MIKE COLE
Comenzaré este capítulo discutiendo el modo en que la globaliza- ción y el capitalismo se presentan como características de vida natu- rales, inevitables y permanentes del siglo XXI. Luego, examinaré el posmodernismo y el marxismo procurando establecer sus respectivos análisis del presente y sus “visiones” de futuro.
Mientras que para los capitalistas y sus partidarios políticos y aca- démicos la globalización del capital resulta indiscutible, para los posmodernos nada es cierto, ni siquiera decidible. Por ende, ningún programa de acción, ninguna sugerencia siquiera acerca del mundo futuro opuesta al capitalismo, es posible. En tal sentido, el posmoder- nismo resulta, si bien a menudo sin intenciones, solidario con las ne- cesidades del capital. El marxismo, por otra parte, ofrece tanto un análisis y una crítica del capitalismo como una visión de un nuevo or- den mundial posible: el socialismo.
El capítulo concluye con una evaluación de la contribución de la obra de Peter McLaren a estos debates. A pesar de su breve (y en mi consideración lamentable) romance con el posmodernismo, sosten- dré que McLaren es uno de los académicos marxistas más importan- tes del mundo dentro del campo de la teoría educativa, que ha de- sempeñado, y continúa haciéndolo, un papel central en la lucha por un mundo justo y equitativo.
¿LA INEVITABILIDAD DEL CAPITAL GLOBALIZADO?
La “globalización” se ha convertido en una de las ortodoxias de los años noventa y continúa dominando el presente siglo XXI.1 Se la pro- clama en los discursos de prácticamente todos los políticos conven- cionales, en las páginas financieras de los diarios y en los informes de las empresas; es moneda corriente en los boletines corporativos y en
1 El análisis que sigue está basado en Cole (1998a) y (2005).
los encuentros de los empleados de ventas (Harman, 1996, p. 3). Su premisa es que frente a la competencia global, los capitalistas se ven obligados a competir cada vez más en el mercado mundial. Su argu- mento es que, en esta nueva época, los capitalistas sólo pueden ha- cerlo en tanto se conviertan en corporaciones multinacionales y ope- ren a escala mundial, fuera de los confines de los estados-nación. Esto, sostienen sus protagonistas, disminuye la función del estado-na- ción, siguiéndose de ello que hay poco, por no decir nada, que pue- da hacerse al respecto.
los encuentros de los empleados de ventas (Harman, 1996, p. 3). Su premisa es que frente a la competencia global, los capitalistas se ven obligados a competir cada vez más en el mercado mundial. Su argu- mento es que, en esta nueva época, los capitalistas sólo pueden ha- cerlo en tanto se conviertan en corporaciones multinacionales y ope- ren a escala mundial, fuera de los confines de los estados-nación. Esto, sostienen sus protagonistas, disminuye la función del estado-na- ción, siguiéndose de ello que hay poco, por no decir nada, que pue- da hacerse al respecto.
En tanto permanece abierto a discusión hasta qué punto la globa- lización representa una nueva época (véase Cole 1998a, 2005), y es debatible en qué grado trasciende el estado-nación (véase Harman,
1996; Ascherson, 1997; Meiksins Wood, 1997; Cole, 1998a), a los mar- xistas les interesa particularmente el modo en que se la utiliza ideo- lógicamente para profundizar los intereses de los capitalistas y sus partidarios políticos (para un análisis, véase Cole,
1998a), así como también el modo en que se la utiliza para desconcertar al pueblo en general y sofocar la acción de la izquierda en particular (véanse Murphy, 1995; Gibson-Graham, 1996; Harman, 1996; Meiksins Wood,
1997). Los capitalistas —y sus aliados— sostienen que en tanto la glo- balización es un hecho de la vida, corresponde a los trabajadores, da- do el mercado mundial globalizado, flexibilizar su actividad y su tiem- po de permanencia en ella, aceptar salarios más bajos y aceptar la reestructuración y disminución del estado de bienestar.2 La adop- ción del neoliberalismo ha dado un empuje significativo a la globali- zación, tanto de facto como ideológicamente.
Promovida la globalización del capital como un hecho “inevita- ble”, se sigue de ello —necesariamente— la inevitabilidad del capita- lismo mismo. De hecho, también el capitalismo es saludado como un fenómeno natural y al mismo tiempo contiguo a la democracia y la li- bertad. El capitalismo se presenta a sí mismo como “si determinara el futuro con tanta seguridad como las leyes de la naturaleza hacen que
2 Como explica Rikowski (2001a), debido a que otras áreas de ganancia resultan cada vez más riesgosas (por ejemplo, los negocios virtuales en internet) y a la dismi- nución de las tasas de ganancia en las áreas tradicionales, el capital corporativo bus- ca expandirse en el sector público. Por otra parte, las naciones firmantes de la Or- ganización Mundial de Comercio (OMC) y el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) están comprometidas a abrir los servicios públicos al capital corpo- rativo (p. 1). Esto supone un doble ataque interrelacionado y una amenaza contra el concepto del “estado de bienestar”.
las mareas se levanten para guiar los botes” (McMurty, 2001, p. 2). El fetichismo de la vida, por medio del cual las relaciones entre las cosas o mercancías adquieren una cualidad mística, ocultando las verdade- ras relaciones (de explotación) entre los seres humanos, hace que el capitalismo parezca natural y por ende inalterable. Los mecanismos del mercado se transforman así en una fuerza natural que no guarda relación alguna con los deseos humanos (Callinicos, 2000, p. 125). El capitalismo es reverenciado:
como si hubiese sustituido al entorno natural. Se proclama a sí mismo por me- dio de sus líderes financieros y políticos como coextensión de la libertad, e in- dispensable para la democracia, de modo tal que cualquier ataque contra la explotación o la hipocresía del capitalismo se convierte en un ataque contra la libertad mundial y la democracia misma (McLaren, 2000, p. 32).
La globalización, anunciada como un fenómeno nuevo, busca ponerle el último clavo al ataúd de cualquier posible orden mun- dial distinto. Tiene por función ideológica la de mistificar lo que está ocurriendo. La tarea más importante que desempeña, al presentar el desarrollo capitalista como algo natural, es la de reforzar la falsa impre- sión de que no hay nada que pueda hacerse. El mensaje de la globaliza- ción es que el mundo de hoy es como es, y que es preciso tomar cier- tas medidas como resultado. Básicamente, es preciso que los estados muestren su aquiescencia con los requisitos del mercado global.3
Cualquier idea de lucha de los trabajadores, por no hablar de la revolución socialista, es cuanto menos “antigua” e inapropiada. Aquellos que continúan hablando de derrocar al capitalismo son prácticamente dinosaurios.4 Al mismo tiempo, se canaliza la energía
3 Irónicamente, la clase capitalista y sus representantes que solían burlarse de lo que ellos consideraban la metafísica del “determinismo económico marxista” (los pro- cesos económicos determinan todo lo demás, incluso la dirección futura de la socie- dad) son hoy los campeones de la “revolución mundial del mercado” y la consecuen- te inevitabilidad de la “reestructuración económica” (McMurtr y, 2000). Es preciso señalar que algunos de ellos sostienen que la globalización, si bien es inevitable, pue- de ser atemperada. El primer ministro británico Tony Blair, por ejemplo, defiende el capital global como “una fuerza para el bien”. Para una crítica de esta posición, véase Cole (2005).
4 Si bien el socialismo no es intuido hoy como una amenaza, tal no es el caso, des-
de luego, del fundamentalismo islámico, actualmente percibido como una verdadera amenaza, al menos por el capitalismo occidental.
creativa de la mayor parte de la clase trabajadora para evitar su con- frontación con las trayectorias globales del capitalismo hacia propósi- tos culturales más seguros. Los marxistas se refieren a este fenómeno como la creación y cultivo de una falsa conciencia.5
El thatcherismo y la economía de Reagan resultaron cruciales no sólo para sentar los fundamentos de la revolución neoliberal, sino también, en el caso particular de Thatcher, para desacreditar al socia- lismo. La caída de la Unión Soviética es utilizada para apoyar la idea de la inviabilidad del socialismo.6
¿Dónde podríamos entonces encontrar interpretaciones alterna- tivas de nuestro mundo en este siglo XXI? En el resto del presente capítulo, analizaré las contribuciones de los posmodernos, por un la- do, y de los marxistas, por otro.
5 Las manifestaciones actuales de la falsa conciencia están señaladas por el desvío de la energía creativa de la clase trabajadora hacia el alcohol y las drogas, los bares, los clubs, la música pop, los talk-show, el fútbol, las telenovelas, los juegos de video y el DVD. De un modo significativo, la ITV, el canal comercial específicamente destinado a la clase trabajadora británica, preocupado por el descenso general del público de noticias, dedica hoy más espacio a las noticias relacionadas con “el placer, el consu- mo y las noticias del mundo del espectáculo” (Wells, 2001, p. 1). Al mismo tiempo, el supremo tecnológico de nuestra era, internet, que tiene una enorme posibilidad de desempeñar un papel significativo en la liberación de la clase trabajadora y que puede ser utilizada, y a menudo lo es, de manera progresista, ha permitido también un desvío aún más sinuoso. En vez de ser utilizada como una fuente de conocimien- to para la liberación, suele utilizársela para ampliar la distribución de trivialidades. Y en otra faceta más siniestra, comienza a ser utilizada también como un lugar de opre- sión. Buen ejemplo de ello son los numerosos sitios que predican el odio racial y, en- tre hombres mayormente, los dedicados a una pornografía cada vez más violenta (Amis, 2001).
6 Esto fue austeramente reiterado por el ministro de Relaciones Exteriores britá-
nico Jack Straw en un artículo intitulado “Globalization is Good for Us” [La globaliza- ción nos conviene]: “Desde el colapso del bloque soviético, no existe ya una ideología coherente en oferta” (The Guardian, 10 de septiembre, 2001). Vale la pena recordar que los voceros del capitalismo (Margaret Thatcher y Ronald Reagan, entre otros) nos dijeron que este colapso traería aparejados la libertad y la democracia. Si es cierto que lo ha hecho, ha traído también consigo la falta de techo, el desempleo, las mafias, las drogas y la pornografía infantil.
EL POSMODERNISMO Y LA PRUEBA DE LA INDETERMINABILIDAD
Sin duda alguna, el posmodernismo ofrece un antídoto contra la “na- turalidad”, la “inevitabilidad” y la “permanencia”. La posmoderna británica Elizabeth Atkinson define al posmodernismo como:
• La resistencia contra la certeza y la resolución;
• el rechazo de nociones inalterables de realidad, conocimiento o método;
• la aceptación de la complejidad, falta de claridad y multiplici- dad;
• el reconocimiento de la subjetividad, la contradicción y la iro- nía;
• la irreverencia por las tradiciones filosóficas y morales;
• el intento deliberado de desbaratar los supuestos y presuposi- ciones;
• el rechazo a aceptar límites o jerarquías en los modos de pen- sar, y
• el desbaratamiento de las oposiciones binarias, que definen las cosas en términos disyuntivos (2002, p. 74).
Criticando aquello que denomina el “marxismo economicista” (Lather, 2001, p. 187), la feminista posmoderna Patti Lather afirma que su intención es la de desafiar “la voz masculinista de la abstrac- ción, la universalización y la posición retórica ‘del que sabe’, esa que Ellsworth llama ‘la de Aquel que tiene la Historia correcta’” (p. 184). Para contrarrestar lo que ella considera la “insistencia de los marxis- tas en la ‘historia correcta’” (p. 184), propone “un pensamiento den- tro de la ‘prueba de la indeterminabilidad’ de Jacques Derrida”, con “sus obligaciones a la apertura, el desplazamiento y la no-domina- ción”, donde “las cuestiones están en movimiento constante y nadie puede definirlas, terminarlas, cerrarlas” (p. 184). La posición de De- rrida (1992) es que “una decisión que no pasara la prueba de la in- determinabilidad no sería una decisión libre” (citado en Parrish,
2002, p. 1). Richard Parrish explica:
Cualquier afirmación —posición discursiva— es una afirmación universal que para ser universal debe re-fundarse continuamente a sí misma. Cual- quier posición, incluso la posición de que las posiciones universales son imposibles, es una afirmación universal y es por ende considerada universalmente reiterable. Esta reiterabilidad universal niega en su estructura la le- gitimidad de los contraargumentos que otros presenten, negando así a los otros como fuentes independientes de sentido (Parrish, 2002, p. 1).
Lather intenta vincular a Derrida con Marx trayendo a nuestra atención que en su libro Getting Smart ha cerrado la sección sobre “posmarxismo” con la profecía de Foucault según la cual “resulta cla- ro, aun si uno admite que Marx habrá de desaparecer por ahora, que algún día reaparecerá” (Foucault, citado en Lather, 1991, p. 45). No obstante, ella rechaza lo que considera, por parte de los marxistas, un “discurso de dominación, transparencia, racionalismo y el reposicio- namiento del marxismo económico como el ‘discurso maestro de la izquierda’” (Lather, 2001, p. 187). Antes que una vuelta al materialis- mo histórico (la creencia de que el desarrollo de los bienes materia- les necesarios para la existencia humana es la fuerza primaria que de- termina la vida social),7 Lather se interesa por una “praxis de lo no tan seguro” (p. 184), “una praxis que exceda la lógica binaria o dia- léctica” (p. 189). Esta “praxis posdialéctica” se centra en “el titubeo ontológico, conceptos de bajo peso ontológico, una praxis sin suje- tos ni objetos garantizados, orientados hacia las aún incompletas condiciones y potencialidades pensables de los ordenamientos da- dos” (p. 189).
En realidad, la adopción de una “praxis” de ese tipo por parte de Lather no reposiciona el marxismo; al contrario, lo abandona por completo. (Véase más adelante una discusión de la praxis dialéctica en el contexto de la Teoría del Valor del Trabajo). Para Lather, nada es cierto ni está decidido. Citando a Derrida, Lather asegura que la indeterminabilidad es “un recordatorio ético-político constante… de que la responsabilidad moral y política sólo puede ocurrir dentro del no saber y el no estar seguro” (Lather, 2001, p. 187). Los esfuerzos académicos de Lather son informados por Alison Jones (1999), quien concluye “con un llamado a una ‘política del descontento’, una práctica ‘del fracaso, la pérdida, la confusión, el malestar y la li- mitación frente a los grupos étnicos dominantes’” (Lather, 2001, p.
7 Como materialistas históricos, los marxistas analizan la evolución de la sociedad partiendo del comunismo primitivo, pasando luego a la esclavitud y del feudalismo al capitalismo. Sólo en el capitalismo, sostienen, las fuerzas productivas de la sociedad son tales que el socialismo resulta una alternativa viable. Sólo en ese momento es téc- nicamente posible la noción de “a cada quien de acuerdo a sus necesidades”.
191). Lather y Jones sostienen ser anticolonialistas al apoyar el deseo de los estudiantes maoríes de disolver “los grupos de discusión basa- dos en la igualdad étnica” (p. 190).
Si bien resulta siempre vital desafiar el colonialismo y el racismo de los grupos dominantes (véase Cole, 2003), no queda en claro de qué modo la lista de políticas y prácticas negativas de Jones (el des- contento, el fracaso, la pérdida, la confusión, el malestar, la limita- ción) pueda contribuir en esta lucha. Además, en tanto Lather cree que “todo el conocimiento opositivo termina viéndose arrastrado dentro del orden contra el que intenta rebelarse” (Lather, 1998, p.
493), resulta difícil de advertir el potencial progresivo posible de un anticolonialismo como el que ella y Jones sostienen, o incluso en el proyecto general de Lather. ¿Están estos estudiantes maoríes predes- tinados a ser arrastrados por el orden dominante (el colonialismo)? Y mientras ¿es la indeterminabilidad todo lo que pueden ofrecerles los docentes posmodernos? De hecho, lo único que Lather ofrece, por medio de su conclusión, es la afirmación de que “hay fuerzas ac- tivas ya en el presente” y que habremos de “avanzar y experimentar la promesa que hoy resulta imprevisible desde la perspectiva de nuestros marcos conceptuales presentes” en la búsqueda de “un fu- turo que debe preservarse siempre por venir” (Lather, 2001, p. 192).
Cualquier defensor de la injusticia social estará seguramente en- cantado de oír que Patti Lather, quien como tantos otros de los pos- modernos contemporáneos a principios de los ochenta sostenía que “el feminismo y el marxismo se necesitan el uno al otro” (Lather,
1984, p. 49) y que “la revolución está dentro de todos y cada uno de nosotros y no tardará en producirse” (1984, p. 58), sostiene hoy la contradictoria postura de que el futuro es un libro abierto, con cier- to potencial progresivo, y en el que toda oposición se ve arrastrada dentro del orden dominante. Esto no lleva al cambio social ni a la jus- ticia social, y es sintomático del modo en que el posmodernismo ac- túa hoy como un apoyo ideológico del capital nacional y mundial (Cole y Hill, 1995, 2002; Cole, 2003, 2004a).
UNA VISIÓN ALTERNATIVA: DEFENSA DEL SOCIALISMO
En marcado contraste con los defensores y promotores del capitalis- mo globalizado, y ofreciendo el tipo de afirmación positiva acerca del
futuro negado por los posmodernistas, Meiksins Wood ha afirmado que “la lección que podemos vernos obligados a sacar de nuestra con- dición económica y política actual es que un capitalismo humano,
‘social’, verdaderamente democrático y equitativo es una utopía más irreal que la del socialismo” (Meiksins Wood, 1995, p. 293).
La conciencia creciente de las difíciles situaciones que atraviesa la mayor parte de la humanidad luego de los sucesos del 11 de septiem- bre de 2001, abre cierto espacio para plantear una visión alternativa de socialismo. Al hacer una distinción de contraste respecto de los ar- gumentos de, por ejemplo, Thatcher y Straw, la izquierda sostiene que no es el socialismo el que se ha visto desacreditado, sino las dic- taduras del este de Europa (y otras partes del mundo) que decían ser socialistas. Como bien dice Callinicos (2000), los marxistas deben atravesar el estrafalario mecanismo ideológico dentro del cual cualquier alternativa concebible al mercado es considerada invia- ble debido a la caída del estalinismo (p. 122) o del “socialismo de estado” dictatorial antidemocrático.
Como señala Birchall (2000), en la historia moderna se han pro- ducido sólo unas pocas revoluciones notables, demasiado pocas co- mo para deducir de ellas cualquier principio absoluto. “Ningún cien- tífico que mereciese ese nombre basaría una ley científica en tan pocos experimentos” (p. 22). Según señala, “es posible que haga gi- rar una moneda y obtenga ‘cara’ cinco veces seguidas, pero eso difí- cilmente pruebe que todas las monedas caerán del mismo modo” (ibid.).
Analizando las revoluciones francesa y rusa y la guerra civil españo- la, Birchall concluye que la única lección general que puede sacarse de ellas no es que la revolución conduzca a la tiranía, según gustan afir- mar los capitalistas y sus partidarios, sino más bien que es el hecho de no completar una revolución el que abre camino a la tiranía (2000, p. 22). Entonces ¿cuáles son las oportunidades de un orden mundial socialista verdaderamente democrático, como el que imaginaba Mar x? ¿Acaso el desarrollo del capitalismo global avanzado ha descartado esta posibilidad? ¿Ha triunfado definitivamente el ca- pitalismo?
En realidad, el capitalismo es un asunto bastante turbio. En él, las cosas rara vez fluyen sin problemas. De hecho, la trayectoria del uni- verso social del capital lo obliga a estrellarse continuamente contra los límites de su propia constitución y existencia. No obstante, este movimiento destructivo descansa por completo en la capacidad laboral de los obreros, su fuerza de trabajo; de allí que donde quiera que esté el capital, también esté el trabajo, “contribuyendo, encubriendo y nutriendo su desarrollo… deteniéndole la mano mientras nos muerde” (Rikowski, 2001b, p. 11). El capital no puede volverse “no capital”. “Sin embargo, el trabajo puede convertirse en trabajo… des- ligado de su forma actual de valor” (p. 11). El único futuro viable pa- ra la clase trabajadora es el socialismo. “Un futuro con futuro, un fu- turo posible para nosotros basado en la implosión del universo social capitalista” (p. 11).
La teoría del valor del trabajo de Marx (TVT), por ejemplo, expli- ca del modo más conciso posible por qué el capitalismo es objetiva- mente un sistema de explotación, sean los explotados conscientes o no de ello, e incluso sea este asunto importante para ellos o no. La TVT ofrece también una solución a esta explotación, proponiendo así una praxis dialéctica, una auténtica unión entre teoría y práctica.
Según la TVT, los intereses de los capitalistas y los trabajadores son diametralmente opuestos, en tanto el beneficio de los primeros (las ga- nancias) es un costo para estos últimos (Hickey, 2002, p. 168). Marx sostuvo que el trabajo de los obreros está encarnado en los bienes que producen. Los capitalistas se apropian de los productos terminados y finalmente los venden sacando de ellos ganancias. No obstante, al tra- bajador se le paga sólo una fracción del valor que crea con su labor productiva; el salario no representa el valor total que crea. Se supone que se nos paga por cada segundo de trabajo. Sin embargo, bajo esta apariencia, este fetichismo, el día laboral (al igual que ocurre en situa- ción de servidumbre) se parte en dos: el trabajo socialmente necesario (y esto es lo que representa el salario) y el trabajo excedente, trabajo que no se ve reflejado en el salario. Ese excedente es la base de la plus- valía, donde reside la ganancia del capitalista. Mientras que el valor de las materias primas y del desgaste de la maquinaria se transfiere de ma- nera simple a la mercancía que se produce, la fuerza de trabajo es una mercancía peculiar, única, en tanto crea nuevo valor. “Esta cualidad mágica del valor de la fuerza de trabajo resulta por ende crítica para el capital” (Rikowski, 2001c, p. 11). “La fuerza de trabajo crea más valor (ganancias) al consumirse del que ella encierra y cuesta” (Marx, 1966, p. 351). A diferencia, por ejemplo, del valor de una mercancía dada, que sólo puede realizarse en el mercado en sí misma, el trabajo crea nuevo valor, un valor mayor que él mismo, un valor que antes no exis- tía. Es por este motivo que la fuerza de trabajo resulta de fundamental importancia para el capitalista en su búsqueda de acumulación del capital. Al capitalista o capitalistas (hoy día los capitalistas pueden, desde luego, consistir en un grupo de accionistas, por ejemplo, más que ser directamente propietario de negocios) les interesa maximizar la ga- nancia, y esto supone (con el fin de crear la mayor cantidad posible de valor nuevo) mantener los salarios de los trabajadores tan bajos como sea “aceptable” en cualquier país o periodo histórico dado, sin que lle- guen a provocarse huelgas u otras formas de resistencia. Por ende, el modo capitalista de producción es, en esencia, un sistema de explota- ción de una clase (la clase trabajadora) por otra (la clase capitalista).
Si bien la lucha de clases es endémica —e inerradicable y perpe- tua— dentro del sistema capitalista, no siempre, ni siquiera típica- mente, adopta la forma de un conflicto abierto u hostilidad explícita (Hickey, 2002, p. 168). No obstante, por fortuna para la clase traba- jadora, el capitalismo es proclive a la inestabilidad cíclica, viéndose sujeto a periódicas crisis políticas y económicas. En tales momentos, existe la posibilidad de la revolución socialista. La revolución sólo puede producirse cuando la clase trabajadora, además de ser una “clase-en-sí” (un hecho objetivo debido a la explotación común inhe- rente que es resultado de la TVT), se convierte en una “clase-para-sí” (Marx, 1976). Con esto, Marx se refiere a una clase con conciencia subjetiva de su posición social de clase; es decir, una clase con “con- ciencia de clase”, incluida en ello la conciencia de su explotación y la superación de la “falsa conciencia”.
Marx sostuvo que sólo si la clase trabajadora se convierte en una “clase-para-sí” tiene la posibilidad de tomar el control de los medios de producción, la economía y el poder político. La toma de la econo- mía constituiría una revolución socialista (Hill y Cole, 2001, p. 147). Ésta, desde luego, no es una alternativa sencilla, pero es la clase tra- bajadora la que tiene mayores posibilidades de encabezar una revo- lución semejante.
Como bien señala Michael Slott (2002):
Los marxistas han entendido perfectamente que hay muchos obstáculos pa- ra que la clase trabajadora se convierta en un agente universal del socialismo. Al mismo tiempo, han sostenido que, debido a los intereses particulares, el poder colectivo y las capacidades creativas que son generadas por la posición estructural de los trabajadores dentro de la sociedad, es más probable que sea la clase trabajadora el núcleo de cualquier movimiento de transforma- ción social (p. 419).
Para Marx, el socialismo (etapa anterior al comunismo, estado de existencia en que el estado habrá de marchitarse y todos viviremos comunalmente) era un sistema mundial en que “tendremos una asociación donde el desarrollo libre de cada uno sea la condición del desarrollo libre de todos” (Mar x y Engels, 1977, p. 53).
Una sociedad semejante sería democrática (como tal, debe dis- tinguirse el socialismo a la manera de Mar x de los regímenes no democráticos del bloque soviético) y sin clases, estando los medios de producción en manos de muchos y no de pocos. Los bienes y ser- vicios sería producidos de acuerdo con la necesidad, y no por mero afán de ganancia.8
LA OBRA DE PETER MCLAREN
¿Qué tiene que ver Peter McLaren con el análisis anterior? En un trabajo que escribiera tiempo atrás con David Hill, regañamos a Peter McLaren por su defensa del posmodernismo como una fuer- za progresista; en particular, por su idea de que el posmodernismo de “resistencia crítico” constituye una apropiación efectiva por parte
8 Resulta irónico que los países del antiguo bloque soviético hayan sido falsamen- te denominados “comunistas” por Occidente. En realidad (más allá de que muchos de ellos tuvieran ciertas características positivas: empleo pleno, vivienda para todos, servicios públicos y sociales gratuitos y demás), eran dictaduras antidemocráticas don- de una élite disfrutaba de privilegios especiales y la mayor parte de la población tra- bajaba como esclava. En todo caso, estas sociedades de Europa del Este eran estados socialistas deformados, alejados de la concepción marxista de una futura “fase más al- ta de la sociedad comunista” (que habría de llegar luego de la fase temporal del so- cialismo). En la sociedad comunista, “cuando el trabajo ya no sea meramente un me- dio de vida sino la primera necesidad vital”. “Todas las fuentes de riqueza cooperativa fluyen de manera más abundante…[y el principio guía es] de cada cual según su ca- pacidad, a cada cual, según sus necesidades” (Marx, Crítica del Programa de Gotha, 1875; citado en Bottomore y Rubel, 1978, p. 263). En un mundo comunista, se realiza la “bondad original” de la humanidad, y “el interés privado de cada uno” coincide “con el interés general de la humanidad” (Marx, La sagrada familia, 1854; citado en Botto- more y Rubel, 1978, p. 249). De los diez países que he podido visitar que dicen ser so- cialistas, para mí Cuba es el más cercano a lo que yo entiendo por el espíritu del so- cialismo. Creo que los socialistas pueden aprender mucho de sus experiencias.
de la izquierda del “posmodernismo lúdico” (McLaren, 1994, p. 199).9
Nuestro trabajo se publicó en junio, y tres meses después, Peter (ami- go y camarada cercano) y yo nos encontramos y pasamos una noche juntos en Halle, Alemania del Este, donde el desempleo marcó un ré- cord debido al cierre de una planta química y donde, dicho sea de paso, prácticamente nadie de las personas con quien hablamos que- ría el regreso de la vieja RDA.10 En aquella oportunidad, Peter treató de convencerme de que su intento era el de incorporar ciertas ideas del postestructuralismo en sus creencias marxistas. Yo sostuve, por el contrario, que al adoptar el posmodernismo, Peter, al igual que La- ther, estaba abandonando el terreno del marxismo. Poco después de nuestro encuentro, del que Peter publicó un resumen (McLaren,
9 El argumento de Peter no es nuevo, ya sea dentro de la teoría educativa o fuera de ella. La idea del “posmodernismo lúdico” se basa, por ejemplo, en los escritos de Baudrillard (1984), donde en “total desesperanza” (citado en Gane [ed.], 1993, p.
95), sobrevivimos juguetonamente entre los vestigios de la vida (p. 95). El “posmoder- nismo de resistencia”, por otra parte, tendría un enfoque teórico fundamentalmente distinto del posmodernismo lúdico, y representaría un desafío al statu quo. En pala- bras de Atkinson (2002), es “una especie de shock” (p. 78) para el establishment, en tan- to desnuda los subtextos y los silencios textuales (p. 80). (El surrealismo y otras for- mas artísticas desempeñaron y continúan desempeñando funciones similares, tal como hacen, por ejemplo, ciertos cómicos alternativos). No obstante, por más subver- sivas que estas formas artísticas puedan ser, no ofrecen ningún rumbo para el cambio. Mi posición y la de Hill fue (y es) que los “dos posmodernismos”, sin importar el po- tencial progresista y radical que pueda tener el “posmodernismo de resistencia”, son en realidad uno, y que el posmodernismo es en esencia reaccionario. Sostenemos que la naturaleza esencialmente reaccionaria del posmodernismo está directamente rela- cionada con su negación de la posibilidad del metarrelato, lo que obstaculiza cual- quier agenda para el cambio social (Cole y Hill, 1995; véanse también Cole y Hill,
1999a, 1999b, 2002; y Cole, 2003, 2004a). Recientemente, Atkinson (2003) ha inten- tado vincular el “posmodernismo lúdico” al “de resistencia”. Según ella, el posmoder- nismo puede actuar como una forma de resistencia oponiendo su “danza lúdica… ju- guetona… irónica… incansable, formadora… contra lo absurdo” (p. 5). Atkinson concluye pidiendo una combinación de la diversión y la resistencia: “Quiero algo más que un carnaval… una vez al año. Quiero escuchar las voces del margen, plantear las preguntas que surgen de la incertidumbre, la hibridación y la multiplicidad. Quiero hablar lo atroz y tener pensamientos horribles. Quiero hacer preguntas que creen problemas” (2003, p. 12). (Para una crítica, véase Cole, 2004a.)
10 Como ya he señalado antes, me gustaría disociarme completamente del “socia-
lismo de estado” o estalinismo antidemocrático y dictatorial en sus múltiples disfraces como fue practicado allá. La concepción del marxismo que propongo en este capítu- lo está a considerable distancia de muchas de las prácticas que fueron ejercidas en el nombre de Marx. Creo en un socialismo democrático donde la modernidad cumpla su promesa de igualdad y libertad o égaliberté, según la describe Balibar (citado en Ca- llinicos, 2000, p. 22).
1997, pp. 100-101), McLaren dio por terminado su romance con el posmodernismo y volvió a asumir un renovado compromiso con la teoría y la práctica marxista (si bien imbuido de cierto respeto resi- dual por algunos aspectos del posmodernismo).
En qué medida esta decisión pueda haberse visto influenciada por nuestra noche en Halle es menos importante que la decisiva contri- bución que Peter (por ejemplo, McLaren, 2000) y sus coautores (so- bre todo Ramin Farahmandpur; véase McLaren y Farahmandpur,
2002a, 2002b) están haciendo a la revitalización del marxismo.11
En El Che Guevara, Paulo Freire y la pedagogía de la revolución (2000), McLaren retornó decisivamente al terreno del materialismo históri- co y el socialismo democrático (opuesto al estalinismo). En este libro hay críticas mordaces contra el capitalismo global (en las que, para ser justo, se involucra también su fase posmoderna), junto a un com- promiso con el socialismo futuro e incisivas críticas contra el posmo- dernismo. Así, siguiendo al Che, McLaren habla de su “indignación
11 Acerca de nuestra estadía en Halle, Peter ha escrito:
“El tiempo que pasé contigo fue un paso significativo en el retorno de mi trabajo a la senda de Marx. No cabe la menor duda de que… escucharte hablar en Halle, pasar tiempo contigo, experimentar Alemania del Este contigo, realmente me sacudió,… fue un momento decisivo, tal vez el momento decisivo; desde ya, el paso siguiente fue la relectura de las críticas que tú, Dave [Hill] y Glenn [Rikowski] han hecho a mi tra- bajo… y también la correspondencia que hemos sostenido por correo electrónico… y comencé a reeducarme gracias a la ayuda de camaradas como tú, leyendo el Capital y otra media docena de libros de Marx, Marx y Engels, y también Hegel (vía la tradi- ción marxista humanista de News and Letters/Dunayevskaya), ajustándome a un pro- grama de estudio y diálogo con otros marxistas, trabajando con Ramin [Farahmand- pur] y otros estudiantes marxistas… y comencé a leer a los abiertamente marxistas gracias a Glenn, prestando atención al trabajo de Glenn sobre la teoría del valor del trabajo… y leyendo los más importantes diarios marxistas como el Science and Society y por fin al conocer a Peter Hudis, de News and Letters, y pasar tiempo con él en Los Án- geles y aprender muchísimo” (correspondencia personal, 2002).
El romance de McLaren con el posmodernismo todavía resuena. Así, en una edi- ción reciente del muy influyente British Journal of Sociology of Education, Michael Slott organiza una crítica del posmodernismo crítico, citando la obra de Peter, junto a la de Henr y Giroux y Stanley Aronowitz, como ejemplos del género. Para ser justos con Slott, cabe decir que en una nota al final habla del “retorno a Marx” de McLaren (Slott, 2002, p. 424, n. 2). Sin embargo, esta nota de ningún modo da cuenta del im- pacto de la obra de McLaren durante el último decenio en la tarea de hacer visible el marxismo en los debates pedagógicos estadunidenses. En la actualidad, McLaren es uno de los marxistas activos más visibles de los Estados Unidos.
por la despreocupación y la indiferencia con las que el capital destru- ye vidas humanas —desproporcionadamente por lo que se refiere a los trabajadores del mundo y a las poblaciones de piel oscura—, y aparta a los ricos de la compasión y la obligación de rendir cuentas” (2000, p. 42 [61]) y de la necesidad de derrocar al capitalismo, en tanto sólo el socialismo puede transformar el corazón humano.
McLaren sostiene que no cabe rechazar “la totalidad de la teoría posmoderna” (2000, p. xxiv [xxxi]), que “en algunos casos… puede ser más productiva para el entendimiento de ciertos aspectos de la vi- da social de lo que admiten las actuales teorías marxistas” (p. xxv). No obstante, fustiga a “esos malévolos a la moda de la sala de semina- rios, [para quienes] el posmodernismo constituye la tóxica intensi- dad de las noches bohemias, en las que los proscritos, los pobres y los desdichados de la Tierra simplemente forman parte de su ma- nera de divertirse” (ibid.). Su feroz repulsión por el desprecio pos- moderno del socialismo es feroz: “[lo han injuriado] como un inde- seable intruso del pasado; lo mismo que un intruso sin hogar, sucio y lleno de polvo, que se te aproxima en el camino al lugar donde sue- les tomar tu capuchino, exigiendo que le pongas atención a su rostro sin afeitar y a sus ojos llorosos” (p. 191 [249]).
Sin embargo, Peter aguarda el futuro con optimismo. Percibe el surgimiento de una nueva conciencia social, anunciado del modo más dramático por las recientes protestas contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle, Québec y Genoa. Como él mismo señala:
No quiero decir con esto que no sea posible encontrar a los jóvenes de hoy armando jaleo, felices, frente a un adormecedor programa de juegos en la televisión, pero estoy más convencido que nunca de que las contradicciones dialécticas y las relaciones internas del capitalismo se están volviendo para ellos más flagrantes y menos aceptables como una fatalidad histórica. Saben que el capitalismo no admite oposición alguna contra sus demandas imperia- listas (McLaren, 2003, p. 14).
La reciente vuelta de Peter al marxismo y su abandono casi total del posmodernismo no han pasado inadvertidos por los principales posmodernistas. De hecho, el ataque de Patti Lather contra el mar- xismo (convencional) (Lather, 2001) antes criticado está dirigido a Peter McLaren (específicamente, contra un artículo suyo publicado en Educational Theor y [McLaren, 1998]). La suya es “la voz masculinista de la abstracción, la universalización y la posición retórica ‘del que sabe’, esa que Ellsworth llama ‘Aquel que tiene la Historia correcta’” (2001, p. 184). El suyo es el “discurso de dominación, transparencia, racionalismo y el reposicionamiento del marxismo económico como el ‘discurso maestro de la izquierda’” (p. 187).
Según Lather, el llamado de McLaren a una pedagogía revolucio- naria viene a ser lo mismo que “una cosa de chicos” (2001, p. 184), “demasiado fuerte, demasiado erecta, demasiado rígida” (1998, p.
490), en comparación a la “cosa de chicas” que favorece Lather
(2001, p. 184). Esa “cosa de chicas” no es otra que la deconstrucción.
Para facilitar el pensamiento dentro de “la prueba de la indeter- minabilidad”, los posmodernistas se comprometen a un interminable y relativamente ahistórico proceso de deconstrucción, llamado a de- safiar
Al educador, el investigador, el activista social y el político no sólo a decons- truir las certezas en torno de las cuales pudieran sostener la necesidad de cambio, sino también a deconstruir sus propias certezas respecto de por qué sostienen esta idea (Atkinson, 2002, p. 7).
Esto puede sonar bien, pero qué hacen a fin de cuentas estas sub- jetividades por producir el cambio social una vez que todas sus con- cepciones se han visto desafiadas. ¿Qué se construye después del proceso de deconstrucción? A diferencia de McLaren, que es muy claro en cuanto a la necesidad de construir un socialismo democráti- co, los posmodernistas no ofrecen respuesta alguna. Esto se debe a que no pueden hacerlo (Hill, 2001a; Rikowski, 2002, pp. 20-25). La deconstrucción “busca hacer justicia a todas las posiciones… dán- dole a cada una de ellas la oportunidad de justificarse, de hablar originariamente de sí mismas y de ser elegidas antes que impuestas” (Zavarzadeh, 2002, p. 8). De hecho, para Derrida (1990, p. 945), “la deconstrucción es la justicia” (cursivas mías). Por ende, una vez em- prendido el proceso de deconstrucción, la justicia se hace patente, y no queda ninguna dirección discernible hacia la cual dirigirse. Al declarar en la primera página del prefacio a su libro Getting Smart: Feminist Research & Pedagogy With/In the Posmodern su “interés de lar- ga data por el modo en que podamos pasar del pensamiento crítico a la acción emancipatoria” (1991, p. xv), Lather no hace de hecho más que perder el tiempo. Luego de doscientas páginas de texto en las que se hace indicaciones acerca de la necesidad de una praxis de investigación emancipatoria, en las que se proclama que los objetivos de la investigación debieran apuntar a entender la deficiente distri- bución de poder y recursos en la sociedad, con la vista puesta en el cambio social, nos deja preguntándonos de qué modo podría llegar a realizarse semejante cosa.
La deconstrucción sin reconstrucción tipifica el conocido divorcio entre la academia y la realidad del campo de lucha. El posmodernis- mo no puede ofrecer ningún tipo de estrategia para alcanzar un or- den social distinto y por ende, al apoyar la explotación capitalista, re- sulta esencialmente reaccionario. Esto es precisamente lo que quieren decir los marxistas (y otros) cuando afirman que el posmo- dernismo sirve para quitar más poder aún al oprimido y mantener el capitalismo global.12
En su intento por defender que “la deconstrucción posmoderna… no es lo mismo que la destrucción” (2001, p. 77), Atkinson cita a Ju- dith Butler, quien sostiene que “deconstruir no es negar ni descartar, sino poner en cuestión y, tal vez más importe aún, abrir un término… a un uso o empleo nuevo, previamente no autorizado” (1992, p. 15; citado en Atkinson, 2000, p. 77).
Esto es exactamente lo que hace el marxismo. La gran diferencia es que los conceptos marxistas —como, por ejemplo, el fetichismo inherente a las sociedades capitalistas, por medio del cual las rela- ciones entre cosas o mercancías asumen una cualidad mística que esconde las verdaderas relaciones (de explotación) entre los seres humanos— ofrecen herramientas tanto para analizar la sociedad como para entender su naturaleza explotadora y apuntar hacia otra sociedad que no lo sea. La TVT es un buen ejemplo de ello.
Los posmodernistas son claramente capaces de hacer preguntas, pero según ellos mismos reconocen, no de dar respuestas. Como ha señalado Glenn Rikowski, esto nos lleva a preguntarnos ¿cuál es en- tonces la actitud posmodernista hacia la explicación?
Las estrategias verdaderamente políticas requieren de explicaciones (qué salió mal, por qué fallaron el análisis, las tácticas, etc.) para poder imple-
12 En un viaje a Sudáfrica en 1995, se me pidió que presentara una crítica marxis- ta del posmodernismo en un seminario del que participaban algunos de los más influ- yentes posmodernistas sudafricanos. Habiendo pasado un tiempo considerable en las calles y en los campos de refugiados, les pregunté a ellos qué podían hacer por sus ha- bitantes, pregunta que fue respondida con un silencio glacial.
mentar mejoras. ¿Tienen los posmodernistas alguna noción de mejora (de la sociedad, de las estrategias políticas)? Si la tienen, necesitan de algún tipo de explicación. En realidad, no creo que les interese ninguna de las dos, y por ende no pueden tener una estrategia política para el mejoramiento hu- mano (citado en Cole, 2003, p. 495).
A todo esto, repetiré una vez más que el posmodernismo puede resultar liberador para individuos o grupos locales. Pero para ser políticamente válido, un análisis debe ligar el “pequeño espacio” a la “gran escena”. Como sostiene McLaren, “todos los grupos oprimi- dos debieran agruparse en un esfuerzo por luchar en contra de la de- sigualdad en todas sus odiosas manifestaciones” (2000, p. 202 [264]). No obstante, esto no basta. Es necesaria, además, una visión socia- lista. Cita a Raya Dunayevskaya, quien sostiene que “sin una filoso- fía de la revolución, el activismo se desperdicia en mero antiimpe- rialismo y anticapitalismo, sin llegar a manifestar para qué es” (p.
204 [266]). El posmodernismo, una vez más según sus propios parti- darios admiten, no es capaz de reunir a las personas ni de ofrecer una solución a la opresión que padecen ni a sus luchas. Resulta así antitético de la justicia y el cambio social (Cole, 2003, 2004a).
En Norteamérica, la obra de McLaren quizás haya tenido su mayor influencia dentro de la esfera de la pedagogía crítica (y la educación multicultural).13 Sin embargo, en El Che Guevara, Paulo Freire y la peda- gogía de la revolución (2000), McLaren parece romper con esta tradi- ción. De hecho, los motivos pedagógicos del retorno de McLaren al paradigma marxista quedan expresadas en una pregunta funda- mental: “¿de qué manera los educadores adoptan un modelo de li- derazgo que pueda oponer resistencia a la explotación capitalista global y crear un nuevo orden social?” (p. 91 [129]). Según McLaren, la respuesta a esta pregunta no puede formularse en términos de una crítica posmoderna pero tampoco en los términos de la pedagogía crítica que, al igual que su aliado político, la educación multicultural, ya ha dejado de ser una plataforma social y pedagógica adecuada. Só- lo la pedagogía revolucionaria pone al poder y el conocimiento en curso de choque con sus propias contradicciones internas, y ofrece
13 La considerable influencia de McLaren en el desarrollo del multiculturalismo crítico en las Américas tuvo su análogo en el Reino Unido, donde los debates estuvie- ron más centrados en la educación multicultural opuesta a la educación antirracista (Cole, 1998b; Short y Carrington, 1998; Cole, 1998c; Waller et al., 2001, pp. 165-166).
un destello provisional de una sociedad nueva liberada de la esclavi- tud del pasado. Esto, sostiene McLaren, sólo puede buscarse dentro del pensamiento dialéctico de intelectuales revolucionarios como el Che y Freire. Para ellos, el capitalismo no es natural ni inevitable, si- no, de hecho, la antítesis de la libertad y de la democracia. Jamás, sos- tiene McLaren, han sido más necesarios el Che y Freire que en este momento de la historia.
La pregunta acerca del papel que pueda desempeñar la educación en la transformación de la sociedad es extremadamente problemáti- ca. De hecho, Lather advierte que si bien McLaren:
Reconoce el fracaso de la izquierda educativa en los Estados Unidos para producir el cambio no sólo en las relaciones capitalistas globales sino tam- bién en su objetivo más específico, el de la escolarización, […] termina lue- go pidiendo más de lo mismo, en términos de “¿se animarán las escuelas a construir un nuevo orden social?” (Lather, 2001, p. 186).
Por un lado, los omnipresentes aparatos ideológicos enmascaran la tiranía del capitalismo. Louis Althusser sostuvo que, en la presen- te era, de los aparatos ideológicos del estado, el educativo constituye el aparato ideológico más importante a la hora de transmitir la ideología capitalista (Althusser, 1971). Según hemos sostenido an- tes, con el fin de funcionar efectivamente y proteger sus intereses, el capitalismo necesita impedir que la clase trabajadora se convierta en una “clase-para-sí”. Esto se logra mediante un doble proceso. Por un lado, se fomenta una concepción del mundo en la que el capita- lismo es considerado natural e inevitable; por otro, se nutre la “falsa conciencia”, por medio de la cual se desvía la conciencia por cami- nos inofensivos (por ejemplo, comerciales) (Cole, 2004b). Para el ca- pitalismo es importante que el sistema educativo no dificulte este proceso. De hecho, los requerimientos actuales de la ideología hacen que el sistema educativo desempeñe un papel activo tanto en la difu- sión del consumismo (un beneficio tanto material como ideológico para los capitalistas) como en la naturalización del capitalismo mis- mo. Esto se expresa tanto en la intromisión de los negocios en las es- cuelas como en el uso de las escuelas para promover los valores co- merciales, proceso que se ha visto acelerado en gran medida en Gran Bretaña bajo el Nuevo Laborismo (Allen y otros, 1999; Cole y otros,
2001; Hill, 2001a, 2001b; 2005a; Rikowski, 2001d). Lo cierto es que muchas escuelas y universidades, alrededor del mundo, están
“maleducando” a las personas (Cole, 2004c; Hill, 2003, 2004a, b, c).
No obstante, los AIE escolares nunca son totales ni ubicuos. Pero si bien reconozco las limitaciones del poder de las escuelas y maestros, considero que los maestros pueden desempeñar un papel válido en el desafío de las desigualdades dominantes y en el despertar de la conciencia en la búsqueda de un sistema económico, social y educativo más igualitario. Los maestros socialistas británicos han logrado resistir y continúan desafiando la “comercialización” de la educación y la educa- ción para la conformidad. Esto adquiere la forma de una resistencia or- ganizada dentro de los sindicatos docentes y grupos tales como la Alian- za de Maestros Socialistas (<www.socialist-teacher.freeserve.co.uk>), el grupo Hillcole (<www.ieps.org.uk.cwc.net/hillcole.html>) y la Red de Promoción de la Comprehensive Education.* Además de ello, los maes- tros, tanto individualmente como en grupos, están creando y abriendo espacios dentro del Currículum Nacional y del Currículum Oculto14 destinados a desafiar a la educación para la conformidad (Cole et al.,
1997; Hill y Cole, 1999, 2001; Hill, 2001a, 2004d; Cole, 2004c; Cole (ed.), 2004). Aun así, éstos continúan siendo bolsones marginales y relativamente aislados de resistencia. Uno puede suponer que es se- mejante el caso de los Estados Unidos, y que el toque de diana de McLaren está destinado a un pequeño grupo de activistas de izquier- da que, no obstante, están dispuestos a aumentar su influencia de cualquier modo posible. Los maestros socialistas continuarán lu- chando contra la falsa conciencia del modo que les parezca apropiado en cada situación dada. No es aquí el lugar para discutir las distintas es- trategias para lograrlo, pero para un análisis extenso véase Hill en es- te mismo libro, también Cole y otros (2001).15
* La “comprehensive education”, una de cuyas traducciones posibles sería “educación en conjunto”, es una particularidad del sistema educativo británico, y comprende una serie de institutos de segunda enseñanza en que, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los sistemas de educación tradicional, no se separa a los alumnos según su nivel de aptitud. [T.]
14 Desde 1988, Inglaterra y Gales tienen un Currículum Nacional prescrito, que se
ha visto modificado por la labor legislativa del Nuevo Laborismo. El Currículum Ocul- to hace referencia a todo aquello que ocurre en las instituciones educativas fuera del currículum formal.
15 Respecto de la resistencia general al capitalismo, McLaren ha escrito poco tiem-
po atrás acerca de sus experiencias en la resistencia a la actual (abril de 2003) inva- sión de Irak:
CONCLUSIÓN
Me gustaría cerrar mi exposición con unos pocos datos recientes y ac- tuales acerca del estado del capitalismo globalizado en los Estados Unidos, Gran Bretaña y los “países en vías de desarrollo”. En cuanto a Estados Unidos, durante los años ochenta, el 10% superiorde las fa- milias aumentó su ingreso familiar promedio en un 16%, el 5% supe-
Paseando por Hollywood.
“No guardo en secreto que estoy en lucha contra mis impulsos de volver a Canadá, im- pulsos que siento a diario, aunque adopté la ciudadanía estadunidense varios años atrás. Haré todos los esfuerzos posibles por permanecer en el vientre de la bestia y lle- var adelante mi trabajo anti-guerra, anti-globalización capitalista en esta tierra, sin im- portar cuán repugnante me resulte vivir aquí en el momento presente. Confío que mis esfuerzos habrán de ser más fructíferos aquí que si me fuera. Una cosa son las con- frontaciones en las marchas y reuniones contra la guerra: hay policías y contra-mani- festantes, pero la mayoría de nosotros está preparada para ello. Pero algo muy distin- to es la mera experiencia de caminar por las calles hacia la librería, o hacia el café donde uno espera encontrarse con amigos. O intentar quitarse la frustración de enci- ma en las máquinas del gimnasio. Ser confrontado (usualmente) por gente joven, só- lo por el hecho de caminar por las calles de Hollywood y West Hollywood con un prendedor con la leyenda DETENGAN A BUSH en la solapa de mi campera de jean, cier- tamente pone a prueba mis nervios, pero también pone a prueba los límites de mi ca- pacidad de dominar mi ira y mi indignación. En tres semanas, he estado cinco veces al borde de los golpes. Afortundamente para este cuerpo de 55 años, la sangre no lle- gó al río… de haberlo hecho, estas manos podrían verse imposibilitadas de escribir es- te mensaje en el teclado. Pocas semanas atrás, fui sonoramente reprendido por usar mi camiseta del Che en un gimnasio de West Hollywood por un Hulk de puño en al- to, mandíbula prominente, venas exaltadas y pulmones formidables (debo reconocer que me sorprendió que supiera quién había sido el Che y que reconociera que el Che no era “pro-Estados Unidos). La anécdota terminó con el Hulk retirándose furioso, y yo dando una improvisada clase anti-guerra en el sauna, que salió sorprendentemen- te bien. En las últimas dos semanas, en la cafetería local (a pocos metros de casa), fui objeto de agresiones a los gritos por parte de distintas personas que no conocía, y tam- bién distinguido dos veces con ataques a voz en cuello (la última vez hace veinte mi- nutos) por el mero hecho de pasar junto a algunos bares locales cerca de la mediano- che con el prendedor de DETENGAN A BUSH en la solapa de mi poco notable campera de jean. Ayer un grupo de hombres musculosos pidió a mi esposa que abandonara las máquinas de ejercicio que estaba utilizando y se retirara a otra área del salón porque la oyeron hablar con una amiga y criticar la guerra (en tono relativamente bajo, po- dría agregar). La beligerancia es asombrosa. Y estamos hablando de una ciudad (West Hollywood) cuyo consejo se opuso públicamente a la invasión de Iraq. No puedo ima- ginar lo que están viviendo los demás camaradas en otros lugares del país.”
Peter McLaren (correspondencia electrónica privada, 14 de abril, 2003).
rior lo hizo en un 23% y el 1% superior en un 50 por ciento. Al mis- mo tiempo, todo el 80% de abajo mostró alguna pérdida, y el 10% inferior perdió el 15% de sus ingresos (George, 2000; citado en McLaren y Pinkney-Pastrana, 2001, p. 208). La tasa de pobreza subió del 11.7% en 2001 al 12.1% en 2002, mientras que el número de po- bres aumentó también 1.7 millones para llegar a 34.6 millones (Ins- tituto Estadunidense de Censos, 2003).
En Gran Bretaña, los últimos datos muestran que el 1% más rico de la población posee el 22% de la riqueza, mientras que el 50% más rico llega a sumar el 94% (Social Trends, 2003). Esto significa que la mitad más pobre de la población posee tan sólo el 6% de toda la ri- queza (Hill y Cole, 2001, p. 139). En lo que respecta al ingreso en Gran Bretaña, el quinto menos afortunado de la población recibe menos del 10% del ingreso disponible, mientras que el quinto más favorecido se lleva más del 40% (Social Trends, 2002, p. 97). Más de uno de cada cinco chicos de Gran Bretaña no pasa un sólo día de vacaciones fuera del hogar por año, ya que sus padres no pueden afrontar los gastos (p. 87).
En lo concerniente a los “países en vías de desarrollo”, la pobreza en África y América Latina ha aumentado en los dos últimos decenios en términos tanto absolutos como relativos. Casi la mitad de la población mundial vive con menos de dos dólares estadunidenses por día, y un quinto vive con tan sólo uno (Movimiento por el Desarrollo Mundial,
2001).
La entrega de vastas áreas de tierra para la cosecha de monocul- tivos industriales a las multinacionales a menudo tiene por resulta- do la degradación ecológica, obligando a muchos a migrar hacia las grandes ciudades y vivir en condiciones indignantes y a trabajar dema- siadas horas en puestos inestables (Harman, 2000). Hay aproximada- mente 100 millones de “chicos de la calle” hambrientos y abusados en las ciudades más importantes del mundo; reaparece la esclavitud, y unos dos millones de niñas de entre cinco y quince años se ven arrastradas al mercado de la prostitución globalizada (Mojab, 2000, p. 118). Se estimó que durante 2001 más de 12 millones de niños me- nores de cinco años murieron de enfermedades directamente rela- cionadas con la pobreza (Movimiento para el Desarrollo Mundial,
2001). Aproximadamente 100 millones de seres humanos carecen de una vivienda adecuada, y 830 millones de personas no tienen la “comi- da asegurada”, es decir, pasan hambre (Mojab, 2001, p. 118). Las esti- maciones indican que, de persistir las tendencias actuales, en toda América Latina, salvo en Chile y Colombia, la pobreza continuará cre- ciendo durante el decenio próximo a un ritmo de dos personas po- bres más por minuto (Heredia; citado en McLaren, 2000, p. 39 [57]).
De hecho, el mundo está polarizándose en economías centrales y periféricas, creciendo en tal medida la brecha entre ricos y pobres, entre poderosos y desposeídos, que hoy las 300 corporaciones más grandes del mundo son responsables del 70% de la inversión extran- jera directa y del 25% de los activos de capital del mundo (Bagdikan,
1998; citado en McLaren, 2000, p. xxiv [xxix]), y la suma de los acti- vos de las tres personas más ricas del mundo exceden la suma del PIB de los 48 países más pobres. Por si fuera poco, la suma de los ingre- sos de las 225 personas más ricas del mundo se aproxima al total de los ingresos anuales del 47% más pobre de la población mundial (Heintz y Folbre, 2000; citado en McLaren y Farahmandpur, 2001, p.
345), y tan sólo 8 empresas registran ganancias mayores que las de la mitad de la población mundial (Movimiento para el Desarrollo Mun- dial, 2001). Como si su intención fuera la de destacar estas atroces in- justicias globales, y como un indicador también de la cantidad de ca- pital de que disponen los estados capitalistas de occidente, los Estados Unidos y Gran Bretaña han gastado cientos de miles de mi- llones de dólares en la invasión y ocupación de Irak.
Sin importar qué digan los voceros y defensores del capital global, este obsceno estado de cosas no es inevitable ni irreversible. Y todo lo que pueden ofrecer los posmodernos a estos males no es otra co- sa que soluciones estrictamente locales e incertidumbre, falta de cla- ridad y supuestos desmontados, prolijamente encapsulados por “la prueba de la indeterminabilidad”. Si bien esas subjetividades que tanto les interesa poner en el centro de la escena son importantes, sólo el marxismo ofrece una visión alternativa de futuro. Esta visión puede extenderse —y lo ha hecho— más allá de la “hermandad del hombre” de los socialistas tempranos, hasta incluir todas las distintas y complejas subjetividades. El socialismo puede y debe concebirse co- mo un proyecto donde identidades subjetivas tales como el género, la “raza”, las capacidades físicas, las preferencias sexuales y la edad tengan todas alta importancia en la lucha por una igualdad genuina (Cole y Hill, 1999a, p. 42).16
16 La clase, no obstante, sigue siendo central. Esto queda claramente demostrado en la actual ocupación de Irak. Si bien el conflicto puede tener distintas connotacio- nes raciales y de género, y si bien esta ocupación es parte del proyecto de hegemonía
Dadas las enormes ganancias que los capitalistas acopian gracias al proceso de acumulación global del capital, todos aquellos movimien- tos que sean considerados rebeldes o incluso resistentes al capitalis- mo habrán de enfrentar la brutalidad del estado, como atestiguan las reacciones a las recientes protestas anticapitalistas (véase Rikowski,
2001d). Resulta entonces necesario, le guste o no a los posmodernis- tas, que hombres y mujeres permanezcan “fuertes, erectos y rígidos” (Lather, 1998, p. 490; Lather, 2001, p. 187) antes que “no tan segu- ros” (Lather, 2001, p. 187) en su resistencia contra el capitalismo glo- bal. De todos modos, no es su capacidad o no de estar a la altura de las circunstancias el motivo de que los movimientos de masas por el cambio social no puedan triunfar. Como señala Callinicos, sin impor- tar la inevitable e intensa resistencia del capital, “el obstáculo mayor para el cambio no es… la revuelta que pueda provocar en los privile- giados, sino la creencia de que semejante cosa es imposible” (2000, p. 128).
Desafiar este clima requiere de coraje, imaginación y fuerza de vo- luntad inspirados por la injusticia que nos rodea. Bajo la superficie de nuestras sociedades supuestamente contentas, estas cualidades se encuentran en abundancia, y una vez movilizadas, pueden dar vuelta el mundo (Callinicos, 2000, p. 129).
Haciéndome eco de la afirmación de Meiksins Wood (antes cita- da) de que un capitalismo humano, “social”, verdaderamente demo- crático y equitativo es una utopía más irreal que la del socialismo (1995, p. 293), diré que sólo el socialismo puede ofrecernos un futu- ro justo e igualitario.17
imperialista estadunidense (Cole, 2004c), se trata en última instancia de un problema de clase y capitalismo: la privatización de los servicios públicos en Irak, la propiedad y el control del petróleo; en síntesis, aumentar las ganancias globales del capital a ex- pensas de la clase trabajadora, exprimir más y más plusvalía del trabajo de los obreros. (Véase la discusión sobre la TVT.)
17 Alex Callinicos ha escrito acerca de la necesidad de revivir “la imaginación utópica;
es decir, nuestra capacidad de anticipar, o delinear al menos, una forma de coordinación económica eficiente, democrática y no centrada en el mercado” (2000, p. 133), “prestan- do seriamente atención a los modelos de planificación democrática socialista…, un siste- ma mucho más descentralizado de planeamiento en que la información y las decisiones fluyan horizontalmente entre los distintos grupos de productores y consumidores antes que verticalmente del centro hacia las unidades productivas” (p. 123). En la “imagina- ción utópica” de Callinicos resuena la “imaginación revolucionaria” de Paulo Freire:
Ésta es la posibilidad de ir más allá del mañana sin necesidad de ser ingenuamen- te idealistas. Es el utopismo como una relación dialéctica entre la denuncia del pre sente y el anuncio del futuro. Anticipar el mañana con los sueños de hoy. La pregun- ta es… ¿se puede soñar o no? Si resulta cada vez menos posible, la pregunta que de- bemos hacernos es cómo hacerlo posible (Freire y Shor, 1987, p. 187).
En comparación, la idea de que la democracia liberal pueda continuar defendién- donos de los peores excesos del capitalismo y permitiéndonos existir como seres civi- lizados más allá de la profundización y expansión de las contradicciones internas del capitalismo resulta “una utopía completamente ridícula” (Allman, 2001, p. 13).
Si bien puede subvertir creencias establecidas por su propia esencia, el posmodernismo no es capaz de ofrecer una alternativa a la barbarie del capitalismo. Es por tal motivo que la readopción de la teoría y la práctica marxista por parte de McLaren es más que bienvenida.
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2 Como explica Rikowski (2001a), debido a que otras áreas de ganancia resultan cada vez más riesgosas (por ejemplo, los negocios virtuales en internet) y a la dismi- nución de las tasas de ganancia en las áreas tradicionales, el capital corporativo bus- ca expandirse en el sector público. Por otra parte, las naciones firmantes de la Or- ganización Mundial de Comercio (OMC) y el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) están comprometidas a abrir los servicios públicos al capital corpo- rativo (p. 1). Esto supone un doble ataque interrelacionado y una amenaza contra el concepto del “estado de bienestar”.
las mareas se levanten para guiar los botes” (McMurty, 2001, p. 2). El fetichismo de la vida, por medio del cual las relaciones entre las cosas o mercancías adquieren una cualidad mística, ocultando las verdade- ras relaciones (de explotación) entre los seres humanos, hace que el capitalismo parezca natural y por ende inalterable. Los mecanismos del mercado se transforman así en una fuerza natural que no guarda relación alguna con los deseos humanos (Callinicos, 2000, p. 125). El capitalismo es reverenciado:
como si hubiese sustituido al entorno natural. Se proclama a sí mismo por me- dio de sus líderes financieros y políticos como coextensión de la libertad, e in- dispensable para la democracia, de modo tal que cualquier ataque contra la explotación o la hipocresía del capitalismo se convierte en un ataque contra la libertad mundial y la democracia misma (McLaren, 2000, p. 32).
La globalización, anunciada como un fenómeno nuevo, busca ponerle el último clavo al ataúd de cualquier posible orden mun- dial distinto. Tiene por función ideológica la de mistificar lo que está ocurriendo. La tarea más importante que desempeña, al presentar el desarrollo capitalista como algo natural, es la de reforzar la falsa impre- sión de que no hay nada que pueda hacerse. El mensaje de la globaliza- ción es que el mundo de hoy es como es, y que es preciso tomar cier- tas medidas como resultado. Básicamente, es preciso que los estados muestren su aquiescencia con los requisitos del mercado global.3
Cualquier idea de lucha de los trabajadores, por no hablar de la revolución socialista, es cuanto menos “antigua” e inapropiada. Aquellos que continúan hablando de derrocar al capitalismo son prácticamente dinosaurios.4 Al mismo tiempo, se canaliza la energía
3 Irónicamente, la clase capitalista y sus representantes que solían burlarse de lo que ellos consideraban la metafísica del “determinismo económico marxista” (los pro- cesos económicos determinan todo lo demás, incluso la dirección futura de la socie- dad) son hoy los campeones de la “revolución mundial del mercado” y la consecuen- te inevitabilidad de la “reestructuración económica” (McMurtr y, 2000). Es preciso señalar que algunos de ellos sostienen que la globalización, si bien es inevitable, pue- de ser atemperada. El primer ministro británico Tony Blair, por ejemplo, defiende el capital global como “una fuerza para el bien”. Para una crítica de esta posición, véase Cole (2005).
4 Si bien el socialismo no es intuido hoy como una amenaza, tal no es el caso, des-
de luego, del fundamentalismo islámico, actualmente percibido como una verdadera amenaza, al menos por el capitalismo occidental.
creativa de la mayor parte de la clase trabajadora para evitar su con- frontación con las trayectorias globales del capitalismo hacia propósi- tos culturales más seguros. Los marxistas se refieren a este fenómeno como la creación y cultivo de una falsa conciencia.5
El thatcherismo y la economía de Reagan resultaron cruciales no sólo para sentar los fundamentos de la revolución neoliberal, sino también, en el caso particular de Thatcher, para desacreditar al socia- lismo. La caída de la Unión Soviética es utilizada para apoyar la idea de la inviabilidad del socialismo.6
¿Dónde podríamos entonces encontrar interpretaciones alterna- tivas de nuestro mundo en este siglo XXI? En el resto del presente capítulo, analizaré las contribuciones de los posmodernos, por un la- do, y de los marxistas, por otro.
5 Las manifestaciones actuales de la falsa conciencia están señaladas por el desvío de la energía creativa de la clase trabajadora hacia el alcohol y las drogas, los bares, los clubs, la música pop, los talk-show, el fútbol, las telenovelas, los juegos de video y el DVD. De un modo significativo, la ITV, el canal comercial específicamente destinado a la clase trabajadora británica, preocupado por el descenso general del público de noticias, dedica hoy más espacio a las noticias relacionadas con “el placer, el consu- mo y las noticias del mundo del espectáculo” (Wells, 2001, p. 1). Al mismo tiempo, el supremo tecnológico de nuestra era, internet, que tiene una enorme posibilidad de desempeñar un papel significativo en la liberación de la clase trabajadora y que puede ser utilizada, y a menudo lo es, de manera progresista, ha permitido también un desvío aún más sinuoso. En vez de ser utilizada como una fuente de conocimien- to para la liberación, suele utilizársela para ampliar la distribución de trivialidades. Y en otra faceta más siniestra, comienza a ser utilizada también como un lugar de opre- sión. Buen ejemplo de ello son los numerosos sitios que predican el odio racial y, en- tre hombres mayormente, los dedicados a una pornografía cada vez más violenta (Amis, 2001).
6 Esto fue austeramente reiterado por el ministro de Relaciones Exteriores britá-
nico Jack Straw en un artículo intitulado “Globalization is Good for Us” [La globaliza- ción nos conviene]: “Desde el colapso del bloque soviético, no existe ya una ideología coherente en oferta” (The Guardian, 10 de septiembre, 2001). Vale la pena recordar que los voceros del capitalismo (Margaret Thatcher y Ronald Reagan, entre otros) nos dijeron que este colapso traería aparejados la libertad y la democracia. Si es cierto que lo ha hecho, ha traído también consigo la falta de techo, el desempleo, las mafias, las drogas y la pornografía infantil.
EL POSMODERNISMO Y LA PRUEBA DE LA INDETERMINABILIDAD
Sin duda alguna, el posmodernismo ofrece un antídoto contra la “na- turalidad”, la “inevitabilidad” y la “permanencia”. La posmoderna británica Elizabeth Atkinson define al posmodernismo como:
• La resistencia contra la certeza y la resolución;
• el rechazo de nociones inalterables de realidad, conocimiento o método;
• la aceptación de la complejidad, falta de claridad y multiplici- dad;
• el reconocimiento de la subjetividad, la contradicción y la iro- nía;
• la irreverencia por las tradiciones filosóficas y morales;
• el intento deliberado de desbaratar los supuestos y presuposi- ciones;
• el rechazo a aceptar límites o jerarquías en los modos de pen- sar, y
• el desbaratamiento de las oposiciones binarias, que definen las cosas en términos disyuntivos (2002, p. 74).
Criticando aquello que denomina el “marxismo economicista” (Lather, 2001, p. 187), la feminista posmoderna Patti Lather afirma que su intención es la de desafiar “la voz masculinista de la abstrac- ción, la universalización y la posición retórica ‘del que sabe’, esa que Ellsworth llama ‘la de Aquel que tiene la Historia correcta’” (p. 184). Para contrarrestar lo que ella considera la “insistencia de los marxis- tas en la ‘historia correcta’” (p. 184), propone “un pensamiento den- tro de la ‘prueba de la indeterminabilidad’ de Jacques Derrida”, con “sus obligaciones a la apertura, el desplazamiento y la no-domina- ción”, donde “las cuestiones están en movimiento constante y nadie puede definirlas, terminarlas, cerrarlas” (p. 184). La posición de De- rrida (1992) es que “una decisión que no pasara la prueba de la in- determinabilidad no sería una decisión libre” (citado en Parrish,
2002, p. 1). Richard Parrish explica:
Cualquier afirmación —posición discursiva— es una afirmación universal que para ser universal debe re-fundarse continuamente a sí misma. Cual- quier posición, incluso la posición de que las posiciones universales son imposibles, es una afirmación universal y es por ende considerada universalmente reiterable. Esta reiterabilidad universal niega en su estructura la le- gitimidad de los contraargumentos que otros presenten, negando así a los otros como fuentes independientes de sentido (Parrish, 2002, p. 1).
Lather intenta vincular a Derrida con Marx trayendo a nuestra atención que en su libro Getting Smart ha cerrado la sección sobre “posmarxismo” con la profecía de Foucault según la cual “resulta cla- ro, aun si uno admite que Marx habrá de desaparecer por ahora, que algún día reaparecerá” (Foucault, citado en Lather, 1991, p. 45). No obstante, ella rechaza lo que considera, por parte de los marxistas, un “discurso de dominación, transparencia, racionalismo y el reposicio- namiento del marxismo económico como el ‘discurso maestro de la izquierda’” (Lather, 2001, p. 187). Antes que una vuelta al materialis- mo histórico (la creencia de que el desarrollo de los bienes materia- les necesarios para la existencia humana es la fuerza primaria que de- termina la vida social),7 Lather se interesa por una “praxis de lo no tan seguro” (p. 184), “una praxis que exceda la lógica binaria o dia- léctica” (p. 189). Esta “praxis posdialéctica” se centra en “el titubeo ontológico, conceptos de bajo peso ontológico, una praxis sin suje- tos ni objetos garantizados, orientados hacia las aún incompletas condiciones y potencialidades pensables de los ordenamientos da- dos” (p. 189).
En realidad, la adopción de una “praxis” de ese tipo por parte de Lather no reposiciona el marxismo; al contrario, lo abandona por completo. (Véase más adelante una discusión de la praxis dialéctica en el contexto de la Teoría del Valor del Trabajo). Para Lather, nada es cierto ni está decidido. Citando a Derrida, Lather asegura que la indeterminabilidad es “un recordatorio ético-político constante… de que la responsabilidad moral y política sólo puede ocurrir dentro del no saber y el no estar seguro” (Lather, 2001, p. 187). Los esfuerzos académicos de Lather son informados por Alison Jones (1999), quien concluye “con un llamado a una ‘política del descontento’, una práctica ‘del fracaso, la pérdida, la confusión, el malestar y la li- mitación frente a los grupos étnicos dominantes’” (Lather, 2001, p.
7 Como materialistas históricos, los marxistas analizan la evolución de la sociedad partiendo del comunismo primitivo, pasando luego a la esclavitud y del feudalismo al capitalismo. Sólo en el capitalismo, sostienen, las fuerzas productivas de la sociedad son tales que el socialismo resulta una alternativa viable. Sólo en ese momento es téc- nicamente posible la noción de “a cada quien de acuerdo a sus necesidades”.
191). Lather y Jones sostienen ser anticolonialistas al apoyar el deseo de los estudiantes maoríes de disolver “los grupos de discusión basa- dos en la igualdad étnica” (p. 190).
Si bien resulta siempre vital desafiar el colonialismo y el racismo de los grupos dominantes (véase Cole, 2003), no queda en claro de qué modo la lista de políticas y prácticas negativas de Jones (el des- contento, el fracaso, la pérdida, la confusión, el malestar, la limita- ción) pueda contribuir en esta lucha. Además, en tanto Lather cree que “todo el conocimiento opositivo termina viéndose arrastrado dentro del orden contra el que intenta rebelarse” (Lather, 1998, p.
493), resulta difícil de advertir el potencial progresivo posible de un anticolonialismo como el que ella y Jones sostienen, o incluso en el proyecto general de Lather. ¿Están estos estudiantes maoríes predes- tinados a ser arrastrados por el orden dominante (el colonialismo)? Y mientras ¿es la indeterminabilidad todo lo que pueden ofrecerles los docentes posmodernos? De hecho, lo único que Lather ofrece, por medio de su conclusión, es la afirmación de que “hay fuerzas ac- tivas ya en el presente” y que habremos de “avanzar y experimentar la promesa que hoy resulta imprevisible desde la perspectiva de nuestros marcos conceptuales presentes” en la búsqueda de “un fu- turo que debe preservarse siempre por venir” (Lather, 2001, p. 192).
Cualquier defensor de la injusticia social estará seguramente en- cantado de oír que Patti Lather, quien como tantos otros de los pos- modernos contemporáneos a principios de los ochenta sostenía que “el feminismo y el marxismo se necesitan el uno al otro” (Lather,
1984, p. 49) y que “la revolución está dentro de todos y cada uno de nosotros y no tardará en producirse” (1984, p. 58), sostiene hoy la contradictoria postura de que el futuro es un libro abierto, con cier- to potencial progresivo, y en el que toda oposición se ve arrastrada dentro del orden dominante. Esto no lleva al cambio social ni a la jus- ticia social, y es sintomático del modo en que el posmodernismo ac- túa hoy como un apoyo ideológico del capital nacional y mundial (Cole y Hill, 1995, 2002; Cole, 2003, 2004a).
UNA VISIÓN ALTERNATIVA: DEFENSA DEL SOCIALISMO
En marcado contraste con los defensores y promotores del capitalis- mo globalizado, y ofreciendo el tipo de afirmación positiva acerca del
futuro negado por los posmodernistas, Meiksins Wood ha afirmado que “la lección que podemos vernos obligados a sacar de nuestra con- dición económica y política actual es que un capitalismo humano,
‘social’, verdaderamente democrático y equitativo es una utopía más irreal que la del socialismo” (Meiksins Wood, 1995, p. 293).
La conciencia creciente de las difíciles situaciones que atraviesa la mayor parte de la humanidad luego de los sucesos del 11 de septiem- bre de 2001, abre cierto espacio para plantear una visión alternativa de socialismo. Al hacer una distinción de contraste respecto de los ar- gumentos de, por ejemplo, Thatcher y Straw, la izquierda sostiene que no es el socialismo el que se ha visto desacreditado, sino las dic- taduras del este de Europa (y otras partes del mundo) que decían ser socialistas. Como bien dice Callinicos (2000), los marxistas deben atravesar el estrafalario mecanismo ideológico dentro del cual cualquier alternativa concebible al mercado es considerada invia- ble debido a la caída del estalinismo (p. 122) o del “socialismo de estado” dictatorial antidemocrático.
Como señala Birchall (2000), en la historia moderna se han pro- ducido sólo unas pocas revoluciones notables, demasiado pocas co- mo para deducir de ellas cualquier principio absoluto. “Ningún cien- tífico que mereciese ese nombre basaría una ley científica en tan pocos experimentos” (p. 22). Según señala, “es posible que haga gi- rar una moneda y obtenga ‘cara’ cinco veces seguidas, pero eso difí- cilmente pruebe que todas las monedas caerán del mismo modo” (ibid.).
Analizando las revoluciones francesa y rusa y la guerra civil españo- la, Birchall concluye que la única lección general que puede sacarse de ellas no es que la revolución conduzca a la tiranía, según gustan afir- mar los capitalistas y sus partidarios, sino más bien que es el hecho de no completar una revolución el que abre camino a la tiranía (2000, p. 22). Entonces ¿cuáles son las oportunidades de un orden mundial socialista verdaderamente democrático, como el que imaginaba Mar x? ¿Acaso el desarrollo del capitalismo global avanzado ha descartado esta posibilidad? ¿Ha triunfado definitivamente el ca- pitalismo?
En realidad, el capitalismo es un asunto bastante turbio. En él, las cosas rara vez fluyen sin problemas. De hecho, la trayectoria del uni- verso social del capital lo obliga a estrellarse continuamente contra los límites de su propia constitución y existencia. No obstante, este movimiento destructivo descansa por completo en la capacidad laboral de los obreros, su fuerza de trabajo; de allí que donde quiera que esté el capital, también esté el trabajo, “contribuyendo, encubriendo y nutriendo su desarrollo… deteniéndole la mano mientras nos muerde” (Rikowski, 2001b, p. 11). El capital no puede volverse “no capital”. “Sin embargo, el trabajo puede convertirse en trabajo… des- ligado de su forma actual de valor” (p. 11). El único futuro viable pa- ra la clase trabajadora es el socialismo. “Un futuro con futuro, un fu- turo posible para nosotros basado en la implosión del universo social capitalista” (p. 11).
La teoría del valor del trabajo de Marx (TVT), por ejemplo, expli- ca del modo más conciso posible por qué el capitalismo es objetiva- mente un sistema de explotación, sean los explotados conscientes o no de ello, e incluso sea este asunto importante para ellos o no. La TVT ofrece también una solución a esta explotación, proponiendo así una praxis dialéctica, una auténtica unión entre teoría y práctica.
Según la TVT, los intereses de los capitalistas y los trabajadores son diametralmente opuestos, en tanto el beneficio de los primeros (las ga- nancias) es un costo para estos últimos (Hickey, 2002, p. 168). Marx sostuvo que el trabajo de los obreros está encarnado en los bienes que producen. Los capitalistas se apropian de los productos terminados y finalmente los venden sacando de ellos ganancias. No obstante, al tra- bajador se le paga sólo una fracción del valor que crea con su labor productiva; el salario no representa el valor total que crea. Se supone que se nos paga por cada segundo de trabajo. Sin embargo, bajo esta apariencia, este fetichismo, el día laboral (al igual que ocurre en situa- ción de servidumbre) se parte en dos: el trabajo socialmente necesario (y esto es lo que representa el salario) y el trabajo excedente, trabajo que no se ve reflejado en el salario. Ese excedente es la base de la plus- valía, donde reside la ganancia del capitalista. Mientras que el valor de las materias primas y del desgaste de la maquinaria se transfiere de ma- nera simple a la mercancía que se produce, la fuerza de trabajo es una mercancía peculiar, única, en tanto crea nuevo valor. “Esta cualidad mágica del valor de la fuerza de trabajo resulta por ende crítica para el capital” (Rikowski, 2001c, p. 11). “La fuerza de trabajo crea más valor (ganancias) al consumirse del que ella encierra y cuesta” (Marx, 1966, p. 351). A diferencia, por ejemplo, del valor de una mercancía dada, que sólo puede realizarse en el mercado en sí misma, el trabajo crea nuevo valor, un valor mayor que él mismo, un valor que antes no exis- tía. Es por este motivo que la fuerza de trabajo resulta de fundamental importancia para el capitalista en su búsqueda de acumulación del capital. Al capitalista o capitalistas (hoy día los capitalistas pueden, desde luego, consistir en un grupo de accionistas, por ejemplo, más que ser directamente propietario de negocios) les interesa maximizar la ga- nancia, y esto supone (con el fin de crear la mayor cantidad posible de valor nuevo) mantener los salarios de los trabajadores tan bajos como sea “aceptable” en cualquier país o periodo histórico dado, sin que lle- guen a provocarse huelgas u otras formas de resistencia. Por ende, el modo capitalista de producción es, en esencia, un sistema de explota- ción de una clase (la clase trabajadora) por otra (la clase capitalista).
Si bien la lucha de clases es endémica —e inerradicable y perpe- tua— dentro del sistema capitalista, no siempre, ni siquiera típica- mente, adopta la forma de un conflicto abierto u hostilidad explícita (Hickey, 2002, p. 168). No obstante, por fortuna para la clase traba- jadora, el capitalismo es proclive a la inestabilidad cíclica, viéndose sujeto a periódicas crisis políticas y económicas. En tales momentos, existe la posibilidad de la revolución socialista. La revolución sólo puede producirse cuando la clase trabajadora, además de ser una “clase-en-sí” (un hecho objetivo debido a la explotación común inhe- rente que es resultado de la TVT), se convierte en una “clase-para-sí” (Marx, 1976). Con esto, Marx se refiere a una clase con conciencia subjetiva de su posición social de clase; es decir, una clase con “con- ciencia de clase”, incluida en ello la conciencia de su explotación y la superación de la “falsa conciencia”.
Marx sostuvo que sólo si la clase trabajadora se convierte en una “clase-para-sí” tiene la posibilidad de tomar el control de los medios de producción, la economía y el poder político. La toma de la econo- mía constituiría una revolución socialista (Hill y Cole, 2001, p. 147). Ésta, desde luego, no es una alternativa sencilla, pero es la clase tra- bajadora la que tiene mayores posibilidades de encabezar una revo- lución semejante.
Como bien señala Michael Slott (2002):
Los marxistas han entendido perfectamente que hay muchos obstáculos pa- ra que la clase trabajadora se convierta en un agente universal del socialismo. Al mismo tiempo, han sostenido que, debido a los intereses particulares, el poder colectivo y las capacidades creativas que son generadas por la posición estructural de los trabajadores dentro de la sociedad, es más probable que sea la clase trabajadora el núcleo de cualquier movimiento de transforma- ción social (p. 419).
Para Marx, el socialismo (etapa anterior al comunismo, estado de existencia en que el estado habrá de marchitarse y todos viviremos comunalmente) era un sistema mundial en que “tendremos una asociación donde el desarrollo libre de cada uno sea la condición del desarrollo libre de todos” (Mar x y Engels, 1977, p. 53).
Una sociedad semejante sería democrática (como tal, debe dis- tinguirse el socialismo a la manera de Mar x de los regímenes no democráticos del bloque soviético) y sin clases, estando los medios de producción en manos de muchos y no de pocos. Los bienes y ser- vicios sería producidos de acuerdo con la necesidad, y no por mero afán de ganancia.8
LA OBRA DE PETER MCLAREN
¿Qué tiene que ver Peter McLaren con el análisis anterior? En un trabajo que escribiera tiempo atrás con David Hill, regañamos a Peter McLaren por su defensa del posmodernismo como una fuer- za progresista; en particular, por su idea de que el posmodernismo de “resistencia crítico” constituye una apropiación efectiva por parte
8 Resulta irónico que los países del antiguo bloque soviético hayan sido falsamen- te denominados “comunistas” por Occidente. En realidad (más allá de que muchos de ellos tuvieran ciertas características positivas: empleo pleno, vivienda para todos, servicios públicos y sociales gratuitos y demás), eran dictaduras antidemocráticas don- de una élite disfrutaba de privilegios especiales y la mayor parte de la población tra- bajaba como esclava. En todo caso, estas sociedades de Europa del Este eran estados socialistas deformados, alejados de la concepción marxista de una futura “fase más al- ta de la sociedad comunista” (que habría de llegar luego de la fase temporal del so- cialismo). En la sociedad comunista, “cuando el trabajo ya no sea meramente un me- dio de vida sino la primera necesidad vital”. “Todas las fuentes de riqueza cooperativa fluyen de manera más abundante…[y el principio guía es] de cada cual según su ca- pacidad, a cada cual, según sus necesidades” (Marx, Crítica del Programa de Gotha, 1875; citado en Bottomore y Rubel, 1978, p. 263). En un mundo comunista, se realiza la “bondad original” de la humanidad, y “el interés privado de cada uno” coincide “con el interés general de la humanidad” (Marx, La sagrada familia, 1854; citado en Botto- more y Rubel, 1978, p. 249). De los diez países que he podido visitar que dicen ser so- cialistas, para mí Cuba es el más cercano a lo que yo entiendo por el espíritu del so- cialismo. Creo que los socialistas pueden aprender mucho de sus experiencias.
de la izquierda del “posmodernismo lúdico” (McLaren, 1994, p. 199).9
Nuestro trabajo se publicó en junio, y tres meses después, Peter (ami- go y camarada cercano) y yo nos encontramos y pasamos una noche juntos en Halle, Alemania del Este, donde el desempleo marcó un ré- cord debido al cierre de una planta química y donde, dicho sea de paso, prácticamente nadie de las personas con quien hablamos que- ría el regreso de la vieja RDA.10 En aquella oportunidad, Peter treató de convencerme de que su intento era el de incorporar ciertas ideas del postestructuralismo en sus creencias marxistas. Yo sostuve, por el contrario, que al adoptar el posmodernismo, Peter, al igual que La- ther, estaba abandonando el terreno del marxismo. Poco después de nuestro encuentro, del que Peter publicó un resumen (McLaren,
9 El argumento de Peter no es nuevo, ya sea dentro de la teoría educativa o fuera de ella. La idea del “posmodernismo lúdico” se basa, por ejemplo, en los escritos de Baudrillard (1984), donde en “total desesperanza” (citado en Gane [ed.], 1993, p.
95), sobrevivimos juguetonamente entre los vestigios de la vida (p. 95). El “posmoder- nismo de resistencia”, por otra parte, tendría un enfoque teórico fundamentalmente distinto del posmodernismo lúdico, y representaría un desafío al statu quo. En pala- bras de Atkinson (2002), es “una especie de shock” (p. 78) para el establishment, en tan- to desnuda los subtextos y los silencios textuales (p. 80). (El surrealismo y otras for- mas artísticas desempeñaron y continúan desempeñando funciones similares, tal como hacen, por ejemplo, ciertos cómicos alternativos). No obstante, por más subver- sivas que estas formas artísticas puedan ser, no ofrecen ningún rumbo para el cambio. Mi posición y la de Hill fue (y es) que los “dos posmodernismos”, sin importar el po- tencial progresista y radical que pueda tener el “posmodernismo de resistencia”, son en realidad uno, y que el posmodernismo es en esencia reaccionario. Sostenemos que la naturaleza esencialmente reaccionaria del posmodernismo está directamente rela- cionada con su negación de la posibilidad del metarrelato, lo que obstaculiza cual- quier agenda para el cambio social (Cole y Hill, 1995; véanse también Cole y Hill,
1999a, 1999b, 2002; y Cole, 2003, 2004a). Recientemente, Atkinson (2003) ha inten- tado vincular el “posmodernismo lúdico” al “de resistencia”. Según ella, el posmoder- nismo puede actuar como una forma de resistencia oponiendo su “danza lúdica… ju- guetona… irónica… incansable, formadora… contra lo absurdo” (p. 5). Atkinson concluye pidiendo una combinación de la diversión y la resistencia: “Quiero algo más que un carnaval… una vez al año. Quiero escuchar las voces del margen, plantear las preguntas que surgen de la incertidumbre, la hibridación y la multiplicidad. Quiero hablar lo atroz y tener pensamientos horribles. Quiero hacer preguntas que creen problemas” (2003, p. 12). (Para una crítica, véase Cole, 2004a.)
10 Como ya he señalado antes, me gustaría disociarme completamente del “socia-
lismo de estado” o estalinismo antidemocrático y dictatorial en sus múltiples disfraces como fue practicado allá. La concepción del marxismo que propongo en este capítu- lo está a considerable distancia de muchas de las prácticas que fueron ejercidas en el nombre de Marx. Creo en un socialismo democrático donde la modernidad cumpla su promesa de igualdad y libertad o égaliberté, según la describe Balibar (citado en Ca- llinicos, 2000, p. 22).
1997, pp. 100-101), McLaren dio por terminado su romance con el posmodernismo y volvió a asumir un renovado compromiso con la teoría y la práctica marxista (si bien imbuido de cierto respeto resi- dual por algunos aspectos del posmodernismo).
En qué medida esta decisión pueda haberse visto influenciada por nuestra noche en Halle es menos importante que la decisiva contri- bución que Peter (por ejemplo, McLaren, 2000) y sus coautores (so- bre todo Ramin Farahmandpur; véase McLaren y Farahmandpur,
2002a, 2002b) están haciendo a la revitalización del marxismo.11
En El Che Guevara, Paulo Freire y la pedagogía de la revolución (2000), McLaren retornó decisivamente al terreno del materialismo históri- co y el socialismo democrático (opuesto al estalinismo). En este libro hay críticas mordaces contra el capitalismo global (en las que, para ser justo, se involucra también su fase posmoderna), junto a un com- promiso con el socialismo futuro e incisivas críticas contra el posmo- dernismo. Así, siguiendo al Che, McLaren habla de su “indignación
11 Acerca de nuestra estadía en Halle, Peter ha escrito:
“El tiempo que pasé contigo fue un paso significativo en el retorno de mi trabajo a la senda de Marx. No cabe la menor duda de que… escucharte hablar en Halle, pasar tiempo contigo, experimentar Alemania del Este contigo, realmente me sacudió,… fue un momento decisivo, tal vez el momento decisivo; desde ya, el paso siguiente fue la relectura de las críticas que tú, Dave [Hill] y Glenn [Rikowski] han hecho a mi tra- bajo… y también la correspondencia que hemos sostenido por correo electrónico… y comencé a reeducarme gracias a la ayuda de camaradas como tú, leyendo el Capital y otra media docena de libros de Marx, Marx y Engels, y también Hegel (vía la tradi- ción marxista humanista de News and Letters/Dunayevskaya), ajustándome a un pro- grama de estudio y diálogo con otros marxistas, trabajando con Ramin [Farahmand- pur] y otros estudiantes marxistas… y comencé a leer a los abiertamente marxistas gracias a Glenn, prestando atención al trabajo de Glenn sobre la teoría del valor del trabajo… y leyendo los más importantes diarios marxistas como el Science and Society y por fin al conocer a Peter Hudis, de News and Letters, y pasar tiempo con él en Los Án- geles y aprender muchísimo” (correspondencia personal, 2002).
El romance de McLaren con el posmodernismo todavía resuena. Así, en una edi- ción reciente del muy influyente British Journal of Sociology of Education, Michael Slott organiza una crítica del posmodernismo crítico, citando la obra de Peter, junto a la de Henr y Giroux y Stanley Aronowitz, como ejemplos del género. Para ser justos con Slott, cabe decir que en una nota al final habla del “retorno a Marx” de McLaren (Slott, 2002, p. 424, n. 2). Sin embargo, esta nota de ningún modo da cuenta del im- pacto de la obra de McLaren durante el último decenio en la tarea de hacer visible el marxismo en los debates pedagógicos estadunidenses. En la actualidad, McLaren es uno de los marxistas activos más visibles de los Estados Unidos.
por la despreocupación y la indiferencia con las que el capital destru- ye vidas humanas —desproporcionadamente por lo que se refiere a los trabajadores del mundo y a las poblaciones de piel oscura—, y aparta a los ricos de la compasión y la obligación de rendir cuentas” (2000, p. 42 [61]) y de la necesidad de derrocar al capitalismo, en tanto sólo el socialismo puede transformar el corazón humano.
McLaren sostiene que no cabe rechazar “la totalidad de la teoría posmoderna” (2000, p. xxiv [xxxi]), que “en algunos casos… puede ser más productiva para el entendimiento de ciertos aspectos de la vi- da social de lo que admiten las actuales teorías marxistas” (p. xxv). No obstante, fustiga a “esos malévolos a la moda de la sala de semina- rios, [para quienes] el posmodernismo constituye la tóxica intensi- dad de las noches bohemias, en las que los proscritos, los pobres y los desdichados de la Tierra simplemente forman parte de su ma- nera de divertirse” (ibid.). Su feroz repulsión por el desprecio pos- moderno del socialismo es feroz: “[lo han injuriado] como un inde- seable intruso del pasado; lo mismo que un intruso sin hogar, sucio y lleno de polvo, que se te aproxima en el camino al lugar donde sue- les tomar tu capuchino, exigiendo que le pongas atención a su rostro sin afeitar y a sus ojos llorosos” (p. 191 [249]).
Sin embargo, Peter aguarda el futuro con optimismo. Percibe el surgimiento de una nueva conciencia social, anunciado del modo más dramático por las recientes protestas contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle, Québec y Genoa. Como él mismo señala:
No quiero decir con esto que no sea posible encontrar a los jóvenes de hoy armando jaleo, felices, frente a un adormecedor programa de juegos en la televisión, pero estoy más convencido que nunca de que las contradicciones dialécticas y las relaciones internas del capitalismo se están volviendo para ellos más flagrantes y menos aceptables como una fatalidad histórica. Saben que el capitalismo no admite oposición alguna contra sus demandas imperia- listas (McLaren, 2003, p. 14).
La reciente vuelta de Peter al marxismo y su abandono casi total del posmodernismo no han pasado inadvertidos por los principales posmodernistas. De hecho, el ataque de Patti Lather contra el mar- xismo (convencional) (Lather, 2001) antes criticado está dirigido a Peter McLaren (específicamente, contra un artículo suyo publicado en Educational Theor y [McLaren, 1998]). La suya es “la voz masculinista de la abstracción, la universalización y la posición retórica ‘del que sabe’, esa que Ellsworth llama ‘Aquel que tiene la Historia correcta’” (2001, p. 184). El suyo es el “discurso de dominación, transparencia, racionalismo y el reposicionamiento del marxismo económico como el ‘discurso maestro de la izquierda’” (p. 187).
Según Lather, el llamado de McLaren a una pedagogía revolucio- naria viene a ser lo mismo que “una cosa de chicos” (2001, p. 184), “demasiado fuerte, demasiado erecta, demasiado rígida” (1998, p.
490), en comparación a la “cosa de chicas” que favorece Lather
(2001, p. 184). Esa “cosa de chicas” no es otra que la deconstrucción.
Para facilitar el pensamiento dentro de “la prueba de la indeter- minabilidad”, los posmodernistas se comprometen a un interminable y relativamente ahistórico proceso de deconstrucción, llamado a de- safiar
Al educador, el investigador, el activista social y el político no sólo a decons- truir las certezas en torno de las cuales pudieran sostener la necesidad de cambio, sino también a deconstruir sus propias certezas respecto de por qué sostienen esta idea (Atkinson, 2002, p. 7).
Esto puede sonar bien, pero qué hacen a fin de cuentas estas sub- jetividades por producir el cambio social una vez que todas sus con- cepciones se han visto desafiadas. ¿Qué se construye después del proceso de deconstrucción? A diferencia de McLaren, que es muy claro en cuanto a la necesidad de construir un socialismo democráti- co, los posmodernistas no ofrecen respuesta alguna. Esto se debe a que no pueden hacerlo (Hill, 2001a; Rikowski, 2002, pp. 20-25). La deconstrucción “busca hacer justicia a todas las posiciones… dán- dole a cada una de ellas la oportunidad de justificarse, de hablar originariamente de sí mismas y de ser elegidas antes que impuestas” (Zavarzadeh, 2002, p. 8). De hecho, para Derrida (1990, p. 945), “la deconstrucción es la justicia” (cursivas mías). Por ende, una vez em- prendido el proceso de deconstrucción, la justicia se hace patente, y no queda ninguna dirección discernible hacia la cual dirigirse. Al declarar en la primera página del prefacio a su libro Getting Smart: Feminist Research & Pedagogy With/In the Posmodern su “interés de lar- ga data por el modo en que podamos pasar del pensamiento crítico a la acción emancipatoria” (1991, p. xv), Lather no hace de hecho más que perder el tiempo. Luego de doscientas páginas de texto en las que se hace indicaciones acerca de la necesidad de una praxis de investigación emancipatoria, en las que se proclama que los objetivos de la investigación debieran apuntar a entender la deficiente distri- bución de poder y recursos en la sociedad, con la vista puesta en el cambio social, nos deja preguntándonos de qué modo podría llegar a realizarse semejante cosa.
La deconstrucción sin reconstrucción tipifica el conocido divorcio entre la academia y la realidad del campo de lucha. El posmodernis- mo no puede ofrecer ningún tipo de estrategia para alcanzar un or- den social distinto y por ende, al apoyar la explotación capitalista, re- sulta esencialmente reaccionario. Esto es precisamente lo que quieren decir los marxistas (y otros) cuando afirman que el posmo- dernismo sirve para quitar más poder aún al oprimido y mantener el capitalismo global.12
En su intento por defender que “la deconstrucción posmoderna… no es lo mismo que la destrucción” (2001, p. 77), Atkinson cita a Ju- dith Butler, quien sostiene que “deconstruir no es negar ni descartar, sino poner en cuestión y, tal vez más importe aún, abrir un término… a un uso o empleo nuevo, previamente no autorizado” (1992, p. 15; citado en Atkinson, 2000, p. 77).
Esto es exactamente lo que hace el marxismo. La gran diferencia es que los conceptos marxistas —como, por ejemplo, el fetichismo inherente a las sociedades capitalistas, por medio del cual las rela- ciones entre cosas o mercancías asumen una cualidad mística que esconde las verdaderas relaciones (de explotación) entre los seres humanos— ofrecen herramientas tanto para analizar la sociedad como para entender su naturaleza explotadora y apuntar hacia otra sociedad que no lo sea. La TVT es un buen ejemplo de ello.
Los posmodernistas son claramente capaces de hacer preguntas, pero según ellos mismos reconocen, no de dar respuestas. Como ha señalado Glenn Rikowski, esto nos lleva a preguntarnos ¿cuál es en- tonces la actitud posmodernista hacia la explicación?
Las estrategias verdaderamente políticas requieren de explicaciones (qué salió mal, por qué fallaron el análisis, las tácticas, etc.) para poder imple-
12 En un viaje a Sudáfrica en 1995, se me pidió que presentara una crítica marxis- ta del posmodernismo en un seminario del que participaban algunos de los más influ- yentes posmodernistas sudafricanos. Habiendo pasado un tiempo considerable en las calles y en los campos de refugiados, les pregunté a ellos qué podían hacer por sus ha- bitantes, pregunta que fue respondida con un silencio glacial.
mentar mejoras. ¿Tienen los posmodernistas alguna noción de mejora (de la sociedad, de las estrategias políticas)? Si la tienen, necesitan de algún tipo de explicación. En realidad, no creo que les interese ninguna de las dos, y por ende no pueden tener una estrategia política para el mejoramiento hu- mano (citado en Cole, 2003, p. 495).
A todo esto, repetiré una vez más que el posmodernismo puede resultar liberador para individuos o grupos locales. Pero para ser políticamente válido, un análisis debe ligar el “pequeño espacio” a la “gran escena”. Como sostiene McLaren, “todos los grupos oprimi- dos debieran agruparse en un esfuerzo por luchar en contra de la de- sigualdad en todas sus odiosas manifestaciones” (2000, p. 202 [264]). No obstante, esto no basta. Es necesaria, además, una visión socia- lista. Cita a Raya Dunayevskaya, quien sostiene que “sin una filoso- fía de la revolución, el activismo se desperdicia en mero antiimpe- rialismo y anticapitalismo, sin llegar a manifestar para qué es” (p.
204 [266]). El posmodernismo, una vez más según sus propios parti- darios admiten, no es capaz de reunir a las personas ni de ofrecer una solución a la opresión que padecen ni a sus luchas. Resulta así antitético de la justicia y el cambio social (Cole, 2003, 2004a).
En Norteamérica, la obra de McLaren quizás haya tenido su mayor influencia dentro de la esfera de la pedagogía crítica (y la educación multicultural).13 Sin embargo, en El Che Guevara, Paulo Freire y la peda- gogía de la revolución (2000), McLaren parece romper con esta tradi- ción. De hecho, los motivos pedagógicos del retorno de McLaren al paradigma marxista quedan expresadas en una pregunta funda- mental: “¿de qué manera los educadores adoptan un modelo de li- derazgo que pueda oponer resistencia a la explotación capitalista global y crear un nuevo orden social?” (p. 91 [129]). Según McLaren, la respuesta a esta pregunta no puede formularse en términos de una crítica posmoderna pero tampoco en los términos de la pedagogía crítica que, al igual que su aliado político, la educación multicultural, ya ha dejado de ser una plataforma social y pedagógica adecuada. Só- lo la pedagogía revolucionaria pone al poder y el conocimiento en curso de choque con sus propias contradicciones internas, y ofrece
13 La considerable influencia de McLaren en el desarrollo del multiculturalismo crítico en las Américas tuvo su análogo en el Reino Unido, donde los debates estuvie- ron más centrados en la educación multicultural opuesta a la educación antirracista (Cole, 1998b; Short y Carrington, 1998; Cole, 1998c; Waller et al., 2001, pp. 165-166).
un destello provisional de una sociedad nueva liberada de la esclavi- tud del pasado. Esto, sostiene McLaren, sólo puede buscarse dentro del pensamiento dialéctico de intelectuales revolucionarios como el Che y Freire. Para ellos, el capitalismo no es natural ni inevitable, si- no, de hecho, la antítesis de la libertad y de la democracia. Jamás, sos- tiene McLaren, han sido más necesarios el Che y Freire que en este momento de la historia.
La pregunta acerca del papel que pueda desempeñar la educación en la transformación de la sociedad es extremadamente problemáti- ca. De hecho, Lather advierte que si bien McLaren:
Reconoce el fracaso de la izquierda educativa en los Estados Unidos para producir el cambio no sólo en las relaciones capitalistas globales sino tam- bién en su objetivo más específico, el de la escolarización, […] termina lue- go pidiendo más de lo mismo, en términos de “¿se animarán las escuelas a construir un nuevo orden social?” (Lather, 2001, p. 186).
Por un lado, los omnipresentes aparatos ideológicos enmascaran la tiranía del capitalismo. Louis Althusser sostuvo que, en la presen- te era, de los aparatos ideológicos del estado, el educativo constituye el aparato ideológico más importante a la hora de transmitir la ideología capitalista (Althusser, 1971). Según hemos sostenido an- tes, con el fin de funcionar efectivamente y proteger sus intereses, el capitalismo necesita impedir que la clase trabajadora se convierta en una “clase-para-sí”. Esto se logra mediante un doble proceso. Por un lado, se fomenta una concepción del mundo en la que el capita- lismo es considerado natural e inevitable; por otro, se nutre la “falsa conciencia”, por medio de la cual se desvía la conciencia por cami- nos inofensivos (por ejemplo, comerciales) (Cole, 2004b). Para el ca- pitalismo es importante que el sistema educativo no dificulte este proceso. De hecho, los requerimientos actuales de la ideología hacen que el sistema educativo desempeñe un papel activo tanto en la difu- sión del consumismo (un beneficio tanto material como ideológico para los capitalistas) como en la naturalización del capitalismo mis- mo. Esto se expresa tanto en la intromisión de los negocios en las es- cuelas como en el uso de las escuelas para promover los valores co- merciales, proceso que se ha visto acelerado en gran medida en Gran Bretaña bajo el Nuevo Laborismo (Allen y otros, 1999; Cole y otros,
2001; Hill, 2001a, 2001b; 2005a; Rikowski, 2001d). Lo cierto es que muchas escuelas y universidades, alrededor del mundo, están
“maleducando” a las personas (Cole, 2004c; Hill, 2003, 2004a, b, c).
No obstante, los AIE escolares nunca son totales ni ubicuos. Pero si bien reconozco las limitaciones del poder de las escuelas y maestros, considero que los maestros pueden desempeñar un papel válido en el desafío de las desigualdades dominantes y en el despertar de la conciencia en la búsqueda de un sistema económico, social y educativo más igualitario. Los maestros socialistas británicos han logrado resistir y continúan desafiando la “comercialización” de la educación y la educa- ción para la conformidad. Esto adquiere la forma de una resistencia or- ganizada dentro de los sindicatos docentes y grupos tales como la Alian- za de Maestros Socialistas (<www.socialist-teacher.freeserve.co.uk>), el grupo Hillcole (<www.ieps.org.uk.cwc.net/hillcole.html>) y la Red de Promoción de la Comprehensive Education.* Además de ello, los maes- tros, tanto individualmente como en grupos, están creando y abriendo espacios dentro del Currículum Nacional y del Currículum Oculto14 destinados a desafiar a la educación para la conformidad (Cole et al.,
1997; Hill y Cole, 1999, 2001; Hill, 2001a, 2004d; Cole, 2004c; Cole (ed.), 2004). Aun así, éstos continúan siendo bolsones marginales y relativamente aislados de resistencia. Uno puede suponer que es se- mejante el caso de los Estados Unidos, y que el toque de diana de McLaren está destinado a un pequeño grupo de activistas de izquier- da que, no obstante, están dispuestos a aumentar su influencia de cualquier modo posible. Los maestros socialistas continuarán lu- chando contra la falsa conciencia del modo que les parezca apropiado en cada situación dada. No es aquí el lugar para discutir las distintas es- trategias para lograrlo, pero para un análisis extenso véase Hill en es- te mismo libro, también Cole y otros (2001).15
* La “comprehensive education”, una de cuyas traducciones posibles sería “educación en conjunto”, es una particularidad del sistema educativo británico, y comprende una serie de institutos de segunda enseñanza en que, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los sistemas de educación tradicional, no se separa a los alumnos según su nivel de aptitud. [T.]
14 Desde 1988, Inglaterra y Gales tienen un Currículum Nacional prescrito, que se
ha visto modificado por la labor legislativa del Nuevo Laborismo. El Currículum Ocul- to hace referencia a todo aquello que ocurre en las instituciones educativas fuera del currículum formal.
15 Respecto de la resistencia general al capitalismo, McLaren ha escrito poco tiem-
po atrás acerca de sus experiencias en la resistencia a la actual (abril de 2003) inva- sión de Irak:
CONCLUSIÓN
Me gustaría cerrar mi exposición con unos pocos datos recientes y ac- tuales acerca del estado del capitalismo globalizado en los Estados Unidos, Gran Bretaña y los “países en vías de desarrollo”. En cuanto a Estados Unidos, durante los años ochenta, el 10% superiorde las fa- milias aumentó su ingreso familiar promedio en un 16%, el 5% supe-
Paseando por Hollywood.
“No guardo en secreto que estoy en lucha contra mis impulsos de volver a Canadá, im- pulsos que siento a diario, aunque adopté la ciudadanía estadunidense varios años atrás. Haré todos los esfuerzos posibles por permanecer en el vientre de la bestia y lle- var adelante mi trabajo anti-guerra, anti-globalización capitalista en esta tierra, sin im- portar cuán repugnante me resulte vivir aquí en el momento presente. Confío que mis esfuerzos habrán de ser más fructíferos aquí que si me fuera. Una cosa son las con- frontaciones en las marchas y reuniones contra la guerra: hay policías y contra-mani- festantes, pero la mayoría de nosotros está preparada para ello. Pero algo muy distin- to es la mera experiencia de caminar por las calles hacia la librería, o hacia el café donde uno espera encontrarse con amigos. O intentar quitarse la frustración de enci- ma en las máquinas del gimnasio. Ser confrontado (usualmente) por gente joven, só- lo por el hecho de caminar por las calles de Hollywood y West Hollywood con un prendedor con la leyenda DETENGAN A BUSH en la solapa de mi campera de jean, cier- tamente pone a prueba mis nervios, pero también pone a prueba los límites de mi ca- pacidad de dominar mi ira y mi indignación. En tres semanas, he estado cinco veces al borde de los golpes. Afortundamente para este cuerpo de 55 años, la sangre no lle- gó al río… de haberlo hecho, estas manos podrían verse imposibilitadas de escribir es- te mensaje en el teclado. Pocas semanas atrás, fui sonoramente reprendido por usar mi camiseta del Che en un gimnasio de West Hollywood por un Hulk de puño en al- to, mandíbula prominente, venas exaltadas y pulmones formidables (debo reconocer que me sorprendió que supiera quién había sido el Che y que reconociera que el Che no era “pro-Estados Unidos). La anécdota terminó con el Hulk retirándose furioso, y yo dando una improvisada clase anti-guerra en el sauna, que salió sorprendentemen- te bien. En las últimas dos semanas, en la cafetería local (a pocos metros de casa), fui objeto de agresiones a los gritos por parte de distintas personas que no conocía, y tam- bién distinguido dos veces con ataques a voz en cuello (la última vez hace veinte mi- nutos) por el mero hecho de pasar junto a algunos bares locales cerca de la mediano- che con el prendedor de DETENGAN A BUSH en la solapa de mi poco notable campera de jean. Ayer un grupo de hombres musculosos pidió a mi esposa que abandonara las máquinas de ejercicio que estaba utilizando y se retirara a otra área del salón porque la oyeron hablar con una amiga y criticar la guerra (en tono relativamente bajo, po- dría agregar). La beligerancia es asombrosa. Y estamos hablando de una ciudad (West Hollywood) cuyo consejo se opuso públicamente a la invasión de Iraq. No puedo ima- ginar lo que están viviendo los demás camaradas en otros lugares del país.”
Peter McLaren (correspondencia electrónica privada, 14 de abril, 2003).
rior lo hizo en un 23% y el 1% superior en un 50 por ciento. Al mis- mo tiempo, todo el 80% de abajo mostró alguna pérdida, y el 10% inferior perdió el 15% de sus ingresos (George, 2000; citado en McLaren y Pinkney-Pastrana, 2001, p. 208). La tasa de pobreza subió del 11.7% en 2001 al 12.1% en 2002, mientras que el número de po- bres aumentó también 1.7 millones para llegar a 34.6 millones (Ins- tituto Estadunidense de Censos, 2003).
En Gran Bretaña, los últimos datos muestran que el 1% más rico de la población posee el 22% de la riqueza, mientras que el 50% más rico llega a sumar el 94% (Social Trends, 2003). Esto significa que la mitad más pobre de la población posee tan sólo el 6% de toda la ri- queza (Hill y Cole, 2001, p. 139). En lo que respecta al ingreso en Gran Bretaña, el quinto menos afortunado de la población recibe menos del 10% del ingreso disponible, mientras que el quinto más favorecido se lleva más del 40% (Social Trends, 2002, p. 97). Más de uno de cada cinco chicos de Gran Bretaña no pasa un sólo día de vacaciones fuera del hogar por año, ya que sus padres no pueden afrontar los gastos (p. 87).
En lo concerniente a los “países en vías de desarrollo”, la pobreza en África y América Latina ha aumentado en los dos últimos decenios en términos tanto absolutos como relativos. Casi la mitad de la población mundial vive con menos de dos dólares estadunidenses por día, y un quinto vive con tan sólo uno (Movimiento por el Desarrollo Mundial,
2001).
La entrega de vastas áreas de tierra para la cosecha de monocul- tivos industriales a las multinacionales a menudo tiene por resulta- do la degradación ecológica, obligando a muchos a migrar hacia las grandes ciudades y vivir en condiciones indignantes y a trabajar dema- siadas horas en puestos inestables (Harman, 2000). Hay aproximada- mente 100 millones de “chicos de la calle” hambrientos y abusados en las ciudades más importantes del mundo; reaparece la esclavitud, y unos dos millones de niñas de entre cinco y quince años se ven arrastradas al mercado de la prostitución globalizada (Mojab, 2000, p. 118). Se estimó que durante 2001 más de 12 millones de niños me- nores de cinco años murieron de enfermedades directamente rela- cionadas con la pobreza (Movimiento para el Desarrollo Mundial,
2001). Aproximadamente 100 millones de seres humanos carecen de una vivienda adecuada, y 830 millones de personas no tienen la “comi- da asegurada”, es decir, pasan hambre (Mojab, 2001, p. 118). Las esti- maciones indican que, de persistir las tendencias actuales, en toda América Latina, salvo en Chile y Colombia, la pobreza continuará cre- ciendo durante el decenio próximo a un ritmo de dos personas po- bres más por minuto (Heredia; citado en McLaren, 2000, p. 39 [57]).
De hecho, el mundo está polarizándose en economías centrales y periféricas, creciendo en tal medida la brecha entre ricos y pobres, entre poderosos y desposeídos, que hoy las 300 corporaciones más grandes del mundo son responsables del 70% de la inversión extran- jera directa y del 25% de los activos de capital del mundo (Bagdikan,
1998; citado en McLaren, 2000, p. xxiv [xxix]), y la suma de los acti- vos de las tres personas más ricas del mundo exceden la suma del PIB de los 48 países más pobres. Por si fuera poco, la suma de los ingre- sos de las 225 personas más ricas del mundo se aproxima al total de los ingresos anuales del 47% más pobre de la población mundial (Heintz y Folbre, 2000; citado en McLaren y Farahmandpur, 2001, p.
345), y tan sólo 8 empresas registran ganancias mayores que las de la mitad de la población mundial (Movimiento para el Desarrollo Mun- dial, 2001). Como si su intención fuera la de destacar estas atroces in- justicias globales, y como un indicador también de la cantidad de ca- pital de que disponen los estados capitalistas de occidente, los Estados Unidos y Gran Bretaña han gastado cientos de miles de mi- llones de dólares en la invasión y ocupación de Irak.
Sin importar qué digan los voceros y defensores del capital global, este obsceno estado de cosas no es inevitable ni irreversible. Y todo lo que pueden ofrecer los posmodernos a estos males no es otra co- sa que soluciones estrictamente locales e incertidumbre, falta de cla- ridad y supuestos desmontados, prolijamente encapsulados por “la prueba de la indeterminabilidad”. Si bien esas subjetividades que tanto les interesa poner en el centro de la escena son importantes, sólo el marxismo ofrece una visión alternativa de futuro. Esta visión puede extenderse —y lo ha hecho— más allá de la “hermandad del hombre” de los socialistas tempranos, hasta incluir todas las distintas y complejas subjetividades. El socialismo puede y debe concebirse co- mo un proyecto donde identidades subjetivas tales como el género, la “raza”, las capacidades físicas, las preferencias sexuales y la edad tengan todas alta importancia en la lucha por una igualdad genuina (Cole y Hill, 1999a, p. 42).16
16 La clase, no obstante, sigue siendo central. Esto queda claramente demostrado en la actual ocupación de Irak. Si bien el conflicto puede tener distintas connotacio- nes raciales y de género, y si bien esta ocupación es parte del proyecto de hegemonía
Dadas las enormes ganancias que los capitalistas acopian gracias al proceso de acumulación global del capital, todos aquellos movimien- tos que sean considerados rebeldes o incluso resistentes al capitalis- mo habrán de enfrentar la brutalidad del estado, como atestiguan las reacciones a las recientes protestas anticapitalistas (véase Rikowski,
2001d). Resulta entonces necesario, le guste o no a los posmodernis- tas, que hombres y mujeres permanezcan “fuertes, erectos y rígidos” (Lather, 1998, p. 490; Lather, 2001, p. 187) antes que “no tan segu- ros” (Lather, 2001, p. 187) en su resistencia contra el capitalismo glo- bal. De todos modos, no es su capacidad o no de estar a la altura de las circunstancias el motivo de que los movimientos de masas por el cambio social no puedan triunfar. Como señala Callinicos, sin impor- tar la inevitable e intensa resistencia del capital, “el obstáculo mayor para el cambio no es… la revuelta que pueda provocar en los privile- giados, sino la creencia de que semejante cosa es imposible” (2000, p. 128).
Desafiar este clima requiere de coraje, imaginación y fuerza de vo- luntad inspirados por la injusticia que nos rodea. Bajo la superficie de nuestras sociedades supuestamente contentas, estas cualidades se encuentran en abundancia, y una vez movilizadas, pueden dar vuelta el mundo (Callinicos, 2000, p. 129).
Haciéndome eco de la afirmación de Meiksins Wood (antes cita- da) de que un capitalismo humano, “social”, verdaderamente demo- crático y equitativo es una utopía más irreal que la del socialismo (1995, p. 293), diré que sólo el socialismo puede ofrecernos un futu- ro justo e igualitario.17
imperialista estadunidense (Cole, 2004c), se trata en última instancia de un problema de clase y capitalismo: la privatización de los servicios públicos en Irak, la propiedad y el control del petróleo; en síntesis, aumentar las ganancias globales del capital a ex- pensas de la clase trabajadora, exprimir más y más plusvalía del trabajo de los obreros. (Véase la discusión sobre la TVT.)
17 Alex Callinicos ha escrito acerca de la necesidad de revivir “la imaginación utópica;
es decir, nuestra capacidad de anticipar, o delinear al menos, una forma de coordinación económica eficiente, democrática y no centrada en el mercado” (2000, p. 133), “prestan- do seriamente atención a los modelos de planificación democrática socialista…, un siste- ma mucho más descentralizado de planeamiento en que la información y las decisiones fluyan horizontalmente entre los distintos grupos de productores y consumidores antes que verticalmente del centro hacia las unidades productivas” (p. 123). En la “imagina- ción utópica” de Callinicos resuena la “imaginación revolucionaria” de Paulo Freire:
Ésta es la posibilidad de ir más allá del mañana sin necesidad de ser ingenuamen- te idealistas. Es el utopismo como una relación dialéctica entre la denuncia del pre sente y el anuncio del futuro. Anticipar el mañana con los sueños de hoy. La pregun- ta es… ¿se puede soñar o no? Si resulta cada vez menos posible, la pregunta que de- bemos hacernos es cómo hacerlo posible (Freire y Shor, 1987, p. 187).
En comparación, la idea de que la democracia liberal pueda continuar defendién- donos de los peores excesos del capitalismo y permitiéndonos existir como seres civi- lizados más allá de la profundización y expansión de las contradicciones internas del capitalismo resulta “una utopía completamente ridícula” (Allman, 2001, p. 13).
Si bien puede subvertir creencias establecidas por su propia esencia, el posmodernismo no es capaz de ofrecer una alternativa a la barbarie del capitalismo. Es por tal motivo que la readopción de la teoría y la práctica marxista por parte de McLaren es más que bienvenida.
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