LA TRAGEDIA DE LO PÚBLICO
Leopoldo Múnera Ruiz
Profesor Asociado, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales
Universidad Nacional de Colombia, Sede de Bogotá
La divinización de la individuación, cuando nos la representamos, sobre todo como imperativa y reguladora, no conoce más que una sola ley, el individuo, es decir, el mantenimiento de los límites de la personalidad, la «medida» en el sentido helénico. Apolo, como divinidad ética exige de los suyos la medida, y para poderla conservar, el conocimiento de sí mismo. Y así, a la exigencia estética de la belleza necesaria viene a sumarse la disciplina de estos preceptos: «¡Conócete a ti mismo!» y «¡No vayas demasiado lejos!», mientras que el descuido y la exageración son los demonios hostiles de la esfera apolínea, y en este sentido pertenecen en propiedad a la época preapolínea, es decir, al mundo bárbaro. A causa de su titanesco amor por la humanidad, Prometeo tuvo que ser destrozado por el buitre; por su excesiva sabiduría, que le hizo adivinar el enigma de la esfinge, Edipo se vio arrastrado a un torbellino inextricable de monstruosos delitos: así es como el dios de Delfos interpretaba el pasado griego.
"Del mismo modo, al griego apolíneo le parecía «titanesco» y «bárbaro» el estado emotivo provocado por el estado dionisiaco, y ello sin que pudiere engañarse respecto de la afinidad profunda que le acercaba a los titanes vencidos y a esos héroes. Hasta hubo de sentir algo más: su existencia entera, con toda su belleza y su medida, reposaba sobre el abismo oculto del mal y del conocimiento, y el espíritu dionisiaco le mostraba de nuevo el fondo del abismo. ¡Y no obstante, Apolo no pudo vivir sin Dionisio!"
Federico Nietzsche
El origen de la tragedia*
Introducción
En el mundo contemporáneo, lo público parece perderse en la pluralidad de sus significados. Lo encontramos como sinónimo del Estado y sus instituciones, como el escenario de lo colectivo, como el lugar de la democracia política, como la expresión de una etérea voluntad general o como el coliseo donde los individuos se encuentran para competir entre ellos sin llegar a destruirse. En las antípodas, lo privado surge como su complemento y su negación. Las dos dimensiones sólo existen en mutua referencia, la definición de lo público se construye sobre la definición de lo privado. Ambas representan ámbitos abstractos y heterogéneos, que en términos concretos permitirían hablar de los públicos y los privados; de las diversas manifestaciones de la colectividad y la individualidad, y de los procesos sociales que en su movimiento los constituyen. Sin embargo, previamente es necesario analizar las relaciones de poder y las tensiones teóricas que volvieron vagas las fronteras entre las dos dimensiones; indagar sobre el significado de la tragedia de lo público en su relación contradictoria y complementaria con lo privado; y superar las representaciones sociales que colonizan lo público y lo atan a los actores, las funciones y las instituciones sociales.
Las fronteras difusas
En los últimos veinte años, la diferencia conceptual entre lo público y lo privado se ha ido tornando opaca y los límites entre estas dos dimensiones societales se han vuelto cada vez más difusos. Bajo la idea de un mundo globalizado por el mercado, el capital y las comunicaciones, diversas corrientes de pensamiento han contribuido a cuestionar la división moderna entre lo público (entendido como el ámbito donde se relacionan el Estado Nacional y los ciudadanos) y lo privado (entendido como el ámbito donde se relacionan los particulares entre sí)[1]. El liberalismo, el feminismo y el comunitarismo contemporáneos, desde paradigmas teóricos que con frecuencia son contradictorios o incompatibles, han propuesto superar o reconceptualizar esta diferenciación, de claros tintes jurídicos y políticos, para establecer nuevas fronteras. Sin embargo, dicha caracterización de las dos esferas constituye más un elemento de los imaginarios colectivos consustanciales al desarrollo del capitalismo y el socialismo estatal, que una propuesta explícita o un modelo ideal adoptados por las corrientes políticas dominantes en la modernidad[2].
El liberalismo recurre a la crítica de la eficacia económica y social de los Estados Nacionales, para poner en duda el carácter público de sus políticas sociales. Al considerar que la mayor parte de éstas no responden al interés colectivo de la sociedad, sino a los privilegios de las burocracias o los grupos políticos hegemónicos, orienta la concepción de lo público hacia el mercado y hacia la idea de lograr el interés general mediante la realización de los intereses individuales. En consecuencia, propone una definición funcional de lo público y lo privado, de acuerdo con la cual no serían los actores sociales, o sus relaciones, quienes le darían el carácter a las dos dimensiones, sino el tipo de funciones colectivas o individuales realizadas por los particulares y el Estado, para garantizar el normal desarrollo del mercado y el individuo. El Estado, como actor público, sólo conservaría el monopolio de las funciones que no pueden cumplir los particulares sin alterar las reglas de la libre competencia[3].
El liberalismo contemporáneo evidencia así la debilidad de la diferenciación moderna entre lo público y lo privado, fundamentada en los actores sociales y en sus relaciones, y realza la importancia de la pregunta por el sentido que define a las dos dimensiones. Al mismo tiempo, en un mundo sin fronteras nacionales que obstaculicen la circulación del capital, revive la subordinación total de lo colectivo a lo individual y de lo público a lo privado, propia del liberalismo clásico. Sin embargo, el desarrollo del capitalismo durante los siglos XIX y XX, y de las funciones que dentro de él ha cumplido el Estado Nacional, parecen desvirtuar el carácter residual y subordinado de lo público y lo colectivo. El Estado ha sido la expresión de una fuerza sistémica, irreductible a lo privado y lo individual, necesaria para garantizar el proceso de producción y reproducción del capital, y para limitar el poder particular de los capitalistas, individualmente considerados, y la acción colectiva o individual de los actores antisistémicos[4].
El feminismo, desde otra perspectiva teórica, cuestiona la diferencia moderna entre lo publico y lo privado por su estrecho horizonte político, el cual no permite comprender la naturaleza colectiva, común a toda la sociedad, de las relaciones de poder que estructuran la división social de los géneros y definen culturalmente la sexualidad. La reducción del espacio considerado como doméstico a la esfera de lo privado (dominada por la autonomía individual) excluye de la dimensión pública la producción social y cultural de la masculinidad, la feminidad y la heterogeneidad sexual, y sus consecuencias sobre el sistema de relaciones que articula a la sociedad. En consonancia con Foucault[5], las feministas proponen entender la construcción de lo público como un proceso permanente que parte de las relaciones intersubjetivas y no como un ámbito plenamente estructurado alrededor de los intercambios entre el Estado y los ciudadanos[6]. La imbricación resultante entre la sociedad civil y el Estado generaría, por consiguiente, una estrecha relación, cercana a la perspectiva comunitarista, entre los "públicos débiles" (espacios de deliberación en la sociedad civil) y los "públicos fuertes" (espacios de decisión institucionalizados en el Estado) y la posibilidad de que los grupos subordinados formen "contra-públicos subalternos", irreductibles al espacio público dominante[7]. En este caso la reconceptualización de lo público y lo privado, a diferencia del liberalismo, se hace en función de una mayor colectivización de la sociedad y de la transformación de los sujetos individuales para eliminar las desigualdades sociales[8].
El comunitarismo, propio de la literatura sobre los movimientos sociales, la opinión pública, o la reconceptualización de la democracia[9], resalta el resurgimiento de la sociedad civil como un ámbito intermedio entre el individuo y el Estado. Pone así el énfasis en la emergencia de espacios y actores colectivos no-estatales, que desde la sociedad civil producen lo público, conjuntamente con el Estado o en forma paralela a éste. Por ende, amplía el horizonte de esta dimensión hacia las organizaciones sociales que con su praxis buscan el interés general. A diferencia del liberalismo, en este caso la crítica se articula alrededor de la formación de intereses colectivos por fuera del Estado, los cuales tienen una proyeccción societal e implican "la reafirmación de los valores del autogobierno, de la expansión de la subjetividad, del comunitarismo y de la organización autónoma de los intereses y de los modos de vida."[10] Por este camino, y al igual que en la propuesta feminista, lo público y lo privado pasarían de ser considerados como ámbitos definitivamente estructurados, a ser entendidos como espacios en permanente definición, en virtud de la extensión de la democracia al conjunto de relaciones de poder que hilvanan el tejido social. Se logra de esta manera una repolitización de la vida social, dentro de un espacio intermedio entre el Estado y los individuos (que evoca la particularidad Hegeliana) el cual pone en cuestión la división moderna entre lo público y lo privado y la recontextualiza en función del conjunto de movimientos y acciones colectivas que producen la sociedad[11]. La sinonimia entre lo comunitario y lo público queda reforzada y adquiere un papel determinante con respecto a la pareja conformada por lo individual y lo privado. Empero, tanto en el feminismo como en el comunitarismo, la especificidad de lo público y lo privado, sus rasgos característicos y permanentes, tiende a perderse en el movimiento que genera su definición continua por las relaciones de poder.
Si observamos a la luz de las críticas anteriores el ejemplo colombiano, podemos constatar que la pérdida de especificidad no es excepcional, o "suis generis", como tiende a mostrarse, sino representativo de la crisis del imaginario sobre lo público, incluso en sus rasgos más caricaturescos. Con inusitada frecuencia la corrupción convierte al Congreso de la República, escenario por excelencia de lo público, en un fortín privado; las organizaciones no gubernamentales o los movimientos sociales reclaman desde la sociedad civil el espacio de lo público, el cual, con frecuencia, no es ocupado por el Estado: son protagonistas en temas como los Derechos Humanos, la promoción de la participación política o social, o la descentralización administrativa; las políticas gubernamentales buscan lo público en las preferencias privadas, como sucede con los subsidios o créditos a la demanda, destinados, según sus promotores, a lograr la equidad social y erradicar la existencia subterránea de los intereses particulares en la administración pública; las mujeres, desde el espacio considerado doméstico, se apropian de lo público ante el retiro del Estado, como sucede con las madres comunitarias en relación con el bienestar social; los ejércitos privados se asignan funciones públicas en todo el territorio nacional; la ineficiencia de las empresas estatales, real o simulada, sirve de justificación para su privatización en nombre del interés público; los denominados "públicos débiles", a pesar de tener el reconocimiento constitucional, sucumben en la maraña política de los "públicos fuertes". Al ritmo de las tendencias privatizadoras, las fronteras entre lo público y lo privado son cada vez más borrosas, en detrimento de lo colectivo y lo comunitario.
La tragedia
La confusión entre lo público y lo privado, y la dificultad para establecer sus límites, no son simplemente "signos de los tiempos". Como lo recuerda Edgar Varela, en uno de los pocos textos escritos en Colombia sobre el tema, la tensión entre las dos dimensiones no es exclusiva de la modernidad, pues ya estaba presente en la antigüedad[12]. Asimismo, las fronteras difusas entre lo público y lo privado se encuentran en el origen de la formación política en las sociedades latinoamericanas, como lo sostiene con respecto a México Nora Rabotnikof, tras la estela de Fernando Escalante:
"En su libro Ciudadanos imaginarios, Fernando Escalante cuenta un relato sobre el desencanto de los liberales mexicanos del siglo XIX. Un atroz desencanto surgido del contraste entre los ideales liberales y republicanos de la nueva elite política y unas prácticas sociales perversamente orientadas a desmentirlos, entre un modelo de orden cívico forjado con los conceptos y las esperanzas del pensamiento ilustrado y una realidad histórica tejida en relaciones particularistas y jerárquicas, entre la imagen fantaseada del mundo civilizado y la herencia dislocada de la colonia, entre un soñado espacio de ciudadanos autónomos vinculados universalmente por la ley a un Estado de Derecho y la realidad de las relaciones clientelares y corporativas basadas en el principio de reciprocidad y jerarquía. En palabras de los filósofos: del desencanto ante el desfase entre moralidad y sittlichkeit."[13]
No obstante, es la modernidad imperante en occidente, la modernidad del mercado, el capital, los Estados Nacionales, la división del trabajo, las ciudades como espacios de producción o la redefinición de lo doméstico[14], la que introduce en el mundo político la tragedia de lo público con relación a lo privado.
La caracterización y delimitación contemporáneas de lo público y lo privado encierran debates de naturaleza política e ideológica, que no pueden ser resueltos con definiciones técnicas, axiológicamente neutras, tendientes a establecer nuevos mojones conceptuales para ajustar los imaginarios colectivos dominantes a los retos impuestos por la crítica liberal, feminista o comunitarista. La relativización del Estado Nacional en cuanto actor hegemónico y exclusivo de lo público, tiene como puntos de referencia dos paradigmas políticos contrapuestos. El liberalismo pretende ampliar la esfera de influencia del individuo y la competencia en detrimento de una colectividad que considera artificial; mientras el feminismo y el comunitarismo, por el contrario, pretenden ampliar la esfera de lo colectivo-comunitario frente al Estado, la competencia y la atomización individualista. Las propuestas de redefinición conceptual se abren en tres alternativas: el liberalismo busca transformar lo público sin alterar lo privado, que seguiría girando alrededor de la propiedad particular de los bienes, el capital y el ser individual de cada uno; en contraposición, el comunitarismo persigue la transformación de lo público desde la sociedad civil y las acciones colectivas que la constituyen, sin alterar al mismo tiempo lo privado; finalmente, el feminismo propone una transformación simultánea de lo público y lo privado, al comprender que como los espíritus dionisiaco y apolíneo del Origen de la Tragedia de Nietzche, estas dos dimensiones sólo existen en mutua dependencia, la una en virtud de la otra, en la complementariedad de lo contradictorio.
En la modernidad imperante en occidente, la génesis de lo público obedeció, simultánea y paradójicamente, a la necesidad social de una dimensión colectiva y sistémica que le diera una garantía institucional al ámbito del individuo y la propiedad privada, y a la consolidación de nuevos espacios colectivos, destinados a llenar parcialmente el vacío dejado por la mutación o desaparición de las formas comunitarias que los antecedieron. La consolidación del individuo como sujeto moral y político conllevó la estructuración de un sujeto colectivo, el Estado, y de su ámbito de acción, como reguladores e integradores de las relaciones sociales. El Leviatán Hobbessiano representa en tal sentido un mito político originario de la modernidad, al concebir al Estado y a la dimensión pública como ámbitos artificiales, producidos por el contrato social, necesarios para garantizar la existencia del individuo y evitar la destrucción proveniente de la competencia y la guerra con sus pares. En contraste y como complemento, lo público también implicó la absorción por parte del Estado de lo que antes era considerado como comunitario y la institucionalización de procesos colectivos para la definición del interés general, dentro de los límites establecidos por la dimensión privada de la sociedad. Por consiguiente, lo público en las sociedades contemporáneas no hace referencia simplemente al Estado como regulador sistémico de las actividades individuales, sino a la forma como bajo su dominio se conserva y transforma lo comunitario y lo colectivo. Kropotkin, en sus trabajos sobre la Revolución Francesa y sobre el significado histórico del Estado, ilustra como en su origen el Estado moderno, en medio de los conflictos sociales que lo determinaron, transformó el carácter comunitario de las ciudades medievales, lo limitó y lo institucionalizó, en contra de vastos sectores de lo que hoy llamaríamos la sociedad civil, y canalizó normativamente los procesos sociales de deliberación y toma decisiones colectivas, menguando el poder individual del propietario privado de los medios de producción social, pero garantizándole su existencia como capitalista y otorgándole un poder colectivo[15].
En la tragedia de lo público con respecto a lo privado, la realización de una de las dos dimensiones sólo puede hacerse en función y en desmedro de la otra, pues ambas se estructuran mutuamente en una relación simbiótica, de tal manera que el concepto de lo público sólo adquiere sentido con referencia al concepto de lo privado y viceversa. Así como según Nietzsche, la tragedia, en su manifestación artística, surge de la tensión entre Apolo y Dionisio, lo público emerge de la tensión entre la atomización individualista y la colectividad, mediante mecanismos políticos y sociales que permiten la expresión controlada de lo comunitario y limitan el poder del individuo y del Estado. Aunque lo público brota en un escenario dominado por lo privado-individualista (el del capital, la familia nuclear y el Estado nacional) es el producto de relaciones de poder en donde lo colectivo logra conservarse como una serie procesos parciales que reservan un espacio para lo común y lo general. Constituye un ámbito indispensable para la existencia de los sistemas sociales contemporáneos, pero también para el desarrollo de las prácticas antisistémicas; una dimensión que posibilita lo privado, a costa de su propia limitación; un espacio que refleja la superviviencia de lo comunitario en la tragedia correlativa de lo privado, que a su vez sólo puede existir si conserva lo público como escenario de lo colectivo, aunque por tal causa deba vivir permanentemente ante el abismo de su propia transformación definitiva. Nancy Fraser capta con precisión este sentido trágico, cuando en su crítica a la propuesta analítica y práctica de Habermas afirma que "una concepción adecuada de la esfera pública exige, no sólo poner en suspenso la desigualdad social, sino eliminarla"[16].
El sentido trágico de las dos dimensiones atraviesa toda la modernidad. La tensión permanente entre la autonomía de lo privado y la especificidad social de lo público sigue un movimiento cíclico de extensión o contracción de una de las dos esferas en detrimento de la otra, de acuerdo con el proceso de acumulación del capital, que en diferentes fases requiere de mayor o menor libertad de la autonomía individual. Este movimiento de tipo productivo va acompañado de las tendencias cíclicas o anticíclicas que imponen los conflictos sociales generados por él y que le son conexos. Por consiguiente, en la historia contemporánea no se define una trayectoria evolutiva lineal de la relación entre las dos dimensiones, sino un continuo oleaje, con sus avances y retrocesos.
La tensión va acompañada de una profunda compenetración que implica una permanente construcción pública de lo privado y una construcción privada de lo público. Así, por ejemplo, el espacio doméstico se adecua a la vida pública para permitir la producción social, al tiempo que el capital hunde sus raíces en el espacio doméstico para encontrar las condiciones de su reproducción. En consecuencia, cada esfera adquiere formas e instituciones propias que son correlativas a las de la otra esfera, por ejemplo, la propiedad privada requiere del Estado, tanto como la familia nuclear se ajusta al capital. Sin embargo, lo privado se constituye como la esfera del individuo que se afirma frente a la colectividad y lo público como la esfera de lo comunitario que limita el poder individual. La tragedia de lo público estructura procesos sociales que le otorgan sus características principales y que no dependen ni de los actores sociales, ni de las funciones que cumplen, ni de los escenarios en donde desarrollen su praxis.
Los procesos
A pesar de los confusos linderos entre lo público y lo privado, éstas dos dimensiones societales adquirieron forma en la relación conflictiva entre el individuo y la colectividad, dentro de las fronteras demarcadas por el Estado moderno y por la red de relaciones sociales que lo definen. Más allá de las instituciones y de su universo normativo, lo público se fue perfilando en los procesos sociales que limitaron la autonomía individual y determinaron el ejercicio y el control del poder en las sociedades contemporáneas. Bajo la dialéctica de los mecanismos del poder, en el juego de la dominación, la resistencia, la negociación y la liberación[17], se consolidaron procedimientos sociales, formales e informales, para la construcción de lo colectivo, teniendo como fundamento de legitimación a la comunidad. En estos procesos y procedimientos, el concepto de lo público se enriqueció y pasó a comprender un conjunto de prácticas sociales indispensables para la búsqueda del interés colectivo y para evitar la privatización del conjunto de la sociedad.
Los principales procesos de estructuración de lo público se articularon alrededor de:
A. La formación de consensos, en condiciones de libertad y equidad, y de acuerdo con reglas de juego predefinidas, para intentar construir una voluntad común. El debate contemporáneo sobre la democracia como procedimiento para la toma de decisiones colectivas o como conjunto de principios y condiciones que determinan el ejercicio del poder, sobre la democracia formal y la material, y la disyuntiva entre capitalismo y socialismo que animó buena parte del Siglo XX, giraron alrededor del proceso social para llegar a la formación de consensos que pudieran ser interpretados como expresión del conjunto de la sociedad. Al tomar como referencia los polos más opuestos en este debate, el de la definición de la democracia por lo procedimental o el del carácter ilusorio de la misma en una sociedad dividida en clases, encontramos que tanto por el camino de los intereses subjetivos del liberalismo, como por el de los intereses objetivos del marxismo, el problema de fondo radica en la discusión sobre la posibilidad o imposibilidad de formar consensos en función del interés común.
De acuerdo con la teoría liberal, la democracia política ofrece tal posibilidad, mientras que para el marxismo, la formación de una voluntad general queda supeditada a la existencia de la sociedad comunista. En uno y otro caso, la reflexión gira alrededor del proceso que en virtud de un consenso, subjetivo u objetivo (alrededor de la ciencia o la verdad), puede conducir en una sociedad a lo colectivo. En tal medida, el tema de la libertad y la equidad, y el de su carácter real o formal, adquiere una vital importancia. La libertad y la igualdad ante la ley, propia de la sociedad capitalista, es contrastada por la libertad y la igualdad materiales, implícita en la propuesta socialista. Sin embargo, las diferencias entre las dos posiciones contrapuestas tienen como fundamento un mismo proceso que es consustancial a lo público en las sociedades contemporáneas, el de la formación de consensos, por el camino de la democracia política o por el de la superación de la alienación, para construir una voluntad común. Si este proceso se debilita o desaparece, el control de las formas de ejercicio del poder social y político y de la autonomía del individuo se desmorona y cede el paso a un acelerado proceso de privatización que deteriora lo colectivo y lo comunitario. Por consiguiente, cuando los actores privados asumen funciones públicas y simultáneamente inhiben el proceso de formación de consensos sobre bases de equidad y libertad, imposibilitan la realización de lo público.
B. La búsqueda de visibilidad de las decisiones que se toman en nombre de la colectividad y de los procedimientos para adoptarlas. Según Nora Rabotnikof uno de los sentidos básicos de lo público radica en "lo que es visible y se desarrolla a la luz del día, lo manifiesto y ostensible contra aquello que es secreto, preservado y oculto"[18]. En efecto, en la sociedad contemporánea uno de los procesos más característicos de lo público consiste en intentar reducir el espacio de lo oculto, de las cajas negras del poder, en la adopción de decisiones que afectan a la comunidad[19]. Desde luego, la tendencia opuesta hacia las arcanas (el ejercicio secreto del poder) y los simulacras (los consensos artificiales), en términos de Carl Schmitt, hacia la visibilidad de lo aparente y la invisibilidad de lo real en el ejercicio del poder público, está en permanente tensión con los procesos que pretenden garantizar la publicidad de las decisiones. Precisamente en el fortalecimiento de esos arcanas y simulacras descansa el intento por privatizar lo público y por volver opacos los procedimientos para la adopción de decisiones que afectan a la colectividad en su conjunto.
C. La constitución de comunidades regladas con acceso abierto o sujetas a criterios de selección con pretensiones de objetividad. Mientras lo privado implica la existencia de actores sociales colectivos articulados alrededor de fines particulares, mediante criterios de selección determinados por intereses que no pretenden ser comunes al conjunto de la sociedad (económicos, religiosos, políticos o culturales), lo público requiere de la formación de actores colectivos mediante criterios de selección generales, orientados a la búsqueda de un interés común al conjunto de la sociedad y sometidos a un control de la colectividad. Por tal razón, la administración de los bienes públicos por parte de asociaciones con acceso restringido tiende a inclinar la balanza hacia la privatización de la vida colectiva.
D. La regulación de las relaciones sociales con pretensiones de universalidad. La naturaleza del derecho moderno reposa sobre una característica propia de lo público: la pretensión de tener como referente objetivo un deber ser común al conjunto sociedad, producto de la formación de consensos políticos y sociales. La norma jurídica reposa sobre este proceso de objetivación y universalización de principios morales, para darles un respaldo coactivo en nombre de la colectividad. Aunque a partir de Kelsen[20] el debate jurídico ha girado, con posiciones divergentes, alrededor de esta pretensión y del intento de diferenciar el derecho de la moral privada, la producción de una norma general que facilite la integración de la sociedad es un proceso consustancial a lo público, incluso dentro del pluralismo jurídico. Por el contrario, la ausencia de normas generales objetivadas socialmente implica el fortalecimiento de los estatutos particulares y la ampliación de la esfera privada.
E. La formación de pertenencias e identidades colectivas heterogéneas sobre un principio de pluralismo político y social. Lo público entraña la articulación de lo diverso en un espacio común. Por el contrario, la tendencia a la homogeneización de los actores sociales, a la imposición de identidades y pertenencias particulares, propia de las formas totalitarias de ejercicio del poder, implican sustitución de lo público por lo privado. El pluralismo garantiza que un actor particular no se imponga sobre los otros y les niegue su propia identidad o su sentido de pertenencia a colectividades que no están bajo su hegemonía. Lo privado encierra la afirmación del propio yo frente a la alteridad, mientras lo público exige el reconocimiento del otro y la aceptación de la diferencia. Evoca la plaza de las ciudades medievales, donde los individuos y los oficios confluían desde su especificidad para reunirse con otros individuos y otros oficios desde diferentes trayectorias que consolidaban la comunidad.
F. El carácter irreductible del bien, el uso y el interés común. La apropiación de lo colectivo implica la disolución de lo público. La extensión de la autonomía privada como criterio de regulación de lo social tiende a convertir lo común en una fuente de satisfacción de los intereses particulares. Lo público descansa sobre procesos sociales que excluyen de la esfera individual bienes, prácticas u objetivos que no son susceptibles de ser parcelados, distribuidos o apropiados. Espacios en donde impera la necesidad de la realización en los otros y con los otros, es una dimensión que se constituye sobre la base de un principio libertario en función del cual, a diferencia de lo privado, la libertad de los demás, lejos de limitar la propia libertad es su premisa necesaria y su confirmación[21].
En estos procesos y en su carácter complementario, pues sólo existen articulados los unos con los otros, lo público conserva su especificidad con independencia de las funciones sociales y los actores, y resume la potencialidad que lleva en sí mismo para la superación de la tragedia. En consecuencia, emerge como necesaria la transformación simultánea de lo publico y lo privado, en función de la colectividad, para que se estructuren como proyecciones mutuas y no como dimensiones simbióticas que viven en una dependencia contradictoria bajo la hegemonía de lo privado.
Bogotá, Mayo del año 2001
Textos de referencia
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* NIETZCHE Federico (1964), p. 37.
[1] Al respecto ver: BOBBIO Norberto y BOVERO Michelangelo (1984); VARELA BARRIOS Edgar (1998); y CERVANTES JAÚREGUI Luis (1993)
[2] Habermas, por ejemplo, nos ofrece una conceptualización de lo público como la esfera donde los particulares buscan discursivamente el interés colectivo, que corresponde al ideal liberal y no a la diferenciación social entre lo público y lo privado realizada durante la modernidad. Ver: HABERMAS Jürgen (1962) y (1987).
[3] Ver: NOZICK Robert (1988). Una aproximación sintética y crítica al tema de lo público y lo privado en el liberalismo contemporáneo, desde la perspectiva de la justicia en: ALBI Emilio (2000) y VAN PARIJS Philippe(1993).
[4] Ver al respecto: MÚNERA RUIZ Leopoldo (1994).
[5] Ver: FOUCAULT Michel (1977) y (1991).
[6] Dentro del feminismo, Nancy Fraser desarrolla la crítica más elaborada al concepto de lo público en la modernidad dominante. Con respecto al proceso de construcción permanente afirma: "El punto es que , a este respecto [la definición de lo público], no existen fronteras naturales dadas a priori. Lo que debe considerarse como un asunto de interés común será decidido, precisamente, a través de la confrontación discursiva. De lo anterior se sigue que ningún tópico debe ser excluido previamente a tal confrontación. Por el contrario, la publicidad democrática exige garantías positivas de oportunidad para que las minorías puedan convencer a otros de que aquello que en el pasado no era público, en el sentido de no ser de interés común, debería serlo ahora." FRASER Nancy (1997), p. 123.
[7] "(...) Los miembros de los grupos sociales subordinados -mujeres, trabajadores, personas de color, gays, lesbianas- han comprobado repetidamente que resulta ventajoso construir públicos alternativos. Propongo llamar a estos públicos, contra-públicos subalternos para indicar que se trata de espacios discursivos paralelos donde los miembros de los grupos sociales subordinados inventan y hacen circular contra-discursos, lo que a su vez les permite formular interpretaciones opuestas de sus identidades, intereses y necesidades." Ibídem, p. 115
[8] "Permítaseme concluir recapitulando lo que creo haber logrado en este capítulo. He mostrado que el modelo liberal de la esfera pública burguesa, tal como lo describe Habermas, no es adecuado para una crítica de los límites de la actual democracia existente en las sociedades del capitalismo tardío. A un nivel, mi argumento socava el modelo liberal como ideal normativo. He mostrado, primero, que una concepción adecuada de la esfera pública exige, no sólo poner en suspenso la desigualdad social, sino eliminarla. En segundo lugar he mostrado que es preferible una multiplicidad de públicos a una única esfera pública, tanto en sociedades estratificadas como en sociedades igualitarias. En tercer lugar, he mostrado que una concepción sostenible de la esfera pública debe propiciar la inclusión, no la exclusión, de los intereses y asuntos que la ideología burguesa machista rotula como privados y trata como inadmisibles. Finalmente he mostrado que una concepción defendible debe permitir la existencia tanto de públicos fuertes como de públicos débiles, y debiera contribuir a la teorización de las relaciones entre ellos." Ibídem, p.132.
[9] Ver por ejemplo: SANTOS Boaventura de Sousa (1998), LACLAU Ernesto y MOUFFE Chantal (1987), TOURAINE Alain (1973), MELUCCI Alberto (1989) o CASTELLS Manuel (1999).
[10] SANTOS Boaventura de Sousa (1998), p. 148.
[11] Boaventura de Sousa Santos le atribuye a esta concepción de lo público potencialidades para la transformación de la democracia: "La nueva teoría democrática deberá proceder a la repotilización global de la práctica social y el campo político inmenso que de ahí resultará, permitirá descubrir formas nuevas de opresión y de dominación, al mismo tiempo que creará nuevas oportunidades para el ejercicio de nuevas formas de democracia y de ciudadanía. Ese nuevo campo político no es, sin embargo, un campo amorfo. Politizar significa identificar relaciones de poder e imaginar formas prácticas de transformarlas en relaciones de autoridad compartida. Las diferencias entre las relaciones de poder son el principio de la diferenciación y estratificación de lo político. En cuanto tarea analítica, y presupuesto de acción práctica, es tan importante la globalización de lo político como su diferenciación." Ibídem, p. 332.
[12] VARELA BARRIOS Edgar (1998)
[13] RABOTNIKOF Nora (1993)
[14] Ver: DUBY Georges y ARIES Philippe -Compiladores- (1990).
[15] KROPOTKIN Pedro (1976) y (1981).
[16] FRASER Nancy (1997), p. 132.
[17] Ver al respecto: MÚNERA RUIZ Leopoldo (1998), pp. 85-119.
[18] RABOTNIKOF Nora (1993), p. 76.
[19] Ver: SCHMITT Carl (1968).
[20] Ver: KELSEN Hans (1969)
[21] Así concibe Bakunin la noción anarquista de la libertad. Ver: DOLGOFF Sam -Editor- (1977), p. 281
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