¿EN QUÉ MEDIDA LA EVALUACIÓN
COLABORA CON LA MEJORA ESCOLAR?
ZULMA PERASSI Universidad Nacional de San Luis, Argentina
1. Introducción
Esta pregunta, en apariencia tan simple, no tiene
una respuesta sencilla. En una de las primeras clases de la asignatura Evaluación Educacional, en la Universidad Nacional de San Luis (Argentina), se planteó
este
interrogante
a los alumnos
que
cursaban la Licenciatura en Ciencias de
la Educación. Ellos, después de un sostenido silencio, lograron esbozar respuestas en
dos direcciones: unos, sostenían
que “la evaluación siempre se liga a la mejora, pues de lo contrario no tiene
razón de ser…”. Otros, en cambio, un tanto escépticos y con algunos años más, señalaban que
“muy pocas veces la evaluación se vincula a la mejora… más bien, permite
controlar, calificar, determinar lo que hay, pero sobre todo, lo que falta…”.
¿Desde dónde hablaban esos
estudiantes? Sin duda, desde
lugares y concepciones diferentes. Los primeros, avanzaban en
un discurso que sostenía
y promovía
la formación que estaban desarrollando. El
anclaje de ese
posicionamiento
se sustentaba claramente en la teoría
y en especial, en un modelo
socio político y crítico, que seguramente dichos
alumnos compartían y abrazaban en una actitud de franco
cuestionamiento a concepciones más tradicionales.
Por su parte,
los segundos –muchos de los cuales se desempeñaban como docentes de escuelas• estaban atravesados por su realidad cotidiana, hablaban desde “ese” lugar y develaban una concepción que hallaba sus raíces en la práctica
misma.
Mantenían cierta
distancia con las concepciones críticas de evaluación por considerarlas demasiado utópicas.
Estas posturas, claramente antagónicas en su expresión inicial, revelan la coexistencia de modos opuestos de entender la evaluación dentro de un espacio particular de educación. Podríamos preguntarnos entonces, ¿cuál es la respuesta adecuada? No cabe duda que la misma
siempre
es compleja,
incluye múltiples aspectos y
tal vez sea una construcción inacabada.
2. Indicios que ayudan
a pensar un encuadre referencial
No es propósito
de este escrito
reconstruir la historia de la evaluación en el campo de la educación,
pero la referencia a algunos teóricos • en especial
a los que
marcaron rumbos
durante
el pasado siglo• , colaborará para esbozar una aproximación a la respuesta buscada.
La obra de Tyler –a partir
de la década de
1940•
fue decisiva
en el desarrollo de la evaluación, puesto que logró instalarla dentro del terreno de la educación, estrechamente vinculada con el currículo. Para este autor, la evaluación se definía como el proceso necesario para determinar en qué medida
habían sido
alcanzados los objetivos previamente definidos en términos de conductas
(Escudero Escorza, 2003). Esta
concepción tradicional de evaluación impregnó profundamente las prácticas docentes, dejando
vestigios
que aún perduran en
la escuela. Distintos autores le otorgaron denominaciones diferentes a ese modelo,
así Guba y Lincoln (1989), lo
identifican como la segunda generación de evaluación, mientras que Domínguez
Fernández (2000), habla de una concepción conductista o racional científica.
Algunas décadas más tarde,
Michael Scriven introdujo un nuevo lenguaje en este campo
al referirse a la evaluación formativa y sumativa, a la metaevaluación, a
la evaluación sin metas (como enfoque opuesto al tyleriano), que al decir de House permanecía más
en el plano de las palabras, que en el de los hechos (Shaw, 2003). La noción de evaluación que aquel autor sostiene a lo largo de sus vastos
trabajos, encuentra su esencia en la asignación del valor o mérito a cada objeto
indagado. Scriven alienta la idea de evaluación como ciencia de la valoración. Él propone
el enfoque de evaluación orientada
al consumidor, poniendo dicho proceso al servicio de los intereses
de
quienes se
ven afectados por la entidad
que
es evaluada (Martínez Mediano,
2007).
Es Cronbach uno de los teóricos
que vincula más nítidamente
la evaluación con el contexto
político y el compromiso de cambio. En sus escritos de 1980, asegura que
la misión clave del evaluador es la de un mejorador. En un texto compartido con otros autores,
afirma: El evaluador tiene una influencia política incluso cuando no aspire a ello. Puede tener un arma en su poder pero pierde la mayor parte de su valor si no piensa independiente y críticamente (...). (Cronbach et al., 1980, p.67). Weiss, con sus trabajos empíricos, fortalece la relación
de la evaluación
con la política, resaltando en
sus
indagaciones el atravesamiento
político que posee toda
evaluación.
Ernest House avanza desde una evaluación para la justicia
social, aportando teoría orientada a desarrollar una evaluación más justa
y ética.
Sostiene que la evaluación
no sólo debe ser veraz, sino también justa. Sus esquemas (…) reflejan la justicia en grados diversos. Y la
justicia constituye una norma importante con respecto a la cual juzgar la evaluación (House, 2000, p.114). Este destacado teórico de la evaluación propone una
teoría de la justicia organizada en
torno a los valores de igualdad
y autonomía
moral, imparcialidad y reciprocidad; aunque no
desestima el principio de utilidad.
Robert Stake ha sido un férreo propulsor
de la indagación cualitativa desde sus primeros escritos.
En la década de los 70 definió
los principios de la evaluación educativa
que asumió como esenciales: igualdad,
ubicuidad, diversidad, utilidad, redundancia, ambigüedad y generalización (Martínez Mediano, 2007). Impulsó el enfoque respondiente de evaluación, orientado a descubrir el mérito y las deficiencias de cada programa, preocupado por dar respuesta
a las necesidades de información de las distintas audiencias. Él
asegura que la evaluación comprensiva ha sido su respuesta (como oposición) a la evaluación preordinada
• basada en objetivos
y criterios preestablecidos• . En su publicación, denominada Evaluación Comprensiva y
Evaluación basada en Estándares afirma: La evaluación comprensiva es un modo de buscar y documentar la calidad de un programa. En ella se emplean tanto la medición
basada en criterios como la interpretación.
El rasgo esencial de este enfoque
es
la
comprensividad (…) de cuestiones
o
problemas claves, especialmente los experimentados por las personas del
propio lugar o localización del programa
(Stake,
2006, p.144).
En su
más
reciente
producción
(2010), este
autor asevera que el pensamiento científico es una mezcla
de
pensamiento cualitativo y cuantitativo. La investigación constituye, para él, una búsqueda de comprensión. En este sentido,
destaca algunas características
claves de los estudios
cualitativos: su carácter
interpretativo, la naturaleza empírica
y experimental, el privilegio
de la situacionalidad, su orientación
personalista, sensible a la diversidad, … todo lo cual, está emparentado con su enfoque evaluador.
La llamada
evaluación crítica reúne numerosos autores y diferentes propuestas que se encuadran bajo la denominación de “crítica” –en palabras de Shaw (2003)• en tanto
la problemática evaluativa
se conceptualiza en su contexto social,
político y cultural. Carr y Kemmis, representantes de esta concepción,
promueven la investigación en la acción,
situándola en el campo de la evaluación crítica. Ellos identifican algunas notas o características
que consideran decisivas: dialéctica de la racionalidad,
transformación de la práctica –investigación en la acción deliberadamente activista• ; acción informada y comprometida de la praxis –investigación en la acción de la propia práctica• ; autorreflexión colaborativa y colectiva, investigación en la acción como vinculación de la teoría y la práctica (Carr y
Kemmis, 1986).
Egon Guba e Yvonna Lincoln proponen, a mediados de
los 80, la evaluación de cuarta generación – también denominada evaluación constructivista o naturalista• . Esta concepción asume que
la realidad es múltiple y socialmente
construida,
requiere
ser abordada en
forma holística y en contextos
específicos o particulares. Los evaluadores y
la audiencia se implican mutuamente, acordando los criterios que guiarán la tarea.
La evaluación es considerada un proceso socio-
político, cuyos resultados
deben
ser revisados y actualizados con frecuencia. En este modelo,
los evaluadores asumen roles alternativos –tales como los de: juez,
historiador, coordinador, escritor,
recolector de datos,…• , para
los cuales necesitan poseer
un dominio técnico y disciplinar, a la vez que deben sostener un desempeño ético.
En la actualidad, tanto el sentido procesual y dialógico de la evaluación, como su orientación a la mejora, son resaltados por innumerables teóricos de habla hispana, entre otros: Miguel Ángel Santos Guerra,
María Antonia
Casanova, Juan Manuel
Álvarez Méndez,
Elena Cano,
Margarita Poggi, Lilia Toranzos, Nidia Elola, Alicia de
Camilloni , Susana Celman, Edith Litwin, María del Carmen
Palou de Maté, Alicia Bertoni, … quienes la abordan
en
distintos ámbitos. Tal vez,
uno
de los autores
europeos
contemporáneos que más ha enfatizado el carácter formativo de la evaluación
de aprendizajes, sea Philippe Perrenoud. En este sentido, el sociólogo suizo afirma que no hay evaluación
formativa dentro del aula sin diferenciación. Ello implica quebrar los esquemas de
intervención homogéneos o igualitarios del profesor- evaluador, para desarrollar
inversiones diferenciadas en función de la complejidad
del grupo y de
las necesidades específicas de los sujetos (Perrenoud, 2008).
3. Esbozos de evaluación presentes en distintos ámbitos
Las evaluaciones vinculadas con el ámbito
de ‘lo escolar’ son múltiples y variadas.
Algunas de ellas, sin
dudas
las que poseen mayor tradición, ocurren en el espacio áulico
y están dirigidas al aprendizaje de los estudiantes. Otras, se enmarcan en el territorio de la institución y se orientan
a
diferentes
objetos: proyectos diversos, acciones, recursos, desempeños, convivencia, gestión,
comunicación, tiempos, espacios,
rutinas, … En algunos
casos,
las indagaciones rebasan
los muros de la escuela,
ya sea porque los sujetos que la habitan realizan búsquedas en los entornos
inmediatos
de sus
comunidades o en contextos
más lejanos, o bien,
porque las mismas
proceden de actores externos, interesados en
conocer
aspectos
particulares o comportamientos globales
de
la institución escolar (ejemplo de ello
son las evaluaciones
nacionales e internacionales, los dispositivos jurisdiccionales, los controles que realiza la supervisión escolar, diagnósticos de distintos organismos –universidades, institutos, etc.• , la valoración social, entre otros).
Cada uno de estos procesos valorativos se torna visible ligado a una direccionalidad
dominante, aquella que está legitimada desde la norma, las costumbres o
tradiciones. Sin embargo, siempre ocurren desarrollos simultáneos
en varias direcciones, aunque sus resultados, generalmente se ignoren. Para ilustrar esta afirmación, consideremos el
caso de la evaluación de los aprendizajes del alumno A que
realiza su profesor, hecho
considerado natural y esperable como responsabilidad de la
tarea
docente.
Simultáneamente al desarrollo de esa acción, dicho estudiante valora
su propia producción,
y también la evaluación que de él realiza su profesor. En tanto, el alumno B compara su
resultado con A y
formula juicios acerca del trabajo de A y de la evaluación que el profesor
hace de la obra de dicho estudiante
(por cierto que a su vez B autovalora
su producción y lo que de ella dice el mismo docente). A su vez, el padre/ madre/
tutor/a de A, analiza y juzga la realización de su representado y
el modo en que la misma fue evaluada por
el profesor ... De esta manera se va configurando un tejido de evaluaciones multidireccionales que obedece, en
la mayoría de los casos,
a normas intuitivas, personales,
‘hechas a medida’
y que, por lo general,
operan con datos parciales sobre el objeto de indagación. En centros escolares con estilo
de gestión centralizada,
esta estructura vincular
suele permanecer implícita o subterránea y sólo emerge en situaciones de rupturas o conflictos.
La institución que asume una concepción democrática aborda
responsablemente la
definición, difusión y construcción compartida de criterios de evaluación, transparenta el proceso e incluye al evaluado. En ese contexto, todo proceso valorativo
adquiere pleno sentido
cuando se constituye autoevaluación y se
coloca al servicio del aprendizaje.
En esta compleja trama
de
valoraciones
que
atraviesan
la vida cotidiana
del ámbito escolar se pueden reconocer evaluaciones en sentido
estricto, es decir,
procesos planificados de búsquedas de datos que permiten
elaborar juicios de valor fundamentados para
sustentar
las decisiones a tomar, pero a su vez, se
identifican también otros procesos
de carácter
más general, que no poseen sistematicidad, ni tienen rigor técnico (y a veces, tampoco ético), de naturaleza más próxima a las opiniones,
generalmente vertidas a partir de sucesos,
hechos
o factores
específicos, parciales y aislados.
Si la institución no habilita espacios
propicios para tratar este fenómeno,
esas
valoraciones inconsistentes pueden generar rumores, confusión
y un estado de malestar que llegue a perturbar el clima de trabajo.
En el ámbito de la evaluación de los programas educativos que se desarrollan en
América Latina, los que poseen sus
orígenes en las entidades centrales de gobierno (sean
éstas: Ministerios, Secretarías, Direcciones nacionales o jurisdiccionales) y son financiados por organismos internacionales impactando directamente en las instituciones escolares, por lo general, no suelen ser objetos
de una valoración integral y holística. Cuando la evaluación
se incluye
como componente en el diseño
de los mismos,
con frecuencia,
está exclusivamente orientada a la dimensión económica.
En algunos casos
se plantea la indagación como parte de lo planificado, sin embargo, pocas
veces llega a concretarse y cuando
ello
ocurre, no se difunden debidamente los resultados
alcanzados. La ausencia de procesos sistemáticos de indagación determina un estado
de debilidad en los saberes acumulados referidos a
la evaluación de
programas educativos, con
doble
riesgo:
por
un
lado
‘desaprovechar’
las experiencias desarrolladas para producir
conocimientos sobre las
mismas y por otro, volver a
repetir errores ya cometidos en programas o proyectos
anteriores.
En el campo de la educación latinoamericana es
posible recordar varias
reformas que llegaron con espíritu renovado a modificar la caótica situación a la que nos había
llevado el plan de reforma
anterior. Cada una de ellas fue presentada políticamente como alternativa salvadora frente al ocaso,
sin embargo,
transcurrido un tiempo, esa propuesta sufría el mismo destino.
Las políticas gubernamentales no se preocuparon por generar evaluaciones de esos desarrollos para habilitar
una
visión prospectiva que alentara nuevas trayectorias en la búsqueda de
futuros horizontes,
capitalizando,
en consecuencia,
los
aciertos y errores
cometidos.
Desde hace
varios años,
en el ámbito del sistema educativo, la evaluación
ocupa un lugar
destacado en la agenda pública. En los países de la Región,
los sistemas nacionales de evaluación ya tienen más de una década. En general, han logrado quebrar la resistencia inicial que provocaron en el sector docente y directivo
durante su estadio
inicial, aunque todavía no hayan obtenido
reconocimiento en torno a su valía, en el colectivo
profesoral. Desde la escuela se interpela el valor de las ‘evaluaciones nacionales’ porque son dispositivos que se perciben
ajenos, vacíos de sentido, irrelevantes, con resultados que significan un tibio aporte para
el trabajo cotidiano en contextos particulares de educación. Contribuyendo con una información que los actores
escolares no llegan a conocer, o bien, reciben
demasiado tarde. (Perassi, 2008). Múltiples son las investigaciones e informes técnicos que dan cuenta de las debilidades de los sistemas nacionales de evaluación, pero
tal vez, la deficiencia más
fuerte esté
ligada a la inadecuada difusión y al escaso aprovechamiento de los resultados que se obtienen
(Tiana, 2003; Ferrer, 2005; Montoya, Perusia,
Vera Mohorade, 2001).
4. Algunas condiciones necesarias
Desde
hace algunas décadas
asistimos a un debate y replanteo de las concepciones evaluadoras en América Latina que encuentra cada vez más adhesión en el plano
discursivo, pero
pareciera que no logra, todavía,
configurar modificaciones sustantivas en las prácticas.
Retornando a la pregunta inaugural podríamos afirmar que la evaluación colaborará con la mejora, cuando existan condiciones que favorezcan ese vínculo. Sin embargo, para
ello, no hay un único camino,
ni existen recetas preestablecidas.
En este sentido, se pueden generar
innumerables modos
alternativos de concretar
esa
conexión, tantos como sean capaces de crear los responsables directos de ese proceso,
quienes demandan las
evaluaciones, aquellos que definen las políticas macro y micro institucionales, pero también,
los
propios evaluadores que las diseñan y las llevan adelante.
Componer escenarios propicios para que los
términos “Evaluación” y “Mejora” confluyan en una dupla
en
la
que
interactúen
con
un
sentido
de
mutuo fortalecimiento, compromete no sólo
la opción conceptual, teórica
e ideológica de la evaluación asumida, sino que, a su vez, exige replantear las prácticas en consonancia con ella.
En el desafío de gestar culturas evaluativas
democráticas que
articulen
ambos conceptos, se propone una praxis evaluadora que respete ciertos principios • en orden a los
sujetos/objetos involucrados•
y defina
algunas condiciones propicias para garantizar un intercambio colaborativo entre la evaluación y la
mejora. En la
búsqueda de concretar esa conexión, se delinean algunos
principios relevantes.
5. En relación con el sujeto
evaluado
5.1 Implicación en el proceso
Se habilita al sujeto involucrándolo en la acción evaluativa, otorgándole un rol activo y reconociendo la posibilidad que el mismo posee de emitir juicios de valor.
El evaluado comienza a tener ‘voz’ para
manifestar
la
propia
valoración,
que
adquiere tanta
relevancia como el juicio elaborado por el otro –evaluador externo• . La solidez de dicha
apreciación estará
dada
por los indicios seleccionados y
las argumentaciones que sostienen cada juicio.
El alumno tiene derecho a “ser parte” de su evaluación, se trata
de respetar un principio
ético básico: el de inclusión, para lo cual es preciso generar un espacio
propicio para que
cada uno se atreva
a decir lo propio.
La posibilidad de crear
esos
espacios,
es
responsabilidad
exclusiva del adulto evaluador (o del equipo que lidera el proceso).
5.2 Participación en la definición de criterios.
Es necesario que
los criterios se conozcan previamente
a la ejecución de
cada evaluación, pero además, es
substancial generar negociación y debate en torno a los mismos, construyéndole sentido a cada uno.
Tomar
parte en la selección y enunciado
de criterios otorga
al evaluado un lugar de responsabilidad
en el proceso a desarrollar.
De este modo el evaluado (con
funciones de evaluador) asume el compromiso de respetar los acuerdos alcanzados, evitando el empleo de parámetros arbitrarios.
El desafío es que los alumnos se apropien de los criterios
de evaluación y, si es necesario puedan ajustarlos para comprenderlos mejor y autorregularse. In fine, el objetivo es que los alumnos
desarrollen una competencia para autoevaluarse (Mottier López, 2010, p.58).
5.3 La evaluación se torna autoevaluación.
El juicio
externo cobra significación toda vez que
el sujeto
evaluado encuentra coincidencias o divergencias con él. Es decir, dar visibilidad a la evaluación
auto-referida
favorece
el tránsito
desde la valoración del otro externo (evaluador) a la formulación del propio juicio.
Cuando este movimiento se produce, más que focalizar en los resultados,
se
hace
necesario contrastar evidencias,
estrategias, procedimientos, argumentos, …
para analizar la distancia existente entre ambos juicios. Se
impone la necesidad de debatir y fundamentar, debidamente, cada valoración realizada.
Es indispensable que
todo
evaluado comprenda los detalles del
proceso y de
los
resultados obtenidos, ello contribuye a la configuración de un sujeto evaluador
cada vez
más justo. Hay investigaciones
que ponen de manifiesto cómo los buenos alumnos alcanzan mejores resultados desarrollando procesos de autoevaluación y
autorregulación de su
propio aprendizaje (Pintrich, 2000; Zimmerman y Schunk, 2004; Andrade, Du y Wang, 2008).
5.4 El error como hecho necesario.
La mejora exige la búsqueda de nuevos caminos. Encontrar ‘otros’ modos
lleva consigo la posibilidad de equivocarse. La evaluación detecta los aspectos que operan como
obstáculos o errores en esa vía y brinda
elementos para
replantearlos.
Esos equívocos constituyen oportunidades para analizar las actuaciones desplegadas y comprenderlas mejor, son invitaciones a repensarse
y diseñar nuevas alternativas.
El error no equivale, no
debe equivaler, a
descalificación o penalización en el proceso
de aprendizaje que es búsqueda, confirmación, duda, voluntad, inseguridad, trabajo, incertidumbre, construcción, participación,
cuestionamiento. Sólo cuando se
actúa con mentalidad dogmática
el error
es inaceptable. Pero entonces el aprendizaje deja de ser actividad de conocimiento y se convierte
en acto de fe. (Álvarez Méndez,
2003, p.108).
6. En relación con el sujeto
evaluador
6.1 La evaluación es aproximación.
Ella no constituye certeza. Ninguna evaluación contiene ‘la verdad’
en sí misma. El evaluador nunca puede captar
el objeto en su totalidad,
por ello siempre trabajará con un recorte del mismo.
Los objetos evaluados, son objetos construidos. En palabras de Mottier Lopez:
La situación de evaluación (…) forma parte integrante de lo que el alumno aprende y “marca” el aprendizaje escolar evaluado.
En otras palabras, no se evalúa un aprendizaje “puro” que sería independiente de la situación que lo hace observable
(2010, p.57).
(…) En el
acto de evaluación como en toda
operación intelectual no
se capta nunca directa y totalmente la realidad examinada.
Ésta es siempre
objeto de un proceso
previo de definición o de elección
de los caracteres que permitirán
aprehenderla ... (Barbier, 1993, p.66). Los indicadores de la realidad elegidos provocan,
inevitablemente, una lectura
acotada y reducida de la misma. De este hecho debe ser consciente quien evalúa.
6.2 Siempre existen otras evaluaciones válidas
Cada agente evaluador asume una concepción –teórica, epistemológica, ideológica, metodológica,
etc.• , sin embargo, existen otras perspectivas que pueden concluir en resultados distintos.
Siguiendo a Barbier (1993), es
posible afirmar que otros indicadores de la misma realidad introducen
nuevos esquemas de lectura
de
lo
real, donde se
destacan
rasgos, características, sucesos,
comportamientos, …
diferentes a
los primeros, originándose de este modo
valoraciones
diferentes
del mismo
objeto.
En evaluación, las
verdades
siempre son
provisorias e
inacabadas
(Hoffmann,
2010). Las concepciones que porta el evaluador tiñen sus interpretaciones de la realidad e inciden en la elaboración de sus juicios de
valor, que son siempre complejos
y multidimensionales.
6.3 Dialogar
con el objeto a evaluar
El diálogo habilita una comunicación bidireccional, que exige escuchar e invita a silenciar
la propia palabra, para ofrecer esa posibilidad al sujeto/objeto en evaluación. El proceso dialógico genera lugares complementarios, aunque no
simétricos. En palabras de
Álvarez Méndez:
(…) el diálogo puede ser el método de evaluación más potente –y el menos
usado• para saber lo que
las personas conocen. También para
asegurar el perfeccionamiento continuo en los procesos
de aprendizaje e
incrementar la comprensión de los mismos,
debido a que sólo hablando con
las personas se
pueden plantear los
temas en términos inteligibles y en un lenguaje común,
coloquial y directo, que no tiene por qué estar reñido con las exigencias intelectualmente más formales. (2001, p. 56).
Anijovich (2010), recupera el sentido del diálogo
que propone Burbules como acción orientada al descubrimiento y al logro de una nueva comprensión que potencia el conocimiento.
6.4 La metaevaluación es necesaria
Se trata de atreverse
a evaluar
cada evaluación. Interrogar los procedimientos desarrollados, dudar
de los instrumentos diseñados, la riqueza y variedad
de fuentes consultadas, la
pertinencia de los criterios, el procesamiento de
datos, la elaboración
de juicios,
la validación de los mismos, los informes
elaborados, la devolución de los resultados,
la ampliación
de los informes globales con
el aporte de los involucrados, la relación con nuevas decisiones, la vinculación con las estrategias de
mejora ...
Resulta indispensable poner en duda
los procesos desarrollados,
revisar críticamente los procedimientos y el
posicionamiento asumido
por el equipo evaluador. Identificar
los aspectos
mejor
resueltos, pero también,
los puntos más débiles.
El desarrollo sistemático de procesos
metaevaluativos
permite construir conocimientos en torno a la evaluación. Esta acción debería focalizar, en especial,
aquellas
dimensiones
que para el propio evaluador
han sido las más significativas.
6.5 Reflexionar y debatir con otros evaluadores
Esta
práctica permite poner en cuestión
conceptos, modelos, propósitos, fases del proceso, técnicas
e instrumentos, fuentes,
organización de datos, interpretaciones, juicios valorativos, informes, … y a partir de ello, volver a revisar
las propias concepciones y
construir acuerdos.
Estas instancias ayudan a divisar problemas de
este campo que aún no se han resuelto, permiten contrastar y objetivar
modos de pensar y hacer evaluación. Poner en común y enriquecer la propia
perspectiva.
La evaluación abordada colectivamente, no sólo como fenómeno técnico,
sino además como hecho político y ético,
ayuda a construir respuestas frente a interrogantes claves referidos
a: ¿al servicio de quien está la evaluación que desarrollamos?, ¿qué uso se hace de la información que ella provee?,
¿cuáles son los valores
que
regulan
la recolección y el tratamiento de la información?, ¿qué normas
éticas
guían
la devolución de resultados?
6.6 Creación de comunidades de estudio
y trabajo
Sin duda, este principio es más ambicioso que el anterior
y posee mayor complejidad que aquel. Sin embargo, en
la amplitud del mundo virtual esta posibilidad es viable.
En la actualidad, existen actores
(tanto sujetos particulares como sociales) que se problematizan en
torno a la evaluación educativa, ocupando lugares diferentes vinculados –o no• con el
sistema educativo de su
país.
La búsqueda de respuestas, el surgimiento de nuevos interrogantes, el
deseo de compartir experiencias,
alienta la conformación de espacios de encuentro a través de foros virtuales
sobre este tema.
Desarrollar conocimientos en este campo disciplinar 1 es una necesidad cada
vez más sentida y requerida en diversos
ámbitos.
En este sentido, se puede
mencionar dentro del Programa
de Promoción de la Reforma
Educativa en América
Latina y el Caribe (PREAL) al
Grupo de Trabajo
sobre Estándares y Evaluación (GTEE), coordinado por GRADE, como una
red regional de especialistas y no especialistas que
se constituyó, en 1998, con el fin de promover
el avance de la evaluación de los logros de aprendizaje escolar y la introducción de estándares en
América Latina, generando recomendaciones a nivel regional, nacional
y local.
7. En relación con la institución evaluada
7.1 La evaluación como una necesidad de
la institución
Dejar
de cumplir un mandato externo, que por
lo general proviene de una
autoridad,
y asumirla como
requisito indispensable para comprender y valorar el propio
desempeño, es
el preludio de otra concepción evaluadora. Aquella que la concibe
como sustento de las decisiones que procuran la mejora.
En esta línea,
la evaluación con función formativa se pone
al servicio
de la propia institución para favorecer su crecimiento. Expresan
Landi y Palacios: La autoevaluación en las organizaciones escolares
las posiciona en el doble papel de sujeto y objeto, lo cual conlleva, para los actores que en ellas trabajan,
asumir un proceso
protagónico y de responsabilidad y, a la vez, construir un objeto de conocimiento: la
propia institución. (…) concebimos la AI -Autoevaluación Institucional• como una oportunidad para repensar el
o los sentidos de la institución escolar y alcanzar sus finalidades formativas. (2010, pp.158-159)
1 Scriven considera que
la evaluación es una transdisciplina, en tanto es una disciplina instrumental que sirve a otras disciplinas –entre ellas a la Estadística y a la Lógica- (Martínez Mediano, 2007)
7.2 Construcción de conocimientos en torno al proceso evaluativo desarrollado
Toda indagación ética y técnicamente correcta posibilita conocer, analizar y valorar aquello
que se define como objeto.
La evaluación ofrece insumos para ir forjando un saber
institucional que no siempre se concreta.
El debate sobre los resultados alcanzados
permite
establecer relaciones, formular hipótesis, contrastar
perspectivas, profundizar en la indagación de
ciertos aspectos, encontrar antecedentes, poner en diálogo texto
y contexto, componer escenarios futuros desde
complejidades
particulares. En suma,
la evaluación no es entendida como fin, sino como instancia mediadora para comprender y
gestar un conocimiento cada vez más acabado de aquello que se indaga.
Azzerborni y Harf sostienen que
los procesos
evaluativos deben
estar orientados hacia el
aprendizaje social, la toma de conciencia, la participación, el conocimiento
y la
responsabilidad de todos y cada uno de los sujetos
sociales (2008, p. 96).
7.3 Implicación progresiva
La evaluación responsable provoca
siempre
un
aprendizaje institucional. Este proceso
debe ir involucrando cada vez
más, no sólo ampliando el número de miembros que participan,
sino, además, incrementando el nivel de
compromiso de los actores.
Inaugurar la evaluación de una institución habitualmente
ocasiona rechazo en algunos sectores de la misma, esta resistencia puede manifestarse de
múltiples formas, como: indiferencia, conductas evasivas, o bien, con expresiones de franca oposición, generando un despliegue de
estrategias de confrontación.
La adhesión inicial a un proceso de autoevaluación está
condicionada por variados factores, pero muy especialmente por el propósito que persigue
el mismo, el lugar en el que se ha originado y también, el prestigio o reconocimiento que poseen los
actores que la proponen y lideran.
Toda evaluación
ganará voluntades
en el transcurso
del tiempo
cuando se reconozca confiable, justa y veraz.
7.4 Difusión de los resultados
obtenidos y diseño de estrategias de intervención sobre los aspectos más débiles
No son
escasas las
experiencias de evaluaciones
escolares cuyos informes finales no fueron divulgados entre los miembros de esas organizaciones, muchas veces, porque
afectaban a quienes las conducían. La devolución de los resultados obtenidos, a los miembros de la institución,
es parte esencial
del proceso de evaluación, puesto que transparenta las actuaciones, ayuda a validar los informes
elaborados y permite incluir aspectos omitidos o redefinir juicios débilmente
argumentados. Es decir, esta fase se entiende necesaria para dotar al proceso
de un significado compartido.
Sólo si esos resultados son socializados
se
podrán
generar intervenciones consensuadas, que posean sólidos fundamentos, reconocidos por gran parte de los miembros de esa
organización.
De este modo, la evaluación hace posible que una institución identifique sus aspectos más fortalecidos, a la vez que
pueda reconocerse en los núcleos problemáticos que obstaculizan
un adecuado desempeño, buscando alternativas
de mejora.
7.5 La evaluación externa como complemento de la propia indagación
La autoevaluación inaugura
un nuevo sentido
para
la evaluación, le otorga un estatuto
diferente, jerarquizando y
haciendo visible un proceso que
ocurre cotidianamente en
cada institución, de un modo furtivo y fragmentado. La autoevaluación convoca, moviliza y compromete a gran parte de los sujetos que la habitan,
de manera diferente que cualquier evaluación externa,
proveniente de la autoridad.
Sin embargo,
del mismo modo que ésta,
la evaluación interna
posee algunos riesgos que resulta importante cuidar, entre otros: imposibilidad de ‘tomar
distancia’ del objeto
a evaluar, sesgo en la perspectiva asumida, ratificación de teorías
previas, … .
La propuesta que
realiza
Santos
Guerra (1996), referida al diseño de un sendero en espiral, constituye una alternativa
válida para controlar los peligros
que
posee
el desarrollo cada perspectiva
- interna
o externa- en sí misma.
La búsqueda complementaria de un otro externo, tiene el propósito
de
encontrar
una
mirada experta que cumpla con la doble tarea de:
a) validar las conclusiones elaboradas (ratificando desde afuera
aquello
que
han
detectado quienes viven lo cotidiano de esa organización), y
b) descubrir aspectos (fenómenos, sucesos, comportamientos,
regularidades, …) que no alcanzaron a distinguirse.
7.6 Fundación de una cultura
evaluativa resignificada, alejada del sentido punitivo
La escuela que es capaz
de incluir la
evaluación en la agenda de debate, que se atreve a poner en duda
la calidad
de los procesos valorativos que circulan en su interior
(y aquellos
que la atraviesan
desde otros
orígenes), que cuestiona la pertinencia
de los procedimientos desarrollados y empieza a revelar las concepciones implícitas que asumen los profesores que en ella
trabajan, emprende
un
camino
de resignificación.
Comenzar a interpelar el lugar ‘todopoderoso’ del clásico evaluador, con absoluto poder resolutivo sobre el objeto evaluado, para empezar a configurar otro lugar • que conserva
la asimetría
pero incluye al evaluado
en ese proceso, que enuncia y dialoga acerca de los criterios orientadores de
cada evaluación,
que provoca autoevaluación en los participantes• implica arriesgarse a
generar quiebres en la cultura vigente, para avanzar hacia nuevas construcciones.
En esa búsqueda, las representaciones, los principios, las creencias,
los modos de sentir y hacer, descubren a
la evaluación como eslabón necesario para seguir creciendo en la función esencial de la escuela: la de educar.
7.7 La evaluación no es un acto administrativo
Se rompe la equivalencia que desde enfoques reduccionistas
se
instaló entre
la evaluación y la comunicación
de
un resultado (nota, puntaje en una
escala,
porcentaje
logrado,
categoría cualitativa) en cierto tiempo
y con determinada forma.
La evaluación deja de concebirse como trámite burocrático para interpretarse como subproceso de la mejora.
De este modo, valorar el desempeño del docente adquiere una importancia decisiva para que ese profesor
pueda
repensar y modificar su desempeño constantemente, mucho más allá de la acreditación
anual, que pasará a
formar parte del legajo profesional. En el mismo sentido,
el aporte más significativo que realiza la evaluación en
la sala de clase
es
retroalimentar
el aprendizaje de cada alumno,
ofreciendo indicios para que
cada estudiante asuma la responsabilidad del proceso. Desde
esta lógica, el énfasis se coloca
en
los argumentos de cada juicio elaborado, en
la clara explicitación de los
mismos y
en la reconstrucción conjunta evaluador-evaluado
del proceso desarrollado, procurando de
este modo construir paridad entre la hetero y la autoevaluación.
Por todo esto, la evaluación se entiende
como un proceso
complejo que excede
ampliamente a su resultado.
8. En relación con los Programas o
Proyectos
8.1 Énfasis
en la evaluación formativa
Se prioriza el proceso
entendiendo que durante el mismo hay posibilidades
de corregir
rumbos y remediar los desvíos.
En una planificación que ‘despega’ su esencia del
documento escrito y entiende al proyecto como acto de intervención sobre la realidad, la evaluación se instaura
como
una
condición necesaria, en
tanto ofrece indicios
que permiten ir leyendo lo que acontece en esa realidad.
Sin duda, no basta
con la indagación del transcurso, la valoración del cumplimiento de las metas no se desecha en tanto permite verificar el acercamiento a los resultados
parciales
o finales
previstos en el recorrido trazado.
Catalina Martínez Mediano
(2007), recuperando el Modelo de evaluación de programas educativos
que propone Ramón Pérez
Juste, resalta los dos propósitos
que encierra la evaluación de los procesos: a) agilizar la toma de decisiones
inmediatas buscando la
mejora y b) acumular
información para poder
decidir con fundamentos, posteriormente.
8.2
Compatibilidad necesaria entre el modelo de planificación y la concepción de evaluación
En función de los indicios arrojados por el monitoreo, se torna indispensable una replanificación de las intervenciones previstas inicialmente. Si el modelo
de planificación asumido no es congruente
con el de evaluación, aquel no admitirá las redefiniciones necesarias para
poder
modificar la realidad
sobre
la que actúa.
La evaluación es un componente
omnipresente
en
la
planificación,
la
atraviesa en distintos momentos de la misma en una continuidad que
se extiende, desde el
propio origen de un proyecto
hasta los efectos
que provoca en su entorno,
una vez que
ha concluido.
De ningún modo esa evaluación debe comportarse como fin, siempre constituye un proceso
(o subproceso) de la planificación, que provee información para rediseñar
un programa, modificar las prácticas, replantear las políticas, para que,
en el transcurso de cierto plazo temporal, mejoren
las condiciones en el escenario de
intervención.
8.3 Construcción de estados de situación ricos y fundamentados
La evaluación previa
o ex antes posibilita detectar núcleos problemáticos de diversas
magnitudes. Componer estados de situación
desde la
articulación
de
múltiples perspectivas,
entendiéndolos
como
elaboraciones dinámicas, que van enriqueciéndose progresivamente, en una aproximación cada vez más cercana a
la realidad, sienta las bases adecuadas para gestar proyectos de alta viabilidad en los contextos
particulares de inserción.
La solidez en la construcción de estos escenarios iniciales favorece
las elaboraciones anticipadas, ajustándolas al espacio de actuación. Sin embargo, los estados de situación son producciones siempre inacabadas, que no se identifican con los clásicos
diagnósticos de la planificación normativa,
puesto que no constituyen monólogos elaborados por expertos. Más bien, se asemejan a los análisis situacionales que instalan el diálogo
como herramienta clave de esta construcción.
8.4 Asegurar la consistencia interna
del proyecto
La evaluación que tiene por objeto la correspondencia entre las partes
de un proyecto, focalizando
la coherencia que existe entre los diferentes componentes del mismo, juzga la consistencia interna de dicha planificación.
Tal vez, una de las evaluaciones que denuncia mayores inconvenientes en el diseño de programas
y proyectos, es la que focaliza la coherencia
de los mismos. En este sentido, frecuentemente, se
detectan algunos componentes (por ejemplo: objetivos, metas, estrategias, operaciones, líneas de acción,
actividades, tareas, recursos,
tiempos, etc.) que no tienen vinculación con los otros elementos
del proyecto.
Es decir, se presentan aislados,
no participan de la trama multi-relacional que articula, ordena y dinamiza
todos los componentes de una misma planificación. Esta situación exige la eliminación o redefinición de dicha unidad por resultar
inconsistente con la propuesta realizada.
Esta vigilancia evaluadora permite detectar
elaboraciones
débiles, imprecisiones, marcadas
ausencias, o bien,
sobredimensionamiento de algunos
componentes
que provocan desequilibrio o incoherencia del proyecto. Mediante
esta evaluación se pretende garantizar
la consistencia interna de cada plan.
8.5 Analizar el impacto del programa o proyecto
Volver al escenario que originó la necesidad de intervenir para modificar los problemas detectados,
después de un tiempo de haber concluido el desarrollo del programa, enfrenta a situaciones
que brindan nuevos elementos.
Tal vez, una de las mayores vacancias en el
campo de la evaluación de programas sea
la valoración del impacto de los
mismos. Esta carencia supone renunciar a conocer la acción modificadora que tuvo el proyecto ejecutado sobre los problemas y
factores causales vinculados con aquello que pretendió modificarse (efectos
colaterales). En este sentido, se pierde la oportunidad
de capitalizar el impacto positivo que sufrieron algunos
aspectos
de
la
escena analizada, para poder potenciar su desarrollo, y se desatienden otras dimensiones que tal vez, se hayan visto perjudicadas.
(…) se
analizan los cambios
que
ocurrieron en la realidad sobre
la que se intervino con la planificación, generalmente una vez que ha transcurrido un tiempo de
su
ejecución. La
evaluación de
resultados y de impacto operan en la dimensión
del ‘después’, por ello se la denomina evaluación ex post. (Perassi,
2009, p.
180).
9. En relación con el Sistema Educativo
9.1 Informar
previamente a la evaluación
Tanto
las instituciones como los actores involucrados merecen ser
informados debidamente antes de que se ejecute
el proceso
evaluativo. La evaluación ligada a la sorpresa, concebida en modelos
interesados en destacar la falta y el error, ha ganado mala prensa por otorgarle un sentido
sancionador que impactó de manera decisiva en la representación que los actores del sistema
educativo construyeron sobre ese concepto.
Los sistemas nacionales
de evaluación, en sus inicios, movilizaron fantasmas vinculados con esa concepción, lo que alentó
en gran parte, la sostenida
resistencia
de colectivos profesorales y directivos.
Si la pretensión es indagar,
conocer
y comprender algunos aspectos de la realidad educacional para
tomar decisiones fundamentadas,
se hace
indispensable explicitar criterios, procedimientos, momentos, modos, instrumentos, … para
garantizar la transparencia
del proceso
y asegurar la comprensión de los
mismos por parte de todos los
afectados.
Una cuidadosa y
sostenida información acerca de la evaluación
futura es el primer escalón en la construcción de un vínculo de confianza.
9.2 La difusión de los resultados
en los contextos
que le construyen sentido
En América Latina,
la difusión de los
resultados logrados
en
las evaluaciones nacionales sigue siendo una dificultad no resuelta, aún cuando
sus sistemas
macro
evaluadores cuenten
con más de diez años
de experiencia.
Elaborar informes en función
de las audiencias y
seleccionar las
estrategias de comunicación más pertinentes
para
los diferentes contextos, son condiciones fundantes para
poder
generar
discusiones
y
promover análisis que le construyan sentido a la información recibida.
Muchas instituciones escolares desestiman esos resultados (a veces
percibidos sólo
como datos aislados, no favorables
a
esa escuela) porque no disponen de saberes que habiliten un tratamiento
adecuado de los mismos 2. Las tareas de lectura, análisis e interpretación implican un aprendizaje que toda institución debería desplegar con la ayuda de organismos centrales.
Los ministerios o secretarías de educación son los organismos gubernamentales responsables de promover un conocimiento que permita a los actores institucionales realizar
un mayor aprovechamiento de
cada evaluación.
9.3 Analizar los resultados desde visiones complejas
Es necesario que en los distintos ámbitos
educacionales (ministerios nacional y provinciales, equipos técnicos, cuerpos de supervisores,
escuelas, …) se pueda avanzar
en elaboraciones capaces
de articular diversos aportes, aspectos y perspectivas.
Se debe evitar la interpretación de datos
aislados
y lineales, explicándolos en una trama
dinámica de múltiples factores interrelacionados –a veces,
mutuamente determinantes y complementarios, otras,
contradictorios• , donde la tendencia
histórica alumbre
la lectura, ello permitirá acercarse cada vez más a la complejidad que posee
la realidad social.
En esta
línea, la comprensión
de los contextos se torna requisito indispensable para alcanzar una visión
holística, donde se entrelazan los resultados de estas
macro-evaluaciones
con procesos valorativos
múltiples y de diferentes dimensiones, desplegados por cada institución escolar, las autoridades
jurisdiccionales y la propia comunidad.
9:4
Generación de políticas de fortalecimiento y apoyo a los núcleos
de riesgo • más que búsqueda de culpables en los niveles
más operativos del sistema•
Responsabilizar al profesorado o
a la conducción de la escuela
por los objetivos no alcanzados en
evaluaciones nacionales, significa que
el gobierno central se desentiende del cumplimiento de su función esencial, optando por la vía más sencilla: culpar al otro, aquel que tiene relación inmediata y directa con el objeto
de indagación, diluyendo así la propia responsabilidad de conducción del sistema educativo. Este proceder fue típico en algunos
países
de la Región,
durante los primeros
años de vigencia de los procedimientos u operativos nacionales de evaluación, profundizando la resistencia de los sectores
docentes frente
a una indagación que se sentía y vivía, atravesada por la censura.
La necesidad de generar acciones sostenidas de fortalecimiento de logros y mejoramiento
de las deficiencias detectadas, exige la articulación de los esfuerzos de los
organismos
gubernamentales de la nación y de cada jurisdicción.
Los sistemas de evaluación brindan
información básica para que los
gobiernos puedan generar políticas de fortalecimiento y apoyo a los núcleos
de riesgo, haciendo efectivo el principio de equidad en el acceso a la educación y en la apropiación de conocimientos.
2 La evaluación de los aprendizajes tanto la de carácter externo y estandarizado como la que se realiza en el aula, no suele ser objeto de tratamiento en profundidad en la formación
docente. Como consecuencia, muchos maestros no
están suficientemente preparados para comprender los resultados de las evaluaciones
externas
ni para diseñar evaluaciones apropiadas de los aprendizajes de sus propios alumnos
(Ravela, 2010, p.5).
9.5 Alentar a las instituciones escolares a complementar la macro perspectiva
La calidad de una escuela no se
define sólo desde el
aporte de estudios macro sistémicos.
Los
resultados que arroja la evaluación nacional ofrece algunos indicios (o pistas) de lo que
ocurre en esa escuela, pero de ninguna
manera esos datos la configuran en su condición
educadora.
Toda escuela
desarrolla múltiples evaluaciones, algunas
explícitas,
otras veladas,
que
será necesario empezar a
sistematizar para poner en diálogo con este
aporte externo (absolutamente válido y necesario, pero
no excluyente, ni exclusivo). Se trata de capitalizar las evaluaciones que
lleva adelante la misma organización, para
que
colaboren a profundizar la comprensión de
las propias
realidades
institucionales.
Promover la autoevaluación de la escuela,
favorecer ejercicios de reflexión sobre los
procesos y resultados obtenidos, debatir causalidades,
identificar factores
intervinientes,
analizar las condiciones
vigentes, incorporar en el análisis
los aportes externos realizados por la evaluación del sistema,
permitirá otorgarle otro sentido a los mismos,
convertirlos en insumos de un estado de situación que requerirá
imaginar estrategias de mejora.
9.6 La participación en pruebas internacionales permiten ‘repensarse’
La participación de los países de América Latina en evaluaciones internacionales es aún muy débil. Los
resultados obtenidos por las
naciones del
cono sur en los últimos años no muestran
una
situación alentadora, en
tanto se ubican en los puestos más bajos del ranking.
Participar en evaluaciones
internacionales
permite
que
cada país compare los aprendizajes
logrados por
sus estudiantes, con los de otras naciones.
Ello otorga una
posición frente a los demás, pero también ‘frente a uno mismo’. Si bien para los países
de esta región
el lugar alcanzado no
ha sido bueno, poder conocerlo ofrece elementos que posibilitan empezar a
trabajar en su modificación.
Tomar parte en evaluaciones que trascienden el ámbito
nacional, implica un aprendizaje en sí mismo (…)
La posibilidad de participar
en diferentes
pruebas internacionales
otorga
a
un país una visión
clara de los estándares educativos
que
se
persiguen en
el concierto mundial.
Será tarea posterior, repensar la propia
situación y su vinculación con dichos estándares. (Perassi, 2008, pp. 34- 35)
9.7 Construir otros significados a la evaluación
La dinámica
socio política
de la realidad
contemporánea pone en evidencia
el agotamiento de ciertas
concepciones clásicas de evaluación educativa. La instalación de nuevos
modelos exige
desarrollar un proceso arduo y difícil que
debería
abordarse desde distintos costados. La escuela se constituye
en ámbito natural
para este replanteo
• que trae consigo
una modificación de las culturas
evaluativas vigentes• pero no podrá hacerlo
sola,
si no es acompañada de políticas gubernamentales que alienten estos cambios.
Para que las evaluaciones tengan impacto positivo es
preciso que los maestros las comprendan, se apropien de ellas e incorporen a su horizonte
conceptual nuevas formas
de hacer las cosas. Esto no se
produce
en
forma automática a partir de la lectura de un reporte, sino que
requiere de espacios de intercambio y discusión (Ravela, 2010, p.19).
La apuesta es
engendrar una
concepción
de
evaluación democrática, inclusora, transparente,
reponsable y justa, que opere como
sostén de las
decisiones orientadas al
cambio, la transformación
y
especialmente, a la mejora continua. En este sentido, se hace necesario otorgar al proceso evaluador un profundo sentido ético.
¿Estarán dispuestos los gobernantes a enfrentar
estos desafíos? ¿Seremos
capaces los educadores de redefinir nuestras
prácticas evaluadoras en consonancia con
los
discursos
democráticos, críticos y participativos que sostenemos?
¿Se
permitirá
la
escuela
interpelar la cultura
de
evaluación que ha construido, para generar nuevas alternativas?
¿Podrá el evaluador
poner
en duda su modo de evaluar y
sobre todo su ‘lugar’ en ese proceso?
Cuando estos interrogantes encuentren respuestas positivas, estaremos estrechando la distancia existente entre la evaluación y la mejora, ofreciendo una posible
solución a la incógnita inicial.-
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