Estas técnicas procedurales son denominadas Exploración Experiencial y Metacomunicación. Dentro de este mismo nivel, se introduce una conceptualización respecto de una Psicopatología Constructivista Cognitiva, basada en la noción de Sujeto como un sistema complejo en equilibrio inestable, constituido por una estructura profunda y una estructura superficial, y se expresa en categorías polares de funcionamiento denominadas Dimensiones Operativas.

Finalmente, se describe una propuesta de un procedimiento psicoterapéutico Constructivista Cognitivo breve, factible de ser basado en la evidencia, donde se detalla el proceso terapéutico, los objetivos, las metas, los focos y las tareas psicoterapéuticas.

En conclusión, este trabajo procura dejar sentada las bases conceptuales, para aplicar una metodología psicoterapéutica Constructivista Cognitiva, que transita desde una metateoría general hasta una práctica clínica concreta.

 

BASES EPISTEMOLÓGICAS


Una metateoría corresponde a una propuesta conceptual a nivel de epistemología, que da cuenta del conocimiento desde una perspectiva, que permite entenderlo como un contenido factible de ser vehiculado a través de una  estructura simbólica tal como el lenguaje, las matemáticas o cualquier otro sistema de codificación que facilita la  consensualidad de las categorías con las que nos referimos a la realidad. En otras palabras, una metateoría se puede entender como el esfuerzo de la ciencia en búsqueda de conocimiento, como señala Barrow (en Cornwell, 1997, Pág. 74), factible de ser “comprimido”, de tal modo que permita, a través del uso de una regla, categoría o patrón, transmitir información mediante una vía simbólica de significado. Por el contrario, un conocimiento es “incomprimible” si no es posible codificar la información que produce de una manera que permita su transmisión. Este es el lugar que ocupan las teorías y donde se despliega su función esencial de ser objetos modelos para simbolizar, a través de categorías conceptuales, los fenómenos de la realidad y ponerlos en interacción teórica, constituyendo una red de teorías asociadas a ciertos márgenes de una realidad que describen, proponen, explican. Por lo tanto, la función de una metateoría es permitir la constitución de un marco unificado de conocimiento y de una relación e interacción entre teorías que, dinámicamente enlazadas, den cuenta de los alcances y la complejidad de un particular objeto de estudio. Lo que suele ocurrir, es  que producto de su dinámica interactiva, las teorías modulen o cambien sus márgenes de explicación y predicción, ya sea ampliándolos o bien  restringiéndolos. Esta mutación y renovación teórica permanente, producto de la interacción constante con los hechos de la realidad y la experiencia del sujeto cognoscente, da como resultado un progreso permanente de los modelos teóricos. Al respecto Mahoney (1997, Pág. 132), señala: “…una metateoría no es una única teoría o un sistema conceptual monolítico, sino una familia de teorías relacionadas entre sí, que comparten una serie de afirmaciones y presupuestos. Es, si se quiere, un campo de abstracciones que reconoce una infinita diversidad de teorías individuales, dentro de los límites impuestos por las características conceptuales que definen esa metateoría.”

Consecuentemente con lo señalado, una metateoría debería al menos contener una propuesta de nivel epistemológico y una propuesta de nivel paradigmático, que implicaría las siguientes exigencias para constituirse en tal:

En el ámbito epistemológico

1. Proponer una noción de lo real,
2. Proponer una relación del sujeto con la realidad, como fuente legítima de conocimiento y,

En el ámbito paradigmático

1.   Delimitar un objeto de estudio o campo de interés  del conocimiento.
2. Establecer un dominio de operaciones metodológicas pertinentes que permitan la generación  de ese conocimiento de acuerdo con los marcos epistemológicos definidos por el sujeto cognoscente.
3. Generar un particular dominio de coordinaciones lingüísticas (Red Conceptual) que de origen a una consensualidad intersubjetiva, o sea lenguaje, cuya función es el  intercambio, interacción y transformación del conocimiento. 

La consideración rigurosa de estas exigencias formales, permite diseñar una metateoría que inscriba el nivel epistemológico y paradigmático del modelo Constructivista Cognitivo. Esta consiste en proposición de un sistema conceptual de dispositivos cognitivos que admiten el conocer, comprender  y predecir la emergencia de fenómenos complejos, asociados a los distintos ámbitos cotidianos de acción de un sujeto en relación con sus circunstancias, y en lo que concierne más particularmente a la clínica, cuando estos se encuentran en los límites de los Procesos de Mantención de la coherencia sistémica del sí mismo, (véase mas adelante apartado Acerca del conocimiento). Dicha metateoría implica la definición y delimitación propia del modelo, respecto de las exigencias anteriormente señaladas, y que pueden ser señaladas como sigue:

Acerca de la realidad

En el argumento Constructivista, la realidad es encarnada en el sujeto, en el sentido de que sólo es posible tener acceso a ella, a través de su experiencia en el mundo. De esta manera lo real se constituye y ordena, ineludiblemente, en el espacio de la intimidad del universo personal y en la particular senda ontogénica del sujeto. La existencia de lo universal, no es más que la expresión de la interacción de los mundos particulares de los sujetos en una red de consensualidades simbólicas, sustentada preferentemente en el lenguaje. A esta noción de realidad se refiere la propuesta de Mahoney y Freeman (1988) denominada Ontología Constructiva, y cuyo principal postulado es la participación activa del sujeto en la construcción de realidades personales, asociadas a características estructurales del cerebro y el sistema nervioso, que actúan por principios de discrepancias y consonancias, como dimensiones antitéticas en busca de significado. La inclinación por la búsqueda de sentido personas es denominada por Bartlett (1932, en Mahoney y Freeman, 1988), como Presión por el Significado y se refiere a que la experiencia humana está teñida de la búsqueda, construcción, deconstrucción y  la consecuente alteración del significado. El resultado de la operación del sistema y el mandato por la significación, en una dinámica enmarañada, asociada a la particular senda de relación del sujeto con lo real, determina que los procesos y los contenidos del significado sean personales, idiosincrásicos y privativos de la propia ontogenia. Este es la base respecto de la cual se construye un mundo o realidad personal.

La propuesta de Multiverso[1], hecha por Maturana (1997, Pág. 26), es una derivación secundaria de la construcción del universo personal en la experiencia del sujeto cognoscente, inmerso en una red de relaciones interpersonales. La producción de un mundo social y afectivo entre los sujetos de la especie humana marca un importante hito en su evolución. La consecuencia más evidente y significativa es el hecho de que se crean las condiciones para la emergencia de un mundo interno simbólico que, sustentado principalmente, aunque no exclusivamente, en el lenguaje, permite una mayor y mejor coordinación intersubjetiva de los mundos interno y externo, además de la construcción de una consensualidad acerca de la realidad expresada en conocimiento, ideologías o creencias compartidas por la comunidad de sujetos.

Se puede afirmar que el nivel de complejidad sistémica alcanzado por el individuo humano, es resultado de su respuesta a las perturbaciones que provienen de la dinámica de tres ámbitos de inmersión: la realidad física (mundo físico), entorno social (mundo intersubjetivo) y la interacción de ambos, cuyo resultado es el mundo personal (mundo subjetivo). La existencia de un organismo es una condición que se desprende de la cooperación biológica de los sistemas vivos, como mera condición biológica, a diferencia de existir, que corresponde al excedente de significado que produce un efecto de sentido respecto de la propia existencia, lo que sería  la base de la conciencia del existir de los sujetos. En otras palabras, el organismo humano es el único que se interpela acerca de su existencia como tal, y cuyo efecto más inmediato es la construcción progresiva de la identidad, réplica virtual metafórica de la  membrana a nivel celular, pero que además de delimitar un dentro-fuera, define el Ser o No Ser.

Por lo tanto, lo que caracterizaría la vida humana, corresponde al significar como efecto de la conciencia de los sujetos sobre el acto de existir. En la misma línea, Popper y Eccles (1993, Pág. 43), hace una diferencia que permite distinguir Mundo Físico, -condiciones físicas y biológicas que sustentan una manera de existir-, del Mundo de los Estados Mentales y el Mundo de los Contenidos del Pensamiento, -aquello que es significado por el sujeto como el lugar para el propio vivir. Un observador que deposita su mirada sobre un sujeto que opera desde esta complejidad, el fenómeno, en primera instancia, se aparece como inextricable e incomprensible, difícil de describir, de analizar y, más aun, de predecir acertadamente, y lo es justamente porque el segmento más revelador, de mayor trascendencia para la acción discurre  al interior del mundo privado: la dinámica de la subjetividad; que es donde se encuentra el origen de los procesos complejos que regulan el comportamiento. Al respecto, seguramente una vez establecido un medio social más elaborado, aumentaron consecuentemente capacidades más refinadas para la sobrevivencia del ser humano, pero eso es algo que ocurre a posteriori, la adaptación no es suficiente para explicar la emergencia de la complejidad autoorganizadora, que genera las habilidades intersubjetivas[2] que posibilitan el medio social humano, pero sí puede ser, que explique su mantención y expansión. Los seres humanos, a través de estas habilidades sociales e intersubjetivas, han resultado altamente eficientes para incorporar mejoras en sus sistemas de adaptación, principalmente interviniendo el medio, más que produciendo acomodaciones en su propio sistema genotípico o fenotípico, tal como lo han hecho las otras especies: La modalidad de adaptación humana es un mecanismo, como lo señala Waddington, (citado en Brain, 1975, Pág. 48), extragénico, o sea, no requiere un cambio a nivel del genotipo ni del fenotipo, sino una intervención de su medio ambiente. Al respecto, este autor señala: “Entre los animales, el hombre es el único que ha desarrollado este modo extragenético de transmisión hasta el punto en que su importancia rivaliza con la del modo genético y aún la supera. El hombre adquirió la capacidad de volar, no mediante un cambio importante en el depósito de genes  utilizable por la especie, sino gracias a la transmisión de información  mediante  el mecanismo acumulativo de la enseñanza y el aprendizaje social. Ha desarrollado un mecanismo sociogenético o psicosocial de evolución que se superpone y a menudo se impone al mecanismo biológico que depende exclusivamente de los genes. El hombre no es simplemente un animal que razona y que habla, y que por consiguiente ha desarrollado una mentalidad racional de la que carecen otros animales. Su facultad de pensamiento y comunicación conceptual le ha aportado lo que en definitiva es un mecanismo completamente nuevo para el proceso biológico más fundamental, el de la evolución”. Esta condición del animal humano, de progresar como especie mediante mutaciones del ambiente es consecuencia de su vivir intersubjetivo y de la construcción de un andamiaje simbólico de comunicación, cuyo resultado se traduce en la ventaja evolutiva de establecer una relación particular con la realidad, basada en representaciones internas factibles de ser  consensuadas y verificadas como viables -tradicionalmente atribuidas como la verdad- en la red de relaciones interpersonales.

En este mismo sentido, la discrepancia clásica entre la epistemología positivista y la constructivista, no es otra cosa, en el fondo, que la atribución de primacía o desentendimiento respecto del papel central de la realidad o de la experiencia del sujeto como constructor de conocimiento. Nítidamente, es posible afirmar que el orden atribuido a la realidad en el positivismo, no es otro que el orden del propio sistema cognoscente, respecto de una realidad que excede sus posibilidades experienciales para ordenarla. En otras palabras, la concepción de una realidad significativa, a diferencia de una realidad objetiva, se encuentra en el registro que el sujeto hace de su experiencia, o como ya ha sido señalado, encarnada en el sujeto. Lo que se supone de objetividad que se le atribuye a la realidad, es ser el objeto de conocimiento para el sujeto. Éste la habita y se comporta consecuentemente con ese saber, representados en teorías u objetos modelos, que forman parte de su organización y estructuras internas constitutivas de su sistema de conocimiento. Sin embargo, la propuesta positivista aporta un enfoque riguroso para la construcción de conocimiento, en busca de una pretendida objetividad que, en a nivel constructivista podría expresarse como la capacidad para distinguir la experiencia en curso del sujeto, respecto de la interpretación o explicación que este mismo haga de dicha experiencia, distinción que nunca va ser estricta y exacta, dado que es él quien experimenta y que consecuentemente se explica, pero que, la exigencia metodológica del conocimiento de distinguir entre ambos aspectos, permite la producción de información factible de ser contrastada y consensuada con  los demás. Entonces, es fundamental distinguir categorías observacionales y descriptivas de los acontecimientos, y las interpretaciones o teorías hermenéuticas que se generen acerca de que aquello que ocurre en el mundo. Este camino explicativo permite la construcción de un espacio de intersección e intercambio de conocimientos consensuados entre sujetos.

Acerca del sujeto

En esta propuesta, se concibe al sujeto como un Sistema Complejo Adaptativo en Equilibrio Inestable[3], que como resultado de su operación, hace emerger un conjunto de propiedades complejas con las que regula su relación con el entorno. De esta afirmación se desprenden dos cuestiones fundamentales: la primera, que la condición de ser un sistema complejo adaptativo implica que forma parte de los sistemas vivos que se auto organizan, cuya cualidad esencial es poseer una estructura y organización compleja que le permite responder efectivamente a las  cambiantes condiciones y demandas del medio externo. Su sobrevivencia como individuo es el resultado de un conjunto de fenómenos que se desarrollan de manera impredecible, dentro de los más altos niveles de organización funcional, jerárquica y heterárquica del sistema. Al respecto Capra (1996, Pág. 68), argumenta “Los organismos vivos, entre ellos el ser humano, como todo en el universo, tienden a degradarse, a desordenarse, a deteriorarse y desaparecer como sistemas de equilibrio dinámico inestable, o sea a aumentar su entropía. La vida, su mantenimiento, es disminución o inversión de la entropía. Esto se logra por el fenómeno de la homeostasis. La vida es un fenómeno compuesto por sistemas abiertos o continuos capaces de reducir su entropía interna a expensas, bien de sustratos y sustancias nutrientes, o bien de energía libre que toman de su entorno, devolviéndolas a éste en forma degradada”. En otras palabras, el sujeto es un sistema que intercambia información y materia con su entorno, y que  para mantener la relación de intercambio entre el sistema y el medio, genera regularidades que le permiten al sistema construir, al interior de sí  mismo, producto de su propia dinámica, una estructura y organización sistémica de conocimiento que posibilita y hace eficiente dicha relación. De esta manera, este sistema intercambia materias con su entorno a partir de una organización interaccional progresivamente más compleja con su medio, que se expresa en estructuras esquemáticas profundas.

La segunda cuestión, tiene que ver con tres condiciones que favorecen la inestabilidad del sistema: (1) la condición de inestabilidad, tiene que ver con la necesidad ineludible de intercambiar información (estado de situación del medio) y materiales (nutrientes o contenidos simbólicos), desde un estado de incompletitud o carencial, o sea que la relación con el medio es una relación de sobrevivencia del sistema, por lo tanto, su equilibrio se encuentra en constantes fluctuaciones dependiendo de la calidad y cantidad de interacciones con su entorno; la (2) condición de inestabilidad, es que las circunstancias de habitabilidad del sistema con su medio, están determinadas por un entorno caótico, o bien, las reglas que lo rigen no son pertinentes para la propia regulación del sistema, situación que en términos de significado para el sistema es equivalente; la (3) condición de inestabilidad, se refiere a que el sistema modifica constantemente su estructura esquemática para responder a las complejas y cambiantes demandas del entorno. En otras palabras, en el orden sistémico hay una permanente oscilación entre los mecanismos de mantención y mecanismos de cambio, cuya dinámica da como resultado una mayor complejidad que facilita una adaptación más favorable de acuerdo a su coherencia.

En síntesis, esta clase de Sistemas Complejos, se encuentran y mantienen al borde de su equilibrio como consecuencia su operación en una intrincada red de intercambios de información, materia o energía con su entorno, y que, por ende, en ese acto de absorción y procesamiento del intercambio, reordena su propia estructura esquemática central en una progresión constante hacia la complejidad. Son conocidos también con el nombre de sistemas disipativos (Nicolás Prigogine), sinergéticos (Haken), autopoiéticos (Maturana y Varela), o autoorganizaciones en estado crítico (Bak), (en Pérez, 1995).

La aplicación de la noción de Sistema Complejo Adaptativo en equilibrio inestable de la física y la biología, al nivel de integración de la experiencia humana para comprender los fenómenos psíquicos, supone pensarlo como un Sistema de Conocimiento proactivo, ordenado a partir de procesos centrales, en términos de su organización y estructuras esquemáticas asociadas al mantenimiento y permanencia del sistema (mismidad[4]), y perturbado a través de procesos descentralizados (Ipseidad[5]), que permanecen en los márgenes de desequilibrio de la coherencia del sistema, presionando por una reorganización y cambio, de manera de poder ser incorporados al sistema. La dinámica entre estos dos niveles de mismidad e ipseidad, es la origen de los estados de equilibrio y desequilibrio del sistema, tanto biológicos, en términos de la homeostasis sistémica, como psíquicos, en términos de los procesos de significación acerca del contexto, el Sí Mismo y los demás, (Guidano, 1994, Pág. 93 y 101). 

Al respecto, que un Sistema de Conocimiento sea proactivo implica que su dinámica se dispone preferentemente para otorgar  categorías de significaciones coherentes con el sistema, a las experiencias de intercambio con el medio y que esta significación depende de estructuras abstractas cognitivas o de conocimiento previas, que operan sobre la realidad a partir de consonancias o disonancias entre ellas.  Esta forma de operar se conoce como “Teorías motoras de la mente”[6], en el sentido que, en la percepción y cognición humanas se destaca el papel activo e instrumental  que tienen las estructuras cognitivas del sujeto. Al respecto Mahoney señala “La mayoría de nuestra experiencia de cada momento está saturada de esta búsqueda de significado cargada de contraste. Lo irónico aquí es que buscamos el orden a través del contraste y aunque parece que nos sentimos atraídos por la coherencia y la invarianza, también aprendemos a partir de los límites y los contrastes de nuestras categorías experienciales” (Foucault, 1970; Hayek, 1952 y 1978, en Mahoney, 1988). Lo interesante es que, antes de que operen las estructuras abstractas de reconocimiento, existe un proceso de preconocimiento que permite distinguir la experiencia inmediata en curso y darle una presignificación. Por ejemplo, la presignificación de una experiencia en curso atribuida como desbordante en el nivel tácito, permite que haya un ordenamiento de la experiencia, que aún cuando ese procesamiento es el resultado de formas de conocimiento descentralizado, es una forma de procesamiento primitivo o preconceptual, probablemente de orden analógico y que se relaciona mucho más con escenas nucleares o prototípicas o guiones prototípicos, en el sentido de que conllevan un cierto isomorfismo categorial que presiona por una búsqueda de significación en estructuras de conocimiento centralizadas, permitiéndole el reconocimiento y su incorporación dentro de los márgenes de la coherencia sistémica. Lo que se observa aquí, a nivel preconceptual, es un tipo de reconocimiento emocional, de hemisferio derecho, que da inicio a un proceso de autorreferencialidad a partir de la perturbación constante de contenidos insuficientemente simbolizados que permanecen activos en la dinámica de la ipseidad. El conocimiento con que opera el sujeto es el  resultado de la dinámica entre el nivel de conocimiento central (explicito- mismidad) y el nivel descentralizado (tácito- ipseidad) Al respecto Guidano señala: “Con el advenimiento de la especialización hemisférica llegó a establecerse el control descentralizado por lo que la dominancia momento a momento del todo el sistema oscila continuamente entre estas dos dimensiones de conocimiento.” (Guidano, 1987, pág. 26) De esta manera, se puede concluir que probablemente la función del nivel de conocimiento tácito es perturbar al sistema para ponerlo en alerta e incorporar los nuevos contenidos mediante le provocación de un cambio que reorganice los márgenes de la dinámica del Sí Mismo. El conocimiento tácito tiene que ver con una suerte de delimitación de las posibilidades experienciales, lo cual es importante porque tendría que ver con los límites del sí mismo, al nivel de control descentralizado inclusive y también estaría relacionado con la memoria episódica que es el proceso cognitivo responsable de agrupar y acumular esta clase de contenidos.



Acerca del conocimiento: Dinámica de los Sistemas de Conocimiento

La evolución o desarrollo de un sistema vivo con una estructura y organización capaz de: (1) levantar una membrana en su medio ambiente que lo distingue como una unidad diferente de los demás y del ambiente[7] (sistema autopoiético), (2) producirse a sí mismo como resultado de su propia dinámica, mantenerse en un equilibrio inestable en el tiempo y, (3) como resultado de todo lo anterior, constituir una senda vital propia, está ligado a las condiciones apropiadas necesarias para (4) otorgar un significado autorreferencial a este proceso y generar una identidad y conciencia de sí mismo, que son los insumos de una nueva membrana virtual o de segundo nivel, cuya función es un complemento a la distinción del sistema como unidad, que le confiere la membrana primigenia. Ligado a los actos de la significación de este proceso, de distinción de doble nivel, está (5) el lenguaje que crea un espacio de intersección entre unidades sujetos que intercambian información y establecen consensualidades en busca de una comunidad intersubjetiva que les permita aumentar exponencialmente sus posibilidades de sobrevivencia. Al respecto, Varela (2000, Pág. 60), señala: “La diferencia entre medio ambiente y mundo es el excedente de significación que acosa al entendimiento de la vida y del conocimiento y, a la vez, está en la base de cómo un sí mismo alcanza su individualidad”.

Los sistemas de conocimiento humano son el resultado de la interacción entre el sujeto y la realidad. La categoría conceptual que nos remite a esta dinámica es el Sí Mismo[8], el cual es entendido, desde la perspectiva del Constructivismo Cognitivo, como un  sistema de conocimiento personal que provee al sujeto de un sentido de identidad coherente y permanente, a través de la dinámica de los procesos de continuidad y de cambio, en relación con el mundo. Su función principal consiste en la construcción y deconstrucción de la estructura y la organización de los procesos de conocimiento, a partir de demandas externas desbordantes, o bien de disfuncionalidades del propio sistema que requieren ser reordenadas para mantener la dinámica. Al hablar de dinámica se alude a lo señalado por Varela (2000, Pág. 109): “Un término dinámico referido a una conjunción de componentes interactuando en red capaz de desarrollar propiedades emergentes”.

En la dinámica de la evolución ontológica del Sí Mismo, se pueden distinguir procesos de nivel profundo, que están relacionados con la estructura del sistema, y procesos de nivel superficial, asociados a su operación. Una parte de esa dinámica se explica por el constante “equilibrio por oscilaciones” u “orden a través de las fluctuaciones”[9] del sistema y la otra parte corresponde a la retroalimentación permanente  entre los niveles superficial y profundo, lo que conlleva a una fluctuación entre los procesos de mantenimiento (mismidad) y los procesos de cambio (ipseidad), cuya actividad abre la perspectiva de la reorganización y complejización del sistema de conocimiento. Un sistema está compuesto por una estructura y su organización. (Dinámica de los sistemas de conocimiento humano)

Cuando se habla de la estructura de un sistema, se refiere a los elementos que lo componen y a su particular disposición espacio-temporal, que remite a una ordenación jerárquica entre las partes del sistema. Enfatiza la distribución de los elementos, su composición y aquella parte del sistema que cambia y se modifica de acuerdo a las circunstancias en que éste se encuentre sometido. En la misma línea argumental Capra, F. (1996), en su teoría acerca de los sistemas vivos, señala que estos, a nivel de la estructura, se componen por sustancia, materia y cantidad y, a nivel de la organización, están las categorías de forma, orden y cualidad; un tercer elemento sería el proceso que corresponde a lo que nosotros denominamos sistema en el sentido que vincula una organización y una estructura. En el particular caso del Sí Mismo, como objeto modelo teórico que pretende dar cuenta de la organización de lo subjetivo, su estructura está constituida por dos tipos de componentes: uno corresponde a los contenidos de la experiencia vital acumulados a lo largo de la historia evolutiva de un sujeto, donde se pueden encontrar elementos propios de su ontología, tales como escenas prototípicas cargadas de material mnémico procesado parcialmente y relatos recurrentes acerca de ellas, que pueden revelar más bien la operación de los mecanismos de control descentralizados, que el material del cual está compuesta la escena. Estos relatos anecdóticos y descriptivos suelen sintetizarse en categorías semánticas llamadas sentencias prototípicas, que son parte de la ideología de vida, que guían y predisponen los acontecimientos, su significado y una original forma de abordaje o de enfrentamiento. El llamado estilo personal, que en la cotidianeidad de la existencia permite distinguir y distinguirnos entre los sujetos, es el resultado de la ideología de vida en acción.

El segundo elemento que conforma la estructura del Si mismo se refiere a la disposición espacio-temporal de los componentes, que se explicita en las relaciones de relevancia, pregnancia y disponibilidad de los contenidos con potencial semántico-explicativo para la integración de la experiencia en curso. La dimensión temporal  está determinada por la historicidad de los contenidos agregados durante la progresión evolutiva ideográfica del sujeto. La regla de un ordenamiento posible de éstos, es que mientras más temprano en la experiencia de un sujeto, mayor alcance conceptual explicativo y, por ende, mayor nivel de generalización. Si a esto se suma el nivel de perturbación emocional que movilizó, probablemente se está asistiendo a la gestación de un Esquema Prototípico de gran relevancia en la conformación de un estilo personal particular. La dimensión espacial es el resultado del ordenamiento conceptual que se desprende del nivel de generalización semántica, de modo que aquellas estructuras de mayor alcance, tienen a su vez, mayor jerarquía y  relevancia en el momento de generar una explicación válida para el sistema, con lo que se pueden perpetuar como referentes de significación especializados. Ello tiene dos consecuencias, una positiva, y es que aporta a la economía del sistema reduciendo el costo de operación, y otra negativa, y es que tiende a rigidizar la operación en un solo sentido, con lo que descarta otras interpretaciones que pueden ser tan valederas como las tradicionales, y que además flexibilizarían el modo de funcionamiento. El resultado de este ordenamiento es lo que se denomina estratificación funcional heterárquica de los referentes conceptuales de los contenidos del Sí Mismo. Por heterarquía se entiende al ordenamiento descentralizado de los procesos de conocimiento y la competencia y coalición entre subsistemas interdependientes por la predominancia en el sistema. (Hayek, 1967,1978; Jantsch, 1980; Pattee, 1973; Waimer, 1981 a,b, citados en Mahoney, 1983, Pág. 41), que se construye a partir de la especialización que supone la demanda reiterada por significar los acontecimientos vitales en una particular dirección, presionada por las necesidades de mantención y  protección de la coherencia sistémica. Es en esta dinámica que ciertas categorías conceptuales adquieren la propiedad de ser referentes generalizados de significación para una amplia gama de situaciones, frente a las cuales el sujeto requiere una explicación consistente consigo mismo, pero que al mismo tiempo, restringen otras alternativas de elucidación para una situación particular de la  experiencia, que pudiera ser la oportunidad de ampliar los límites del Sí mismo en una dirección de mayor complejidad.

A estas categorías Piaget (1996, Pág. 39), las denomina estructuras cognoscitivas, a las que define como “sistema de conexiones que el individuo puede y debe utilizar y no se reduce a los contenidos de su pensamiento conciente, puesto que es aquello que impone algunas formas más que otras y esto según los niveles sucesivos del desarrollo intelectual, cuya fuente inconsciente se remonta hasta las coordinaciones nerviosas y orgánicas.”. Por otra parte, A. Beck les llama Esquemas Cognitivos Subyacentes o Creencias Centrales, (véase Beck; Rush; Shaw & Emery, 1983 y Beck, J., 2000), y les atribuyó el carácter de disfuncionales o negativas, porque sesgan la información de tal modo que se desajustan respecto de la realidad y la lógica del pensamiento, para confirmar apreciaciones distorsionadas de los hechos, desarrollando una suerte de especialización interpretativa o sesgo cognitivo,  que los hace rígidos y frecuentemente inapropiados para resolver una situación conflictiva o perturbadora, dando origen a síntomas o emociones turbulentas de carácter egodistónico o inexplicable para el sujeto, porque frecuentemente no logra establecer una relación de causalidad entre los esquemas disfuncionales y su sistema de significación. La propuesta psicoterapéutica básica del Cognitivismo Clásico es precisamente desarticular esta relación, que no responde a una lógica ni a una racionalidad de las circunstancias objetivas con las que se interpreta una situación, (análisis con énfasis en el Eje Sincrónico). Beck y Ellis proponen que un sujeto normal es aquel bien adaptado a sus circunstancias reales, que hace uso de una racionalidad impecable para resolver los dilemas cotidianos que le presenta la vida, y que los síntomas que lo pueden aquejar, no son otra cosa que las consecuencias evidentes de la aplicación de inferencias ilógicas, arbitrarias o irracionales acerca de la realidad. Una postura diferente, aunque no necesariamente excluyente, es la mirada constructivista que propone la operación de los sistemas de significación personales del sujeto, que hace posible el ordenamiento ontológico de la realidad, desde su particular viabilidad vital histórica (análisis con énfasis en el Eje diacrónico), por lo tanto, además de considerar la perspectiva de la lógica y la racionalidad clásica, las evalúa con una mirada diacrónica ontológica, que la hace más compleja e integral. Es así como por ejemplo los síntomas adquieren un valor de referencia inevitable acerca de los sistemas de conocimiento del sujeto y se incorporan en propiedad al proceso terapéutico. Guidano (1994, Pág. 88), se refiere a ellos señalando: “Por esta razón, los “síntomas” que puede presentar un sistema individual en cualquier etapa de su ciclo vital deben considerarse como procesos de conocimiento plenamente desplegados, que sacan a la luz intentos frustrados de cambio cuyo origen se retrotrae a un nivel pobre o inviable de toma de conciencia, que impide una asimilación congruente de la experiencia personal producida hasta entonces”. Para que ello sea posible, deben concurrir una serie de fenómenos progresivos y de complejidad creciente: respuesta constante a las demandas del medio, permanente capacidad de incorporar al interior del sistema nuevos contenidos, progresión jerárquica de estructuras de conocimiento ortogenéticas y operatividad del sistema que le hagan posible responder a diversas y novedosas demandas del medio, y en su misma medida, elaborar múltiples y novedosas estrategias que le permitan mantener la coherencia del sistema, frente a las cuales reacciona según los mecanismos de acomodación y asimilación descritos por Piaget (1996). El efecto de la operación de estos fenómenos es la conformación del sí mismo que experimenta y explica la praxis vital.

En síntesis, la dinámica de los Sistemas de Conocimiento Humano se expresa en dos polaridades antitéticas principales:

(a)          el desplazamiento en el eje sistema profundo – sistema superficial en el funcionamiento del conocimiento humano. Ambos niveles interdependientes se realimentan mutuamente en una constante actividad entre reconocimiento, discrepancia, consonancia y cambio, a partir de las posibilidades operativas básicas que provee el sistema nervioso delimitado por su propio determinismo estructural. El sistema profundo consiste en una serie de elementos estructurales del conocimiento, constituidos por componentes simbólicos, procesadores de conocimiento, tales como: esquemas cognitivos y emocionales prototípicos, imágenes, escenas y categorías ideológicas idiosincrásicas que proveen una explicación constante de los acontecimientos de la praxis vital del sujeto. La organización de este sistema profundo, remite a las disposiciones témporo-espaciales, de dominancia y relevancia, que se expresan en un funcionamiento jerárquico / heterárquico, que está relacionado con la preeminencia de significación de unos esquemas respecto de otros, a la hora de producir explicaciones acerca de la experiencia en curso. La función principal del sistema de conocimiento profundo, es la de proveer de mecanismos o esquemas de entendimiento a través de incorporar nuevos contenidos de información, relevantes a las polaridades antitéticas de las dimensiones operativas, de modo de incidir en las categorías de significación de la experiencia en que estas se desplazan. En otras palabras, su influencia se remite a crear y alimentar categorías de significación, sin actuar directamente sobre la dinámica de la operatividad superficial. Esta función de realimentación del sistema profundo al superficial, da cuenta del vínculo estrecho entre ambos, y permite entender su interdependencia.

El sistema de conocimiento superficial tiene que ver con las reacciones y operaciones del sujeto, tanto internas como externas, a partir de las perturbaciones a las cuales está sometido, por las circunstancias del mundo y medio ambiente en que se encuentra inmerso. La conciencia acerca de esta interacción proviene de las turbulencias emocionales (experiencia en curso) y de las explicaciones con las que provee de significación a esas experiencias. Esta conciencia es una de las características operativas asociadas a la subjetividad y a la identidad del individuo. Esto es posible mediante la actividad de categorías conceptuales de significación de la experiencia, llamadas dimensiones operativas y que son, en parte, un reflejo de los sistemas de funcionamiento profundos, pero que operan a nivel de la interacción del sujeto con el medio, a partir de las discrepancias o consonancias que produzcan en el sistema de conocimiento. Las categorías básicas de los ejes antitéticos de las dimensiones operativas son: abstracción / concreción; flexibilidad / rigidez; inclusión / exclusión; proactividad / reactividad; y exposición / evitación. La dinámica de estas dimensiones se relaciona con la generatividad personal e interpersonal, y finalmente con una progresión en los niveles de complejidad de los sistemas de conocimiento.

(b) El segundo componente polar de los sistemas de conocimiento es el efecto del nivel de organización del sistema, y se refiere a la recurrente fluctuación entre procesos de continuidad, asociados al reconocimiento proactivo del conocimiento, por lo tanto son parte del proceso constructivo de estructuras y contenidos del sí mismo; y los procesos de cambio, relacionados con los contenidos discrepantes del conocimiento, frente a los cuales el sistema no cuenta con las posibilidades estructurales de reconocerlos, dada la carencia de categorías de significación, pero que, sin embargo, ejercen una presión por incorporarse al sistema, y que van a formar parte de su desequilibrio para dar pie a los procesos deconstructivos[10] del sistema de conocimiento, puesto que se incluyen y dinamizan en los márgenes del sistema de reconocimiento, presionando persistentemente por un cambio.

Esta dinámica superficial / profunda y  construcción / deconstrucción, es el núcleo central del funcionamiento humano y la responsable de conferirle los niveles de complejidad creciente a la operación del sujeto en interacción con un medio también complejo y cambiante.

Teoría Clínica Constructivista Cognitiva

Las bases metateóricas previamente reseñadas, nos permiten fundamentar, desde un punto de vista paradigmático, el objeto y método de estudio para una Teoría Clínica basada en el Constructivismo Cognitivo, que permita  definir las operaciones técnicas necesarias para la formulación de un procedimiento psicoterapéutico. En lo que sigue, se justifica principalmente el sentido que tiene la metateoría para la psicoterapia, las técnicas y el procedimiento psicoterapéutico propiamente tal.

El lugar de la teoría, en la clínica psicológica, es proponer un marco conceptual que ordena, regula y da origen a consensualidades posibles, acerca de la experiencia en curso de las diversas subjetividades, que interactúan entre sí y con su entorno. Esta regulación no es otra cosa que los acuerdos posibles de instituir para lograr el entendimiento entre sujetos productores de saber, en el entendido que la acumulación de conocimiento, es el resultado ineludible de la organización de las perturbaciones a que el entorno somete al sujeto en un determinado momento, en interacción con los demás. Vittorio Guidano (1994, Pág. 16), teórico y psicoterapeuta post-racionalista, señala: “... el orden y la regularidad propios de nuestro trato habitual con las cosas y con nosotros mismos, no son dados de forma externa y objetiva, sino que son un producto de nuestra continua interacción con nosotros mismos y con el mundo”.

A su vez, desde una perspectiva positivista, Ferrater Mora (1999), plantea que: una “teoría designa una construcción intelectual que aparece como resultado del trabajo filosófico, científico o de ambos... la teoría es una descripción de la realidad, la cual puede ser descripción de percepciones o descripción de datos de los sentidos,... además puede ser entendida como una verdadera explicación de los hechos”. Para el ámbito de la clínica, la teoría acerca de los fenómenos relevantes involucrados en la psicoterapia, tiene siempre el carácter de propositivos, dado que el ejercicio de la ésta se ejerce un la dinámica interactiva emergente entre paciente, terapeuta y las circunstancias de ambos.

Esta perspectiva hace que se entienda a la teoría como un objeto modelo en constante reformulación. El método y el objeto de estudio de la teoría clínica, actúan recíprocamente en la construcción del conocimiento, influyéndose mutuamente de modo de estar presionando constantemente las matrices conceptuales prevalentes o de mayor alcance técnico y clínico. El dinamismo producto de esta relación permanente entre teoría y aspectos aplicados, es el responsable de la particular evolución del modelo cognitivo, cuya característica central es la inclusión de aportes de distintas vertientes teóricas, una propuesta del funcionamiento humano en base a la dinámica cognición – emoción y el esfuerzo por producir conocimiento viable y válido a través de una metodología científica amplia y rigurosa.

Una matriz metateórica como referente para una teoría clínica, en primer lugar debiera delimitar los niveles posibles de explicación o interpretación de los sucesos y fenómenos que se presentan en la clínica. Ello permite que el terapeuta genere aquellas proposiciones conceptuales o interpretaciones alternativas a los esquemas o significaciones disfuncionales del paciente, y que muy probablemente sean el origen de su sintomatología.

En otra palabras, la metateoría es un objeto modelo permite que el análisis de los contenidos cognitivos y de la experiencia del paciente en el acto terapéutico,  se maneje dentro de las exigencias que plantea dinámica de las Dimensiones Operativas[11], como referentes categoriales. Esta  condición está profundamente asociada con el logro de la empatía, tal cual es definida por el modelo cognitivo, o sea aquella condición técnica que permite la comprensión profunda e íntima del paciente y sus circunstancias, a partir de actos preferentemente simbólicos, más que desplegada en una conducta concreta, como suele entenderse en otros modelos psicoterapéuticos. Esta condición, se refleja en las exigencias que plantea el Encuadre Cognitivo[12], en términos de la Intención de Abstención, -o sea la habilidad del terapeuta para desentenderse de los propios contenidos personales en el contexto terapéutico-, y neutralidad terapéutica, -vale decir, la habilidad terapéutica para contener, sin reaccionar consecuentemente, toda clase de transferencias por parte del paciente-; actitudes que también contribuyen al fortalecimiento de la empatía dado que favorecen la intención, no siempre lograda, de ponerse en el marco de referencia del otro, para que los contenidos que discurran en la psicoterapia pertenezcan principalmente al mundo personal del paciente.

El conjunto de todas estas consideraciones, crea las condiciones para que el terapeuta esté a disposición del otro como sujeto total para un acto comprensivo complejo, de alta demanda empática, que involucra sostener al paciente, proporcionando el propio “aparato psíquico”, como apoyo de referencia alternativo frente a la irresoluta  perplejidad y discrepancia con que padece su sintomatología. 

En un segundo término, la metateoría tiene que ver con los aspectos aplicados de la práctica clínica, permitiendo que el uso de las técnicas y metodologías psicoterapéuticas se flexibilice y ajuste de acuerdo a las necesidades particulares de cada paciente y su respectiva sintomatología. Esto se aprecia con claridad cuando se hace uso de las técnicas operativas, las que se caracterizan por exigir una metodología y estructuración rigurosas en las indicaciones y procedimientos para su uso, pero que al momento de aplicarlas, requieren de los ajustes y modulaciones necesarios para cada caso particular, de modo crear los condiciones apropiadas para que el cambio se ajuste a cada persona. La sabiduría con que el terapeuta reacciona a las demandas particulares de cada sujeto, proviene en parte del conocimiento que éste tiene del paciente y sus circunstancias, pero también es el resultado de los dispositivos cognitivos metateóricos que dispone y que le facilitan una perspectiva comprensiva global, que incluye los múltiples aspectos de la dinámica del paciente. Esta mirada global, es una competencia técnicamente orientada que permite al terapeuta desplazarse entre el relato y la interpretación de los acontecimientos, proviene precisamente del marco conceptual metateórico.

Otro aspecto aplicado, en que es relevante la consideración de la metateoría, es el referido a las Intervenciones Terapéuticas Estratégicas[13], dado que los contenidos que guían la dirección, oportunidad y el nivel de profundidad de la intervención, están establecidos por la metateoría como marco conceptual general, la teoría clínica que provee la oportunidad y, el material de la experiencia vital del paciente y del terapeuta, que en recíproca interacción, son parte de la alianza terapéutica.

Con todas estas condiciones se asegura que la dinámica de la psicoterapia discurra en un equilibrio productivo entre los elementos conceptuales propios del modelo de funcionamiento humano y los contenidos  experienciales de cada caso. Dicho de otro modo, entre la experiencia que discurre y su explicación, fuente inagotable de significados posibles. Es esta amplia gama de explicaciones, la que está a la base de la justificación de la psicoterapia como proceso, permitiendo que el paciente se acerque a sus interpretaciones, su relevancia, y el contraste con invariantes funcionales generales de los modos de ser, característicos de un tipo de organización personal, representados por el terapeuta en la psicoterapia. Durante la práctica clínica, este fenómeno se revela en parte a través de la persistente demanda del paciente por reconocerse en alguna categoría psicopatológica, que le de luz acerca de si mismo y lo ordene; rótulo que algunos exhiben con dignidad y hasta orgullo.

Finalmente, la perspectiva metateórica de una teoría clínica, provee de un marco de referencia general que permite crear las condiciones para el diálogo y la discusión con otros modelos teóricos clínicos, los que en su campo teórico particular, y en la práctica terapéutica habitual, pueden mostrarse diversos e incluso contradictorios, pero que, a nivel de una conceptualización metateórica más amplia, surgen reveladoras concordancias y confluencias en torno a principios básicos tales como: condiciones para el cambio terapéutico, variables inespecíficas de la psicoterapia de demostrada relevancia en la clínica, o la necesidad de crear nuevas metodologías de investigación que permitan estudiar en profundidad los diferentes modos de ejercer la psicoterapia.

A la luz de las consideraciones anteriores, se puede concluir que una metateoría que especifique, y al mismo tiempo amplíe, los alcances conceptuales y aplicados de  la teoría clínica es indispensable para el progreso y desarrollo de un modelo psicoterapéutico, cuya pretensión es abordar la  totalidad de la complejidad humana y sus disfuncionalidades.

Las funciones que cumple la metateoría en relación con la Psicología Clínica, son principalmente las que se señalan a continuación:

- Entender, desde la perspectiva de un paradigma personal, la construcción ontológica particular del paciente permitiéndole distinguir, en el interjuego de dos perspectivas experienciales diferentes, consensualidades comprensivas de los contenidos fenoménicos, desplegados principalmente por quien consulta. En este sentido, el paciente se convierte en el objeto del acto de conocer del terapeuta, que da origen a un tipo de conocimiento llamado empático, porque surge de la pretensión de vivenciarlo desde el marco de referencia del otro, (digo “pretensión” porque es sólo una intención, puesto que ponerse en el real  marco de referencia del otro, es una imposibilidad experiencial), con que muchos terapeutas se encantan creyendo conseguirlo, y lo único que consiguen es otro iatrogénico episodio de reificación. En esa dinámica, se hace posible entender esta propiedad de los sistemas complejos adaptativos, de interactuar a través de un sistema simbólico, en este caso el lenguaje, en búsqueda de la consensualidad de los fenómenos ontológicos del fluir vital.

- Otra función de la metateoría en la psicología clínica, es la consideración permanente de que la psicoterapia es un encuentro entre dos ontologías que interactúan, y en este acto, recuperar o tener presente las tonalidades emotivas de sorpresa y curiosidad frente a los acontecimientos del otro. Esto permite que el terapeuta funcione ingenua y espontáneamente ante el paciente, evitando dejarse llevar por esquemas preconcebidos, categorías nosológicas o rutinas ritualizadas o prefijadas de atención clínica.

- Por otra parte, permite hacer los ajustes necesarios de la teoría clínica, y especialmente de sus aspectos aplicados, a las demandas y condiciones particulares de la praxis vital de cada sujeto. Es en este punto donde las dimensiones operativas, propuestas más adelante en la teoría clínica (2.9.3), se hacen relevantes en el funcionamiento mental del terapeuta.

La metateoría entonces, permite al psicólogo clínico una visión general y genérica del fenómeno de lo humano, desde una perspectiva evolutiva filogenética, y especialmente ontogenética, relacionándose así entonces, con lo que hemos llamado un  conocimiento empático, fruto de la  interacción entre praxis vitales comparables a nivel individual, interpersonal, social y cultural. Se constituye entonces, en el lugar desde donde el terapeuta actúa como un otro comprensivo, para entender desde esa misma perspectiva, la dinámica disfuncional por la cual el paciente deposita su confianza en el profesional. No se debe olvidar que el valor práctico de una propuesta metateórica para la clínica psicológica se expresa en que, por una parte, delimita conceptos como realidad, sujeto y conocimiento, pero por otra, tal como lo señala Niemeyer “informan y orientan tanto la práctica como la investigación clínica” (Niemeyer, en Mahoney, 1998, Pág. 197).

La relación específica entre una metateoría cognitiva y la teoría clínica cognitiva está sustentada por la propia concepción del terapeuta de la psicología clínica como un conjunto de efectos de sentido sistemáticos, organizados, que facilitan la descripción, explicación y predicción de los fenómenos clínicos, a través de la construcción de objetos modelos teóricos propios, que se constituyen en dispositivos cognitivos del terapeuta, para facilitar la reorganización de la experiencia del sujeto, paciente de un procedimiento psicoterapéutico.

El origen de los dispositivos cognitivos del terapeuta y del paciente, es la propia ontogenia, entendida como la interacción entre lo constitucional y la experiencia vital de un sujeto que, sometido al devenir de sus propias circunstancias, va construyendo progresivamente una identidad que le proporciona su sentido de unidad, coherencia y continuidad. Dichos dispositivos están conformados por al menos dos tipos de contenidos:

a) En primer lugar los componentes idiosincrásicos, producto del ordenamiento histórico personal de cada individuo, en el que los acontecimientos de su entorno y las interacciones sociales, van dejando un sesgo interpretativo, que puede expresarse mediante un conjunto de patrones de pensamientos y creencias personales que otorgan la significación habitual a la experiencia, y que comandan su funcionamiento ajustado o desajustado a las demandas tanto internas como de su entorno (Modelos Cognitivos Ideosincráticos). Es este el material, que mediante la aplicación de principios lógicos y procedimientos racionales, va a constituirse en objetivo de trabajo predilecto del enfoque clínico Cognitivo-Conductual o Cognitivo tradicional, según nuestra clasificación de la historia del modelo y cuyos representantes más conspicuos son Aarón Beck y Albert Ellis. En este sentido, los esquemas cognitivos subyacentes, las creencias centrales y los pensamientos automáticos, son conceptos que caracterizan la teoría y delimitan la manera como este modelo aborda los problemas que presentan los pacientes. Este importante componente de los dispositivos cognitivos permite proponer la compleja componenda que existe entre los contenidos personales y los contenidos formales del conocimiento, en una especie de enmarañamiento muy difícil de solucionar para un observador, supuestamente objetivo y con la pretensión de emplear la lógica tradicional para resolverlo.

b) Otro componente de los dispositivos cognitivos del terapeuta, corresponde a los contenidos teóricos formales, cuyo origen y mantención son fruto del conocimiento formal, incorporado a través de un aprendizaje sistemático de un grupo de teorías o modelos teóricos, que van a revelar la adscripción de un sujeto a una determinada línea del pensamiento, (Modelos Cognitivos Formales). En el contexto de la psicología clínica, la variedad de modelos teóricos es muy abundante, destacándose entre ellos los más tradicionales como el Psicoanálisis y el Conductismo, y cuyos orígenes de remontan a los comienzos del siglo veinte. La adscripción a alguno de ellos, conlleva consecuentemente una identidad profesional característica del modelo, el cual va a ser entendido por la comunidad de psicólogos, como fundamentado en el encuadre de la teoría que representan.

Si se consideran ambos componentes de los dispositivos cognitivos de los terapeutas, es posible concluir entonces, que su sesgo y su identidad clínica se desprenden de esta particular manera de relacionarse con la realidad y se expresa en una forma específica desplegada en su quehacer profesional cotidiano.

El entender la psicología clínica, como la descripción y explicación de los fenómenos clínicos a partir de objetos modelos teóricos, que permiten articular y rearticular la dinámica psicológica de un sujeto, provee las condiciones necesarias para que el terapeuta intervenga con sus dispositivos cognitivos y habilidades terapéuticas pertinentes, facilitadores para las condiciones del cambio.

 En el mismo sentido, Lazarus (2000, Pág. 48), representante del momento Conductista Cognitivo, aspira a generar un modelo psicoterapéutico integrativo, cuya epistemología de base es positivista, señalando: “Quizás la función propia de una teoría es tratar de extraer un sentido objetivo de diferentes observaciones y aseveraciones. En psicoterapia, una teoría  pretende responder a las preguntas por qué y cómo surgen ciertos procesos, se mantienen, pueden ser modificados o se extinguen, y a establecer predicciones a partir de las respuestas. Desde una perspectiva científica, son ideas aceptables aquellas que puedan ser demostradas empíricamente”.

Del mismo modo, Safran, representando al momento interpersonal de la evolución del modelo Cognitivo, entiende la psicología clínica como una teoría “cuya finalidad es clarificar los mecanismos a través de los cuales operan determinadas intervenciones específicas” (Safran & Segal, 1994, Pág. 23); este autor destaca la necesidad de dilucidar estos mecanismos subyacentes que están relacionados con el cambio terapéutico, distinguiendo entre lo que son las intervenciones terapéuticas y los mecanismos por los cuales opera. En otras palabras, coincidiendo con el presente planteamiento, el terapeuta dotado de la teoría, las técnicas y las habilidades pertinentes, estará en condiciones de aplicar las diferentes estrategias concordantes y ajustarlas a las demandas específicas de un paciente en cuestión.

La psicología clínica, como propuesta conceptual, implica tres áreas aplicadas que constituyen subespecialidades dentro de su formación. En primer lugar, la evaluación y diagnóstico de los procesos psíquicos normales del funcionamiento humano, tales como: personalidad, inteligencia, conciencia, relaciones interpersonales, etc., a través de distintos medios como pruebas psicológicas, entrevistas clínicas y dinámicas de grupo. En segundo término, el diagnóstico clínico psicológico, referido a la evaluación del estado y los procesos psíquicos patológicos de un sujeto que padece una determinada sintomatología. En esta área converge la psicología y la psiquiatría en relación con la creación de las diversas clasificaciones de la psicología anormal y la psicopatología psiquiátrica; ejemplo de éstos son los manuales de clasificación de los desórdenes, entre ellos el CIE-10 y el DSM-IV. Finalmente, dentro de la psicología clínica se encuentra la especialidad de la psicoterapia, que corresponde a un conjunto de procedimientos técnicos, basados en teorías científicas relevantes acerca del funcionamiento humano para el tratamiento de los desórdenes psicológicos asociados a las diversas patologías.
 
La clínica es una de las especialidades más tradicionales de la psicología, de hecho, el sentido común a menudo suele identificarla con la única forma de ejercer la profesión como psicólogo. Sus orígenes se remontan al siglo XVII, cuando Pinel retira las cadenas que retenían a los enfermos mentales internos y crea el tratamiento moral en los asilos, o sea la psicología clínica aparece, cuando fue necesario que un acto no represivo, sino mas bien comprensivo, se hiciera cargo del tratamiento de los padecimientos psíquicos; hecho que hizo necesario el desarrollo de nuevas metodologías para entenderlos y enfrentarlos. Sin lugar a dudas, este es el contexto histórico-conceptual apropiado que señala el origen de la psicología clínica como ciencia y como tecnología de tratamiento psicológico, puesto que a partir de ese entonces los psicólogos protoclínicos hubieron de dedicar sus mejores esfuerzos para descubrir los mecanismos de la normalidad, la psicopatología y de las condiciones necesarias para el cambio psicoterapéutico efectivo, cuestiones en que aún hoy no existe consenso. En 1895 cuando Breuer y Freud definen la relación terapéutica sustentada en la transferencia, o dicho en términos más generales, un fenómeno de índole interpersonal que transita entre un paciente y su terapeuta y que puede entenderse enteramente desde esa perspectiva, integrando la humanidad de los pacientes, y al mismo tiempo, la comprensión de los fenómenos psicopatológicos que los aquejan. Es recién en el año 1896, cuando Witmer funda la primera clínica psicológica, en la Universidad de Pennsylvania, donde recomienda el “tratamiento pedagógico” para pacientes psicológicos.

Como se ha señalado, tradicionalmente se ha entendido la psicoterapia como uno de los aspectos aplicados de la psicología clínica, junto al psicodiagnóstico y a la evaluación clínica. Las definiciones de este campo son múltiples y no se pretende abordarlas en este apartado. Sin embargo, a modo de ilustración,  se menciona:

1.-   Witmer en 1912, quien en 1896 estableció la primera Clínica Psicológica en la Universidad de Pensilvania, y que en 1907 fue el fundador, editor y contribuyó con artículos en la primera revista “Psychological Clinics”, donde se utiliza por primera vez el término de Psicología Clínica, que la caracteriza como: “En cuanto a los métodos de la psicología clínica, intervienen siempre que se determina como funciona la mente de un individuo, mediante la observación y la  experimentación, así como cuando se aplica un tratamiento pedagógico para lograr un cambio, es decir, el desarrollo de dicha mente.”

2.-   La American Psychological Association la describe como: “La psicología clínica es una forma de psicología aplicada que pretende determinar las capacidades y características de la conducta de un individuo recurriendo a métodos de medición, análisis y observación, y que, con base a una integración de estos resultados con los obtenidos a través del examen físico y de las historias sociales, ofrece sugerencias para la adecuada adaptación del individuo”. 

Para el Constructivismo Cognitivo, la psicología clínica designa aquellas propuestas conceptuales que se desprenden del  marco referencial que proporciona la Metateoría Constructivista Cognitiva, que delimitan un campo específico de conocimiento y su respectiva metodología de estudio, permitiendo abordar los aspectos teóricos y aplicados de la psicología clínica, la evaluación, diagnóstico y los procedimientos psicoterapéuticos en el contexto de dicho modelo.

En el caso particular de la psicoterapia, delimita los aspectos referidos a:   (1) La teoría, definición y práctica de la psicoterapia. (2) Los  componentes de la dinámica psicoterapéutica: terapeuta, relación terapéutica, paciente y emergente interpersonal. (3) Genera una propuesta acerca de los mecanismos involucrados en el cambio psicoterapéutico, tanto a nivel de la estructura superficial (Foco sintomático), como de la estructura profunda, (Foco esquemático)(4). La definición y especificación de procedimientos psicoterapéuticos en términos de Técnicas Procedurales[14] y Operativas[15], Intervenciones Terapéuticas Estratégicas y Herramientas[16] de Cambio. (5) La justificación de un Contexto (setting) y Encuadre Psicoterapéutico, (Yáñez, 1999) (6). Finalmente la elaboración de un marco de referencia  Psicopatológico, que involucra los procesos normales (recursos sanos) y anormales (sintomatología) del funcionamiento psicológico, el proceso evolutivo del trastorno psíquico y su agrupamiento en torno a determinadas Sintomatologías y Dimensiones Operativas, desde la perspectiva  de una nosología Constructivista Cognitiva Generativa.

El ejercicio de la Psicología Clínica supone la permanente consideración de los niveles metateóricos, paradigmático, clínico y psicoterapéutico señalados, en el contexto de una formación profesional rigurosa y detallada, orientada al desarrollo de competencias clínicas, que permitan la creación de las condiciones de cambio suficientes y necesarias para el alivio de los padecimientos diversos que aquejan a quienes acuden a psicoterapia.









BIBLIOGRAFÍA

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20)      Varela, F. (2000). El fenómeno de la vida. Chile, Dolmen Ediciones.
21)      Yáñez, J., Centro de Psicología Aplicada, CAPs, (1999). Memorias de las primeras jornadas clínicas del CAPs. Santiago, Chile, Ediciones Lom.
22)      Yáñez, J., Gaete, P.; Harcha, T.; Kühne, W.; Leiva, V. y Vergara, P. (2001). Artículo: Hacia una metateoría constructivista cognitiva. Revista de Psicología, Universidad de Chile, Vol. X, Nº1.
23)      Yáñez, J. (2005). Constructivismo Cognitivo: Bases Conceptuales para una Psicoterapia Breve Basada en la Evidencia. Tesis Doctoral, Universidad de Chile.


[1]El observador que sigue este camino explicativo, se da cuenta que él o ella vive en el Multiverso, esto es, en muchos distintos, igualmente legítimos, pero no igualmente deseables realidades explicativas, y que en este, un desacuerdo explicativo, es una invitación a una reflexión responsable en coexistencia, y no una negación irresponsable del otro”. Maturana (1997, Pág. 26)
[2] INTERSUBJETIVIDAD: Conjunto de contenidos fenoménicos o experienciales, que se intercambian entre sujetos que mantienen una relación, con la intención de producir significados recíprocos. Se sostiene en el lenguaje y en el intercambio de diversos simbolismos comunicacionales.

[3] Sistema Complejo Adaptativo. Sistema compuesto por un conjunto de partes (estructura) interconectadas (organización) que como resultado de su propia operación (dinámica sistémica), mantiene una permanente relación de equilibrio inestable con su entorno. Se define por una serie de  Propiedades Emergentes de su operación: (a) El todo es más que la suma de las partes (concepción holística); (b) Su comportamiento impredecible (relatividad predictiva); (c) Progresión histórica hacia la complejidad (complejidad emergente); (d) Son sistemas fuera del equilibrio, requieren adicionar materia y energía para su funcionamiento (sistema disipativo); (e) Dinámica interna de realimentaciones positivas y negativas, regidas por ecuaciones no-lineales  entre componentes (organización no lineal), en búsqueda del equilibrio entre mantención y cambio (autoorganización); (f) Capacidad de reaccionar a estímulos externos respondiendo así ante cualquier situación que amenace su estabilidad como sistema (sistema adaptativo). (Yáñez, 2006).

[4] Mismidad: sistema de conocimiento centralizado que provee un sentido concordante de uno mismo a través de un sentimiento de continuidad y unicidad personal. Vinculado a los procesos de mantenimiento y de predominio simbólico en cuanto a esquemas cognitivos y emocionales.
[5] Ipseidad: sistema de conocimiento descentralizado que provee un sentido discrepante de uno mismo a partir de experiencias desbordantes que deben ser explicadas para ser asimiladas a los procesos centralizados de conocimiento. Asociadas con procesos de cambio y de predominio de contenidos emocionales expresados en activaciones emocionales recurrentes.

[6] Teorías Motoras de la Mente: Se incluyen como autores representativos de estas teorías motoras a Guidano (en este mismo volumen); Hayek (1952b); Shaw y Bransford (1977); Turvey (1974), y Weimer (1977). (en Mahoney & Freeman, 1988).
[7] “La característica más peculiar de un sistema autopoiético es que se levanta por sus propios cordones, y se constituye como distinto del medio circundante por medio de su propia dinámica, de tal manera que ambas cosas son inseparables”. (Maturana y Varela, 1998).
[8] Sí Mismo: sistema de conocimiento invariante básico que otorga un sentido constante, personal y único. Surge de la tensión esencial entre la experiencia en curso (YO)  y la explicación de esta (MI).
[9] Orden a través de fluctuaciones se refiere al equilibrio dinámico que surge a partir de los desequilibrios en la interacción con el ambiente y que son asimilados por el sistema, lo que le permite desarrollar patrones más complejos e integrados de organización. “cada vez que una fluctuación se amplifica en la medida que sobrepasa el rango existente de estabilidad, el desequilibrio emergente lleva al sistema en la dirección de reestructurar sus procesos de ordenación auto referenciales” (Guidano, Complejidad del Sí Mismo, Pág. 17).
[10] Deconstrucción: Propuesta de Jacques Derrida (1989, Pág. 15), desautorización teórica y prácticamente de los axiomas hermenéuticos usuales de la identidad totalizable de la obra y de la simplicidad o individualidad de la firma. La deconstrucción va acompañada de, o se haya entrecruzada con, la recomposición, el desplazamiento, la disociación de significantes como interrupción de síntesis, de todo deseo de una separación… A toda deconstrucción le sigue una construcción que deberá ser deconstruida y así sucesivamente.

[11] Dimensiones Operativas: polaridades antitéticas que expresan el funcionamiento operativo del proceso de mismidad de un sujeto, como respuesta a las presiones del medio. Consisten en opciones preferentes de desplazamiento entre dos extremos polares de modos de funcionamiento proactivo, que permiten resolver las demandas de cambio o mantenimiento de la coherencia del sistema. (Abstracción-Concreción; Exposición-evitación; Inclusión-Exclusión; Etc.)
[12] Encuadre Psicoterapéutico Constructivista Cognitivo. Reglas interpersonales que regulan la relación terapéutica y cuya función es la de proveer un contexto relacional estable, seguro y proyectado en un tiempo suficiente que permita alcanzar las metas psicoterapéuticas.
[13] Intervenciones Terapéuticas Estratégicas son acciones del terapeuta equivalentes a la noción de actos de habla, propuesta por la lingüística pragmática, cuya función es mantener el dinamismo de la actividad productiva del paciente, en términos de experiencia dentro de la sesión y relatos externos a ella, para crear constantemente las condiciones necesarias para el cambio psicoterapéutico.

[14] Técnicas Procedurales son aquellas estrategias psicoterapéuticas que provienen de la metateoría y teoría clínica del modelo Constructivista Cognitivo y que le dan el carácter propio al estilo de psicoterapia que representa. Una característica central de estas técnicas consiste en ser un proceso metódico de deconstrucción y reorganización de la experiencia del paciente, y de las explicaciones mediante las cuales atribuye un significado coherente desde su propio sentido de identidad. (Yáñez, 2005).

[15] Técnicas Operativas son procedimientos validados experimental y clínicamente, que se desprenden de teorías y cuya función es abordar un objetivo terapéutico específico, frecuentemente asociado a la sintomatología que presentan los pacientes. (Yáñez, 2005).

[16] Herramientas Psicoterapéuticas se refiere a aquellos procedimientos ajenos a la psicoterapia pero que pueden incluirse o integrarse para que coayuden, facilitando las condiciones para el cambio, (por ejemplo: farmacoterapia). (Yáñez, 2005).