PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO.
CAPITULO III.
CAPITULO III.
PAULO FREIRE
Al iniciar este capítulo sobre la dialogicidad de la
educación, con el cual estaremos continuando el análisis hecho en el anterior,
a propósito de la educación problematizadora, nos parece indispensable intentar
algunas consideraciones en torno de la esencia del diálogo. Profundizaremos las
afirmaciones que hicimos con respecto al mismo tema en La educación coma
práctica de la libertad.[1]
Al intentar un adentramiento en el diálogo, como
fenómeno humano, se nos revela la palabra: de la cual podemos decir que es el
diálogo mismo. Y, al encontrar en el análisis del diálogo la palabra como algo
más que un medio para que éste se produzca, se nos impone buscar, también, sus
elementos constitutivos.
Esta búsqueda nos lleva a sorprender en ella dos
dimensiones —acción y reflexión— en tal forma solidarias, y en una interacción
tan radical que, sacrificada, aunque en parte, una de ellas, se resiente
inmediatamente la otra. No hay palabra verdadera que no sea une unión
inquebrantable entre acción y reflexión (ver esquema) y, por ende, que no sea
praxis. De ahí que decir la palabra verdadera sea transformar el mundo.[2]
a) acción
Palabra praxis
b) reflexión
a) de la acción: Palabrería,
Sacrificio
verbalismo
b) de la
reflexión:
activismo
La palabra inauténtica, por otro lado, con la que no
se puede transformar la realidad, resulta de la dicotomía que se establece
entre sus elementos constitutivos. En tal forma que, privada la palabra de su
dimensión activa, se sacrifica también, automáticamente, la reflexión,
transformándose en palabrería, en mero verbalismo. Por ello alienada y
alienante. Es una palabra hueca de la cual no se puede esperar la denuncia del
mundo, dado que no hay denuncia verdadera sin compromiso de transformación, ni
compromiso sin acción.
Si, por lo contrario, se subraya o hace exclusiva la
acción con el sacrificio de la reflexión, la palabra se convierte en activismo.
Este, que es acción por la acción, al minimizar la reflexión, niega también la
praxis verdadera e imposibilita el diálogo.
Cualquiera de estas dicotomías, al generarse en formas
inauténticas de existir, genera formas inauténticas de pensar que refuerzan la
matriz en que se constituyen.
La existencia, en tanto humana, no puede ser muda,
silenciosa, ni tampoco nutrirse de falsas palabras sino de palabras verdaderas
con las cuales los hombres transforman el mundo. Existir, humanamente, es
“pronunciar” el mundo, es transformarlo. El mundo pronunciado, a su vez,
retorna problematizado a los sujetos pronunciantes, exigiendo de ellos un nuevo
pronunciamiento.
Los hombres no se hacen en el silencio,[3]
sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión.
Mas si decir la palabra verdadera, que es trabajo, que
es praxis, es transformar el mundo, decirla no es privilegio de algunos
hombres, sino derecho de todos los hombres. Precisamente por esto, nadie puede
decir la palabra verdadera solo, o decirla para los otros, en un acto de
prescripción con el cual quita a los demás el derecho de decirla. Decir la
palabra, referida al mundo que se ha de transformar, implica un encuentro de
los hombres para esta transformación.
El diálogo es este encuentro de los hombres, mediatizados
por el mundo, para pronunciarlo no agotándose, por lo tanto, en la mera
relación yo-tú.
Esta es la razón que hace imposible el diálogo entre
aquellas que quieren pronunciar el mundo y los que no quieren hacerlo, entre
los que niegan a los demás la pronunciación del mundo, y los que no la quieren,
entre los que niegan a los demás el derecho de decir la palabra y aquellos a
quienes se ha negado este derecho. Primero, es necesario que los que así se
encuentran, negados del derecho primordial de decir la palabra, reconquisten
ese derecho prohibiendo que continúe este asalto deshumanizante.
Si diciendo la palabra con que al pronunciar el mundo
los hombres lo transforman, el diálogo se impone como el camino mediante el
cual los hombres ganan significación en cuanto tales.
Por esto, el diálogo es una exigencia existencial. Y
siendo el encuentro que solidariza la reflexión y la acción de sus sujetos
encauzados hacia el mundo que debe ser transformado y humanizado, no puede
reducirse a un mero acto de depositar ideas de un sujeto en el otro, ni
convenirse tampoco en un simple cambio de ideas consumadas por sus permutantes.
Tampoco es discusión guerrera, polémica, entre dos
sujetos que no aspiran a comprometerse con la pronunciación del mundo ni con la
búsqueda de la verdad, sino que están interesados solamente en la imposición de
su verdad.
Dado que el diálogo es el encuentro de los hombres que
pronuncian el mundo, no puede existir una pronunciación de unos a otros. Es un
acto creador. De ahí que no pueda ser mafioso instrumento del cual eche mano un
sujeto para conquistar a otro. La conquista implícita en el diálogo es la del
mundo por los sujetos dialógicos, no la del uno por el otro. Conquista del
mundo para la liberación de los hombres.
Es así como no hay diálogo si no hay un profundo amor
al mundo y a los hombres. No es posible la pronunciación del mundo, que es un
acto de creación y recreación, si no existe amor que lo infunda.[4] Siendo
el amor fundamento del diálogo, es también diálogo. De ahí que sea,
esencialmente, tarea de sujetos y que no pueda verificarse en la relación de
dominación. En ésta, lo que hay es patología amorosa: sadismo en quien domina,
masoquismo en los dominados. Amor no. El amor es un acto de valentía, nunca de
temor; el amor es compromiso con los hombres. Dondequiera exista un hombre
oprimido, el acto de amor radica en comprometerse con su causa. La causa de su
liberación. Este compromiso, por su carácter amoroso, es dialógico.
Como acto de valentía, no puede ser identificado con
un sentimentalismo ingenuo; como acto de libertad, no puede ser pretexto para
la manipulación, sino que debe generar otros actos de libertad. Si no es así no
es amor.
Por esta misma razón, no pueden los dominados, los
oprimidos, en su nombre, acomodarse a la violencia que se les imponga, sino
luchar para que desaparezcan las condiciones objetivas en que se encuentran
aplastados.
Solamente con la supresión de la situación opresora es
posible restaurar el amor que en ella se prohibía.
Si no amo el mundo, si no amo la vida, si no amo a los
hombres, no me es posible el diálogo.
No hay, por otro lado, diálogo si no hay humildad. La
pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no
puede ser un acto arrogante.
El diálogo, como encuentro de los hombres para la
tarea común de saber y actuar, se rompe si sus polos (o uno de ellos) pierde la
humildad.
¿Cómo puedo dialogar, si alieno la ignorancia, esto
es, si la veo siempre en el otro, nunca en mí?
¿Cómo puedo dialogar, si me admito como un hombre
diferente, virtuoso por herencia, frente a los otros, meros objetos en quienes
no reconozco otros “yo”?
¿Cómo puedo dialogar, si me siento participante de un
“ghetto” de hombres puros, dueños de la verdad y del saber, para quienes todos
los que están fuera son “esa gente” o son “nativos inferiores”?
¿Cómo puedo dialogar, si parto de que la pronunciación
del mundo es tarea de hombres selectos y que la presencia de las masas en la
historia es síntoma de su deterioro, el cual debo evitar?
¿Cómo puedo dialogar, si me cierro a la contribución
de los otros, la cual jamás reconozco y hasta me siento ofendido con ella?
¿Cómo puedo dialogar, si temo la superación y si, sólo
con pensar en ella, sufro y desfallezco?
La autosuficiencia es incompatible con el diálogo. Los
hombres que carecen de humildad, o aquellos que la pierden, no pueden
aproximarse al pueblo. No pueden ser sus compañeros de pronunciación del mundo.
Si alguien no es capaz de servirse y saberse tan hombre como los otros,
significa que le falta mucho que caminar, para llegar al lugar de encuentro con
ellos. En este lugar de encuentro, no hay ignorantes absolutos ni sabios
absolutos: hay hombres que, en comunicación, buscan saber más.
No hay diálogo, tampoco, si no existe una intensa fe
en los hombres. Fe en su poder de hacer y rehacer. De crear y recrear. Fe en su
vocación de ser más, que no es privilegio de algunos elegidos sino derecho de
los hombres.
La fe en los hombres e un dato a priori del diálogo.
Por ello, existe aun antes de que éste se instaure. El hombre dialógico tiene
fe en los hombres antes de encontrarse frente a frente con ellos. Ésta, sin
embargo, no es una fe ingenua. El hombre dialógico que es crítico sabe que el
poder de hacer, de crear, de transformar, es un poder de los hombres y sabe
también que ellos pueden, enajenados en una situación concreta, tener ese poder
disminuido. Esta posibilidad, sin embargo, en vez de matar en el hombre
dialógico su fe en los hombres, se presenta ante él, por el contrario, como un desafío
al cual debe responder. Está convencido de que este poder de hacer y
transformar, si bien negado en ciertas situaciones concretas, puede renacer.
Puede constituirse. No gratuitamente, sino mediante la lucha por su liberación.
Con la instauración del trabajo libre y no esclavo, trabajo que otorgue la
alegría de vivir.
Sin esta fe en los hombres, el diálogo es una farsa o,
en la mejor de las hipótesis, se transforma en manipulación paternalista.
Al basarse en el amor, la humildad, la fe en los
hombres, el diálogo se transforma en una relación horizontal en que la
confianza de un polo en el otro es una consecuencia obvia. Sería una
contradicción si, en tanto amoroso, humilde y lleno de fe, el diálogo no
provocase este clima de confianza entre sus sujetos. Por esta misma razón, no
existe esa confianza en la relación antidialógica de la concepción “bancaria”
de la educación.
Si la fe en los hombres es un a priori del diálogo, la
confianza se instaura en él. La confianza va haciendo que los sujetos
dialógicos se vayan sintiendo cada vez más compañeros en su pronunciación del
mundo. Si falta la confianza significa que fallaron las condiciones discutidas
anteriormente. Un falso amor, una falsa humildad, una debilitada fe en los
hombres no pueden generar confianza. La confianza implica el testimonio que un
sujeto da al otro, de sus intenciones reales y concretas. No puede existir si
la palabra, descaracterizada, no coincide con los actos. Decir una cosa y hacer
otra, no tomando la palabra en serio, no puede ser estímulo a la confianza.
Hablar de democracia y callar al pueblo es una farsa.
Hablar del humanismo y negar a los hombres es una mentira.
Tampoco hay diálogo sin esperanza. La esperanza está
en la raíz de la inconclusión de los hombres, a partir de la cual se mueven
éstos en permanente búsqueda. Búsqueda que, como ya señalamos, no puede darse
en forma aislada, sino en una comunión con los demás hombres, por ello mismo,
nada viable en la situación concreta de opresión.
La desesperanza es también una forma de silenciar, de
negar el mundo, de huir de él. La deshumanización, que resulta del “orden
injusto”, no puede ser razón para la pérdida de la esperanza, sino que, por el
contrario, debe ser motivo de una mayor esperanza, la que conduce a la búsqueda
incesante de la instauración de la humanidad negada en la injusticia.
Esperanza que no se manifiesta, sin embargo, en el
gesto pasivo de quien cruza los brazos y espera. Me muevo en la esperanza en
cuanto lucho y, si lucho con esperanza, espero.
Si el diálogo es el encuentro de los hombres para ser
más, éste no puede realizarse en la desesperanza. Si los sujetos del diálogo
nada esperan de su quehacer, ya no puede haber diálogo. Su encuentro allí es vacío
y estéril. Es burocrático y fastidioso.
Finalmente, no hay diálogo verdadero si no existe en
sus sujetos un pensar verdadero. Pensar crítico que, no aceptando la dicotomía
mundo-hombres, reconoce entre ellos una inquebrantable solidaridad. Este es un
pensar que percibe la realidad como un proceso, que la capta en constante
devenir y no como algo estático. Una tal forma de pensar no se dicotomiza a sí
misma de la acción y se empapa permanentemente de temporalidad, a cuyos riesgos
no teme.
Se opone al pensar ingenuo, que ve el “tiempo
histórico como un peso, como la estratificación de las adquisiciones y
experiencias del pasado”[5] de
lo que resulta que el presente debe ser algo normalizado y bien adaptado.
Para el pensar ingenuo, lo importante es la
acomodación a este presente normalizado. Para el pensar crítico, la permanente
transformación de la realidad, con vistas a una permanente humanización de los
hombres. Para el pensar crítico, diría Pierre Furter, “la meta no será ya
eliminar los riesgos de la temporalidad, adhiriéndome al espacio garantizado,
sino temporalizar el espacio. El universo no se me revela —señala Funer— en el
espacio imponiéndome una presencia matiza a la cual sólo puedo adaptarme, sino
que se me revela como campo, un dominio que va tomando forma en la medida de mi
acción”.[6]
Para el pensar ingenuo la meta es apegarse a ese
espacio garantizado, ajustándose a él y al negar así la temporalidad se niega
a. sí mismo.
Solamente el diálogo, que implica el pensar crítico,
es capaz de generarlo. Sin él no hay comunicación y sin ésta no hay verdadera
educación. Educación que, superando la contradicción educador-educando, se
instaura como situación gnoseológica en que los sujetos inciden su acto
cognoscente sobre el objeto cognoscible que los mediatiza.
De ahí que, para realizar esta concepción de la
educación como práctica de la libertad, su dialogicidad empiece, no al
encontrarse el educador-educando con los educando-educadores en una situación
pedagógica, sino antes, cuando aquél se pregunta en torno a qué va a dialogar
con éstos. Dicha inquietud en torno al contenido del diálogo es la inquietud a
propósito del contenido programático de la educación.
Para el “educador bancario”, en su antidialogicidad,
la pregunta, obviamente, no es relativa al contenido del diálogo, que para él
no existe, sino con respecto al programa sobre el cual disertará a sus alumnos.
Y a esta pregunta responde él mismo, organizando su programa.
Para el educador-educando, dialógico, problematizador,
el contenido programático de la educación no es una donación o una imposición
—un conjunto de informes que han de ser depositados en los educandos—, sino la
devolución organizada, sistematizada y acrecentada al pueblo de aquellos
elementos que éste le entregó en forma inestructurada.[7]
La educación auténtica, repetimos, no se hace de A
para B o de A sobre B, sino A con B, con la mediación del mundo. Mundo que
impresiona y desafía a unos y a otros originando visiones y puntos de vista en
torno de él. Visiones impregnadas de anhelos, de dudas, de esperanzas o
desesperanzas que implican temas significativos, en base a los cuales se
constituirá el contenido programático de la educación. Uno de los equívocos
propios de una concepción ingenua del humanismo, radica en que, en su ansia por
presentar un modelo ideal de “buen hombre”, se olvida de la situación concreta,
existencial, presente de los hombres mismos. “El humanismo —dice Furter—
consiste en permitir la toma de conciencia de nuestra plena humanidad, como
condición y obligación, como situación y proyecto.” [8]
Simplemente, no podemos llegar a los obreros, urbanos
o campesinos (estos últimos de modo general inmersos en un contexto colonial,
casi umbilicalmente ligados al mundo de la naturaleza del cual se sienten más
parte que transformadores) para entregarles “conocimientos”, como lo hacía una
concepción bancaria, o imponerles un modelo de “buen hombre” en un programa
cuyo contenido hemos organizado nosotros mismos.
No serían pocos los ejemplos que podríamos citar de
programas de naturaleza política, o simplemente docente, que fallaron porque
sus realizadores partieron de su visión personal de la realidad. Falta
verificada porque no tomaron en cuenta, en ningún instante, a los hombres en
situación a quienes dirigían su programa, a no ser como meras incidencias de su
acción.
Para el educador humanista o el revolucionario
auténtico, la incidencia de la acción es la realidad que debe ser transformada
por ellos con los otros hombres y no los hombres en sí.
Quien actúa sobre los hombres para, adoctrinándolos,
adaptarlos cada vez más a la realidad que debe permanecer intocada, son los
dominadores.
Lamentablemente, sin embargo, en este “engaño” de la
verticalidad de la programación, “engaño” de la concepción bancaria, caen muchas
veces los revolucionarios, en su empeño por obtener la adhesión del pueblo
hacia la acción revolucionaria.
Se acercan a las masas campesinas o urbanas con
proyectos que pueden responder a su visión del mundo, mas no necesariamente a
la del pueblo.[9]
Se olvidan de que su objetivo fundamental es luchar
con el pueblo por la recuperación de la humanidad robada y no conquistar al
pueblo. Este verbo no debe tener cabida en su lenguaje sino en el del dominador.
Al revolucionario le cabe liberar y liberarse con el pueblo y no conquistarlo.
En su actuación política, las élites dominantes son
eficientes en el uso de la concepción “bancaria” (en la cual la conquista es
uno de los instrumentos) porque, en la medida en que desarrollan una acción que
estimula la pasividad, coincide con el estado de “inmersión” de la conciencia,
oprimida.
Aprovechando esta inmersión de la conciencia oprimida,
las élites; la van transformando en aquella “vasija” de que hablábamos y
depositando en ella aquellos marbetes que la hacen aún más temerosa de la
libertad.
Un trabajo verdaderamente liberador es incompatible
con esta práctica. A través de él, lo que se ha de hacer es proponer a los
oprimidos los marbetes de los opresores, como problema, propiciando así su
expulsión del “interior” de los oprimidos.
En última instancia, el empeño de los humanistas no
puede ser el de la lucha: de sus marbetes con los marbetes de los opresores,
teniendo como intermediarios a los oprimidos, como si éstos fuesen el escenario
de esta lucha, como si fuesen alojadores de los marbetes de unos .y otros. El
empeño de los humanistas, por el contrario, debe centrarse en que los oprimidos
tomen conciencia de que por el hecho mismo de estar siendo alojadores de los
opresores, como seres duales, no están pudiendo ser.
Dicha práctica implica, por lo tanto, el que el
acercamiento a las masas populares se haga, no para llevar un mensaje
“salvador”, en forma de contenido que ha de ser depositado, sino para conocer,
dialogando con ellas, no sólo la objetividad en que se encuentran, sino la
conciencia que de esta objetividad estén teniendo, vale decir, los varios
niveles de percepción que tengan de sí mismos y del mundo en el que y con el
que están.
Es por esto por lo que no podemos, a menos que sea ingenuamente,
esperar resultados positivos de un programa, sea éste educativo en un sentido
más técnico o de acción política, que no respete la visión particular del mundo
que tenga o esté teniendo el pueblo. Sin ésta el programa se constituye en una
especie de invasión cultural, realizada quizá con la mejor de las intenciones,
pero invasión cultural al fin.[10]
Será a partir de la situación presente, existencial y
concreta, reflejando el conjunto de aspiraciones del pueblo, que podremos
organizar el contenido programático de la educación y acrecentar la acción
revolucionaria.
En verdad, lo que debemos hacer es plantear al pueblo,
a través de ciertas contradicciones básicas, su situación existencial,
concreta, presente, como problema que, a su vez, lo desafía, y haciéndolo le
exige una respuesta, no a un nivel intelectual, sino al nivel de la acción.[11]
Nunca disertar solamente sobre ella ni jamás donar
contenidos que poco o nada tengan que ver con sus anhelos, sus dudas, sus
esperanzas, sus temores. Contenidos que, a veces, aumentan estos temores.
Temores que pertenecen a la conciencia oprimida.
Nuestro papel no es hablar al pueblo sobre nuestra
visión del mundo, o intentar imponerla a él, sino dialogar con el sobre su
visión y la nuestra. Tenemos que estar convencidos de que su visión del mundo,
manifestada en las diversas formas de su acción, refleja su situación en el
mundo en el que se constituye. La acción educativa y la acción política no
pueden prescindir del conocimiento crítico de esta situación, so pena de que se
transformen en “bancarias” o en una prédica en el desierto.
Por esto mismo, muchas veces, educadores y políticos
hablan sin ser entendidos. Su lenguaje no sintoniza con la situación concreta
de los hombres a quienes hablan. Y su habla es un discurso más, alienado y
alienante.
El lenguaje del educador o del político (y cada vez
nos convencemos más de que este último ha de tornarse también educador en el
sentido más amplio de la palabra), tanto cuanto el lenguaje del pueblo, no
existen sin un pensar, y ambos, pensamiento y lenguaje, sin una estructura a la
cual se encuentren referidos. De este modo, a fin de que haya comunicación
eficiente entre ellos, es preciso que el educador y el político sean capaces de
conocer las condiciones estructurales en que el pensamiento y el lenguaje del
pueblo se constituyen dialécticamente.
De ahí, también, que el contenido programático para la
acción, que surge de ambos, no puede ser de exclusiva elección de aquéllos,
sino de ellos y del pueblo.
En la realidad de la que dependemos, en la conciencia que
de ella tengamos educadores y pueblo, buscaremos el contenido programático de
la educación.
El momento de esta búsqueda es lo que instaura el
diálogo de la educación como práctica de la libertad. Es el momento en que se
realiza la investigación de lo que llamamos el universo temático[12]
del pueblo o el conjunto de sus temas generadores.
Dicha investigación implica necesariamente una
metodología que no puede contradecir la dialogicidad de la educación liberadora.
De ahí que ésta sea igualmente dialógica. De ahí que, concienciadora también,
proporcione, al mismo tiempo, la aprehensión de los “temas generadores” y la
toma de conciencia de los individuos en torno a ellos mismos.
Esta es la razón por la cual (en forma coherente con
la finalidad liberadora de la educación dialógica) no se trata de tener en los
hombres el objeto de la investigación, cuyo sujeto seria el investigador. Lo
que se pretende investigar, realmente, no son los hombres, como si fuesen piezas
anatómicas, sino su pensamiento-lenguaje referido a la realidad, los niveles de
percepción sobre esta realidad, y su visión del mundo, mundo en el cual se
encuentran envueltos sus temas generadores.
Antes de preguntarnos lo que es un tema generador, cuya
respuesta nos aclarará lo que es el “universo mínimo temático”, nos parece
indispensable desarrollar algunas reflexiones.
En verdad, el concepto de “tema generador” no es una
creación arbitraria o una hipótesis de trabajo que deba ser comprobada. Si el “tema
generador” fuera una hipótesis, que debiera ser comprobada, la investigación,
en primer lugar, no sería en torno de él sino de su existencia.
En este caso, antes de buscar aprehenderlo en su
riqueza, en su significado, en su pluralidad, en su devenir, en su constitución
histórica, tendríamos que comprobar inicialmente su objetividad. Y sólo así
podríamos intentar su captación.
Aun cuando esta posición —de duda crítica— sea legítima,
nos parece que la comprobación del “tema generador”, como una concreción, es
algo a lo que llegamos a través no sólo de la propia experiencia existencial
sino también de una reflexión critica sobre las relaciones hombres-mundo y
hombres-hombres, implícitas en las primeras.
Detengámonos en este punto, y aunque pueda parecer un
lugar común, nunca será demasiado el referirnos nuevamente a los hombres como
los únicos seres, entre los inconclusos, capaces de tener, no sólo su propia
actividad, sino a sí mismos como objeto de su conciencia, factor que los
distingue del animal, incapaz de separarse de sus actividades.
En esta distinción, aparentemente superficial, vamos a
encontrar las líneas que demarcan el campo del uno y del otro, desde el punto
de vista de las actividades de ambos en el espacio en que se encuentran.
Al no poder separarse de su actividad, sobre la cual
no puede ejercer un acto reflexivo, el animal no consigue impregnar la
transformación que realiza en el mundo de un significado que vaya más allá de
si mismo.
En la medida en que su actividad es una adherencia de él,
los resultados de la transformación operada a través de ella no lo sobrepasan.
No se separan de él, en tanto cuanto su actividad. De ahí que ella carezca de
finalidades que sean propuestas por él. Por un lado, el animal no se separa de
su actividad que a él se encuentra adherida; y por otro, el punto de decisión
de ésta se halla fuera de él: en la especie a que pertenece. Por el hecho de
que su actividad sea él y él sea su actividad y dado que no puede separarse de
ella en cuanto su punto de decisión se encuentra en su especie y no en él, el
animal se constituye fundamentalmente como un “ser cerrado en sí mismo”.
Al no tener este punto de decisión en sí; al no poder
objetivarse, ni objetivar su actividad; al carecer de finalidades que
proponerse y proponer; al vivir “inmerso” en el “mundo” al que no consigue dar
sentido; al no tener un mañana ni un hoy, por vivir en un presente aplastante,
el animal es ahistórico. Su vida ahistórica se da, no en el mundo, entendido en
un sentido riguroso, dado que el mundo no se constituye en un “no-yo” para él
que sea capaz de constituirlo como “yo”.
El mundo humano, que es histórico, se hace, para el
“ser cerrado en sí mismo” mero soporte. Su contorno no le es problemático, sino
estimulante. Su vida no es un correr riesgos, en tanto que no sabe que los
corre. Estos, dado que no son desafíos percibidos reflexivamente sino meramente
“notados” por las señales que los apuntan, no exigen respuestas que impliquen
acciones de decisión. Por esto mismo, el animal no puede comprometerse. Su
condición de ahistórico no le permite asumir la vida. Y, dado que no la asume,
no puede construirla. Si no la construye, tampoco puede transformar su
contorno. No puede, tampoco, saberse destruido en vida, puesto que no consigue
prolongar el soporte donde ella se da: en un mundo significativo y simbólico,
el mundo comprensivo de la cultura y de la historia. Esta es la razón por la
cual el animal no animaliza su contorno para animalizarse, ni tampoco se
desanimaliza. En el bosque, como en el zoológico, continúa como un “ser cerrado
en sí mismo”, tan animal aquí como allá.
Los hombres, por el contrario, al tener conciencia de
su actividad y del mundo en que se encuentran, al actuar en función de
finalidades que proponen y se proponen, al tener el punto de decisión de su
búsqueda en sí y en sus relaciones con el mundo y con los otros, al impregnar
el mundo de su presencia creadora a través de la transformación que en él realizan,
en la medida en que de él pueden separarse y separándose pueden quedar con él,
los hombres, contrariamente del animal, no solamente viven sino que existen y
su existencia es histórica.
Si la vida del animal se da en un soporte atemporal,
plano, igual, la existencia de los hombres se da en un mundo que ellos recrean
y transforman incesantemente. Si en la vida del animal, el aquí no es más que
un “habitas” con el que entra en contacto, en la existencia de los hombres el
aquí no es solamente un espacio físico, sino también un espacio histórico.
Rigurosamente, para el animal no hay un aquí, un
ahora, un allí, un mañana, un ayer, dado que, careciendo de conciencia de sí,
su vivir es una determinación total. Al animal no le es posible sobrepasar los
límites impuestos por el aquí, por el ahora, por el allí.
Los hombres, por el contrario, dado que son conciencia
de sí y así conciencia del mundo, porque son un cuerpo consciente viven una
relación dialéctica entre los condicionamientos y su libertad.
Al separarse del mundo que objetivan, al separar su
actividad de sí mismos, al tener el punto de decisión de su actividad en sí y
en sus relaciones con el mundo y con los otros, los hombres sobrepasan las
“situaciones límites” que no deben ser tomadas como si fueran barreras
insuperables, más allá de las cuales nada existiera.[13]
En el momento mismo en que los hombres las aprehendan como
frenos, en que ellas se configuren como obstáculos para su liberación, se
transforman en “percibidos destacados” en su “visión de fondo. Se revelan así
como lo que realmente son: dimensiones concretas e históricas de una realidad
determinada. Dimensiones desafiantes de los hombres que inciden sobre ellas a
través de las acciones que Vieira Pinto llama “actos límites”, aquellos que se
dirigen a la superación y negación de lo otorgado, en lugar de implicar su
aceptación dócil y pasiva.
Ésta es la razón por la cual no son las “situaciones
limites”, en si mismas, generadoras de un clima de desesperanza, sirio la
percepción que los hombres tengan de ellas en un momento histórico determinado,
como un freno para ellos, como algo que ellos no pueden superar. En el momento
en que se instaura la percepción crítica en la acción misma, se desarrolla un
clima de esperanza y confianza que conduce a los hombres a empeñarse en la
superación de las “situaciones límites”.
Dicha superación, que no existe fuera de las
relaciones hombres-mundo, solamente puede verificarse a través de la acción de
los hombres sobre la realidad concreta en que se dan las “situaciones límites”.
Superadas estas, con la transformación de la realidad,
surgirán situaciones nuevas que provoquen otros “actos limites” de los hombres.
De este modo, lo propio de los hombres es estar, como
conciencia de sí y del mundo, en relación de enfrentamiento con su realidad, en
la cual históricamente se dan las “situaciones límites”. Y este enfrentamiento
con la realidad para la superación de los obstáculos sólo puede ser hecho
históricamente, como históricamente se objetivan las “situaciones límites”.
En el “mundo” del animal, que no es rigurosamente mundo
sino soporte en el que está, no existen las “situaciones límites” dado el
carácter ahistórico del segundo que se extiende al primero.
No siendo el animal un “ser para sí”, le falta el
poder de ejercer “actos límites” que implican una postura de decisión frente al
mundo, del cual el ser se “separa” y, objetivándolo, lo transforma con su
acción. Preso orgánicamente en su soporte, el animal no se distingue de él.
De este modo, en lugar de “situaciones límites” que
son históricas, es el soporte mismo, macizamente, que lo limita. Lo propio del
animal es, por lo tanto, no estar en relación con su soporte —si lo estuviese,
el soporte sería mundo— pera adaptado a él. De ahí que, como un “ser cerrado en
sí mismo”, al “producir un nido, una colmena, un hueco donde vivir, no está creando
realmente productos que sean el resultado de 'actos limites', respuestas
transformadoras: su actividad productora está sometida a la satisfacción de una
necesidad física puramente estimulante y no desafiante. De ahí, que sus
productos, sin duda alguna, pertenezcan directamente a sus cuerpos físicos, en
tanto que el hombre es libre frente a su producto”.[14]
Solamente en la medida en que los productos que
resultan de la actividad del ser “no pertenezcan a sus cuerpos físicos”, aunque
reciban su sello, darán origen a la dimensión significativa del contexto que
así se hace mundo.
De ahí en adelante, este ser, que en esta forma actúa
y que, necesariamente, es un ser consciente de sí, un “ser para sí”, no podría
ser, si no estuviese siendo en el mundo con el cual está, como tampoco
existiría este mundo si este ser no existiese.
La diferencia entre los dos, entre el animal, de cuya
actividad, por no constituir “actos limites”, no resulta una producción más
allá de sí, y los hombres que, a través de su acción sobre el mundo, crean el
dominio de la cultura y de la historia, radica en que sólo éstos son seres de
la praxis. Solamente éstos son praxis. Praxis que, siendo reflexión y acción
verdaderamente transformadoras de la realidad, es fuente de conocimiento y
creación. En efecto, en cuanto la actividad animal, realizada sin praxis, no
implica una creación, la transformación ejercida por los hombres si la implica.
Y es como seres transformadores y creadores que los
hombres, en sus relaciones permanentes con la realidad, producen, no solamente
los bienes materiales, las cosas sensibles, los objetos, sino también las instituciones
sociales, sus ideas, sus concepciones.[15]
A través de su permanente quehacer transformador de la
realidad objetiva, los hombres simultáneamente crean la historia y se hacen
seres histórico-sociales.
Porque al contrario del animal, los hombres pueden
tridimensionalizar el tiempo (pasado-presente-futuro) que, con todo, no son
departamentos estancos. Su historia, en función de sus mismas creaciones, va
desarrollándose en constante devenir, en el cual se concretan sus unidades
epocales. Estas, como el ayer, el hoy y el mañana, no son secciones cerradas e
intercomunicables en el tiempo, que quedan petrificadas y en las cuales los hombres
se encuentran enclaustrados. Si así fuere, desaparecería una condición
fundamental de la historia, su continuidad. Las unidades epocales, por el
contrario, están relacionadas las unas con las otras,[16]
en la dinámica de la continuidad histórica.
Una unidad epocal se caracteriza por el conjunto de
ideas, concepciones, esperanzas, dudas, valores, desafíos, en interacción
dialéctica con sus contrarios, en búsqueda de la plenitud. La representación
concreta de muchas de estas ideas, de estos valores, de estas concepciones y
esperanzas, así como los obstáculos al ser más de los hombres, constituyen los
temas de la época.
Estos no solamente implican los otros que son sus
contrarios, a veces antagónicos, sino que indican también tareas que deben ser
realizadas y cumplidas. De este modo, no hay manera de captar los temas
históricos aislados, sueltos, desconectados, cosificados, detenidos, sino en
relación dialéctica con los otros, sus opuestos.
Así como no existe otro lugar para encontrarlos que no
sean las relaciones hombres-mundo. El conjunto de los temas en interacción
constituye el “universo temático” de la época.
Frente a este “universo de temas” que dialécticamente
se contradicen, los hombres toman sus posiciones, también contradictorias,
realizando tareas unos en favor del mantenimiento de las estructuras, otros en
favor del cambio.
En la medida en que se profundiza el antagonismo entre
los temas que son la expresión de la realidad, existe una tendencia hacia la
mitificación de la temática y de la realidad misma que, de un modo general,
instaura un clima de “irracionalidad” y de sectarismo.
Dicho clima amenaza agotar los temas de su significado
más profundo al quitarles la connotación dinámica que los caracteriza.
En el momento en que en una sociedad, en una época
tal, la propia irracionalidad mitificadora pasa a constituir uno de los temas
fundamentales, tendrá como su opuesto contendor la visión critica y la dinámica
de la realidad que, empeñándose en favor de su descubrimiento, desenmascara su
mitificación y busca la plena realización de la tarea humana: la transformación
constante de la realidad para la liberación de los hombres.
Los temas[17]
se encuentran, en última instancia, por un lado envueltos y, por otro,
envolviendo las “situaciones límites”, en cuanto las tareas que ellos implican
al cumplirse constituyen los “actos límites” a los cuales nos hemos referido.
En cuanto los temas no son percibidos como tales,
envueltos y envolviendo las “situaciones limites”, las tareas referidas a
ellos, que son las respuestas de los hombres a través de su acción histórica,
no se dan en términos auténticos o críticos.
En este caso, los temas se encuentran encubiertos por
las “situaciones límites” que se presentan a los hombres como si fuesen
determinantes históricas, aplastantes, frente a las cuales no les cabe otra
alternativa, sino el adaptarse a ellas. De este modo, los hombres no llegan a
trascender las “situaciones límites” ni a descubrir y divisar más allá de ellas
y, en relación contradictoria con ellas, el inédito viable.
En síntesis, las “situaciones límites” implican la
existencia de aquellos a quienes directa o indirectamente sirven y de aquellos
a quienes niegan y frenan.
En el momento en que éstos las perciben ya no más como
una “frontera entre el ser y la nada, sino como una frontera entre el ser y el
más ser”, se hacen cada vez más críticos en su acción ligada a aquella
percepción. Percepción en que se encuentra implícito el inédito viable
como algo definido a cuya concreción se dirigirá su acción
La tendencia, entonces, de los primeros, es vislumbrar
el inédito viable, todavía como inédito viable, una
“situación limite” amenazadora que, por esto mismo, necesita no concretarse. De
ahí que actúen en el sentido de mantener la “situación límite” que les es
favorable.[18]
De este modo, se impone a la acción liberadora, que es
histórica, sobre un contexto también histórico, la exigencia de que esté en
relación de correspondencia, no sólo con los temas generadores, sino con la
percepción que de ellos estén teniendo los hombres. Esta exigencia
necesariamente implica una segunda: la investigación de la temática
significativa.
Los temas generadores pueden ser localizados en
círculos concéntricos que parten de lo más general a lo más particular.
Temas de carácter universal, contenidos en la unidad
epocal más amplia que abarca toda una gama de unidades y subunidades,
continentales, regionales, nacionales, etc., diversificados entre sí”. Como
tema fundamental de esta unidad más amplia, que podremos llamar nuestra época,
se encuentra, a nuestro parecer, el de la liberación que indica a su contrario,
el tema de la dominación, como objetivo que debe ser alcanzado. Es este tema
angustiante el que va dando a nuestra época el carácter antropológico a que
hicimos referencia anteriormente.
A fin de alcanzar la meta de la liberación, la que no
se consigue sin la desaparición de la opresión deshumanizante, es
imprescindible la superación de las “situaciones límites” en que los hombres se
encuentran cosificados. En círculos menos amplios nos encontramos con temas y
“situaciones límites” características de sociedades de un mismo continente o de
continente distinto que tienen en esos temas y en esas situaciones límites
similitudes históricas.
La “situación límite” del subdesarrollo al cual está
ligado el problema de la dependencia, como tantos otros, es una connotación
característica del “Tercer Mundo” y tiene, como tarea, la superación de la
“situación límite”, que es una totalidad, mediante la creación de otra
totalidad: la del desarrollo.
Si miramos ahora una sociedad determinada en su unidad
epocal, percibiremos que, además de una temática universal, continental o de un
mundo específico de semejanza históricas, ella vive sus propios temas, sus
“situaciones límites”.
En un circulo más restringido, observaremos
diversificaciones temáticas dentro de una misma sociedad, en las áreas y subáreas
en que se divide y todas, sin embargo, en relación con el todo en que
participan. Son áreas y subáreas que constituyen subunidades epocales. En una
misma unidad nacional, encontramos la contradicción de la “contemporaneidad de
lo no coetáneo”.
En las subunidades referidas, los temas de carácter
nacional pueden ser o no ser captados en su verdadero significado, o
simplemente pueden ser sentidos. A veces, ni siquiera son sentidos.
Lo imposible, sin embargo, es la inexistencia de temas
en estas subunidades epocales. El hecho de que los individuos de un área no
capten un “tema generador” sólo aparentemente oculto o el hecho de captarlo en
forma distorsionada puede significar ya la existencia de una “situación límite”
de opresión, en que los hombres se encuentran más inmersos que emersos.
De un modo general, la conciencia dominada, no sólo
popular, que no captó todavía la “situación límite” en su globalidad, queda en
la aprehensión de sus manifestaciones periféricas a las cuales presta la fuerza
inhibidora que cabe, sin embargo, a la “situación límite”.[19]
Este es un hecho de importancia indiscutible para el
investigador de la temática o del “tema generador”.
La cuestión fundamental en este caso radica en que,
faltando a los hombres una comprensión crítica de la totalidad en que están,
captándola en pedazos en los cuales no reconocen la interacción constitutiva de
la misma totalidad, no pueden conocerla, y no pueden porque para hacerlo
requerirían partir del punto inverso. Esto es, les sería indispensable tener
antes la visión totalizada del contexto para que, en seguida, separaran y
aislaran los elementos o las parcialidades del contexto, a través de cuya
escisión volverían con más claridad a la totalidad analizada.
Éste es un esfuerzo que cabe realizar en la
metodología de la investigación que proponemos, como en la educación
problematizadora que defendemos. El esfuerzo de presentar a los individuos
dimensiones significativas de su realidad, cuyo análisis crítico les posibilite
reconocer la interacción de sus partes.
De esta manera, las dimensiones significativas que, a
su vez, están constituidas de partes en interacción, al ser analizadas, deben
ser percibidas por los individuos como dimensiones de la totalidad. De este
modo, el análisis crítico de una dimensión significativo-existencial posibilita
a los individuos una nueva postura, también crítica, frente a las “situaciones
límites”. La captación y la comprensión de la realidad se rehacen, ganando un
nivel que hasta entonces no tenían. Los hombres tienden a percibir que su
comprensión y que la “razón” de la realidad no están fuera de ella, como, a su
vez, no se encuentra dicotomizada de ellos, como si fuese un mundo aparte,
misterioso y extraño, que los aplastase.
En este sentido, la investigación del “tema
generador”, que se encuentra contenido en el “universo temático” mínimo (los
temas generadores en interacción), se realiza por medio de una metodología
concienciadora. Más allá de posibilitarnos su aprehensión, inserta o comienza a
insertar a los hombres en una forma critica de pensar su mundo
Empero, en la medida en que en la captación del todo
que se ofrece a la comprensión de los hombres, éste se les presenta como algo
espeso que los envuelve y que no llegan a vislumbrar, se hace indispensable que
su búsqueda se realice a través de la abstracción. No significa esto la
reducción de lo concreto a lo abstracto, lo que equivaldría a negar su dialecticidad,
sino tenerlos como opuestos que se dialectizan en el acto de pensar.
En el análisis de una situación existencial concreta,
“codificada”,[20]
se verifica exactamente este movimiento del pensar.
La descodificación de la situación existencial provoca
esta postura normal, que implica un partir abstractamente hasta llegar a lo
concreto, que implica una ida de las partes al todo y una vuelta de éste a las
partes, que implica un reconocimiento del sujeto en el objeto (la situación
existencial concreta) y del objeto como la situación en que está el sujeto.[21]
Este movimiento de ida y vuelta, de lo abstracto a lo
concreto, que se da en el análisis de una situación codificada, si se hace bien
la descodificación, conduce a la superación de la abstracción con la percepción
crítica de lo concreto, ahora ya no más realidad espesa y poco vislumbrada.
Realmente, frente a una situación existencial
codificada (situación diseñada o fotografiada que remite, por abstracción, a lo
concreto de la realidad existencial), la tendencia de los individuos es
realizar una especie de “escisión” en la situación que se les presenta. Esta
“escisión” en la práctica de la descodificación corresponde a la etapa que
llamamos de “descripción de la situación”. La escisión de la situación figurada
posibilita el descubrir la interacción entre las partes del todo escindido.
Este todo, que es la situación figurada (codificada) y
que antes había sido aprehendida difusamente, pasa a ganar significado en la
medida en que sufre la “escisión” y en que el pensar vuelve hacia él, a partir
de las dimensiones resultantes de la escisión. Sin embargo, como la
codificación es la representación de una situación existencial, la tendencia de
los individuos es dar el paso de la representación de la situación
(codificación) a la misma situación concreta en la que y con la que se
encuentran.
Teóricamente, es lícito esperar que los individuos
pasen a comportarse de la misma forma frente a su realidad objetiva, de lo que
resulta que ella deja de ser un callejón sin salida para ser lo que en verdad
es: un desafío frente al cual los hombres tienen que responder.
En todas las etapas de la descodificación estarán los
hombres exteriorizando su visión del mundo, su forma de pensarlo, su percepción
fatalista de la “situación limite” o la percepción estática o dinámica de la
realidad y, en la expresión de esta forma fatalista de pensar el mundo, de
pensarlo dinámica o estáticamente, en la manera como realizan su enfrentamiento
con el mundo, se encuentran envueltos sus “temas generadores”.
Aun cuando un grupo de individuos no llegue a expresar
concretamente una temática generadora, o lo que puede parecer inexistencia de
temas, sugiere, por el contrario, la existencia de un tema dramático: el tema
del silencio. Sugiere una estructura constitutiva del mutismo ante la fuerza
aplastante de las “situaciones límites” frente a las cuales lo obvio es la
adaptación.
Es importante subrayar de nuevo que el “tema
generador” no se encuentra en los hombres aislados de la realidad ni tampoco en
la realidad separada de los hombres y, mucho menos, en una “tierra de nadie”.
Sólo puede estar comprendido en las relaciones hombres-mundo.
Investigar el “tema generador” es investigar,
repitamos, el pensamiento de los hombres referidos a la realidad, es investigar
su actuar sobre la realidad, que es su praxis.
La metodología que defendemos exige, por esto mismo,
que en el flujo de la investigación se hagan ambos sujetos de la misma, tanto
los investigadores como los hombres del pueblo que, aparentemente, serían su
objeto.
Cuanto más asuman los hombres una postura activa en la
investigación temática, tanto más profundizan su toma de conciencia en torno de
la realidad y, explicitada su temática significativa, se la apropian.
Podrá decirse que este tener en los hombres los
sujetos de la búsqueda de su temática significativa sacrifica la objetividad de
la investigación. Que los hallazgos ya no serán “puros” porque habrán sufrido
una interferencia intrusa. En el caso, en última instancia, de aquellos que son
o deben ser los mayores interesados en su propia educación.
Esto revela una conciencia ingenua de la investigación
temática, para la cual los temas existirían en su pureza objetiva y original
fuera de los hombres, como si fuesen cosas.
Los temas, en verdad, existen en los hombres, en sus
relaciones con el mundo, referidos a hechos concretos. Un mismo hecho objetivo
puede provocar, en una subunidad epocal, un conjunto de “temas generadores”, y
en otra no provocar los mismos necesariamente. Existe, pues, una relación entre
el hecho objetivo, como un dato, la percepción que de él tengan los hombres y
los “temas generadores”.
Es a través de los hombres que se expresa la temática
significativa, y al expresarse en determinado momento puede ya no ser, exactamente,
lo que era antes, desde el momento en que haya cambiado su percepción de los
datos objetivos a los cuales se hayan referido los temas.
Desde el punto de vista del investigador, importa, en
el análisis que haga en el proceso de la investigación, detectar el punto de
partida de los hombres en su modo de visualizar la objetividad, verificando si
durante el proceso se observa o no alguna transformación en su modo de percibir
la realidad.
La realidad objetiva continúa siendo la misma. Si la
percepción de ella varió en el flujo de la investigación, esto no significa
perjudicar en nada su validez. La temática significativa aparece, de cualquier
modo, con su conjunto de dudas, de anhelos, de esperanzas.
Es preciso que nos convenzamos de que las aspiraciones,
los motivos, las finalidades que se encuentran implícitos en la temática
significativa, son aspiraciones, finalidades y motivos humanos. Por esto, no
están ahí, en un cierto espacio, como cosas petrificadas, sino que están
siendo. Son tan históricos como los hombres. Insistimos, no pueden ser
captados fuera de ellos.
Captarlos y entenderlos es entender a los hombres que
los encarnan y la realidad referida a ellos. Pero, precisamente porque no es
posible entenderlos fuera de los hombres, es necesario que éstos también los
entiendan. La investigación temática se hace, así, un esfuerzo común de toma de
conciencia de la realidad y de autoconciencia, que la inscribe como punto de
partida del proceso educativo o de la acción cultural de carácter liberador.
Es por esto por lo que, para nosotros, el riesgo de la
investigación no radica en que los supuestos investigados se descubran
investigadores y, de este modo, “corrompan” los resultados del análisis. El
riesgo radica exactamente en lo contrario. En dislocar el centro de la
investigación, desde la temática significativa, que es el objeto de análisis, a
los hombres considerados objetos de la investigación. Esta investigación en
base a la cual se pretende elaborar el programa educativo, en cuya práctica educador-educando
y educandos-educadores conjugan su acción cognoscente sobre el mismo objeto
cognoscible, tiene que basarse, igualmente, en la reciprocidad de la acción. En
este caso, de la misma acción de investigar.
La investigación temática, que se da en el dominio de
lo humano y no en el de las cosas, no puede reducirse a un acto mecánico.
Siendo un proceso de búsqueda de conocimiento, y por lo tanto de creación,
exige de sus sujetos que vayan descubriendo, en el encadenamiento de los temas
significativos, la interpenetración de los problemas.
Es por esto por lo que la investigación se hará tanto
más pedagógica cuanto más crítica y tanto más crítica en cuanto, dejando de
perderse en los esquemas estrechos de las visiones parciales de la realidad, de
las visiones “focalistas” de la realidad, se fije en la comprensión de la totalidad.
Es así como, en el proceso de búsqueda de la temática
significativa, ya debe estar presente la preocupación por la problematización
de los propios temas. Por sus vinculaciones con otros. Por su envoltura
histórico-cultural.
Tal como no es posible —factor que destacamos al
iniciar este capitulo— elaborar un programa para ser donado al pueblo, tampoco
lo es elaborar la ruta de investigación del universo temático en base a puntos
preestablecidos por los investigadores que se juzgan a si mismos los sujetos
exclusivos de la investigación.
Tanto como la educación, la investigación que a ella
sirve tiene que ser una operación simpática, en el sentido etimológico de la
palabra. Esto es, tiene que constituirse en la comunicación, en el sentir común
de una realidad que no puede ser vista, mecanicistamente, separada,
simplistamente bien “comportada”, sino en la complejidad de su permanente
devenir.
Investigadores profesionales y pueblo, en esta
operación simpática que es la investigación del tema generador, son ambos
sujetos de este proceso.
El investigador de la temática significativa que, en
nombre de la objetividad científica, transforma lo orgánico en inorgánico, lo
que está siendo en lo que es, lo vivo en muerto, teme al cambio. Teme a la
transformación. Ve en ésta, a la que no niega pero sí rechaza, no un anuncio de
vida, sino un anuncio de muerte, de deterioro. Quiere conocer el cambio, no
para estimularlo o profundizarlo, sino para frenarlo.
Sin embargo, al temer al cambio, al intentar
aprisionar la vida, al reducirla a esquemas rígidos, al hacer del pueblo objeto
de su acción investigadora, al ver en el cambio el anuncio de la muerte, mata
la vida y no puede esconder su marca necrófila.
La investigación de la temática, repetimos, envuelve
la investigación del propio pensar del pueblo. Pensar que no se da fuera de los
hombres, ni en un hombre solo, ni en el vacío, sino en los hombres y entre los
hombres, referidos a la realidad.
No puedo investigar el pensar de otro referido al
mundo si no pienso. Pero no pienso auténticamente si los otros tampoco piensan.
Simplemente, no puedo pensar por los otros ni para los otros, ni sin los otros.
La investigación del pensar del pueblo no puede ser hecha sin el pueblo, sino
con él, como sujeto de su pensamiento. Y si su pensamiento es mágico o ingenuo,
será pensando su pensar en la acción que él mismo se superará. Y la superación
no se logra en el acto de consumir ideas, sino de producirlas y transformarlas
en la acción y en la comunicación.
Siendo los hombres seres en “situación, se encuentran
enraizados en condiciones temporales y espaciales que los marcan y que, a su
vez, ellos marcan. Su tendencia es reflexionar sobre su propia situacionalidad,
en la medida en que, desafiados por ella, actúan sobre ella. Esta reflexión
implica, por esto mismo, algo más que estar en situacionalidad, que es su
posición fundamental. Los hombres son porque están en situación.
Y serán tanto más cuanto no sólo piensen críticamente
su estar, sino que críticamente actúen sobre él.
Esta reflexión sobre la situacionalidad equivale a
pensar la propia condición de existir. Un pensar critico, a través del cual los
hombres se descubren en “situación”. Sólo en la medida en que ésta deja de
parecerles una realidad espesa que los envuelve, algo más o menos nublado en el
que y bajo el cual se hallan, un callejón sin salida que los angustia, y lo captan
como la situación objetivo-problemática en que se encuentran, significa que
existe el compromiso. De la inmersión en que se hallaban emergen capacitándose
para insertarse en la realidad que se va descubriendo.
De este modo, la inserción es un estado mayor
que la emersión y resulta de la concienciación de la situación. Es la
propia conciencia histórica.
De ahí que sea la concienciación la profundización de
la toma de conciencia, característica de toda emersión.
Es en este sentido que toda investigación temática de
carácter concienciador se hará pedagógica y toda educación auténtica se
transforma en investigación del pensar.
Cuanto más investigo el pensar del pueblo con el,
tanto más nos educamos juntos. Cuanto más nos educamos, tanto más continuamos
investigando.
Educación e investigación temática, en la concepción
problematizadora de la educación, se tornan momentos de un mismo proceso.
Mientras en la práctica “bancaria” de la educación,
antidialógica por esencia y, por ende, no comunicativa, el educador deposita en
el educando el contenido programático de la educación, que él mismo elabora o
elaboran para él, en la práctica problematizadora, dialógica por excelencia,
este contenido, que jamás es “depositado”, se organiza y se constituye en la
visión del mundo de los educandos, en la que se encuentran sus “temas
generadores”. Por esta razón, el contenido ha de estar siempre renovándose y
ampliándose.
La tarea del educador dialógico es, trabajando en
equipo interdisciplinario este universo temático recogido en la investigación,
devolverlo no como disertación sino como problema a los hombres de quienes lo
recibió.
Si en la etapa de alfabetización, la educación
problematizadora o educación de la comunicación busca e investiga la “palabra
generadora”,[22]
en la posalfabetización busca e investiga el “tema generador”.
En una visión liberadora y no “bancaria” de la
educación, su contenido programático no implica finalidades que deben ser
impuestas al pueblo, sino, por el contrario, dado que nace de él, en diálogo
con los educadores, refleja sus anhelos y esperanzas. De ahí la exigencia de la
investigación de la temática como punto de partida del proceso educativo, como
punto de partida de su dialogicidad.
De ahí también el imperativo de que la metodología de
la investigación sea también concienciadora.
¿Qué haremos, por ejemplo, si tenemos la
responsabilidad de coordinar un plan de educación de adultos en un área campesina,
que revela, incluso, un alto porcentaje de analfabetismo? El plan incluiría la
alfabetización y la posalfabetización. Estaríamos, por lo tanto, obligados a
realizar tanto la investigación de las palabras “generadoras” como la de los
“temas generadores” en base a los cuales tendríamos el programa para ambas
etapas del desarrollo del plan.
Concentrémonos, con todo, en la investigación de los
“temas generadores” o de la temática significativa.[23]
Delimitada el área en que se va a trabajar, conocida
ésta a través de fuentes secundarias, empiezan los investigadores la primera
etapa de la investigación.
Ésta, como todo comienzo, en cualquier actividad en el
dominio de lo humano, puede presentar dificultades y riesgos. Riesgos y
dificultades normales, hasta cierto punto, aunque no siempre existentes, en la
primera aproximación a los individuos del área.
Es que, en este encuentro, los investigadores
necesitan obtener que un número significativo de personas acepte sostener una
conversación informal con ellos y en la cual les hablarán sobre los objetivos
de su presencia en el área. En la cual explicarán el porqué, el cómo y el para
qué de la investigación que pretenden realizar y que no pueden hacer si no se
establece una relación de simpatía y confianza mutuas.
En el caso de que aceptaran la reunión y en ésta
adhirieran no sólo a la investigación sino al proceso que le sigue,[24]
deben los investigadores estimular a los presentes para que, de entre ellos,
aparezcan quienes quieran participar directamente del proceso de la
investigación como sus auxiliares. De este modo, ésta se inicia con un diálogo
sin rodeos, entre todos.
Una serie de informaciones sobre la vida en el área,
necesarias para su comprensión, tendrá sus recolectores en estos voluntarios.
Sin embargo, mucho más importante que la recolección de estos datos es su
presencia activa en la investigación.
Conjuntamente con el trabajo del equipo local, los
investigadores inician sus visitas al área, siempre auténticamente, nunca
forzosamente, como observadores simpáticos. Por esto mismo, con actitudes
comprensivas frente a lo que observan.
Si bien es normal que los investigadores lleguen al
área de investigación moviéndose dentro de un marco conceptual y valorativo que
estará presente en su percepción del observado, esto no debe significar, sin
embargo, que deban transformar la investigación temática en un medio para
imponer este marco.
La única dimensión que se supone deban tener los
investigadores en este marco en el cual se mueven y el cual se espera que se
haga común con aquel de los hombres cuya temática se busca investigar, es la de
la percepción critica de su realidad, que implica un método correcto de
aproximación de lo concreto para descubrirlo. Y esto no se impone.
Es en este sentido que, desde sus comienzos, la
investigación temática se va conformando como un quehacer educativo. Como
acción cultural.
En sus visitas, los investigadores van fijando su
“mirada” critica en el área en estudio, como si ella fuese para ellos una
especie de “codificación” al vivo, enorme y sui generis que los
desafía. Por esto mismo, visualizando el área como una totalidad, intentarán,
visita tras visita, realizar la “escisión” de ésta, en el análisis de las
dimensiones parciales que los van impresionando.
En este esfuerzo de “escisión”, con el que más
adelante volverán a adentrarse en la totalidad, van ampliando su comprensión de
ella, en la interacción de sus partes.
En la etapa de esta descodificación, igualmente sui
generis, los investigadores ora inciden su visión crítica, observadora,
directamente sobre ciertos momentos de la existencia del área, ora lo hacen a
través de diálogos informales con sus habitantes.
En la medida en que realizan la descodificación de
esta codificación viva, sea por la observación de los hechos, sea a través de
la conversación informal con los habitantes del área, irán registrando incluso
aquellas cosas que, aparentemente, son poco importantes. El modo de conversar
de los hombres; su forma de ser. Su comportamiento en el culto religioso, en el
trabajo. Irán registrando las expresiones del pueblo, su lenguaje, sus
palabras, su sintaxis, que no es lo mismo que su pronunciación defectuosa, sino
la forma de construir su pensamiento.[25]
Esta descodificación de lo vivo implica,
necesariamente, el que los investigadores, a su vez, sorprendan el área en
momentos distintos. Es necesario que lo visiten en horas de trabajo en el
campo; que asistan a reuniones de alguna asociación popular, observando el
comportamiento de sus participantes, el lenguaje usado, las relaciones entre
directorio y socios; el papel que desempeñan las mujeres, los jóvenes. Es
indispensable que la visiten en horas de descanso, que presencien a sus habitantes
en actividades deportivas; que conversen con las personas en sus casas,
registrando manifestaciones en torno a las relaciones marido-mujer,
padres-hijos; en fin, que ninguna actividad, en esta etapa, se pierda en esta
primera comprensión del área.
A propósito de cada una de estas visitas de observación
comprensiva, los investigadores deben redactar un pequeño informe, cuyo
contenido sea discutido por el equipo reunido en seminario, y en el cual se
vayan evaluando los hallazgos, tanto de los investigadores profesionales como
de los auxiliares de la investigación y representantes del pueblo, en estas
primeras observaciones que ellos realizaron. De ahí que este seminario de
evaluación deba realizarse en el área de trabajo, para que puedan éstos participar
de él.
Se observa que los puntos fijados por los diversos
investigadores, que sólo son conocidos por todos en las reuniones de seminario
evaluativo, coinciden, de modo general, con excepción de uno que otro aspecto
que impresionó más singularmente a uno u otro investigador.
Dichas reuniones de evaluación constituyen un segundo
momento de la “descodificación” al vivo que los investigadores realizan de la
realidad que se les presenta como aquella codificación sui generis.
En efecto, en la medida en que, uno a uno, van todos
exponiendo cómo percibieron este o aquel momento que más les impresionó en el
ensayo descodificador, cada exposición particular, desafiándolos a todos, como
descodificadores de la misma realidad, va representándoles la realidad recién
presentada a su conciencia, intencionada a ella. En este momento “re- admiran”
su admiración anterior en el relato de la “admiración” de los demás.
De este modo, la escisión que cada uno hace de la
realidad, en el proceso particular de su descodificación, lo remite
dialógicamente al todo “escindido” que se retotaliza y se ofrece a los
investigadores para un nuevo análisis, al que seguirá un nuevo seminario
evaluativo y crítico del que participarán, como miembros del equipo, los
representantes populares.
Cuanto más escindan el todo y lo retotalicen en la
re-admiración que hacen de su admiración, más se van aproximando a los núcleos
centrales de las contradicciones principales y secundarias en que están
envueltos los individuos del área.
Podríamos pensar que en esta primera etapa de la
investigación, al apropiarse de los núcleos centrales de aquellas
contradicciones a través de su observación, los investigadores estarían
capacitados para organizar el contenido programático de la acción educativa.
En verdad, si el contenido de esta acción refleja las
contradicciones del área, estará indiscutiblemente constituido por su temática
significativa.
No tememos, inclusive, afirmar que el margen de
probabilidad de éxito para la acción que se desarrollará a partir de estos
datos sería mucho mayor que el de una acción cuyos contenidos resultaran de
programaciones verticales.
Esta no debe ser una tentación por la cual los
investigadores se dejen seducir.
Lo básico, a partir de la percepción inicial de este
núcleo de contradicciones, entre los cuales estará incluida la principal de la
sociedad como una unidad epocal mayor, es estudiar a qué nivel de percepción de
ellas se encuentran los individuos del área.
En el fondo, estas contradicciones se encuentran
constituyendo “situaciones límites”, envolviendo temas y apuntando tareas.
Si los individuos se encuentran adheridos a
estas “situaciones límites”, imposibilitados de “separarse” de ellas, el tema a
ellas referido será necesariamente el de fatalismo y la tarea a él asociada
es la de no tener tarea alguna.
Es por esto por lo que, aunque las “situaciones límites”
sean realidades objetivas y estén provocando necesidades en los individuos, se
impone investigar con ellos la conciencia que de ellas tengan.
Una “situación limite”, como realidad concreta, puede
provocar en individuos de áreas diferentes, y hasta de subáreas de una misma
área, temas y tareas opuestas, que exigen, por lo tanto, una diversificación
programática para su descubrimiento.
De ahí que la preocupación básica de los
investigadores debe centrarse en el conocimiento de lo que Goldman[26]
llama “conciencia real” (efectiva) y “conciencia máxima posible”.
La conciencia real (o efectiva), al constituirse en los
“obstáculos y desvíos” que la realidad empírica impone a la instauración de la
“conciencia máxima posible” —“máximo de conciencia adecuada a la realidad”—,
implica la imposibilidad de la percepción, más allá de las “situaciones
limites'', de lo que denominamos como el “inédito viable”.
Es porque, para nosotros, el “inédito viable” (el cual
no puede ser aprehendido al nivel de la “conciencia real o efectivo”) se
concreta en la acción que se lleva a efecto, y cuya viabilidad no era
percibida. Existe, así, una relación entre el “inédito viable” y la conciencia
real, entre la acción que se lleva a cabo y la “conciencia máxima posible”.
La “conciencia posible” (Goldman) parece poder ser
identificada con lo que Nicolai[27]
llama “soluciones practicables no percibidas” (nuestro “inédito viable”) en
oposición a las “soluciones practicables percibidas” y a las “soluciones
efectivamente realizables” que corresponden a la “conciencia real” (o efectiva)
de Goldman.
Esta es la razón por la cual el hecho de que los investigadores,
en la primera etapa de la investigación, hayan llegado a la aprehensión más o
menos aproximada del conjunto de contradicciones, no los autoriza a pensar en
la estructuración del contenido programático de la acción educativa. Hasta
entonces, esta visión es todavía la de ellos y no la de los individuos frente a
su realidad.
La segunda fase de la investigación comienza
precisamente cuando los investigadores, con los datos que recogieron, llegan a
la aprehensión de aquel conjunto de contradicciones.
A partir de este momento, siempre en equipo, se
escogerán algunas de estas contradicciones, con las que se elaborarán las
codificaciones que servirán para la investigación temática.
En la medida en que las codificaciones (pintadas o
fotografiadas y, en ciertos casos, preferentemente fotografiadas)[28] son
el objeto que se ofrece al análisis crítico de los sujetos descodificadores y
del cual dependen, su preparación debe obedecer a ciertos principios que no son
solamente los que guían la confección de simples ayudas visuales.
Una primera condición que debe cumplirse se refiere a
que, necesariamente, deben representar situaciones conocidas por los individuos
cuya temática se busca detectar, lo que las hace reconocibles para ellos,
posibilitando, de este modo, su reconocimiento en ellas.
No sería posible, ni en el proceso de investigación,
ni en las primeras fases de lo que a ella sigue, el de la devolución de la
temática significativa como contenido programático, proponer representaciones
de realidades extrañas a los individuos.
Es que este procedimiento, aunque dialéctico, puesto
que los individuos, al analizar una realidad extraña, la comparan con la suya,
descubriendo las limitaciones de ésta, no puede proceder a otro, exigible por el
estado de inmersión de los individuos: aquel en que, analizando su propia
realidad, perciben su percepción anterior, de lo que resulta una nueva
percepción de la realidad, percibida en forma distorsionada.
Igualmente fundamental para su preparación es la
condición de que las codificaciones no tengan su núcleo temático ni demasiado
explícito, ni demasiado enigmático. En el primer caso, corren el riesgo de
transformarse en codificaciones propagandistas, frente a las cuales los
individuos no tienen otra descodificación que hacer, sino la que se encuentra
implícita en ellas, en forma dirigida. En el segundo caso, se corre el riesgo
de convertirse en juego de adivinanzas o en un “rompecabezas”.
En la medida en que representan situaciones
existenciales, las codificaciones deben ser simples en su complejidad y ofrecer
posibilidades múltiples de análisis en su descodificación, lo que evita el
dirigismo masificador de la codificación propagandista. Las codificaciones no
son marbetes, son objetos cognoscibles, desafíos sobre los que debe incidir la
reflexión crítica de los sujetos descodificadores.[29]
Al ofrecer posibilidades múltiples de análisis en el
proceso de su descodificación, las codificaciones, en la organización de sus
elementos constitutivos, deben ser una especie de “abanico temático”. De esta
forma, en la medida en que los sujetos descodificadores incidan su reflexión
critica sobre ellas, irá “abriéndose” en dirección de otros temas.
Dicha apertura, que no existirá en caso de que su
contenido temático esté demasiado explícito o demasiado enigmático, es
indispensable para la percepción de las relaciones dialécticas que existen
entre lo que representan y sus contrarios.
A fin de atender, igualmente, a esta exigencia
fundamental, es indispensable que la codificación, reflejando una situación
existencial, constituya objetivamente una totalidad. De ahí que sus elementos
deban encontrarse en interacción, en la composición de la totalidad.
En el proceso de la descodificación los individuos,
exteriorizando su temática, explicitan su “conciencia real” de la objetividad.
En la medida en que, al hacerlo, van percibiendo cómo
actuaban al vivir la situación analizada, llegan a lo que antes denominábamos
percepción de la percepción anterior.
Al tener la percepción de la percepción anterior,
perciben en forma diferente la realidad y, ampliando el horizonte de su
percibir, van sorprendiendo más fácilmente, en su “visión de fondo”, las
relaciones dialécticas entre una y otra dimensión de la realidad. Dimensiones
referidas al núcleo de la codificación sobre las que incide la operación descodificadora.
Dado que la descodificación es, en el fondo, un acto
cognoscente, realizado por los sujetos descodificadores, y como este acto recae
sobre la representación de una situación concreta, abarca igualmente el acto
anterior con el cual los mismos individuos habían aprehendido la misma realidad
que ahora se representa en la codificación.
Promoviendo la percepción de la percepción anterior y
el conocimiento del conocimiento anterior, la descodificación promueve, de este
modo, el surgimiento de una nueva percepción y el desarrollo de un nuevo
conocimiento.
La nueva percepción y el nuevo conocimiento cuya
formación ya comienza en esta etapa de la investigación, se prolongan,
sistemáticamente, en el desarrollo del plan educativo, transformando el “inédito
viable” en “acción que se realiza” con la consiguiente superación de la
“conciencia real” por la “conciencia máxima posible”.
Por todo esto se impone una exigencia más en la
preparación de las codificaciones, cual es el que representen contradicciones en
lo posible “inclusivas” de otras, como advierte José Luis Fiori.[30] Que
sean codificaciones con un máximo de “inclusividad” de otras que constituyen el
sistema de contradicciones del área en estudio. Es por esto mismo por lo que,
una vez preparada una de estas codificaciones “inclusivas” capaz de “abrirse”
en un “abanico temático” en el proceso de su descodificación, se preparan las
demás “incluidas” en ella como sus dimensiones dialectizadas. La
descodificación de las primeras tendrá una iluminación explicativamente
dialéctica en la descodificación de la segunda.
En este sentido, un chileno, Gabriel Bode,[31] que
hace más de dos años que trabaja con el método en la etapa de
posalfabetización, contribuyó con un aporte de gran importancia.
En su experiencia, observó que los campesinos
solamente se interesaban por la discusión cuando la codificación se refería,
directamente, a dimensiones concretas de sus necesidades sentidas. Cualquier
desvío en la codificación, así como cualquier intento del educador por orientar
el diálogo, en la descodificación, hacia otros rumbos que no fuesen los de sus
necesidades sentidas provocaban su silencio y la indiferencia de aquéllos.
Por otro lado, observaba que, aunque la codificación
se centrase en las necesidades sentidas (una codificación no “inclusiva” en el
sentido que señala José Luis Fiori) los campesinos no conseguían, en el proceso
de su análisis, organizar ordenadamente la discusión, “perdiéndose” la mayoría
de las veces, sin alcanzar la síntesis. Así, tampoco percibían o percibían en
raras ocasiones las relaciones existentes entre sus necesidades sentidas y las
razones objetivas más próximas o menos próximas de las mismas.
Les faltaba, diríamos nosotros, la percepción del
“inédito viable”, más allá de las “situaciones límites”, generadoras de sus
necesidades.
No les era posible sobrepasar su experiencia
existencial focalista, ganando la conciencia de la totalidad.
De este modo, resolvió experimentar la proyección
simultánea de situaciones, y la forma en que desarrolló su experimento es lo
que constituye el aporte indiscutiblemente importante que hiciera.
Inicialmente proyecta la codificación (muy simple en
la constitución de sus elementos) de una situación existencial. A esta
codificación la llama “esencial”, aquella que representa el núcleo básico y
que, abriéndose en “abanico temático categórico”, se extenderá a las otras, que
él designa como “codificaciones auxiliares”.
Una vez descodificada la “esencial”, manteniéndola
proyectada como soporte referencial para las conciencias a ella intencionadas,
va sucesivamente proyectan-do a su lado las codificaciones “auxiliares”.
Con éstas, que están en relación directa con la codificación
“esencial”, consigue mantener vivo el interés de los individuos, que en lugar
de “perderse” en los debates llegan a la síntesis de los mismos.
En el fondo, el gran hallazgo de Gabriel Bode radica
en que él consiguió proporcionar a la cognoscibilidad de los individuos, a
través de la dialecticidad planteada entre la codificación “esencial” y las
“auxiliares”, el sentido de la totalidad. Los individuos, inmersos en la
realidad, con sólo la sensibilidad de sus necesidades, emergen de ella y, así,
adquieren la razón de las necesidades.
De este modo, podrán superar el nivel de la
“conciencia real” mucho más rápidamente, logrando así el de la “conciencia
posible”.
Si es éste el objetivo de la educación
problematizadora que defendemos, la investigación temática, siendo un momento
de ella, no puede escapar de este objetivo.
Una vez preparadas las codificaciones y estudiados por
el equipo interdisciplinario todos los posibles ángulos temáticos contenidos en
ellas, los investigadores inician la tercera etapa de la investigación.
En ésta, vuelven al área para empezar los diálogos
descodificadores, en los “círculos de investigación temática”.[32]
En la medida en que hacen operables estos círculos[33] con
la descodificación del material elaborado en la etapa anterior, van siendo
grabadas las discusiones que serán analizadas posteriormente por el equipo
interdisciplinario. En las reuniones de análisis de este material debieran
estar presentes los auxiliares de la investigación, representantes del pueblo y
algunos participantes de los “círculos de investigación”. Su aporte, al margen
de ser un derecho que a ellos cabe, es indispensable en el análisis de los
especialistas.
Es así como, tanto sujetos como especialistas, en el
tratamiento de estos datos, serán rectificadores y ratificadores de la
interpretación de los hallazgos que en la investigación se hagan.
Desde el punto de vista metodológico, la
investigación, que desde su inicio se basa en la relación simpática a que nos
referimos, tiene además esta dimensión fundamental para su seguridad: la
presencia crítica de los representantes del pueblo desde su comienzo hasta su
fase final, la del análisis de la temática encontrada, que se prolonga en la
organización del contenido programático de la acción educativa, como acción
cultural liberadora.
A estas reuniones de descodificación en los “círculos
de investigación temática”, además del investigador como coordinador auxiliar
de la descodificación, asistirán dos especialistas, un psicólogo y un
sociólogo, cuya tarea será la de registrar las reacciones más significativas o
aparentemente poco significativas de los sujetos descodificadores.
En el proceso de la descodificación, cabe al
investigador auxiliar de ésta, no sólo escuchar a los individuos, sino
desafiarlos cada vez más, problematizando, por un lado, la situación
existencial codificada y, por otro, las propias respuestas que van dando
aquéllos a lo largo del diálogo.
De este modo, los participantes del “círculo de
investigación temática” van extroyectando, por la fuerza catártica de la
metodología, una serie de sentimientos, de opiniones de sí, del mundo y de los
otros que posiblemente no extroyectarían en circunstancias diferentes.
En una de las investigaciones realizadas en Santiago
(desgraciadamente no concluida), al discutir un grupo de individuos, residentes
en un conventillo, una escena en que aparecían un hombre embriagado que
caminaba por la calle y, en una esquina, tres jóvenes que conversaban, los
participantes del círculo de investigación afirmaban que “ahí el borracho
apenas es productivo y útil a la nación: el borracho que viene de vuelta a
casa, después del trabajo, donde gana poco, preocupado por la familia, cuyas necesidades
no puede atender”. “Es el único trabajador.” “Él es un trabajador decente como
nosotros, que también somos borrachos.”
El interés del investigador, el psiquiatra Patricio López,
a cuyo trabajo hiciéramos referencia en nuestro ensayo anterior,[34]
era estudiar aspectos del alcoholismo. Sin embargo, probablemente, no habría
conseguido estas respuestas si se hubiese dirigido a aquellos individuos con un
cuestionario elaborado por él mismo. Tal vez al preguntárselo directamente
negaran, incluso, que bebían de vez en cuando. Frente a la codificación de una
situación existencial, reconocible por ellos y en la cual se reconocían, en
relación dialógica entre sí y con el investigador, dijeron lo que realmente
sentían.
Hay dos aspectos importantes en las declaraciones de
estos hombres. Por un lado, la relación expresa entre ganar poco, sentirse
explotados con un “salario que nunca alcanza” y su borrachera. Se embriagan
como una especie de evasión de la realidad, como una tentativa por superar la
frustración de su “no-actuar”. Una solución, en el fondo, autodestructiva,
necrófila. Por otro lado, la necesidad de valorar al que bebe. Era el “único
útil a la nación, porque trabajaba, en tanto los otros lo que hacían era hablar
mal de la vida ajena”. Además, la valoración del que bebe, su identificación
con él, como trabajadores que también beben. Trabajadores decentes.
Imaginemos ahora el fracaso de un educador del tipo
que Niebuhr llama “moralista”, que fuera a predicar a esos hombres contra el
alcoholismo, presentándoles como ejemplo de virtud lo que, para ellos, no es
manifestación alguna de virtud.
El único camino a seguir, en este caso como en otros,
es la concienciación de la situación, intentándola desde la etapa de la
investigación temática.
Concienciación que no se detiene estoicamente en el
reconocimiento puro, de carácter subjetivo, de la situación, sino que, por el
contrario, prepara a los hombres, en el plano de la acción, para la lucha
contra los obstáculos a su humanización.
En otra experiencia, de la que participamos, esta vez
con campesinos, observamos que, durante toda la discusión sobre una situación
de trabajo en el campo, la tónica del debate era siempre la reivindicación salarial
y la necesidad de unirse, de crear su sindicato para esta reivindicación y no
para otra.
Se discutieron tres situaciones en este encuentro y la
tónica fue siempre la misma: reivindicación salarial y sindicato para
satisfacer esta reivindicación.
Imaginemos ahora un educador que organizase su
programa “educativo” para estos hombres y, en lugar de proponer la discusión de
esta temática, les propusiera la lectura de textos que, ciertamente, denominaría
“saludables” y en los cuales se habla, angelicalmente, de que “el ala es del
ave”.
Y esto es lo que se hace, en términos preponderantes,
en la acción educativa, como en política, porque no se tiene en cuenta que la
dialogicidad de la educación comienza con la investigación temática.
Su última etapa se inicia cuando los investigadores,
una vez terminadas las descodificaciones en los círculos, dan comienzo al
estudio sistemático e interdisciplinario de sus hallazgos.
En un primer momento, escuchando grabación por
grabación, todas las que fueran hechas de las descodificaciones realizadas, y
estudiando las notas tomadas por el psicólogo y por el sociólogo, observadores
del proceso descodificador, van arrojando los temas explícitos o implícitos en
afirmaciones hechas en los “círculos de investigación”.
Dichos temas deben ser clasificados en un cuadro
general de ciencias, sin que esto signifique, no obstante, que aparezcan, en
una futura elaboración del programa, como formando parte de departamentos
estancos. Sólo significa que existe una visión más específica, más central, de
un tema, conforme a su situación en un dominio cualquiera de las
especializaciones.
El tema del desarrollo, por ejemplo, aunque situado en
el campo de la economía, no le es exclusivo. Recibiría así el enfoque
sociológico, el antropológico, así como el enfoque de la psicología social,
interesadas en la cuestión del cambio cultural, en el cambio de actitudes, en
los valores, que interesan, igualmente, a una filosofía del desarrollo.
Recibiría el enfoque de las ciencias políticas interesadas
en las decisiones que envuelven el problema, el enfoque de la educación,
etcétera.
De este modo, los temas que fueran captados dentro de
una totalidad, jamás serán tratados esquemáticamente. Sería una lástima si,
después de investigada la riqueza de su interpretación con otros aspectos de la
realidad, al ser “tratados” perdieran esta riqueza, vaciando su fuerza en la
estrechez de los “especialismos”.
Una vez realizada la delimitación temática, cabrá a
cada especialista, dentro de su campo, presentar al equipo interdisciplinario
el proyecto de “reducción” de su tema. En el proceso de “reducción” de éste, el
especialista busca sus núcleos fundamentales que, constituyéndose en unidades
de aprendizaje y estableciendo una secuencia entre sí, dan la visión general
del tema “reducido. En la discusión de cada proyecto específico se van anotando
las sugerencias de varios especialistas. Estas, ora se incorporan a la
“reducción” en elaboración, ora constarán de pequeños ensayos a ser escritos
sobre el tema “reducido”, ora sobre una cosa u otra. Estos pequeños ensayos, a
los que se adjuntan sugerencias bibliográficas, son valiosas ayudas para la
formación de los educadores-educandos que trabajarán en los “círculos de
cultura”.
En este esfuerzo de “reducción de la temática
significativa”, el equipo reconocerá la necesidad de introducir algunos temas
fundamentales, aunque éstos no fueran sugeridos por el pueblo, durante la
investigación. La introducción de estos temas, cuya necesidad ha sido
comprobada, corresponde, inclusive, a la dialogicidad de la educación de que
tanto hemos hablado. Si la programación educativa es dialógica, esto significa
el derecho que también tienen los educadores-educandos de participar en ella,
incluyendo temas no sugeridos. A éstos, por su función, los llamamos “temas
bisagra”.
Como tales, ora facilitan la comprensión entre dos
temas en el conjunto de la unidad programática, ocupando un posible vacío entre
ambos, ora encierran en sí las relaciones a ser percibidas entre el contenido
general de la programación y la visión del mundo que esté teniendo el pueblo.
De ahí que uno de estos temas pueda encontrarse en el “rostro” de las unidades
temáticas.
El “concepto antropológico de cultura” es uno de estos
“temas bisagra” que liga la concepción general del mundo que el pueblo esté
teniendo al resto del programa. Aclara, por medio de su comprensión, el papel
de los hombres en el mundo y con el mundo, como seres de la transformación y no
de la adaptación.[35]
Realizada la “reducción”[36] de la temática investigada, la etapa que
sigue, según ya vimos, es la de su “codificación”. La de escoger el mejor canal
de comunicación para este o aquel tema “reducido” y su representación. Una
“codificación” puede ser simple o compuesta. En el primer caso, pueden usarse
el canal visual, pictórico o gráfico, el táctil o el canal auditivo. En el
segundo, multiplicidad de canales. (Ver esquema)
- Fotográfico
a) simple – canal visual -
pictórico
- gráfico
Codificación
– canal táctil
- canal auditivo
b) comp. - simultaneidad de canales
La elección del canal visual, pictórico o gráfico,
depende no sólo de la materia a codificar, sino también de los individuos a
quienes se dirige y de si éstos tienen o no experiencia de lectura.
Una vez elaborado el programa, con la temática ya
reducida y codificada se confecciona el material didáctico. Fotografías,
diapositivas, filmes, carteles, textos de lectura, etc.
En la confección de este material el equipo puede
elegir algunos temas, o aspectos de algunos de ellos, y, cuándo y dónde sea
posible, usando grabadoras, proponerlos a especialistas como temas para una
entrevista a ser realizada con uno de los miembros del equipo.
Admitamos, entre otros, el tema del desarrollo. El equipo
elegiría dos o más especialistas (economistas), inclusive podrían ser de
escuelas diferentes, y les hablaría de su trabajo invitándolos a dar su
contribución en términos de una entrevista en lenguaje accesible sobre tales
puntos. Si los especialistas aceptan, se hace la entrevista de 15 a 20 minutos.
Se puede, incluso, sacar una fotografía del especialista cuando habla. En el
momento en que se propusiera al pueblo el contenido de su entrevista, se diría
antes quién es él. Lo que hizo. Lo que hace. Lo que ha escrito, mientras se
proyecta su fotografía en diapositivas. Si es un profesor universitario, al
declararse su condición de tal se podría discutir con el pueblo lo que le
parecen las universidades de su país. Cómo las ve. Lo que espera de ellas.
El grupo sabría que, después de escuchar la
entrevista, sería discutido su contenido, con lo que pasaría a funcionar como
una codificación auditiva.
Una vez realizado el debate, el equipo haría
posteriormente un relato al especialista en torno a la reacción del pueblo
frente a su palabra. De esta manera, se estaría vinculando intelectuales,
muchas veces de buena voluntad pero las más de las veces alienados de la
realidad popular, a esta realidad, y se estaría también proporcionando al
pueblo la posibilidad de conocer y criticar el pensamiento del intelectual.
Algunos de estos temas o algunos de sus núcleos pueden
ser presentados a través de pequeñas dramatizaciones que no contengan ninguna
respuesta. El tema en sí, nada más.
La dramatización funcionaría como codificación, como
situación problematizadora, a la que seguiría la discusión de su contenido.
Otro recurso didáctico, dentro de una visión
problematizadora y no “bancaria” de la educación, sería la lectura y discusión
de artículos de revistas, diarios, capítulos de libros, empezando por trozos
simples. Como en las entrevistas grabadas, antes de empezar la lectura del artículo
o del libro se hablaría también de su autor. En seguida, se realizaría el
debate en torno al contenido de la lectura.
Nos parece indispensable, en la línea del empleo de
estos recursos, un análisis del contenido de los editoriales de prensa a
propósito de un mismo acontecimiento. ¿Por qué razón los diarios se manifiestan
en forma tan diferente sobre un mismo hecho? Que el pueblo, entonces,
desarrolle su espíritu crítico para que, al leer los diarios o al oír el
noticiario de las emisoras de radio, lo haga no ya pasivamente, como objeto de
los “comunicados” que le prescriben, sino como una conciencia que necesita
liberarse.
Una vez preparado el material, a lo que se añadirían
lecturas previas sobre toda esta temática, el equipo de educadores estará
preparado para devolvérsela al pueblo, sistematizada y ampliada. Temática que,
saliendo del pueblo, vuelve ahora a él, como problemas que debe descifrar, y no
como contenidos que deban serle depositados.
El primer trabajo de los educadores de base será la
presentación del programa general de la labor que se iniciará. Programa con el
cual el pueblo se identificará, y frente al que no se sentirá como un extraño,
puesto que en él se inició.
Fundamentados en la dialogicidad de la educación, los
educadores explicarán la presencia en el programa de los “temas bisagra” y de
su significado.
¿Cómo hacer, sin embargo, en caso de que no se pueda
disponer de los recursos para esta investigación temática previa en los
términos analizados?
Con un mínimo de conocimiento de la realidad pueden
los educadores escoger algunos temas básicos que funcionarían como
“codificaciones de investigación”. Empezarían así el plan con temas
introductorios al mismo tiempo en que iniciarían la investigación temática para
el desdoblamiento del programa, a partir de estos temas.
Uno de ellos, que nos parece, como ya dijimos, un tema
central e indispensable, es el del concepto antropológico de cultura. Sean
campesinos u obreros, en programa de alfabetización o de posalfabetización, el
inicio de sus discusiones en busca de un mayor conocimiento, en el sentido
instrumental de la palabra, es el debate de este concepto.
En la medida en que discuten el mundo de la cultura,
van aclarando su conciencia de la realidad, en el cual están implícitos varios
temas. Van refiriéndose a otros aspectos de la realidad, que empieza a ser
descubierta en una visión crecientemente crítica. Aspectos que implican también
otros tantos temas.
Con la experiencia que hoy tenemos, podemos afirmar
que si es bien discutido el concepto de cultura, en todas o en la mayor parte
de sus dimensiones, nos puede proporcionar varios aspectos de un programa
educativo. Pero, más allá de la captación casi indirecta de una temática, en la
hipótesis a que ahora nos referimos, los educadores pueden, después de algunos
días de relaciones horizontales con los participantes de los “círculos de
cultura”, preguntar directamente: “¿Qué otros temas o asuntos podríamos
discutir además de éste?” En la medida en que fueran respondiendo, y luego de
anotar la respuesta, los educadores lo van proponiendo al grupo también como un
problema.
Supongamos que uno de los miembros del grupo dice: “Me
gustaría discutir sobre el nacionalismo”. “Muy bien”, diría el educador,
después de registrar la sugerencia, y añadiría: “¿Qué significa nacionalismo?
¿Por qué puede interesarnos una discusión sobre el nacionalismo?”
Es probable que con la problematización de la
sugerencia, del grupo surjan nuevos temas. Así, en la medida en que todos van
manifestándose, el educador irá problematizando una a una las sugerencias que
nacen del grupo.
Si, por, ejemplo, en un área donde funcionan 30 “círculos
de cultura” en la misma noche, todos los “coordinadores” (educadores) proceden
así, el equipo central tendrá material temático rico para estudiar, dentro de
los principios discutidos en la primera hipótesis de la investigación de la
temática significativa.
Lo importante, desde el punto de vista de la educación
liberadora y no “bancaria”, es que, en cualquiera de los casos, los hombres se
sientan sujetos de su pensar, discutiendo su pensar, su propia visión del
mundo, manifestada, implícita o explícitamente, en sus sugerencias y en las de
sus compañeros.
Porque esta visión de la educación parte de la
convicción de que no puede ni siquiera presentar su programa, sino que debe
buscarlo dialógicamente con el pueblo, y se inscribe, necesariamente, como una
introducción a la Pedagogía del Oprimido, de cuya elaboración él debe
participar.
[2] Algunas de las reflexiones aquí desarrolladas nos
fueron sugeridas en conversaciones con el profesor Ernani María Fiori.
[3] No nos referimos, obviamente, al silencio de las
meditaciones profundas en que los hombres, en una forma aparente de salir del
mundo, se apartan de él para “admirarlo” en globalidad, continuando en él. De
ahí que estas formas de recogimiento sólo sean verdaderas cuando los hombres se
encuentran en ellas empapados de “realidad” y no cuando, significando un
desprecio al mundo, constituyan formas de evasión, en una especie de
“esquizofrenia histórica”.
[4] Cada vez nos convencemos más de la
necesidad de que los verdaderos revolucionarios reconozcan en la revolución un
acto de amor, en tanto es un acto creador y humanizador. Para nosotros, la
revolución que no se hace sin una teoría de la revolución y por lo tantos sin
conciencia, no tiene en ésta algo irreconciliable con el amor. Por el
contrario, la revolución que es hecha por los hombres es hecha en nombre de su
humanización.
¿Qué lleva a los revolucionarios a
unirse a los oprimidos sino la condición deshumanizada en que éstos se
encuentran? No es debido al deterioro que ha sufrido la palabra amor en el
mundo capitalista que la revolución dejará de ser amorosa, ni que los
revolucionarios silencien su carácter biófilo. Guevara, aunque hubiera
subrayado el “riesgo de parecer ridículo”, no temió afirmarlo: “Déjeme decirle
—declaró, dirigiéndose a Carlos Quijano—, a riesgo de parecer ridículo, que el
verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor. Es
imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad”.
Ernesto Guevara, Obra Revolucionaria,
Ediciones ERA, 1967. México. pp. 637-636.
[7] En una larga conversación con
Malraux, declaró Mao: “Usted sabe qué es lo que proclamo desde hace tiempo;
debemos enseñar a las masas con precisión lo que hemos recibido de ellas con
confusión.” André Malraux, Antimémoires, Gallimard, París, 1967, p. 551.
En esta afirmación de Mao subyace toda una teoría
dialógica sobre la constitución del contenido programático de la educación, el
cual no puede ser elaborado a partir de las finalidades del educador, de lo que
le parezca ser mejor para sus educandos.
[9] “A fin de
unirse a las masas deben conocer sus necesidades y deseos. En el trabajo
con las masas es preciso partir de las necesidades de éstas, y no de nuestros
propios deseos, por buenos que fueren. Ocurre en ocasiones que las masas
necesitan objetivamente alguna reforma, pero la conciencia subjetiva de esa
necesidad no ha madurado aún en ella y no se muestran dispuestas ni decididas a
llevarla a la práctica. En ese caso tenemos que esperar con paciencia e
introducir la reforma sólo cuando. gracias a nuestro trabajo, haya madurado la
necesidad en la mayoría de las masas y éstas se encuentren dispuestas y
decididas a llevarla a la práctica, porque de lo contrario quedaremos
aislados... En ese sentido tenemos dos principios: primero, lo que las masas necesitan
en realidad, y no lo que nosotros imaginamos que necesitan; y segundo, lo que
las masas están dispuestas y decididas a hacer, y no lo que nosotros estamos
dispuestos a hacer en beneficio de ellas.” Mao Tse Tung, El frente unido en
el trabajo cultural, en Obras escogidas, Buenos Aires, Platina. 1959, t.
II, pp. 424-5.
[11] En este sentido, es bien contradictorio tanto que los
hombres verdaderamente humanista, utilicen la práctica “bancaria”, como el que
los hombres de derecha lleguen a empeñarse en un esfuerzo de educación
problematizadora. Éstos son siempre más coherente, jamás aceptan una pedagogía
de la problematización.
[13] El profesor Alvaro Vieira Pinto analiza, con bastante
lucidez el problema de las “situaciones límites” cuyo concepto aprovecha.
vaciándolo de la dimensión pesimista que se encuentra originalmente en Jaspers.
Para Vieira Pinto, las “situaciones límites” no son “el contorno infranqueable
donde terminan las posibilidades, sino el margen real donde empiezan todas las
posibilidades”; no son “la frontera entre el ser y la nada, sino la frontera
entre el ser y el ser más (más ser)”. Alvaro Vieira Pinto, Consciencia e
realidade nacional, Iseb, Río, 1900, vol. II, p. 284.
[14] Karl Marx, Manuscritos de 1884. Economía,
política y filosofía, Editorial Arandu, Buenos Aires, 1968.
[15] A propósito de este aspecto. véase Karel Kosik, Dialéctica
de lo concreto, Grijalbo, México, 1967.
[16] En torno a las épocas históricas. véase Hans Freyer, Teoría
de la época actual, Fondo de Cultura Económica, México, 1966.
[17] Estos temas se llaman generadores porque, cualquiera
que sea la naturaleza de su comprensión como de la acción por ellos provocada,
contienen en sí la posibilidad de desdoblarse en otros tantos temas que, a su
vez, provocan nuevas tareas que deben ser cumplidas.
[18] El proceso de humanización o de liberación desafía en
forma dialécticamente antagónica a los oprimidos y a los opresores. Así, en
tanto es, para los primeros, su inédito viable que necesitan concretar, se
constituye, para los segundos, en “situación límite” que es necesario evitar.
[19] Esta forma de proceder se observa,
frecuentemente, entre hombres de clase media, aunque en forma diferente de
aquella que se manifiesta en los campesinos.
Su miedo a la libertad los lleva a
asumir mecanismos de defensa y, a través de racionalizaciones, esconden lo
fundamental, recalcan lo accidental y niegan la realidad concreta. Enfrente de
un problema cuyo análisis remite a la visualización de la “situación límite”
cuya crítica les incomoda, su tendencia es quedar en la periferia de los
problemas, rechazando toda tentativa de adentramiento en el núcleo mismo de la
cuestión.
Llegan inclusive a irritarse cuando se les llama la
atención hacia algo fundamental que explica lo accidental o lo secundario, a lo
cual le están dando un significado primordial.
[20] La codificación de una situación existencial es la
representación de ésta, con algunos de sus elementos constitutivos, en
interacción. La descodificación es el análisis crítico de la situación
codificada.
[21] El sujeto se reconoce en la representación de la
situación existencial “codificada” al mismo tiempo en que reconoce en ésta,
objeto de su reflexión, su contorno condicionante en y con que está, con otros
sujetos.
[23] A propósito de la investigación y del tratamiento de
las “palabras generadoras”, véase La educación como práctica de la libertad.
[24] “Dado que la investigación temática —dice la socióloga
María Edy Ferreira— es un trabajo de preparación, sólo se justifica en cuanto
devuelva al pueblo lo que a él le pertenece: en cuanto sea, no el acto de
conocerlo, sino el conocer con él la realidad que lo desafía.”
[25] En este sentido Guimarães Rosa es un ejemplo genial de
cómo puede un escritor captar fielmente, no la pronunciación, ni su alteración
prosódica, sino la sintaxis del pueblo de Minas Gerais, la estructura de su
pensamiento.
[26] Lucien Goldman. Las ciencias humanas y la filosofía,
Nueva Visión, Buenos Aires, 1967, pp. 107 ss.
[28] Las codificaciones también pueden ser orales.
Consisten, en este caso, en la presentación en pocas palabras, que realizan los
investigadores sobre un problema existencial, al que sigue su descodificación.
[29] Las codificaciones, por un lado, son la mediación
entre el “contexto concreto o real” en que se dan los hechos y el “contexto
teórico” en que son analizadas; por otro, son objeto cognoscible sobre el cual
los educadores-educandos, como sujetos cognoscentes, inciden su reflexión
crítica.
[32] José Luis Fiori, en su publicación Dialéctica y
libertad: dos dimensiones de la investigación temática, IGIRA, 1969, rectificó
con esta designación, refiriéndose al momento en que se procesa la acción
investigadora de la temática significativa, a la que antes dábamos el nombre
menos propio de “círculo de cultura”, que podría llevar a confusiones con aquel
en que se realiza la etapa que sigue a la investigación.
[33] En cada “circulo de investigación” debe haber un
máximo de veinte personas, existiendo tantos círculos cuanto sea la suma de sus
participantes, constituyendo ésta el 10 % de la población total del área o
subárea de en estudio.
[35] A propósito de la importancia del concepto
antropológico de la cultura. véase P. Freire, La educación como práctica de
la libertad.
[36] Si encaramos el programa en su
extensión, observamos que éste es una totalidad cuya autonomía se encuentra en
las interrelaciones de sus unidades, que son también, en sí, totalidades, al
mismo tiempo que son parcialidades de la totalidad mayor.
Los temas, siendo en sí
totalidades también, son parcialidades que, en interacción, constituyen las
unidades temáticas de la totalidad programática. En la “reducción temática”,
que es la operación de “escisión” de los temas en cuanto totalidades, se buscan
sus núcleos fundamentales, que son sus parcialidades. De este modo, “reducir”
un tema es escindirlo en sus partes para, retornando a él como totalidad,
conocerlo mejor.
En la “codificación” se procura retotalizar el tema
escindido en la representación de situaciones existenciales. En la
“descodificación”, los individuos, escindiendo la codificación como totalidad,
aprehenden el tema o los temas en ella referidos. Dicho proceso de
''descodificación”, que en su dialecticidad no acaba en la escisión, que
realizan en la codificación como totalidad temática, se completa en la retotalización
de la totalidad escindida, a la que no solamente comprenden más claramente.
sino que van también percibiendo las relaciones con otras situaciones
codificadas, todas ellas representaciones de situaciones existenciales.
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