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martes, 18 de octubre de 2011

JÓVENES, TECNOLOGÍA, PARTICIPACIÓN Y CONSUMO


JÓVENES, TECNOLOGÍA, PARTICIPACIÓN Y CONSUMO


Sergio Alejandro Balardini
Proyecto Juventud


El presente trabajo desarrolla cuestiones relativas a las formas de constitución de lo juvenil, abarcando, por una parte, una lectura diacrónica que permita dar sentido a las diferencias entre generaciones y, por otra parte, sincrónica, desenmascarando las lógicas productiva y cultural contemporáneas, tan estrechamente vinculadas a las formas de ser adolescente hoy, prestando especial atención a los atributos novedosos de los sujetos a los que refiere y a los principales desafíos que se presentan para el análisis.

Un poco de historia. De dónde venimos y hacia dónde vamos.

El surgimiento del sujeto juventud, en tanto sector de población con características propias, es resultado del desarrollo de las fuerzas productivas en Occidente, consecuencia de la necesidad de la sociedad burguesa emergente de preparar a los individuos para su integración efectiva a la vida productiva y social de una sociedad con características distintivas de la feudal.

En efecto, en el período previo a la aparición social de la juventud, la familia constituía una unidad global de producción y reproducción. De seres humanos, fuerza de trabajo, de bienes y del saber acerca de ellos. “La división del trabajo, con base en la edad y el sexo, tendía cubrir las necesidades que se generaban alrededor del núcleo familiar. Los nuevos sujetos se integraban a la comunidad, asumiendo las tareas asignadas a la unidad doméstica, donde la relación que se establecía entre las generaciones se caracterizaba por la subordinación hacia el padre, única imagen de adultez.”[1] 

En una perspectiva histórica, y guiándonos a través de la investigación de Philippe Aries,  “la juventud es el período destinado a la  educación para la vida activa, y en la sociedad moderna la educación es la base del desarrollo. ... El foco debe estar en la nueva relación histórica entre individuo y sociedad, que se desarrolló en el siglo XVIII en la era pre-industrial y , más tarde, en la sociedad industrializada. ... La juventud fue la respuesta al desarrollo productivo de la sociedad burguesa. El individuo burgués tuvo que desarrollar sus potencialidades individuales para encarar la vida productiva y política y para administrar sus propios intereses en esta vida. La juventud se desarrolló en el sistema escolar, que se volvió el principal agente del `desarrollo de las potencialidades individuales’. ... La vida escolar es el contexto básico o crucial de la juventud”.[2] Así vemos que, además, esta inscripta en una relación de poder.

Según Ariés, “la construcción social de la juventud requería la aparición de otros conceptos: la familia o el espacio familiar y la infancia, verificables recién a partir del siglo XVII y solo en el seno de las clases altas durante su etapa inicial. Junto a la infancia, aparecerá una institución: la escuela. Infancia, familia y escuela permanecerán firmemente relacionadas.” La familia, “conformará un nuevo sistema de relaciones sociales que aparece casi como respuesta a la pérdida de la posesión de la tierra. Este sería uno de los puntos de partida para el surgimiento de la familia burguesa. El orden social emergente requerirá nuevas modificaciones a los individuos que pretendan desempeñarse con éxito, determinando la aparición de la juventud y su espacio privilegiado: la escuela secundaria”.[3] Surgirán, asimismo, en este período, diferentes instituciones extrafamiliares destinadas a facilitar la socialización entre pares, como espacio para la adquisición de los nuevos elementos necesarios para enfrentar un mundo renovado.   

Estas transformaciones revolucionarias de la sociedad feudal hacia el capitalismo, modifican sustancialmente a las instituciones sociales preexistentes, dislocándolas y desarticulándolas. Las viejas pautas de trabajo y producción, la vieja familia como espacio de la producción y reproducción social y las normas y valores que la sostenían, poco a poco van cediendo lugar a las nuevas instituciones. Hay que recordar que en el primer momento de la revolución industrial, cuando aún no eran necesarias la formación y capacitación que más tarde resultarán indispensables, los niños y las mujeres eran incorporados masivamente a las primeras fábricas, considerándoselos una mano de obra más barata que la masculina.[4]

Sin embargo, la constante expansión del sistema capitalista y su gradual complejidad productiva, generan una diversidad de necesidades que demandan un período de capacitación cada vez mayor para dar respuesta a ellas, traduciéndose, en consecuencia, en exigencia de escolarización de nuevos y mayores contingentes de individuos, previo a su desempeño en la futura asignación de actividades. Función, pues, de reproducción social, integración y adaptabilidad, pero, también, capacidad renovadora, y flexibilidad a las innovaciones y permeabilidad al cambio.

Por otra parte, “solamente cuando la estructura social hace posible los lazos directos entre los adolescentes, pueden estos desarrollar el sentimiento de particularidades propias y de una conciencia común... En los tiempos modernos, es únicamente la escuela la que, al distribuir a los jóvenes estrictamente según su edad, los aproximó y estableció entre ellos contactos estables e institucionales. Esta separación del mundo de los adultos explica el hecho de que en el círculo de jóvenes se expresaran y fortificaran las tendencias específicas de una misma edad, lo cual no podría tener lugar antes, ni podía haber sido imaginado por los jóvenes de ese tiempo. A esta conquista de libertad social, correspondió una nueva tendencia de los adultos a considerar tanto a los niños como a los jóvenes de acuerdo con su edad exacta, lo que entrañó en pedagogía la especificación de los programas y los métodos y, de una manera más general, llevó a reconocer una cierta personalidad propia”.[5]

En consecuencia, “la juventud surge en la medida en que el desarrollo social exige un período cada vez más largo de preparación de los individuos para su integración a la vida productiva y social, lo que a su vez posibilita una mayor integración intrageneracional, a partir de la estrechez de contactos y vínculos, producto de su situación semejante. Este período vital, caracterizado por el aplazamiento de la entrada en la vida productiva y social, y por tanto,  consignado a la formación, es lo que produce juventud como un fenómeno social”.[6] Es decir que, en un mismo movimiento, la exigencia de generar instituciones que permitan a los individuos transitar un período cada vez mayor y más complejo de preparación para su integración efectiva a la sociedad, da origen, a partir de las estructuras que se diseñan como respuesta, a una integración intrageneracional, en función de la proximidad creciente de pares. Se comprende, entonces, la identificación que se establece entre juventud y estudiantes, en la medida en que “la primera imagen de juventud, fue la del estudiante”.[7]

Vemos pues que la juventud aparece, en sus albores, como respuesta a la necesidad de individuación de la clase burguesa y supone el desarrollo de la vida familiar y afectiva, de la niñez y de la escuela. La flecha del tiempo, nos muestra que, si en un primer momento, el sector de la “juventud” no era relevante numéricamente, su progreso es vertiginoso, en función del lugar estratégico que se le otorga en la nueva configuración social. Al respecto, podemos observar que en el siglo XVIII se consideraban jóvenes –no en el mero sentido cronológico, sino en el de individuos que adquieren una cierta condición especial que los agruparía en tanto "juventud"- solamente a los varones de clase burguesa, mientras que las niñas pasaban directamente a la condición de adultas dispuestas a ser desposadas[8].

Pero el desarrollo incesante de las fuerzas productivas no se detiene, y es así que “en los últimos años del siglo XIX pudo apreciarse una creación más general de escuelas para las masas de la población en Europa y los Estados Unidos y la abolición del trabajo infantil”[9].  Y al comenzar el siglo XX, vemos en todo su despliegue como “las iglesias y las nuevas fuerzas pedagógicas de maestros reformistas se dedicaron a la nueva adolescencia social y de acuerdo a edades”[10].

Fue, precisamente, en el pasado siglo XX, que un conjunto de cambios de singular importancia, sobre todo a partir de los años cincuenta van a comenzar a modificar sin descanso esta situación. En efecto, Eric Hobsbawn sostiene que “entre los años 1945 y 1990 se produce una de las transformaciones sociales más intensas y rápidas de la historia de la humanidad”. En medio de ella, la familia se verá afectada por “importantes cambios en las actitudes públicas ... evidenciándose el auge de una cultura juvenil muy fuerte que generará un profundo cambio en la relación existente entre las distintas generaciones”.[11] Como un producto de estos cambios, la juventud se convertirá, en sus términos, en un grupo social independiente.

Lo que va de ayer a hoy. De la modernidad a la posmodernidad.

En el último cuarto del siglo XX, fuertes mutaciones económico-sociales incidieron para modificar la situación de los distintos actores sociales. La juventud, lógicamente, no resultó ajena a la influencia de tales cambios. 

Un aspecto central de estas transformaciones es el impulso promovido por la Revolución Científico-Técnica (RCT), con la renovación extensa de los medios de producción, producida a mediados de los años setenta, que conduce a una nueva reorganización productiva y genera las condiciones materiales en las que se asentará su contraparte cultural[12], que asoma y se asume como el ocaso de la modernidad o deberíamos decir, de la racionalidad moderna, sala de partos de la posmodernidad.

La clave posmoderna, expresa “la caída de los grandes relatos” que organizaban la racionalidad histórica moderna, bajo el imperio de los programas de la racionalidad y el progreso indefinidos, alrededor de proyectos políticos generacionales que resultaron ser, también, marcas de época y aportaban una visión de totalidad dadora de sentido a cada experiencia particular.[13]  Este nuevo clima de época, devino en la generación de nuevas prácticas y subjetividades.

De este modo, y como manifestación de la crisis, asistimos a un vertiginoso proceso de cambio de valores, en el que debemos enfrentarnos a la pérdida de ideales constituidos históricamente, ante la emergencia del “pensamiento débil”[14] y del relativismo cultural. Y surge el llamado “nuevo narcisismo”[15], en el marco de un consumismo exacerbado que se transforma en razón social hegemónica, incentivando a la satisfacción inmediata y a la cultura de vivir el momento.

Mientras una cara de la moneda nos muestra el rostro de la transformación económica, el nuevo clima epocal, se manifiesta en variadas fórmulas posmodernas. Ideologías de cocktails y retazos, de collages interpretativos. La técnica de cut-up de William Burroughs elevada a categoría de ética pública.

Para algunos filósofos posmodernos, como Gilles Lipovetsky, la sociedad posmoderna esta sostenida por el consumo y la comunicación. En el nuevo narcisismo, “el individualismo posmoderno”, se caracteriza por el impulso de los deseos de autonomía individual, un repliegue de las personas sobre sí mismas, en persecución de sus intereses privados a fin de lograr una mejor vida para ellas mismas, del culto al cuerpo, a las relaciones y al placer[16]. Todo expresado en un conjunto de nuevos valores. Visto de este modo, se trataría de un cambio social y cultural, que encarna un neohedonismo fin de siecle, al que no habría mucho que reprocharle[17]. Un aporte interesante de Lipovetsky,  es su visión de la emergencia pública de este nuevo individualismo en los sucesos de mayo del 68. Esta interpretación ochentista, producida a cierta distancia de los hechos y desprovista ya del apasionamiento político, señala que, en aquellas jornadas de fuertes gestos revolucionarios, contra la sociedad de consumo, un régimen paternalista y la burocratización capitalista; junto a la muy ostensible e intensa actuación colectiva, y principalmente juvenil, no menos cierto es que “el movimiento se caracterizó por reivindicaciones y valores de esencia individualista que han pasado, frecuentemente, inadvertidos”. Paradoja de los sucesos que Lipovetsky “descubre” e interpreta en nueva clave.  Esta otra cara de los acontecimientos “revelaba una explosión de aspiraciones y reivindicaciones de carácter explícitamente individualista y era, históricamente, la más significativa, aún cuando no se le prestase la debida atención, a causa, precisamente, de la importancia concedida al ingrediente revolucionario”(...) “[Mayo del 68] estuvo dominado no por un individualismo pequeño burgués, sino por un individualismo al que podríamos llamar transpolítico, en el sentido de que lo político y lo existencial, lo público y lo privado, lo ideológico y lo poético, el combate colectivo y la llamada al disfrute personal, la revolución y el humor aparecieron profundamente interrelacionados... Cambiar la vida, cambiar la sociedad y cambiar su vida, se expresaron al tiempo y traducían la importancia creciente que se concedía a las aspiraciones individualistas, a las demandas de satisfacción íntima y de independencia personal” (...) Finalmente, “No sólo el espíritu de mayo es individualista, sino que ha contribuido a su manera a acelerar la llegada del individualismo narcisista contemporáneo, despolitizado y realista, flotante y apático, indiferente a los combates de masa y a los grandes objetivos sociales”.

Pero este nuevo individualismo, ni encarna en términos semejantes, ni genera similares escenarios o expectativas, si de sociedades con fuerte desarrollo desigual se trata, hecho que Lipovetsky no resalta, situándose en una sociedad configurada por fuertes redes sociales. Sin embargo, es importante reconocer que “la historia del mundo más contemporáneo nos recuerda, por ejemplo, que hay más de una juventud, y que la diferenciación social, así como las desigualdades en cuanto a riqueza y empleo, ejercen aquí también su peso”.[18]

Para complicar más el panorama, la RCT, vino en parte acompañada por, y en parte a dar a luz, a una reorganización mundial del mercado de trabajo, también llamada globalización[19], que afecta a todas las relaciones sociales involucradas y no solamente a las económicas; tanto a aquellas comprometidas en forma directa en la producción, distribución y comercialización de los bienes, como las comprendidas en las estructuras del consumo. Y, en esta dimensión específica, se despliegan nuevos universos simbólicos que anuncian el advenimiento de una comunidad transnacional (globalizada) de consumidores de un mercado único. Estratos sociales equivalentes de diferentes sociedades se mimetizan y pasan a tener mucho más en común, que diferentes estratos en cada una de ellas. Distintas ciudades, como nunca antes, exhiben las mismas vidrieras y pantallas, los mismos bienes y mensajes. En todos lados, vemos las mismas publicidades y las mismas modelos. Y cómo han señalado diversos autores[20][21], en las sociedades modernas el consumo se torna un locus privilegiado para la generación de las diferencias y la disposición de la alteridad, es decir, para el trabajo de procesar la propia identidad. Y el lugar del consumir y del tener, se mimetizará con la posibilidad de ser.

Identidades en tiempos de globalización

Para García Canclini[22], más allá de la modalidad de incorporación a la globalización de cada Estado-Nación, este nuevo escenario, nos obliga a una revisión de la escena sociocultural que, entre otros, elementos incluye:

            i) la reelaboración de lo “propio”, “debido al predominio de los bienes y mensajes procedentes de una economía y una cultura globalizadas sobre los generados en la ciudad y la nación a las que se pertenece”;
            ii) la redefinición del sentido de pertenencia e identidad, “organizado cada vez menos por lealtades locales o nacionales y más por la participación en comunidades transnacionales o desterritorializadas de consumidores” (los jóvenes en torno del rock, la MTV, etc.). 

En otras palabras, y siguiendo al mismo autor, si las identidades modernas eran territoriales y monolingüísticas, las identidades posmodernas serán transterritoriales y multilingüísticas.

En este marco, va a ser en la última década del siglo XX, donde, a partir de la mayor interconexión de las redes de TV y de computadoras, y la mayor circulación de intercambios a partir de dicha conectividad creciente, nos enfrentemos a un exponencial consumo de bienes simbólicos transterritoriales. Estos intercambios, reorganizan la vida laboral, cultural y aún, social. Reconfiguración que implica, al mismo tiempo, nuevos ímpetus homogeneizadores y diferenciadores. Homogeneizadores, en la medida en que pierden densidad las diferencias propias de los espacios nacionales a favor de instancias supranacionales. Y diferenciadores, en tanto emergen con fuerza los espacios y realidades locales. En todo caso, asistimos a la reconfiguración de los espacios y al redimensionamiento de las intensidades que se ofrecen a la identificación. Y al nacimiento de nuevas culturas híbridas, incluyentes de temporalidades modernas y premodernas, para el caso latinoamericano[23].

Este impacto de bienes y mensajes provenientes de una cultura globalizada, afecta directamente a los generados en las regiones o naciones a las que se pertenece, a consecuencia de lo cual, aquí y allá los adolescentes bailan al compás de los Backstreets Boys y Britney Spears, atravesados por una fuerte mediatización, más allá de su acceso diferenciado a los bienes. De esta forma, el sentido de pertenencia e identidad, se organiza cada vez más a través de lealtades supranacionales, que aparecen mezcladas con figuras locales, en desmedro de las nacionales (quizás, a excepción de la selección de fútbol). No se trata de compartir una única monocultura globalizada, sino de una hibridación que no deja de tener en su centro la propia experiencia vivida, pero ahora, tensada por un horizonte planetario de sentidos. La mundialización de las comunicaciones, que ha globalizado la circulación de bienes simbólicos, impacta directamente en la subjetividad proponiendo modas, imágenes, formas de ser y consumos de marcas y emblemas, que definen el lugar de cada uno en la sociedad. Marcas que se esfuerzan por vender un estilo de vida más que un producto. Y los adolescentes son especialmente sensibles a estos estímulos.

Cómo procesan su identidad los jóvenes[24] en este nuevo escenario


Si después de la posguerra surge y se extiende la cultura juvenil, y durante los 60 y hasta los 70 –con matices según los casos- esta fue relativamente homogénea, su diversificación actual se traduce en dos modulaciones relevantes: por una parte, un “multiculturalismo” juvenil que expresa una búsqueda identitaria basada en la proliferación de las particularidades culturales, estilísticas y de consumo y, por otra, la consolidación de discriminaciones simbólicas jerarquizantes que tienden a generar mecanismos de exclusión hacia los “diferentes”[25]. Así, estas diferenciaciones se traducen, en algunos casos, en la construcción de identidades plurales y pluralistas, mientras en otros, se posicionan a partir de la exclusión y la intolerancia, dando lugar a conductas xenófobas y marginalizantes. La distinción juvenil integra entonces, una dimensión democrática multicultural y, otra, jerárquica y autoritaria, nacida de la desigualdad social producto de la estructura de clases de la sociedad.

Como consecuencia, estimulados al extremo por la publicidad y la propaganda, la tensión que resulta de la oferta del “mercado de bienes para la juventud”[26] y la posibilidad de acceso real a tales bienes, impacta en los jóvenes, que no logran fácilmente sustraerse a sus imágenes seductoras, más allá del hecho cierto de que los mismos jóvenes re-inventan y dotan de nuevos sentidos a los bienes que se les ofrecen. Aún así, el mercado posee una increíble capacidad metabolizadora de la novedad y rápidamente le encuentra un sitio en los estantes del shopping. 

En este marco, una mirada atenta de los agrupamientos juveniles nos permite descubrir características relacionales bien diferentes de las observables en la generación anterior. No se trata aquí de la constitución de grandes colectivos movidos por ideas radicales de cambios macro, ni de identidades cortadas por ideologías que vienen a capturar a los jóvenes con su certidumbre y monolitismo, en la medida en que tales discursos han quedado sepultados por un nuevo tiempo, productivista, individualista, asediado por pequeños relatos que procuran dar sentido a vidas más acuciadas por la necesidad y amenazadas por la exclusión. Aunque como el lobo frente al cordero, disfrazada de la "aventura del riesgo y la libertad".

Para Maffesoli[27], se trata de dar cuenta de una nueva forma de grupalidad, para la que propone la metáfora de las tribus, que encarnan los cambios acaecidos a partir de la revolución cultural de los años 60, las profundas transformaciones en la organización del mundo del trabajo y la incorporación masiva de nuevas tecnologías que vienen a reconfigurar la relacionalidad y que caracterizan el paso de la modernidad a la posmodernidad. Es el tiempo de la emergencia de pequeñas entidades y agrupamientos, particularmente visibles en lo que a los jóvenes respecta. Este neotribalismo se caracteriza por la fluidez, el trasvasamiento entre unas y otras tribus, el agrupamiento momentáneo y por la dispersión. Especialmente notorios, son los cambios referidos a la “socialidad”, campo en el que las relaciones interpersonales ya no se sustentan en contratos políticos o ideológicos, sino en la acción de una “comunidad emocional”, y rituales de emociones compartidas (como en el fútbol y el rock). Basta imaginar el contraste con las identidades juveniles de los sesentas y setentas, mucho más rígidas, más homogéneas, más esquemáticas, también.

Pero veamos algunos de los cambios, intensos y vertiginosos, que impactaron en la escena juvenil.

Tiempo de cambios

El lugar de la política[28]

Si en los sesentas y setentas se visualizaba a la política como el lugar desde el cual producir los cambios que nuestra sociedad necesitaba, el sitio desde el cual generar la transformación social, en los ochentas y noventas, la relación se invirtió, quedando la política reducida al lugar de la administración, más o menos prolija, eficiente y honesta o corrupta. Los temores setentistas de Daniel Bell[29], superados por la puesta en práctica de los Documentos de Santa Fe (1980), en base a conceptos elaborados por Samuel Huntington, MiIchel Crozier y otros[30], y los Documentos del llamado Consenso de Washington (1990)[31], con sus sugerencias de reforma estatal, apertura de mercado, privatización y descentralización. Resultado de su aplicación, la política ha quedado subordinada a la economía y atrapada en las pequeñas cosas. De la transformación de la realidad, a la gestión de lo dado.

Es evidente, por otra parte, que se registra un debilitamiento del rol representativo de los partidos[32], ante la primacía de la representación mediada por la pantalla, y un cambio en la relación de los ciudadanos con los asuntos públicos. Los medios de comunicación se han constituido, de la mano de su crecimiento exponencial y alcance público masivo, en nuevos espacios de representación y en articuladores de identidades.

Sumado a ello, la pérdida de credibilidad de los políticos profesionales, vinculada a frecuentes promesas incumplidas, escándalos y corruptelas, y la sensación de carencia de ideas que vayan más allá de la ambición de poder.

Agrégase, en el caso específico de los jóvenes, una fuerte crítica a conductas manipulatorias y abusivas que se traduce en un sentimiento de engaño y de ocultamiento de los verdaderos propósitos de las actividades sugeridas o “permitidas” por los aparatos partidarios. Estas actitudes generan una sensación de “ninguneo” y privatización de los esfuerzos realizados por los jóvenes.

Finalmente, los canales de participación existentes, son considerados formales y ficcionales, expresando un cierto bloqueo de las demandas de participación auténtica.[33]

De la familia tradicional a las familias posibles

La magnitud de los cambios acontecidos en el mundo del trabajo, ha impactado con fuerza en los hogares, que representan el contexto familiar en el que los adolescentes desarrollan sus vidas. Vamos a ver a la mujer, las madres y las parejas, participando cada vez más del mercado laboral, generando nuevas dinámicas no sólo en éste, sino en la vida familiar, en los roles, las expectativas y los intercambios. Y la aparición de nuevos modelos y vínculos familiares. Aumenta el número de familias monoparentales, del mismo modo que el de individuos que viven solos, crece la cantidad de familias ensambladas, se multiplican las y salidas y los retornos al hogar familiar original. Aparecen una pluralidad de formas familiares y, consecuentemente, una nueva, y diversa, socialización. Desde los Ingalls hasta los Osbournes.

Por otra parte, se observa un aumento de las uniones de hecho sin llegar al casamiento que expresan una voluntad de vida en común sustentada en el afecto y no en la institución social o familiar y un cierto reconocimiento explícito de la posibilidad de disolución del vínculo de la pareja, que pasa a ser centralmente amoroso y no jurídico.

A su vez, este vínculo de amor esta también relacionado a las múltiples formas de control de la natalidad y a la consecuente posibilidad de poner en juego una sexualidad no necesariamente comprometida con la posibilidad de tener hijos sino con el ejercicio de una actividad placentera y gratificante.

En este punto, la posibilidad de realizar los proyectos personales postergando la  maternidad y paternidad dotan de una nueva perspectiva narcisista a los miembros de la pareja.
Esta ampliación del campo de acción de la mujer, aunque no alcanza a constituirse en una democratización de los roles familiares en la medida en que las tareas domésticas, más allá de una cierta redistribución en el núcleo familiar, siguen estando predominantemente en sus manos, es decir, a cargo de las mujeres, supone una nueva dinámica de poder y una redefinición de la figura de autoridad en la familia.

En consecuencia, se hace más evidente un horizonte de vida independiente, aún en el caso de la presencia de hijos, sin necesidad de sostener relaciones asentadas en la dominación, la subordinación y/o el maltrato.

Llegados aquí, pareciera advenir un horizonte en el que se articulan los proyectos de dos personas integrales, sin subordinación de una a la otra perdiendo sentido el mito de la media naranja. Aquí, más bien, hay dos frutos completos e independientes que deciden compartir un presente común autónomo y, según se desarrollen los acontecimientos, un futuro también común. Otra forma de ver el reino de la libertad frente al de la necesidad.

Del autoritarismo paternalista a la autoridad cuestionada

Fue con el ascenso de la sociedad burguesa, que la autoridad paterna adquirió especial relieve vinculada al concepto de jefe de familia proveedor, encarnación de la fuerza de trabajo. En el tiempo de la pérdida de la tierra y del pasaje a la propiedad privada, si se carecía de propiedades, al menos se poseía la capacidad de aportar los medios o los ingresos –capacidad salarial mediante- para sostener a la familia. Se trata de una autoridad, en consecuencia, vinculada a la capacidad de trabajar y no vitalicia, como en épocas anteriores. Pero, así como a partir de la primera guerra, la autoridad de los ancianos sostenida en las costumbres, comienza a decaer, lo que se profundizará tras la segunda guerra y los años sesentas, durante los noventa, los cambios en el mercado de trabajo, el aumento del desempleo y la obsolescencia temprana de las capacidades adquiridas por los trabajadores (varones) frente a la incorporación de nuevas tecnologías, devolvieron a muchos hombres al hogar y mellaron su autoestima y autoridad familiar. Ya no eran los proveedores. Una de sus consecuencias principales será el relajamiento de los lazos familiares y de la autoridad paterna.[34]  Mientras tanto, aún en condiciones de inequidad, las mujeres pasan a ocupar o compartir este rol.

Como resultado, el nuevo lugar de la autoridad familiar, será motivo de disputas y manifestaciones diversas. Circulará, se horizontalizará, pugnará y en algunos casos se disolverá, permitiendo en sus intersticios negociaciones, acuerdos, nuevos acuerdos, impugnaciones y la construcción de alianzas según tiempo y oportunidad.

Sin autoridad prefigurada, su posibilidad se hace presente en el interjuego de acciones, la coherencia entre palabra y acción de los sujetos involucrados y la eficacia de las mismas, dando lugar a la consiguiente generación de confianzas legitimadoras.
Los niños y adolescentes serán hábiles en esta trama, que trasladarán a otros ámbitos institucionales, prolongando esta matriz socializatoria.
Ya no serán los jóvenes del todo o nada, sino de la negociación permanente

De la producción al consumo

Resultado de los cambios, el discurso emergente del mercado, con sus exigencias de productividad, competitividad y consumo, hegemoniza la escena, pero sucede que en el mercado no estan todos, y, entre los que estan, suele haber una fuerte diferenciación y desigualdad. Primera cuestión, si somos iguales en tanto ciudadanos -un hombre, un voto-, no lo somos en tanto consumidores. Por otra parte, este desplazamiento de la sociedad del trabajo y la producción hacia una sociedad del consumo (y generadora de desocupación), en la que el centro esta puesto en la capacidad de consumir, lleva a que las identidades que hasta ayer se adscribían al mundo del trabajo entren en crisis, a la par que se dispone de nuevos sedimentos identitarios, desplegados ahora en torno del espacio del consumo (segmentado por sectores sociales). Dime qué consumes y te diré quien eres.
 Esta nueva situación, instrumentaliza la vida hacia un mundo de valores definido por la “utilidad” y “practicidad” de los bienes, ya sean materiales o simbólicos. El “paradigma eficientista”, el éxito, pasa a ser el valor dominante por el que se miden todas las cosas. Las características propias del mercado se extienden a las restantes dimensiones del mundo de la vida. Esta, es la utopía del mercado en los tiempos del polvo blanco, consumido para lograr el mayor rendimiento, la óptima productividad, en definitiva, la mejor adaptación. Lejos ha quedado la época en que se pretendía enjuiciar a la sociedad de la alienación capitalista, cuando la búsqueda de “otro estado de conciencia”, promovía el uso del ácido y la yerba. El culto de los integrados es el del crecimiento económico[35]. Viajamos de las puertas de la percepción[36] a las ventanas de  Bill Gates.

Los medios como agencia de socialización privilegiada

Si en tiempos pasados, las agencias de socialización privilegiadas, se circunscribían a la familia y la escuela (y en menor medida las iglesias), hoy día, los medios de comunicación les recortan progresiva y audazmente su espacio, pudiéndose afirmar que, en buena medida, conocemos actualmente el mundo por la televisión (e ingresamos, además, a un universo perceptivo de pantallas que se independiza y va mucho más allá del aparato televisor).

En este marco, se advierte, adquieren especial relevancia los medios de comunicación audiovisual, asociados con la publicidad, el estímulo al consumo, las marcas y los emblemas. Pensemos en las horas de TV que consumen niños y adolescentes[37] y se nos hará evidente que ésta se ha convertido en una de las principales, sino la principal, fuente de experiencias e información para organizar su mundo. Los niños de entre siete y 12 años que viven en Buenos Aires pasan entre una y cuatro horas frente al televisor, según una encuesta realizada por el canal de cable infantil Nickelodeon en 1999.[38]  En consecuencia, la cantidad de horas que niños y jóvenes dedican a ver televisión[39] y el carácter doméstico de esta actividad, nos acerca a la conceptualización de “parafamiliar mediático” que hiciera Eva Giberti[40]. Es decir, nos enfrentamos a un mundo en formato video que nos dota de afectos y conocimientos en sustitución del viejo mundo real en retirada.

Una consecuencia de estas transformaciones es que la adquisición de una condición juvenil por parte de los jóvenes, ya no dependerá exclusiva o predominantemente de su circulación por la institución escolar, sino de su captación por la propaganda y las pantallas calientes de un mundo juvenilizado.

En este marco, con la globalización de las comunicaciones y la publicidad como respaldo, la identidad como acto de apropiación simbólica, abandona, en buena medida, el domino territorial para situarse en la dimensión del consumo transespacial. Sin embargo, esta cultura-mundo, no es un todo homogéneo, sino una rearticulación de territorios (nacionales) que se fragmentan, circunstancia que lleva a que jóvenes de diferentes geografías perciban que tienen mucho más en común entre sí, que con jóvenes de barrios vecinos, respecto a quienes se alejan en capital simbólico, argamasa con la que adquieren configuración y se despliegan las identidades. La TV cable e internet han contribuido significativamente a contornear esta nueva realidad, que deviene en una nueva formulación del “nosotros”, y, en consecuencia, del campo significante de los “otros”. Lo próximo, si distinto, se transforma en distante. Adviene una comunidad transnacional de consumidores jóvenes que comparte nuevos universos simbólicos de la que forman parte, y en la que se socializan[41].

La crisis de la escuela y la pérdida de hegemonía en tanto agente de "producción" de juventud(es).

La emergencia de una cultura de la imagen frente a la cultura del texto escrito propio de la cultura escolar es uno de los elementos que mayor impacto han producido. Frente a los procesos de diálogo, debate y reflexión, que necesitan siempre un tiempo extendido para poder desarrollarse, aparece la sociedad del vértigo, de la fragmentación, del salto de una secuencia a otra.

Del mismo modo, emergen las dificultades de los docentes para concitar y retener la atención de los alumnos, que aparecen como desmotivados y desinteresados, derivando en fracasos y deserción. Pensamos que detrás, se hallan razones de formato, tanto como de contenido. Atravesados los alumnos por la cultura del zapping y el clip, por un mundo de imágenes y pantallas con su lenguaje icónico, por la lógica hipertextual en sustitución de la secuencial. Enmarcados por la crisis de la noción tradicional de autoridad. Todos éstos, elementos "externos" que van a sumarse en la producción de esta crisis.

La "intromisión" en la escuela de una cultura juvenil, producida por fuera de la institución, que va a entrar en conflicto con la cultura escolar tradicional, que piensa un "sujeto pedagógico" en retirada frente a las mutaciones de la sociedad y la cultura.
Los adolescentes, llegan ahora a la escuela como portadores de una propia cultura (o mejor en plural, culturas), estimulada por los medios y la propaganda, por su legitimación en el sistema de producción de bienes y consumo, y por una nueva relación con la tecnología, que reconfigura el lugar de los saberes y sus poseedores. El sujeto imaginado, real o fantaseado, estalla, y se diversifican identidades juveniles. En consecuencia, los jóvenes ingresan con estas dotaciones identitarias, irreductibles en un punto, a una institución homogeneizante con dificultades para registrar y procesar aquellas diferencias, que vive como amenazas.

En este marco, las instituciones escolares, afincadas en la cultura del libro, del texto y la palabra escrita, tienen dificultades, en la medida en que los jóvenes estan inmersos en una cultura de la velocidad, de la fragmentación y de la imagen, y los adultos enfrentan el desafío de seguir enseñándoles de manera secuencial y en base al texto.
Ante los procesos de la lógica secuencial tradicional aparece la lógica de los hipertextos y las hipermedias, que trabajan en formas de redes. Al lenguaje del texto se lo enfrenta con el lenguaje de la imagen. La imagen y el hipertexto remiten a un nuevo canon. La imagen con su pregnancia e inmediatez, que dificulta la toma de distancia y el hipertexto que liquida el proceso secuencial serial por un protocolo de acceso en paralelo a múltiples opciones de registros. Para alguien socializado en la cultura de la palabra, la imagen se convierte fácilmente en una trampa, mientras que para alguien socializado en un mundo de imágenes, la palabra puede actuar como retardo, como agregado vano. Y para alguien socializado en la cultura del texto lineal, el hipertexto es un laberinto en el cual perderse y que no lleva a ningún objetivo claro, nos pasea entre relatos, horizontalizando retazos sin pronunciar su discurso final. En tanto, para alguien socializado en el hipertexto, el texto lineal suele ser pobre, aburrido, y no permite una compresión de los contextos y las relaciones.

Para unos y otros, las nociones de tiempo y espacio se modifican con la tecnología, produciendo nuevas distancias. Y, ya se sabe, las nociones de tiempo y espacio son condiciones a priori del entendimiento.

Los jóvenes están entrenados cada vez más en estas categorías de la experiencia que los adultos no compartimos al haber sido socializados en un contexto diferente. Pero cuando la experiencia se sostiene en formato de clip, y entre videojuegos, el hipertexto, la hipermedia, la instantaneidad, y con ellas una nueva noción de tiempo y de espacio, hay que pensar en desarrollar nuevos procesos reflexivos porque asistimos a nueva forma de organizar y construir el mundo. Sin embargo, hay que tener cuidado, esta nueva realidad no debe llevar a que la institución escolar pretenda adaptarse mecánicamente a los nuevos tiempos, y, sin embargo, no puede dejar de tenerlos en cuenta. Del mismo modo que contemplar -e integrar- los intereses de los alumnos no significa subordinarse a ellos sino ponerlos en tensión con procesos de aprendizaje y la dotación de conocimientos necesarios.

Otra circunstancia complejizante, es la integración a las escuelas medias de nuevos sectores sociales, con valores y prácticas diferentes a las habituales de clase media y con adolescencias disímiles.

Jóvenes de sectores populares


En la configuración de diferentes juventudes, solemos remarcar la legitimidad de la diversidad cultural. Y, asimismo, resaltamos con frecuencia las restricciones que remiten a la diferenciación social, a la condición socioeconómica del hogar de origen de los jóvenes. En este cruce, se producirán juventudes específicas y diferenciadas de aquellas de clase media.

Es sabido, la conceptualización tradicional de juventud, excluía a buena parte de estos jóvenes de la posibilidad de adquirir una condición juvenil. Se proponía su temprano ingreso al mundo del trabajo, asumiendo roles adultos, como la de la inexistencia de un tiempo para desarrollar comportamientos generacionales y diferentes de los adultos. Casi hablamos de una mimetización con los adultos. Por tanto, no se hablaba allí ni de adolescencia, ni de juventud, sino de menores. Menores que hacían vida de adultos, en todo caso.

Sin embargo, a partir de los cambios sobre los que venimos exponiendo y, en particular, la nueva socialización a que estan sometidas a todas las vidas, generada por la omnipresencia avasallante de los medios, e inclusive el ingreso a la escuela media de muchos jóvenes de sectores anteriormente excluidos de esta institución, el panorama, afirmamos, ha cambiado radicalmente. Estos jóvenes, adquieren una condición juvenil, ciertamente diferenciada de la de los jóvenes de clase media, pero no puede hoy seguir diciéndose, ya sea porque participen del mercado de trabajo, ya sea porque no asistan a la escuela, que se trata de adultos menores sin juventud.

Familia
Muchos de estos jóvenes habitan en hogares sólo con la madre (a veces, el padre) y numerosos hermanos, otros parientes y figuras cuasifamiliares. La ausencia del padre, dificulta la identificación con una figura paterna y su rol, e incluso afecta el campo de identificaciones posibles alrededor de la masculinidad. Mientras tanto, la sucesión de personas que ingresan y salen del hogar, hacen más lábiles las relaciones afectivas, y, con frecuencia, cierta inadecuación en la convivencia, hasta, en el límite, el sometimiento y el abandono o el establecimiento de relaciones sexuales incestuosas. Cierto es que no es el único sector social en que esto sucede, pero, en estos casos, se da en el marco de restricciones que configuran un cuerpo de mayor violencia y vulnerabilidad.

Los modelos posibles de identificación masculina, en consecuencia, los hallan habitualmente en los medios de comunicación, en particular en la televisión. Suelen ser héroes que refuerzan la imagen de virilidad con una carga importante de agresividad. Figura de acción y no de palabras. Esta misma circunstancia, es la que los empuja a buscar líderes "fuertes", que encarnen el poder (de tener y sobre la voluntad de terceros) y con una autoridad resolutiva. Con este perfil, y en este escenario, es fácil comprender que los "guiones" que actúan suelan ser violentos y expresivos.

En cuanto a las jóvenes, advertimos que muchas veces la maternidad temprana, se inscribe en la posibilidad de cambiar su lugar en tanto sujeto, con una más imaginaria que real perspectiva de construcción de nuevos sentidos, que las saquen de la posición de víctimas de las violencias a las que se ven sometidas en sus vidas.

Escuela
Por una parte, deben enfrentar una escuela que les es ajena en cuanto sus códigos remiten a la cultura de clase media. Por otra, ingresan a  ella portando su propio saber, sus códigos y su cultura de la calle. Otra modalidad de cruce entre culturas juveniles y cultura escolar. Tensión nunca resuelta y que, muchas veces, deviene en abierto conflicto. Y cada vez más, en la medida en que la cultura de la calle ingresa a la escuela con más actores y más emblemas, día a día.

Es evidente, la escuela de la modernidad, y sus agentes, no esta preparada para procesar estas circunstancias. Pierde poder disciplinador, en la medida en que la noción de autoridad de que dispone no es asimilable por los nuevos sujetos y, al mismo tiempo, no puede ofrecer figuras de identificación adecuadas a la "demanda". En este sentido, se debilita, también su capacidad socializadora, en términos de modelos de comportamiento y construcción de hábitos. De hecho, la misma convivencia escolar se dificulta por la indisciplina y actos de agresión que, paradojalmente, terminan por reclamar sanciones propias de regímenes autoritarios.

Por otra parte, volviendo al tema de los códigos, hay que señalar como elementos discordantes con el medio escolar, tanto los usos del lenguaje como la dotación de elementos disponibles por los alumnos en tanto reserva simbólica, quienes, a menudo, ni siquiera entienden a sus docentes, en un mundo en dónde, además, la acción tiene un poder que la palabra no posee. Esta circunstancia agrega una nueva dificultad para la habilitación de un diálogo que permita establecer normas acordadas por todos, de convivencia. E instala un nuevo campo de negociación.

Finalmente, si la escuela no se articula con una salida laboral, o por lo menos, la permite vislumbrar en su horizonte, carece de sentido para quienes saben que su norte posible es el mundo del trabajo, o, en su defecto, que deberán obtener sus recursos por medios alternativos y cuasi-delincuenciales, reñidos con la legalidad, o abiertamente delictivos. El desafío para una sociedad democrática, es como articular una escuela que habilite para el desempeño laboral y dote, al mismo tiempo, de los mínimos comportamientos y saberes ciudadanos. Y que permita, en el fondo, pensar la posibilidad de construcción de un horizonte diferente que hoy parece tan lejano.

El nuevo corte generacional. Tecnologías, artefactos y artificios.

La ruptura tecnológica

Si nos preguntamos acerca de lo nuevo en la relación entre generaciones, podemos afirmar que la tecnología juega un papel predominante. Como señalara, Peter Eio, presidente de Lego Systems, “por primera vez en la historia de la humanidad, una nueva generación está capacitada para utilizar la tecnología mejor que sus padres”[42]. En términos de Margaret Mead, estamos frente a una cultura "prefigurativa", en la que son los jóvenes quienes enseñan a sus padres[43].

Todas estas transformaciones que venimos mencionando, acaecidas centralmente en las dos últimas décadas, estan fuertemente atravesadas por la introducción de la tecnología cibernética y de programación en la vida doméstica, ya no en los viajes espaciales que mirábamos desde nuestros sillones, entre sorprendidos y emocionados, pero que no promovían cambios en nuestra vida diaria, sino que sólo eran un tema más de conversación.
Ya no es así. La robotización primero y la informatización después, modificaron radicalmente el campo del trabajo, la productividad, la gestión, exigiendo nuevos saberes de mayor calificación; achicaron el mundo a un espacio único y a la mano, con su diversidad de mensajes a nuestro alcance: culturas, modas, conflictos y posibilidades de ser, tan cercanos como una especie de patio virtual en nuestra propia casa; y redujeron los tiempos al instante, -a sólo un click de distancia, se suele decir-. Esto es, claro, para los integrados. Para los excluidos, la brecha se ha ampliado. Pero, también, para el diálogo entre generaciones, que demandará un esfuerzo extra y una voluntad puesta en juego. 

La irrupción de la tecnología del chip y de las pantallas, invadiendo nuestra domesticidad, han impuesto su presencia en los más variados espacios públicos, y nos llevan a una nueva modalidad perceptiva que pone en jaque nuestro horizonte cognitivo, habida cuenta de las críticas de Giovanni Sartori[44] y otros. Este nuevo homo videns, cambia sus nociones de tiempo y espacio en relación a la cultura de los viejos sapiens de la palabra y el texto escrito.
Estamos, pues, frente la primera generación de jóvenes videoformados, gusta decir Sartori. Y esto habla de mucho más que un mero estar frente a una pantalla-objeto. En todo caso, habla de un "estar siendo", en una dinámica transformadora, de un sujeto frente a algo más que un objeto pasivo al que manipular. Hay un poder subjetivador profundo en esta relación y sus nuevos lenguajes. El resultado, la producción de nuevos sujetos.

Sin embargo, como señaláramos antes, las posibilidades de acceso al consumo son diferentes socialmente y los jóvenes, cuando consumen, lo hacen desde esta diferencia, insumo clave, pero no único, para el despliegue de las identidades y la dimensión del reconocimiento.
En este punto, hay que reconocer que los usos sociales posibles de los aparatos que constituyen la parafernalia tecnológica son diversos a la par que segmentados. Es decir, su consumo y apropiación.

De este modo, para algunos jóvenes se trata del consumo masivo de televisión y los videojuegos de los locales barriales, mientras, para otros, de los juegos en red, el play station, la navegación por internet y el ciberespacio, el lenguaje de programación, etc. Como se ve, la dotación de recursos es claramente asimétrica. Sin embargo, el mundo de la tecnología los atraviesa a unos y otros, las pantallas los capturan a todos, en casas, comercios, bares, estaciones de trenes o subterráneos, contando siempre con la videopresencia de ciertos personajes, en fin, con una cierta omnipresencia.

La tecnología no esta distante de los jóvenes de los sectores populares, todo lo contrario, esta muy presente en su vida como tecnología invasiva aunque pobre en sus posibilidades, con un componente de interactividad reducido. La TV esta allí y los videojuegos también. Y esta en la música y en los lugares bailables a los que asisten, con una presencia que excede su ámbito específico mediante la publicidad y la propaganda, las revistas, los carteles, la radio y la tv abierta.

Si la diferencia en el acceso y consumo de tecnología es evidente entre los jóvenes de distintos sectores sociales, esta circunstancia, no impugna el hecho de que, en unos y otros casos, los jóvenes se distancian de los adultos a través de su vínculo con ella y su capacidad para procesarla y usarla. Tanto como en el efecto de captura que las mismas generan. Sin embargo, en un tiempo en que la computadora se ha convertido en un electrodoméstico más, es lógico que los comercios de juegos en red esten repletos de jóvenes que van a interactuar allí con sus amigos a través de la red. Aunque los tengan justo enfrente de sí.

Además, la tecnología computacional les ofrece un terreno propicio para el desarrollo de sus capacidades de abstracción, técnicas y creativas. La utilización de procesos lógicos y no mágicos se hace más presente, al igual que la actividad multitarea (multitasking) y la perspectiva hipertextual de secuencias lógicas no lineales. La red es tecnología de hard y soft con diagramas de flujos lógicos permanentes. Es la hora del brainware. Como señala Julio Orione “(...) Se ha dicho, despectivamente, que Internet es diversión. Enhorabuena que nazcan nuevas formas de diversión. Pero es mucho más: es un camino para que los chicos se acerquen al conocimiento y es una herramienta para enseñarles a pensar. No conviene cerrar los ojos a esto”[45]. Es así que la proporción de jóvenes y adolescentes creativos y creadores que diseñan y construyen herramientas informáticas interactivas es sorprendente, tanto como la explosión de páginas web (y soft) desarrolladas por adolescentes y preadolescentes. El famoso buscador Yahoo, su antecesor Mosaic, el sistema operativo Linux, el en su momento innovador MIRC, el programa de mensajería instantánea ICQ, el polémico Napster, tanto como otros programas de intercambio de archivos y cientos de poderosos virus, fueron todos diseñados y creados por adolescentes y jóvenes. La historia de la empresa Apple es muy expresiva al respecto.

En cuanto a los usos de internet, un rasgo atractivo para los adolescentes es que no vislumbran que la red este controlada por los adultos, ya sea en tanto gobierno, los padres u otras instituciones. Para ellos, el ciberespacio es la nueva frontera que representa algo muy parecido a la libertad que imaginan en su cultura de la nocturnidad[46]. Así como se sienten libres en la noche, se sienten libres en el ciberespacio. En la noche, los adultos parecen desaparecer y dejar el terreno a los jóvenes. Algo semejante perciben que sucede en el ciberespacio cuando lo recorren. En un caso, es el tiempo –la noche- que aleja a los adultos, en el otro, es el espacio –la ciberplataforma -, pero también podríamos decir que los separa la tecnología.

Otro rasgo interesante es que frente a la pregunta de en qué ocupaban antes el tiempo que ahora dedican a comunicarse por la red, la respuesta más habitual es: ver televisión. Lo que supone, por una parte, un desplazamiento de un medio pasivo a un medio interactivo y, por otra, un orden de prioridades que no relega el estudio o las actividades deportivas o productivas.

Otros aspectos de relevancia para la socialización de los navegantes es que la información se encuentra –y circula- libremente en internet, lo que incluye información relevante para el desarrollo de la ciudadanía juvenil, como ayudas de orientación vocacional y para la formación profesional, la protección frente a las relaciones sexuales, el aborto, etc., pero también, pornografía, drogas, métodos de infligir violencia, y tanto más. Esta circunstancia motiva el surgimiento de derivados para el debate: el libre acceso a la información, la calidad de la misma y su pertinencia. En su momento hemos encontrado una receta para construir una pequeña bomba nuclear. Frente a este panorama, surge una nueva tarea, la de preparar a los jóvenes para filtrar, seleccionar y procesar la información, a diferencia de ayer, cuando se trataba de salir a buscarla ya que, frecuentemente, era escasa. Ahora la información desborda y los adolescentes participan del flujo activamente.

El ciberespacio le ofrece la oportunidad a los adolescentes de encontrarse con pares –e impares- de diversos lugares del mundo. En los chats la composición por default es internacional y, por definición, multicultural. Las oportunidades para advertir las diferencias culturales son habituales, permitiendo establecer comparaciones entre los sistemas de estudio, las características de la vida familiar y los hechos culturales, por ejemplo. La presencia en los ambientes virtuales de individuos con diferentes capitales culturales les permite a los adolescentes enriquecerse y resignificar su propio espacio. Para estos jóvenes, las normas de su entorno sociocomunitario, pierden la dimensión universal que pudo tener para sujetos socializados en un mundo cerrado que no les permitía visualizar otras posibilidades de ser. Al mismo tiempo, este hecho les abre la puerta a un mundo de elecciones que avanza hacia la construcción de un individualismo con noción de radicalidad y relatividad.

De lo eléctrico a lo electrónico

En este punto, es interesante detenerse en la cultura techno como paradigma tecnológico. Muchas veces hemos dicho que la música es el espacio privilegiado que los jóvenes utilizan para comunicar sus sentimientos y emociones. Así el rock, logró confirmarse como música juvenil en los años sesenta de la mano de los Beatles y vimos pasar por allí la psicodelia, el punk, la new wave, el grunge, y tantos otros subgéneros con sus estilos modas e identidades específicas.
Sin embargo, todos ellos, se inscribieron en el paradigma de lo eléctrico.
La música techno, en cambio, podemos decir que se asienta en un nuevo paradigma, electrónico, que si bien vio su luz en el campo del rock (desde el uso de los sintetizadores en los setentas), creció y rompió la matriz hasta convertirse en un hecho musical nuevo.
Esta nueva música, hecha con máquinas de sonido (aunque en sentido amplio, también una guitarra lo es), tiende a ocupar el espacio de un modo integral, que lleva a decir de muchos de sus cultores que no debe ser escuchada por los oídos, sino por el cuerpo todo. Un sistema de luces complejo suele acompañar a la música electrónica allí dónde esta se ofrece a los cuerpos juveniles, generando una inmersión sónica y lumínica en la que son los cuerpos los que sienten. O la mente, según opinan otros. En todo caso, cuerpo y mente, pero minimizando la parcialización de los sentidos, con el que el oído oye, el ojo ve y así. Se trata de un baño cenestésico.
A decir verdad, son tantos los subgéneros que esta nueva música ha engendrado en tan poco tiempo (y debates internos y disputas identitarias), que habría que diferenciar entre unos y otros, aunque para los adultos resulten el mismo ruido electrónico. Como para los abuelos, el rock era todo una misma bola de ruido eléctrico. Hace bien Sting cuando dice que el techno expresa un corte generacional en el campo musical. Así como antes lo protagonizó el rock.
Más específicamente, en el mundo de las fiestas rave, esas que para desazón de los padres duran toda la noche y finalizan por la mañana, los deejays, no son los viejos discjockeys que pasaban los discos uno tras otro y cuyo mayor desafío era el "enganche". En esta nueva versión, los "pasadores", recrean la música, la reelaboran, concibiéndose a sí mismo como nuevos artistas.
Por otra parte, el tema de la "intensidad" sensorial esta a la orden del día y, la difusión de pastillas como el "éxtasis" busca expandir esta intensidad de sensaciones en una propuesta que no nos debe hacer olvidar que, cuando en los inicios del rock psicodélico, Pink Floyd y Jimi Hendrix tocaban y grababan bajo los efectos de alucinógenos (marihuana y LSD) propiciaban algo semejante. Pues bien, y como no podría ser de otra manera en tiempos tecnológicos, hoy se trata de drogas llamadas de diseño y sintéticas, si bien el LSD es su antecedente directo.
Diferencias al margen, no es la única coincidencia entre la vieja cultura hippie y la cultura raver que busca "elevar a la gente a un estado mental de existencia física o psicológica", libres, sin ataduras, ni limitada a una clase social. Aquel viejo "paz y amor" hippie hoy puede asociarse al "paz, amor, unidad y respeto"[47] de los ideólogos ravers que dicen promover una nueva espiritualidad[48]. "Esta escena no es referirse a una moda y mucho menos a drogas. Es algo especial que enfoca la felicidad y la unidad abarcando hasta aspectos de espiritualismo y misticismo".[49] La rave como espacio vivencial-existencial.  
No suena conocido? También suenan conocidas las respuestas de los medios y del mundo adulto ante esta nueva escena juvenil.
Y la palabra? Aquí también se hace difusa o se disuelve. No sólo en muchos de los subgéneros techno, sino también en el espacio que llamaríamos "pista de baile". A diferencia de sus padres, a ningún adolescente se le ocurriría intentar un "ligue" dirigiéndole la palabra a alguien. Cada uno en lo suyo, que es el baile. Y los que dialogan, son los cuerpos. Entre procesos de erotización ampliados al ambiente, que incluyen una temprana iniciación sexual para el sentir de sus padres.
Los adultos eléctricos del texto frente a los jóvenes electrónicos de la imagen.
Otro tiempo, otra tecnología, otras sensibilidades.

De la palabra al cuerpo

El declive de la palabra y su racionalidad como función negociadora, frente a una lógica de la acción, más espacial, tiene fuerte incidencia de lo gestual, lo paraverbal y lo corporal, produciendo nuevas formas de relacionamiento y formas de saber. 
En este marco, un nuevo arte creció y se desarrolló en los noventas. Es el llamado body-art, para algunos arte en el cuerpo y, para otros, el cuerpo como obra de arte.
El body-art, incluye a los tatuajes (tatoos), el piercing, que consiste en perforarse la piel para colgarse ciertos objetos pequeños en el cuerpo, que incluye la variante más osada de ponerse implantes subcutáneos (por ejemplo, bolitas), el branding, que no es otra cosa que marcarse como aún se hace con el ganado, la scarification, que consiste en hacerse cortes en la piel para que queden marcas que "simulen" heridas y otras, para los adultos, exóticas formas de, ya sea "marcarse", ya sea hacer arte. Pero que para los que trabajan en ello, es el arte de marcar el cuerpo.
La mayoría de estas prácticas no son novedosas en cuanto a su técnica. Sin embargo, lo que ha cambiado es el valor social que las nuevas generaciones le estan atribuyendo.
De esta manera, un viejo arte, como el del tatuaje, acotado a grupos marginales de jóvenes en otras épocas, como los Hells Angels que asolaban con sus motocicletas personalizadas las rutas en la norteamérica de los sesentas (y que aún existen), o de los residentes en prisiones o espacios de oposición y resistencia de minorías, han pasado a ser hoy, un elemento de adorno de los jóvenes más integrados, un signo de individuación (cada tatuaje es una obra), y un icono de belleza. Vemos en las galerías de turno desfilar chicas y chicos de los que no desconfiaríamos, ni cruzaríamos de calle si nos los encontráramos por la noche.
Algo similar sucede con el resto de las técnicas mencionadas que, hay que decirlo, no se realizan bajo anestesia, por lo que el dolor es parte del nacimiento de la obra.
Estas prácticas, desde su nueva consideración social, se constituyen, también ellas, en un campo de batalla de percepciones entre jóvenes y adultos, que suelen interpretar a éstas con el mote de horrendas.
Estableciendo una comparación, los jóvenes sesentistas hippies y otros alternativos, hacían uso de numerosos collares y aros y pulseras, flores en los cabellos ellas y sombreros capelina ambos. Y el signo de la paz colgado sobre el pecho. Sin embargo, todos estos objetos de adorno, eran emblemas "desmontables", montados "sobre", pero no instalados "en" el propio cuerpo. De esta manera, podemos pensar en máscaras frente a marcas, en tanto las primeras pueden dejarse a un lado, cuando el momento lo exija, mientras las segundas, allí quedarán, dando testimonio, siendo muy difícil su eliminación. En este sentido, la marca nos lleva a la constitución de un otro auténtico, mientras la máscara puede ser vista como un disfraz de tiempo parcial, al cual renunciaremos para volver a ser los mismos.
Hay aquí una radicalidad de la marca, un advenir que es más que cambio, en la medida en que el cambio puede ser retrotraido y lo que adviene ya no.
El antecedente más próximo de las marcas en el cuerpo, en el marco de las culturas juveniles, puede encontrarse en el punk. Sin embargo, una vez más, se trataba en este caso, de una señal de combate, de rechazo, de generar asco en el otro (integrado). En cambio, los nuevos portadores de marcas, lo hacen por las razones contrarias, buscando gustar, seducir y desarrollar un estilo individual.
En tiempos de adultos juvenilizados, consumidores de música rock, ropa moderna, y trato pretendidamente horizontalizado, los jóvenes encuentran en estas prácticas un refugio no contaminado por los adultos y, por lo tanto, que puede serles propio, ya que los adultos no se atreven a ingresar en él (aún).
En este sentido, el body-art, incluyendo novedosas cuasi-prótesis electrónicas, la música techno y el ciberespacio, como cruce entre deseo y tecnología, definen prácticas y ámbitos estrictamente juveniles, apoyados en la tecnología y los artefactos, generando artificios que los alejan de los adultos.

¡Yo no hacía eso cuando era joven![50]

Resultado de estos cambios en el mundo del trabajo y la cultura, y de una creciente fragmentación social, vemos surgir una proliferación de formas de ser juveniles, que ponen un fuerte acento en la estética, con una ostentación por el estilo en el sentido de fijar huellas y marcas, de definirse desde la imagen. Y ya no desde la confrontación ideológica, mediante proyectos políticos de transformación social, como sucedía en los sesentas y setentas. En un mundo en que la política ha quedado subordinada y rendida a la economía, no tienen mucho margen. En lugar de luchar por revolucionar el mundo, luchan por integrarse a él. No olvidemos que “el mercado” , la productividad y el consumo, son los nuevos organizadores del mundo.

Desde esta perspectiva, la construcción de las identidades basada en la diferenciación por el estilo y las prácticas culturales, se ven tamizadas por la tecnologización de la sociedad, generando una estética novedosa, acompañada por una teatralidad enfatizada y por rituales y códigos que ayudan a construir el lugar propio y que se presentan como claves de pertenencia, a través de conductas y acciones diseñadas por los propios adolescentes.

Estas nuevas culturas juveniles, comparten un sentimiento comunitario y grupal desde el cual procesan sus conflictos entre pares y enfrentan su vulnerabilidad ante un exterior hostil. Frente a la imposibilidad de acceder a los bienes que los medios les aseguran los dotarían de éxito y poder, en la medida en que tienen plenamente integrados los signos del consumo, las agrupamientos juveniles pasan, en consecuencia, a tener una relevancia mucho mayor como espacio de socialización entre iguales, un espacio de carácter horizontal en donde no solamente comparten visiones del mundo sino que, además, las generan. El grupo de pares, es el lugar desde dónde darle sentido al mundo, con el rechazo de la perspectiva adulta por inadecuada, falsa, o portadora de un doble discurso. En todo caso, alejada de su realidad. Y es aquí cuando el grupo se presenta como el lugar posible de las nuevas articulaciones y de construcción de sentidos, lugar desde el cual enfrentan la crisis de valores y de sentido, frente al descrédito de lo dado, la sensación de pérdida de rumbo y el sentimiento de impotencia respecto a la posibilidad de transformar las cosas.

En medio de tanta confusión y doble discurso, los adolescentes carecen de figuras con las que identificarse. Y si hay que elegir, Maradona, Tinelli, Pergolini, Charly García, Los Redondos y Rodrigo, Olmedo y el Che, suben a escena. Figuras de la música, la pantalla y el deporte. Algún referente social y casi ninguno proveniente de la política, a excepción del Che, un tema aparte. Qué ven en ellos los adolescentes: autenticidad, personas que dicen lo que piensan y actúan en consecuencia. Luego, los problemas de Maradona, las grescas en el acceso a los recitales de Los Redondos  y las locuras de Charly, y hasta las muertes de Olmedo y el Che, son cuestiones secundarias frente al tema central: se la bancan frente al poder (representado por los medios, la policía, la hipocresía, los adultos en general) y no caretean, aunque paguen su precio por ello.  En el caso del Che, podemos afirmar que, a excepción de un pequeño núcleo politizado, es la leyenda del héroe y no del revolucionario social, la que ronda en sus visiones.

En el mismo sentido, el territorio es un lugar desde el cual los jóvenes pueden realizar una suerte de control del mundo, ejercer una especie de dominio, e interpretarlo con sus propios elementos. Consideremos que, en muchos casos, son jóvenes a los que se les dificulta salir de sus propios barrios por cuestiones económicas, al mismo tiempo que otro mundo muy vasto se les aparece en las pantallas todos los días, inalcanzable por lo demás, mientras sus cartografías se les reducen a unas pocas cuadras.

Por supuesto, cualquier análisis debe considerar especialmente la diferencia de entre varones y mujeres. Las expectativas que la sociedad deposita para ellos y para ellas, no son las mismas. Si bien con el ingreso masivo de la mujer en el mercado de trabajo, se ha producido una mutación muy profunda de los roles y dinámicas familiares, esto no significa que la brecha se haya cerrado. Y esto significa biografías juveniles diferentes para unos y otras. Sin embargo, en la relación entre pares, aparecen rasgos de equidad en la diferencia que los distancia del trato claramente sexista que reciben de los adultos.

Un adulto allí, por favor!

Para los adolescentes, los adultos, son la referencia ineludible. Siempre propensos a mirar y a tratar a los jóvenes a partir del recuerdo de su propia juventud se encuentran frente a un abismo. Campos que antes aparecían como previsibles, hoy definitivamente no lo son. Navegar en la incertidumbre, no les sucedía cuando les tocó ser jóvenes, mientras los adolescentes de hoy, navegan en aguas turbulentas.

Los jóvenes de sectores medios, con frecuencia tienen padres más permisivos que los que tuvieron ellos, sus dulces abuelos. Y aprendieron a negociarles y poner sobre la mesa sus demandas. Sin embargo, el principal reclamo es una fuerte solicitud de ser escuchados, de ser tenidos en cuenta, por quienes, en su opinión, no los toman nunca en serio, y, en consecuencia, muchas veces no los escuchan. No por la mayor o menor pertinencia de sus comentarios o acciones, sino por el hecho mismo de ser jóvenes. En definitiva, sienten que no les tienen confianza, en la medida que esa permisividad no implica la apertura de un espacio de diálogo auténtico. Y, en este punto, aparece una nueva incomprensión generacional, pero no en el formato debate ideológico o programático, no como rebeldía antitética, sino como miradas de desconocimiento, que muchas veces, caen, por lo mismo, en la negación del otro. En este sentido, es usual, en los adultos la descalificación de los jóvenes, estableciendo parámetros de comparación con una sociedad -la de su propia juventud-, que ya no existe. Y a la cual es imposible volver.

Como contraparte, los adolescentes ven en muchos adultos la impotencia, la confusión, la inadecuación. Y una cierta juvenilización. En el nuevo clima de época, aparecen como valores o atributos de identificación positiva, la energía, el vigor, la belleza física, el goce, la capacidad de consumir, que, significativamente, son asociados a un modo juvenil de vida (de cierto sector social) y exportados a todos los grupos de edad, que hacen notables esfuerzos por incluirse en el modelo, juvenilizando la vida social misma. Y al medirse frente a adultos adolescentizados, hallan figuras e imágenes que los aproximan peligrosamente a la indiferenciación. Porque, no nos equivoquemos, los adolescentes reclaman, que los adultos sean precisamente eso, adultos. Pero, en fin, tienen que lidiar con adultos que les disputan empleos, novias, novios, canciones, rockerías, colores, gimnasios….  y empujan a los jóvenes a producir nuevos márgenes en los que construir sus identidades.

Conceptualizar la juventud con una perspectiva dinámica


En consecuencia, las múltiples formas de vivir la familia, los nuevos roles de la mujer (y, por tanto, del hombre), la segmentación del sistema escolar, el suceder de la vida laboral en diferentes trabajos, las nuevas y diversas alternativas laborales con un mayor grado de complejidad (y, consecuentemente, de mayores saberes), el impacto local de mensajes globales, en definitiva, la ampliación del campo de batalla, como diría Houellebecq, van a devenir en pluralidad de sujetos con recorridos y horizontes diversos y abiertos. 

Retomamos ahora el problema de la conceptualización de la juventud y afirmamos que, la juventud es una construcción histórico – social y de carácter relacional, es decir, que ni en todas las sociedades, ni mucho menos en todos los tiempos, se da estrictamente en tal o cual tramo etáreo. Es lo que señala Sven Morch, cuando afirma que “la juventud es una categoría social para el desarrollo individual, que se constituye a través de estructuras de actividad específicas que la sociedad les ofrece a los jóvenes”[51]. Dentro de estas estructuras -diferenciadas, es decir no homogéneas; y para el caso argentino, fuertemente segmentadas-, los individuos desarrollan su juventud. Sin embargo, al mismo tiempo en que los jóvenes son tomados por dichas estructuras de actividad, las modifican continua y creativamente. Es decir, que, en esta perspectiva, un individuo joven y debe realizar un cierto "trabajo" de adquisición y producción de su juventud.

En el mismo sentido sociohistórico, pero con acento puesto en lo relacional, Valenzuela Arce, subraya que en los últimos años “se ha avanzado en la conceptualización de la juventud como construcción sociocultural, históricamente definida, así como la delimitación de sus rasgos significantes, aunque muchas veces se piensa lo juvenil fuera de su contexto social y relacional. (...) Las identidades sociales refieren procesos intersubjetivos inscritos en relaciones sociales históricamente situadas, por lo cual, implica concomitantemente a interacciones y representaciones complejas de lo individual y lo colectivo y, sólo adquiere sentido dentro del contexto social más amplio y en su relación con lo no juvenil.” [52]

Como señalan los autores de “Historia de los Jóvenes”, “Más que de una evolución fisiológica concreta, la juventud depende de unas determinaciones culturales que difieren según las sociedades humanas y las épocas, imponiendo cada una de ellas a su modo un orden y un sentido a lo que parece transitorio, y hasta desordenado y caótico. Semejante ‘edad de la vida’ no puede hallar una delimitación clara ni en la cuantificación demográfica ni en una definición jurídica, ..”.[53]

Precisamente, la expresión de Bordieu, “la ‘Juventud’ es sólo una palabra”, advierte sobre la dificultad de imponer límites taxativos y, al mismo tiempo, el equívoco de apoyarse en generalizaciones, que, de no estar atentos, nos empujan a “una manipulación evidente”.[54]

Llegados a este punto vale la pena interrogarse: ¿puede actualmente seguir asociado el concepto de juventud a los tradicionales conceptos de moratoria y transición?

Como sostiene Luz María Guillén Ramírez, “se le ha definido como un período de la vida comprendido entre tal y cual edad; o que ‘comienza con la pubertad y acaba con la madurez social’; o, en el mejor de los casos, como ‘una etapa de formación que culmina con la incorporación al empleo’. La juventud es mucho más que eso.”[55]

En nuestra perspectiva, la juventud es, a la vez, un tiempo de tránsito y un estadio específico, con entidad propia, en la vida del individuo. Y, por plural, que cobija múltiples juventudes o posibilidades de ser joven. Visto desde este ángulo, los restantes períodos de la vida del individuo también podrían leerse desde la óptica de la transición, en la medida en que, delimitados como tales, son períodos por los que se atraviesa y en los que se adquieren, o se pierden, nuevas y viejas posibilidades vitales. Por qué entonces, la juventud sería tránsito y no la infancia o la adultez? Acaso hay un lugar claro y definitivo al cual llegar? Por qué habrían cambios biológicos, psicológicos y sociales tan especiales en este período de la vida y no los habría en otros[56]? Todo da la impresión de que esta definición por la negativa de “período de transición” involucra una fuerte lectura adultocéntrica, enmarcada en relaciones de poder específicas de una sociedad de organización capitalista, patriarcal y más afín a las realidades de los países europeos. Y en cuanto al concepto de moratoria social, afirmamos que esta teñido por una mirada que ubica a los adultos en el centro y como modelo, poniendo al resto de los sectores poblacionales, distribuidos socialmente en términos de grupos de edad, como satélites que orbitan alrededor del núcleo, como periferia de la verdad inscripta en la adultez. Sin embargo, si midiésemos según los procesos de desarrollo de redes neuronales, o de la fuerza física, o de la experiencia acumulada en la vida, los criterios serían, sin duda, otros. Lo que aquí hace centro, es la unidad "trabajador", pero resulta que esta misma unidad, esta hoy en crisis.
Por otra parte, los nuevos paradigmas que postulan al ser humano, en sus diferentes temporalidades, como sujetos de derechos y responsabilidad, más allá de que estas puedan variar en tiempo y espacio, nos llevan a un modelo de pensamiento diferente, en el cual no hay transiciones ni moratorias, sino períodos de la vida con tareas propias que no se subalternizan sino que tienen entidad particular dentro de un recorrido vital que concatena posibilidades y atributos.
Finalmente, si las mismas instituciones de la modernidad que modelaron los viejos sujetos, estan, cuando menos acosadas y en proceso de cambio, como el Estado de Bienestar, la escuela, la familia, las instancias de representación, etc., resulta insólito, cuando menos, sostener un imaginario que no responde a los tiempos.

Efectos de Discurso
             
Y, luego de este recorrido, podemos preguntarnos:
¿por qué es importante esta disquisición acerca del concepto y el discurso sobre la “juventud”?
Primera respuesta: porque “lo cierto es que todas esas proyecciones simbólicas -implícitas en las diferentes conceptualizaciones-  cumplen un cometido eficaz en las `políticas’ de juventud, ya sea por tentación de excluirla o, por el contrario, por la función de control social que determinadas sociedades reconocen...”[57].

Segunda respuesta: porque, en palabras de Brito Lemus, “el discurso sobre la juventud sirve como forma de control, tiende a ser cerrado y desacreditador, en la medida en que la juventud rebasa los límites de la tolerancia social y será más legitimador mientras ésta se mantenga dentro de los límites.”[58]

Y, finalmente, tercera respuesta: porque los diferentes conceptos y discursos sobre la “juventud”, darán lugar a diferentes calidades de proyectos y acciones dirigidas a la juventud. Y porque diferentes políticas de juventud suponen diferentes éticas y concepciones de la sociedad y de la posición que en ella se les destina a los jóvenes, en tanto presente y futuro de la misma. Este punto es fundamental para aquellos que trabajan en el diseño y ejecución de acciones o programas dirigidos a los jóvenes: docentes, profesionales de la salud, de programas sociales, etc.

La multiplicidad de nuevos sujetos, la explosiva heterogeneidad del mundo de los jóvenes, definen una nueva realidad en la que los viejos modelos de síntesis y sus correspondientes matrices para la toma de decisiones, no alcanzan para contener la pluralidad de nuevas demandas.

Es duro, pero hay que decirlo. Los adolescentes de hoy, ni siquiera pueden aspirar a tener un nivel de vida como el que alcanzaron sus padres. Y la mayoría le tiene miedo al futuro. No saben si podrán conseguir un buen empleo. O un empleo a secas. Si podrán hacerse cargo del sostén de la familia que les toque formar, si podrán "ser alguien" en la vida. Son tan concientes como cualquier adulto de que les toca vivir una realidad económica y social muy difícil. Son concientes de las dificultades que viven sus propios padres, sus familias. Y estan en el tiempo de la vida en que se presenta la última posibilidad de orientar la biografía personal de un individuo. Con la urgencia de responderse la pregunta “quien soy”, con la necesidad de elaborar un sistema de valores y sentidos, en un tiempo difícil por la impermanencia y precariedad de las referencias y los modelos en juego.

Estos adolescentes, no sólo tienen que enfrentar el desafío de desarrollar su identidad, sino que deben hacerlo en el marco de una profunda crisis de sentido que atraviesa a la sociedad y una crisis de supervivencia que cruza a una porción sustantiva de nuestras familias y comunidades.

En este marco, se trata de generar y apoyar, desde muy diferentes ámbitos, estatales y privados, iniciativas que reconozcan, respeten y promuevan la pluralidad y la tolerancia hacia las diferentes manifestaciones culturales juveniles y, que, al mismo tiempo, enfrenten la exclusión basada en la desigualdad social. Estas acciones, deberían alentar el desarrollo de espacios protegidos para el intercambio entre pares y con adultos, que faciliten el encuentro. Y donde adquiere particular relevancia incluir la perspectiva de género y estimular la más amplia participación juvenil.

Más allá de lo institucional, específicamente en tanto adultos, resulta imprescindible que los escuchemos, acompañemos y alentemos. Que los tratemos de "persona a persona", como nos han pedido. Comprometernos con ellos, y, fundamentalmente, sostener vínculos de calidad, quererlos, enojarnos y alegrarnos con ellos. Poner en juego una presencia con afecto y con ganas de hacer. Pensemos que son los mismos jóvenes que deberán enfrentarse a una sociedad mucho más excluyente. De este modo, frente al clima general de escepticismo y resignación, los ayudaremos para que la sensación de “no hay futuro” ceda lugar a la creación de nuevos mundos.

Aquel mundo optimista, de la movilidad social incluyente, un mundo seguro del progreso que alcanzaría a todos, se ha ido, afectando al significado otorgado a las cosas, que quedan atrapadas entre un pasado moribundo y un presente que no termina de nacer. Ahora, en palabras de Lipovetsky, somos todos más pragmáticos y combatimos en pequeñas luchas. Ya no hay grandes programas ni grandes sueños, y, sin embargo, el mundo sigue convirtiéndose demasiado a menudo en una pesadilla. Los jóvenes, cobijados en sus diferentes tribus, enfrentan, resisten y construyen con los que recursos que les han tocado en suerte. Algunos, los obtienen fácil, otros disputan por ellos. La demanda de más y mejores oportunidades para todos los jóvenes, supone la  decisión de promover su protagonismo en la vida social, política e institucional a través de acciones sustentadas en la ética del diálogo y la escucha, estimulando el desarrollo de su autoestima, la creatividad y promoviendo una política de “igualdad en la diferencia”.

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[1] GUILLÉN RAMÍREZ, Luz María; 1985.
[2] ARIÉS, Philippe; 1989.
[3] Op. cit.1.
[4] Esta mano de obra infantil, en el capitalismo primitivo, era más preferida que la femenina y mucho más que la del varón adulto, por ser más barata, pero también por su docilidad, modelada a fuerza de látigo siempre que fuera necesario. “Federico el Grande en Prusia, ofrecía esta mano de obra infantil a los empresarios para fomentar la industria” y Fielden reconoció que “nuestra prosperidad industrial se basa en el infanticidio”. En: NITTI, Francesco, “La población y el sistema social”; Minerva; Barcelona; 1917. Citado en: SAGRERA, Martín; “El edadismo contra ‘jóvenes’ y ‘viejos’. La discriminación universal”. Editorial Fundamentos. Madrid, España. 1992.
[5] “La traición de una juventud traicionada”; Centro de Estudios y Documentación Sociales. En: Revista Panorama N °3. México. Citado en 1.
[6] Op. cit. 1.
[7] Op. cit. 1.
[8] Las mujeres, comenzarán a ser reconocidas en esta categoría sólo a finales del siglo XIX, en tanto los sectores obreros y rurales recién lo serán a partir de la primera posguerra del siglo XX. Sin embargo, su inclusión masiva, en uno y otro caso, demandará el transcurso de unas décadas más
[9] ALLERBECK Y ROSENMAYR; 1978. Introducción a la Sociología de la Juventud. Editorial Kapelusz; Colección Estudios e Investigaciones. Buenos Aires, 1979.
[10] Id. ant.
[11] HOBSBAWN, Eric; 1990. La historia del siglo XX.
[12] JAMESON, Fredric; 1991.
[13] CASULLO, Nicolás; 1989.
[14] VATTIMO, Gianni; 1987.
[15] SENNET, Richard; 1979. LYOTARD, J. F.; 1985. LIPOVESKY, GILLES; 1983.
[16] “Entrevista a GILLES LIPOVESKY, un pensador sobre la posmodernidad. El vacío lo causa la falta de proyectos”. Diario Pagina 12 (18/04/99); pág 33.
[17] Citas tomadas de “El Mayo Francés”; SAENZ DE MIERA, Antonio; 1988.
[18] LEVI, Giovanni y SCHMITT, Jean Claude; 1995.
[19] Podríamos hablar de diferentes globalizaciones: productiva, financiera, de las comunicaciones, todas ellas vinculadas, pero a su vez, específicas. Y aún de otras, en proceso, como pareciera estar  sucediendo en el campo del derecho internacional, por ejemplo.
[20] GARCÍA CANCLINI, Néstor; 1993 y 1995. REGUILLO, Rossana; 1993.
[21] FEATHERSTONE, Mike (1991), señala que hoy vivimos en una "cultura de consumo" y que no debemos considerar al consumo como un mero derivado no problemático de la producción, sino en un entramado estrecho entre economía, sociedad y cultura, que incluye cuestiones relacionadas con el deseo, el placer y las satisfacciones emocionales derivadas de la experiencia de consumo.
[22] GARCÍA CANCLINI, Néstor; 1995.
[23] GARCÍA CANCLINI, Néstor; 1990.
[24] A los efectos de facilitar la lectura del texto y no con una connotación sexista, he optado, a riesgo de crítica, por escribir en términos del tradicional "los", a cambio de "los/as", o el novedoso "l@s". Entonces, "los" debe interpretarse como inclusivo tanto varones como mujeres, salvo aclaración en contario.
[25] ELBAUM, Jorge; 1998. Inédito.
[26] REGUILLO, Rossana; 1993.
[27] MAFFESOLI, Michel; 1988.
[28] BALARDINI, Sergio; 1999.
[29] BELL, Daniel; 1970. Temía por el futuro del capitalismo debido a lo que denominaba sus “contradicciones culturales” que devenían en una búsqueda incesante de una mejor calidad de vida, del placer y de logros del individuo que, a su juicio, producían una disrupción en la lógica capitalista del ahorro (de moral calvinista).
[30] Por aquellos años, Samuel Huntington, intelectual actualmente miembro del Council On Foreign Relation, think tank del Partido Republicano, junto con Michel Crozier y Joji Watanuki, elaboran un informe "Sobre la Gobernabilidad" para la Comisión Trilateral titulado: "La crisis de la Democracia" (1975). Como expresa Oscar Picardo Joao, “En el mismo, ...sugieren ciertas medidas restrictivas para superar lo que llamaron "Exceso de Democracia"; este "exceso" está constituido básicamente por cuatro elementos: 1) Erosión de la autoridad, debido a la concepción de Estado de Bienestar y su ideología igualitaria; 2) Sobrecarga del gobierno, debido al desgaste de la intervención estatal en las relaciones sociales, lo que ha generado más demandas; 3) Intensificación de la competencia política, lo que ha disgregado la intensidad generando una incapacidad de las instituciones; y 4) Incremento del provincialismo nacionalista de la política exterior, debido a las presiones ejercidas por la sociedad respecto de sus necesidades interiores”. En:  http://www.ufg.edu.sv/red/gobernabilidad.html. Acceso: 20 de mayo de 2002.
Estos planteos serían asumidos por los Documentos de Santa Fe que guiarían la conducta del gobierno de Ronald Reagan.
[31] Se trata de una serie de recomendaciones (apertura de los mercados, privatización de servicios públicos, Estado mínimo, etc.), promovidas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Comisión Trilateral y el Grupo de los Siete, integrado por los países económicamente más poderosos del mundo, y que sistematizara posteriormente John Williamson (1990).
[32] Lo mismo vale para los sindicatos y otras instancias de representación, institución cuestionada en sí misma.
[33] BALARDINI, Sergio y MIRANDA, Ana; 1999.
[34] ALBA, Víctor;  1992.
[35] Ver: SCHUMACHER, E. F.; “Lo pequeño es hermoso”; 1973.
[36] El “The Doors of the Perception” tomado prestado de William Blake en que se basara Jim Morrison para dar nombre a su grupo de rock.
[37]. La violencia en los programas televisivos, http://www.ull.es/publicaciones/latina/a/81coh.htm
[38] "La Asociación para la Alfabetización Audiovisual (AML), con sede en Toronto señala que poco antes de terminar la educación secundaria un estudiante pasa unas 11.000 horas adentro de la educación formal, frente a unas 15.000 horas frente al televisor y otras 10.500 horas escuchando
música pop. Además de otras miles de horas dedicadas a otros medios de comunicación, como el cómic, los videojuegos, el cine y la internet". http://www.xtec.es/~jvilches/infoedu/ier18.htm; acceso: 10 de mayo de 2002.
[39] Consumo televisivo: hábitos y valoraciones. SOUZA, María Dolores.  http://www.sydneyforum.com/conf_papers/maria_dolores_souza_spanish.rtf. Acceso: 10 de mayo 2002
[40] Se trata del surgimiento de una nueva institución con "vivencia de familiaridad" y hasta de parentesco, originada por la sistematicidad y periodicidad de la presencia de ciertos personajes radiales y/o televisivos: locutores, animadores, periodistas. En: WAINERMAN, Catalina (comp.). 1994.
[41] GARCÍA CANCLINI, Néstor; (1995).
[42] Cita en “Los hijos de la tecnología serán 40 millones en el año 2003”, Bárbara CELIS. En: Datos en la Web. Acceso: diciembre 2000.
[43] MEAD, Margaret; 1970.
[44] SARTORI, Giovanni; 1997.
[45] “Al construir una página, (...) por ejemplo, hay que definir categorías. Y hay que jerarquizarlas... por medio de diversos ordenamientos lógicos: árboles, secuencias lineales, espirales, solapamientos, intersecciones, etcétera. Diseñar la página requiere afinar los conceptos de espacio-tiempo (...). Después habrá que poner los links. ¿Qué mejor oportunidad para entender qué son las relaciones y las interrelaciones, lo unívoco y lo biunívoco? Tendrá que pensar en equivalencias. (...) También deberá poner en juego los conceptos de causalidad y determinación. Cada clic habrá de tener determinado efecto, y hay que saber cuál y por qué. Poco a poco, el joven realizador del sitio irá construyendo una imagen interna de todos estos aspectos y, al cabo de la tarea, habrá incorporado un conjunto de conocimientos de la mayor importancia para su formación intelectual”. “Internet da lecciones prácticas de filosofía” en diario Clarín, Suplemento Informática. Miércoles 10 de mayo de 2000.
[46] MARGULIS, Mario. 1994.
[47] PLUR: P(eace), L(ove), U(nity), R(espect). http://www.elektrorave.com
[48] "El objetivo de un rave es el tener a gente de muchos tipos y de distintos estilos de vida para crear y disfrutar una atmósfera que juntos vamos creando con la música." http://www.elektrorave.com
[49] http://www.elektrorave.com
[50] A título de experiencia: a comienzos de 2001, la televisión mostraba a un grupo de chicas acampando junto al estadio de River. Serían 20 o 30; en realidad eran un par de tribus, no un sólo grupo. Pese a que por las noches, calentaban sus comidas para soportar mejor el frío, y se aguantaban la lluvia, guarecidas en sus carpas y toldos, no estaban disfrutando de la naturaleza, ni tampoco practicando scoutismo. Cuando la noche lo permitía, miraban las estrellas, esas pocas que trascienden la contaminación lumínica de Buenos Aires y cantaban a coro y en voz bien alta, los temas de sus preferidos. Aunque también cantaban bajo la lluvia. Luego, se metían en sus bolsas de dormir, porque al otro día las esperaba la escuela. No a todas, claro, algunas optaban por ratearse. Por otra parte, durante el día alguien debía quedarse cuidando el lugar. No estaban acompañadas por adultos, ya que parece ser, solas se manejaban bien. Entretanto, la ansiedad era mucha. Ya hacía 15 días que acampaban, soportando el clima, vagabundos y personajes, y negociando con sus padres. Y faltaban algo más de otros 10 para que pudieran ingresar al estadio y asistir al concierto de sus ídolos, los Backstreets Boys.
[51] MØRCH, Sven; 1990. "Youth theory: a prerequisite of youth policy. The role of the danish school and youth work". Ponencia presentada en el Congreso Mundial de Sociología (CI 34). Madrid, 1990.
[52] VALENZUELA ARCE, José Manuel; “Culturas juveniles: identidades transitorias”, en: Revista de Estudios sobre Juventud N° 3 (Cuarta Epoca), Centro de Investigaciones y Estudios sobre Juventud. Causa Joven. México, 1996.
[53] LEVI, Giovanni y SCHMITT, Jean Claude; 1995.
[54] BOURDIEU, Pierre. Sociología y Cultura. 1990.
[55] Op. cit. 2.
[56] Por ejemplo: las separaciones y divorcios, los cambios de empleo, la muerte del cónyuge o pareja, la menopausia y la andropausia, el nacimiento de nietos, segundos (o terceros...) matrimonios y parejas, etc., etc., etc.
[57] Op. Cit. 52.
[58] LEMUS, Brito, 1985.

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