PROBLEMAS ACTUALES DEL CONSTRUCTIVISMO.
DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA
por Mario Carretero, Margarita
Limón, Universidad
Autónoma de Madrid
María José
Rodrigo - José Arnay
(compiladores)
La construcción
del conocimiento escolar
Paidós. 1ª
edición, 1997.
Este material se utiliza con fines exclusivamente
didáctico
Introducción
En los últimos años, el término
constructivismo se ha convertido en uno de los más utilizados en el ámbito del
aprendizaje escolar. La denominada «perspectiva o concepción constructivista»
aparece directamente nombrada o como telón de fondo en la mayoría de las
publicaciones relativas a este ámbito. Con frecuencia se habla de «construir
los aprendizajes», de elaborar un currículum «constructivista», «construir el
conocimiento», de la «construcción de significados», etc. Sin embargo, esta
amplia aplicación del término en diferentes contextos, en vez de contribuir a
precisarlo, más bien parece haberlo dotado de una cierta generalidad y
vaguedad. ¿Qué es el constructivismo? ¿Es una teoría del aprendizaje? ¿Es una
nueva corriente psicológica? ¿Es una posición epistemológica sobre cómo se
adquiere el conocimiento humano? Si bien no parece quedar duda en la actualidad
de que la posición constructivista es un sólido punto de partida para investigar
los procesos cognitivos y los relativos al aprendizaje humano, sin embargo
también resulta claro que esta posición no está exenta de problemas. De hecho,
en los últimos años ha habido y sigue habiendo bastantes debates en pos de los
supuestos teóricos y aplicados del constructivismo. Este mismo volumen es buena
muestra de ello, como también lo es el reciente número de Substratum dedicado al tema con el sugerente título «¿Construcción
o instrucción?», que por sí solo expresa algunos de los interrogantes clave que
este debate tendrá que responder en los próximos años. Ya en 1991 aparecía la
polémica en las páginas de Educational
Technology como un reflejo de las discusiones entre diseñadores
instruccionales y autores constructivistas (Duffy y Jonassen, 1991) y
recientemente se han publicado las obras de Fensham, Gunstone y White (1994),
Von Glasersfeld (1995) y Steffe y Gale (1995), entre otras.
Antes de nada, nos parece
oportuno mencionar que todos estos debates muestran a la vez dos aspectos que
pueden parecer contradictorios, pero que en realidad no lo son, y que
constituyen dos extremos esenciales de nuestra posición al respecto. A saber:
1. El constructivismo es una
posición en auge en la que convergen distintas aportaciones (piagetiana,
cognitiva, vygotskiana, entre otras); dicha convergencia se beneficia del mutuo
reconocimiento de puntos en común aceptados por distintos enfoques, pero
también existen divergencias notables que se reflejan, por ejemplo, en la
discusión actual sobre la obra de Vygotsky (Carretero, 1993 y 1996a).
2. Sin embargo, también existen
discrepancias considerables al respecto y, lo que es más importante, cuestiones
que no han sido todavía suficientemente exploradas.
Entre ellas cabe mencionar, por
su singular importancia, las siguientes:
a) la necesidad de una
definición precisa de la naturaleza del conocimiento previo, así como una
teoría coherente y acabada del cambio conceptual,
b) la especificación de las
condiciones de aplicación de la concepción constructivista a las distintas
materias escolares (por ejemplo, es obvio que no es lo mismo aprender física
que aprender música, ¿pero tampoco lo es en cuanto a la metodología
constructivista?), y
c) los criterios de aplicación
de los principios constructivistas al ámbito escolar cotidiano; es decir, el
paso de unos principios generales al diseño del currículum y de la actividad en
el aula (por ejemplo, Resnick y Klopfer, 1986).
En definitiva, tal y como
intentaremos desarrollar posteriormente, estamos persuadidos de que el
constructivismo es un magnífico punto de partida pero no un punto de llegada.
El camino que distintas posiciones al respecto parecen decididas a recorrer
juntas, partiendo del mismo lugar, es posible que lleve a Ítaca, pero sobre
todo no cabe duda de que dicho rumbo será «largo en conocimientos». Nos parece
ineludible plantear esta discusión en un momento en el que, en algunos ámbitos
educativos, se ha ofrecido una imagen demasiado fácil y estereotipada del
constructivismo. Dicha imagen suele consistir en la convicción, más bien
estólida, de que la aplicación de fórmulas del tipo «tomemos los conocimientos
previos del alumno, plantámosles conflictos cognitivos y modifiquémoslos»
solucionará fácilmente numerosos problemas educativos. Como intentaremos
mostrar en este trabajo, algunas realidades educativas son muy tozudas y las
cosas parecen ser muy distintas. Para adentrarnos en estos negocios, partiremos
de algunas de las ideas expuestas en nuestros trabajos relacionados con estos
temas (Carretero, 1993; Carretero y Limón, 1993; Voss, Wiley y Carretero,
1995).
Tres, eran tres...
No resulta ninguna novedad
afirmar que las distintas posiciones actuales que se consideran
constructivistas comparten la idea de que el conocimiento humano no es
simplemente una copia de la realidad, ni tampoco un fruto de las disposiciones
internas del individuo, determinadas biológicamente, sino un producto de la
interacción de ambos factores. En el proceso de dicha interacción es donde se
produce la construcción de conocimiento por parte del sujeto, mediante la
atribución de significado a la información con la que se va enfrentando. Ésta
es, en términos generales, la formulación constructivista básica que suele ser
aceptada por todos los parientes de esta gran familia. Sin embargo, las discrepancias
surgen cuando desde este principio general se empiezan a desarrollar
implicaciones y aplicaciones. Éstas se producen, como es sabido, en el ámbito
psicológico, psicopedagógico y educativo. Sin embargo, estos contextos de
aplicación y desarrollo de los principios constructivistas suponen, de hecho,
distintas consecuencias aplicadas.
Por tanto, creemos que resulta
necesario profundizar en la distinción entre lo que podría llamarse tres tipos
distintos de constructivismo: el filosófico, el psicológico y el educativo. Por
estos tres términos, como es habitual, entendemos respectivamente lo siguiente:
a) la posición filosófica o
epistemológica general que ha inspirado el trabajo empírico de tipo psicológico
y que a su vez se ve refrendada por éste;
b) las conclusiones que se
derivan de la investigación psicológica evolutiva o cognitiva sobre la
adquisición de conocimiento; y
c) las implicaciones de dichas
investigaciones para la actividad educativa y las investigaciones sobre las
condiciones en las que se aprenden y enseñan nuevos conocimientos.
Aunque este trabajo se ocupará
fundamentalmente de los aspectos b) y c) quizás no estén de más algunos
párrafos sobre el constructivismo filosófico. En este caso, el término
«constructivismo» hace referencia fundamentalmente a una posición filosófica o
epistemológica sobre cómo adquiere conocimiento el ser humano. En este sentido,
Nussbaum (1989), por ejemplo, señala que el constructivismo ha reemplazado a
las tradiciones empirista y racionalista al respecto. Así, suele afirmarse que
el ser humano adquiere el conocimiento mediante un proceso de construcción
individual y subjetiva, de tal modo que son nuestras teorías o expectativas las
que determinan nuestra percepción del mundo. Por tanto, la principal diferencia
entre el racionalismo y el constructivismo radica en que este último considera
que nuestras teorías siempre pueden modificarse o cambiarse de tal modo que
somos capaces de construir una nueva teoría, mejor que la anterior. Es quizás
en la obra de Piaget donde se encuentra más detallada y explícita la relación
entre unas posiciones epistemológicas constructivistas y la investigación
psicológica de carácter empírico. De hecho, la obra psicológica piagetiana se
consideraba un apoyo empírico para su posición epistemológica. En el caso de la
psicología cognitiva, suele considerarse que este enfoque pretendía, desde su
creación en los años sesenta, convertirse en el estudio experimental de la
agenda de investigación de los problemas planteados clásicamente por la gnoseología
(Gardner, 1985). De hecho, aunque existen notorias diferencias entre algunos
aspectos de los enfoques cognitivo y piagetiano, sin embargo ambos comparten
numerosos supuestos epistemológicos de carácter constructivista, cosa que
apenas ha sido señalada por la psicología anglosajona (Carretero, 1996a). No
cabe duda que en la obra de Vygotsky existen también relaciones frecuentes
entre una determinada posición epistemológica constructivista y la
investigación psicológica, aunque otorgue mayor importancia al aprendizaje que
la escuela de Ginebra. No es nuestra pretensión en esta oportunidad tratar a
fondo estas cuestiones. Por el momento baste señalar que cualquier pretensión
de abordar la espinosa cuestión de lo que podría llamarse «las garantías empíricas
del constructivismo epistemológico derivadas de la investigación psicológica»,
tendría que abordar a fondo las complicadas relaciones entre psicología y
epistemología. En definitiva, lo que pretendemos indicar es que convendría no
establecer una relación circular según la cual las posiciones epistemológicas
constructivistas reafirman la investigación psicológica de carácter empírico y
al revés, sin conceder espacio para una interpretación alternativa de los
resultados de unas y otras. Para ofrecer un solo ejemplo de este posible
peligro, quizás convenga recordar que, por ejemplo, en el ámbito del desarrollo
cognitivo el innatismo, rival tradicional del constructivismo, no está en
absoluto abolido. Basta con examinar las tendencias recientes en adquisición
del lenguaje o las discusiones actuales sobre los trabajos de autores como
Mehler o Carey. Por otro lado, también puede ser útil recordar que dentro del
constructivismo filosófico hay también posiciones un tanto diferentes (véase,
por ejemplo, Glasersfeld, 1995, como exponente del llamado constructivismo
«radical»).
Constructivismo,
psicología y educación. Una relación peligrosa
Por su parte, las liaisons entre el constructivismo
educativo y el psicológico o psicopedagógico no son menos «peligrosas». Las
razones fundamentales residen no sólo en los puntos oscuros de la propia
investigación psicológica sino en que los ámbitos educativo, con sus habituales
necesidades cotidianas, y psicológico, evolutivo o cognitivo son de naturaleza
muy distinta. Una vez más conviene recordar que la adquisición de conocimiento
en contextos espontáneos y naturales es un objetivo encomiable y adecuado para
la investigación psicológica pero resulta insuficiente para la educación. Es
decir, la educación es una situación artificial en la que se trata de que se
produzca adquisición de conocimiento no sólo de manera «natural» sino en formas
adicionales. Es decir, la educación no puede pretender solamente «reproducir»
el desarrollo. Aunque sea un tópico, conviene tener presente que el objetivo
del profesor suele ser que los alumnos comprendan, en un espacio limitado de
tiempo y con unos recursos también limitados, una serie de nociones que no son
producto del desarrollo humano en contextos naturales sino más bien síntesis de
los logros culturales de la humanidad. Quizás sea oportuno un ejemplo al
respecto. Pensemos qué nos aporta la investigación psicológica sobre el
concepto de velocidad entre alumnos de diferentes edades. Sin duda, nos informa
del punto de partida que tiene que tener en cuenta el profesor para impartir
sus clases, pero dicho trabajo no nos indica cuáles son las estrategias
adecuadas para que se produzca un aprendizaje adecuado de dicha noción. En las
páginas que siguen abordaremos ejemplos similares con el propósito precisamente
de esclarecer las relaciones entre el constructivismo educativo y el
psicológico. Nuestros objetivos son los siguientes:
a) revisar en qué punto se
encuentran actualmente las investigaciones psicológicas acerca de los supuestos
constructivistas esenciales y analizar cuáles son las implicaciones que
tendrían para el contexto escolar; y
b) reflexionar acerca de qué
forma deben adoptar dichas implicaciones, ya que nos parece que ésta es una
notoria ausencia en los trabajos de tipo constructivista.
El conocimiento
previo: ¿obstáculo o ayuda?
Desde el comienzo de los años
ochenta y coincidiendo con el auge creciente de las ideas constructivistas que
venimos comentando, se ha desarrollado lo que algunos han denominado «el
movimiento de las concepciones alternativas» (Millar, 1989). Como es sabido,
estos trabajos se han centrado en el estudio de la identificación de las ideas
de los alumnos respecto a diversos conceptos científico-naturales, tales como
el de fuerza, calor, electricidad, aceleración, etc. (véase Pfundt y Duit
[1994] que presentan el más exhaustivo compendio de dichos estudios; entre
nosotros, con mayores fines didácticos, Gil, Carrascosa, Furió y Martínez
Torregrosa, 1991).
A pesar de que es cierto que
estos estudios han aportado datos muy valiosos, que señalan cómo la comprensión
de la ciencia por parte de los niños y adolescentes a menudo difiere
considerablemente de la adecuada desde el punto de vista científico, no es
menos cierto que dichos estudios no están exentos de críticas importantes. En
primer lugar, a pesar de que se han identificado algunas características
comunes a estas concepciones alternativas de los alumnos (Pozo y otros, 1991;
Voss, Wiley y Carretero, 1995), en general, su estudio se ha restringido a
conceptos científico-naturales muy específicos, lo que ha dado lugar a un
conocimiento muy puntual y fragmentario que, por otro lado, se encuentra
demasiado ligado a la metodología utilizada.
Por otro lado, hasta ahora
nuestro conocimiento sobre los conocimientos previos de los alumnos en áreas
como las ciencias sociales y la historia es más bien escaso (Carretero y Voss,
1994). En este ámbito se plantea si los alumnos mantienen ideas previas con
características semejantes a las encontradas en el área científico-natural
(ideas muy ligadas a su experiencia y acción en el mundo cotidiano, basadas en
lo perceptivo, etc.) o si las características peculiares del conocimiento
histórico (Carretero y otros, 1994), en este caso, tienen una clara influencia
en las representaciones que posee el alumno. Por ejemplo, al tener el
conocimiento histórico algunas características propias, como es el caso de su
necesidad de una continua reinterpretación, y al no poder los alumnos
interactuar y manipular directamente los objetos a los que se refieren los
contenidos históricos, parece difícil que esas representaciones iniciales
puedan estar ligadas a su experiencia física o estar basadas en lo perceptivo,
como sucede en el caso de la ciencias físico-naturales. Por otro lado, es muy
posible que los conocimientos históricos presenten una mayor resistencia al
cambio, comparados con otros tipos de conceptos escolares, ya que suelen tener
un alto valor emocional y afectivo al formar parte de las identidades
colectivas y nacionales. Sería previsible, entonces, que cambiar nuestra
representación del descubrimiento de América o la expulsión de los árabes en
1492 sea más difícil que transformar nuestras ideas sobre la evolución de las
especies o la composición de la materia (Carretero, 1996b).
En definitiva, creemos que
nuestro conocimiento de los «conocimientos previos» de los estudiantes sobre
muchas áreas del currículum es todavía un tanto pobre y limitado. A mayor
abundamiento, podemos citar la falta de investigaciones acerca de las
representaciones previas de los alumnos sobre cuestiones relacionadas con la
lengua materna, las lenguas extranjeras u otros temas escolares tan esenciales
y formativos como la música y la educación física, por no mencionar el escaso
desarrollo de este tipo de investigaciones en el ámbito de la enseñanza
técnico-profesional. Parece, pues, necesario un mayor trabajo teórico y
empírico en diferentes dominios y el desarrollo de nuevas metodologías que
permitan identificar de una manera más precisa y detallada las ideas de los alumnos.
Por otro lado, creemos que surge
una cuestión aparentemente muy obvia en la que no se ha reparado: ¿Qué sucede
si el estudiante carece totalmente de conocimiento previo sobre los contenidos
que se pretende que aprenda? Puede argumentarse, con toda razón, que en
cualquier caso habrá siempre un conocimiento previo sobre el que el alumno
construirá su nuevo conocimiento. Sin duda, esto es bien cierto, pero es
importante también hacer notar que con mucha frecuencia los autores
constructivistas han considerado el conocimiento previo como si éste fuera
siempre un impedimento para el conocimiento posterior, utilizando la idea de
«obstáculo epistemológico», tal y como fue concebida por Bachelard. Es decir,
resulta necesario distinguir entre un conocimiento que implica resistencia al
cambio conceptual y el que simplemente supone un conocimiento incompleto que se
mejora con el que se recibe posteriormente. Evidentemente, en el caso del
primero estamos hablando de una dinámica complicada que dificulta la instrucción,
mientras que en el segundo caso nos referimos a una situación que es
relativamente similar a las consideradas por los autores de orientación
empirista, ya que aunque exista el conocimiento previo éste no dificulta la
adquisición de conocimiento nuevo sino que solamente se ve completado. En este
caso el conocimiento previo es más bien impedimenta
en el sentido latino del término, es decir, el equipaje, pesado pero útil, con
el que las legiones romanas iniciaban su andadura. De la misma manera, es posible
que sea de esta guisa como los seres humanos iniciamos el viaje por los caminos
del conocimiento, no exentos sin duda de la posibilidad de cierta lucha entre
los viejos y los nuevos conocimientos. Pero en esa lucha es posible que nos
tengamos que desprender de alguna parte de nuestra impedimenta o quizás, por el contrario, que el contenido de nuestro
equipaje nos sea útil.
En este sentido, es preciso
reconocer por tanto la necesidad de utilizar el conocimiento previo, aunque
esté equivocado, como puente para introducir el nuevo conocimiento. De hecho,
esto es precisamente lo que se ha denominado el uso de la analogía en el ámbito
didáctico (por ejemplo, Vosniadou y Ortony, 1989). Con frecuencia, en el caso
de las aplicaciones educativas del constructivismo no se explicita con claridad
cuál es la relación que van a mantener los dos usos posibles del conocimiento
previo. Es más, creemos que con frecuencia existe un mensaje ambiguo al
respecto que va a necesitar una mayor clarificación en los próximos años.
El cambio
conceptual y el problema del tiempo
Por estas razones, entre otras,
resulta fácil entender que los procesos de cambio conceptual hayan sido en los
últimos años una de las estrellas del cartel constructivista. A este respecto
es importante diferenciar dos aspectos:
a) la investigación sobre los
procesos de cambio conceptual como proceso psicológico; y
b) la investigación relativa a
las estrategias de enseñanza adecuadas para promover dicho cambio en el aula.
En relación con lo primero se
han presentado diversos modelos teóricos para explicar dichos procesos (Limón y
Carretero, 1996; Rodríguez Moneo y Carretero, 1996; véase la tabla 1). La
pregunta básica que se han formulado los distintos autores ha sido «¿qué es lo
que cambia?». Según las distintas posiciones, lo que cambia son modelos
mentales que el estudiante construye como fruto de su experiencia (por ejemplo,
Vosniadou y Brewer, 1992), teorías (McCloskey, 1983; Smith, Carey y Wiser,
1985; Carey, 1985; Wellman, 1990; Brewer y Samarapungavan, 1991), ideas
fragmentarias, asistemáticas y basadas en la intuición y la experiencia directa
(DiSessa, 1983,1988; Solomon, 1983) o esquemas conceptuales.
Tabla 1. Distintas posiciones teóricas sobre el
cambio conceptual
(tomada de Limón y Carretero, 1996)
POSICIÓN TEÓRICA
Cognición situada
(entre otros, Spada, 1994; Caravita y Hallden, 1994)
Conocimiento fragmentado
(DiSessa, 1988; 1993)
Teoría-marco. Modelos mentales
(Vosniadou, 1994; Vosniadou y Brewer, 1992)
Reestructuración radical y reestructuración débil
(Carey, 1985)
Cambio de categoría ontológica
(Chi y otros, 1994)
Cambios metacognitivos
(White y Gunstone, 1989; Reif y Larkin, 1991; Vosniadou, 1994)
|
¿QUÉ ES LO QUE DEBE CAMBIARSE PARA QUE SE LOGRE EL CAMBIO
CONCEPTUAL?
Nada. Coexistencia de múltiples representaciones. El alumno debe
identificar y discriminar el contexto adecuado
Pprims
Una teoría por otra
(reestructuración)
Una teoría por otra
(reestructuración)
La categoría ontológica a la que están asignados los conceptos
dentro de la red del individuo
Las estrategias metacognitivas del sujeto
|
También existen diferencias en
cuanto al tipo de cambio que se produce a lo largo del proceso de cambio
conceptual. Así, por ejemplo, Carey (1985) distingue entre la «reestructuración
débil» y la «reestructuración fuerte», mientras que otros autores, como Thagard
(1992) o Chi, Slotta y De Leeuw (1994) consideran que el cambio conceptual
consiste en la creación de nuevas categorías ontológicas o en la reasignación
de los conceptos a una categoría diferente. ¿Cómo se produce el cambio
conceptual? Con frecuencia, la presentación de datos contradictorios o datos
anómalos que provoquen conflicto cognitivo ha sido una de las fases
características de este proceso. Sin embargo, algunos trabajos han puesto de
manifiesto el hecho de que dicho conflicto no es una condición suficiente para
producir cambio conceptual (Driver, 1989; Dreyfus, Jungwirth y Eliovitch, 1990;
Nissani y Hoefler-Nissani, 1992; Carretero y Baillo, 1993; Baillo y Carretero,
1996).
Aunque no es nuestro objetivo en
este trabajo profundizar en dichos modelos, baste decir que su diversidad es
patente, lo cual dificulta la decisión acerca de cuáles serían las
posibilidades y decisiones aplicadas que podían tomarse al respecto. Es decir,
habría varias formas de diseñar estrategias didácticas basadas en lo que
sabemos del conocimiento previo. Su posible éxito estaría en función de su
propiedad al caracterizar dicho conocimiento en los alumnos. Por otro lado, la
práctica totalidad de estos modelos teóricos se han desarrollado para explicar
el cambio conceptual en el caso de las ciencias físico-naturales. Las
investigaciones llevadas a cabo hasta ahora tampoco permiten establecer si los
procesos de cambio conceptual son semejantes o no cuando se comparan distintos
dominios de conocimiento.
No obstante, sí existen algunas
conclusiones claras que pueden extraerse de todos estos trabajos, más bien de
investigación básica, y de los que han desarrollado estrategias de enseñanza
para promover el cambio conceptual. La mayoría de ellos convergen al afirmar
que el cambio conceptual es un proceso muy costoso y difícil que exige tiempo.
Esto se debe a que los seres humanos poseemos una gran resistencia a modificar
nuestras representaciones iniciales. Esto sucede incluso cuando se posee un
nivel muy elevado de conocimiento previo sobre la materia en cuestión
(Carretero y Limón, en prensa).
Si se pretende que el alumno
modifique sus conocimientos previos y lleve a cabo procesos de cambio conceptual
debemos tener en cuenta que ello supone tiempo, esfuerzo y un largo camino en
el que la transformación del conocimiento no siempre va a conducir a una nueva
representación coincidente con la información disciplinar. Esto tiene
importantes consecuencias didácticas, ya que el problema del tiempo no es muy
importante en el caso de la investigación psicológica, pero sí lo es cuando se
trata de la actividad cotidiana en el aula. Por ejemplo, si tomamos la noción
de densidad, sobre la que se han realizado numerosas investigaciones (por
ejemplo, Baillo y Carretero, 1996), y pensamos en enseñarla con una metodología
constructivista, a la edad de 12-13 años aproximadamente, es difícil que se
pueda llevar a cabo en menos de 6-8 semanas. Obsérvese que es preciso que el
profesor analice las ideas de los alumnos, plantee situaciones contradictorias,
tanto desde el punto de vista teórico como práctico, logre que los alumnos
elaboren nuevas ideas y finalmente exponga los conocimientos disciplinares de
manera sistemática. Si tenemos en cuenta las horas que suelen dedicarse a estas
edades a las ciencias experimentales, veremos con facilidad que no será posible
enseñar en un curso más de 8-10 temas con esta metodología. Por supuesto que a
una problemática de este tipo se le pueden encontrar soluciones y de hecho no
es nuestra intención elaborar aporías educativas. Simplemente pretendemos
llamar la atención sobre un tema que creemos ha sido ignorado y sin el cual
resultará muy difícil aplicar la posición constructivista a la solución de
problemas didácticos concretos.
También es cierto que, a menudo,
en el aula, el profesor presenta a sus alumnos varios conceptos nuevos a la vez
y no uno solo. Si el alumno tuviera que comprender de manera profunda todos
ellos, probablemente el avance en la presentación de materia nueva sería muy
escaso. Entre las posibles soluciones podemos citar una hipotética reducción de
los contenidos del currículum —no hay más que ver los contenidos de los
currícula de secundaria de nuestro país para comprobar la bondad de esta
solución— o la posibilidad de que el cambio conceptual se convierta en una meta
a conseguir al final de un período más amplio que el curso académico, por
ejemplo, una etapa educativa o varios cursos académicos. Esta alternativa tendría
claras repercusiones para el diseño curricular, en el que debería existir una
fuerte coordinación entre los profesores, en las actividades que se presentan a
los alumnos y en el seguimiento del proceso de cambio de los alumnos y su
evaluación. Asimismo, teniendo en cuenta la dificultad de lograr el cambio
conceptual, podría proponerse este objetivo sólo para algunos contenidos
previamente seleccionados. Ello también supondría la necesidad de investigar,
en cada materia, qué contenidos son los que deberían ser reestructurados en
profundidad a partir de la representación intuitiva del alumno, lo cual
supondría tomar también decisiones en lo que a la secuencia curricular se
refiere.
Para aprender no
basta con comprender
La perspectiva constructivista
del aprendizaje sostiene la idea de que se debe promover que el alumno realice
aprendizajes significativos, es decir, que no memorice literalmente la
información nueva, sino que la comprenda. Sin embargo, creemos que el
aprendizaje no puede reducirse a comprender. Es decir, comprender resulta una
condición necesaria para aprender, pero no suficiente ni la única (Carretero,
1993). En este sentido, Millar (1989) señala que:
"Un
modelo constructivista del aprendizaje no implica, sin embargo, un modelo
constructivista de enseñanza. Desde luego, esto debe ser así, o los
constructivistas se enfrentarán a un problema grave al tener que explicar cómo
la mayoría de la gente que se podría decir que comprende la ciencia lo ha
logrado; puesto que es muy claro que la mayoría de los que creemos que
«entendemos» algunos conceptos científicos no llegamos a esta comprensión
mediante programas de enseñanza basados en las líneas constructivistas"
(Millar, 1989, pág. 589).
Puesto que, como hemos visto,
lograr que el alumno comprenda —en el sentido profundo del término— está
vinculado al cambio conceptual y por tanto resulta algo difícil, que exige
tiempo y tiene una serie de implicaciones que hacen complicada la puesta en
práctica en el aula y la elaboración del diseño curricular, consideramos que
resulta cuestionable considerar la comprensión como meta exclusiva del
aprendizaje escolar. Tal vez sea más razonable hablar de niveles de
comprensión, en lugar de comprensión en términos absolutos. No es necesario ni
probablemente adecuado que el alumno comprenda cabalmente todos los contenidos
escolares. Parece más acertado seleccionar algunos contenidos que sí deben ser
comprendidos de manera profunda. En el apartado anterior hemos señalado algunas
consecuencias de esta selección para el diseño curricular y su puesta en
marcha.
Teniendo en cuenta lo anterior,
creemos que el aprendizaje escolar no puede reducirse exclusivamente a la
comprensión o a la consecución de aprendizajes significativos. En función de
cuáles sean las metas u objetivos de aprendizaje y de los contenidos de
aprendizaje, puede ser más o menos conveniente que el alumno vaya adquiriendo
representaciones significativas o más relacionadas con la ejercitación. Por
ejemplo, si estamos interesados en que el estudiante adquiera eficazmente
—dicho sea de paso, no encontramos ninguna razón para tenerle miedo al término
«eficacia» en el ámbito educativo— el cálculo de multiplicaciones con y sin
decimales, el aprendizaje por ejercitación y consecuentemente la realización de
ejercicios mediante los que el alumno tenga ocasión de practicar los
procedimientos adecuados, es mucho más eficaz, por lo menos en los niveles más
elementales, que la comprensión profunda de las nociones en juego. Por
supuesto, esto no es incompatible con la utilización de otras estrategias de
enseñanza que le permitan avanzar comprensivamente en la adquisición del
concepto de multiplicar y su significado. Los términos «ejercitación» y
«repetición» suelen tener en el ámbito constructivista una connotación muy peyorativa.
Por esta razón los hemos venido utilizando con una clara intencionalidad
crítica por nuestra parte. Es decir, nuestro objetivo fundamental al respecto
reside en plantear la necesidad de que la posición constructivista se ocupe del
tema de la organización de la práctica. Estamos persuadidos de que sin
plantearse a fondo esta cuestión será muy difícil resolver algunos de los
problemas didácticos que hemos mencionado anteriormente. Y de esta forma, al
plantearse los problemas de la práctica, surgen con fuerza propia las
cuestiones relacionadas con la ejercitación. De nuevo, quizás convenga repetir
que los problemas de la práctica son escasamente significativos para la
investigación psicológica de carácter básico, pero son esenciales para resolver
los problemas educativos concretos. Es importante señalar que en absoluto
estamos reivindicando la vigencia del aprendizaje memorístico y carente de
significación, que a menudo se ha identificado con la enseñanza tradicional,
sino más bien insistiendo en que el aprendizaje significativo, como meta global
de la actividad en el aula, debe incluir y necesita de otras actividades no tan
significativas sin las cuales será imposible su consecución final. De hecho,
desde un punto de vista cognitivo, la ejercitación puede considerarse como una
forma de rentabilizar los recursos de la memoria a corto plazo o de trabajo
para que pueda, por un lado, incorporar más información nueva y, por otro,
establecer más conexiones con la memoria a largo plazo y de este modo aprender
de manera más significativa (Carretero, 1993).
Algunos problemas
pendientes: motivación y evaluación
Por último, parece innegable
afirmar que los factores afectivo-motivacionales también afectan a los procesos
de la comprensión significativa a través del cambio conceptual y pueden también
explicar, al menos parcialmente, esa resistencia a modificar nuestras
representaciones iniciales. Esto es lo que ha llevado a algunos autores a
criticar la visión un tanto «fría» que han ofrecido hasta ahora del cambio conceptual
(Pintrich y otros, 1993; Pintrich, en prensa). Por el contrario, cada vez se
está extendiendo más la idea de que el proceso mediante el cual modificamos
nuestras concepciones previas es más bien «caliente», puesto que supone la
activación de factores emocionales. Ya se ha comentado anteriormente que en el
caso de algunas nociones sociales e históricas esto resulta bastante obvio,
aunque no por ello ha sido estudiado por los investigadores. Por ejemplo, si un
profesor está enseñando cuestiones relacionadas con actitudes sexistas e
igualdad de oportunidades, se encontrará que las resistencias al conocimiento
nuevo no sólo son de tipo conceptual. Por otra parte, en el caso de nociones
matemáticas o físicas, pongamos por caso, es muy posible que también la emoción
cumpla un importante papel. Haciendo un juego de palabras, es muy posible que
las misconceptions sean
«mi-concepción». Es decir, cualquier modificación del conocimiento del alumno
puede ser vivida por éste como un desafío a su identidad, aunque suene
exagerado. En definitiva, es preciso tener en cuenta que la vieja metáfora
piagetiana del comportamiento como un coche que funciona con motor (estructura
cognitiva) y gasolina (motivación) quizás deba ser revisada. Sobre todo en lo
que respecta a la primacía de la estructura, básicamente porque la acción que
ejerce la gasolina en el motor también se lleva a cabo mediante una estructura
que al docente le es preciso conocer y sobre la que el investigador debe
manejar modelos teóricos elaborados y potentes. En última instancia, motivación
y comprensión son dos caras de la misma moneda, si bien este apasionante tema
debería tratarse en extenso (Pintrich y otros, 1993; Pintrich, en prensa).
La identificación de los
conocimientos previos del alumno, aspecto esencial, como hemos indicado en el
«constructivismo educativo», presenta importantes dificultades para el
profesor. Si el aprendizaje es un proceso de construcción individual y esas
representaciones previas son individuales, la evaluación inicial —para la cual,
como hemos visto, carecemos aún de herramientas potentes en algunos casos y
materias escolares— se complica bastante. En este sentido, Jonassen (1994)
señala la dificultad que esto supone para predecir los resultados del
aprendizaje. Si bien creemos que no debe adoptarse una posición extrema que
haga inviable poner en práctica algunos de los presupuestos de la perspectiva
constructivista, sí se debe tomar conciencia de la complejidad de la tarea que
se está proponiendo al docente.
¿Cómo sabemos cuándo han
modificado los alumnos sus representaciones previas? ¿Qué técnicas serían las
más adecuadas para realizar esta evaluación? A veces, respuestas aparentemente
correctas tienen detrás una representación que no coincide con la que el
profesor pretende que adquiera el alumno. El siguiente ejemplo tomado de
Giordan y De Vecchi (1987) ilustra muy bien esta idea. Un grupo de alumnos
estaban estudiando la respiración de los peces. El profesor había realizado
numerosas actividades para lograr que sus alumnos comprendieran este fenómeno,
en el sentido profundo del término. Realiza una evaluación y los alumnos
contestan correctamente a sus preguntas. Finalmente les pide que representen
gráficamente el sistema de respiración de los peces. Un grupo de alumnos, aunque
había representado las agallas, ¡también había dibujado un mecanismo similar al
del funcionamiento de los pulmones —aunque no le habían colocado esta
etiqueta—! Si el profesor no les hubiera pedido esta representación gráfica y
una explicación de la misma, habría considerado que las ideas de sus alumnos se
habían modificado y por tanto se había producido la comprensión. Por otro lado,
si hemos de hacer un seguimiento del proceso de cambio conceptual de nuestros
alumnos, sería necesario también conocer cuáles son las representaciones
intermedias de ese proceso, de tal modo que sea posible evaluar el progreso del
alumno, puesto que parece claro que el proceso de cambio es un continuo y no un
proceso dicotómico de todo o nada.
Al considerar que el proceso de aprendizaje
es un proceso de construcción individual, el profesor debe tener en cuenta que
las representaciones iniciales de los estudiantes pueden diferir
considerablemente no sólo de la que el profesor presenta, sino también unas de
otras. Por tanto, se deben tener en cuenta estas diferencias. Asimismo, puesto
que el aprendizaje es un proceso de reestructuración o modificación de los
esquemas iniciales, la evaluación que debe realizar el profesor debe tener en
cuenta el punto de partida de cada individuo a la hora de evaluar el progreso
obtenido tras recibir instrucción, pero sobre todo debe tener en cuenta que un
alumno que esté modificando activamente su conocimiento puede llegar a
conclusiones que no estarán de acuerdo con el conocimiento disciplinar.
Conclusiones
Algunos autores (por ejemplo,
Jonassen, 1994) señalan que el constructivismo, más que una posición o un
modelo teórico bien definido, propone una serie de recomendaciones-guía
generales, para elaborar un ambiente de aprendizaje que facilite la
construcción del conocimiento. Sin embargo, este autor considera que, si bien
el constructivismo nunca puede ser una teoría de la instrucción prescriptiva,
sí podría explicitar de una manera más concreta cómo diseñar ambientes de
aprendizaje constructivistas. Creemos que, incluso a nivel teórico, el
constructivismo educativo adolece de una cierta vaguedad y generalidad que
dificulta su puesta en marcha en el aula.
Por otro lado, el conocimiento
que se posee hasta hoy sobre aspectos tan destacados y fundamentales dentro de
la perspectiva constructivista como los conocimientos previos y los procesos de
cambio conceptual es considerablemente limitado, por lo que la elaboración de
materiales curriculares y el diseño curricular necesitan un mayor avance de la investigación.
Adoptar la comprensión como
objetivo fundamental del aprendizaje tiene una serie de consecuencias
importantes de las que al menos se debe ser consciente: deberían reducirse
contenidos dadas las exigencias de tiempo de los procesos de cambio conceptual
y de la resistencia a la modificación de las representaciones iniciales. Una
alternativa sería seleccionar los contenidos que deben ser «comprendidos», así
como diferenciar niveles de comprensión en vez de hablar de comprensión en
términos absolutos.
La vía de la construcción es
sólo una de las que conducen a aprender. No deben excluirse otras que pueden
adecuarse a los objetivos de aprendizaje que se persiguen y al tipo de
contenidos que se ha de aprender. Aunque en esta perspectiva se suele hacer
referencia a los factores afectivo-motivacionales, éstos siguen sin estar
claramente desarrollados e integrados en ella. Por último, la evaluación
plantea algunos problemas relacionados con los anteriores que conviene que el
docente tenga en cuenta.
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