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martes, 13 de marzo de 2012

TRANSDISCIPLINA, PARA PASAR DEL SABER AL COMPRENDER


TRANSDISCIPLINA, PARA PASAR DEL SABER AL COMPRENDER

Manfred Max-Neef*
Catedrático de Economía de la Universidad de Chile

De las cuatro instituciones más determinantes de la existencia que convergen en la consolidación de la discontinuidad entre los modos de ser humanos y no humanos, la universidad es la llamada a resolver la consecuente desorientación cultural que padece el mundo, y la manera de lograr coherencia es a partir de la transdisciplinariedad, dijo el premio Nobel Alternativo de Economía y promotor del desarrollo a escala humana, invitado el 11 de septiembre de 2003 al Encuentro Internacional de Bibliotecas que convocó la Universidad de Antioquia.

Siento una sensación muy extraña. Me resulta bastante insólito que un chileno que vivió el exilio hable sobre humanización en el día que se conmemoran 30 años del golpe de Estado en Chile, que provocó tantas muertes, tanta brutalidad y tanta deshumanización. Celebro esta coincidencia, sin embargo, porque de algún modo me compromete más profundamente con el tema.

No traje un tema acabadamente elaborado porque, al igual que todos ustedes, no tengo completamente claro qué es realmente la humanización, de manera que creo que sólo podemos compartir divagaciones y especulación.

Yo tengo tres perros: un labrador, un pastor alemán y una perra Colie. Ésta fue la última que llegó, los otros están ya hace muchos años. Y observando esos tres animales es verdaderamente notable cómo respetan por sobre todas las circunstancias ciertos valores fundamentales. La perra goza del total y más absoluto respeto de los perros (por lo demás es sabido que un perro nunca agrede a una perra, a menos que esté enfermo). Ella tiene todos los privilegios, y hasta un super tragón como es el labrador se hace a un lado para que ella decida si quiere comer o no.

Vivo en una zona donde se dan los maravillosos cisnes de cuello negro que son particulares de la Patagonia chilena. Son aves que se enamoran una vez en la vida y forman pareja hasta que se mueren; los viudos o las viudas no buscan una nueva pareja, siguen recordando a la que tuvieron, y entre los dos cuidan a los cisnecitos y comparten las labores domésticas.

Más al sur están los fascinantes pingüinos. Allí también observa uno que todos los procesos ocurren por amores, a veces apasionados. Entre los pingüinos hay ceremonias matrimoniales en las que participa toda la colonia y en las que las pingüinas casaderas se ponen en una hilera y los pingüinos casaderos ponen una piedrecita a los pies de la elegida y si ella a su vez la recoge es que lo acepta y la colonia los declara marido y mujer, y viven juntos también por el resto de la vida, e incluso se llega al extremo del suicidio por amor: si a un pingüino no lo quiere ninguna pingüina se lanza al agua después de la puesta del sol, cuando habitualmente nunca hace eso por temor a los lobos marinos y, sin embargo, nada mar adentro y nunca más se sabe de él.

¿Por qué les cuento estas cosas? Yo creo que tiene mucho que ver con el tema porque a mí me parece que nuestra necesidad sería, más que la de humanizamos, animalizarnos un poco. Yo creo que los animales tienen las cosas mucho más claras y son mucho más decentes y más respetuosos con los principios y valores fundamentales que nosotros. Nosotros inventamos los valores para violarlos, inventamos las leyes para pasar por encima de ellas, diseñamos obsesivamente reglamentos para que no sean respetados, firmamos solemnemente tratados internacionales que después ningún país individualmente respeta.

Algo no marcha. La pregunta es: ¿hemos sido siempre así? No puede haber una respuesta rotunda y definitiva pero mi impresión es que no siempre hemos sido así. Algo ocurrió en el proceso de nuestra evolución para que, de haber sido seres bastantes completos, nos transformáramos en seres profunda y dramáticamente fragmentados, y el resultado de ello es que hoy somos seres que, a pesar de todo el inconmensurable conocimiento que hemos acumulado, no encontramos realmente el lugar que nos corresponde en este milagroso conjunto total de la vida.

Si yo tuviera que definir el momento en una frase diría que hemos alcanzado un punto en el cual sabemos muchísimo pero comprendemos muy poco. Y creo que ahí es donde está el meollo del asunto, porque saber no es lo mismo que comprender. El describir y el explicar -que es lo que la ciencia nos enseña- nos permite acumular saber, yeso desde la revolución científica, particularmente con Bacon, Descartes y Galileo, se logra a través de procesos fragmentados. Pero el comprender es más que describir y explicar. La diferencia la puedo describir en mi ejemplo favorito: cualquiera de ustedes puede haber estudiado todo lo que es posible estudiar desde una visión teológica, filosófica, antropológica, biológica, bioquímica, sicológica, etc., sobre un fenómeno humano que se llama amor, y saber todo lo que se puede saber sobre el amor, pero nunca comprenderán el amor a menos que se enamoren.

¿Qué significa eso? Significa que yo sólo puedo pretender comprender aquello de lo cual me hago parte, no puedo comprender aquello de lo cual yo me separo, y la ciencia tradicional nos enseña a separarnos, separa el objeto observado del sujeto observador y sólo en un área de la ciencia -en la física cuántica- por primera vez el ser humano a través de ciencia pura se ha dado cuenta de lo artificial y artificiosa que ha sido su experiencia científica, porque en la física cuántica no hay separación posible entre objeto observado y sujeto observador, es toda una cosa profunda e íntimamente vinculada.

Pues bien, como resultado de esta situación y de la fragmentación consecuente del ser humano surge un estilo de organizarse en torno a la generación de conocimiento y en este proceso la universidad tiene una historia interesante a la cual me vaya referir adelante, porque la universidad tampoco fue siempre como es hoy día. La universidad partió como una institución de un pensamiento holístico global y tremendamente integrado en torno a las que eran las cuatro ciencias fundamentales de la universidad medieval, y su estructura se ha ido adaptando a la historia de la acumulación del conocimiento y particularmente de la revolución científica.

Pareciera que por primera vez en la historia, cuatro de las instituciones más determinantes en la orientación de las funciones de la vida humana -los gobiernos, las tradiciones religiosas, las corporaciones económicas y las universidades- han convergido en la consolidación de la discontinuidad entre los modos de ser humanos y no humanos. Al mundo distinto de lo humano no se le reconocen valores ni derechos inherentes. Valores y derechos se le conceden fundamentalmente a lo humano, al resto sólo en la medida en que es utilizado o utilizable por los humanos. Esta actitud, tan consolidada hoy, ha provocado un asalto sobre miles y quizás millones de formas de vida, al grado que destacados biólogos consideran que una devastación de formas de vida de las actuales proporciones no ha ocurrido en la tierra desde finales de la era mesozoica, es decir, hace 65 millones de años.

Estamos atrapados en una inmensa desorientación cultural, desorientación sustentada económicamente en las corporaciones, jurídicamente en los gobiernos y sus legislaturas, espiritualmente en las instituciones religiosas e intelectualmente en la universidad. Tal como se manifiesta en la actualidad, la universidad prepara estudiantes no para integrarse sinérgicamente con el mundo natural y desde allí potenciar la creación humana, científica, tecnológica y artística, sino más bien para separarse de ese mundo a fin de extender cada vez más una humana actitud de acoso y de dominio en la más pura tradición de Bacon y Descartes.

Así, pues, la universidad se ha transformado ingenuamente en cómplice del hecho de que no sólo estamos modificando el mundo humano, sino que también estamos cambiando la química del planeta e incluso la estructura geológica, además de los servicios que prestan los ecosistemas de la naturaleza. Estamos perturbando la atmósfera, la hidrosfera y la geosfera, desmantelando sistemáticamente un asombroso y prolijo programa desarrollado por la naturaleza a través de miles de millones de años.

En la economía -por cierto, la más arrogante y peligrosa de todas las disciplinas de nuestro tiempo- el divorcio entre la economía humana y la economía de la tierra ha provocado resultados absolutamente catastróficos. El que se considere como positivo que un producto humano se logre a costa de la declinación e incluso extinción de un producto natural es un absurdo tan evidente que la actual enseñanza de la economía haga caso omiso de ello, y más aún en el caso de la macroeconomía la disminución de patrimonio se contabilice como aumento de ingreso es tan aberrante que no se entiende cómo la mayoría de los economistas, que por otro lado enseñan que tal actitud a nivel de una empresa significaría la quiebra, se manifiestan satisfechos con ello cuando se trata de la naturaleza, que en materia de servicios es la mayor y más perfecta de todas las empresas. Lo lógico sería que en la primera y más básica lección de las escuelas de economía impartieran la importancia de conservar la integridad de la tierra, sin la cual no hay economía posible. Sin embargo, hasta muy recientemente habría resultado en vano todo esfuerzo por encontrar una sola universidad en el mundo donde este primordial principio fuera enseñado a los estudiantes de economía. En la última década -aunque muy tímidamente- algo está comenzando a cambiar en la dirección correcta y a ello me referiré un poco más adelante. De cualquier manera sigue resultando extraño que el biocidio y el geocidio se siga practicando bajo la ilusión de que se está mejorando la condición humana.

Pero no sólo la economía es responsable de tales contradicciones. También lo es el derecho que en las culturas occidentales y a través de sus legislaciones garantiza libertades individuales y derechos de poseer y de disponer de propiedad, todo ello sin protecciones legales adecuadas para el mundo natural. Se trata de jurisprudencias profundamente deficientes que no otorgan bases para que el planeta pueda manifestarse como una comunidad integral, que incluya todos sus componentes tanto humanos como no humanos. Sólo una jurisprudencia que interprete la tierra como una comunidad integral puede hacer posible un planeta viable. Algunos intentos se han hecho en esta dirección, no como países individuales, sino en el seno de las Naciones Unidas. Tal es el caso de la carta mundial sobre la naturaleza que aprobó la asamblea general en 1982, desconocida por todos nuestros países, y la carta de la tierra que se presentó para su aprobación en la asamblea general de 2002. Tales textos destacan que toda forma de vida es única y merece respeto, al margen de si es o no útil a los humanos. Pero como corresponde a las tradiciones de nuestra modernidad, tales iniciativas son aprobadas y firmadas solemnemente por los representantes de los países miembros para jamás ser cumplidas, ni respetadas.

Igualmente deficientes a este respecto resultan nuestras instituciones religiosas de Occidente, cuyo énfasis en la revelación verbal opaca la manifestación de lo divino en el mundo natural. Más aún, cualquier manifestación panteísta, que ve al Creador como inmanente en todo lo creado, se considera herética. Por otra parte, el excesivo énfasis en los procesos de redención y de salvación desatiende los procesos de creación como fenómeno permanente del mundo natural. Para nuestras tradiciones religiosas la creación fue un programa divino que se completó. Recordemos que, completada su obra, Dios descansó al séptimo día. Así, nos vemos privados de experimentar lo divino en nuestro entorno inmediato cotidiano.

La economía, la jurisprudencia y las religiones se enseñan en las universidades, reforzando la visión de que el mundo de lo no humano existe fundamentalmente para el uso humano, ya sea por razones económicas, científicas, estéticas, recreacionales o espirituales. Así, pues, las universidades acaban siendo soportes de una patología que resulta siendo absolutamente ruinosa para el planeta. Incluso las llamadas humanidades, tal como se las enseña, contribuyen a reforzar la tendencia descrita. El excesivo valor que se concede a lo humano impide comprender de manera adecuada el lugar y el papel que nos corresponde como humanos en la estructura y en el funcionamiento del rico y complejo tejido del mundo natural. Dejamos así de reconocer que lo humano, por muy noble que sea, se debe al mundo más de lo que el mundo se debe a lo humano. Resulta notable, sin embargo, que la primacía del mundo total por sobre cualesquiera de sus partes fue reconocida plenamente en la antigüedad. En la Suma contra gentiles Tomás de Aquino afirma que el orden del universo es la última y más noble perfección de las cosas, y en la Suma teológica agrega que todo el universo junto participa en la bondad divina y la representa mejor que cualquier individuo.

La gran ruptura de la que aún no nos recuperamos ocurrió en el siglo XVII con René Descartes, quien literalmente des-almó (le robó el alma) al mundo con su división de la realidad entre mente y extensión. Así, todo lo no humano se reconcibió como meros entes mecánicos destinados a ser explotados y utilizados exclusivamente para el servicio de los seres humanos. No deja de ser extraño que en la temprana Edad Media, por intuición, se reconociera la indisoluble unidad de todos los componentes del mundo, y que en la modernidad, con tanto y tan espectacular conocimiento acumulado, la tan desalmada tradición cartesiana siga tan vigente y la universidad continúe siendo su principal cultora.

Ahora que tenemos evidencias de que estamos genéticamente relacionados con todas las otras formas de vida, que estamos capacitados para comprender que nuestro bienestar depende del bienestar de la tierra, sin embargo seguimos siendo incapaces de reconcebir la economía, el derecho, las humanidades, la religión y la educación científica. La universidad parece entrampada en una fijación de la que no logra escapar, a pesar de que sus aportes tradicionales han demostrado ser incapaces de prevenir la devastación del planeta.

A pesar de lo manifestado, cabe destacar que se han desatado algunos procesos positivos y promisorios: en materia de economía, los aportes de la nueva disciplina de la economía ecológica-más bien transdisciplina-, desde la creación de la sociedad internacional correspondiente y de la edición de su revista transdisciplinaria; en lo que respecta a la jurisprudencia, la carta de la tierra ya mencionada; en cuanto a religiones un aporte trascendental fue el foro sobre religiones y ecología, resultado de tres años de conferenciasen la universidad de Harvard, que examinaron las diversas visiones sobre la naturaleza en distintas tradiciones religiosas del mundo. Yen lo que corresponde a educación, está la declaración que llama al enverdecimiento de las universidades y a la adopción en su seno de prácticas sustentables.

Por último, cabe destacar una inesperada revolución relacionada con la enseñanza de la economía. En efecto, en junio de 2000 un grupo de estudiantes de posgrado de economía en Francia lanzaron un manifiesto en el que denunciaron que la economía, tal como se la enseña actualmente en las universidades, es una disciplina autística; plantearon la necesidad de escaparse de mundos imaginarios, de frenar el uso incontrolado de las matemáticas y de reivindicar el pluralismo en la docencia de la economía, y terminaron haciendo un llamado a los profesores para que despierten antes de que sea demasiado tarde.

A los pocos días, un segundo manifiesto, esta vez suscrito por unos 200 profesores de economía también franceses, apoyaba los planteamientos de los estudiantes y señalaba las fallas fundamentales en la enseñanza de la economía: marginación de toda teoría que no sea la neoclásica (que es la madre del neoliberalismo que hoy día nos tiene a todos tan felices), falta de relación entre la economía que se enseña en las aulas y la realidad económica, uso de las matemáticas como un fin en sí mismo en lugar de ser un instrumento, métodos docentes que excluyen o prohíben el pensamiento crítico, y ausencia de una pluralidad de enfoques que se adapten a la complejidad de las realidades económicas estudiadas.

De este modo, quedó lanzado el movimiento de la economía posautística, que ha recabado en un solo año un considerable apoyo, especialmente en universidades europeas, y publica en forma virtual una formidable revista internacional, la revista de la economía posautística, a la cual ustedes pueden tener acceso por internet, donde hay aportes de muchos de los intelectuales más notables del mundo.

Todas las iniciativas señaladas surgen al margen de lo que sigue siendo aceptado y consagrado como legítimo en buena parte de las cuatro instituciones que nos preocupan: religiones, corporaciones, gobiernos y universidad. La necesidad imperiosa de superar nuestra alienación sigue vigente, la cuestión se reduce a qué iniciativas tomar que nos conduzcan a un modo de vida más viable con el mundo natural. Al analizar las alternativas me inclino a creer que las religiones son demasiado conservadoras y pías, las corporaciones son demasiado devastadoras y los gobiernos son demasiado subordinados a intereses políticos de corto plazo.

Queda pues, y a pesar de todo, la universidad como única alternativa. Es la universidad la que, volviendo a honrar su capacidad crítica y su autonomía tantas veces perdida o voluntariamente renunciada, puede y debe alzarse una vez más como guía de la comunidad humana, y a través de su nuevo quehacer estimular un cambio coherente en las otras tres instituciones. Es la universidad la que debe crear conciencia en los jóvenes de que los humanos existen, sobreviven y se hacen completos como seres sólo como parte de la grande y única comunidad de la tierra. La urgencia por promover una nueva conciencia no sería tan grande si la devastación de nuestro planeta no fuera tan arrolladora. La universidad, desde la temprana Edad Media, ha sufrido y sobrevivido a muchas transiciones, sin embargo me atrevo a manifestar que jamás se ha prestado a un tipo de transición tan profunda y urgente como la que de ella ahora se demanda.

Hubo épocas en las que la universidad fue dominada por la teología, que era la reina indiscutible de todas las ciencias; hubo períodos en que fue dominada por las humanidades, y períodos como el actual en el que está dominada por una ciencia mecanicista, por tecnologías como fines en sí mismas y por disciplinas relacionadas con los negocios, con la "business administration" como se llama ahora, para que esté más a tono.

La emergencia actual demanda que la universidad se vuelque hacia una cosmología existencial, en la que las dimensiones tanto físicas como espirituales del universo sean reconocidas. Ello no se logra con establecer un curso de ecología sino reconociendo que las principales disciplinas tales como la medicina, la ingeniería, las ciencias básicas, el derecho, las ciencias aplicadas, las humanidades y por supuesto la economía son en el fondo, y deben ser, extensiones de la ecología, entendida ésta en su sentido más amplio y más profundo. La historia del universo, sus tramas, sus redes, sus relaciones y sus interdependencias debieran ser la base sobre la que se construya la formación en todas las disciplinas profesionales universitarias.

Es en el seno de la universidad en donde hay que decidir con audacia y valentía. ¿Acaso se continuará con el adiestramiento de personas para satisfacer demandas y necesidades coyunturales? lO se formarán personas para un mundo integral e integrado que está dolorosamente pujando por renacer?

Con tanto conocimiento acumulado sobre el universo y sus funciones resulta insólita, como lo ha demostrado el siglo XX, nuestra incompetencia para utilizar dicho conocimiento en beneficio de nosotros mismos y de todas las manifestaciones de la vida. No se trata, empero, de engolosinamos con la crítica a la universidad, de lo que se trata es de inducir el reconocimiento de que con más urgencia que en toda su milenaria historia la universidad debe hoy repensarse a sí misma y lo que está haciendo.

Después de ocho años de haber estado a la cabeza de una gran universidad de mi país he acumulado satisfacciones y frustraciones, he logrado enseñar algo y he aprendido lo suficiente como para estar absolutamente convencido de que debemos -con decisión y sin inhibiciones- repensarnos profundamente y pronto para ser coherentes con los desafíos históricos de nuestro tiempo y de nuestras circunstancias.

En tal sentido, y aunque no pretendo tener soluciones finales, he pensado en algunos pasos iniciales. Todos los grandes problemas que estamos destinados a enfrentar en este nuevo siglo, tales como disponibilidad de agua, migraciones forzosas como las que padecen ustedes en este país, pobreza, violencia y terrorismo, agotamiento de recursos, extinción de especies, extinción de culturas, desastres ambientales y otros son el resultado del largamente mantenido divorcio entre lo humano y lo distinto de lo humano. Hoy nos toca pagar la cuenta de esa artificial pero poderosa discontinuidad impuesta por la revolución científica del siglo XVII, pero hay algo más, que adecuadamente tratado puede servirnos para orientar nuestra acción. Todos los problemas que acabo de enumerar son indiscutiblemente transdisciplinarios, vale decir que ninguno de ellos puede ser abordado en plenitud a partir de disciplinas específicas e individuales. He aquí
entonces a mi juicio el primer paso que la universidad puede dar en la dirección de la pretendida coherencia. Propender por transdisciplinarnos es el paso correcto, y para ello propongo: primero, generalizar en todas las carreras una base formativa a partir de la historia del universo de acuerdo con lo ya sugerido; segundo, orientar la metodología de la enseñanza hacia la solución de problemas concretos del mundo real, en vez de atosigar a los estudiantes con un curso detrás de otro, poco o nada vinculado con la realidad, y tercero, propender en el posgrado por el diseño de programas en áreas temáticas como las enumeradas como grandes problemas del nuevo siglo, en vez de programas acotados estrictamente en términos de una determinada disciplina.

Se trata de tres iniciativas, entre muchas otras, que habría que adoptar en el futuro. Ojalá surja la voluntad para dar estos primeros pasos, de la interdisciplina a la transdisciplina, y en ese sentido quisiera explicar brevemente en qué consiste lo que estoy planteando.

Imagínense ustedes una serie de disciplinas en una línea horizontal, como matemáticas, física, química, geología, suelos, ecología, fisiología, genética, sociología, economía... Esta lista de disciplinas que acabo de enumerar se refiere a lo que existe en el mundo. A través de la física puedo entender las leyes de la gravitación universal, puedo entender el mundo de las partículas, es decir, de lo que hay, de lo que existe; lo mismo sucede en el resto, cada una en lo suyo.

Pero hay un segundo nivel de disciplinas, entre las cuales podemos destacar, por ejemplo, arquitectura, ingeniería, agricultura, ciencias forestales, industria, medicina, que tienen una particularidad distinta de las anteriores, y es que se refieren a lo que somos capaces de hacer: Si yo conozco física, conozco química, conozco suelos como ingeniero, lo que existe, lo utilizo para lo que puedo hacer. Lo que existe es una línea, lo que podemos hacer es otra línea de disciplinas.

Y hay un tercer nivel que se refiere a qué es lo que queremos hacer, donde podemos mencionar planificación, diseño, políticas, derecho.

Y por último, en la cumbre de esta pirámide hay un nivel, que es el superior, y se refiere a lo que debemos hacer o a cómo hacer lo que queremos hacer. Y ahí están los valores, la ética, la filosofía.

Aquí tienen ustedes una pirámide perfectamente clara. Lo que hay, lo que somos capaces de hacer, lo que queremos hacer y cómo hacer lo que queremos hacer. Esta pirámide es la pirámide básica de la transdisciplina, y cualquier acción transdisciplinaria consiste en vincular verticalmente estos cuatro niveles. Si queremos iniciar una determinada política agrícola, ¿qué es lo que hacemos normalmente? Decimos, bueno, eso es un problema técnico en el que entra el experto en suelos, el de química de suelos, etc., que nos va a decir qué podemos hacer, cómo podemos aumentar la productividad, y se toman las decisiones sobre esa base. Y prácticamente todo lo que hacemos hoy día consiste -cuando mucho- en combinaciones de estos dos niveles básicos de esta pirámide. Vivimos y actuamos en consecuencia en una pirámide descabezada, donde prácticamente las acciones que realizamos -por cierto en economía cualquier decisión económica- carecen por completo de cualquier planteamiento ético, valórico. Es más, la economía orgullosamente se declara a sí misma una disciplina no valórica. Si yo le meto valores echo a perder la economía, la descompongo.

Las consecuencias son obvias. Piensen ustedes solamente qué pasaría si nosotros tomamos de entrada una decisión que surja de la cúspide de la pirámide, si lo que vamos a hacer va a ser con una orientación antropocéntrica o con una orientación biocéntrica. Esa sola decisión me altera todo lo que yo haga para abajo de la pirámide; si yo voy a tomar una decisión agrícola con una posición biocéntrica, de partida tengo que respetar la biodiversidad, tengo que evitar que se extingan las especies. Si mi interés es estrictamente antropocéntrico puedo tirar todos los pesticidas químicos y no tengo ningún problema.

La diferencia está en la decisión valórica que tome de partida, que me orientará la planificación y las políticas y de ahí las acciones agrícolas, o comerciales, o económicas y finalmente me planteará una manera distinta de utilizar las ciencias que están en la base de la pirámide para resolver mis problemas.

Eso no se hace y la universidad no lo enseña y no lo estimula. Y si uno lo piensa no es una cosa tan difícil ni tan complicada de hacer. Y por otra parte, en la medida en que yo me transdiscipline, en la medida en que utilicemos todos los niveles de la pirámide para cualquier acción de investigación o de acción concreta que queramos tomar estamos simultáneamente dando un fascinante paso adicional. La transdisciplina es el mejor acercamiento posible para pasar del saber al comprender, y lo que mencioné en un comienzo en el caso de la física cuántica lo demuestra claramente. Tal vez el más fascinante descubrimiento que hemos hecho, pero que no ha permeado para nada a las ciencias sociales, ni a muchísimas de las otras ciencias, es el aporte de la física cuántica, en el sentido de que nosotros vivimos en distintos niveles de realidad, no hay una sola realidad, hay realidades que coexisten y que en cada una de ellas son distintas las leyes que determinan lo que en ese nivel de realidad ocurre. La leyes físicas a nivel cuántico son totalmente distintas de las leyes a nivel macrofísico. En el mundo macrofísico impera el axioma de no contradicción, no hay nada que pueda ser A y no A, en el mundo cuántico ocurre que se puede ser simultáneamente A y no A, se puede ser onda y partícula, cosa que en el mundo macrofísico no es posible, y entonces descubrimos distintos niveles de realidad y el paso de un nivel a otro paso está caracterizado por una ruptura en las leyes, válidas en uno y no válidas en el otro.

Esto, que lo descubre la ciencia más dura que es la física, es algo que los antiguos ya lo sabían e intuían, es algo que en las filosofías orientales es perfectamente aceptable y comprensible. Hoy en día lo fascinante que está ocurriendo es que están las condiciones dadas para la convergencia del diálogo más rico que la humanidad podría tener en toda su existencia, si es que le da la gana y se decide a tenerlo. Están todas las condiciones dadas para el más colosal de los diálogos, para el más colosal de los encuentros, desde los distintos orígenes del conocimiento humano hacia un planteamiento global absolutamente extraordinario que permitirá finalmente que nosotros encontremos el verdadero, auténtico y definitivo lugar que nos corresponde, y eso para mí sería el logro ideal de la humanización porque significaría que nosotros en el lugar que nos corresponde comprendemos además a todos los demás en el lugar que les corresponde. Ojalá las bibliotecas de aquí en adelante se orientaran en ese sentido.

Para terminar, no puedo dejar de plantear una profunda preocupación que tengo. Estamos tremendamente fascinados con los progresos tecnológicos; hace un tiempo atrás yo recuerdo en uno de los tantos vuelos que hago a distintos lugares del mundo, estaba leyendo una revista en la que salía el plano de un nuevo campus que estaba organizando la universidad de California y había un comentario: "aquí hay un edificio conspicuamente ausente, el edificio de la biblioteca, porque no es necesario". A mí me dio una especie de escalofrío y encontré que era terrible... Y claro, si ustedes lo piensan tecnológicamente no es necesario, para qué si lo puedo sacar ahí en la pantalla, puedo leer ahí en la pantalla, pero me puse a pensar: bueno, para lograr esto, ¿cuánto se pierde del otro lado? ¿dónde está la sensualidad del libro que yo tomo y que fue tomado por tantos otros y en el cual están repartidas moléculas de los otros que tuvieron ese libro en sus manos? ¿o si estoy con mi enamorada sentado debajo de un árbol y vamos a leer un poema, saco mi PC, lo abro y aprieto para que salga ahí el poema? ¡Por amor de Dios!

Pero así y todo estamos fascinados y ninguna institución se precia si no está digitalizada y con acceso a todo lo virtual imaginable. Uno de los costos más grandes que se puede pagar si no se controla bien esto es la pérdida de creatividad, porque aquí hay una paradoja que es muy notable: para yo ser creativo necesito información, pero si esa información es excesiva me aniquila porque súbitamente me va a surgir la obsesión de que todavía no tengo suficiente y necesito más y más y más hasta quedar totalmente esterilizado, incapaz de hacer nada original, incapaz de desarrollar mi intuición. Claro que para mucha gente todavía la intuición es una frivolidad, no es serio, lo único que importa es la razón. Einstein decía: "la intuición es un regalo, la razón es un fiel sirviente". Hemos construido un mundo en el que se rinde honor al sirviente y se ha olvidado el regalo.

Recuperemos todo, volvamos a ser seres enteros y creo que ahí tendremos el derecho finalmente de reconocemos auténticamente como seres humanos. Entre tanto, es un proyecto pendiente.

Gracias.

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