CURRÍCULUM. TENSIONES CONCEPTUALES Y PRÁCTICAS
Ángel
Díaz Barriga
adbc@servidor.unam.mx
Centro de Estudios sobre la Universidad. Universidad
Nacional Autónoma de México
Edificio de la Unidad Bibliográfica.
Centro Cultural Universitario
Coyoacán, 04510,
México, D. F., México
Resumen
El objeto de este ensayo es analizar la
conformación de dos vertientes en el campo del currículo, que a lo largo del
siglo pasado se expresaron en maneras divergentes de visualizarlo: la que lo
considera vinculado al proyecto educativo de un sistema o una institución
escolar, perspectiva que se expresa en las diversas propuestas para elaborar planes
y programas de estudio, y la que lo vincula con conceptos como vida cotidiana, currículo
como práctica educativa y realidad curricular, los cuales reivindican lo que acontece
en el ámbito educativo, en particular en el aula. En este trabajo se reconoce
un encuentro de ambas vertientes en los orígenes del campo curricular en los
albores del siglo XX; al mismo tiempo se analiza su evolución marcada por
descalificaciones y desconocimientos mutuos que han generado tensiones. Se
reflexiona sobre la necesidad de identificar las limitaciones de cada
vertiente, pero también de reconocer sus aciertos.
Introducción
El campo del currículo forma parte de los
saberes educativos que tuvieron un amplio debate a fin del siglo pasado. Se
trata de una disciplina que nació a la sombra de la evolución de la ciencia de
la educación estadounidense para atender la educación del hombre en la era
industrial. En esta disciplina trabaja un conjunto de académicos con la finalidad
de promover su desarrollo conceptual y práctico; sin embargo, sus diversas
perspectivas analíticas han evolucionado de una manera tan dinámica que la han
tornado impredecible por la multiplicidad de temáticas que son objeto de
discusión. De alguna forma se percibe que el campo del currículo atraviesa por
un conjunto de tensiones, entre las necesidades institucionales que le dieron
origen y distintas perspectivas de investigadores y académicos.
El objeto de este ensayo es dilucidar alguna
de las tensiones que experimenta el campo del currículo tomando como referencia
la conformación de dos vertientes en su génesis, a principio del siglo XX, y
atendiendo la evolución que tales vertientes tuvieron cuando esta disciplina se
internacionalizó en el último tercio del siglo pasado. Indudablemente un efecto
de tal internacionalización fue el enriquecimiento de las perspectivas de su
análisis que si bien ha permitido que la disciplina curricular tenga un
discurso propio, al mismo tiempo ha generado nuevas tensiones en el campo al
producir una especie de ecuación entre pensamiento crítico y pensamiento
ininteligible, entre crítica e incapacidad por atender las situaciones de los
procesos educativos, una reivindicación del sujeto de la educación en la que se
desconoce todo esfuerzo institucional. Resultado de la tensión es una especie
de ignorancia entre ambas perspectivas. Una perspectiva que orienta este ensayo
consiste en analizar cuál es la razón que subyace en la tensión, y preguntarse
no sólo por los efectos que ha tenido en el campo, acerca de las posibilidades
de encontrar puntos de articulación entre dos perspectivas en conflicto desde
su origen.
Currículo:
problema conceptual o dimensión disciplinaria
El campo del currículo se ha desarrollado en
tal multiplicidad de sentidos que cuando uno hace referencia a esta noción
necesariamente debe clarificar en qué sentido emplea el término. Para iniciar
este ensayo conviene empezar por distinguir los términos currículum y
disciplina curricular. El primero es objeto de una infinidad de adjetivos y por
supuesto de una enormidad de significados. En algún momento expresamos que el
concepto está en proceso de disolución como resultado de una polisemia que lo
acompaña. Recientemente Bolívar lo califica como “un concepto sesgado
valorativamente, lo que significa que no existe al respecto un consenso social,
ya que existen opciones diferentes de lo que deba ser” (Bolívar, 1999, p. 27).
De esta manera encontramos la permanente necesidad de dotar al término de un
adjetivo que ayude a su conceptualización, y no negamos que en algunos casos
efectivamente haya logrado enriquecer un matiz significativo y relevante en la
construcción de significados; por ejemplo: oculto, formal, vivido, procesual.
Todos estos adjetivos de alguna forma permiten comprender un sentido de lo
curricular que rebasa a quienes pretenden “definir” lo curricular.
En este sentido el vocablo currículo adquiere
una característica que lo asemeja a otros construidos en la teoría educativa del
siglo XX: evaluación y planificación, que sólo adquieren precisión a través de
adjetivos. Aprendizaje, docentes, investigadores, programas, instituciones y
sistema, en el caso de la evaluación, y planeación del curso, del trabajo
institucional o del sistema educativo. De igual forma se refieren a formas
metodológicas con expresiones adjetivas; evaluación sistémica, formativa,
sumativa, o bien, planificación estratégica, técnica, por objetivos. Todo ello
también existe en el ámbito de lo curricular: la perspectiva tradicionalista,
la crítica, la integral.
Llama la atención que la teoría educativa del
siglo XX, en su propia conformación, haya permitido en su desarrollo una
estructura conceptual que podría caracterizarse como “posmoderna”. Si bien
dificulta la quizá originaria pretensión de tener una versión clara y acabada
sobre un saber para abrir el desarrollo de varias disciplinas (currículo,
evaluación y planificación), señala la posibilidad de entender la realidad
educativa en un proceso complejo y con puntos de vista singulares. En esta
perspectiva los conceptos currículo, evaluación y planificación están sujetos a
una tensión: la de su racionalidad originaria (eficientista, conductual,
gerencialista) y la diversidad impuesta por lo singular, particular, “único e
irrepetible” de un acto educativo que reclama ser interpretado.
Sin embargo, en el caso del término
currículum por la multiplicidad de significados, muchos de ellos asignados por
sus adjetivos, pueden producir una especie de “ausencia de significado”. Esto
es, adjetivaciones que al final de cuentas expresan un vaciamiento que no
logran explicar, ni atender un problema en la práctica, aceptando un compromiso
entre la formulación conceptual y la realidad educativa.
Esta es, quizá, la riqueza que no se ha
reflexionado suficientemente en el ámbito de esa teoría educativa; pero ello
explicaría, también, la dificultad de lograr una conceptualización que genere
consenso entre todos los especialistas del tema.
Sin embargo, las ventajas y desventajas generadas
por la conceptualización del término currículo no pueden extenderse a su
conformación disciplinaria. La existencia de una amplia literatura; la atención
a diversos objetos de estudio en el ámbito escolar: la selección, organización
y distribución de contenidos en unas perspectivas; la realidad áulica; las
fracturas, discontinuidades que en cada grupo escolar se generan; las
distancias entre el currículum pensado, el enseñado y el vivido, así como sobre
los aprendizajes valorativos no intencionados reclaman reconocer la existencia
de una producción conceptual articulada a partir de una disciplina, en relación
con ella y con la tarea de dar cuenta de ella. Esta disciplina es lo que
denominamos campo del currículo. No distinguir entre concepto y disciplina
puede generar que los problemas observados en la delimitación del concepto
pongan en entredicho el desarrollo de la disciplina, cuando el campo del currículo
es una expresión de la teoría educativa que caracterizó al siglo XX, que fue
elaborada desde las necesidades de la sociedad generadas por la industrialización
y retomadas por el sector educativo. Una teoría educativa –en términos más
cercanos a Dewey– para la formación en una sociedad industrial democrática.
En todo caso, aquí podemos identificar una
primera tensión en el campo curricular, donde concepto y disciplina aparecen
confrontados y en dinámicas epistémicos diversas.
Origen
de la disciplina. Dos vertientes irreconciliables
La disciplina del currículum surgió a
principios del siglo XX como resultado de nuevos aspectos en la dinámica
social. Destacan, en el ámbito educativo, el establecimiento de las
legislaciones nacionales que regulaban la educación1 y conformaban al sistema
educativo de nuestros días; en el ámbito de la producción, el surgimiento de la
sociedad industrial alrededor de la máquina, la producción en serie y el
establecimiento de monopolios; en el mundo de las ideas, los desarrollos de la
psicología experimental, la generación de los principios de la administración científica
del trabajo y el desarrollo del pragmatismo.
En ese contexto, el establecimiento del
sistema educativo requería de una disciplina que analizara los problemas de la
enseñanza desde una óptica institucional. Recordemos que la didáctica del siglo
XVII había surgido como una disciplina abocada al estudio de la enseñanza en
una dimensión individual: el maestro y sus alumnos. De hecho en los trabajos de
Comenio, La Salle
y
Pestalozzi2 se observa con claridad esta
perspectiva, cuyo horizonte se encuentra inscrito en los cursos escolares:
primero, segundo y tercer grado, por ejemplo, pero donde la escuela no se
considera parte de un sistema educativo o de un sistema social. Sólo después de
la Revolución
Francesa se decretan las leyes que establecen la
obligatoriedad de la enseñanza primaria, como una responsabilidad estatal.3 El
resultado de esas leyes fue el establecimiento del sistema educativo. En este
contexto se requirió una disciplina que permitiera visualizar la dimensión
institucional de la educación intencionada, esto es, la dimensión del sistema
educativo. La selección y organización de contenidos paulatinamente dejó de ser
un problema individual del docente o de una congregación religiosa como lo fue,
a fines del siglo XVI, en las escuelas de los jesuitas, que a través de la Ratio Studiorum
(Gil, 1992) (cuya primera edición fue redactada por el padre Aquaviva en 1594)
presentaron el ideario educativo de sus internados, establecieron con claridad
su proyecto pedagógico y los principales contenidos que debían atenderse en sus
diversas escuelas.
El surgimiento del campo del currículo, 4 a principios del siglo XX,
cubría la necesidad de atender los problemas que afrontaba la enseñanza en el
contexto del sistema escolar. A su vez, estuvo signado por el surgimiento de la
industrialización de esos años.
El ámbito curricular surgió con dos
tendencias5 que a fines del siglo XX mostraron sorprendentes desarrollos. Una 6
vinculada a los procesos educativos, las experiencias escolares y el desarrollo
de cada estudiante. Así, el filósofo y educador del denominado movimiento
progresista de la educación, John Dewey, elabora The child and the curriculum
(1902) donde propone una perspectiva centrada en el alumno y realiza
importantes desarrollos sobre el papel de la experiencia en el aprendizaje.7
Por otra parte, una visión más cercana a las instituciones, es decir, a la
necesidad de establecer con claridad una secuencia de contenidos que
fundamenten la elección de los temas de enseñanza. La propuesta es formulada
por un ingeniero, profesor de administración, Franklin Bobbit que presenta en
1918 su primer libro denominado The curriculum y, años más tarde, en How to
make the curriculum (1924).8 Esta perspectiva tomaría fuerza con el trabajo de
Charter, Curriculum construction (1924).
Independientemente de la evolución de este
debate en los Estados Unidos, a fines de los años veinte (y principios de los
treinta) se reúnen académicos de ambas posturas para intentar elaborar un punto
de acercamiento que se expresa en la conocida Declaración del Comité de la National Society
for the Study of Education. 9 Esta declaración conjunta, seguida de una serie
de ensayos individuales que clarificaban la postura individual de varios de los
miembros del comité constituye el primer intento serio de lograr una
conciliación entre las dos ópticas que caracterizan el campo curricular: la
iniciada por Dewey, centrada en la experiencia del escolar, y la desarrollada
por Bobbit y luego Charter, caracterizada por la definición formal de los
contenidos a enseñar. Pero la
Declaración, por privilegiar una propuesta específica sobre
la elaboración de programas escolares, no constituye la síntesis (quizá
imposible) de ambas tendencias. Su efecto en la comunidad académica y en el
trabajo institucional es doble. Por una parte, permite generalizar una forma de
elaborar los programas escolares y algunas ideas sobre nuevas normas
pedagógicas (por ejemplo, la necesidad de exámenes estandarizados para el
sistema escolar). Por otro lado, pospone la discusión acerca de las dos
escuelas de la teoría curricular, desplazando la problemática de la experiencia
que sólo emergerá con fuerza hasta fines de la década de los años sesenta.
Posteriormente, al concluir la segunda guerra
mundial, y en cumplimiento de un acuerdo 10 a una acalorada sesión sobre aspectos
curriculares, Tyler redacta Principios básicos del currículo,11 texto con cual
pretende saldar las discusiones existentes en el campo y, a la vez, generaliza
una visión de lo curricular equiparándolo con los planes y programas de
estudio. En opinión de Beyer y
Liston, el libro de Tyler constituye un
intento por superar las visiones anteriores que vinculan al currículo “con las
prerrogativas del capitalismo”, incorporando una perspectiva social que busca
promover el “bienestar humano en una visión de educación para la democracia, a
pesar del modelo lineal/racional que subyace a todo su planteamiento” (Beyer y
Liston, pp. 44-49).
En la realidad, la visión que estableció
Tyler prevaleció en el campo casi por dos décadas, se internacionalizó en la
década de los setenta conformando una generación de modelos pedagógicos que
influyeron en las reformas educativas de esos años en América Latina, e impactando
de diversa forma el debate pedagógico europeo. Al concluir la década de los
setenta, tal como se puede observar en la literatura, el campo del currículo no
sólo desplazaba a la didáctica en cierto sentido, sino que tenía presencia
mundial. Por otra parte, Beyer y Liston sostienen que los intentos por
establecer “una alternativa al modelo establecido por Tyler” no han sido
fructíferos (Beyer y Liston, 2001, p. 50).
La
mundialización del campo del currículo. Tensión creciente de miradas
La internacionalización de la disciplina del
currículo se realizó inicialmente desde la perspectiva planes y programas, dejó
de ser objeto de debate al interior de la comunidad académica de Estados
Unidos, para recibir aportaciones y desarrollos de todo el mundo. Ciertamente
por la dinámica que tiene la comunidad académica en los llamados países del
primer mundo, estos intercambios fueron muy fructíferos entre los grupos
intelectuales que podían comunicarse en Inglés; tal fue el caso de autores
británicos, australianos y estadounidenses.
Pero esto no significa que en el mundo de
habla hispana no existieran desarrollos importantes y significativos. En
México, por ejemplo, había aportaciones a conceptos como “diagnóstico de
necesidades” (Taba, 1974) o “fuentes y filtros” para el diseño curricular al
establecer conceptos como marco de referencia de un plan de estudios, análisis
de la práctica profesional, objeto de transformación (Díaz Barriga, 1997) y se
generaba una significativa experiencia en relación con el llamado sistema
modular. Por su parte, en España, Zabalza (1801) proponía en la década de los
ochenta, el concepto de “desarrollo curricular” frente al de “diseño curricular”
(curriculum design).
Así, la perspectiva de planes y programas se
enriqueció y conformó un ámbito de debate. En el fondo se atendía una de las
cuestiones centrales que dio origen a la teoría curricular: atender las
necesidades institucionales del sistema educativo.
Esto es, ver la selección de contenidos y la
formación de habilidades como un problema del conjunto de la sociedad, no como
un aspecto que corresponda dilucidar a una escuela en particular o, menos aún,
a un profesor específico. A la larga se impone un cambio radical en las
condiciones de desempeño docente, que es conveniente analizar porque mientras
en la era educativa anterior el profesor era el responsable de pensar tanto los
contenidos como las estrategias de enseñanza, en la era curricular el profesor
se responsabiliza de conocer y dominar los contenidos establecidos y, en
algunos casos, de revisar y seleccionar las actividades de enseñanza que los
especialistas recomiendan.12
De igual manera, con la generalización de
esta perspectiva curricular se atendía a uno de los núcleos de esta teoría, la
educación del ser humano en la “era industrial”. En este sentido, la concepción
curricular puede ser vista como una parte de la teoría educativa que responde a
las necesidades generadas por la industrialización. Los conceptos de eficiencia
y la construcción del empleo como una categoría que orienta los fines
educativos, reemplazaron las finalidades que la
visión humanista de la educación había
conformado en la filosofía kantiana de principios del siglo XIX. De esta
manera, educar para impulsar todas las potencialidades de la naturaleza humana,
“dotar al hombre de la mayor perfección posible”, lograr esa dimensión
integral: “de qué sirve que aprenda aritmética, si pierde el placer por lo
estético” –se preguntará Herbart (1992)–, son reemplazadas por “educar al
ciudadano”, “educar para la democracia” y “educar para el empleo”,
esto es, educar para resolver los problemas
de la sociedad. En otra perspectiva, puede afirmarse que ésta es la diferencia
fundamental entre los exámenes académicos que se formulan en el sector
educativo y la prueba de habilidades y destrezas para la vida que ha
desarrollado la
Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).
Por otra parte, no podemos perder de vista
que en ese proceso de internacionalización del campo del currículo, no concluía
la década de los sesenta cuando se recuperaba vigorosamente la otra línea
olvidada en el debate. La formulación del concepto currículo oculto (Jackson,
1968) reestablecía la perspectiva que hemos denominado de la experiencia,
articulando una serie de aprendizajes no explícitos en un plan de estudio, que
no son intencionados, pero que se muestran altamente eficaces. Estos
aprendizajes son resultado de la interacción escolar y en el aula; en este
sentido, son resultados de la experiencia.
El modelo de investigación desarrollado por
Jackson, junto con las limitaciones de los modelos curriculares –o mejor dicho
de los modelos de planes de estudio basados en desarrollos de una psicología de
corte conductual y en un modelo de administración– se constituyeron en el
contexto que permitió el auge de otras miradas sobre el currículo más cercanas
a las teorías interpretativas y microsociales, y la inclusión de desarrollos
provenientes de la microsociología o de la escuela crítica de Frankfurt. De
esta manera, a finales de los años setenta, se establecieron planteamientos de
corte sociológico como el de Eggleston, en Inglaterra, Sociología del currículo
escolar (1977),13 mientras que Michael Apple, en los Estados Unidos, presenta
Ideología y currículo (1979) que busca analizar críticamente lo que sucede en
la educación, incorporar al enfoque conceptual y empírico el político, y
examinar en la escuela el currículo real para compararlo con las suposiciones
de los educadores. En el fondo, este conjunto de textos refleja el establecimiento
de otra perspectiva en el campo curricular. Al mismo tiempo, su evidente enriquecimiento
constituía una evidencia de su internacionalización.
A partir de ese momento, una vez
“reestablecidas” las vetas originarias del campo del currículo, los
investigadores continuarían profundizando y realizando elaboraciones en cada
una de estas perspectivas mediante diversas formas: currículum formal (frente o
vs.) vivido, currículum establecido (frente o vs.) oculto, currículum formal
(frente o vs.) currículum como proceso. Incluso se llegaron a formular
“sinsentidos” en estas categorizaciones al hablar de “currículum nulo”.
En este marco de complejidad, el campo del
currículo se fue construyendo como un saber multidisciplinario con aspectos de
la sociología, historia, administración y economía para fundamentar los planes
de estudio, así como de la psicología y la didáctica para las propuestas de
programas que finalmente se combinaron con aportaciones de la antropología y de
los desarrollos de los saberes “micro” (historias de vida, microsociología)
para dar cuenta de lo que acontece en el aula.
A todo ello, se agrega una visión
epistemológica y filosófica que busca elucidar el valor conceptual del campo o
derivar conceptos del mismo a alguna de las vertientes del campo curricular.
Así, las fronteras del campo se diluyeron y
los objetos de estudio se multiplicaron.
Sin embargo, las dos ópticas del campo
curricular entraron en tensión paulatinamente. Lo que puede observarse en
varias de las dinámicas que actualmente se encuentran en el ámbito curricular.
A nivel internacional resulta muy claro que la perspectiva curricular vinculada
al diseño o desarrollo de planes y programas de estudio se ha mantenido en un
plano de menor determinación –esto es, se reconoce que no se puede modelar la
elaboración de planes y programas– que busca orientar y recuperar la riqueza
que se genera en cada experiencia de elaboración o reformulación de un plan o
programa de estudios.
Los autores que trabajan la perspectiva de
los planes de estudios están conscientes de la necesidad institucional no sólo
para evaluar y reformular los planes de estudio, sino también para ofrecer
desde un plan de estudios una perspectiva que invite a los docentes a innovar y
organizar su trabajo educativo.
Esta realidad los obliga intelectual y
moralmente a generar o sistematizar propuestas para la elaboración de planes de
estudio, tales como la formación centrada en la investigación de los currícula
de posgrado, en particular los de doctorado; la organización curricular
flexible; la enseñanza por competencias, o bien, la incorporación de teorías
cognitivas como la educación situada y la formación por problemas. En estos y
otros proyectos curriculares se pretende establecer un concepto renovador que
oriente al conjunto de profesores de una institución y los invite a buscar
formas de innovación en su trabajo educativo.
Finalmente los especialistas en planes de
estudio son conscientes de que los contenidos que se establecen en un plan de
estudios no necesariamente se llevarán a cabo al pie de la letra en un
escenario escolar. De hecho, se esfuerzan por lograr una formulación de
contenidos mínimos que no siempre surgen de su cabeza, sino que son el
resultado del trabajo que realizan con un grupo de especialistas en cada una de
las disciplinas del plan. También hay conciencia de que las instituciones
necesitan promover el trabajo escolar a partir de un plan, ya que la educación
–en esta era industrial, supercompleja y de la sociedad del conocimiento–
reclama una orientación general, lúcida, innovadora y sensata que se plasme en
un plan de estudios.
Mientras por otro lado, las perspectivas del
currículo como proceso, como lo vivido o como lo oculto –que son diferentes–
han abierto la posibilidad de múltiples y distintos desarrollos conceptuales:
las relaciones entre cultura y procesos escolares; el empleo de la etnología, llamada
etnografía en educación, para describir una multiplicidad de acontecimientos en
el escenario escolar, como: formas de autoridad y de trabajo pedagógico,
sistemas de interacción entre estudiantes y de evaluación. Es decir, de-velar
la cultura escolar desde dentro.
En algún sentido la mirada curricular
original se perdió, pues no interesa identificar las experiencias educativas en
el aula, sino documentar lo no documentado.
En este contexto se han generado diversos
comportamientos en la comunidad académica abocada al ámbito curricular, lo que
ha provocado muy diversas dinámicas respecto a las dos vetas que hemos
señalado. En general se podría hablar de una especie de ignorancia mutua entre
ambos grupos. Por un lado, quienes consideran que la problemática curricular
surgió para promover los procesos de selección y organización del contenido
atendiendo los requerimientos de la sociedad y del sistema educativo, piensan
que los especialistas en el currículo en vida cotidiana muestran un
escepticismo frente a esta actividad y han perdido la perspectiva curricular
por considerar que sus planteamientos se acercan más a ámbitos de la didáctica,
las teorías instruccionales y la antropología.
Por otra parte, quienes interpretan el campo
curricular desde las diversas perspectivas de la vida cotidiana, descubren una
insospechada riqueza en la vida escolar que reclama ser conocida. Sus diversos
instrumentos de aproximación les permiten dar cuenta de una serie de
acontecimientos sobre los cuáles no se ha reflexionado. Ello los lleva a buscar
modelos de conceptualización de esta realidad que en ocasiones resultan
“abigarrados”; sin embargo, establecen un rigor conceptual en un lugar donde lo
que impera es el acontecimiento educativo en sí. En estricto sentido debemos
reconocer que no siempre logran esta tarea; tampoco ofrecen un análisis que
permita una mejor comprensión del acontecimiento educativo. En parte porque las
conceptualizaciones densas al final de cuentas impiden iluminar lo que acontece
en el aula, y porque en ocasiones se pierden en la descripción de sus
observaciones con interpretaciones simples y puntuales a hechos complejos.
Ciertamente consideran “absurda” la pretensión de establecer una organización
curricular, pues sus estudios muestran que existe una “contra-organización” que
surge en el aula, en la relación cotidiana entre docentes y estudiantes. De
igual forma extienden comentarios críticos que desconocen cualquier otra opción
curricular.
Las consecuencias para el campo del currículo
y de la comunidad académica estudiosa del tema no son las mejores; se mueven
entre el desconocimiento y la descalificación entre ambos grupos. Falta
interlocución entre académicos de ambas perspectivas que, si bien, permiten el
trabajo y proyección de cada una de éstas no fomentan un necesario
enriquecimiento de puntos de vista. Sin embargo, en la perspectiva del
currículo en proceso o vivido, la comunidad académica nacional se ha comportado
de una manera diversa a la internacional. Mientras en ésta se mantiene una
producción constante en esa perspectiva curricular, en el ámbito nacional
encontramos una emigración de los especialistas en estos temas hacia otras
disciplinas. Así, quienes trabajaban estos temas hoy buscan su desarrollo en el
ámbito de la cultura escolar, los estudios de género y la disciplina escolar.
Esto fue debidamente documentado en la investigación que hicimos sobre la
situación de los estudios del currículo, en la década de los noventa, en México
(Díaz Barriga, en prensa). A la larga, esto puede generar un empobrecimiento de
los debates curriculares.
A ello se aúna la disolución de las fronteras
de la disciplina curricular. La evolución del campo del currículo y su
rompimiento con las teorías conductuales que llevaron a la conformación de
saberes de múltiples disciplinas –hoy es un campo multidisciplinario de
filosofías, sociologías, psicologías, teorías microsociales, etcétera– han
favorecido la invasión de fronteras de otras disciplinas, o bien fusionarse con
otros campos de conocimiento. Así, desde el currículo se estudia el desempeño
laboral de los egresados (invadiendo los estudios socioeconómicos de
trayectorias laborales y seguimiento de egresados); se analizan las necesidades
ocupacionales para ejercer una profesión (invadiendo aproximaciones de sociología
de las profesiones o de la economía de la educación); se determinan los
principios didáctico-psicológicos a seguir en el trabajo escolar (invadiendo
los desarrollos de la psicología del aprendizaje); se reporta el comportamiento
de un grupo de maestros o estudiantes frente a determinado contenido o programa
(empleando diversas formas de la investigación en microsociología y en
antropología: observación participante, registro etnográfico). Sin embargo, en
estas últimas perspectivas el campo del currículo se fusiona totalmente con la
didáctica.
El resultado de ello, no sólo afecta la
delimitación conceptual del campo –cuya génesis, como enunciamos al principio
de este ensayo estuvo marcada por ambas perspectivas y el conflicto entre
éstas– sino que genera diversos comportamientos de las comunidades académicas:
desconocimiento, descalificación y desinterés por los temas y los académicos
que abordan cada una de estas vertientes curriculares.
Al formular la teoría deliberativa (Westbury,
2002) del currículo Schwab estableció un escenario, que ante la necesidad de
incorporar las situaciones de una dinámica escolar particular y de los sujetos
de la educación (maestros y estudiantes), permitía analizar la teorización que
se requiere para el desarrollo del campo del currículo: una teoría-práctica o
lo que es lo mismo, señalaba, el compromiso de la reflexión con el campo de la
acción, ya que finalmente la educación es un acto.
Por otro lado, precisamente la incorporación
de la perspectiva de los actores (maestros y estudiantes) abría la puerta para
establecer un punto de contacto entre las dos vertientes del campo del
currículo. El logro de esta articulación es un reto que quizá deban tomar más
en serio los académicos que abordan estos estudios.
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1 “Las grandes reformas que necesitaba la
educación pública sólo se realizaron después de la derrota francesa en la
guerra franco-prusiana de 1870 (…) a partir del nombramiento en 1879 de
Jules Ferry como ministro de Instrucción
empieza la verdadera reorganización de la educación
pública francesa (…) las leyes transformaron
la estructura de la enseñanza e influyeron en la
educación del resto de Europa y en la Hispanoamérica”
(Luzuriaga, 1964, p. 74).
2 Didáctica Magna fue escrita en 1657. La
primera edición impresa de La guía de las escuelas
cristianas data de 1720 y Cómo Gertrudis
enseña a sus hijos se publicó en 1801.
3 En su estudio sobre la historia de la
educación pública, Luzuriaga analiza las diversas leyes que en este sentido se
emitieron en Francia en el siglo XIX y concluye:
Las grandes reformas que necesitaba la
educación pública sólo se realizaron después de la derrota francesa en la
guerra franco-prusiana de 1870 y con la proclamación de la tercera república
(...) entonces Francia recurre a la educación como su principal instrumento.
(...) Después del nombramiento de Ferry en 1879 como Ministro de Instrucción se
empieza la verdadera reorganización de la educación pública francesa (...)
entre 1880 y 1883 se establecieron una serie de leyes que transformaron la
estructura de la enseñanza francesa y que tanto influyeron en la del resto de
Europa y en la
Hispanoamérica (Luzuriaga, 1964).
4 Es necesario diferenciar el surgimiento del
vocablo currículum, del surgimiento del campo del currículum. En el primer
caso, la palabra permitió designar un plan de formación, una carrera de vida.
En el segundo, podemos identificar el surgimiento de una disciplina en el campo
de las ciencias de la educación que permitió atender los problemas de la
enseñanza en la era industrial, de cara a la conformación de los sistemas
educativos.
5 Este aspecto ha sido documentado en los
trabajos de Díaz Barriga, A. (1995) y Furlán, A. (1996).
6 Preferimos emplear la denominación una y
otra, y no la primera y la segunda para no dar la impresión de una
preponderancia de una sobre la otra. Ambas perspectivas responden a una tendencia
y no sólo se desarrollarán de diversas formas en el siglo, sino que se
manifestarán en conflicto y tensión.
7 Ciertamente el desarrollo de una teoría de
la experiencia en el aprendizaje será desarrollada con mayor amplitud por el
mismo Dewey casi veinte años después.
8 En los años cuarenta elabora un tercer
libro que se titula The curriculum of modern education.
9 Esta declaración fue traducida por
Luzuriaga, en 1944, con el título El nuevo programa escolar. El comité estaba
integrado, entre otros, por Bagley, Bonser, Kilpatrick, Rugg, Bobbit, Charters,
Counts, Judd, Coutis, Horn, Kelly y Works. Algunos de ellos
completaron la declaración con un
documento propio. En todo caso la declaración
fue un intento por superar la reacción antiprogramática que se había generado
en la escuela nueva (Kilpatrick, Rugg, Washburne,
Bonner, 1944).
10 Hilda Taba realiza esta afirmación en la
introducción de su libro Elaboración del currículo (1974), al reconocer que en
esa sesión Tyler y ella acordaron elaborar un documento que saldara los temas
que se habían abierto.
11 Su primera edición en inglés data de 1949,
su traducción al castellano es un tanto tardía (1970), pero su impacto en
América Latina es tan relevante que mientras los historiadores de la educación estadounidenses
consideran a Tyler como un especialista en medición (Cremin) e incluso como el padre
de la evaluación (Sttuflebeam), en América Latina es un referente obligado en
el campo del currículo.
12 En el caso mexicano es muy interesante
observar este cambio de comportamiento en los docentes de primaria. Su pregunta
actual no es la del maestro-artesano: qué y cómo voy a enseñar, sino qué me
toca enseñar (según el programa) y qué actividades puedo hacer de las que me
recomienda el libro del maestro. Un cambio de la era industrial sobre el cual
conviene detenerse como mayor detalle.
13 “Este libro –expresa el autor– se propone
remediar algunas deficiencias y presentar un análisis sociológico amplio y
claro que contribuya a la comprensión del estado actual del currículo y de los problemas
de control social vinculados al mismo” (Eggleston, 1980, p. 9).
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