OBRAS ESCOGIDAS
LIBRO III
L. S. Vygotski
ANÁLISIS DE LAS FUNCIONES PSÍQUICAS SUPERIORES
(De la pág. 97 del libro a la pág. 168)
Capítulo 3
Hemos dicho ya que el análisis de las formas superiores de conducta constituyen la forma principal y básica de nuestra investigación; sin embargo, la situación existente en la psicología actual nos impone la necesidad de plantear el problema del propio análisis antes de abordar el análisis de los problemas.
Debido a la crisis que afecta a los mismos cimientos de la psicología moderna podemos apreciar con claridad los cambios que experimentan sus fundamentos metodológicos. En este sentido se ha producido en la psicología una situación que desconocen ciencias más desarrolladas. Cuando hablamos de análisis químicos es evidente para todo el mundo a lo que nos referimos. Sin embargo, la situación es muy distinta si se trata del análisis psicológico. El propio concepto de análisis psicológico es polisémico, incluye definiciones que a veces nada tienen de común entre sí y que, a veces, se hallan en relaciones antagónicas. En los últimos diez años el concepto de análisis psicológico como técnica fundamental de la psicología descriptiva ha tenido un desarrollo particularmente grande. La psicología descriptiva era llamada a veces analítica, contraponiendo así su concepción a la psicología científica contemporánea. De hecho, el método analítico se acercaba al fenomenológico y la tarea de la investigación psicológica se reducía por eso a fraccionar el complicado conjunto de las vivencias o de los datos directos de la conciencia en sus elementos componentes. En concordancia con ese criterio, el análisis coincidía con el fraccionamiento de las vivencias y de hecho contraponía esa concepción a la psicología explicativa.
En la psicología tradicional, habitualmente denominada asociacionista, el análisis prevalece en un sentido algo distinto. Se basaba de hecho en la idea atomística, según la cual los procesos superiores se forman mediante la suma de ciertos elementos aislados; la tarea de la investigación se reducía nuevamente a presentar el proceso superior como una suma de elementos simplísimos asociados de cierta manera. Estamos aquí en realidad, ante una psicología de los elementos y aunque esta psicología se planteaba tareas algo distintas, en las cuales se incluía la explicación de los fenómenos, sin embargo aquí también se manifiesta el estrecho vínculo entre esta concepción del análisis y el predominio del punto de vista fenomenológico en psicología. K. Lewin(1) señala atinadamente que esta concepción se basa en la idea de que los (pág. 97) procesos psíquicos superiores son más complejos o compuestos, incluyen mayor cantidad de elementos y agrupaciones de elementos que los inferiores. Los investigadores han tratado de fraccionar los procesos complejos en procesos independientes que los componen con sus nexos asociativos. El predominio de la concepción atomística llevó como consecuencia, a atribuir una mayor importancia al problema puramente fenomenológico que, como subraya Lewin, tenía ya de por sí una indudable y decisiva importancia, pero que encubría en la vieja psicología un problema dinámico-causal más profundo.
Así pues, el análisis en las dos formas fundamentales que conoce la vieja psicología, o bien se contrapone a la explicación (como ocurre en la psicología descriptiva), o bien se reduce a describir y fraccionar exclusivamente las vivencias, siendo incapaz de revelar el nexo dinámico-causal y las relaciones que subyacen en algunos procesos complejos.
El desarrollo de la psicología contemporánea modificó de raíz el significado y la orientación del análisis. La tendencia a estudiar los procesos íntegros y el intento de descubrir las estructuras que subyacen en los fenómenos psicológicos, se contrapone al viejo análisis basado en la idea atomística sobre la psique. El gran desarrollo de la psicología estructural en los últimos tiempos, es, a nuestro juicio, una reacción frente a la psicología de los elementos y frente al lugar que ocupa en la teoría el análisis elemental. De hecho, la propia nueva psicología se contrapone conscientemente a la psicología de los elementos y su rasgo más esencial consiste en ser una psicología de procesos íntegros.
Por una parte, el amplio desarrollo de la psicología del comportamiento en todas sus formas es, sin duda alguna, una reacción al predominio de tendencias puramente fenomenológicas de la vieja psicología. En algunas formas de la psicología de la conducta hay intentos de pasar desde el análisis descriptivo al explicativo. Así pues, si quisiéramos resumir el estado actual de este problema deberíamos decir que ambos momentos que fueron representados en la vieja psicología, a las cuales renuncia decididamente la nueva, han producido la división en las dos corrientes fundamentales de la nueva psicología.
Por otra parte, se van formando ante nosotros diversas corrientes psicológicas que intentan basa el método psicológico en el análisis explicativo. Así son, por ejemplo, algunas corrientes de la psicología del comportamiento que conservan en esencia el carácter atomístico de la vieja psicología y consideran todos los procesos superiores como sumas o cadenas de procesos o reacciones más elementales. Por ejemplo, la escuela psicológica de la Gestalt(2) es la corriente más importante de la psicología contemporánea. Esta escuela subraya la importancia y el significado del conjunto global y de sus propiedades peculiares, renunciando al análisis de esa totalidad y por ello se ve obligada a quedarse en los límites de la psicología descriptiva. En estos últimos años, muchas corrientes psicológicas de carácter sintético procuran superar la división de los dos momentos.
Somos testigos igualmente de cómo se va formando la nueva concepción (pág. 98) del análisis psicológico. M. Y. Basov(3) es creador de la primera y más clara teoría de esa nueva forma de análisis. Basov trata de unificar en el método del análisis estructural las dos líneas de investigación: la del análisis y la del enfoque integral de la personalidad.
El intento de unir el análisis y el enfoque integral distingue favorablemente el método de Basov de aquellas dos corrientes que aplican habitualmente uno u otro de estos puntos de vista señalados. Lo vemos, por una parte, en el ejemplo del behaviorismo extremo que de la tesis correcta ”todo es consecuencia del reflejo”, deduce erróneamente que “todo es reflejo”. Vemos, por otra parte lo mismo en el ejemplo de psicología integral contemporánea, para quien la estructura es una propiedad general y los procesos psíquicos íntegros puntos de partida, situándose por ello en otra línea extrema y no encontrando el camino para el análisis y la investigación genética, y entonces tampoco para la construcción de una base científica del desarrollo de la conducta.
Nos parece imprescindible examinar con mayor detalle la nueva forma del análisis psicológico que encuentra su desarrollo ulterior en el método de investigación utilizado por nosotros. Basov destaca los elementos reales, objetivos de que se compone el proceso dado y ya luego los diferencia. Para él se trata de fenómenos genuinos que tienen existencia independiente, pero buscar, sin embargo, sus partes componentes con la condición de que cada parte conserve las propiedades del todo. Por ejemplo, al analizar el agua, la molécula H2O será un elemento objetivamente real del agua aunque infinitamente pequeño por su volumen, será homogéneo por la composición. De acuerdo con este fraccionamiento, las partículas del agua deben considerarse como elementos esenciales de la formación que se estudia.
El análisis estructural estudia esos elementos reales objetivamente existentes, y se plantea como tarea no sólo la de segregarlos, sino también la de esclarecer los nexos y las relaciones entre ellos que determinan la estructura de la forma y del tipo de actividad originados por la agrupación dinámica de tales elementos.
También la psicología integral llega últimamente a las mismas conclusiones. H. Volkelt, por ejemplo, señala que el rasgo más distintivo de la investigación psicológica actual es su tendencia al estudio integral. Sin embargo, las tareas que plantea el análisis persisten en la misma medida que antes y, además, han de persistir mientras exista la psicología. Volkelt diferencia dos líneas de tal análisis. Podríamos denominar la primera de análisis integral es decir, que no pierde de vista el carácter integral del objeto estudiado y la segunda de análisis elemental que consiste en aislar y estudiar elementos sueltos. Hasta la fecha predominaba en psicología el segundo tipo. Son muchos los que piensan que la nueva psicología renuncia, en general, al análisis. Pero, de hecho, se limita tan sólo a modificar el sentido o las tareas del análisis, y aplica el primer tipo del mismo.
Y se entiende claramente que el propio sentido del análisis debe modificarse de raíz. Su tarea fundamental no es descomponer el todo psicológico en partes e incluso en fragmentos, sino destacar del conjunto (pág. 99) psicológico integral determinados rasgos y momentos que conserven la primacía del todo. Creemos que en lo que acabamos de decir se trasluce claramente la idea de que es preciso unificar en psicología el enfoque estructural y el analítico. Resulta evidente, sin embargo, que al evitar uno de los errores de la vieja psicología, el atomismo, el nuevo análisis cae en otro y su misión no es realmente la de explicar ni poner de manifiesto los nexos y las relaciones reales que forman el fenómeno dado. Este análisis, como dice Volkelt, se apoya en la separación descriptiva de las propiedades integrales del proceso, ya que como toda descripción destaca siempre algunos rasgos determinados, las promueve a primer plano e intenta comprenderlos.
Vemos, por lo tanto, que estamos lejos de haber superado los errores de la vieja psicología y que numerosas teorías, en su afán de evitar el atomismo de la vieja psicología, se dedican a investigaciones puramente descriptivas. Tal es el destino de la teoría estructural. Hay asimismo otro grupo de psicológicos que en su deseo de salirse de los limites de una psicología puramente descriptiva llegan a una concepción atomística de la conducta. Somos testigos, sin embargo, de que se van sentando los primeros cimientos de una interpretación sintetizadora y unificadora de ambas teorías. El análisis en la psicología va cambiando de carácter ante nuestros ojos. Tras las diversas formas de interpretación y aplicación del análisis se ocultan distintas concepciones del hecho psicológico. Se comprende fácilmente que la interpretación del análisis en la psicología descriptiva está directamente vinculada al dogma fundamental de esa psicología, es decir, a la tesis que niega la posibilidad de explicar científicamente los procesos psíquicos. Del mismo modo, en la psicología de los elementos el análisis está relacionado con una interpretación determinada del hecho psicológico, con la tesis según la cual todo proceso superior se estructura mediante la unión asociativa de una serie de procesos elementales.
La teoría psicológica modifica la interpretación del análisis dependiendo del enfoque general básico de los problemas psicológicos. Tras una u otra aplicación del análisis se oculta una determinada concepción del hecho analizado. Por esta razón, al mismo tiempo que se modifica la base del enfoque metodológico de la investigación psicológica, se modifica inevitablemente también el propio carácter del análisis psicológico.
Podemos señalar tres momentos determinaciones sobre los cuales se apoya el análisis de las formas superiores del comportamiento y que constituyen la base de nuestras investigaciones.
El primero nos lleva a diferenciar el análisis del objeto del análisis del proceso. Hasta ahora, para el análisis psicológico el proceso analizado casi siempre era un cierto objeto. La formación psíquica se entendía como una cierta forma estable y sólida; la tarea de análisis se reducía de hecho a descomponerla en partes aisladas. Por este motivo ha prevalecido hasta la fecha en este análisis psicológico la lógica de los cuerpos sólidos. K. Koffka(4) dice que el proceso psíquico se estudiaba y analizaba como un mosaico de partes sólidas e invariables. (pág. 100)
El análisis del objeto debe contraponerse al análisis del proceso el cual, de hecho, se reduce al despliegue dinámico de los momentos importantes que constituyen la tendencia histórica del proceso dado.
No es la psicología experimental, sino la genética la que nos lleva a esa nueva concepción del análisis. Si quisiéramos señalar cuál es la modificación principal que la psicología genética introduce en la general, habríamos de reconocer, junto con Werner, que este cambio se reduce a la introducción del punto de vista genético a la psicología experimental. El propio proceso psíquico, independientemente de si se trata del desarrollo del pensamiento o de la voluntad, es un proceso que ante nuestros ojos sufre ciertos cambios. Como por ejemplo en las percepciones normales, el desarrollo puede limitarse a varios segundos o, incluso, fracciones de segundo, como en los complejos procesos del pensamiento el desarrollo puede tardar días o semanas. En determinadas condiciones este desarrollo puede ser observado. Werner explica cómo puede aplicarse el punto de vista genético a la investigación experimental de modo que se consigue producir experimentalmente, en el laboratorio, un determinado desarrollo que para el hombre actual constituye un proceso ya culminado hace tiempo.
Anteriormente señalábamos que podía calificarse a nuestro método de genético-experimental en la medida en que provoca y crea de modo artificial el proceso genético del desarrollo psíquico. Cabe decir ahora que en ello radica la tarea fundamental del análisis dinámico a que nos referimos. Si en lugar de analizar el objeto analizáramos el proceso, nuestra misión principal sería, como es natural, la de restablecer genéticamente todos los momentos del desarrollo de dicho proceso. En ese caso la tarea fundamental del análisis sería la de volver el proceso a su etapa inicial o, dicho de otro modo, convertir el objeto en proceso. El intento de semejante experimento consiste en fundir cada forma psicológica fósil, estancada, convertirla en un torrente de momentos aislados que se sustituyen recíprocamente. Dicho en pocas palabras, la tarea que se plantea un análisis así se reduce a presentar experimentalmente toda forma superior de conducta no como un objeto, sino como un proceso, y a estudiarlo en movimiento, para no ir del objeto a sus partes, sino del proceso a sus momentos aislados.
La segunda tesis en que se basa nuestra concepción del análisis consiste en contraponer las tareas descriptivas y explicativas del análisis. Hemos visto que en la vieja psicología el concepto de análisis coincidía de hecho con el concepto de descripción y era contrario a la tarea de explicar los fenómenos. Sin embargo, la verdadera misión del análisis en cualquier ciencia es justamente la de revelar o poner de manifiesto las relaciones y nexos dinámico-causales que constituyen la base de todo fenómeno. En esta proporción, el análisis se convierte de hecho en la explicación científica del fenómeno que se estudia y no sólo su descripción desde el punto de vista fenoménico. En este sentido nos parece sumamente importante la distinción que establece Lewin en la psicología actual entre los dos puntos de vista sobre los procesos psíquicos. Esta división de hecho en su tiempo elevó a un (pág. 101) nivel superior todas las ciencias biológicas que pasaron a ser ciencias en el verdadero sentido de la palabra y dejaron de hacer una descripción simple, empírica de los fenómenos y dedicándose al estudio explicativo de los mismos.
Según la certera observación de Lewin, todas las ciencias recorrieron en su tiempo ese camino, pasando desde la descripción a la explicación, que es ahora la característica más fundamental de la crisis que sufre la psicología. La investigación histórica demuestra que en el intento de limitar el análisis a las tareas puramente descriptivas no es un rasgo específico de la psicología. En los antiguos tratados sobre biología se afirmaba que la biología, a diferencia de la física, podía ser, por principio, una ciencia solamente descriptiva: concepción reconocida hoy día como inconsistente.
Cabe preguntarse si el paso de la descripción a la explicación no es un proceso de maduración típico para todas las ciencias. Porque han sido muchas las ciencias en que el carácter descriptivo de la investigación ha constituido una característica propia. Así es precisamente como define Dilthey la misión de la psicología descriptiva.
El paso del concepto descriptivo al explicativo no se realiza por medio de la simple sustitución de unos conceptos por otros. La ampliación de la definición descriptiva puede incluir en sí también el paso a la definición del nexo genético y en la medida que se desarrolla la ciencia se convierte en explicativa. Lewin cita muchos conceptos biológicos fundamentales que gracias a la ampliación y el reforzamiento de sus nexos genéticos realizaban el paso de la categoría de la descripción a la explicación.
A nuestro juicio, este es el camino verdadero de la maduración de la ciencia.
Antes de Darwin, la biología fue una ciencia puramente descriptiva, basada en el análisis descriptivo de los rasgos o propiedades del organismo ya que, al no conocer su origen, no podía explicar su aparición. La botánica, por ejemplo, clasificaba las plantas en determinados grupos por la forma de sus hojas o flores de acuerdo con sus propiedades fenotípicas. Se vio, sin embargo, que una misma planta podía ser extremadamente distinta según creciera en un valle o en una montaña. Vemos, pues, que un mismo organismo, en función de las diversas condiciones externas, presenta esencialísimas diferencias exteriores y viceversa: al encontrarse en condiciones externas similares organismos de origen muy distinto adquieren, una cierta semejanza exterior, aunque continúen siendo esencialmente muy distintas por su naturaleza.
En biología, el punto de vista fenotípico descriptivo fue superado gracias al descubrimiento de Darwin. El origen de las especies descubierto por él sentó la base para una clasificación completamente nueva de los organismos, según el tipo completamente nuevo de formación de rasgos científicos que Lewin, en oposición al criterio fenomenológico, basado en manifestaciones externas, ha denominado genético-condicional. El fenómeno no se define por su forma externa, sino por su origen real. La diferencia entre estos dos (pág. 102) puntos de vista se ve claramente en cualquier ejemplo biológico. La ballena, por ejemplo, vista externamente se parece más a los peces que a los mamíferos, no obstante por su naturaleza biológica tiene mayor afinidad con una vaca o con un reno que con un sollo o un tiburón.
El análisis fenomenológico o descriptivo toma el fenómeno tal como es externamente y supone con toda ingenuidad que el aspecto exterior o la apariencia del objeto coincide con el nexo real, dinámico-causal que constituye su base. El análisis genético-condicional se inicia poniendo de manifiesto las relaciones efectivas que se ocultan tras la apariencia externa de algún proceso. El último análisis se interesa por el surgimiento y la desaparición, las causas y las condiciones y por todos los vínculos reales que constituyen los fundamentos de algún fenómeno. En ese sentido y siguiendo a Lewin, se podrían diferenciar en psicología el punto de vista fenotípico y el genético. Entendemos por análisis genético el descubrimiento de la génesis del fenómeno, su base dinámico-causal. El análisis fenotípico, en cambio, parte de los indicios directamente disponibles y de las manifestaciones externas del objeto.
Podríamos citar en psicología no pocos ejemplos que demuestran los graves errores cometidos debido a la confusión entre ambos puntos de vista. Al estudiar el desarrollo de lenguaje tendremos ocasión de fijarnos en dos ejemplos fundamentales de ese tipo. Así, desde el punto de vista externo, descriptivo, las primeras manifestaciones del lenguaje en un niño de año y medio a dos años, se parecen al lenguaje del adulto; basándose en esa similitud, investigadores tan serios como W. Stern(5) llegan a la conclusión que el niño es consciente, ya a esa edad, de la relación entre el signo y su significado, es decir, acerca fenómenos que desde el punto de vista genético, como veremos más tarde, nada tienen de común entre sí.
Tal fenómeno, como el lenguaje egocéntrico que eternamente no se parece al lenguaje interno y se diferencia esencialmente de él, como lo demuestra nuestra investigación, debe ser aproximado desde el aspecto genético con el lenguaje interno.
Llegamos así a la tesis fundamental defendida por Lewin: dos procesos fenotípicamente iguales o similares pueden ser muy diferentes desde el punto de vista dinámico-causal y viceversa: dos procesos muy afines por sus características dinámico-causales pueden ser distintos por sus características fenotípicas. Fenómenos semejantes que se dan a cada paso, nos demuestran que las tesis y los logros establecidos por la vieja psicología adquieren una apariencia completamente nueva cuando pasamos del análisis fenotípico al genotípico.
Vemos, por lo tanto, que la concepción fenotípica parte de la aproximación de los procesos, basada en semejanza o similitud externa. Marx se refiere a lo mismo en forma más general cuando dice: “Si la forma de manifestarse y la esencia de las cosas coincidieran directamente, sobraría toda ciencia”. (C. Marx, F. Engels, ed. rusa t. 21, cap. 2, pág. 384.) En efecto, si el objeto fenotípicamente fuera igual genotípicamente, es decir, si las manifestaciones externas del objeto tal como suelen verse todos los días realmente expresaran (pág. 103) las verdaderas relaciones de las cosas, la ciencia estaría completamente de más, ya que la simple observación, la simple experiencia cotidiana, la simple anotación de los hechos sustituiría por completo el análisis científico. Todo cuanto percibiéramos directamente sería objeto de nuestro conocimiento científico.
En realidad la psicología nos enseña a cada paso que dos acciones pueden transcurrir por su apariencia externa de manera similar y ser, sin embargo, muy distintas por su origen, esencia y naturaleza. En casos así es cuando se necesitan medios especiales de análisis científico para descubrir tras la semejanza exterior las diferencias internas. En esos casos resulta necesario el análisis científico, el saber descubrir bajo el aspecto externo del proceso su contenido interno, su naturaleza y origen. Toda la dificultad del análisis científico radica en que la esencia de los objetos, es decir, su auténtica y verdadera correlación no coincide directamente con la forma de sus manifestaciones externas y por ello es preciso analizar los procesos; es preciso descubrir por ese medio la verdadera relación que subyace en dichos procesos tras la forma exterior de sus manifestaciones.
Desvelar estas relaciones es la misión que ha de cumplir el análisis. El auténtico análisis científico en psicología se diferencia radicalmente del análisis subjetivo, introspectivo, que por su propia naturaleza no es capaz de rebasar los límites de la descripción pura.
Desde nuestro punto de vista, sólo es posible el análisis de carácter objetivo ya que no se trata de revelar lo que nos parece el fenómeno observado, sino lo que es en realidad. No nos interesa, por ejemplo, la vivencia directa del libre albedrío que nos hace conocer el análisis introspectivo, sino el nexo real y las relaciones entre lo externo y lo interno que constituyen la base de esta forma superior de conducta.
Así pues, el análisis psicológico, a nuestro entender, es la antítesis directa del método analítico en su vieja acepción. El método analítico se reconocía opuesto a la explicación; el nuevo análisis, en cambio, es el medio fundamental para la explicación científica. Si aquel no pasaba esencialmente de los límites de la investigación fenomenológica, la misión del nuevo consiste en descubrir las relaciones dinámico-causales existentes en la realidad. Pero, la propia explicación, sólo se hace posible en psicología en tanto en cuanto la nueva concepción no ignore las manifestaciones externas de los objetos, no se limite al estudio genético tan sólo sino que incluya forzosamente la explicación científica de los rasgos y manifestaciones externas del proceso que estudia. Cuenta para ello con la ayuda del método genético-condicional.
Por eso el análisis no se limita sólo al enfoque genético y estudia obligatoriamente el proceso como una determinada esfera de posibilidades que sólo en una determinada situación o en un determinado conjunto de condiciones, lleva a la formación de un determinado fenotipo. Vemos, por tanto, que el nuevo punto de vista no elimina ni soslaya la explicación de las peculiaridades fenotípicas del proceso, sino que las supedita en relación con su verdadero origen. (pág. 104)
Y finalmente, nuestra tercera tesis fundamental consiste en lo siguiente: en psicología solemos encontrar con bastante frecuencia procesos ya fosilizados, es decir, que por haber tenido un largo período de desarrollo histórico se han petrificado. La fosilización de la conducta se manifiesta sobre todo en los llamados procesos psíquicos automatizados o mecanizados. Son procesos que por su largo funcionamiento se han repetido millones de veces y, debido a ello, se automatizan, pierden su aspecto primitivo y su apariencia externa no revela su naturaleza interior; diríase que pierden todos los indicios de su origen. Gracias a esa automatización su análisis psicológico resulta muy difícil.
Veamos un ejemplo de gran simplicidad que demuestra cómo procesos esencialmente diferentes adquieren semejanza externa gracias a esta automatización. Examinemos dos procesos que en la psicología tradicional reciben los nombres de atención voluntaria e involuntaria. Se trata de dos procesos muy distintos genéticamente; en la psicología experimental, sin embargo, podemos considerar como admitida la siguiente ley formulada por E. Titchener(6): la atención voluntaria una vez surgida, funciona como involuntaria. Según Titchener, la atención secundaria se convierte constantemente en primaria. Debido a ello, se produce un grado superior de relaciones complejas que oscurece, a primera vista, los nexos y las relaciones genéticas fundamentales que rigen el desarrollo de algún proceso psíquico. Al describir ambas formas de atención y al contraponerlas con todo rigor Titchener dice que existe, sin embargo, una tercera fase en el desarrollo de la atención: el retorno precisamente a la primera fase.
Por lo tanto, la última fase, superior en el desarrollo de algún proceso revela una similitud puramente fenotípica con las fases primarias o inferiores y cuando el proceso se aborda desde el ángulo fenotípico se pierde la posibilidad de distinguir la forma superior de la inferior. Los investigadores tienen planteada una tarea fundamental ya mencionada por nosotros: la de convertir el objeto en movimiento y lo fosilizado en proceso. Para investigar esta tercera fase, superior, en el desarrollo de la atención y conocer toda su profunda peculiaridad a diferencia de la primera, no existe otra vía que la del despliegue dinámico del proceso, es decir, la indicación de su origen. Por consiguiente, no debemos interesarnos por el resultado acabado, ni buscar el balance o el producto del desarrollo, sino el propio proceso de aparición o el establecimiento de la forma superior tomada en su aspecto vivo. Para ello, el investigador debe transformar frecuentemente la índole automática, mecanizada y fosilizada de la forma superior, retrayendo su desarrollo histórico, haciéndola volver experimentalmente a la forma que nos interesa, a sus momentos iniciales para tener la posibilidad de observar el proceso de su nacimiento. En ello, tal como ya dijimos antes, radica la misión del análisis dinámico.
Podemos resumir, por lo tanto, lo ya dicho sobre las tareas del análisis psicológico y enumerar en un enunciado los tres momentos decisivos que subyacen en este análisis: análisis del proceso y no del objeto, que ponga de manifiesto el nexo dinámico-causal efectivo y su relación en lugar de indicios (pág. 105) externos que disgregan el proceso; por consiguiente, de un análisis explicativo y no descriptivo; y finalmente, el análisis genético que vuelva a su punto de partida y restablezca todos los procesos del desarrollo de una forma que en su estado actual es un fósil psicológico. Estos tres momentos considerados en conjunto, están determinados por la nueva interpretación de la forma psicológica superior, que no es una estructura puramente psíquica, como supone la psicología descriptiva, ni una simple suma de procesos elementales, como afirmaba la psicología asociacionista, sino una forma cualitativamente peculiar, nueva en realidad, que aparece en el proceso del desarrollo.
Los tres momentos que nos permiten contraponer decididamente el nuevo análisis psicológico al viejo, pueden ser puestos de manifiesto al estudiar cualquier forma compleja o superior de comportamiento. Seguiremos nuestro camino tal como lo iniciamos, es decir, contraponer una forma a la otra ya que así podremos descubrir más fácilmente el rasgo fundamental y esencial de las nuevas investigaciones, los cambios principales o radicales de toda la génesis, el origen y la estructura de la forma superior de conducta. Con el fin de pasar de las consideraciones metodológicas al análisis concreto que permite poner al descubierto la estructura general de la ley que subyace en la forma superior del comportamiento, nos detendremos en el análisis experimental de la reacción psíquica compleja. Se trata de una investigación ventajosa en muchos aspectos. En primer lugar posee una larga historia y permite, por tanto, contraponer con toda claridad las nuevas formas de análisis a las viejas, en segundo lugar, nos permite, por tratarse de un experimento psicológico realizado en condiciones especiales, expresar del modo más puro y abstracto, dos tesis fundamentales que se desprenden del análisis de toda forma de conducta superior.
Si enfocamos el análisis de la reacción compleja tal como se hacía en la vieja psicología, descubriremos fácilmente la existencia, en su forma más clásica y acabada, aquellos tres rasgos distintivos cuya negación sentaba el punto de partida de nuestras investigaciones. En primer lugar, el análisis se basaba en aquello que N. Ach calificaba de esquematismo evidente y que en realidad puede denominarse como análisis del objeto. El carácter atomístico de la psicología de los elementos, su lógica de cuerpos sólidos, su tendencia a considerar los procesos psíquicos como un mosaico de objetos sólidos e invariables, su idea de que lo superior no es más que lo complejo, jamás se puso de manifiesto con tanta claridad, con un esquematismo tan evidente como en el capítulo más elaborado de la vieja psicología, en el análisis experimental de la reacción compleja.
Si examinamos el modo cómo entendía la vieja psicología el proceso que nos interesa, es decir, la aparición de la forma superior o compleja de la reacción, veremos que su concepción era enormemente elemental y simplista. De acuerdo con esa teoría la reacción superior se diferencia fundamentalmente de la simple por el hecho de que en ella los estímulos presentados se complican. Si en la reacción simple tenemos habitualmente un solo estímulo, en la compleja aparecen varios. La reacción compleja se caracteriza (pág. 106) habitualmente por el hecho de que en lugar de una impresión sobre el sujeto actúa una serie de estímulos. La complejidad de estos estímulos origina también indefectiblemente el segundo momento, es decir, la complejidad de los procesos psíquicos que subyacen en la reacción. Ahora bien, lo más importante es que la complicación del aspecto interno de la reacción es análoga a la complicación de los estímulos.
Es fácil convencerse de ello si recurrimos a las fórmulas habituales que se utilizan para el análisis experimental de la reacción compleja. Por ejemplo, la reacción diferenciadora se produce cuando el sujeto, antes de reaccionar a los estímulos presentados, debe diferenciar dos o varios estímulos. En este caso podemos calcular el tiempo puro invertido en la diferenciación por la simple fórmula de R = r + R1, donde R es el tiempo de la reacción compleja diferenciadora, R1 el tiempo de la reacción simple y r el tiempo puro de la diferenciación.
La complicación ulterior nos lleva del mismo modo a la construcción de la reacción electiva. Cuando el sujeto debe elegir entre diversos movimientos, la reacción vuelve a complicarse porque se añade al momento diferenciador el momento de elección y por ello la fórmula clásica de la segunda reacción se expresa del mismo modo: R = R1 + r + T, donde T es el tiempo puro de la elección, R –el de la reacción diferenciadora.
Si desciframos la idea de la reacción compleja en la que se basan estas fórmulas, es fácil denotar que esta idea de hecho puede ser formulada de la siguiente manera: la reacción diferenciadora es una reacción simple más la diferenciación, que la reacción electiva es una reacción simple más la diferenciación, más la elección. Vemos, por lo tanto, que la reacción superior se forma como una suma de procesos elementales que han de sumarse aritméticamente. En efecto, si podemos determinar la diferenciación y la elección mediante una simple resta, es decir, restando la simple de la compleja, afirmamos con ello que la compleja es una reacción simple más un nuevo elemento suplementario, ya que toda resta no es otra cosa que una inversión de la suma; si quisiéramos presentar las mismas fórmulas en su aspecto primitivo, tendríamos que sustituirlas por la suma de sus elementos componentes.
De hecho, en psicología experimental se ha planteado más de una vez la cuestión de la total inconsistencia de esta operación: restar las formas superiores de las inferiores. Titchener, por ejemplo, estableció que la reacción compleja no se forma por partes a base de las simples, que las reacciones de diferenciación y reconocimiento no son reacciones sensoriales a las que se añade el tiempo de la diferenciación y el tiempo del reconocimiento. La reacción electiva no es una reacción diferenciadora a la que se añade el tiempo de la elección. Dicho de otro modo, no puede conocerse el tiempo invertido en la diferenciación, restando el tiempo de la reacción sensorial del tiempo de la reacción diferenciadora, ni puede obtenerse el tiempo de la elección restando el tiempo de la reacción diferenciadora del tiempo de la reacción electiva. (pág. 107)
Esto suele hacerse en los manuales; se indica el tiempo invertido en la diferenciación, en el reconocimiento, en la elección, pero en realidad no puede considerarse fiable la tesis que subyace en estas fórmulas según la cual la reacción es una cadena de procesos aislados a la que pueden sumarse o restarse a voluntad eslabones sueltos. La reacción es un solo proceso que en un nivel dado de hábitos depende en su conjunto de los eslabones de la instrucción recibida. Puede parecer que es posible recurrir a la resta en la reacción asociativa, que podemos determinar con un alto grado de probabilidad el tiempo necesario para la asociación, restando el tiempo de la simple reacción sensorial del tiempo de la simple reacción asociativa, pero los hechos demuestran otra cosa. La instrucción verbal que determina la asociación, es la que gobierna todo el curso de la conciencia y por ello las dos reacciones señaladas no se pueden comparar.
Contamos con un hecho fundamental, demostrado experimentalmente, que rebate por complejo las fórmulas clásicas, arriba citadas, del análisis de la reacción compleja mediante el simple cálculo aritmético de elementos aislados. Es la tesis enunciado por Titchener de que el tiempo de una reacción electiva, concienzudamente preparada puede seguir igual al tiempo de una simple reacción sensorial. Se sabe que la ley fundamental de la reacción compleja, admitida en la psicología clásica, es justamente la tesis contraria. De hecho fueron ya los primeros experimentos los que establecieron que el tiempo de la reacción compleja supera el tiempo de la simple y que la prolongación del tiempo de la reacción compleja aumenta en proporción directa al número de los estímulos que han de ser diferenciados y al número de movimientos reactivos que exige la elección. Los nuevos experimentos han demostrado que esas leyes o siempre son fiables, que la reacción electiva, suficientemente preparada, puede transcurrir con igual rapidez que la simple y que, por consiguiente, la fórmula analítica arriba citada nos llevaría a una situación absurda si se calcula su magnitud concreta; demostraría que el tiempo electivo es igual a cero, poniendo así de manifiesto la total inconsistencia de la idea sobre la reacción compleja.
Otros muchos investigadores demostraron igualmente la imposibilidad de un análisis basado en la resta aritmética. No vamos a examinar aquí todas las objeciones que desde diversas partes se han hecho contra tal procedimiento, nos limitaremos a decir tan sólo que Ach llegó a la misma conclusión, él con pleno fundamento demuestra que la inconsistencia de esta operación, se demuestra, entre otras cosas, por lo siguiente: algunos investigadores han obtenido como resultado de este cálculo magnitudes negativas. Creemos, lo mismo que Ach, que la vieja psicología cometía el mismo error cuando aplicaba ese mismo procedimiento a los procesos superiores. Así, por ejemplo, L. Quetélet(7) supone que si restamos el tiempo necesario para comprender y enunciar la palabra del tiempo preciso para entenderla, traducirla a otro idioma y enunciarla, obtendremos el tiempo puro de la traducción. Así pues, también desde ese punto de vista los procesos superiores de comprensión del lenguaje se forman por vía de la sumación y (pág. 108) pueden abstraerse en el análisis mediante una simple resta: si restamos de la traducción de la palabra dada a un idioma extranjero su comprensión y denominación, obtendremos en forma pura el proceso en que se basa la traducción de un idioma a otro. Realmente, es difícil imaginarse una concepción más mecanicista de las formas complejas y superiores del comportamiento.
La segunda peculiaridad de la teoría sobre la reacción, tal como se desarrolló en la vieja psicología, es la promoción a un primer plano del análisis puramente descriptivo. Si la primera fase clásica en el desarrollo de esa teoría, se caracterizaba, por sustituir el análisis del proceso por el análisis del objeto, el nuevo punto de vista defendido por Titchener, Ach y otros –que habían comprendido la inconsistencia de las anteriores concepciones—se limita a un análisis puramente descriptivo, introspectivo, de la reacción. La única diferencia estriba en que el análisis mecanicista de los estímulos es sustituido por el análisis introspectivo de las vivencias. La descripción de las relaciones externas es sustituida por la descripción de las vivencias internas, pero tanto en un caso como en el otro, se mantiene plenamente un enfoque fenotípico del propio objeto.
E. Titchener(8) ha señalado que todas las instrucciones que se refieren al primer tipo de la reacción electiva, suelen ser, de hecho, muy distintas y que es incluso muy dudoso que alguna de ellas provoque el verdadero proceso electivo. Desgraciadamente en ese campo, los investigadores se dedicaban más a determinar el tiempo de reacción que al análisis de los propios procesos de la reacción. Son por tanto escasos los datos del análisis psicológico. El análisis introspectivo había demostrado ya que en la reacción electiva, los procesos de elección, propiamente dicho, no tienen de hecho lugar. Podemos considerar como un hecho claramente establecido que la reacción electiva desde el punto de vista psicológico no contiene en ninguna medida procesos electivos, y por esta razón nos sirve de magnífico ejemplo de cómo la apariencia externa de un proceso puede no coincidir en absoluto con su auténtica naturaleza psicológica. En esta reacción, dice Ach, no puede hablarse siquiera de elección. El curso de todos los procesos, vistos desde el ángulo psicológico, no deja ningún lugar para la elección. Titchener formula la misma idea: es preciso tener en cuenta que las denominaciones dadas a la reacción compleja (reacción simple, reacción diferenciadora, reacción electiva), son únicamente convencionales. La diferenciación y la elección se refieren a las condiciones externas del experimento y sólo a ellas. Titchener supone que en la reacción diferenciadora no diferenciamos y en la reacción electiva podemos realzar las operaciones, pero no elegimos las reacciones. Tales denominaciones son estructuras especulativas en tal período del desarrollo de la psicología cuando los experimentos eran todavía poco conocidos y el análisis pertenecía al futuro. Esas denominaciones, al igual que algunas otras, caducaron juntamente con su época. Los observadores, por tanto, deben admitir las denominaciones citadas de las reacciones simplemente como exponentes de ciertas formas históricas de experimentos y no como hechos psicológicos realmente descubiertos. (pág. 109)
Vemos pues, que el análisis mecanicista de la psicología clásica sustituía las relaciones reales subyacentes en los procesos de la reacción compleja, por las relaciones existentes entre los estímulos. De esta forma general se manifestaba el intelectualismo de la psicología que intentaba descubrir la naturaleza del proceso psíquico aplicando la lógica a las condiciones del propio experimento.
Así pues, el proceso, que tomamos externamente como electivo, de hecho no lo es. En ese sentido, el análisis de la psicología introspectiva significó un avance en comparación con el análisis anterior, pero no nos lleva demasiado lejos. Como dijimos que ya era un análisis puramente descriptivo de las vivencias que transmitía con escrupulosa exactitud las vivencias del sujeto durante la reacción, pero como la vivencia, por sí misma, no constituye un proceso integral de reacción, ni es siquiera su base fundamental, sino tan sólo una faceta del proceso que también debe ser explicada, resulta, como es natural, que la autoobservación ni siquiera es capaz de proporcionar una descripción correcta, sin hablar ya de explicar el aspecto subjetivo de la reacción. De aquí las divergencias esenciales entre los diversos investigadores en la descripción de un mismo proceso. El análisis mencionado no pudo tampoco dar una explicación dinámico-causal del propio proceso, ya que hacerlo exigiría forzosamente la renuncia a la concepción fenotípica y su sustitución por la genética.
La tercera peculiaridad consiste en que la vieja psicología emprendió el estudio del proceso de la reacción compleja en su forma acabada y muerta. La atención de los investigadores, dice Titchener, se centraba en el tiempo de la reacción y no en el proceso de la preparación y el contenido de la misma. Gracias a ello, se formó el precedente histórico de estudiar la reacción al margen de su proceso psicológico. Como sabemos ya, una reacción electiva bien preparada transcurre con la misma rapidez que una reacción simple. La vieja psicología centraba todo su interés en el estudio del proceso de la reacción compleja en su forma automatizada, es decir, cuando ya estaba terminado su desarrollo. Podríamos decir que la psicología empezaba a estudiar la reacción compleja post mortem y que jamás supo aprehenderla en su forma viva: la establecía previamente en pruebas experimentales de modo que se desdeñaba el momento clave de su formación, del establecimiento de las conexiones de la reacción, de su afinamiento. Se iniciaba así su estudio una vez que la reacción se había establecido y se había acabado su desarrollo: es decir, cuando se presentaba en forma terminal, automatizada y exactamente igual en los diversos casos.
Muchos investigadores solían rechazar los primeros experimentos, es decir, el período en que se formaba realmente el proceso de la propia reacción. Titchener recomendaba desechar los dos primeros experimentos de cada serie durante los cuales se produce el proceso de formación de la reacción. Otros investigadores descartaban habitualmente el primer experimento si éste, por el tiempo de la reacción, se diferenciaba esencialmente de los siguientes. Numerosos investigadores han informado que cuando la (pág. 110) reacción se desarrolla en condiciones complejas, sobre todo en la electiva, tienen que desechar todas las primeras pruebas al proceder a su estudio.
Es fácil darse cuenta de que en esta norma técnica de desechar las primeras etapas de establecimiento de la reacción electiva, y después estudiarla, se pone de manifiesto el enfoque fundamental de la vieja psicología que analiza la reacción compleja en su forma muerta, como algo ya hecho después de que el proceso de su desarrollo está acabado. Los psicólogos que hemos citado no consideraban la reacción como un proceso en desarrollo y les engañaba con frecuencia la aparente similitud entre la reacción compleja y la simple.
Volvemos a recordar una vez más que una reacción electiva concienzudamente preparada puede ser igual a la simple por el tiempo de su duración. Relacionamos ese hecho con la circunstancia señalada antes en forma general de que en el proceso del desarrollo las formas superiores se parecen frecuentemente alas inferiores por sus rasgos externos. Podríamos enumerar una serie de diferencias psicológicas entre las reacciones complejas y el reflejo corriente, pero señalaremos tan sólo una; como se sabe, la reacción compleja se prolonga más tiempo que el reflejo. Wundt, sin embargo, había constatado ya que el tiempo de reacción puede reducirse a medida que ésta se va repitiendo, por lo cual su duración disminuye hasta alcanzar el nivel del reflejo corriente.
Podemos sostener como tesis general que las diferencias fundamentales entre la reacción y el reflejo se manifiestan con la máxima claridad al iniciarse el proceso de formación de la reacción, pero a medida que ésta se repite esas diferencias van paulatinamente disipándose. La diferencia entre una y otra forma de conducta ha de buscarse en su análisis genético, es decir, en su origen, en su condicionamiento real. La reacción, al repetirse tiende a borrar sus diferencias con el reflejo no a potenciarlas. A medida que se repite, la reacción tiende a transformarse en un simple reflejo. Las sesiones de prueba prescritas por el método experimental y en las cuales se invertían a veces sesiones enteras que luego no se tomaban en cuenta, provocaban de hecho que el proceso del desarrollo finalizara al comienzo de la investigación de modo que los investigadores se encontraban con reacciones mecánicas, estereotipadas, que habían perdido sus diferencias genéticas con el reflejo, adquiriendo semejanza fenotípica con él. Dicho de otro modo, la reacción en el experimento psicológico se estudiaba después de haber pasado por un proceso de estancamiento, de fosilización, que la convertía en forma muerta.
Al describir los principales momentos que caracterizan al análisis tradicional de la reacción compleja, definimos a la vez, aunque desde un aspecto negativo, las tareas básicas planteadas ante nosotros. La misión del análisis dinámico radica justamente en abarcar el proceso de la reacción en el momento en que se inicia.
El centro de gravedad de nuestro interés se desplaza, se traslada en una nueva dirección. Lo que nos interesa más son los experimentos durante los cuales se va formando la reacción, los desechados por los investigadores de (pág. 111) antaño. Para nosotros –para el análisis dinámico—explicar un fenómeno significa esclarecer su verdadero origen, sus nexos dinámico-causales y su relación con otros procesos que determinan su desarrollo. Por consiguiente, la tarea del análisis consiste en hacer que la reacción retorne al momento inicial, a las condiciones de su cierre y abarcar, al mismo tiempo, todo el proceso en su conjunto mediante una investigación objetiva –y no sólo su aspecto externo o interno--. La reacción terminada, que se repite de manera estereotipada, nos interesa tan sólo como un medio que permite marcar el punto final a que aboca el desarrollo de dicho proceso.
Lo que nos interesa es por tanto, el momento en que surge y se forma y se cierre la reacción, así como el despliegue dinámico de todo el proceso de su desarrollo. Para estudiar la reacción compleja, debemos transformar en el experimento, la forma automática de la reacción en un proceso vivo, convertir el objeto al movimiento del que surgió. Si desde el aspecto formal definimos así la tarea planteada ante nosotros, desde el aspecto del contenido de nuestra investigación surge el problema; como decíamos antes, los investigadores criticaron de forma demoledora la vieja teoría sobre la reacción psíquica electiva. Demostraron que en la reacción electiva no podía hablarse siquiera de elección, que semejante idea sobre la reacción se basaba en un concepto puramente intelectualista que sustituía la conexión psicológica y la relación entre procesos, por las relaciones lógicas entre los elementos de las condiciones externas de la tarea. Al mismo tiempo, completaban esta fórmula lógica de la reacción compleja con el análisis de las vivencias que experimentaba el sujeto durante el proceso de la reacción. Estos investigadores trataban de sustituir las relaciones lógicas de los objetos por las relaciones fenomenológicas de las vivencias. Pero no obstante hay una cuestión que plantearon con toda claridad: en la reacción electiva, decían, realizamos las operaciones más diversas, pero no elegimos, por lo tanto, cabe preguntar ¿qué sucede realmente en la reacción electiva? Incluso si analizamos la mejor representación de las vivencias del sujeto, tal como las describe en forma sistemática Ach o Titchener veremos que no sobrepasan el marco de una descripción pura, que no son capaces de explicarnos desde el aspecto dinámico-causal la reacción electiva. Por consiguiente, podríamos formular así esta cuestión básica que se nos plantea. ¿Cuál es la naturaleza real dinámica causal de la reacción compleja?
Si examinamos los experimentos de las reacciones complejas veremos, fácilmente, que casi siempre hay en ellas un rasgo común en las más diversas investigaciones. Ese rasgo común consiste en que las conexiones que surgen durante la prueba entre los diversos estímulos y reacciones son absurdas. Numerosos investigadores consideraban que las conexiones arbitrarias y absurdas que subyacían en las reacciones eran el rasgo más esencial del experimento dado. Se presentaban al sujeto una serie de estímulos ante los cuales debía reaccionar haciendo diversos movimientos, con la particularidad de que el sujeto no comprendía la conexión entre los estímulos y los movimientos, ni el orden de su aparición. (pág. 112)
Los sujetos podían reaccionar con cualquier movimiento ante cualquier estímulo. La agrupación esencialmente mecánica de cualquier clase de estímulos con cualquier tipo de reacciones equiparaba este experimento con las investigaciones clásicas de la memorización hechas a base de sílabas sin sentido.
Es cierto que se han hecho algunos intentos de pasar de las conexiones sin sentido en la reacción electiva a las conexiones con sentido. En los experimentos de Münsterberg, por ejemplo, el sujeto debía reaccionar cada vez con un dedo determinado de una mano a cinco estímulos acústicos distintos, pero la señal de la reacción era cada vea el cómputo simple de uno a cinco, con la particularidad de que el orden de la reacción en el teclado de la clave eléctrica coincidía con el orden natural del cómputo. Al oír la palabra uno, el sujeto debía alzar el pulgar; a la palabra dos, el índice, etc. F. Merkel(9) investigó del mismo modo la reacción electiva a estímulos visuales.
Vemos, por tanto, que existen dos procesos distintos con ayuda de los cuales se establece la reacción electiva. En uno de ellos la reacción electiva, cuyo factor más principal es la repetición. Aunque ninguno de los investigadores se detuvo con detalle en el análisis de los experimentos de prueba, es decir, en el propio proceso de formación de la reacción electiva, hay, sin embargo, sobrados fundamentos para suponer que la repetición de la instrucción verbal o su presentación por escrito y la lectura reiterada de la misma, juntamente con la repetición de los experimentos, constituyen los mecanismos principales para establecer las debidas conexiones. Sería más sencillo decir que el sujeto aprende la reacción lo mismo que aprende dos sílabas sin sentido. En el otro caso nos enfrentamos a un proceso distinto en el cual la conexión entre el estímulo y la reacción es comprensible y por tanto no existe desde el principio el inconveniente de la memorización. Ahora bien, en este caso se utilizan conexiones ya preparadas. Dicho de otro modo, la psicología puede calificar este experimento de aclarativo o de procedimiento mecánico de ajuste de conexiones o de utilización de las ya existentes. Sin embargo, lo que nos ha interesado a nosotros, en el curso de nuestra investigación, ha sido el propio proceso de comprensión, el propio proceso de ajuste y de establecimiento de las conexiones que subyacen en la reacción electiva.
Ya desde el principio nos planteamos la tarea de hallar la diferencia entre la forma compleja de la reacción y la simple, su diferencia del reflejo. Tuvimos que aplicar con ese fin dos procedimientos fundamentales que solemos utilizar habitualmente. Como primera providencia, teníamos que dificultar la reacción para evitar la interrupción automática del cierre de la conexión que en este caso elude a la observación. Como ya dijimos antes, la propia tarea del análisis radicaba, para nosotros, en el completo despliegue dinámico de todas las facetas del proceso dado; ello exigía siempre una cierta relantización de su curso, que se conseguía más fácilmente cuando la trayectoria del proceso se dificultaba. En segundo lugar, de acuerdo con todo (pág. 113) nuestro método, debíamos poner a disposición del sujeto medios externos que le ayudaran a resolver la tarea que se le planteaba. En nuestro intento de aplicar el método objetivo de investigación debíamos relacionar en este caso la conexión establecida con alguna actividad externa. Antes de pasar a este procedimiento, introdujimos en los experimentos de la reacción electiva tan sólo, un primer factor de complicación, sin poner aún a disposición del sujeto los medios necesarios para superarlo. La complicación consistía en que pasábamos directamente a la investigación fundamental, dejando de lado los experimentos de prueba. La instrucción preveía la reacción con diversos dedos, a cinco o más estímulos distintos. Nos interesaba saber cómo se portaría el sujeto al no poder cumplir la tarea. Del modo más general y sin entrar en detalles podemos decir que el comportamiento de los sujetos venía a ser siempre el mismo. Cuando el sujeto reaccionaba erróneamente o se encontraba en dificultades por no saber qué movimiento debía hacer para responder al estímulo dado, buscaba la conexión precisa bien preguntando al experimentador sobre el modo de reaccionar, bien tratando de recordar tanto externa como interiormente. En aquellos casos cuando la tarea era superior a sus fuerzas, la dificultad radicaba en recordar y reproducir la instrucción.
El segundo paso de nuestro experimento consistía en introducir en la situación medios que permitieran al sujeto sintonizar la conexión correspondiente.
Nos detendremos en primer lugar en los experimentos realizados con un niño de dos años y medio puesto que en ellos se producen con toda claridad, y casi paralelamente, ambas formas de reacción electiva. Proponíamos al niño, al mostrarle diversos estímulos, levantar en un caso la mano derecha y en otro la izquierda (cuando se le enseñaba, por ejemplo, un lápiz debía alzar la mano derecha y la izquierda si el objeto era un reloj). Esa reacción se establecía de inmediato y transcurría habitualmente con toda normalidad, a menudo con gran retraso. En casos de error o ignorancia respecto a la mano que debía levantar, buscaba la conexión debida y se manifestaba de dos maneras: El niño bien preguntaba al experimentador, bien recordaba en voz alta o en silencio, o finalmente, hacía movimientos de prueba en espera de la confirmación por parte del investigador. Esto último nos parece más interesante ya que por la índole de su trayectoria se diferencia profundamente de la reacción en el verdadero sentido de esa palabra. En casos semejantes, no solía levantar la mano a la altura debida, se limitaba a iniciar el movimiento y toda su conducta era de cautelosa prueba. Si dejamos de lado este caso la búsqueda de conexión, cabe decir que la reacción electiva con dos estímulos seguía a menudo en el niño el curso habitual de establecimiento de la conexión.
Con el mismo niño organizamos la reacción electiva de otra manera. En vez de repetir la instrucción o responder a las dudas, poníamos al lado derecho e izquierdo del niño varios objetos que él podía relacionar fácilmente con el estímulo correspondiente. En nuestro ejemplo colocábamos a su (pág. 114) derecha una hoja de papel para recordarle que al lápiz debía reaccionar con la mano derecha; a su izquierda poníamos un termómetro para que recordase que a la vista del reloj tenía que reaccionar con la mano izquierda. Este tipo de reacción transcurría sin errores, pero todo el comportamiento del niño cambió esencialmente.
Debemos decir que el nexo entre los estímulos-objeto y los estímulos-medios era de extrema simplicidad y asequible para el niño; en algunas ocasiones aludíamos a ese nexo, en otras lo establecíamos nosotros mismos y, a veces, en el transcurso de una serie de experimentos, dejábamos que el propio niño fijase en él su atención. Esto último no lo conseguíamos siempre, pero en los dos primeros casos el niño utilizaba muy bien la conexión. Nuestro interés se cifraba en la comparación de ambos componentes de la reacción electiva. Si el primero correspondía al establecimiento del nexo directo entre el estímulo y la reacción, el segundo, en cambio, tenía carácter mediado. No existía relación inmediata entre el estímulo y la reacción. El niño debía encontrar esa conexión cada vez y hacerlo a través de un estímulo-medio exterior que le recordara la conexión precisa.
En este caso, era como si la actividad del niño transcurriese en dos manifestaciones. Todo el proceso de la reacción electiva se compone claramente de dos fases principales. Una vez percibido el estímulo, se establecía el nexo debido y tan sólo después se produce la reacción correspondiente. AL ver el lápiz, el niño mira inmediatamente el papel y tan sólo después reacciona con la mano derecha.
A continuación, los experimentos se hicieron con niños de mayor edad. Nos interesaba observar el desarrollo de las dos formas de la reacción electiva y encontrar, sobre todo, una forma cuando el mismo niño establece el nexo correspondiente sin la ayuda del adulto. Los experimentos con niños de mayor edad se organizaron de la siguiente manera. Se presentaba al niño una serie de estímulos, ordenándole que reaccionase levantando y bajando diversos dedos de la mano derecha e izquierda. Utilizábamos en calidad de estímulos las palabras, los dibujos, las figuras de colores, las bombillas de color, etc. En todos los casos no existía una relación con sentido entre el estímulo y la reacción.
Durante el experimento, los dedos del niño descansaban en el teclado de un piano de juguete o de una compleja clave eléctrica. Al lado de cada tecla, en un soporte de madera especial, colocábamos diversos dibujos o cartulinas con palabras impresas. Los preescolares mayores los niños que inician la primaria, al comprobar habitualmente, de que era imposible cumplir la instrucción mediante su simple memorización, recurrían a los estímulos auxiliares y los utilizaban como medios de memorización de la instrucción; los situaban bajo las teclas correspondientes, relacionando con ellos el estímulo correspondiente. Diríase que la instrucción se objetivaba, se extrapriorizaba, que tendían caminos exteriores desde los estímulos a las reacciones; poníamos a la disposición de los niños diversos medios para memorizar y reproducir la instrucción. Resultaba evidente, al mismo tiempo, que la (pág. 115) reacción se fraccionaba en dos partes: en la primera, el niño buscaba el estímulo –medio correspondiente y en la segunda, la reacción se producía inmediatamente después de encontrar el estímulo.
Dejando de lado el complejo análisis del experimento, pasamos a examinar de forma generalizada y esquemática lo que ocurre en el caso dado. En nuestro esquema (figura 2) están representados convencionalmente dos puntos A y B entre los cuales debe establecerse la conexión.
A B
X
Figura 2
Lo característico del experimento radica en que en el momento dado no hay conexión entre ambos puntos y nos dedicamos a investigar el carácter de su formación. El estímulo A provoca una reacción que consiste en hallar el estímulo X que influye, a su vez el punto B. Por lo tanto la conexión entre los puntos A y B no se establece de forma inmediata sino mediada. En esto consiste la peculiaridad fundamental de la reacción electiva y de toda la forma superior de conducta.
Examinemos el triángulo en separado. Si comparamos los modos de formación del nexo entre los dos puntos, veremos que la relación entre una y otra forma puede expresarse palmariamente con ayuda de nuestro triángulo esquemático. Cuando se forma una conexión neutral, se establece un nexo reflejo convencional directo entre los dos puntos A y B. Cuando el nexo que se forma es mediado, en lugar de un vínculo asociativo se forman otros dos que conducen al mismo resultado, pero por distinto camino. El triángulo nos aclara la relación que existe entre la forma superior de conducta y los procesos elementales que la constituyen. Si formulamos esa relación de un modo más general, cabe decir que toda forma superior de conducta puede ser siempre fraccionada, por entero y sin residuos, en los procesos psíquico-nerviosos elementales y naturales que la integran, al igual que el funcionamiento de toda máquina puede, en fin de cuentas, reducirse a un determinado sistema de procesos físico-químicos. Por ello, cuando se aborda alguna forma cultural de conducta, la primera tarea de las investigaciones científicas es analizar esa forma y descubrir sus partes componentes. El análisis del comportamiento aboca siempre al mismo resultado, demuestra que no hay forma compleja, superior, de conducta cultural, que no esté constituida siempre por varios procesos elementales y primarios de comportamiento.
Hemos constatado que en el niño una conexión asociativa se constituye por otras dos. Tomados por separado, cada nexo viene a ser el mismo (pág. 116) proceso reflejo-condicionado de cierre de conexión en la corteza cerebral al igual como un nexo asociativo directo. Lo nuevo es el hecho de sustituir una conexión por otras dos lo nuevo es la construcción o combinación de los nexos nerviosos, lo nuevo es la dirección de un determinado proceso de cierre de conexión con la ayuda del signo; lo nuevo es la estructura de todo el proceso de la reacción y no los elementos.
Las relaciones existentes entre las formas superiores e inferiores del comportamiento no constituyen algo especial, propio únicamente de la forma dada. Nos enfrentamos más bien con problemas más generales de las relaciones entre las formas superior y la inferior aplicables a toda la psicología y que se relacionan directamente con las tesis metodológicas más generales. No es muy justa, en nuestra opinión, la tendencia incondicional, tan extendida actualmente, de excluir del diccionario psicológico el propio concepto de los procesos elementales, incluido el de asociación. Kretschmer dice que la necesidad del concepto de asociación queda demostrada no sólo en la doctrina de la angosta y la apraxia, sino también en la elaboración de numerosos problemas psicológicos de mucha mayor importancia como, por ejemplo, la psicología del pensamiento infantil, el pensamiento incipiente y el flujo de ideas. Kretschmer supone que es del todo inconcebible la teoría sobre una vida psíquica superior, sin una estructura asociativa.
También H. Höffding(10) reconoció en su momento la existencia de relaciones entre el proceso del pensamiento y la ley de asociación. El pensamiento dice, no dispone, de medios y formas que no hubieran ya existido en el curso involuntario de la representación. El hecho de que la asociación de representación se convierta en objeto de especial interés y de elección consciente no puede, sin embargo, modificar las leyes de asociación de la representación.
El pensamiento en el verdadero sentido, es tan incapaz de liberarse de esas leyes como es imposible que un mecanismo artificial elimine las leyes de la naturaleza exterior. Ahora bien podemos poner al servicio de nuestros fines tanto la ley psicológica, como la fisiológica.
En otro lugar de su obra, Höffding retoma esa misma idea al estudiar la voluntad y dice que la actividad involuntaria constituye la base y el contenido de la voluntaria. La voluntad nunca es creadora, se limita siempre a modificar y elegir. Tanto la recordación, como las representaciones, está sujetas a determinadas leyes. También cuando evocamos o apartamos intencionadamente ciertas representaciones, esto se realiza según las mismas leyes, al igual que sólo según las leyes naturales podemos conocer la naturaleza exterior transformarla y subordinarla a nuestros objetivos. Höffding supone que si es preciso retener o apartar alguna representación puede hacerse de manera indirecta, de acuerdo con las leyes del olvido. En el caso dado, a nuestro juicio, la relación entre las formas superiores e inferiores puede ser expresada de una manera mejor, al reconocer aquello que en dialéctica llaman habitualmente “superación”. Los procesos y las leyes inferiores, elementales, que las gobiernan son categorías superadas. Hegel dice que hay que recordar (pág. 117) el doble significado de la expresión alemana “snimat (superar)”. Entendemos esta palabra en primer lugar como “ustranit-eliminar”, “otritsat-negar” y decimos, según esto, que las leyes están anuladas, ”uprazdneni-suprimidas”, pero esta misma palabra significa también “sojranit-conservar” y decimos que algo “sojranim-conservaremos”. El doble significado del término “snimat-superar” se transmite habitualmente bien en el idioma ruso con ayuda de la palabra “sjoronit-esconder o enterrar” que también tiene sentido negativo y positivo –destrucción o conservación.
Utilizando esa palabra, podríamos decir que los procesos elementales y las leyes que los rigen están enterradas en la forma superior del comportamiento, es decir, aparecen en ella subordinadas y ocultas. Es justamente ese hecho el que permite que muchos investigadores vean en el análisis, en el fraccionamiento de la forma superior y en su reducción total a una serie de procesos elementales, la misión fundamental de la investigación científica. Pero aquí sólo podemos encontrar un aspecto de la investigación científica que ayuda a establecer el vínculo y la ley que regula la aparición de toda forma superior de la inferior. En este sentido, en el análisis están contenidos los medios verdaderos contra el modo de pensar metafísico, según el cual lo superior y lo inferior son diferentes estructuras petrificadas, no relacionadas entre sí ni convertibles la una en la otra.
El análisis demuestra que el fundamento y el contenido de la forma superior es la inferior, que la superior aparece tan sólo en una etapa determinada de desarrollo y vuelve a convertirse incesantemente en forma inferior. La tarea, sin embargo, no se limita a ello, ya que si quisiéramos limitarnos exclusivamente al análisis o a la reducción de la forma superior a la inferior, jamás podríamos obtener una idea adecuada de todas las peculiaridades específicas de la forma superior y de las leyes a que están supeditadas. La psicología, en tal sentido, no constituye una excepción entre todas las demás áreas del conocimiento científico. El movimiento que se aplica a la materia significa el cambio del objeto. Engels se manifiesta contrario a la tendencia de reducirlo todo al movimiento mecánico, a que se limiten a él todas las otras propiedades de la materia, borrando así el carácter específico de las demás formas de movimiento.
Con esto no se niega en absoluto el hecho que cada una de las formas superiores de movimiento está siempre y obligatoriamente vinculada al movimiento real y mecánico, externo y molecular; al igual que es realmente imposible producir la forma superior del movimiento sin cambiar la temperatura o es imposible modificar la vida orgánica sin introducir cambios mecánicos, moleculares, químicos, térmicos, eléctricos, etc. Pero, la existencia de formas suplementarias no agota en cada caso la esencia de la forma principal.” No cabe duda –escribía Engels--, de que podemos “reducir” experimentalmente el pensamiento a los movimientos moleculares y químicos del cerebro, ¿pero acaso agotamos con ello la esencia del pensamiento?” (F. Engels, obra citada, pág. 211).
La necesidad de estudiar la forma principal a la par de las accesorias, la (pág. 118) afirmación de que la esencia del pensamiento no puede agotarse por la existencia de formas inferiores que subyacen en él, nos permite decir lo siguiente: si el movimiento se entiende en el sentido más amplio como la modificación del objeto, cabe decir que el pensamiento es también movimiento. “El movimiento, en el sentido más general de la palabra, concebido como una modalidad o un atributo de la materia, abarca todos y cada uno de los cambios y procesos que se operan en el universo, desde el simple desplazamiento de lugar hasta el pensamiento. La investigación de la naturaleza del movimiento debiera, evidentemente, partir de las formas más bajas y más simples de este movimiento y explicarlas antes de remontarse a la explicación de las formas más altas y más complicadas”. (F. Engels. Obra citada, pág. 457). Esta tesis general, que atañe por igual a todas las esferas del conocimiento científico, puede aplicarse al problema que más nos interesa, podemos decir, por lo tanto, que es análoga a la relación entre los procesos inferiores y superiores en la reacción electiva. Toda forma superior de conducta es imposible sin las inferiores, pero la existencia de las inferiores o accesorias no agota la esencia de la superior.
Nuestra investigación trata justamente de preciar la esencia de la forma principal. La solución a este problema debe darnos el capítulo siguiente.
Notas de la edición rusa
Kurt Lewin (1890-1947); véase t. 2, pág. 285.
(1) Psicología gestaltista; véase tomo 2, pág. 367.
(2) Mijail Yakovlevich Basov (1892-1931). Psicólogo y pedagogo soviético. Especialista en psicología general y pedagógica. Trabajó en el Instituto Neuropsicológico de Petrogrado, dirigido por A. F. Lazurski. Se consagró al estudio de la actividad motriz volitiva. En su amplia obra “Fundamentos generales de la paidología” (1928) ha numerosos capítulos dedicados a los problemas de la psicología pedagógica e infantil en los cuales generaliza las investigaciones dedicadas al desarrollo psíquico del niño.
(3) Kurt Koffka (1886-1941); véase t. 2, pág. 89.
(4) William Stern (1871-1938; psicólogo y filósofo idealista. Autor de obras clásicas sobre psicología infantil (“Psicología de la temprana infancia”, 1914, ed. rusa, 1915). Prestaba especial atención al tema de los niños superdotados. Stern abarcaba en sus obras un amplio círculo de cuestiones de psicología general, genética y aplicada, incluida la psicología diferencial. Fue uno de los primeros en estudiar sistemáticamente las diferencias individuales, en aplicar los test e introducir el concepto de nivel intelectual (IQ).
(5) Edward Titchener (1867-1927). Vygotski se refiere a las tres etapas en el desarrollo de la atención que Titchener establece como ley. La psicología anterior admitía tan sólo dos formas de atención: involuntaria y voluntaria. Titchener opinaba que las dos formas señaladas pasaban por tres fases en su desarrollo: en la primera funciona como atención involuntaria, en la segunda como voluntaria y en la tercera, se realiza por los mecanismos de la involuntaria. Las tesis citadas las expone Titchener del siguiente modo: “La atención, en su acepción popular, tiene dos formas. Puede ser pasiva o involuntaria o activa y voluntaria. Estas dos formas de atención caracterizan en efecto las diversas etapas del desarrollo espiritual; se diferencian entre sí por su complejidad únicamente, como una forma temprana y posterior. Existe, sin embargo, una tercera etapa en el desarrollo de la atención que consiste tan sólo en el retorno a la primera...” (E. Titchener, “Manual de psicología”, Primera parte, Moscú, 1914, págs. 226-231, ed. rusa). (pág. 119)
(6) Lamber Adolph Quetélet (1796-1874); matemático belga, uno de los fundadores de la estadística moderna que la aplicó al análisis de las formas sociales de la conducta.
(7) Tanto en esta parte, como en las siguientes, Vygotski se refiere al análisis de las reacciones complejas en el cual Titchener, al igual como en el análisis de la atención voluntaria subraya que las reacciones complejas pueden adquirir la forma de las simples. “Es preciso recordar firmemente que los nombres dados a estas complejas reacciones –reacción diferenciadora, electiva de reconocimiento- son condicionales tan sólo. La diferenciación y la elección se refieren a las condiciones externas del experimento, a ellas únicamente. En la reacción diferenciadora, no diferenciamos, en la reacción electiva, podemos llevar a cabo distintas operaciones, pero no elegimos; el reconocimiento, la comprensión directa existen en todas las reacciones, tanto en las simples, como en las complejas; incluso en la reacción muscular nos enteramos “de algo distinto”...
Debemos añadir, al llegar a este punto, que el cumplimiento de las instrucciones, siempre que se comprendan correctamente, depende del hábito. El tiempo de una reacción electiva bien preparada, siempre que esté suficientemente asimilada la coordinación entre el estímulo y el movimiento, tarda lo mismo que una simple reacción sensorial. Se desprende de estos datos que las reacciones complejas no se forman por partes a costa de las simples; las reacciones de diferenciación y reconocimiento no son reacciones sensoriales en las cuales se une el tiempo de la diferenciación y el de reconocimiento; las reacciones electivas no son reacciones de diferenciación a las que se añade el tiempo de la elección”. (E. Titchener. “manual de psicología”, Moscú, 1914, ed. rusa)
(8) Friedrich Merkan (1845-1919); histólogo alemán. Fue el primero en describir (1875) las células receptoras epiteliales en las profundas capas epidérmicas de la piel de los mamíferos y el hombre.
(9) Harold Höffding (1843-1931); filósofo danés idealista, historiador de la filosofía. Influido por el método historicista de Hegel, intentó estudiar la filosofía en su relación con la ciencia y comparar, a nivel de la teoría del conocimiento, a filósofos de diversas épocas, considerando sus teorías como las etapas de desarrollo del pensamiento único. Höffding trataba de unificar la teoría introspectiva con las ideas y métodos del darwinismo en la biología: consideraba la conciencia como la forma superior del desarrollo biológico. La crítica hecha por Höffding de la concepción de la conciencia como un conjunto de elementos independientes, sensaciones y representaciones, desempeñó un papel muy positivo en la historia. Contraponía a dicha concepción la “ley de las relaciones”: las propiedades de cada elemento psíquico aislado están determinadas por el conjunto de sus nexos y relaciones. (pág. 120)
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