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lunes, 23 de abril de 2012

LA PEDAGOGÍA CRÍTICA REVOLUCIONARIA DE PETER MCLAREN


RAMIN FARAHMANDPUR



El mundo corre  desbocado mientras los capitalistas  globales,  en  su afán por convertirse en los últimos multimillonarios sobre la faz de la tierra,  y aprovechar los distintos  resultados que trae aparejada la am- pliación  de los derechos de las corporaciones alrededor del plane- ta. Entre  tales resultados podemos contar las privatizaciones, los re- cortes de presupuesto, el crecimiento a gran escala de las maquilas, los subcontratos a las compañías que  no generen problemas sindi- cales y la “flexibilización”  laboral,  que  han  sido posibles  merced a una  fraguada falta de  regulación gubernamental sobre  la produc- ción,  la distribución y el consumo de bienes  y servicios. Esto, a su vez, es ocasionado en gran  medida por  la globalización de las polí- ticas  económicas neoliberales.  Abarrotar  las  estanterías del  Mall Planeta  Tierra  con  bienes  pergeñados para  gloria  del diseño  se ha convertido en la estrategia clave. El despertar de un capitalismo de empujar el carrito  sin dirección y sin descanso  viene  acompañado por los restos y desechos  que producen la starbuckización y la walmar- tización1 del paisaje global,  al tiempo que  la tiranía del mercado so- mete  sin piedad el trabajo  a las fuerzas regulatorias de la reproduc- ción  social y cultural, en los insostenibles límites del mercado capitalista.
Con la tutela  de Milton Friedman y Friedrich Von Hayek, ingenie- ros de la economía neoliberal, los años ochenta y noventa sirvieron de escaparate a un orquestado ataque tan conservador como  de de- recha  contra los derechos civiles de los grupos  minoritarios, de la cla- se trabajadora, de los inmigrantes, mujeres  y niños.  Esta situación  ha logrado extenderse hasta el nuevo milenio  con la serie de escándalos en que se vieron involucradas, entre otras, las corporaciones Enron y WorldCom. Recientemente, en los Estados Unidos  hemos  presencia- do las democráticas “victorias” de los defensores de las Propuestas 21,
209 y 227 para California, propuestas destinadas a la “reforma”  de la


1 Referencia a la transnacional (y ubicua) expansión de cadenas  comerciales, en este caso Starbucks (cafetería) y Wal Mart (hipermercados). [T.]

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asistencia  social y a la “regulación” del  servicio de  salud,  así como también a incrementar el número de ejecuciones de criminales y a expandir enormemente la industria penitenciaria.
A nadie sorprende que la privatización de la salud pública, la reduc- ción  de  los servicios sociales para  los pobres  y la “marthastewartiza- ción”2 de la ética de Wall Street coincidan con el estancamiento de los salarios  y el decaimiento de  la prosperidad económica de  la mayor parte  de los hombres, mujeres  y niños  de la clase trabajadora. Estas tendencias recientes se ven asociadas también con la desaparición de la clase media estadunidense. En semejante escenario, la democracia parece  peligrosamente fuera  de nuestro alcance.  De hecho, las fron- teras de la libertad se estrechan a medida que —durante el liderazgo de Dick Cheney  y su actor  suplente, George  Bush hijo— avanzan las fuerzas del mercado “libre”.




LA DECADENCIA DE LA PRODUCCIÓN INTELECTUAL  MARXISTA Y  EL AUGE DE LA NUEVA DERECHA

A fines de los setenta  y principios de los ochenta, los académicos radicales  que  trabajaban dentro del  campo  de  la sociología  de  la educación atravesaron una  peculiar encrucijada histórica. Por  lo pronto, se vieron obligados  a resistir la arremetida de la Nueva Dere- cha —una  serie de resueltos  y despiadados ataques  contra el estado de bienestar— orquestada por Ronald  Reagan  y su ejército  de rene- gados  compuesto por  fundamentalistas cristianos,  atracadores cor- porativos  y magnates de Wall Street.  Al mismo  tiempo, los Estados Unidos,  Japón y Alemania implementaban vigorosas reformas socioe- conómicas neoliberales en los países del tercer  mundo y en vías de desarrollo, destinadas a solucionar a corto plazo la creciente crisis es- tructural del capitalismo global (Brenner, 1998).
Frente  al cínico  clima intelectual imperante, muchos  académicos radicales corrieron a sumarse a las tropas de la nueva ola del posmar-


2 Referencia a Martha  Stewart, estrella estadunidense de programas y revistas para amas de casa donde se divulgan nociones básicas de alta cocina, decoración, protoco- lo y demás. Fue condenada por la justicia estadunidense por manejos  fraudulentos en la bolsa que involucraban el acceso a información confidencial. [T.]

xismo, el neomarxismo y el marxismo cultural. Un buen  número de académicos radicales desechó por completo el marxismo, acusado de ser un metarrelato decimonónico obsoleto y fuera  de moda  incapaz de adaptarse a la sociedad  de consumo postindustrial. En su rempla- zo, estos académicos adoptaron los que  ellos consideraban marcos teóricos  más “abiertos” y menos  “deterministas”, como,  por ejemplo, el neogramscismo, la teoría  posmoderna, el postestructuralismo y la teoría  poscolonial. Para fines de los ochenta, con el “giro cultural” en pleno  desarrollo, prácticamente todos  los académicos radicales  es- taban  aliados  con  los seguidores de  bandoleros  académicos tales como  Jean Baudrillard, Jacques Derrida, Jean-François Lyotard,  Er- nesto  Laclau y Chantal Mouffe, que proclamaban ufanos  la muerte del marxismo.
En el curso de mis propios estudios  de investigación sobre socio- logía marxista  clásica, decidí emprender un riguroso examen de los desarrollos y tendencias más recientes de la producción intelectual marxista  en  el campo  de la sociología  de la educación. Si bien  no me resultó  difícil estar de acuerdo con la mayor parte  de las perspec- tivas teóricas  que  presentan los académicos radicales  más prestigio- sos, sus aproximaciones a la reforma educativa  me  resultaron  cada vez más alarmantes y sospechosas.  Me refiero  en particular a la gran cantidad de académicos en los que se advertía  una creciente falta de interés  por  las políticas  de clase tras la publicación de La instrucción escolar en la América capitalista (Bowles y Gintis,  1976). Mi sospecha respecto de este cambio  se vio confirmada al examinar el grueso  de la bibliografía producida en  el campo  de la sociología  de la educa- ción durante los años ochenta y noventa.
Para mi sorpresa, descubrí que los teóricos  y teóricas  feministas  y críticos del problema racial estaban  por  igual desilusionados con las políticas  de clase. Tras haber criticado el “esencialismo  de clase” del marxismo, estos académicos exploraron nuevos panoramas teóricos, tales como  la construcción social de la raza y el patriarcado, con  el fin de analizar  las causas encubiertas de la opresión social. Muchos de  ellos incorporaron exhaustivamente teorías  posmodernas y pos- testructuralistas para examinar el modo  en que la sociedad  reprodu- ce y sostiene las opresiones de raza, clase y género. Desencantados de las políticas  de  clases, los académicos radicales  prefirieron concen- trarse en las posibilidades de los nuevos movimientos sociales. Duran- te mucho tiempo, los académicos de izquierda no prestaron atención a la cauta  síntesis entre pedagogía crítica  y teoría  posmoderna que

proponía Peter  McLaren  (1986), así como  tampoco a sus intentos por  advertirles  acerca  de las posibles  trampas de las teorías  posmo- dernas  y postestructuralistas. Según  parece, sólo unos  pocos intelec- tuales, tales como Brosio (1990, 2000) y Berlowitz y Chapman (1978), continuaron trabajando dentro de un  marco  conceptual de inspira- ción  marxista.  Posteriormente, McLaren  (1998) pasó a engrosar las filas  de  los  académicos  marxistas  (como, por  ejemplo, Rikowski,
1997; Hill y Cole, 1995), valiéndole esto una  reprimenda por  la im- portancia que  volvía a conceder a la lucha  de clases (véanse Lather,
1998; Gur-Ze’ev, 1998; Biesta, 1998).
En la actualidad, una  porción significativa de la producción acadé- mica de las facultades  de educación estadunidenses continúa operan- do dentro de los parámetros establecidos por las relaciones sociales de producción capitalistas.  La producción académica radical  más feste- jada dentro del campo  de la sociología  de la educación ha fracasado en el desafío de ofrecer  una crítica vigorosa de las relaciones sociales de producción capitalistas  (por ejemplo, Apple,  1993, 1996, 2001). Tras advertir  este cambio  de las políticas  de clase por las políticas  de la identidad, decidí desarrollar una crítica detallada del grupo  de los intelectuales de izquierda que han  abandonado, en gran  medida, el problema de las políticas  de clase.




LA APARICIÓN DEL MOVIMIENTO  REVISIONISTA

Lamentablemente, en los últimos  años la mayor parte  de (si no to- dos) los académicos radicales  han minimizado la importancia de las políticas de clase, ignorando sus vínculos con los fundamentos ideológicos, políticos y culturales del capitalismo (McLaren y Farah- mandpur, 2000, 2001a,  2001b,  2001c). Seducidos  por  los intentos vanguardistas de las teorías  posmodernas, postestructuralistas y cul- turales,  los académicos han  amputado la economía política  de la es- colarización por  medio  de su lacónico  rechazo de la lucha  de clases como  elemento central de  cualquier proyecto   relacionado con  la transformación  social  (McLaren  y  Farahmandpur,  2000,  2001a,
2001b, 2001c). No sólo los posmodernos y los postestructuralistas, si- no  también otros  académicos que  trabajan con  políticas  culturales, han  descartado sumariamente a la clase trabajadora como  el agente decisivo del cambio social. La mayor parte  del material académico re-

cientemente producido por  los intelectuales radicales  en  el campo de la economía política  está contaminado por  el trabajo  de los pos- marxistas  Laclau y Mouffe (1985), exponentes de la “democracia ra- dical” y campeones de los nuevos  movimientos sociales: los agentes decisivos de las luchas anticapitalistas (Boggs, 1995; Croteau, 1995).
Un caso ejemplar es la célebre obra de Michael Apple, probable- mente el más famoso entre los académicos marxistas norteamerica- nos.   Apple   se  ha   montado  en   estos  “cambios   de   paradigma” (Kuhn, 1962), posicionándose asimismo dentro de los marcos neo- marxistas  y posmarxistas.   Al igual  que  otros  teóricos,  descarta  la centralidad de  la lucha  de  clases en  los intentos por  reformar la educación (1993, 1996, 1999, 2001). Si bien  reconoce la importan- cia de la clase como  una  variable clave en la perpetuación de la de- sigualdad  por  medio  de la educación y el proceso  escolar  de los ni- ños,   critica   de   un   modo   mordaz   e   incisivo   a  los  marxistas “tradicionales” y clásicos por lo abiertamente “economicista” y “deter- minista” de sus análisis de la educación.
Sin importar los grandes esfuerzos  que hicieran los teóricos  de la educación marxistas  y neomarxistas por  brindar un análisis de la es- colarización capitalista  (Anyon, 1980; Gonzales,  1982; Harris,  1982; Price, 1986; M. Sarup,  1978; R. Sarup,  1983; Sharp,  1980, 1988; Stri- ke, 1989; Willis, 1977; Youngman, 1986), a fines de los ochenta resul- taba palmariamente claro que este abordaje de la problemática edu- cativa había  perdido gran  parte  de su atractivo  para  los académicos progresistas de  izquierda. Dentro de  Estados  Unidos,  sólo Michael Apple (1993, 1996, 1999) y Jean Anyon (1980, 1994) —junto  a otros académicos menos  visibles como Richard  Brosio (1990, 2000)— per- manecían dentro del pequeño grupo  de académicos marxistas  que aún reconocían la importancia de la clase social.
A fines de los años setenta, momento en que  la Nueva Izquierda cobró  un momentáneo impulso  dentro de los pasillos de las faculta- des de educación, varios teóricos marxistas-leninistas habían anticipa- do el cambio  que  habría de producirse de las políticas  de clase por políticas  culturales y posmodernistas. Berlowitz y Chapman (1978) identificaron la presencia de un “nuevo revisionismo  histórico”  en la obra  de Samuel  Bowles, Herbert Gintis, Michael  Katz, Joel Spring  y David Tyack (Cole, 1988; Karabel y Halsey, 1977; McDonald,  1988). A esta  lista  podemos sumar   los  nombres  de  Michael  Apple  (1985,
1986), Henr y Giroux  (1981, 1983, 1991, 1992) y los primeros traba- jos de Peter  McLaren  (1986, 1989, 1995, 1997).

Si bien para los años noventa el análisis de clase se había  vuelto ya periférico dentro del  trabajo  producido por  la mayor  parte  de  los académicos, Michael  Apple  permaneció entre los pocos  que  desde un marco  neomarxiano intentaron abordar el análisis de clases. Sin embargo, a pesar de sus críticas contra el posmodernismo y el postes- tructuralismo, su trabajo  más reciente (1993, 1996, 1999) respecto de la problemática de clases ha sido afectado por  supuestos  neomarxis- tas y posmarxistas.
Según  Berlowitz  y Chapman (1978), el  objetivo  central de  los nuevos revisionistas históricos  ha sido el de desestimar el papel  cen- tral  de  la clase trabajadora en  la lucha  contra el capitalismo. Los nuevos revisionistas  históricos  basaron su explicación del modo  en que las escuelas participan de la reproducción de las relaciones so- ciales de producción capitalistas  en una combinación del funciona- lismo  radical  con  las teorías  neomarxistas (Berlowitz,  1977; Liston,
1988). Esto resulta evidente  en la obra de Bowles y Gintis (1976), que asigna a la clase trabajadora sólo un papel  marginal como agente del cambio  social (Berlowitz, 1977; Föner,  1978).
Es preciso admitir que las contribuciones intelectuales de los revisio- nistas históricos,  trabajando en los últimos  dos decenios dentro de los límites del posmarxismo, han enriquecido el campo de la sociología de la educación. Buena  parte  de los académicos que  trabajan dentro de campos  tan diversos como la teoría  de la reproducción, la teoría  de la resistencia, la teoría  posmoderna, la teoría  feminista  y las políticas cul- turales han contribuido a demostrar el modo en que el “funcionamien- to” de las escuelas reproduce las relaciones existentes por medio  de la dominación cultural. No obstante, por descuidar la centralidad de las políticas  de clase, los revisionistas  históricos  no han  logrado superar los confinamientos del funcionalismo radical (Berlowitz, 1977). De he- cho, varios intelectuales, entre ellos Michael Apple (1993, 1996, 1999), han desestimado abiertamente las políticas de clase y la función de van- guardia de la clase trabajadora en la arena  del cambio  social.
Atrapados  dentro del modelo funcionalista radical  de la reproduc- ción social que suele caracterizar a la clase trabajadora como un agen- te social pasivo, los nuevos revisionistas históricos  han  pasado  por al- to las exitosas batallas libradas  por  esa misma clase en nombre de la educación democrática (Liston, 1988; Berlowitz y Chapman, 1978; Sharp,  1988). En vez de basarse  en ellas, estos intelectuales posmar- xistas han  defendido un ideal político  frecuentemente asociado  con los nuevos movimientos sociales y el “pluralismo democrático”.

EL RENACIMIENTO  DE LA TEORÍA  MARXISTA EN EDUCACIÓN

Durante los años  ochenta y noventa, los hombres y mujeres  de  la clase trabajadora padecieron el desenfrenado ataque de las políti- cas socioeconómicas neoliberales, que  se vieron  acompañadas por la desregulación, el acceso irrestricto a los mercados de consumo, la “reestructuración” (es decir,  reducción) del  personal, la terceri- zación de procesos  productivos, la flexibilización laboral,  la intensifi- cación  de  la competencia entre las corporaciones transnacionales, una  creciente centralización del poder político  y económico y, para terminar, una  acelerada polarización de clases. Tanto  en los Estados Unidos  como fuera  de ellos, el surgimiento de las políticas  socioeco- nómicas  neoliberales ha llevado a la centralización y concentración del capital en manos  de las corporaciones multinacionales. Esto fue logrado por medio  de las fusiones corporativas, una explotación ca- da  vez mayor  del  trabajo,  estrategias  antisindicatos y la reducción de los impuestos sobre las empresas, en un enorme esfuerzo por im- pedir  la caída  de  la tasa  de  ganancia provocada, en  parte,  por  la competencia entre las industrias japonesa y alemana (Britain, 1998).
En los años noventa, se hizo notoriamente evidente  que las políti- cas económicas neoliberales (que favorecen  un  acceso  irrestricto a los mercados, el recorte de los servicios sociales y el desmantelamien- to del estado  de bienestar) no habían logrado cumplir con  sus pro- mesas de crecimiento y estabilidad económica, no sólo en los países en vías de desarrollo, sino tampoco en las naciones industrializadas de Occidente. Por otra parte,  dichas políticas han fomentado un am- biente de intensa polarización de clase, así como  también la globali- zación de la pobreza. Un buen  ejemplo de ello fue la crisis financie- ra   asiática   de   1997,  que   demostró  que   la  transición  hacia   la globalización económica, seguida  de la desregulación y privatización de las industrias públicas del estado, estaba lejos de ser tan exitosa co- mo suponían los defensores de la economía de mercado.
En  los últimos  años,  las corporaciones multinacionales han  em- prendido con  cierto  éxito  denodados esfuerzos  por  desmantelar el estado de bienestar para reducir el gasto federal  y estatal en servicios sociales,  en  su búsqueda de  mercados laborales  y materias  primas más baratos  en una economía de mercado global competitiva. Inclu- so el problema de  las altas  tasas de  desempleo se ha  visto tempo- ralmente resuelto mediante la expansión del sector de servicios de la economía estadunidense y la exportación de los puestos  de trabajo

industriales a los países del tercer  mundo. Las consecuencias inme- diatas de estas prácticas  han  sido la caída  de los salarios, estándares más bajos de vida y una  creciente polarización socioeconómica den- tro de los Estados Unidos.
En respuesta a este giro social y político  hacia la derecha, un gru- po pequeño y no obstante cada vez más visible de intelectuales que identifican su trabajo  con la tradición marxista, se han puesto  en mo- vimiento  con el fin de renovar y modernizar las políticas  de clase en el campo  de la sociología  de la educación (Allman, 2001; Cole y Hill,
1995, 1996; Cole, Hill y Rikowski, 1997; McLaren,  2000; McLaren  y Farahmandpur, 1999, 2000, 2001a, 2001b, 2001c; Raduntz, 1999; Ri- kowski, 1996, 1997, 2001; Sharp,  1988). En sus análisis encontraron el posmarxismo (vale decir,  el posmodernismo, el postestructuralis- mo y las políticas culturales) ha tenido consecuencias políticas deplo- rables.  Sostienen que  las políticas  asociadas  a la democracia radical constituyen, en el mejor  de los casos, una  forma  encubierta del plu- ralismo liberal o, en el peor  de ellos, una forma política  reaccionaria aquejada de un grado  extremo de escepticismo (Sokal y Brichmont,
1998). Por  último,  advierten que  la ausencia  de  una  sólida  teoría marxista  de la explotación de clase vuelve difícil —sino imposible— exponer las causas subyacentes  de las desigualdades que padecen los niños  dentro del proceso  escolar  y educativo,  asociadas  con las con- diciones  estructurales del sistema de clases capitalista.




SITUANDO  LA OBRA DE PETER MCLAREN

La obra temprana

El primer trabajo  de McLaren,  Cries from the corridor (1980), continúa siendo  uno  de los estudios  etnográficos más influyentes entre todos los aparecidos a comienzos de  los ochenta dentro de  la literatura educativa.  Junto  a Aprendiendo a trabajar (1977), estudio  etnográfico fundacional que hiciera  Paul Willis acerca de la cultura trabajadora y los alumnos de las escuelas preparatorias inglesas; Schooling the smash kids (1979), de Paul Corrigan, y Leer, escribir y resistir. Adolescencia y tra- bajo en una escuela preparatoria (1983), de Robert  Everhart,  Cries from the corridor representa una contribución original  al campo  de la etno- grafía crítica, documentando las experiencias cotidianas de los alum-

nos de una escuela de un barrio  urbano de Toronto, Canadá. Este li- bro sería el precursor de su muy aclamado e intensivo  estudio  etno- gráfico La escuela como un performance ritual (1986). Habiendo impar- tido  clases durante los años  setenta, en  pleno  boom económico de posguerra, McLaren  nos permite vislumbrar  a través de sus diarios el mundo poco conocido de las experiencias de enseñanza y aprendiza- je de   los alumnos inmigrantes de  la clase trabajadora. Cuando en
1985 su estilo de enseñanza no ortodoxo y sus convicciones políticas de izquierda le valieron a McLaren  la cancelación de su contrato por parte  de la universidad, aceptó  el cargo  de profesor en  los Estados Unidos  que  le fuera  ofrecido por  invitación  de Henr y Giroux.  Uno de sus primeros proyectos allí fue la integración de los diarios de Cries from de corridor (1980) dentro de un  panorama más amplio,  que  ha- bría de constituirse como un libro de texto fundacional dentro de la teoría  crítica educativa: La vida en las escuelas (1989). En él, emplean- do como fuente primaria las experiencias de vida de sus alumnos ca- nadienses, McLaren  puso  magistralmente en  primer plano  las con- tradicciones fundamentales del  proceso  escolar  capitalista  dentro del contexto norteamericano en su conjunto (véase Bowles y Gintis,
1976). Básicamente, La vida en las escuelas capturó el lado más oscu- ro del capitalismo, demostrando cómo  la democracia falla a la hora de cumplir sus promesas.
Para sorpresa  de McLaren,  Cries from the Corridor (1980) se convirtió en un best-seller en Canadá. El éxito del libro generó una controversia y debate público  entre educadores, académicos y políticos sin preceden- tes, tanto  en Norteamérica como en otros lugares del mundo. En favor de McLaren,  es preciso  reconocer también que supo escuchar las crí- ticas de su libro,  no sólo aquellas  que  le hicieran los marxistas  sino también las que  sugirieran los miembros de la comunidad sobre  la que había  escrito. Todo  lo aprendido se incorporó a La vida en las es- cuelas (1989). El descubrimiento clave de McLaren  fue que  en Cries from the corridor no había  provisto a los lectores  de un contexto socio- político  que  les permitiese entender lo que  estaban  leyendo.  Sin tal contexto, los lectores  podrían fácilmente caer en la trampa de “cul- par a las víctimas” de su relato.  Que McLaren  haya tenido la disposi- ción  y el coraje  de  confrontar las limitaciones de  su primer libro constituye  un testamento de su compromiso como intelectual crítico.
Por último,  su estudio  etnográfico de una  escuela  católica  fue el primero de ellos en introducir el postestructuralismo y el posmoder- nismo en el campo  de la educación. En La escuela como un performan-

ce ritual (1986), McLaren  estudió  el comportamiento de los alumnos de la clase trabajadora de una  escuela  católica  de Toronto, Canadá. Para el análisis de sus prácticas  cotidianas e interacciones con el gru- po docente dentro del aula,  incorporó el estudio  de Victor Turner acerca  de las prácticas  rituales.  Sumado  a ello, empleó también los trabajos  de  Foucault   sobre  la  génesis  de  las instituciones sociales durante el capitalismo, examinando las relaciones entre la educación y el cuerpo como un espacio de vigilancia y control. Al hacerlo, logró identificar el “catolicismo”  y el “buen  trabajador” como  los paradig- mas centrales con que las escuelas católicas orientaban sus esfuerzos por favorecer  la socialización  de sus estudiantes, permitiéndoles con- vertirse en “buenos  ciudadanos”.



La seducción del posmodernismo y el postestructuralismo

El largo viaje de McLaren  hacia el marxismo comenzó atravesando el vasto y poco explorado territorio de las teorías posmodernas y postes- tructuralistas. Tanto  en  Pedagogía crítica y cultura depredadora (1995) como  en  Multiculturalismo revolucionario (1997), McLaren  experi- mentó, flirteó incluso,  con los abordajes posmodernos y postestruc- turalistas  de la teoría  y la práctica  educativa.  Exploró  y analizó  des- fachatadamente las tensiones y debates  por largo tiempo existentes entre los abordajes culturalista y materialista de la educación, así co- mo también los apremiantes debates  filosóficos respecto de la rela- ción entre estructura y capacidad de actuar.
Una de las mayores tareas de McLaren  en Pedagogía crítica y cultu- ra depredadora (1995) fue el de  liberar  las variantes  progresistas, o críticas  del  posmodernismo de  las tendencias conser vadoras  pos- modernas dentro de las que  se incluyen,  entre otras,  el posmoder- nismo  lúdico  (tendencia que  reduce la política  a las prácticas  tex- tuales, de la que son representativas las obras de Derrida, Lyotard y Baudrillard), el  posmodernismo espectral (o  “superestructuralis- mo”, que  privilegia  la cultura sobre  las relaciones sociales de  pro- ducción) y el posmodernismo escéptico  (que fomenta el “relativismo epistemológico” y el  “agnosticismo ontológico”). Lo  que  hace  allí McLaren  (1995) es combinar algunos  elementos progresistas de  la teoría  crítica  con otros  del marxismo que él llama teoría  posmoder- na de oposición o crítica.  Sostiene  que los signos no son meras  enti- dades  flotantes,  libres, en espacios  etéreos, desligados  de las prácti-

cas sociales,  sino  uno  de  los  espacios  privilegiados   del  enfrenta- miento social, político  y material. En otras palabras,  “diferencia”  no es meramente una  lógica  del  lenguaje, el discurso  o las prácticas textuales, sino el efecto de los conflictos  sociales entre el grupo  do- minante y los subordinados. Además del “posmodernismo crítico” y de oposición, McLaren  (1995) apoya en ese momento el “posmoder- nismo de resistencia”,  aquel  que posiciona a la identidad, el poder y el lenguaje en un marco  de referencia social, histórico y materialista. Por último,  es preciso  advertir  que el objetivo de McLaren  al fundir las teorías  modernas y posmodernistas era el de brindar a los maes- tros un lenguaje crítico  que les permitiera relacionar las problemáti- cas del poder, el lenguaje y la identidad con su práctica  cotidiana de enseñanza dentro del aula.
En un decidido esfuerzo por desarrollar un marco  teórico  que au- nara los abordajes materialista y cultural de la educación, en Multicul- turalismo revolucionario (1997) McLaren  articula  una  aproximación marxista  posmoderna a la teoría  y la práctica  educativa.  Su perspec- tiva suponía que el marxismo posmoderno sería capaz de trascender la inflexibilidad que  el marxismo tradicional había  heredado de los discursos de la modernidad. Por otra  parte,  le preocupaban algunas de las críticas de los posmarxistas, según  las cuales el marxismo de- lataba  en  su forma  la presencia de discursos  reduccionistas, deter- ministas  y economicistas.
Con esto en mente, realizó un claro esfuerzo por separar su traba- jo de  las distintas  variantes  ortodoxas y vulgares  del  marxismo que aquejaban, por ejemplo, a La instrucción  escolar en la América capitalis- ta  (Bowles y Gintis, 1976). Así, McLaren  (1997) creyó que el marxis- mo  posmoderno tendría la flexibilidad necesaria para  dar  cuenta tanto  de la economía política  como de las políticas  culturales.
Por último,  mientras la mayor parte  de los académicos radicales  y progresistas seguía aún bajo el canto  de sirenas de las teorías  posmo- dernas  y postestructuralistas que habían sitiado a la academia duran- te los años ochenta y noventa, McLaren  (1995, 1997) supo advertir  a tiempo las trampas de estas teorías  “pos-todo”. Reconoció que el ca- pital funciona como una “fuerza estructurante” que penetra en todos los aspectos de la vida social. Más tarde,  McLaren  expresó  la urgente necesidad de volver a centrarse en la economía política  para  la crí- tica de las relaciones sociales de producción capitalistas.  Desde ya, para  McLaren  no cabía duda  alguna  de que  esa pedagogía marxis- ta debía  ser también antirracista, antisexista  y antihomofóbica.

La reorientación marxista de McLaren

El trabajo  más reciente de McLaren  (2000) es un análisis muy nece- sario, acompañado de un  llamamiento a la creación de nuevas  lu- chas colectivas revolucionarias contra la destructividad de la globa- lización  neoliberal. A diferencia de los académicos posmodernos y posmarxistas, que  apresuradamente descartan el marxismo como una  ideología totalitaria fallida del siglo xx, relegándola al cubo  de la basura  de las reliquias  históricas,  McLaren  ha sabido  redescubrir sus raíces  revolucionarias por  medio  de  un  renovado compromiso con  la teoría  social marxista.  Sus críticas  contra el capitalismo glo- bal, las privatizaciones y la neoliberalización de  la vida se centran en la actual confusión social, económica y política que amenaza con tragarse  al mundo. Para iniciar la lucha contra el capitalismo, McLa- ren  brinda una  herramienta que llama “pedagogía crítica  revolucio- naria”.  Equipada con los principios fundamentales del marxismo — la  lucha  de  clases  y el  marxismo  histórico—,  el  objetivo  de  esta pedagogía crítica  revolucionaria es el de formar  al educador crítico como  un  agente revolucionario de  la lucha  de  clases en  la batalla contra el capital.
El Che Guevara, Paulo Freire y la pedagogía de la revolución (2000) tie- ne el mérito de ofrecer  a los educadores un análisis marxista de la es- colaridad en una  época  en que la mayor parte  de los académicos ha dejado  completamente de lado el análisis de la cuestión de clases. No obstante, pasar  por  alto las limitaciones de este trabajo  sería  desa- tender al consejo  crítico  del  propio McLaren.  Decepcionará a los maestros  y formadores docentes, por ejemplo, descubrir que a pesar de su fructífero análisis marxista de la escolaridad, el libro carece del tipo de ejemplos  concretos que hizo de su hoy famoso trabajo  etno- gráfico La vida en las escuelas (1989) el más sofisticado  análisis edu- cativo de la escolarización capitalista  en los años ochenta y noventa (e incluso  Cries from the corridor, 1980).
Por supuesto que ésta no es una objeción contra el trabajo  teórico en  sí. Los maestros  se han  quejado a menudo de que  la pedagogía crítica resulta demasiado abstracta  o demasiado teórica como para te- ner  cualquier aplicación concreta dentro del aula. En la mayoría  de los casos, los maestros  utilizan  sus experiencias personales (y las de sus alumnos) para  guiar  sus prácticas  pedagógicas dentro del  aula. No obstante, como ha sabido advertir  la teoría  crítica, la experiencia no basta por sí sola para dar cuenta del modo  en que los maestros  se

posicionan en su relación entre sí o su situación  dentro de las rela- ciones sociales de producción. Esto se debe  a que la experiencia está mediada por  la producción de mercancías. Resulta entonces impor- tante  que  los maestros  incorporen la teoría  para  informar de  sus prácticas  pedagógicas. Según advierte  Cyril Smith (1996):

La teoría  es una  forma  de pensamiento que reflexiona sobre  ese caparazón inhumano que recubre nuestras vidas, que da por sentado que la humanidad nunca logrará  escapar  de él. La lucha  de Marx en pro  de la revolución co- munista está centrada en revelar esta forma  de encarcelamiento, permitién- donos  contemplarla desde  una perspectiva humana que nos permita encon- trar la salida. En vez de “buscar la ciencia en su cabeza” y ofrecer  una teoría, Marx procuraba liberar  nuestras conciencias de estos grilletes.  Es esta com- prensión la que  debe  ser recuperada si se procura una  verdadera regenera- ción del marxismo (p. 136).

En síntesis,  muchos  pedagogos críticos  sostendrán que  el pensa- miento lógico y racional resulta  decisivo para aprehender y penetrar aquello  a lo que Marx se refería  como “la cosa en sí”.
Por otra parte,  no resulta  claro hasta qué punto los maestros  esta- dunidenses estén dispuestos  a adoptar una política guevarista, por no hablar del  insistente debate entre  marxistas-leninistas y trotskistas acerca de cuáles serían  las estrategias  y tácticas políticas más efectivas que podría utilizar la clase trabajadora para desafiar las relaciones so- ciales de  producción. Además,  la política  revolucionaria guevarista abre  otros interrogantes, tales como:

•  ¿Cuáles  eran  las principales diferencias políticas  e idológicas entre el Che y Fidel?
•  ¿Era acertada la estrategia militante internacionalista del Che?
•  ¿Cometió  el Che un error de cálculo en su intento de organizar a los campesinos bolivianos?
•  ¿Debería  haber puesto  sus esfuerzos  en movilizar a los sectores más políticamente organizados de la clase trabajadora boliviana (por ejemplo los obreros fabriles)?

Por último,  muchos  académicos marxistas, entre los que se cuen- ta McLaren  (1995, 1997, 2000), han  criticado acertadamente el ca- rácter  dogmático que  asoló  al marxismo ortodoxo de  los últimos decenios. No obstante, entre varios de ellos se advierte  la tendencia

a aferrarse al “idealismo  volutarista”  del  maoísmo y el guevarismo. Por dar un ejemplo, Mao confiaba  en que las condiciones sociales pu- dieran ser transformadas por  la mera  fuerza  de voluntad. Este opti- mismo se vio reflejado también en las luchas revolucionarias del Che Guevara,  quien  creyó que  la guerra de guerrillas  librada  en el cam- po, junto  a los campesinos bolivianos,  podía  desencadenar la revolu- ción  social en  esa región del  mundo. No  obstante, según  sostiene John Molyneux (1995), ambas ideologías  ignoran las condiciones so- ciales que determinan la naturaleza de la lucha de clases y de la revo- lución  socialista. A diferencia del marxismo humanista, el materialis- mo histórico no cree en la posibilidad de derrocar al capitalismo sólo por  medio  de luchas  y acciones  voluntaristas. Muy por  el contrario, sostiene  que las revoluciones sólo se vuelven posibles en ciertas con- diciones  históricas  y sociales, y que incluso  entonces requieren de la existencia  de un  movimiento trabajador organizado, dotado de una conciencia revolucionaria. Más allá de estas críticas, mi intención al llamar  la atención sobre  las debilidades del más reciente trabajo  de McLaren  es la de fortalecer sus raíces marxistas y alinearlo de un mo- do más cercano con su confesa  intención histórico-materialista.




RECENTRAR A MARX, REINVENTAR LA PEDAGOGÍA CRÍTICA

¿Por qué  los maestros  y docentes de colegios  y universidades debe- rían tomarse la molestia de leer El capital? ¿Qué tiene para revelarnos la obra magna  de Marx, El capital (obra que le insumió  casi cuarenta años de vida, y que excede el millar de páginas)? Más importante aún
¿por qué Marx ha quedado tan fuera  de moda  entre los académicos y profesores de los círculos  académicos estadunidenses? ¿Por qué las universidades están todas tan ávidas de ofrecer  cursos sobre poscolo- nialismo,  posmodernismo, postestructuralismo y estudios  culturales, pero  mucho menos  dispuestas  a ofrecer  ningún foro o seminario se- rio donde sea posible discutir,  debatir y estudiar críticamente El capi- tal? ¿Qué revela Marx, que  lo convierte —a pesar  de ser uno  de los “intelectuales desclasados”  más importantes del siglo XIX  — en  un paria  a los ojos de la clase académica?
Además de su teoría  del materialismo histórico, el otro  gran  des- cubrimiento científico  de Marx fue su teoría  de la plusvalía. Las teo- rías sociales y económicas de clase de Marx (1969), así como su aná-

lisis de la explotación capitalista,  se articulan sobre  su teoría  del va- lor del trabajo.  En ella, Marx sostiene  que el valor de cualquier mer- cancía  está determinado por  el tiempo de trabajo  socialmente nece- sario  que  se emplea   en  su  producción. La  expresión “tiempo  de trabajo  socialmente necesario” aparece debido a que el tiempo de tra- bajo  que  requiere la creación de una  mercancía depende en  parte del nivel de progreso tecnológico de una sociedad  y del desarrollo de sus fuerzas productivas. En la teoría  del valor del trabajo  de Marx, el intercambio de mercancías tiene  lugar  en el mercado a precios  que corresponden al tiempo de trabajo  necesario que encarnan. La plus- valía se realiza cuando una mercancía se intercambia o se vende por un valor superior al de su trabajo;  he allí la base del argumento mar- xista de  que  los trabajadores son  explotados en  el capitalismo. Por medio  del poder de la propiedad del capital, el capitalista  puede pa- gar al trabajador una cantidad sensiblemente inferior al valor de mer- cado de las mercancías que  produce, capturando así la plusvalía pa- ra el capital  y reinvirtiéndola con  el fin de aumentar los medios  de producción.
Por otra  parte,  la teoría  del valor del trabajo  de Marx (1969) ilu- mina  las tensiones y contradicciones existentes entre el trabajo  y el capital.  Marx nos permite vislumbrar  el críptico  mundo del capital. Esto nos permite advertir  de qué  modo  se invisibilizan  y se ocultan ante  nuestros ojos las relaciones de clase y la explotación de una cla- se por  otra.  Contrabandear la teoría  del valor del trabajo  dentro de la teoría  radical  de la educación nos brinda un entendimiento pene- trante del funcionamiento del capital  como  una  relación social, y el modo  en que los maestros,  en tanto  trabajadores productivos, se ven involucrados en la reproducción de las relaciones sociales de produc- ción. Nos ofrece  también una posición  de ventaja desde la cual obser- var el capital como  una  relación social entre las dos clases fundamen- tales de la sociedad  burguesa: la clase capitalista  y la clase trabajadora.



Marx, la producción  de mercancías y sus consecuencias para los educadores

En el primer capítulo de El capital, Marx desmitifica  el capitalismo atravesando su camuflaje  ideológico. De allí que sea posible describir El capital como  una  antorcha guía que  echa  luz sobre  los enigmas  y misterios  del capitalismo esquivos hasta  entonces para  nuestros sen-

tidos.  Marx  explica  que  la mercancía es un  “objeto  externo”, algo que existe fuera de nuestros cuerpos físicos. Su análisis prosigue, ad- virtiendo que  la mercancía no sólo existe aparte de “nosotros”,  sino que además  nos confronta como  un objeto  extraño, que permanece opuesto a “nosotros”  o incluso  “contra  nosotros”  (Holloway, 2001). En tal sentido, la mercancía “niega” y “desmiente” nuestra humani- dad  misma.  De hecho, es posible  describir la mercancía como  una fuerza alienante y deshumanizadora que en buena parte  existe gracias a nuestro trabajo  físico y a nuestra capacidad de trabajo  en la produc- ción de plusvalía. La mercancía, debemos enfatizarlo, es el producto del  trabajo  humano. De un  modo  lógico,  la mercancía, cuyo valor equivale al trabajo  que insume  su producción, es nuestro propio “ha- cer” (Holloway, 2001).
Por otra parte,  Marx ha establecido explícitamente que la mercan- cía existe separada de nosotros (Holloway, 2001). Una cuidadosa lec- tura  de las primeras líneas de El capital, donde Marx escribe  que “la mercancía es, en primer término, un objeto  externo, una  cosa apta pa- ra satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean” (p. 125), plantea de inmediato la pregunta de por  qué Marx inserta en esta oración las palabras  “en primer término”. Como habremos de ver, hay en ello una intención implícita  (Holloway, 2001).
Más adelante, Marx  sostiene  que  la  mercancía existe  fuera  de nuestros cuerpos físicos, y que  somos  “sujetos negados”  (Holloway,
2001). No obstante, la mercancía se origina  en  y surge  de nuestro trabajo  físico, que es la fuente de todo valor. Esto se debe a que los tra- bajadores son  también los productores de  mercancías. Resulta  así innegable la presencia de un conflicto  siempre  presente entre la mer- cancía  como  un  objeto  externo que  existe  aparte de  nosotros y la mercancía como  un  objeto  que  surge  de nosotros y es producto de nuestro propio trabajo  (Holloway, 2001).
En primera instancia, en tanto  la mercancía existe fuera  de noso- tros, nos coloca en la posición  de sujetos negados y pasivos. No obstan- te, en tanto  somos sus productores, en segunda instancia  nos reafir- ma  como   sujetos   activos  (Holloway,  2001).  Es  posible   describir entonces el cambio  social como  el resultado del conflicto  que  se es- tablece entre la pasividad y la actividad de la naturaleza dual de nues- tra subjetividad.  En otras palabras,  encarnamos las contradicciones entre el trabajo  y el capital,  viéndonos también posicionados entre el valor de uso y el valor de cambio.  En la primera instancia, somos “negados”  y profanados por  el producto mismo de nuestro trabajo:

la mercancía. En la segunda instancia, nuestro trabajo  puede devol- ver el golpe negando la negación de nuestro trabajo,  que existe bajo la forma  de la mercancía. Así, nuestro trabajo  físico no sólo produce su propia negación convirtiéndose en mercancía, sino que  también crea las condiciones por las que es posible negar  su negación por me- dio del acto de “hacer”.  Respecto  de estos dos movimientos contra- dictorios  en la producción de mercancías, Holloway (2001) señala:

En primer lugar es dominación, negación de nuestra subjetividad,  de nuestra humanidad. En segundo lugar es la posibilidad de liberación, de autoemanci- pación.  La posibilidad de cambiar  el mundo reside en la tensión entre el pri- mer y el segundo lugar, entre forma y contenido, entre la negación y aquello que niega.  Desesperación y esperanza van juntas  en las palabras  iniciales de El capital, como debe  ser en cualquier reflexión honesta acerca  del capitalis- mo […] En este movimiento de desesperación y esperanza, la desesperación está en primer lugar, en la comprensión superficial  de las cosas tal como son. La esperanza reside  en el desgarro del primer lugar,  en la recuperación de lo que es invisible en el primer lugar, de aquello  que existe en él pero  nega- do. En el primer lugar,  se niega  nuestro hacer,  remplazándoselo por  el ser. El movimiento de la esperanza es la recuperación del hacer,  del hacer  que es negado por ese primer lugar. Este movimiento es el movimiento de la actitud crítica,  entendida como  una  crítica  genética, como  el intento de rastrear el origen de los fenómenos en el quehacer social. Marx nos presenta el horror de una mercancía que niega el hacer,  que se presenta a sí misma como el ser, y de inmediato nos lleva más allá de ese horror para mostrarnos su origen en el hacer,  para mostrarnos la presencia real de lo que es negado en primer lu- gar, y no sólo su presencia sino la absoluta  dependencia de lo que niega res- pecto  de aquello  que es negado (p. 67).

Esto plantea varias preguntas pedagógicas decisivas respecto del papel  que  desempeñan maestros  y formadores docentes en la lucha por construir una sociedad  democrática. Por ejemplo ¿cómo pueden participar los maestros  de la lucha  de clases? ¿Cómo puede la peda- gogía crítica  convertirse en un  vehículo  del cambio  social? ¿De qué modo  nosotros, como maestros  de escuelas públicas y formadores do- centes en las facultades  de educación, podemos traspasar  los espacios pedagógicos de la desesperación y el miedo,  que adoptan una visión acrítica  y ciega  del  mundo social,  negándose a abordar, criticar  y cuestionar el modo  en que  vivimos nuestras vidas? ¿Cómo podemos desarrollar el coraje  de crear  y desarrollar espacios  pedagógicos de

esperanza que puedan penetrar las prácticas sociales cotidianas y que tengan el potencial de  desenmascarar los funcionamientos de  las relaciones sociales de producción capitalistas por medio  de la prác- tica de la crítica  de la ideología?  Éstas son sólo algunas  de las mu- chas preguntas que  a maestros  y formadores docentes nos plantea la pedagogía crítica  revolucionaria  de  McLaren.  Lo cierto  es que su realineamiento con  la teoría  social marxista  ha inspirado y he- cho posible  que una  nueva generación de educadores críticos vuel- van a adoptar un compromiso firme con el marxismo.




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