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miércoles, 18 de abril de 2012

POLÍTICA Y ÉTICA DE LA SOLIDARIDAD EN MCLAREN: NOTAS SOBRE LA PEDAGOGÍA CRÍTICA Y LA EDUCACIÓN RADICAL


POLÍTICA Y ÉTICA DE LA SOLIDARIDAD EN MCLAREN: NOTAS SOBRE LA PEDAGOGÍA CRÍTICA Y LA EDUCACIÓN RADICAL


ZEUS LEONARDO

De joven, abriéndose paso a la vida en Toronto, Canadá, durante los turbulentos años  de la contracultura de los sesenta,  Peter  McLaren estudió  arte  dramático y drama  isabelino  antes  de dejar  la universi- dad para trabajar durante cinco años como maestro de escuela en el Jane Finch Corridor, área que concentra la mayor cantidad de pro- yectos de vivienda pública  para  familias de bajos recursos  de Cana- dá. Su lucha por mejorar las condiciones de enseñanza y aprendiza- je en las escuelas, así como  también su activismo político  en pro de las nuevas  poblaciones de  inmigrantes de  las Antillas  y el sudeste asiático, lo llevaron  a publicar su primer libro: Cries from the corridor: The new suburban ghettos, un diario  de sus experiencias docentes. El li- bro  no  tardó  en  convertirse en  un  best-seller  en  Canadá, desatando una  controversia nacional sobre  el estado  de las escuelas  y los cam- bios demográficos de la población.
Tras la publicación del libro,  McLaren  había  aceptado una  licen- cia de su actividad escolar de la junta directiva del distrito escolar con el fin de emprender estudios de doctorado en el Instituto de Ciencias de la Educación de Ontario, perteneciente a la Universidad de Toron- to, cuando se enteró poco después  de que la junta misma había  deter- minado prohibirle volver a enseñar en cualquier escuela de la zona ur- bana  desfavorecida. McLaren  decidió  entonces dedicarse de lleno  al trabajo  teórico, inspirado en  el trabajo  del  filósofo  brasileño Paulo Freire  y por  un  seminario al que  asistió durante el verano,  dictado por Michel Foucault.  En 1985, cuando le resultó  virtualmente impo- sible encontrar un trabajo  de tiempo completo en las universidades canadienses, Henr y Giroux  lo  invitó  a sumársele en  el Centro de Educación y Estudios  Culturales de la Facultad  de Educación y Pro- fesiones Afines de la Universidad de Miami en Ohio,  donde McLaren llegó  a desempeñarse como  director asociado.  Tras  una  extensa  y prolífica  colaboración con Giroux,  en 1993 McLaren  dejó el centro para sumarse  a la Facultad  de Posgrado en Estudios de la Educación y la Información de  la Universidad de  California en  Los Ángeles, donde enseña actuaalmente.
Es posible escribir acerca de la obra de Peter McLaren  desde posi-

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ciones muy variadas; de hecho, es posible  concluir que escribir  acer- ca de él es una tarea imposible, en el sentido derridiano del término. Por un lado, su trabajo  académico tiene  lugar y opera  dentro del ma- terialismo histórico;  porque sería inexacto suponer que  sus publica- ciones  más recientes señalan  algo así como  un  retorno al marxismo (véase McLaren,  2000). En las múltiples  ediciones de La escuela como un performance ritual (1993) y La vida en las escuelas (1989), su análisis de la educación cobra  forma  merced a las críticas  que  realiza  de la economía política  de los gestos y rituales,  del deseo,  y recientemente del capitalismo global (véase McLaren,  2000). En resumen, McLaren nunca se alejó del marxismo. Por otra parte,  su compromiso teórico  (y estamos hablando principalmente de un teórico) se extiende a lo lar- go de diez años de influencia freireana, confrontaciones con el posmo- dernismo, los estudios  sobre  la condición blanca  y los estudios  cultu- rales. Con todo esto en mente, representar a McLaren me parece  una parte  indisociable de enseñarlo.
En el campo  de la pedagogía crítica,  su influencia se deja  sentir claramente. Junto  a las de Freire  y Giroux,  su contribución a la crea- ción de esta nueva subdisciplina quizá sea su logro académico más re- sonante. En sus escritos, descubrimos que la teoría  crítica de la educa- ción es parte  indispensable de la solidaridad y la emancipación social. Al representarlo de esta forma, resulta posible evaluar su influencia en el desarrollo intelectual del  campo  educativo  en  su conjunto, obte- niendo por resultado que las sugerencias programáticas de McLaren salgan a la superficie, permitiendo a los educadores captar  sus ideas más originales en vez de aprender acerca  de las distintas  influencias presentes en  el desarrollo de  su pensamiento. Esta estrategia evita también cualquier reducción de su obra  a la promoción de una  na- rrativa  o de  un  autor.  El presente capítulo, entonces, delineará las eclécticas  contribuciones de McLaren  a la pedagogía crítica,  evalua- rá su conceptualización de la educación radical  y también su marco de referencia general para la revolución de la vida social.
En un capítulo de Critical pedagogy and predator y culture (1995) in- titulado “La pedagogía crítica  y la pragmática de  la justicia”,  Peter McLaren  esboza los principios comunes que  él percibe en la peda- gogía crítica. Sus tesis al respecto incluyen  once  puntos:
1. Las pedagogías deben constituir una  forma  de  crítica  social y cultural.
2. Todo  conocimiento está fundamentalmente mediado por  rela- ciones lingüísticas  social e históricamente constituidas.


3. Los individuos  mantienen con el resto de la sociedad  una  rela- ción de sinécdoque, por medio  de tradiciones de mediación (la familia, los amigos,  la religión, la educación formal,  la cultura popular, etcétera).
4. Los hechos  sociales nunca pueden ser aislados del dominio de los valores o de las formas  de producción e inscripción ideoló- gicas.
5. Las relaciones entre concepto y objeto  y significante y significa- do no son inherentemente estables ni están trascendentalmen- te fijadas, viéndose a menudo mediadas por los circuitos de pro- ducción capitalista,  el consumo y las relaciones sociales.
6. El lenguaje desempeña un papel  central en la formación de la subjetividad  (tanto consciente como inconsciente).
7. En toda  sociedad,  ciertos  grupos  son innecesaria y a menudo injustamente privilegiados  con respecto a otros,  y si bien  la ra- zón de tal privilegio puede variar ampliamente, la opresión que caracteriza a las sociedades contemporáneas se ve fuertemente asegurada cuando los subordinados aceptan su estatus social co- mo un elemento natural, necesario, inevitable  o heredado de la fatalidad  histórica.
8. La opresión tiene  muchas  facetas,  y concentrarse sólo en  una de ellas a expensas  de las demás  (por ejemplo, en la opresión de clase, ignorando el racismo) a menudo omite u oculta sus in- terrelaciones.
9. Tenemos por  delante un  mundo nunca visto de relaciones so- ciales, donde el poder y la opresión no puedan entenderse me- ramente en términos de un cálculo  irrefutable de sentido liga- do a condiciones de causa y efecto.
10.  La dominación y la opresión están implicadas  en la contingencia radical del desarrollo social y en nuestras respuestas a él.
11.  Las prácticas  de investigación dominantes están general e invo- luntariamente implicadas  en  la reproducción del  sistema  de clases, de raza y la opresión de género.

A lo largo del presente trabajo,  organizaré mi síntesis en función de estas once tesis de McLaren. No obstante, no prestaré a todas igual atención, sino más bien destacaré los puntos centrales de su filosofía, tales  como  la tensión productiva entre  materialismo y representa- ción, o sus equivalentes analíticos  en la crítica de la ideología y el aná- lisis del discurso.


La pedagogía crítica de McLaren  sostiene  que la escolarización es una  práctica  social y cultural. Se trata  ante  todo  de un  proceso  de socialización,  una  introducción a un  modo  de  vida y una  política cultural del aprendizaje. Como  tal, en tanto  fenómeno social, la es- colarización supone la inculcación de valores, recordándonos la in- sistencia de Freire  (1994) en el hecho de que la enseñanza es siem- pre directiva.  McLaren  sitúa la socialidad  de la “vida en las escuelas” como un espacio de lucha  por la organización material y los regíme- nes de representación. Algunas de sus preguntas centrales son: ¿Con qué fundamentos justificamos nuestra pedagogía? ¿Qué tan inclusivo de otras  voces es nuestro discurso,  y a los intereses de quién  sirven nuestros métodos?  ¿Es nuestro discurso  flexible  o rígido  al cambio?
¿A las transformaciones? ¿Qué tan importantes son las cuestiones de justicia social y derechos humanos en nuestro trabajo?
Con una  política  socialista en mente, McLaren  alienta  a los maes- tros a asumir el papel  propuesto por Giroux  (1988) de “intelectuales transformadores”. Usando  un sentido gramsciano del “intelectual or- gánico”,  el intelectual transformador de McLaren  vincula el conoci- miento a la práctica  de la liberación. Esta posición  es distinta  del sen- tido   común  del   intelectual  como   una   posición    profesional. Asimismo, enseñar no es sólo una vocación profesional, sino también praxeológica. El intelectual de McLaren es un mediador de la vida so- cial  y cultural, no  un  funcionario de  las  instituciones educativas. McLaren  (1991a) aclara:

Los intelectuales transformadores son sujetos móviles sensibles a los contex- tos cambiantes de la vida social contemporánea. El intelectual transformador está comprometido en el acto de lucha —una política cultural, si se quiere— que busca nuevas formas de identidad y subjetividad,  en el contexto de una profundización de la democracia (p. 149).

Un  maestro que  procura desmantelar la opresión es un  ejemplo del  intelectual de  McLaren,  pero  no  el único.  Un  intelectual debe practicar la phronesis, o sentido común estratégico, para  alcanzar  la esencia  de  las formaciones sociales y culturales (McLaren, 1992, p.
17). No obstante, McLaren  es consciente también de  la naturaleza impuesta de los metarrelatos que los intelectuales ponen en marcha cuando hablan por los oprimidos.
Crítico,  pero  lejos de ser desdeñoso, de las teologías  modernistas del progreso científico, los determinismos y los reduccionismos (de


los que la ortodoxia marxista  es un buen  ejemplo), McLaren  se com- promete seriamente con  las innovaciones posmodernas, producien- do su propia línea  de “posmodernismo crítico”. En un trabajo  escri- to con  Giroux,  McLaren  (1986) retoma la noción foucaultiana del “intelectual específico”,  aplicándola a educadores cuya pericia  resul- ta socialmente específica y culturalmente efectiva dadas las condicio- nes en que se encuentran. McLaren  señala la inadecuación del inte- lectual específico, ya que no puede dar cuenta del cambiante terreno de  subjetividad  dentro del  desarrollo del  capitalismo tardío, una subjetividad  que se produce dentro de los antagonismos determina- dos por  la economía. Para McLaren  (1998b), la dialéctica  entre un intelectual orgánico y un  intelectual específico  representa la ten- sión  del  trabajo  radical  que  intenta resolver  un  “intelectual fron- terizo” (p. 369). Globalmente, un educador reconstruye la totalidad de la vida social aparentemente fragmentada. El capital,  el racismo mundial y el patriarcado, que  no conocen nacionalidad, empujan a los trabajadores de la cultura a relacionar la alta y la baja cultura, la academia y el bazar,  la ópera  y Oprah. El quijotesco intelectual de McLaren  convive  con  fuerzas  cotidianas, entendiendo  que  nunca existe una  separación nítida  entre el conocimiento de élites y el de masas. Al mismo  tiempo, McLaren  es consciente también de que  lo global  encuentra su descanso  provisional  en  los espacios  locales. El trabajo  de la crítica  radical  es trazar  el influjo  de las fuerzas globa- les sobre  los espacios  particulares, de cuya amalgama fluye nuestra noción de esa totalidad a la que llamamos  “sociedad”.
Más aún, un crítico cultural reconoce que las culturas  están en un constante estado  de lucha  por el significado.  O, siendo  más específi- cos, que la cultura asume las estructuras de un discurso en el que los poderes de significación del lenguaje la vuelven inteligible, o en al- gunos  casos, incluso,  la distorsionan. Stuart  Hall (1997) concuerda con  esta idea  al describir el discurso  como  una  “política  de repre- sentación” general, un régimen de sentido que introduce una clau- sura final y a menudo es pasible de ser caracterizado como un cam- po de lucha  por la supremacía. A diferencia de Foucault,  Deleuze  y otros  “intelectuales  que  se  niegan a   mismos”  (Spivak,  1988), McLaren  todavía cree en la capacidad de intervención del educador. Rechazando un abordaje lúdico de la cultura como un mero  espacio de placer,  o de goce, trabaja  desde  una  teoría  de la cultura conflicti- va. McLaren  (1991a) explica: “Dentro  de la perspectiva crítica, la cul- tura  es un  sitio de dislocación, ruptura y contradicción, un  terreno


de lucha por estructuras práctico-discursivas multivalentes de poder” (p. 144). Más acorde con la noción sociológica  de cultura que con la antropológica, McLaren  construye  una  definición de  cultura como espacio discursivo que se parece  mucho a las estructura del lenguaje sin sustraerla de las relaciones de producción.
La cultura no es una colección de artefactos sino más bien un apa- rato representacional donde se construyen los sujetos y objetos de los enunciados lingüísticos:  quién  habla  y a quién  se habla.  Dicho  de otro  modo,  para  McLaren  la definición lúdica  de cultura resulta  in- suficiente, ya que  iguala  los diferenciales de poder hasta  un  común denominador sin medida, como si el poder del oprimido fuese equi- parable al del opresor en términos de una  relación de fuerzas. Esta ley de equivalencia niega  la producción de políticas  culturales, o la lucha  por  el significado  que suele tener lugar  en un contexto de re- laciones  materiales asimétricas.  El intelectual tiene  por  privilegio  y carga la tarea  de reorganizar los elementos dispersos  de cada forma- ción  social para  intervenir frente a la incertidumbre. Linda  Alcoff (1995) dice otro  tanto  cuando escribe:

Decir que la locación  estriba en el significado  y la verdad no es lo mismo que decir  que  la locación  determina el significado  y la verdad.  La locación  no es una  esencia  fija que  otorgue autorización absoluta  al discurso  de un  indivi- duo,  a la manera en que el favor divino daba  autoridad absoluta  al discurso de Moisés (p. 106, cursivas en el original).

La lucha  por  el significado  es un  lugar  político  que  McLaren  no duda  en negociar sin importar el hecho de que su voz pueda ser un medio  privilegiado para  tal menester. De un  modo  no muy distinto del de Alcoff, comprende que hay demasiado en juego para  abdicar de su papel  como intelectual por el mero  hecho de que ésta sea una posición  privilegiada  e institucional. A pesar  de Foucault,  McLaren deja una marca, una huella  imborrable en su significado  sin determi- narlo  (véase Foucault,  1991; Said, 1979).
Según McLaren,  la cultura es un campo  dentro del cual las prácti- cas no son inocentes y jamás dejan de estar mediadas por la lucha por el poder. En esto sigue a Foucault  (1978, 1980), quien  nos recuerda que el resultado de la lucha contra los regímenes de poder engendra poder, no  escapa  a los circuitos  de poder. Cuando los activistas por los derechos civiles se levantaron contra el establishment estaduniden- se en los años sesenta,  por ejemplo, no quedaron “fuera” de las rela-


ciones  de poder. Antes bien,  las redireccionaron, se apropiaron de ellas o las reutilizaron para  sus propios propósitos radicales.  Desde un  marco  de referencia freireano, McLaren  recalca  que  “la cultura nunca está despolitizada, se mantiene siempre  ligada a las relaciones sociales y de clase que  le dan  forma”  (1994, p. 200). McLaren  com- prende demasiado bien las relaciones asimétricas  entre la cultura de la pobreza y la cultura del privilegio,  por  ejemplo. La cultura se ins- cribe por medio  de los modos  de producción que le proveen sus ma- teriales y hacen posible su objetivación, así como también de las rela- ciones  lingüísticas  en que los sujetos de clase encuentran su sentido del ser en tanto  trabajadores o propietarios de la economía. En tér- minos  de escolarización, la cultura de la clase trabajadora carga con las marcas de las contradicciones que limitan  su propio horizonte de comprensión (Willis, 1977).
Para McLaren,  todo conocimiento está fundamentalmente media- do por relaciones lingüísticas  que están inevitablemente social e his- tóricamente  constituidas. Expresado según  la perspectiva de  Bour- dieu,   el  estatus  diferencial entre  los  capitales   lingüísticos   de  los estudiantes distorsiona las historias que cuentan por medio de su len- guaje. Al tiempo que los relatos representan modos específicos de co- nocer  el mundo, las relaciones lingüísticas  establecen lo irrepresen- table  de  cierto  conocimiento del  mundo,  silenciándolo. El relato subalterno está saturado por  regímenes de conocimiento que  vuel- ven problemático afirmar  una  auténtica representación subalterna, libre de los efectos distorsionadores de la cultura dominante (Spivak,
1988). Usando  un análisis foucaultiano, McLaren  se apropia del ne- xo entre poder y conocimiento para explicar  que en tanto  el lengua- je es una estructura de mediación crucial empleada por las personas para  dar sentido a su mundo, el conocimiento resultante del proce- so de significación está inherentemente implicado en el conflicto  por el poder.
Internándose  en  la  deconstrucción, McLaren   sitúa  también la manera en  que  el lenguaje constituye  voces que  son portadoras de contradicción. Como  tales, las personas adoptan distintas  posiciones de sujeto ideológicamente incrustadas en las gramáticas  sociales. Tra- dicionalmente, las historias  dominantes han  absorbido la voz coloni- zada, pero  nunca han  podido escapar  a su alteridad radical,  a su ca- pacidad de suplementar la identidad del colonizador (véase Memmi,
1965). Los últimos  avances de los discursos  poscoloniales han  logra- do quebrantar la dominación colonial,  revelando las voces de los co-


lonizados,  su capacidad de  subvertir  el sujeto  colonial.  McLaren  se suma  a este movimiento privilegiando aquello  que  Foucault  llama los “conocimientos subyugados”,  sin dejar  de mantener la diferen- cia entre y dentro de las voces colonizadas. El resultado es que  un proyecto  semejante conduce a la descolonización de los relatos que los estudiantes viven y se cuentan entre sí. Dicho esto, McLaren  se mantie- ne crítico también frente al discurso poscolonial, advirtiendo en él una creencia desmesurada en la autonomía del campo  cultural, indepen- dientemente de la impronta determinante de la economía política, co- mo si la significación quedara fuera del problema de la producción.
Al respecto, McLaren  sostiene  que  los individuos  mantienen una relación de sinécdoque con la sociedad  mayor por medio  de tradicio- nes de mediación (por ejemplo, la familia, los amigos, la religión, la educación formal y la cultura popular). La naturaleza social y discursi- va de la experiencia es una instancia  ecosistémica  que discute constan- temente en su obra.  Si bien  acuerda con el interés  que las feministas conceden a la experiencia como  punto de partida de todo  proyecto político,  añade  a ello que la experiencia nunca habla por sí misma, si- no mediada por ideologías, teorías o problemáticas. Los sujetos socia- les deben traspasar  la idea  de la experiencia como  algo personal e inocente, e interpretarla en el ámbito  del poder con la ayuda de los discursos  críticos.  Instituciones mediadoras como  la familia,  la reli- gión  y la educación filtran  la experiencia de modo  tal que  determi- nan  en los alumnos disposiciones, muchas  de las cuales permanecen libres  de todo  cuestionamiento o análisis. Apropiándose de las teo- rías de Bourdieu, Willis y Giroux,  McLaren  concede a la experiencia sólo una  relativa autonomía, recordándonos la verdad  contenida en el concepto acuñado por  Raymond  Williams (1977) de  “estructura del sentimiento”. Dicho esto, la experiencia no se reduce meramen- te a un  estatus  ideológico. Antes  bien,  Giroux  y McLaren  (1992) sostienen que la experiencia se construye  activamente con sistemas de  valores  y códigos  incrustados en  aquello  que  llamamos  “reali- dad” (p. 12). La experiencia nunca habla  por  sí misma, sino que  se inscribe,  por  ejemplo, dentro de los discursos  constitutivos  que  pro- ducimos  para  transmitirla; de hecho, nos vemos obligados  a hablar por ella. McLaren  matiza la noción de una capacidad de actuar  sin lí- mite,  de una  experiencia totalmente autónoma de la historia,  intro- duciendo la  noción de  un  cuerpo/sujeto intersubjetivo, material- mente encarnado (McLaren, 1986; véase también Biesta, 1995).
De allí que McLaren  plantee que los hechos  sociales nunca deben


ser aislados del dominio de los valores o removidos  de las formas de la producción ideológica en términos de inscripción. La ideología se cuela  en  cada  decisión  que  tomamos, desde  las palabras  que  elegi- mos movilizar para dar sentido a nuestro mundo (véase Freire y Ma- cedo,  1987) hasta  las políticas  con  que  administramos nuestras es- cuelas.
En diametral oposición a los objetivistas, McLaren  (1989) hace un denodado esfuerzo  por  desmitificar la política  admitiendo la suya propia. En  su escritura, reconoce que  su condición blanca,  como construcción racial,  le ha valido poderes no  habilitados a las perso- nas de color, marginalizadas. McLaren  intenta deshacerse del privile- gio que no buscó y le fue dado.  Rechaza la autoridad depositada por la sociedad  en la condición blanca  y en la masculinidad. Plantea  in- cluso la posibilidad de considerar también a la condición blanca  una etnicidad, en tanto  la condición blanca,  como centro, ha relegado la etnicidad al estatus del Otro,  menos  puro  que el blanco  y exótico  só- lo en comparación. A tal punto se posiciona McLaren  contra la con- dición  blanca,  que rechaza  identificarse con esta forma colonizadora de subjetividad,  al tiempo que  admite  la realidad de su posición  es- tructural ventajosa  y los inmerecidos privilegios que  con ella vienen (McLaren, 1997; véase también Leonardo, 2002).
Que  McLaren  sea blanco  es un  “hecho”  socialmente construido, pero  él sostiene  que  la condición étnica,  de  género y clase de  una persona no garantiza su posición  política.  Los sujetos sociales poseen una  autonomía relativa que  les permite elegir  los valores que  sirven a la justicia y a la humanidad. McLaren  insiste en que la solidaridad con las personas concretas sir ve de prerrequisito para  una  ética fun- dada  en  la justicia universal.  La posibilidad de liberarnos reside  en un compromiso dialéctico  y crítico con los otros. Así ubica a los valo- res en un estado de negociación constante, y no como un tatuaje  que llevamos marcado en nuestras pieles blancas, marrones o negras. Pre- guntas  del estilo “¿qué ha hecho de mí la sociedad  que  ya no deseo ser?”, liberan la propia identidad de las murallas  de sus inscripciones y adscripciones sociales. Un reconocimiento crítico de los otros como una  instancia  constitutiva de la propia subjetividad  nos permite fun- dar matrices de intersubjetividad con la gente,  que no sean de depen- dencia  sino de interdependencia (véase Leonardo, 2000). Dentro de la invocación del “yo” hay una  marca  del otro.  “Hechos”  sociales ta- les como las adscripciones pueden ser redireccionados hacia un pro- yecto  de  emancipación sólo  después  de  un  entendimiento total  y


completo de  las fuerzas  sociales  que  condicionan el desarrollo de nuestra identidad. De hecho, McLaren  emplea  su identidad como parte  de, y no aparte de, sus alianzas con los oprimidos. En síntesis, la solidaridad no  requiere que  le pidamos  al otro  documentos de identidad (McLaren, 1998b).
Dado que el discurso, al igual que el significado  mismo, está en un estado de negociación constante, McLaren privilegia la formación de la subjetividad  por sobre la identidad. Reaccionando contra el hincapié que  hace  la lógica  formal  en  la ley de  identidad, Giroux  y McLaren (1992) sustituyen  subjetividad  por  identidad, con el fin de destacar  el carácter contingente de nuestras posiciones sociales. Mientras  que  la identidad ha sido tradicionalmente construida como algo fijo y estable, la subjetividad se ve constantemente moldeada y vuelta a moldear a tra- vés del discurso. Las distinciones que establecen Giroux y McLaren son significativas, y merece citárselas en extenso:

Empleamos el término “subjetividad”  aquí,  como  distinto  del de identidad, en tanto  nos permite reconocer y abordar los modos  en que  los individuos dan  sentido a sus experiencias, tomando en  cuenta su entendimiento con- sciente  e inconsciente, y las formas culturales disponibles por medio  de las cuales estos entendimientos se ven constreñidos o habilitados. El término “identidad”, por  el contrario, implica  la existencia  de una  esencia  inmuta- ble con  independencia del rango  de discursos  puestos  a disposición de los individuos.  Es decir,  el término identidad insinúa  un sujeto soberano, unita- rio y autoconstituido, cuyas características autónomas y primordiales son de naturaleza prediscursiva y se constituyen supuestamente fuera  del lenguaje, la historia  o las relaciones de poder (p. 14).

La cita no sugiere, por parte  de McLaren,  un rechazo de la noción de formación de la identidad. Las políticas identitarias siguen siendo muy importantes en lo concerniente a la autoactualización frente a la necesidad de reconocer el modo  en que distintos  grupos  de perso- nas han  sido  oprimidos sobre  la base  de  su identidad. Antes bien, McLaren  nos urge  a encontrar un suelo común donde negociar po- líticas de emancipación, uno  que incluya el discurso  de la identidad pero  dando también un paso más allá. De hecho, McLaren  retoma la noción de la política  de posición  de Kearney. La solidaridad se afir- ma a sí misma en el ámbito  de la ética con prioridad sobre  la epis- temología y la ontología. Antes que preguntar “¿quién eres?”, la so- lidaridad pregunta “¿dónde  estás?”. Posicionándose del lado de los


oprimidos en el fragor  de la lucha,  uno  responde “estoy aquí y para ti”. Se trata de un sutil giro de lenguaje, pero uno en el que McLaren cifra la esperanza de construir la solidaridad (McLaren, 1998).
McLaren  destaca la función del lenguaje en la formación de la sub- jetividad.  Su utilización estratégica del incisivo hallazgo  de Joan Scott ilumina  este asunto:  “La experiencia es la historia  de un sujeto. El len- guaje es el lugar donde se representa esa historia” (citada en McLaren,
1994b, p. xxvi). Para McLaren,  el lenguaje es un factor de mediación decisivo en la conformación de la subjetividad.  En primer lugar,  crea un significado a partir  de la experiencia, constituyendo al mismo tiem- po parte  de la propia experiencia. En segundo lugar, el lenguaje es re- lacional;  construye  las relaciones que  establecen y negocian entre sí emisores  y receptores. El vernáculo que  se emplea  para  relacionarse con otro estructura la interacción simbólica entre los participantes en una “conversación” heteroglósica. En tercer  lugar, el lenguaje está im- plicado  en el dominio del poder. El debate actual  entre alfabetizado- res culturales y alfabetizadores críticos enfatiza la verdad de la máxima de Macedo y Freire: “leer la palabra es leer el mundo”. En su reseña  de la obra de Freire y Macedo sobre la alfabetización social, podemos oír a McLaren (1991c) preguntarse: “¿En qué mundo elegimos participar?
¿En el de  los alfabetizadores culturales, basado  en  la política  de  la homogenización y la dominación, o en el de los alfabetizadores críti- cos, basado en la diferencia y la liberación?”
Al construir una misión con y no por el otro,  McLaren  desarma la falsa dicotomía entre objeto  y sujeto  de la historia.  En uno,  él ve la constitución del otro.  Reaccionando contra el estructuralismo saus- sureano, McLaren  asesta un golpe de muerte al argumento de que el significado esté fijado, alineándose junto a los postestructuralistas crí- ticos que  cuestionan la existencia  de los significantes  “trascendenta- les” modernistas, sin por ello abdicar  de la responsabilidad de articu- lar una  posición  contra la explotación y la opresión humana. Consecuentemente, McLaren  rechaza  cualquier noción de “canon” y “obras maestras” que según  los esencialistas  y los vitalistas trascende- rían  la especificidad histórica  de las obras.  Foucault  ha cuestionado ya la noción misma de “autor”. Sin embargo, McLaren critica tanto  al estructuralismo y al posmodernismo por haber construido teorías  de la historia  sin sujetos, el primero mediante la “cientificidad” del len- guaje,  y el segundo mediante su desprecio del  sujeto  cognoscente. Los postestructuralistas, en particular, recalcan la textualidad y el “jue- go” perpetuo del lenguaje a expensas  de los procesos  materiales que


proveen las precondiciones de  todo  uso  del  lenguaje. Scatamburlo- D’Annibale  y McLaren  (en prensa) asestan un golpe decisivo a la tesis de que el lenguaje mantiene una relativa autonomía respecto de las relaciones de producción. Según  McLaren,  estos pensadores de van- guardia se privan de contribuir radicalmente a una política  de libera- ción  en  tanto  asumen, pese  a la desilución de  Marx, que  pueden combatir frases con  frases. Se quedan cortos  a la hora  de llevar la teoría  hacia la praxis crítica, algo que ofrece,  comparativamente, la teoría  marxista.
La dominación es una  totalidad de relaciones. Tradicionalmente, la producción académica la ha considerado un concepto no proble- mático  y no discursivo. Con el surgimiento de una  obra  crítica tanto en política  cultural como en pedagogía, el discurso  de la hegemonía ha usurpado el sitio privilegiado que ocupara el discurso  de la domi- nación. Analizada  sistemáticamente por  Antonio  Gramsci (1971), la hegemonía complejiza  la  noción de  control describiéndola como una  lucha  por  la obtención y el mantenimiento del consenso de los grupos  subordinados. A raíz de ello, el concepto de dominación no ofrece  ya una  evaluación  adecuada o completa de la naturaleza del control, que ahora, según Giroux  (1971), pasa a ser discursivo y a es- tar lleno  de contradicciones internas. El trabajo  de Gramsci sobre la lucha  por  la hegemonía se infiltra  en buena parte  del pensamiento de McLaren,  sin deshacerse del origen marxista que, tal como nos re- cuerda Hall (1996), representa la problemática central de Gramsci. En  la era  de  la “lógica  cultural del  capitalismo tardío”  (Jameson,
1991), la opresión no sólo se presenta en su forma coercitiva (no de- beríamos olvidar aquí que Gramsci también analizaba  esta faceta), si- no que preferentemente funciona en el nivel del sentido común. Los valores hegemónicos del capital  atraviesan  cada aspecto  de una  cul- tura posmoderna fragmentada en campos de lucha entre producción y consumo. En cualquier sociedad,  la cultura hegemónica se alza con el consenso por  medio  de un complejo conjunto de aparatos, entre los cuales se cuenta la escuela.  A su vez, los grupos  subordinados in- ternalizan (si bien  nunca por completo) estas normas.
Lo que  Gramsci  aporta a la revolución cultural es una  particular insistencia  en las posibilidades del desarrollo de la capacidad de ac- tuar  de los sujetos. La dominación nunca es completa, sino siempre parcial  y en negociación constante. McLaren  (1989) agrega  que  los educadores deben aprender a diferenciar entre las distintas  formas hegemónicas, algunas  de las cuales no parecen ligadas a la nefasta


presencia de la opresión. Que un discurso  alcance  un estatus hege- mónico no implica  que sea dominante. Una hegemonía construida en  torno de  una  democracia radicalmente contingente  no  puede contentarse con  invertir  el statu quo revirtiendo el flujo directivo  de la opresión, dando lugar así a un nuevo esquema de opresores y opri- midos.  McLaren  señala  que  la naturaleza indicial  de los regímenes lingüísticos  impide  encontrar modos  radicales  y utópicos  de  cons- truir  un discurso  en torno de una  “verdadera”  democracia. Esto nos recuerda el concepto acuñado por  Bachelard de “ruptura epistemo- lógica”, lo que nos sugiere que las transformaciones ocurren por me- dio de un cambio sustancial en la problemática, más que por la inver- sión de los polos, lo que mantiene intacta  la lógica previa.
La interpretación que McLaren ofrece de la noción de hegemonía proyecta  la universalidad del sentido común de un  modo  similar  al de la teoría  de la ideología de Althusser (1971). Para Althusser, al igual que el inconsciente, la ideología persiste  en todas las sociedades, in- cluso las comunistas. La ideología representa las relaciones que el su- jeto establece  con las verdaderas relaciones y no una distorsión de es- tas  últimas.   De  igual  modo,   para   McLaren   la  hegemonía  es  la relación vívida que  se establece  con  el sentido común, de lo que  se desprende que no todas sus variedades  tienen por qué resultar nece- sariamente amenazantes. Más allá  de  que  el  sentido común deba siempre  ser cuestionado, no podemos escapar  totalmente de él. Así, al igual que la ideología, la hegemonía no tiene  afuera.  El sujeto que piensa  por  medio  del sentido común da por  sentado ciertas caracte- rísticas de la vida social moderna. Fiel a Gramsci,  McLaren  sostiene que  las  luchas  contrahegemónicas son  revoluciones  sin  una  con- clusión,  un  movimiento perpetuo de emancipación cada  vez mayor por medio  de la autorreflexión crítica.
Una consecuencia de la sofisticación  que muestra el estado  actual de opresión es su encubrimiento de las formas cosificadas. Si bien el feminismo temprano puso gran  atención a la división sexual del tra- bajo, las feministas  radicales,  en su mayoría mujeres  blancas de clase media, lo hicieron en detrimento de las disparidades de clase y de raza. El resultado fue la esquizofrenia ideológica de las “feministas  racis- tas”. Por si fuera poco, las maestras  feministas que reafirman la expe- riencia  de sus alumnas  en tanto  mujeres  ignorando la condición de clase de ambas, pueden muy bien  representar la corrección pedagó- gica, pero  la total  incorrección ideológica (véase  Giroux  y Simon,
1989). En un  intento por  presentar un  retrato más complejo de la


opresión, McLaren  implica a los oprimidos en tanto  participantes de su propia opresión. Introduciendo el argumento de la complicidad, abre  los intersticios para  que  se cuele  la capacidad de actuar  de los sujetos. Si se considera que los oprimidos son parte  activa de su pro- pia opresión, entonces es posible que luego redirijan su actividad ha- cia la liberación. McLaren  alienta  a sus lectores  a considerar crítica- mente los muchos  modos  en que la opresión por medio  del racismo, la explotación de  clases y el  sexismo  se retroalimentan dialéctica- mente, algo a lo que bell hooks se refiere  como  “opresión entrelaza- da”, y que  Weiler denomina la “triple  opresión”. Mientras  acepta  la verdad  de los postulados de hooks  y Weiler, McLaren  suma sus pro- pias ideas a esta tríada.
Para  ampliar  nuestra idea  de  opresión, McLaren  (1994c) presta atención a la política  sexual (véase también McDonough y McLaren,
1996). Su noción de “encarnación”, por medio  de la cual ciertos có- digos políticos  y epistémicos se fijan sobre  el cuerpo del sujeto,  re- viste una importancia fundamental en la discusión  de la sexualidad. Notoriamente influido por  la genealogía de la sexualidad de Fou- cault, McLaren  muestra su indignación por  la estigmatización social y la marginación política  del tema del “apartheid sexual”. Los acadé- micos heterosexuales fallan a la hora  de abordar la investigación res- pecto  de las políticas  de sexualidad, temiendo que cualquier partici- pación  en este diálogo  instigue  cierto  cuestionamiento acerca  de su propia estabilidad o identidad sexual. El resultado de esto es lo que cabría  denominar “heterosexualismo”. McLaren  sostiene  que es cru- cial atender a nuestros propios placeres  y deseos en tanto  ellos con- tribuyen directamente a nuestras esperanzas e ideales.  No obstante, no sugiere que la sexualidad ocupe  únicamente el reino  del deseo; al igual que Ebert (1996), sostiene  que la lógica del capital ha coloniza- do incluso  nuestro deseo.  El análisis del mercado lo lleva a acordar con Ebert  que el deseo  se ve involucrado en formas  mercantilizadas de sexualidad.
Advirtiendo que las luchas por el control afectan  diferencialmente a las personas, McLaren  reconoce las limitaciones de aferrarse al obje- tivismo marxista.  Reducir  la opresión a lo observable  o “verificable” simplifica la compleja  naturaleza del sufrimiento social. McLaren  ad- vierte que,  a pesar  de los hallazgos  de la ciencia  marxista,  diferentes grupos  de personas experimentan la explotación de un modo  cualita- tivamente distinto. Así, una  ciencia  de la historia  debe  ir unida  a una profunda hermenéutica de la experiencia, tomando en cuenta las dis-


tintas dimensiones de la subjetividad  que brinda una teoría radical más compleja. Ocuparse de la opresión dentro de un esquema de causa y efecto  reducido a la ley del cálculo  descuida  el significado  complejo que las personas atribuyen a su experiencia y el modo  en que deciden responder a sus condiciones. Este fetichismo del mundo empírico es el que conduce a los positivistas a un inevitable  fracaso cuando intentan dar  cuenta de  intenciones, motivaciones y contradicciones. Simple- mente, descartan como si fuera ruido  la información que no se ajusta a su paradigma, en el sentido que el término tiene en Khun como prin- cipios de organización de una comunidad.
La agenda de investigación de McLaren  reflexiona las relaciones asimétricas  entre los participantes de cualquier interacción dada.  En tanto  práctica  social, la investigación trae  consigo  una  determinada carga  de violencia.  Los protocolos y métodos de investigación domi- nantes, por  ejemplo, a menudo terminan involuntariamente implica- dos en la reproducción de los sistemas de clase, raza y opresión de gé- nero.  Los académicos acríticos  e irreflexivos que no tienen en cuenta las relaciones de poder entre el investigador y los participantes contri- buyen  a  la  desigualdad social  a  través  de  la  investigación social. McLaren  sostiene  que nuestros marcos teóricos,  nuestros supuestos ideológicos y nuestros prejuicios  latentes  median nuestra represen- tación  de cualquier contexto dado.  ¿Con qué  propósito lo hacen?
¿En qué discurso se fundan las operaciones de investigación?  Es por ello que  Kincheloe y McLaren  (1994) rechazan las nociones tradi- cionales  de “validez” y “confiabilidad”, en  tanto  dichos  estándares perpetúan en los investigadores cualitativos  y etnógrafos críticos  la creencia positivista de que  es posible  dar  cuenta objetivamente de los “hechos”  y eventos  sin prestar atención a la subjetividad  del in- vestigador  ni a su responsabilidad personal.
McLaren  reconoce los esfuerzos  que  la investigación realiza  para transformar el trabajo  académico y la sociedad  de la que  da cuenta. Kincheloe y McLaren  explican:

A medida que  trascienden las regresivas y contraintuitivas nociones de vali- dación  del conocimiento producido por medio  de la investigación, los inves- tigadores críticos se recuerdan a sí mismos el núcleo de su proyecto  crítico: el intento de ir más allá de la experiencia asimilada,  la lucha  por develar los modos  en que la ideología restringe el deseo  de autodirección y el esfuerzo por  confrontar la manera en  que  el poder se reproduce a sí mismo  en  la construcción de la conciencia humana (p. 152).


La investigación puede trascender las prácticas  de  colonización posibilitando una autoactualización radical. El trabajo  académico po- see la fuerza  de  contribuir al diálogo  verdadero, en  el sentido que Freire  da a esta idea.  Un programa de investigación materialista ba- sado en una  política  de la diferencia desarrolla valores de esperanza en vez de anomia. A diferencia de su oponente burguesa, la investi- gación  crítica no teme  cambiar  el contexto. Sus investigadores dejan de lado la aprehensión que produce en los académicos la posibilidad de afectar a sus miembros, que, por otra parte,  no puede ser evitada. Antes bien,  los intelectuales críticos  llevan adelante su investigación confiando cambiar  o transformar los espacios  de investigación y sus constituyentes. Al respecto, Kincheloe y McLaren  (1994) citan  a Lather:  “La validez catalítica  señala  el grado  en que la investigación lleva a quienes la practican a entender el mundo y el modo  en que está formado con el propósito de transformarlo” (p. 152). La agenda de investigación de McLaren  es un acto históricamente significativo. Donde mejor se expresa  esto es en sus propios comentarios acerca de la escritura. La escritura, según  McLaren  (1998b), es “una  práctica social, una  práctica  política,  una  forma  de crítica  cultural”  (p. 371). Es un proceso  de reflexión acerca  de las posibilidades existentes pa- ra la autotransformación en el contexto de un propósito colectivo. La escritura, al igual que la investigación, es una  lectura  del mundo, de un  mundo situado  en  las palabras  con  que  elegimos  describirlo se- gún podría ser.
La prolífica  escritura de McLaren  dentro de la pedagogía crítica ha  posibilitado a  los  jóvenes  académicos críticos  de  la  educación apropiarse de un lenguaje para dar nombre a su propia experiencia, del modo  más politizado posible. En una era pos Freire, los educado- res pueden avanzar confiados, sabiendo que la subdisciplina prospe- ra con  el liderazgo  de McLaren.  En este trabajo,  he  intentado deli- near   la  tensión  básica  que  encuentro en  su  obra.   La  conflictiva naturaleza de la escritura crítica sugiere  que esta tensión resulta  pro- ductiva  en tanto  evidencia  el modo  en que  la lucha  social se vuelve parte  de los modos  de representación de la sociedad  misma. El com- promiso de McLaren  con el análisis del discurso  y la crítica ideológi- ca constituye  una  negociación con las contradicciones encontradas en las relaciones sociales del capital, el racismo mundial y el patriar- cado transnacional. Estas contradicciones crean  parte  de los princi- pios estructurales en que se inscriben los textos de McLaren  y a tra- vés de los cuales navegan  los lectores.


En una  primera aproximación, pudiera parecer que  la ecléctica obra  de McLaren  no tiene  centro, en tanto  no deja tradición intacta ni concepto sin dar  vuelta.  El marxismo, el posmodernismo, el es- tructuralismo, los estudios  culturales, el feminismo, el poscolonialis- mo, la antropología simbólica,  las teorías  étnicas  y raciales,  la peda- gogía de Freire,  la teoría  crítica  de Frankfurt, la etnografía crítica  y los estudios críticos de los medios conforman su elusivo repertorio de influencias. Fijar el significado  de las contribuiciones de McLaren  re- presentaría una  forma  de violencia académica que sólo serviría para domesticarlo. No obstante, algo queda  en claro: la política  de McLa- ren  erige siempre  la transformación material como  la vara definitiva con  qué  medir  sus ideas.  Un  materialista al fin, la línea  teórica  de McLaren  favorece  en  última  instancia  el cuerpo sobre  la mente, lo concreto sobre lo abstracto y lo real sobre lo hiperreal. La pedagogía crítica entra  en su cuarto  decenio, y una  segunda generación de pe- dagogos  críticos  sigue la huella  que  supieran dejar  sus fundadores; entre ellos, McLaren  ocupa  un lugar decisivo. Una posición  para na- da desdeñable.




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