NUESTRA PSICOLOGÍA Y SU INDIGNANTE COMPLICIDAD CON EL SISTEMA: DOCE MOTIVOS DE INDIGNACIÓN
David Pavón Cuéllar
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Morelia,
México)
¿Qué es lo que me indigna en la mayor parte de la psicología que estudiamos, aprendemos y enseñamos, leemos y escribimos,
transmitimos e investigamos? En
casi toda esta psicología, nuestra psicología, lo que
me indigna, por decirlo en cuatro palabras, es su
complicidad con el sistema. Cuando hablo del sistema, estoy pensando en un sistema simbólico de la cultura, un sistema ideológico de saber, y no sólo un sistema económico y
político. Sin embargo, el elemento económico y
político está presente en el sistema
simbólico al que me refiero y
resulta indisociable de él. Es por esto que me atrevo a decir
que el
sistema
económico propiamente capitalista, con
sus
dispositivos
políticos de
tonalidad neoliberal, es el sistema con el que nuestra psicología está en una
indignante complicidad que reviste las más diversas formas, todas
ellas tan
indignantes como aquello
que manifiestan, y cada una de ellas constituyendo un motivo de indignación que por sí solo
bastaría para deslegitimar toda nuestra psicología. Veamos algunas de estas formas
que ya han sido presentidas o explícitamente criticadas, al interior y
al
exterior del ámbito académico psicológico,
por autores como
Lacan,
Canguilhem,
Foucault, Holzkamp, Deleule, Braunstein, Montero,
Martín-Baró,
Parker y muchos otros:
1.
El indignante individualismo de la psicología. Este
individualismo se manifiesta como insistencia en los traumas, las inhibiciones, los cuadros clínicos y todos
los demás problemas individuales, como si existieran
verdaderamente
problemas
individuales. La psicología individualista es
la misma que detectamos fácilmente en
la retórica del
actual
gobierno mexicano cuando nos dice que el
problema
de México son ciertos individuos, los narcotraficantes, los asesinos, los criminales, especialmente
los más buscados, aquellos cuyas imágenes aparecen una y otra vez en la televisión, quienes aparentemente son los culpables de
que estemos como
estemos. Para ocuparnos del problema de la violencia en México, hay
que ocuparse de estos individuos y
de sus grupos de crimen organizado en lugar de ocuparse de todo lo demás. Análogamente, nosotros debemos ocuparnos de los individuos y de
sus vínculos interpersonales en lugar de
ocuparnos de todo lo demás. Si nos ocupáramos de todo lo demás, tendríamos que ocuparnos del sistema, y
esto es precisamente lo que debe impedirse. El sistema no puede ser molestado. Hay que dejarlo funcionar.
Este
funcionamiento requiere entonces el
trabajo de
los psicólogos. Aquí la indignante complicidad de la psicología con el sistema consiste
en desviar la atención del sistema, para que el sistema no sea molestado,
y centrarla en los individuos con su
droga y su violencia, con su desempleo y su bolsillo vacío, con su inseguridad y sus complejos, con su desesperación y su impulsividad. Todo
esto, en la óptica psicológica
del
sistema, es obviamente
un problema del individuo,
y debe
tratarse con
un
buen psicólogo, ya que su
origen se
encuentra indudablemente en el psiquismo del individuo y no en su explotación o segregación por
el sistema, ni en cinco siglos de racismo y colonialismo, ni en la historia ni en
su trama de lucha de clases, ni en lo que se oculta ni en lo que se transmite
a través de los medios masivos
de
comunicación, ni en la Bolsa ni en los demás centros de
poder. Por ejemplo, en lugar de tratar la relación planetaria que las Bolsas y que la Gran Finanza establecen con la sociedad, hay
que limitarse al vínculo
psicológico personal de cada individuo
con su bolsillo y con
sus finanzas domésticas.
2.
La indignante
opción de la psicología por las revoluciones a pequeña escala en lugar
de las grandes revoluciones. Puesto que partimos
del principio de
que el
problema está en el individuo y
no en el sistema, entonces podemos llegar a la
conclusión de que no es necesario transformar el sistema, sino sólo cambiar al
individuo, y es para esto
que puede servirnos la psicología. La psicología nos permite cambiarnos fácil y rápidamente a nosotros mismos en lugar de lanzarnos a la incierta, riesgosa y prácticamente imposible tarea colectiva de cambiarlo todo. En
lugar
de hacer
una revolución social a
gran escala, podemos hacer
una pequeña revolución individual a pequeña escala
en
un centro de readaptación social, en una
clínica psiquiátrica,
en un consultorio
de terapia breve
o en
un
diván
de
psicoanalista. Desde luego que esta mini-revolución funciona, y funciona muy bien, pues consigue solucionar
parcialmente el problema, o más bien el efecto más
peligroso del problema, que es una íntima frustración e insatisfacción que siempre
amenaza con tornarse indignación y finalmente subversión y revolución. Todo esto puede
ser
conjurado con una buena dosis de
psicología. Digamos que la psicología,
como cualquier otro
aparato represivo, debe
solucionar el problema de la revuelta contra el problema en lugar
de solucionar el problema en sí mismo. Esto es así porque el problema está en el sistema, el problema es el sistema, y como la psicología está en indignante complicidad con el sistema, no puede atreverse
a solucionar el problema del sistema, sino que debe optar
por solucionar aquello que
pone en peligro al sistema y que podría ser la solución misma de su problema. Al solucionar así la solución potencial del problema, podemos dejar de solucionar el
problema. Podemos dejar al sistema tal como está. ¡Como si estuviera tan bien como
para dejarlo
tal
como está!
3. La indignante función de
la psicología como sedante, calmante,
analgésico. Los psicólogos ayudamos a que el sistema no cambie, pues eliminamos la única presión que podría cambiarlo, esa presión que podrían ejercer todos los sujetos
frustrados e insatisfechos si no fueran calmados por sedantes como la televisión, las redes sociales en internet y el abanico de psicoterapias embrutecedoras que ponemos a su disposición. Al aliviar la
frustración y la insatisfacción, permitimos que lo frustrante
e insatisfactorio no sea remediado. Permitimos que la enfermedad no sea curada.
¿No
es
acaso para esto que mitigamos el sufrimiento que la enfermedad produce? Nuestra
psicología no es más que un analgésico más que el sistema opta por administrar a los sujetos. Siempre es más barato sedar que extraer el tumor. Esto lo
sabe muy bien el sistema, y procede en consecuencia, no sólo en los hospitales
públicos, sino también en
los manicomios, las universidades, las
escuelas,
los noticiarios, etc.
Al final terminamos drogados, adormilados, atontados. Y como cualquier beneficiario de los
tratamientos
psiquiátricos, no somos ya ni
la
sombra de lo que podríamos ser. ¿Cómo hacer una revolución a gran escala con estos pedazos
de humanidad? ¿Cómo indignarnos contra
el
sistema cuando la psicología, en su
indignante complicidad con el sistema, nos ha quitado esa
justa frustración e
insatisfacción que necesitábamos para indignarnos?
4. La
indignante función
adaptadora de la psicología. Podemos
representarnos la psicología como un alambique del sistema por el que entran seres
peligrosamente
frustrados e insatisfechos, potencialmente indignados y subversivos, y salen seres sonrientes, satisfechos, tranquilos,
relajados, resignados,
adaptados. En
su indignante complicidad con el sistema, la psicología opta por adaptarnos al sistema,
a sus
mezquinos intereses, a sus falsos ideales y caprichos perversos, en lugar de
adaptar el sistema a nosotros, a nuestras necesidades, aspiraciones
y deseos. En
lugar
de que el sistema sea lo que
nosotros queremos, somos nosotros los que debemos ser lo que decide el sistema. Somos nosotros
los que debemos ceder.
Somos nosotros los que debemos adaptarnos al sistema, como si el sistema
fuera
digno de que nos adaptáramos a
él, como si lo valiera, como si mereciera que
todos los psicólogos trabajen diariamente para
él,
para perpetuarlo, para
protegerlo de los inadaptados. Así como diversas dictaduras han debido protegerse de
los inadaptados
a través del trabajo concienzudo y responsable de los psicólogos y de otros lacayos y esbirros del sistema, así también
los psicólogos actuales neutralizamos a quienes podrían poner en peligro este sistema que reprime y oprime, explota y margina, causa guerras de origen económico, mata de hambre y
de enfermedades curables, y subyace a algunas de las más sangrientas dictaduras
del último siglo.
5. La indignante función normalizadora de la psicología. Gracias a la psicología y a
sus demás dispositivos, el sistema no
deja de triunfar sobre nosotros. Pocos resistimos. Casi todos nos dejamos vencer, perdemos la guerra, cedemos y
nos adaptamos al sistema. Los
adaptados terminan convirtiéndose
en aplastante mayoría, y
son y hacen lo que el sistema decide que sean y hagan. El ser y el hacer
individual y singular de cada sujeto se pierde, se desvanece, y triunfa un ser y hacer general, mayoritario y uniforme, normal y normalizado, que responde a la norma
establecida por el sistema. Esta norma es uno de los principales criterios que rigen
los juicios y diagnósticos
de la psicología y que guían una práctica esencialmente
normalizadora. En su indignante complicidad con el sistema, la
psicología debe asegurar que los sujetos
sean aptos para
el
sistema, adaptados
al
sistema, derrotados
por el
sistema, confundidos
con la
mayoría de los derrotados por el
sistema,
normales como ellos, mediocres y
banales como ellos. La psicología tiende
espontáneamente a un ideal paradójico, tan
alcanzable como inalcanzable, de
absoluta banalidad, total mediocridad y
perfecta normalidad. El correlato de esta
salud mental es todo aquello de lo que
se ocupa la psicopatología, la
psicología de aquello anormal que no se
ha sometido a la norma, pero que será medido con la
norma, y así teóricamente reducido y sometido a la norma, para ser finalmente domesticado, curado, regularizado, normalizado en la
práctica. Se trata de normalizarlo todo. Se trata de crear seres normales, como si fuera un orgullo ser
normal, como si la normalidad que se nos ofrece no fuera
vergonzosa, despreciable, indigna de cada uno de nosotros y de todo aquello en lo que podríamos convertirnos
si no
fuera por la psicología y por todos lo demás dispositivos denigrantes que nos
trivializan y nos empequeñecen y nos mutilan
para normalizarnos.
6.
La indignante concepción tácita psicológica de los sujetos como instrumentos o medios subordinados a un sistema concebido como fin. Puesto que son los sujetos
los que deben ser normalizados en función de la norma del sistema, y como son los
sujetos los que deben adaptarse al sistema en lugar de que
sea el sistema el que se adapte a ellos, queda claro que los sujetos son una
especie de
instrumentos cuya forma psíquica debe adaptarse lógicamente a su función en el sistema. Así como la
forma física de una palanca debe adaptarse a su función de aumentar y
transmitir
cierta fuerza en un sistema mecánico, así también la forma psíquica del sujeto debe adaptarse a su función en el sistema
simbólico de
la cultura. El sistema es el fin al
que deben adaptarse los medios. Cuando la psicología consigue adaptar a un sujeto
al
sistema, lo que ha logrado es instrumentalizarlo, subordinarlo como un medio
a su fin inmediato inherente a un
sistema que aparece entonces como
fin último, como fin de todos
los fines al que deben adaptarse todos los medios. ¿Acaso no resulta
evidente que nuestra psicología trabaja para el sistema y no para sus piezas, no para
sus medios, no para los sujetos? Al
producir buenas esposas, buenos hijos, buenas
madres, buenos estudiantes, buenos psicólogos, buenos trabajadores y buenos ciudadanos, la psicología, lo mismo que la
Iglesia en
su
tiempo,
no
está produciendo necesariamente buenos sujetos, pero sí que
está
produciendo, con toda seguridad, buenos
instrumentos del sistema.
Es el sistema,
en definitiva, el que
decide lo que es bueno, lo que
es mejor, mejor para él.
7.
La indignante
pretensión de neutralidad técnica,
tecnológica, terapéutica de la
psicología. La psicología miente y nos engaña cuando presenta lo mejor para el sistema como si fuera lo mejor en sí mismo, para el sujeto e independientemente del
sistema. ¿Cómo garantizarnos
que lo mejor para el sistema sea
verdaderamente lo mejor en sentido absoluto o relativamente al sujeto? ¿Y si lo mejor
para el sistema
fuera verdaderamente
lo peor en sí mismo? ¿Y si lo bueno para el sistema fuera malo
para el sujeto?
En lugar de hacerse preguntas como éstas,
la psicología se limita simplemente
a hacer bien lo que hace, a hacerlo de
la mejor manera. ¿Pero la mejor manera para qué? Si la
psicología efectivamente hace bien
lo que hace, ¿lo
hace bien para quién? ¿Y en función de qué propósito, lógica o criterio? Silencio.
La psicología no sabe responder estas preguntas. La
psicología no sabe confesar que está en indignante complicidad con el sistema. Pero no deberíamos culparla
por esto con demasiada
severidad, pues la
psicología, lo mismo que los
demás poderes del
sistema en esta época tecnocrática, tiende a concebirse a
sí misma como una
simple técnica, una
tecnología,
una
terapéutica, y descarta cualquier tipo
de cuestionamiento reflexivo sobre el sentido mismo de
lo que hace. Éste es asunto de
moralistas, filósofos y otros inútiles, pero no de gente útil, práctica y diligente como
son los psicólogos, que
deben limitarse a hacer
bien lo que hacen y no distraerse con preguntas estériles en torno el sentido y al fin último de lo que hacen. El psicólogo
es
como el ingeniero que debe diseñar armas, y
diseñarlas de la mejor manera, sin
preguntarse para
qué van a servir esas armas. Lo que aquí resulta indignante es la pretensión de neutralidad. El ingeniero se habrá de considerar neutral, y se lavará
las manos, lo mismo que el psicólogo. Se trata de hacer bien lo que se hace, de crear
armas efectivas y sujetos satisfechos,
y son otros los responsables de usar como
usan la satisfacción de los sujetos y
la efectividad de las armas. ¿Pero de qué otra
manera podría usarse esta efectividad y
esta satisfacción en el sistema que tan bien conocemos? En este sistema, ¿para qué pueden servir las armas si no es para matar?
¿Y para qué puede servir la satisfacción de los sujetos si no es para legitimar, aceptar y justificar todo lo
ilegítimo, lo inaceptable y lo
injustificable que los
rodea?
8. El indignante efecto catártico de la psicología.
Uno de los métodos más rápidos, simples, directos y efectivos para lograr la instantánea satisfacción de los sujetos
es el de producir aquello que
solemos llamar efecto catártico. La catarsis le permite al
sujeto liberar una tensión que habría podido servir para
transformar el sistema. Para que el
sistema no sea
molestado
y eventualmente
alterado
y transformado,
es preciso que
la tensión pueda liberarse
en un
contexto psicoterapéutico
acondicionado y controlado, psíquicamente acolchonado y herméticamente cerrado.
Aquí, en este ambiente aislado y
artificial, podemos liberar discreta y decentemente,
sin consecuencias negativas para el sistema, toda la tensión que reside en cada uno
de nosotros y que siempre amenaza con perturbar lo que nos tensiona
en el entorno. Hay
que liberar la tensión, ya sea en el gimnasio o en una película violenta o en el
consultorio del psicoterapeuta, para no liberarla en casa, en el ámbito laboral o en una
acción colectiva. Se trata de no liberar la
tensión
contra el sistema
y sus representantes, contra la autoridad, contra
el
tirano, contra el patrón explotador o contra el esposo opresor. En lugar de enfrentarse realmente al enemigo, mejor enfrentarse
a él en la imaginación, o aún mejor, quejarse con el amigo, con el
consejero, con el psicoanalista o con el psicólogo. La psicología, en su indignante complicidad con el
sistema,
opera entonces como una válvula de escape del
sistema. Si no hubiera ésta y otras válvulas, el sistema estallaría. ¡Tanta es la tensión que hay
en
su interior! Es por esto que hay que liberarla, pero no de cualquier manera, y
no ahí en donde su liberación
podría posibilitar nuestra propia
liberación.
9.
La indignante intervención de la psicología como coartada
ético-política para que el sujeto se justifique. Desde luego que los consumidores de la psicología y
de la psicoterapia no son únicamente las víctimas del sistema, sino también,
y quizá incluso con mayor
frecuencia, los
beneficiarios del sistema, sus representantes, sus protegidos, sus favoritos, los favorecidos por
el
sistema, los que han recibido el
dinero que les permite pagar al psicólogo. Y en este caso, la psicología, lo mismo
que algunas desgarradoras autobiografías apologéticas de tiranos y de traficantes de
armas, permite que el sujeto justifique lo injustificable, se perdone
lo que no debería
perdonarse, aplaque su mala conciencia y
la explique psicológicamente para
disimular sus razones políticas, económicas, etc. El
patrón ya no es el verdugo, el explotador que destruye la
existencia de miles de trabajadores, sino que es una víctima como ellos, un
sujeto que sufre de una lamentable neurosis obsesivo- compulsiva que lo hace aferrarse al dinero, anteponerlo a todo lo demás y
retenerlo como si fueran sus propios excrementos. No importa que semejante sintomatología
sea
culpable de la muerte prematura y de la estrechez del horizonte de quienes tan sólo
representan excrementos para nuestro pobre neurótico. Esta circunstancia ni
siquiera cuenta para valorar la gravedad de su síntoma, el cual, desde el punto de
vista del psicólogo, es poco grave, pues no se trata de un trastorno
psicótico, sino
simplemente neurótico, y al fin y
al
cabo todos los normales somos neuróticos. Nuestro parásito asesino, tan
estéril como destructivo, es entonces un hombre
normal, sano, en el
que
no hay nada grave que solucionar,
en el que no hay nada que
justifique su
internamiento. En cambio, un psicótico inofensivo
y
quizá enriquecedor
para su entorno, por ejemplo
un
genio creativo
y generoso,
es anormal, está enfermo, y hay
que encerrarlo y aislarlo para curarlo, para cambiarlo,
para que pueda ser tan normal, tan profundamente estéril y tan exitosamente
destructivo como el capitalista que
no deja de enriquecerse con los psicofármacos que se le pueden administrar
a nuestro psicótico gracias
a la providencial coincidencia entre los
diagnósticos
del psicólogo y del
psiquiatra.
10. El indignante
positivismo de la psicología. El surgimiento de aquello que solemos
transmitir en las facultades de
psicología es inseparable
del
paradigma
positivista. Por más que intentemos y pretendamos liberarnos
del positivismo, éste sigue
insistiendo, persiguiéndonos, acosándonos, acompañándonos como nuestra propia
sombra. Imposible
deshacerse del maldito positivismo. Esto
se explica sencillamente porque la psicología, como su propio nombre lo indica, es un logos,
un discurso, un saber, un conocimiento
de la psique, del psiquismo,
del
alma que aparece entonces como la realidad positiva que se conoce, que se sabe y sobre la
que se discurre. Puesto que se parte de esta idea extraña según la cual el psiquismo es una realidad positiva que existe y que puede estudiarse, entonces debe haber al final unos estudiosos del
alma, o psicólogos, que deberán ser positivistas para poder
creer o imaginar
que el psiquismo es la realidad positiva que estudian. Pero aun
suponiendo, como yo lo supongo, que esta realidad positiva no sea más que
una ilusión y superstición positivista ideológicamente determinada, ¿qué habría de
indignante en esta ilusión o superstición? ¿Acaso nos indignamos ante quienes creen en fantasmas o en reyes magos? ¿Por
qué deberíamos indignarnos entonces contra quienes creen en la realidad positiva
del
psiquismo? Yo pienso que deberíamos indignarnos contra ellos porque nos calumnian y
nos ultrajan con la realidad positiva que nos atribuyen, con la bochornosa descripción que hacen de
nosotros, con
la
siempre simplista y caricaturesca
representación
a
la
que
nos
reducen en función de su opción teórica. Debemos indignarnos contra
ellos porque
insisten en que somos lo que dicen que somos y ni siquiera
se interesan en lo que tal
vez
seamos y que nadie pueda conocer, ni tampoco en lo que tal vez no seamos,
pero podamos llegar
a ser. En este último caso, los psicólogos excluyen toda nuestra
verdadera y prometedora potencialidad para centrarse en la cuestionable y decepcionante
realidad positiva que
nos atribuyen. Aun si esta realidad positiva no fuera
una infamante ilusión
o superstición de los
psicólogos, tendríamos
que indignarnos contra
su positividad que deja de
lado toda esa inmensa
negatividad de lo que todavía
no somos, pero podemos llegar a ser. Pensemos en todo lo que
pueden llegar a ser
ustedes, actuales estudiantes de psicología, más allá de los mezquinos psiquismos que nosotros, sus profesores, proyectamos en ustedes. Pero
esta proyección es exigida por el sistema, pues el sistema funciona en circuito
cerrado, busca
su
propia
reproducción
y no su transformación, y necesita
que
ustedes sean como
nosotros, tan sumisos como nosotros, tan explotables como
nosotros. El sistema necesita que ustedes y nuestros clientes, quienes acuden al
psicólogo, sean algo tan decepcionante
como aquello que nosotros
creemos ser. Por
eso es que debemos convencerlos a ustedes y a ellos de que esto es lo que todos
somos. Debemos convencernos
de que todos lo somos
para que todos lo seamos.
11. El indignante etnocentrismo,
colonialismo, imperialismo
de
la
psicología.
En América Latina y en otras regiones del mundo que ocupan una posición exterior o marginal en la
civilización occidental, debemos convencernos primeramente de ser
aquello que
se ha decidido que
seamos en los centros
europeos o estadunidenses del poder
intelectual y
de la generación
de
saber.
Tenemos
que
ser un trozo
de psiquismo
positivo
estadunidense o europeo
en lugar de atrevernos a ser
todo aquello que podemos llegar a ser en virtud de
nuestras propias cualidades y
potencialidades culturalmente determinadas. Evidentemente no hay cabida
para todo
esto en un sistema que se reproduce al reproducir la ideología individualista,
liberal, capitalista y esencialmente occidental por la que se caracterizan todas las teorías que importamos y consumimos en las facultades de psicología. Aunque el
balance comercial de la psicología latinoamericana sea negativo y tremendamente deficitario, pues importamos bastante
más de lo que exportamos, es verdad que ya empezamos a producir mucho, cada vez más, decenas de miles de libros y artículos
en
revistas científicas, y aunque los consumamos poco y los exportemos aún menos,
tenemos la satisfacción de
haberlos producido. Son como los platillos que
preparan los niños y que
nadie
come, ni siquiera los mismos
niños, pero
que
merecen aplausos como los que nosotros
no dejamos de recibir de nuestros colegas. Es verdad entonces que
producimos, pero me temo que
la mayor parte
de lo
que producimos, además de no ser apto para el consumo,
consiste
más en simples
reproducciones
que en producciones originales. Inundamos nuestro mercado con
malas imitaciones de lo que se hace en el extranjero. Como de costumbre, nos
especializamos en falsificaciones, en productos piratas que no me indignan por
unos derechos de reproducción que
no son más que derechos de enriquecimiento para los intermediarios, sino más
bien por la manera en que esta piratería contribuye a cierta
colonización imperialista y cierta confusión
por la que nos imaginamos ser algo que no somos, y hacemos una psicología supuestamente latinoamericana que no tiene
absolutamente nada que
ver
con América Latina, con sus preocupaciones y aspiraciones.
12. La
indignante eficacia de la
psicología. El último de los motivos de indignación
que encuentro en la psicología y
en
su complicidad con el sistema puede parece
paradójico. ¿Por qué me indignaría contra la eficacia de la psicología? Digamos,
para empezar, que me indigno contra esta eficacia porque tengo la convicción de que
los psicólogos, al igual que los ya mencionados ingenieros de la industria militar, hacen algo que no está nada bien, pero lo hacen muy
bien, demasiado bien, con evidente destreza, y esto es lo que me indigna. Me indigna que los psicólogos hagan tan
bien todo el mal que hacen. Preferiría que fueran menos eficaces. Sería mejor para todos. Cuando me preguntan por qué me inclino más hacia el psicoanálisis que hacia la
psicología, a veces digo que prefiero el psicoanálisis
porque no sirve para nada, porque es una mala psicología, y por lo tanto no es tan dañina
como la psicología. El daño producido por la psicología será entonces proporcional a su eficacia. Esta eficacia es ya bastante
sospechosa por sí misma.
¿Acaso no es revelador que la psicología funcione tan bien en este sistema que
funciona tan mal? Pensemos en lo que aquí funciona bien, por ejemplo, en México,
el narcotráfico, el crimen organizado, la corrupción gubernamental, la finanza
despiadada, el capitalismo salvaje, la especulación en la bolsa, la manipulación en los medios, etc. Todo esto funciona tan bien como la psicología. ¿No será porque la
psicología constituye algo tan vicioso y tan pernicioso como todo lo que acabo de mencionar? Todavía no desprecio tanto a la psicología como para responder
afirmativamente a esta pregunta. Simplemente quiero expresar mi sospecha. Sospecho de los psicólogos eficaces que no dejan de recurrir a tablas y
estadísticas para exhibir su incontestable eficacia en las revistas de
la disciplina. Sospecho tanto de
estos triunfadores como sospecho de quienes triunfan en la política y en las finanzas. Más allá de esta sospecha, sólo confirmo la
indignante complicidad de
la psicología con el sistema. Si
la psicología funciona tan bien en el sistema, es indudablemente porque forma parte del sistema.
Tal vez deba concluir con una breve nota esperanzadora y optimista, pero no lo haré, pues no abrigo ninguna esperanza
ni optimismo con respecto a
nuestra psicología. La
única luz que vislumbro en el horizonte, ahora mismo, en este auditorio tan lleno, es la posible
intrusión de una indisciplinada indignación dentro de nuestra
disciplina tan disciplinada. Esta indignación es una fuerza que podría
cambiarlo todo y que los buenos psicólogos y otros eficaces esbirros del sistema quisieran confiscar. No lo permitamos. Yo diría que mejor confisquemos tantos productos piratas que circulan
en
la disciplina. ¿Y luego? Pues a
ocupar la psicología. Debemos ocuparla tal como debemos ocupar
también la finanza y tantos
otros ámbitos en los que se decide nuestro
destino.
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