TRADICIONES TEÓRICAS FUNDACIONALES Y RELACIONES ENTRE
COMUNICACIÓN Y EDUCACIÓN
1.1. Antecedentes
Para
abordar la relación Comunicación y Educación, debemos señalar que nuestra reflexión se inicia con la idea de
una América Latina, donde se vive una historia llena de opacidades conflictivas
y complejidades, las que más que limitantes, presentan posibilidades para el
surgimiento de nuevos mapas de orientación o cartas de navegación para afrontar el desorden cultural
desestabilizador de la hegemonía de la globalización cultural y social
impulsada por un nuevo orden socioeconómico: el neoliberalismo.
Modernidad y posmodernidad conviven en el
continente latinoamericano, sin
continuas tensiones y negociaciones, en la creencia de un orden mundial
dirigido, esta vez, por una razón
técnica, con la primacía de la
información como elemento liberador de una nueva autonomía individual, donde se
concretan los deseos y aspiraciones de una subjetividad emergente en el espacio
híbrido de la cultura popular (De Oliveira Soares, 2000). El razonamiento nos
lleva a establecer algunas precisiones acerca de los relieves, el territorio,
que se ofrece a nuestra comprensión.
Una primera es la revolución científico tecnológica y sus cambios
operantes en los reordenamientos político económicos del mundo. Cambios que han
producido una transmutación del horizonte cultural planetario (Reigadas, 1997)
especialmente en relación con el impacto
en torno al concepto y condiciones del trabajo humano. Aparejadas a esta
situación, se encuentran las políticas neoliberales con su reestructuración del
poder mundial, la desarticulación del Estado del Bienestar y los pilares de su
soberanía (Argumedo, 1996)
Los estímulos ofertados por la revolución científico tecnológica a sus
favorecidos mas directos, a saber, las empresas transnacionales, han hecho
estallar, a decir de Vattimo (1990) y de Lipovestky (1990), una sociedad de la
comunicación devenida en sociedad del conocimiento. En su interior, la
multiplicación de diferentes visiones del mundo hace surgir una cultura
mediática la cual, a partir de las transformaciones de los medios y las nuevas
tecnologías, ha producido cambios profundos en las representaciones, los
saberes y las prácticas sociales, lo que conduce a evidencias de un quiebre del
orden disciplinario y un despliegue de lo singular y lo íntimo unido a una
revolución del consumo.
Al respecto la reflexión de Murciano sobre el proceso de mundialización
del conocimiento que no es más que el proceso de transformación que plantea la
dinámica sociocultural del capitalismo
contemporáneo y de sus formas de dominación transnacionalizadas
(Murciano,1992:67-80) es contundente al momento de hablar del papel de la
comunicación y la cultura en los países en vías de desarrollo o “(...) zonas
intermedias del sistema capitalista” (Murciano,1992: 51) como lo es Chile.
Agregamos, junto con Huergo y Fernández (2000), que la modernidad
tardía latinoamericana asume, por una parte, una línea diacrónica que va desde
una protoglobalización (la conquista) hasta una tardoconquista (la
globalización), en un entramado que se resignifica y rearticula
continuamente a través de la historia
y, por otra, existe un recorrido sincrónico
que incluye las imágenes de lo efímero de la posmodernidad, junto a narrativas
poscoloniales que recoge las relaciones de poder imperantes en el continente.
Al respecto, la contribución de Brunner (1994) sobre las transformaciones de
los modos tradicionales de producir, transmitir y recibir la cultura que se dieron, y aún vigentes, en América Latina, desde sus propios contextos históricos,
económicos, educacionales y mediáticos, complementa y amplia las
transformaciones de los modos tradicionales o los procesos de integración de
individuos a la cultura moderna en una diversidad y alteridad de posiciones
desiguales.
Las corrientes históricas de la comunicación en América Latina, y que
en las décadas de los 70 y 80 comienzan a manifestarse en una serie de experiencias en educación con y
para los medios, dan por iniciada una etapa crucial en el desarrollo de la
comunicación. Ya en los 70, los modelos norteamericanos de análisis de la
comunicación pierden fuerza en América Latina y la investigación se vuelca
hacia la dependencia cultural, los análisis de sistemas ideológicos y las
condiciones de recepción (De Oliveira Soares, 1992)
Con el impulso de la UNESCO
comenzaron a surgir los primeros proyectos de Educación para la
recepción Crítica de los Medios de
Comunicación, muchos de ellos amparados, en particular, por las Iglesias
Cristianas y Católica, que había asumido la
Educación para la Comunicación como una de sus metas pastorales,
especialmente a partir del Concilio Vaticano II, que da inicio a la llamada
Pastoral de la Comunicación[1].
La década de los 80, y la consecuente crisis de teorías frankfurtianas,
el paradigma althuseriano, el cientificismo sistémico y el moralismo de las
Iglesias Cristianas, hace vivir la búsqueda de una síntesis, esto es, una
reflexión alternativa dentro de la temática de las culturas populares, de
manera tal que diera soporte a las luchas por políticas democráticas de
comunicación. Sus ejes básicos de reflexión son: el desplazamiento de los medios a las
mediaciones trabajados por Jesús Martín
Barbero (1997) y Guillermo Orozco (1991) y, los procesos de hibridación
cultural, descritos por Néstor García Canclini (1992).
Al parecer, la teoría de las mediaciones que hoy intenta levantarse
como paradigma de investigación de la comunicación posmoderna latinoamericana
(cuestión aún discutible), presenta de por sí un conflicto teórico aún no
resuelto. Vasallo de Lopes (1995) parafraseando a Mata, señala la ausencia de crítica política en el modelo
de las mediaciones, al centrar su análisis en
la relación sujeto-prácticas
culturales, lo que provoca una disolución
de los nexos teóricos entre las esferas política y cultural del
ejercicio del poder en las prácticas cotidianas. Para remitirnos al origen de
esta afirmación, la reflexión de Mata es la siguiente:
“(...) la cuestión de la
subjetividad en el modelo de las mediaciones corre el riesgo de ser reducida al
nivel de los dispositivos psicológicos.
Una mejor adecuación de esa cuestión se daría en el ámbito de las relaciones.
Hay mucha gente que se queda en un nivel de describir ciertas transformaciones,
ciertos rasgos culturales muy interesantes de nuestra época y se abstiene de
una actitud crítica (...) si es un
avance en el sentido de la democratización de la comunicación (...) si hay
alguna alteración de los dominante” (Mata,1993:58) [2]
1.2 Las vertientes de la relación entre comunicación y
educación.
La primera de ellas la constituye la pedagogía de la comunicación
inscrita en la vertiente funcional culturalista, que concibe la comunicación como un hecho cultural y un
contenido curricular al que la escuela debe prestar atención, todo entendido,
especialmente, a través de los medios audiovisuales. Sus exponente máximos
están en la tradición iniciada por el British Film Institute y sus epígonos
canadienses de la Association for Media Literacy. En el continente latinoamericano, Francisco
Gutiérrez plantea una pedagogía del lenguaje total (Gutiérrez, 1973) y que como
propuesta en síntesis puede resumirse así:
“Los educadores deben
hacer lo posible por ”...transformar los medios de información en medios de comunicación. Hemos
de estimular y promover la perceptividad, criticidad y creatividad a través de
los mismos medios. Esta es la finalidad primordial de la pedagogía total”(
Gutiérrez:1973:32)
Sansivens (1988) consolida esta posición de la pedagogía cuando
ésta se apodera de forma cooperativa y hace suya la comunicación como
instrumento educativo, tomando parte de la reflexión educacional hacia una
protocolización de los medios de educación en el espacio educativo de acuerdo a
los tipos de aprendizaje que facilitan cada uno de ellos al instalar el
discurso de la hegemonía del currículum escolar como
“...operativo y
que ha de hacer referencia a las necesidades humanas y sociales, es decir al
mundo sociocultural y a sus requerimientos, a las instancia que promueve, y,
por otra a las funciones y profesiones, a su aplicación específica y concreta,
a sus realizaciones técnicas y
prácticas...” (Sanvisens, 1988: 30-31 )
Por su parte, Sarramona (1998)
avanza en propuestas taxonómicas de usos y funciones de los medios en la
educación y sus consideraciones como agentes o como contenidos, en la
estructuración pedagógica de los mensajes emitidos por cada soporte mediático.
Este espacio de la pedagogía de la comunicación hoy se ve
redimensionado desde el ámbito comunicacional. La pedagogía de la comunicación
sería el campo capaz de vincular educación, comunicación y tecnología,
donde la escuela conlleva el desafío y
responsabilidad de estimular nuevas formas de experimentación y creación en los
estudiantes, al utilizar los instrumentos técnicos y las posibilidades de la
comunicación masiva, desde una perspectiva
interdisciplinar (Quiroz, 1997)
Al respecto, una variante particular que cobrado fuerza en la
actualidad, es la llamada Pedagogía de la Imagen, que destaca la imagen como soporte tecnológico de un
lenguaje con sentido, donde es posible
ejercitar una sensibilización de la percepción visual y descubrimiento de las
estructuras lógicas de las representaciones de las cosas y la intencionalidades
comunicativas que hay tras ellas (Vilches, 1988)
Una segunda perspectiva dentro de la visión señalada anteriormente es
la relación de medios y escuela, concibiendo a estos últimos como una escuela
paralela, con su carga de construcción y lectura representada de la realidad
donde sus receptores de mensajes poseen competencias audiovisuales previas,
aprendidas y ejercitadas fuera del ámbito de la escuela (Pérez Tornero,1994)
(Morduchwicz, 1997)
La Escuela de Frankfurt, y su tesis sobre la omnipotencia de los medios
como manipuladores de la conciencia y como agentes ideológicos, plantea una
crítica a la escuela paralela ya que
estaría al servicio de la dominación del capitalismo central y periférico
desplazando a la escuela tradicional como aparato ideológico. Sobre este debate puede decirse que la
historia de los equilibrios entre los medios y la escuela se define a partir de cada sociedad. En el caso de la
sociedad latinoamericana, el relato está cruzado de múltiples actitudes que
transitan desde la aceptación irrestricta, a la denuncia o negación de los
medios como factores educativos. Comenzando por la vertiente moralista iniciada
en los años 70, con su acusación valorativa por parte del mundo de los
docentes, acerca de los efectos degradantes y confusos en lo cultural que
provocan los medios (Oliveira Soares de, 1992), hasta autores que preconizan
una aceptación optimista del mundo audiovisual, sin abrir una discusión más
profunda sobre las implicancias de sus mensajes, las intencionalidades y desigualdades
comunicativas, siempre presentes en su construcción de la realidad. Sus ejemplos mas significativos han estado en
las denominadas “nuevas tecnologías” y en el como se presentan dentro de la
globalización mediática presentada por autores como, McLuhan (1969), Negroponte
(1995) y Piscitelli (1991)
De similar manera, se ha venido desarrollando toda una praxis en torno
al uso de los medios audiovisuales en la escuela, ya sea vistos como
tecnologías o como lenguajes, con amplias aplicaciones educativas y de
instrucción dentro y fuera de la sala de clases.[3] En algunos casos, tales usos han respondido a
un modelo basado en la información donde
los medios cumplen una labor de apoyo
instrumental o refuerzo de la enseñanza. El punto de discusión que se genera
aquí está relacionado con el cómo pensar sobre el medio en sí, mas
allá de su descripción como objeto de estudio, y que permita que el medio sea
objeto de su propia crítica (Mattelart, 1988). Una variante de este modelo
basado en la información ,es la visión desarrollista o funcionalista, donde los
medios son valorados en su rol de refuerzo en los procesos de modernización,
sin llegar a producir un pensamiento crítico que considere las condiciones de
conflicto estructural de nuestras sociedades (Huergo, 1997)
Para contrarrestar tal situación, y en la búsqueda de un proceso de
criticidad en la educación con y para los medios, se ha intentado un modelo
pedagógico crítico, que apunte a la formación de un sujeto crítico estimulado
en la reflexión y la toma de posición (Martínez de Toda, 1988) Las teorías
fundacionales de las cueles toma como fuentes, el modelo pedagógico crítico
serían la teoría crítica de la Escuela
de Frankfurt, la teoría crítico cultural del Centro de Estudios Culturales de
Birmingham, y la estructuralista, esta última contribuye de manera
específica en el ámbito semiótico.
(McQuail, 1994)
El modelo se
ha presentado como una alternativa educacional en la nombrada “educación
popular” más allá de la fronteras de la escuela, como es el caso del uso de la
imagen (Daza Hernández, 1986) y la comunicación popular radiofónica (Kaplún,
1985 y 1992). Desde el campo de la educación se reconoce, como perspectivas
teóricas influyentes, la pedagogía de Freire y su concepción problematizadora
centrada en el diálogo mediatizado por
el mundo (Freire, 1973 y 1986) En esa dirección Freire hace una contribución en
torno a la idea del valor interpelador
que tiene una pedagogía donde el diálogo no es solo un intercambio verbal sino
que se basa en “el pronunciamiento de la palabra” cuya culminación es la transformación del
mundo.
“La educación
como práctica de la libertad (...) implica la negación del hombre abstracto aislado, suelto desligado del
mundo, así como la negación del mundo como una realidad ausente de los hombres”
(Freire,1970:87)
Una variante presentada por Huergo (1997) en la pedagogía crítica, y
haciendo referencia a Kaplún, define un modelo participativo, con todas sus
formas educativas no formales y de participación comunitaria, donde los sujetos
participan de manera grupal en el diseño, producción y evaluación de sus
mensajes como “medios grupales de comunicación”, siempre y cuando la palabra,
como eje reflexivo tenga su centralidad, frente a los efectos de la imagen en
tanto signo y ubicación social, en su producción, y condiciones de recepción
(Huergo, 1997). Un punto fuerte de la discusión actual ha sido la idea que esto
no basta. Ya no solo es necesario formar sujetos alfabetizados, conscientes y
críticos frente a los medios; además ha de ser
un sujeto activo, creativo y con un talante social y pluralista
sostenido, capaz de negociar y construir consensos en comunidad. Aquí se agrega
un desafío para los educadores en comunicación, como es el ver a los medios
como uno de los foros para intercambiar y discutir las diferencias, y ejercer
el derecho a participar en la construcción de la cultura como creación
colectiva.
1.3. La educación para la recepción televisiva en la Escuela
Al iniciar este apartado conviene realizar una breve descripción del contexto en que se desenvuelto la experiencia en América Latina. El proceso de recepción que los televidentes realizan frente a la pantalla ha ido formando un campo reciente de estudio, con sus sombras y luces propias de la historia de la investigación latinoamericana en comunicación.
Las dos últimas décadas del siglo XX, con el impacto progresivo
y determinante de las innovaciones
tecnológicas en las formas de comunicación, la penetración y desarrollo de las
industrias transnacionales y locales del entretenimiento audiovisual en vastas audiencias de
consumidores de la región, teniendo en cuenta sus condiciones de acceso a la
oferta mediática, la exposición significativa a su carga cotidiana de mensajes,
los tipos de lecturas por ellos establecidas sobre medios y contenidos que
reproducen y promueven de manera uniforme, significados, valores y visiones
hegemónicas de mundo (Lozano, 1995),
todo ello ha hecho potenciar el avance del uso educativo de la
televisión dentro del aula, con un
cierto acopio de experiencias
significativas.
Si bien es cierto que los primeros esfuerzos se orientaron hacia la
alfabetización, teniendo como antecedente metodológico los procesos de
enseñanza de lectura y experiencias de educación cinematográfica con niños[4],
para el fomento del espíritu crítico y de la creatividad, otros enfoques se
propusieron hacer consciente la incidencia de la televisión en la forma en la
que las personas y los grupos perciben la realidad para contribuir a darle
sentido a la vida personal y comunitaria, confrontando los estímulos que
provienen de la pantalla chica, con aquellos que son propios de la cultura de
referencia de sus destinatarios. Se esperaba que el receptor construyera el
significado que se le propone y fuese capaz de demandar a la televisión.
De manera específica, es imprescindible referirse al esfuerzo pionero
de sistematización, sobre experiencias educomunicativas latinoamericanas en los
cuatro Seminarios realizados en: Santiago de Chile (1985), Curitiba (1986),
Buenos Aires (1988), para finalizar en Santiago de Chile (1991), donde
participaron alrededor de 20 entidades desde México hasta Chile, con
experiencias situadas en Organismos No Gubernamentales, en Universidades que
actúan en el ámbito de la Educación
Formal y No Formal. Lo central y rescatable de estos encuentros es el
progresivo acopio de información panorámica sobre los avances de la Educación
para los Medios, devenida en Educación para la Comunicación y su prospección
para los próximos 20 años, traducidos en una variedad de propuestas de trabajo
en distintos ámbitos como son: Lectura dinámica de los signos, Pedagogía de los
Audiovisuales, Recepción Activa, Lectura Crítica de la Comunicación, Educación
de la Percepción, Educomunicación (CENECA,1992)
Las convergencias resultantes fueron que todas estimulaban la
participación grupal, promoviendo la actividad productora de los participantes
en la comprensión de los mecanismos que utilizan los medios para generar su
producción y, también, en las formas de cómo estimular la expresión de sus
protagonistas y la creatividad grupal a través de juegos de simulación, en un
ambiente lúdico y un estilo docente centrado en el aprendizaje.
Por otra parte, los avances de las
experiencias incluyeron una idea que tuvo gran influencia, como lo fue
la massmediación, divulgada por Martín-Barbero, y que impregnó todo el discurso
político pedagógico audiovisual de la década de los 70 y 80, con su intento por
transformar, desde la recepción, las estructuras y sistemas de comunicación
(Orozco, 1992). Pero al paso de una
década se encontró con nuevas reflexiones complementarias, ahora sobre el valor
formativo que podía tener para los receptores una adecuada ideologización
frente a los mensajes de los medios, vistos en aquellos años como enemigos a
los que había que combatir. Los temores, según Fuenzalida (1990), eran la
privatización y monopolización de la información tanto en su producción como
distribución, acompañados al fracaso de los sistemas públicos de televisión. En
este trabajo Fuenzalida, al describir la nueva agenda de los 90 en el llamado
dramático de la Declaración de Lima,[5]
señaló las enormes dificultades que hay por construir una “Nueva Comunicación”,
con usuarios debidamente informados, organizados, educados y con plena
conciencia de un derecho a la participación a la vigilancia y a la exigencia de
reformas. El temor avizorado era “...el debilitamiento del Yo como sujeto
político y profesional capaz de
iniciativas transformadoras” (Fuenzalida, 1991:20-31)
El planteamiento elucida el marcado énfasis pedagógico crítico que
tuvo, y que sigue teniendo vigencia, en su preocupación original frente a los
dilemas que supone la masificación y propiedad de la comunicación medial. Como
puede observarse el esfuerzo innovador de la vertiente educación popular
liberadora, marcó hondamente en una necesidad de dar una coherencia a un
cuestionamiento crítico y activo como respuesta a la propuesta cultural de los
medios.
Sin embargo, esa pretérita imagen de un televidente visto como un
espectador, pasivo e inerme frente a lo que acontece en la pantalla, a un
perceptor no solo activo, sino también capaz de producir significados alternos
a los recibidos, nos ha llevado más a una profundización acerca del valor de la comunicación horizontal y participativa,
en el debate sobre la relación televidente con la televisión, y que puede ir
transformándose, cada día más, en un problema con interrogantes críticos sobre
el contexto, las condiciones de recepción, la producción de mensajes respuesta
y, construcción de sentido e identidad cultural.
Con el paso de los años, el trabajo de una educación para la
recepción permanece en la interrelación que el sujeto realiza frente a los
medios de comunicación y, en concreto, a
la televisión. En esa dirección, Tilburg
(1986) la presenta como un acto de
percepción, de interpretación y reinterpretación donde, además, las personas
desarrollan un tipo de identidad al reelaborar los mensajes que reciben . La
afirmación pone de manifiesto la influencia de las televisión en la producción
de significados en los receptores, pero por otro lado destaca la no pasividad
de receptor.
Subrayamos, entonces, la importancia que reviste la recepción como
instancia donde termina de concluirse un sentido comunicativo, sin excluir el
sentido y dirección de los mensajes propuestos por el emisor, pero estos deben
ser aceptados dentro de la polisemia del mensaje. La recepción es, pues, el
espacio donde se resuelve la comunicación y donde el receptor no nace, se hace.
Se constituye a partir de múltiples
aprendizajes en una diversidad de
escenarios sociales, experiencias y condicionamientos contextuales y
estructurales. En tal sentido, puede hablarse de una visión dinámica del sujeto
receptor, quien no está condenado a ser un receptor visualizado de una misma
manera toda la vida. En este caso nos
referimos mas explícitamente a la manera de exponerse del receptor ante la
pantalla, en los aspectos cuantitativo y cualitativos de su dieta televisiva, y
que viene a ser el aspecto medular de una cuestión largamente debatida en el
campo de estudios de recepción, con sus
obvias implicancias educativas.
En nuestro caso, lo que está en juego son las características
socioculturales del sujeto receptor juvenil, como segmentos de audiencias
agrupados de acuerdo a características
de edad, sexo, y pertenencia socio-territorial.
Ahora bien, el proceso de
recepción como tal contiene algunas
supuestos básicos para su aplicación en el mundo educacional en el
momento de considerar la recepción televisiva para su uso pedagógico en el
mundo de la escuela:
1.3.1. La recepción como proceso mediado.
Puede decirse que el proceso mismo de la percepción televisiva contiene un conjunto de
actividades mentales mediadoras como las que señalamos anteriormente (atención,
comprensión, asimilación, asociación, etc). En un análisis, sobre las
investigaciones de Anderson (1983) y Salomón (1982)[6]
sobre niños receptores televidentes, Orozco acota que:
“(...) se puede pensar en una doble reacción
entre atención y comprensión. Una posibilidad sería que la atención siguiera la
comprensión, pero otra es que la
atención es el resultado de la comprensión. En la medida que la comprensión del niño sea la actitud precursora no puede
hablarse de un receptor pasivo” (Orozco, 1987:64)
Como bien se constata, aquellas primeras observaciones sobre la
mediación cognitiva se ven hoy retroalimentadas con los aportes comprensivos de
una psicogénesis de los medios y una
educación para la comunicación, con
nuevos enfoques acerca del impacto cognitivo en el sujeto receptor,
especialmente infantil y juvenil, acerca de lo que se ha llamado una
alfabetización múltiple, su estructuración dislocada de la percepción[7],
y las exigencias de adaptación culturales, que involucra el acto perceptivo
audiovisual (Del Río,1996), lo que nos
obliga a un mayor acopio de investigaciones-acción educativas, a partir de las jóvenes
audiencias de televidentes que emergen a
comienzos de siglo. Surge pues
una “epifanía de lo material, de lo concreto, de lo sensible”, de
la que nos habla Ferrés (2000), al extenderse una nueva sensorialidad emergente
en las audiencias perceptoras del
espectáculo televisivo del siglo XXI
Es así como la televisión ha ido preparando todo un “andamiaje”[8]
para la comprensión de sus mensajes y,
que rompe de manera definitiva con la linealidad de la lectura de lo escrito,
obligando a una sintonía con un ecosistema interactivo en el que se combinan
tecnologías operantes en lo material y lo intelectual (Pérez Tornero,1994)
El problema estriba en que el
mundo de la escuela aún no acepta el reto de enfrentarse ante alumnos
experimentados en un “aprendizaje mosaico”, al decir de Moles, (1978) y en el
que no solo ocurre la fragmentación de los contenidos sino, además, la
fragmentación del propio acto perceptivo, en buenas cuentas, la manera
fulminante de aprehender conocimiento, y por consiguiente lo que a la
lecto-escritura (bastión de la cultura escolar) le significó siglos de
aposentamiento de sus sistemas de simbolización del mundo, hoy las dimensiones
físico-tecnológicas de la cultura mediática, especialmente cine y televisión y
su concepción del mundo informado y comprendido como imagen, lo consigue en
lapsos cada vez menores entre una generación y otra (Álvarez,1997)
Una educación de la recepción televisiva tendría que contemplar las
modificaciones en la onda perceptiva, en cuanto a hábitos para encadenar,
asociar, comparar y contrastar que los niños y adolescentes empatizados e
hiperestimulados tecnológica, sensorial y emotivamente con la interfaz lúdica,
“si no se mueve es aburrido”, que propone la pantalla. Detrás del planteamiento
hay toda una base motivacional en la recepción, que tiene un correlato próximo
con el aprendizaje y que nos dispone para
la acción de ser seducidos por el interés o el deseo (Ferrés, 2000)
1.3.2. La recepción como interacción
Visto el proceso de recepción como una relación tipologizada con el
medio, con el género, con el mensaje, con la cultura, con los grandes temas que
influyen en nuestra significación del mundo, corresponde aclarar las conceptos
principales de tal relación.
Martín Barbero
(1997) considera el género como la unidad mínima de comunicación en los
productos televisivos y que se orienta más en una visión de lo comunicable que
puede ser una marca audiovisual y como éstas se hacen visibles y analizables en
el texto. Jensen (1997), citando a Williams (1977) y a Carey (1989) señala que
los géneros se definen más allá de su composición como tal, y que poseen una
capacidad seductora y de representación, expresión y transmisión de prácticas
culturales en las audiencias receptoras invitándolas a tomar actitudes en los
mundos que cada género ofrece. El razonamiento está en consonancia con la idea
de género de Williams (1977) como forma expresiva y una manera de situar a la
audiencia en torno a tópicos u asuntos específicos (Jensen,1995). Fuenzalida (1997) a su vez agrega la idea del género como pacto previo de
lectura, con referencia a Jakobson (1981) que asigna al género el rol de canal
de contacto comunicativo y psicológico del televidente con la obra y, a la
concepción de Hjelmslev (1974) que lo define como la forma del contenido. Por
otra parte, la contribución de Bajtín (1982) quien otorga la centralidad al
enunciado como unidad mínima de significación y denuncia el
problema lingüístico que existe cuando hablamos de los géneros. Al
respecto Bajtín aclara que “ (...) el lenguaje
participa en la vida a través de enunciados concretos que lo realizan,
así como la vida participa del lenguaje de los enunciados” (Bajtín, 1999:251)
Y agrega otro concepto fundamental como el de
interdiscursividad de los géneros que
contiene la idea de la riqueza que hay
entre en la diversidad de géneros, como producto de la praxis humana, donde los
estilos de cada género responden a
funciones y condiciones socialmente
determinadas y que a su vez se identifican con comunidades culturalmente
delimitadas. Así vemos como aparecen distintas formas discursivas son
reconocidas socialmente a través del texto en una situación de
comunicación.
En la interacción tipoligizada del televidente con el texto televisivo
hay que considerar, además, la aportación de Velázquez (1992) en torno a la
noción de tematización. Esta autora especifica que el proceso de la acción
tematizadora es generado a partir del establecimiento de la agenda temática, lo
que conduce al debate público de los temas que han sido seleccionados,
jerarquizados y tratados por el medio de
comunicación a través de sus agendas textualizadas y estructuradas de manera
discursiva, en sus áreas temáticas que recorren todos los tópicos de interés
general de las audiencias. Se conjuga con la reflexión de Wilson (1993) al
referirse al texto televisivo y la generación de significados, basados en los
horizontes de expectativas que el receptor se plantea con el género y su forma,
deviniendo en uso de la televisión en
una variedad de “consumos genéricos” de acuerdo con quien y como se siente el
sujeto receptor, en un tiempo particular ante la pantalla.
Así las cosas, cualquier uso asignado, o interacción televisiva
realizada por los telespectadores para la satisfacción de una mezcla de
necesidades entre placer, distensión, curiosidad y entretención, presupone que
ellos han producido un significado con sus límites y organización. De esta manera vemos que es muy distinta la
rapidez para construir significados respecto de una serie que de una
telenovela. Ambos tipos de programas entregan exigencia distintas al receptor
para permitir su entendimiento y establecer una narrativa.
En una visión más amplia, Velázquez (1992) refiriéndose a la
contribución a la construcción de realidad que hace tanto la televisión como
sus espectadores, nos remite a la concepción de Altheide (1985) sobre el acto
de poder de los medios en sus procesos de producción de contenidos y, asimismo,
la posibilidad de los sujetos receptores
como “(...) interpretadores- creadores
de una realidad que contribuirá a formar el acervo cultural, la competencia
comunicativa de los pueblos, sociedades, etc” (Velázquez,1992: 22-23)
Tematizaciones que por cierto,
siguiendo a Agostini (1984), el sujeto
receptor también realiza, seleccionando y estructurando ejes temáticos, donde
reúne sus intereses y problemas centrales en busca de ser solucionados, en
definitiva, la “agenda building” o, agenda construida por el receptor.
Ahora bien, en el acto mismo de la recepción, el aporte teórico de
Hall (1980 y 1980b) respecto a los tipos de lectura que el receptor establece
frente al texto televisivo es esclarecedor para enfrentar tanto el proceso de
recepción como de producción en forma separada, y así identificar los procesos
de construcción de sentidos en cada uno de ellos. Hall (1980b) sitúa al
receptor desde donde está ubicado en las relaciones de poder frente a los
medios para enunciar y elaborar ya sea una lectura preferida, una posición o
lectura negociada o una lectura de
oposición. Cada una de ellas determinará una actitud frente a la pantalla, dependiendo
del grado de aceptación frente a los códigos hegemónicos de codificación. Al respecto, Hall señala refiriéndose al receptor, este realiza una lectura
preferida cuando “(...) toma
directamente y por completo el significado connotado por un telediario o un
espacio de actualidad, por ejemplo, y decodifica el mensaje en los
términos del código a través del que ha sido codificado”
(Hall,1980b:136) Al plantear la posición negociada del receptor, para este
autor ésta implica una doble actitud caracterizada por “(...) acordar la posición privilegiada a la
definiciones dominantes de los
acontecimientos, pero reservándose el
derecho de realizar un uso más negociado, ligado a condiciones locales” (Hall,
1980b:137)
Sobre
esta mismas precisiones, Grandi (1995) parafraseando a Hall agrega que la
lectura de oposición implica un sujeto que comprende la lectura elaborada que
se le propone, y que además la contextualiza dentro de un marco de referencia propio dentro de las
alternativas de lectura que se le proponen. Corresponde siempre a posiciones
que un receptor adopta en la forma de actitudes de aceptación o rechazo,
simpatía o antipatía, y que normalmente origina interpretaciones divergentes u
opuestas a las del emisor. Sobre este punto
Grandi, considera que tomando en
cuenta los tres modos de lectura propuestos lo sustantivo en el planteamiento
de Hall está en que “(...) los textos pueden modificar su
significado gracias a la actividad
interpretativa de la audiencia” (Grandi: 1995:129)
La contribución de Hall
(1980) nos abre una comprensión más amplia del fenómeno ya que, por una parte,
aparece el ámbito de lo micro, el contexto cotidiano que vive y maneja el
receptor y, por otra, hay un marco referencial mas macro de la vida cotidiana
de los televidentes, en la que están las relaciones estructurales sociales e
históricas de la recepción y que ofrecen un contexto complejo y contradictorio, ya que escapan al control
de los receptores. Nos interesa destacar al sujeto receptor en otras actuaciones
que lo distinguen como sujeto social inmerso en una cultura y partícipe de
otros procesos e interacciones mas allá del proceso de la recepción y, por
tanto, consideramos al sujeto receptor como múltiple agente social.
En tanto la televisión tiene un grado de influencia, especialmente
desde una perspectiva de institución, en la apropiación de significados por
parte de los receptores juveniles escolares, estos incorporan la “inmediatez”,
la “verosimilitud denotativa” y, la “apariencia” de realidad, como una
mediación y apropiación videotecnológica, al revés de su contraparte, la
escuela con su apelación a la autoridad, el prestigio académico, el poder del
conocimiento, e incluso las sanciones disciplinarias. He aquí una zona de
trabajo donde podemos explorar la interrelación entre mediaciones e interacciones,
que los adolescentes, sujetos receptores de nuestro estudio, realizan con
respecto a la escuela y la televisión, instituciones sociales y
significantes.
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Guadalajara, México. Universidad de Guadalajara.
[3] Sobre ello ha surgido abundante literatura descriptiva y analítica en habla castellana,
que recogen experiencias en el uso
educativo de la radio, televisión y el
video (Kaplún, 1985, 1992, 1998), (Perez
Tornero, 1994), (Aguaded, 1999), (Ferrés
y otros, 1991), (Ferrés, 1993, 1995),
(Vilches, 1988), (Gravis y Pozo,
1994), (Orozco, 1998), (CENECA,
1992), (López y Gómez Fries, 1997)
3 Cabe
destacar en este esfuerzo pionero el Plan DENI impulsado por la Organización
Católica del Cine y el Audiovisual (OCIC- AL) desde Ecuador en la década de los
70 y, que luego se extendió a toda Latinoamérica. Véase Ramos P. (2001) Tres décadas de
educomunicación en América Latina. Los caminos del Plan DENI, Quito, OCLACC
(Versión en CD)
[5] La Declaración de Lima:
Documento oficial “Por Una Nueva Comunicación”(1991) propuesto por la World Association for
Christian Communication WACC, y el Instituto para América Latina IPAL.
[6] Andersen y Salomon cit. por Orozco (1987:64)
[7]Al respecto, es interesante la asociación de Ford entre culturas
electrónicas y culturas orales y sus
nuevos desplazamientos en el imaginario cultural latinoamericano, donde las
estrategias de conocimiento que la televisión implanta, remite a la primacía
de lo concreto, lo kinésico, lo proxémico, espectacularizado y
profundamente internalizado en la matriz del mestizaje con sus rasgos de sincretismo, hibridación y
heterogeneidad multitemporal, como una cultura residual, previa al período
alfabetizador republicano. (Véase Ford, 1994: 33-41)
[8] Jerome Bruner utiliza la
expresión andamiaje, siguiendo y ampliando el concepto de Vygotsky de Zona de Desarrollo Proximal ,aquellas
conductas de los adultos destinadas a posibilitar la realización de conductas
del niño más allá de sus capacidades, (Bruner,1984:32)
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