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martes, 3 de abril de 2012

NUESTRA PSICOLOGÍA Y SU INDIGNANTE COMPLICIDAD CON EL SISTEMA: DOCE MOTIVOS DE INDIGNACIÓN


 NUESTRA PSICOLOGÍA Y SU INDIGNANTE COMPLICIDAD CON EL SISTEMA: DOCE MOTIVOS DE INDIGNACIÓN



David Pavón Cuéllar

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Morelia, México)





¿Qué es lo que me indigna en la mayor parte de la psicología que estudiamos, aprendemos y enseñamos, leemos y escribimos, transmitimos e investigamos? En casi toda esta psicología, nuestra psicología, lo que me indigna, por decirlo en cuatro palabras, es su complicidad con el sistema. Cuando hablo del sistema, estoy pensando en un sistema simbólico de la cultura, un sistema ideológico de saber, y no sólo un sistema económico y político. Sin embargo, el elemento económico y político está presente en el sistema simbólico al que me refiero y resulta indisociable de él. Es por esto que me atrevo a decir que  el  sistema  económico  propiamente  capitalista,  con  sus  dispositivos  políticos  de tonalidad neoliberal, es el sistema con el que nuestra psicología está en una indignante complicidad que reviste las más diversas formas, todas ellas tan indignantes como aquello que manifiestan, y cada una de ellas constituyendo un motivo de indignación que por sí solo bastaría para deslegitimar toda nuestra psicología. Veamos algunas de estas formas que ya han sido presentidas o explícitamente criticadas, al interior y al exterior del ámbito académico  psicológico,  por  autores  como  Lacan,  Canguilhem,  Foucault,  Holzkamp, Deleule, Braunstein, Montero, Martín-Baró, Parker y muchos otros:

1.  El indignante individualismo de la psicología. Este individualismo se manifiesta como insistencia en los traumas, las inhibiciones, los cuadros clínicos y todos los demás problemas individuales, como si existieran verdaderamente problemas individuales. La psicología individualista es la misma que detectamos fácilmente en la  retórica  del  actual  gobierno  mexicano  cuando  nos  dice  que  el  problema  de México son ciertos individuos, los narcotraficantes, los asesinos, los criminales, especialmente los más buscados, aquellos cuyas imágenes aparecen una y otra vez en la televisión, quienes aparentemente son los culpables de que estemos como estemos. Para ocuparnos del problema de la violencia en xico, hay que ocuparse de estos individuos y de sus grupos de crimen organizado en lugar de ocuparse de todo lo demás. Análogamente, nosotros debemos ocuparnos de los individuos y de sus vínculos interpersonales en lugar de ocuparnos de todo lo demás. Si nos ocupáramos de todo lo demás, tendríamos que ocuparnos del sistema, y esto es precisamente lo que debe impedirse. El sistema no puede ser molestado. Hay que dejarlo  funcionar.  Este  funcionamiento  requiere  entonces  el  trabajo  de  los psicólogos. Aquí la indignante complicidad de la psicología con el sistema consiste



en desviar la atención del sistema, para que el sistema no sea molestado, y centrarla en los individuos con su droga y su violencia, con su desempleo y su bolsillo vacío, con su inseguridad y sus complejos, con su desesperación y su impulsividad. Todo esto, en la óptica psicológica del sistema, es obviamente un problema del individuo, y   debe   tratarse   con   un   buen   psicólogo,   ya   que   su   origen   se   encuentra indudablemente en el psiquismo del individuo y no en su explotación o segregación por el sistema, ni en cinco siglos de racismo y colonialismo, ni en la historia ni en su trama de lucha de clases, ni en lo que se oculta ni en lo que se transmite a través de los medios masivos de comunicacn, ni en la Bolsa ni en los demás centros de poder. Por ejemplo, en lugar de tratar la relación planetaria que las Bolsas y que la Gran Finanza establecen con la sociedad, hay que limitarse al vínculo psicológico personal de cada individuo con su bolsillo y con sus finanzas domésticas.

2.  La indignante opción de la psicología por las revoluciones a pequeña escala en lugar de las grandes revoluciones. Puesto que partimos del principio de que el problema está en el individuo y no en el sistema, entonces podemos llegar a la conclusión de que no es necesario transformar el sistema, sino sólo cambiar al individuo,  y es  para esto  que  puede servirnos  la psicología.  La psicología nos permite cambiarnos cil y rápidamente a nosotros mismos en lugar de lanzarnos a la incierta, riesgosa y pcticamente imposible tarea colectiva de cambiarlo todo. En lugar de hacer una revolución social a gran escala, podemos hacer una pequeña revolución individual a pequeña escala en un centro de readaptación social, en una clínica  psiquiátrica,  en  un  consultorio  de  terapia  breve  o  en  un  diván  de psicoanalista. Desde luego que esta mini-revolución funciona, y funciona muy bien, pues consigue solucionar parcialmente el problema, o más bien el efecto más peligroso del problema, que es una íntima frustración e insatisfacción que siempre amenaza con tornarse indignación y finalmente subversión y revolución. Todo esto puede ser conjurado con una buena dosis de psicología. Digamos que la psicología, como cualquier otro aparato represivo, debe solucionar el problema de la revuelta contra el problema en lugar de solucionar el problema en mismo. Esto es así porque el problema está en el sistema, el problema es el sistema, y como la psicología está en indignante complicidad con el sistema, no puede atreverse a solucionar el problema del sistema, sino que debe optar por solucionar aquello que pone en peligro al sistema y que podría ser la solución misma de su problema. Al solucionar a la solución potencial del problema, podemos dejar de solucionar el problema. Podemos dejar al sistema tal como está. ¡Como si estuviera tan bien como para dejarlo tal como está!

3.  La indignante función de la psicología como sedante, calmante, analgésico. Los psicólogos ayudamos a que el sistema no cambie, pues eliminamos la única presión que podría cambiarlo, esa presión que podrían ejercer todos los sujetos frustrados e insatisfechos si no fueran calmados por sedantes como la televisión, las redes sociales en internet y el abanico de psicoterapias embrutecedoras que ponemos a su disposición. Al aliviar la frustración y la insatisfacción, permitimos que lo frustrante e insatisfactorio no sea remediado. Permitimos que la enfermedad no sea curada.
¿No es acaso para esto que mitigamos el sufrimiento que la enfermedad produce? Nuestra psicología no es más que un analgésico más que el sistema opta por administrar a los sujetos. Siempre es más barato sedar que extraer el tumor. Esto lo



sabe muy bien el sistema, y procede en consecuencia, no sólo en los hospitales públicos, sino también en los manicomios, las universidades, las escuelas, los noticiarios, etc. Al final terminamos drogados, adormilados, atontados. Y como cualquier beneficiario de los tratamientos psiquiátricos, no somos ya ni la sombra de lo que podríamos ser. ¿Cómo hacer una revolución a gran escala con estos pedazos de humanidad? ¿Cómo indignarnos contra el sistema cuando la psicología, en su indignante complicidad con el sistema, nos ha quitado esa justa frustración e insatisfacción que necesitábamos para indignarnos?

4.  La  indignante  función  adaptadora  de la  psicología.  Podemos  representarnos  la psicología como un alambique del sistema por el que entran seres peligrosamente frustrados e insatisfechos, potencialmente indignados y subversivos, y salen seres sonrientes,   satisfechos,   tranquilos,   relajados,   resignados,   adaptados.   En   su indignante complicidad con el sistema, la psicología opta por adaptarnos al sistema, a sus mezquinos intereses, a sus falsos ideales y caprichos perversos, en lugar de adaptar el sistema a nosotros, a nuestras necesidades, aspiraciones y deseos. En lugar de que el sistema sea lo que nosotros queremos, somos nosotros los que debemos ser lo que decide el sistema. Somos nosotros los que debemos ceder. Somos nosotros los que debemos adaptarnos al sistema, como si el sistema fuera digno de que nos adaptáramos a él, como si lo valiera, como si mereciera que todos los psicólogos trabajen diariamente para él, para perpetuarlo, para protegerlo de los inadaptados. Así como diversas dictaduras han debido protegerse de los inadaptados a través del trabajo concienzudo y responsable de los psicólogos y de otros lacayos y esbirros del sistema, a también los psicólogos actuales neutralizamos a quienes podrían poner en peligro este sistema que reprime y oprime, explota y margina, causa guerras de origen económico, mata de hambre y de enfermedades curables, y subyace a algunas de las más sangrientas dictaduras del último siglo.

5.  La indignante función normalizadora de la psicología. Gracias a la psicología y a sus demás dispositivos, el sistema no deja de triunfar sobre nosotros. Pocos resistimos. Casi todos nos dejamos vencer, perdemos la guerra, cedemos y nos adaptamos  al  sistema.  Los  adaptados  terminan  convirtiéndose  en  aplastante mayoría, y son y hacen lo que el sistema decide que sean y hagan. El ser y el hacer individual y singular de cada sujeto se pierde, se desvanece, y triunfa un ser y hacer general, mayoritario y uniforme, normal y normalizado, que responde a la norma establecida por el sistema. Esta norma es uno de los principales criterios que rigen los juicios y diagnósticos de la psicología y que guían una práctica esencialmente normalizadora. En su indignante complicidad con el sistema, la psicología debe asegurar que los sujetos sean aptos para el sistema, adaptados al sistema, derrotados por  el  sistema,  confundidos  con  la  mayoría  de  los  derrotados  por  el  sistema, normales como ellos, mediocres y banales como ellos. La psicología tiende espontáneamente a un ideal paradójico, tan alcanzable como inalcanzable, de absoluta banalidad, total mediocridad y perfecta normalidad. El correlato de esta salud mental es todo aquello de lo que se ocupa la psicopatología, la psicología de aquello anormal que no se ha sometido a la norma, pero que se medido con la norma, y a teóricamente reducido y sometido a la norma, para ser finalmente domesticado, curado, regularizado, normalizado en la pctica. Se trata de normalizarlo todo. Se trata de crear seres normales, como si fuera un orgullo ser



normal, como si la normalidad que se nos ofrece no fuera vergonzosa, despreciable, indigna de cada uno de nosotros y de todo aquello en lo que podamos convertirnos si no fuera por la psicología y por todos lo demás dispositivos denigrantes que nos trivializan y nos empequeñecen y nos mutilan para normalizarnos.

6.  La indignante concepción tácita psicológica de los sujetos como instrumentos o medios subordinados a un sistema concebido como fin. Puesto que son los sujetos los que deben ser normalizados en función de la norma del sistema, y como son los sujetos los que deben adaptarse al sistema en lugar de que sea el sistema el que se adapte a ellos, queda claro que los sujetos son una especie de instrumentos cuya forma psíquica debe adaptarse lógicamente a su función en el sistema. Así como la forma física de una palanca debe adaptarse a su función de aumentar y transmitir cierta fuerza en un sistema menico, a también la forma psíquica del sujeto debe adaptarse a su función en el sistema simbólico de la cultura. El sistema es el fin al que deben adaptarse los medios. Cuando la psicología consigue adaptar a un sujeto al sistema, lo que ha logrado es instrumentalizarlo, subordinarlo como un medio a su fin inmediato inherente a un sistema que aparece entonces como fin último, como fin de todos los fines al que deben adaptarse todos los medios. ¿Acaso no resulta evidente que nuestra psicología trabaja para el sistema y no para sus piezas, no para sus medios, no para los sujetos? Al producir buenas esposas, buenos hijos, buenas madres, buenos estudiantes, buenos psicólogos, buenos trabajadores y buenos ciudadanos,  la  psicología,  lo  mismo  que  la  Iglesia  en  su  tiempo,  no  está produciendo necesariamente buenos sujetos, pero que está produciendo, con toda seguridad, buenos instrumentos del sistema. Es el sistema, en definitiva, el que decide lo que es bueno, lo que es mejor, mejor para él.

7.  La indignante pretensión de neutralidad cnica, tecnológica, terapéutica  de la psicología. La psicología miente y nos engaña cuando presenta lo mejor para el sistema como si fuera lo mejor en mismo, para el sujeto e independientemente del sistema. ¿Cómo garantizarnos que lo mejor para el sistema sea verdaderamente lo mejor en sentido absoluto o relativamente al sujeto? ¿Y si lo mejor para el sistema fuera verdaderamente lo peor en mismo? ¿Y si lo bueno para el sistema fuera malo para el sujeto? En lugar de hacerse preguntas como éstas, la psicología se limita simplemente a hacer bien lo que hace, a hacerlo de la mejor manera. ¿Pero la mejor manera para qué? Si la psicología efectivamente hace bien lo que hace, ¿lo hace bien para quién? ¿Y en función de qué propósito, gica o criterio? Silencio. La psicología no sabe responder estas preguntas. La psicología no sabe confesar que está en indignante complicidad con el sistema. Pero no debeamos culparla por esto con demasiada severidad, pues la psicología, lo mismo que los demás poderes del sistema en esta época tecnocrática, tiende a concebirse a sí misma como una simple técnica,   una   tecnología,   una   terapéutica,    y   descarta   cualquier   tipo   de cuestionamiento reflexivo sobre el sentido mismo de lo que hace. Éste es asunto de moralistas, filósofos y otros inútiles, pero no de gente útil, práctica y diligente como son los psicólogos, que deben limitarse a hacer bien lo que hacen y no distraerse con preguntas estériles en torno el sentido y al fin último de lo que hacen. El psicólogo es como el ingeniero que debe diseñar armas, y diseñarlas de la mejor manera, sin preguntarse para qué van a servir esas armas. Lo que aquí resulta indignante es la pretensión de neutralidad. El ingeniero se habrá de considerar neutral, y se lavará



las manos, lo mismo que el psicólogo. Se trata de hacer bien lo que se hace, de crear armas efectivas y sujetos satisfechos, y son otros los responsables de usar como usan la satisfacción de los sujetos y la efectividad de las armas. ¿Pero de qué otra manera podría usarse esta efectividad y esta satisfacción en el sistema que tan bien conocemos? En este sistema, ¿para qué pueden servir las armas si no es para matar?
¿Y para qué puede servir la satisfacción de los sujetos si no es para legitimar, aceptar y justificar todo lo ilegítimo, lo inaceptable y lo injustificable que los rodea?

8.  El indignante efecto catártico de la psicología. Uno de los métodos más rápidos, simples, directos y efectivos para lograr la instantánea satisfacción de los sujetos es el de producir aquello que solemos llamar efecto catártico. La catarsis le permite al sujeto liberar una tensión que habría podido servir para transformar el sistema. Para que  el  sistema  no  sea  molestado  y  eventualmente  alterado  y  transformado,  es preciso   que   la   tensión   pueda   liberarse   en   un   contexto   psicoterapéutico acondicionado y controlado, psíquicamente acolchonado y herméticamente cerrado. Aquí, en este ambiente aislado y artificial, podemos liberar discreta y decentemente, sin consecuencias negativas para el sistema, toda la tensión que reside en cada uno de nosotros y que siempre amenaza con perturbar lo que nos tensiona en el entorno. Hay que liberar la tensión, ya sea en el gimnasio o en una película violenta o en el consultorio del psicoterapeuta, para no liberarla en casa, en el ámbito laboral o en una acción  colectiva.  Se trata de no  liberar la  tensión  contra el  sistema  y sus representantes, contra la autoridad, contra el tirano, contra el patrón explotador o contra el  esposo opresor. En lugar de enfrentarse realmente al enemigo, mejor enfrentarse a él en la imaginación, o aún mejor, quejarse con el amigo, con el consejero, con el psicoanalista o con el psicólogo. La psicología, en su indignante complicidad con el sistema, opera entonces como una válvula de escape del sistema. Si no hubiera ésta y otras válvulas, el sistema estallaría. ¡Tanta es la tensión que hay en su interior! Es por esto que hay que liberarla, pero no de cualquier manera, y no ahí en donde su liberación podría posibilitar nuestra propia liberación.

9.  La indignante intervención de la psicología como coartada ético-política para que el sujeto se justifique. Desde luego que los consumidores de la psicología y de la psicoterapia no son únicamente las víctimas del sistema, sino también, y quizá incluso con mayor frecuencia, los beneficiarios del sistema, sus representantes, sus protegidos, sus favoritos, los favorecidos por el sistema, los que han recibido el dinero que les permite pagar al psicólogo. Y en este caso, la psicología, lo mismo que algunas desgarradoras autobiograas apologéticas de tiranos y de traficantes de armas, permite que el sujeto justifique lo injustificable, se perdone lo que no debería perdonarse, aplaque su mala conciencia y la explique psicológicamente para disimular sus razones políticas, económicas, etc. El patrón ya no es el verdugo, el explotador que destruye la existencia de miles de trabajadores, sino que es una víctima como ellos, un sujeto que sufre de una lamentable neurosis obsesivo- compulsiva que lo hace aferrarse al dinero, anteponerlo a todo lo demás y retenerlo como si fueran sus propios excrementos. No importa que semejante sintomatología sea culpable de la muerte prematura y de la estrechez del horizonte de quienes tan sólo representan excrementos para nuestro pobre neurótico. Esta circunstancia ni siquiera cuenta para valorar la gravedad de su síntoma, el cual, desde el punto de vista del psicólogo, es poco grave, pues no se trata de un trastorno psicótico, sino



simplemente neurótico, y al fin y al cabo todos los normales somos neuróticos. Nuestro parásito asesino, tan estéril como destructivo, es entonces un hombre normal, sano, en el que no hay nada grave que solucionar, en el que no hay nada que justifique   su   internamiento.   En   cambio,   un   psicótico   inofensivo   y   quizá enriquecedor  para  su  entorno,  por  ejemplo  un  genio  creativo  y  generoso,  es anormal, está enfermo, y hay que encerrarlo y aislarlo para curarlo, para cambiarlo, para que pueda ser tan normal, tan profundamente estéril y tan exitosamente destructivo como el capitalista que no deja de enriquecerse con los psicofármacos que se le pueden administrar a nuestro psicótico gracias a la providencial coincidencia entre los diagnósticos del psicólogo y del psiquiatra.

10. El indignante positivismo de la psicología. El surgimiento de aquello que solemos transmitir en las facultades de psicología es inseparable del paradigma positivista. Por más que intentemos y pretendamos liberarnos del positivismo, éste sigue insistiendo, persiguiéndonos, acosándonos, acompañándonos como nuestra propia sombra.   Imposible   deshacerse   del   maldito   positivismo.   Esto   se   explica sencillamente porque la psicología, como su propio nombre lo indica, es un logos, un discurso, un saber, un conocimiento de la psique, del psiquismo, del alma que aparece entonces como la realidad positiva que se conoce, que se sabe y sobre la que se discurre. Puesto que se parte de esta idea extraña según la cual el psiquismo es una realidad positiva que existe y que puede estudiarse, entonces debe haber al final unos estudiosos del alma, o psicólogos, que deberán ser positivistas para poder creer o imaginar que el psiquismo es la realidad positiva que estudian. Pero aun suponiendo, como yo lo supongo, que esta realidad positiva no sea más que una ilusión y superstición positivista ideológicamente determinada, ¿qué habría de indignante en  esta ilusión o supersticn?  ¿Acaso nos indignamos ante quienes creen en fantasmas o en reyes magos? ¿Por qué deberíamos indignarnos entonces contra quienes creen en la realidad positiva del psiquismo? Yo pienso que debeamos indignarnos contra ellos porque nos calumnian y nos ultrajan con la realidad positiva que nos atribuyen, con la bochornosa descripción que hacen de nosotros,  con  la  siempre  simplista  y caricaturesca  representación  a  la  que  nos reducen en función de su opción teórica. Debemos indignarnos contra ellos porque insisten en que somos lo que dicen que somos y ni siquiera se interesan en lo que tal vez seamos y que nadie pueda conocer, ni tampoco en lo que tal vez no seamos, pero podamos llegar a ser. En este último caso, los psicólogos excluyen toda nuestra verdadera y prometedora potencialidad para centrarse en la cuestionable y decepcionante realidad positiva que nos atribuyen. Aun si esta realidad positiva no fuera una infamante ilusión o superstición de los psicólogos, tendríamos que indignarnos contra su positividad que deja de lado toda esa inmensa negatividad de lo que todavía no somos, pero podemos llegar a ser. Pensemos en todo lo que pueden llegar a ser ustedes, actuales estudiantes de psicología, más allá de los mezquinos psiquismos que nosotros, sus profesores, proyectamos en ustedes. Pero esta proyección es exigida por el sistema, pues el sistema funciona en circuito cerrado,  busca  su  propia  reproducción  y  no  su  transformación,  y  necesita  que ustedes sean como  nosotros, tan sumisos como nosotros, tan explotables como nosotros. El sistema necesita que ustedes y nuestros clientes, quienes acuden al psicólogo, sean algo tan decepcionante como aquello que nosotros creemos ser. Por



eso es que debemos convencerlos a ustedes y a ellos de que esto es lo que todos somos. Debemos convencernos de que todos lo somos para que todos lo seamos.

11. El  indignante  etnocentrismo,  colonialismo,  imperialismo  de  la  psicología.  En América Latina y en otras regiones del mundo que ocupan una posición exterior o marginal en la civilización occidental, debemos convencernos primeramente de ser aquello que se ha decidido que seamos en los centros europeos o estadunidenses del poder  intelectual  y  de  la  generación  de  saber.  Tenemos  que  ser  un  trozo  de psiquismo  positivo  estadunidense  o  europeo  en  lugar  de  atrevernos  a  ser  todo aquello que podemos llegar a ser en virtud de nuestras propias cualidades y potencialidades  culturalmente  determinadas.  Evidentemente  no  hay  cabida  para todo esto en un sistema que se reproduce al reproducir la ideología individualista, liberal, capitalista y esencialmente occidental por la que se caracterizan todas las teorías que importamos y consumimos en las facultades de psicología. Aunque el balance comercial de la psicología latinoamericana sea negativo y tremendamente deficitario, pues importamos bastante más de lo que exportamos, es verdad que ya empezamos a producir mucho, cada vez más, decenas de miles de libros y artículos en revistas científicas, y aunque los consumamos poco y los exportemos aún menos, tenemos la satisfacción de haberlos producido. Son como los platillos que preparan los  niños  y que  nadie  come,  ni  siquiera  los  mismos  niños,  pero  que  merecen aplausos como los que nosotros no dejamos de recibir de nuestros colegas. Es verdad entonces que producimos, pero me temo que la mayor parte de lo que producimos, además de no ser apto para el consumo,  consiste más en  simples reproducciones que en producciones originales. Inundamos nuestro mercado con malas imitaciones de lo que se hace en el extranjero. Como de costumbre, nos especializamos en falsificaciones, en productos piratas que no me indignan por unos derechos de reproducción que no son más que derechos de enriquecimiento para los intermediarios, sino más bien por la manera en que esta piratería contribuye a cierta colonización imperialista y cierta confusión por la que nos imaginamos ser algo que no somos, y hacemos una psicología supuestamente latinoamericana que no tiene absolutamente nada que ver con América Latina, con sus preocupaciones y aspiraciones.

12. La indignante eficacia de la psicología. El último de los motivos de indignación que encuentro en la psicología y en su complicidad con el sistema puede parece paradójico. ¿Por qué me indignaría contra la eficacia de la psicología? Digamos, para empezar, que me indigno contra esta eficacia porque tengo la convicción de que los psicólogos, al igual que los  ya mencionados ingenieros de la industria militar, hacen algo que no está nada bien, pero lo hacen muy bien, demasiado bien, con evidente destreza, y esto es lo que me indigna. Me indigna que los psicólogos hagan tan bien todo el mal que hacen. Preferiría que fueran menos eficaces. Sería mejor para todos. Cuando me preguntan por qué me inclino más hacia el psicoanálisis que hacia la psicología, a veces digo que prefiero el psicoanálisis porque no sirve para nada, porque es una mala psicología, y por lo tanto no es tan dañina como la psicología. El daño producido por la psicología será entonces proporcional a su eficacia. Esta eficacia es ya bastante sospechosa por sí misma.
¿Acaso no es revelador que la psicología funcione tan bien en este sistema que funciona tan mal? Pensemos en lo que aquí funciona bien, por ejemplo, en xico,



el narcotráfico, el crimen organizado, la corrupción gubernamental, la finanza despiadada, el capitalismo salvaje, la especulación en la bolsa, la manipulación en los medios, etc. Todo esto funciona tan bien como la psicología. ¿No se porque la psicología constituye algo tan vicioso y tan pernicioso como todo lo que acabo de mencionar? Todavía no desprecio tanto a la psicología como para responder afirmativamente a esta pregunta. Simplemente quiero expresar mi sospecha. Sospecho de los psicólogos eficaces que no dejan de  recurrir a tablas y estadísticas para exhibir su incontestable eficacia en las revistas de la disciplina. Sospecho tanto de estos triunfadores como sospecho de quienes triunfan en la política y en las finanzas. Más allá de esta sospecha, sólo confirmo la indignante complicidad de la psicología con  el  sistema.  Si  la psicología funciona tan bien en  el  sistema, es indudablemente porque forma parte del sistema.

Tal vez deba concluir con una breve nota esperanzadora y optimista, pero no lo haré, pues no abrigo ninguna esperanza ni optimismo con respecto a nuestra psicología. La única luz que vislumbro en el horizonte, ahora mismo, en este auditorio tan lleno, es la posible intrusión de una indisciplinada indignación dentro de nuestra disciplina tan disciplinada. Esta indignación es una fuerza que podría cambiarlo todo y que los buenos psicólogos y otros eficaces esbirros del sistema quisieran confiscar. No lo permitamos. Yo diría que mejor confisquemos tantos productos piratas que circulan en la disciplina. ¿Y luego? Pues a ocupar la psicología. Debemos ocuparla tal como debemos ocupar también la finanza y tantos otros ámbitos en los que se decide nuestro destino.

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