PENSAR LA POSMODERNIDAD
por Roberto Follari (*)
A pesar de evidentes
diferencias, es cierto que quienes sostenemos la existencia de lo posmoderno en
la actualidad, compartimos algunos diagnósticos con autores que rechazan a la
noción de posmodernidad y critican a quienes la sustentamos. A menudo
concordamos sobre aspectos centrales de la contemporaneidad política, como la
pérdida de capacidad crítica de muchos intelectuales, y el atolondramiento
colectivo inducido en gran medida desde el peso constitutivo que hoy guardan
los mass media.
Pero la lectura teórica
de la relación de estas cuestiones con la de lo posmoderno, es definidamente
diferente. Y ello, en la medida en que tales autores muestran (como es habitual
en quienes hablan desde un racionalismo “antiposmoderno”) una radical
incomprensión del fenómeno sobre el cual se establece la discusión.
Lo vamos a señalar
sumariamente, dado que son cuestiones que he desarrollado ya en diferentes
contextos, y que también han expuesto otros autores en algunos casos (1). La
lectura por nosotros planteada sobre lo posmoderno ya en 1989, ha alcanzado
ciertos puntos en común con la sugerente interpretación que –por su propia
parte- plantea Fredric Jameson al respecto (2).
1.Lo posmoderno no es “lo contrario” de lo moderno, sino su
rebasamiento (Vattimo). Es la modernidad misma que en su autocumplimiento
invierte sus modalidades y efectos culturales. El descrédito de la razón, la
ciencia y la técnica no ha surgido de una “negación simple” de estas, sino de
su concreción histórico-factual, de su realización.
Lo anterior, trabajado ya
por Heidegger en Sendas perdidas (3), implica que la modernización
científico-técnica continúa, y que su deslegitimación proviene precisamente de
su exacerbación y despliegue. Por tanto, es erróneo culpar al irracionalismo de
la caída del prestigio de la razón y el fundamento. Estos han caído como fruto
del avance científico y técnico a cierto nivel de su presencia en la
organización de la vida social.
La televisión, el
Internet, los viajes intercontinentales en pocas horas, los videojuegos, son
todos efectos tecnológicos de la modernización que carnavalizan la percepción y
destituyen el yo centrado, en el sentido de la mentalidad posmoderna. Todo ello
es fruto de la modernidad racionalista, como lo son también las totalizaciones
universalistas de la razón que llevaron a su negación por vía de la
reivindicación de lo singular y de la diferencia. E incluso es a la modernidad
misma a quien se deben las negaciones antirracionalistas que desembocaron en
estado práctico hacia lo posmoderno: las vanguardias artísticas enfrentaron el
autoritarismo de las nociones burocráticas del tiempo, el espacio y la
representación. Hoy, estetizan la existencia, pero desde la banalización que la
publicidad televisiva realiza de aquellos intentos artísticos de rebeldía. Esta
pérdida del impulso emancipatorio opera precisamente por el fracaso de la razón
para hacer del progreso, la libertad y la solidaridad otra cosa que buenas
palabras, en nombre de las cuales a menudo se escondieron el totalitarismo y la
barbarie. Hoy se hace difícil convencer de las bondades de esos valores, si no
se es capaz de problematizar su vigencia en relación con las nuevas realidades
socioculturales.
Lo anterior importa que
los “racionalistas” suelen ignorar el lugar decisivo que le cabe a la razón
universalista en su propio colapso. No advierten la necesariedad del proceso
histórico de autocumplimiento por el cual la razón organizó la cultura, y
produjo su necesaria negación primera y rebasamiento posterior. Es el proyecto
científico-técnico de dominio del mundo –aquel al cual la razón occidental se
liga- el cual ha promovido como resultado –en su propia imposición- una cultura
que resiste a sus principios iniciales. La cultura posmoderna no existe porque
existan autores que estudien lo posmoderno, o que sean posmodernistas (ambas
cosas, por cierto, no son necesariamente lo mismo): existe porque hay factores
estructurales que llevaron al agotamiento de los efectos progresivos de la
razón moderna.
2.Retomando el punto anterior, no es que exista cultura posmoderna
como fruto de la mala enseñanza de filósofos y artistas posmodernistas. Pensar
esto, es situarse en el peor de los espiritualismos, que pondría a la teoría en
un lugar de constitución de opinión pública y de estilos colectivos de
existencia que está a años luz de poseer (y no sólo en esta época de descrédito
de lo intelectual). Nunca la teoría ha sido otra cosa que un fruto
conceptualizado de tendencias culturales en acto en la sociedad. De modo que
poco se ganaría con acallar las voces de los autores posmodernistas: la cultura
posmoderna de lo visual, el universo cotidiano “light”, no dependen en absoluto
de ellos.
Por tanto es en el plano
práctico-político, en el espacio colectivo de la construcción de opinión, donde
debe trabajarse la cuestión. Pero asumiendo que no hay lugar para el simple
voluntarismo. Las condiciones epocales dependen de factores estructurales no
elegidos por los actores sociales. Por ello, es de advertir que la cultura
posmoderna ha llegado para quedarse, nos gusten o no los valores que ella
vehiculiza. Y aquellos que queremos reinstalar el peso de ciertos valores
generales como la solidaridad o la autonomía decisional (me incluyo entre
ellos), deberemos asumir que estos valores no son “naturales” y no hallarán
ninguna imaginada espontánea reinscripción. Deberán instalarse dentro del
conflicto actual de las interpretaciones, y dentro de formatos que los hagan
interesantes y convocantes para los actuales estilos “zapping” de percepción.
Lo cual plantea -soy conciente de ello- no pocas paradojas y perplejidades.
Pero lo peor sería ignorar
la peculiaridad cultural del presente en nombre de un “deber ser” apriorístico
según el cual la modernidad racionalista era el modelo ideal, y habría que
sostenerla abstractamente contra lo presente. Ello no se haría cargo ni de los
males autoritarios que la modernidad conllevó, ni de su responsabilidad
intrínseca en la actual hegemonía de lo
posmoderno. Y promovería el esperable rechazo frontal desde quienes están
atravesados por las actuales modalidades de percepción y actuación (punto en el
cual es muy útil el aporte de autores como Hopenhayn).
3.Otra cuestión asociada (cada uno de estos puntos no es
analíticamente independiente de los otros, sino son “momentos” de una sola
concepción global que los implica): resulta imposible acabar con lo posmoderno
a partir de solas refutaciones teóricas.
Lo posmoderno depende de
condiciones materiales de existencia. El desarrollo científico y técnico, por
un lado, y por otro el cumplimiento histórico (fracasado) de la realización del
progreso científico como solución de los problemas sociales, y de la revolución
social según el modelo ofrecido desde la revolución soviética a todas las luego
realizadas en nombre del socialismo. Positivismo y marxismo, las dos grandes
promesas históricas de la razón surgidas del optimismo del siglo XIX,
terminaron cercanas al totalitarismo y la despersonalización. No quiero con
ello afirmar que la ciencia analítica y el marxismo no tengan cosas válidas que
aportar actualmente: es más, se notará la presencia de la dialéctica dentro del
análisis que hago del fenómeno posmoderno. Pero estoy aludiendo a la promesa
histórica global, no al valor explicativo de la teoría. Promesa que –en cuanto
al marxismo-podrá seguir presente sólo en la medida en que sea capaz de
reconvertirse a un modelo histórico y cultural renovado (cosa para nada
imposible, pero de ningún modo trivial).
En todo caso, quiero
enfatizar el enclave de lo posmoderno en las condiciones concretas de vida, en
las posibilidades de las actuales tecnologías visuales, y en la destitución del
“yo centrado” moderno que ellas conllevan. De modo que los reconocidos alegatos
racionalistas de poco sirven, si no advierten que se han agotado las
condiciones históricas que hicieron posible su anterior eficacia y hegemonía.
Están obligados a asumir que la resolución de esta temática es
histórico-práctica antes que intrateórica. Y que en ese plano habrá que admitir
aquello que de “destinación” (Vattimo) tiene el presente: no serviría llamar a
tirar cada día un televisor por la ventana. Tendremos que escudriñar cuál es el
lugar para sostener conceptos y valores en este mundo regido por la
estimulación visual permanente.
4.Es una muestra de incomprensión de lo posmoderno, incluir allí
autores como Foucault y Derrida. No desconozco que esto es practicado por
muchos que se autorreclaman posmodernos, pero ello no quita la inespecificidad
del rótulo. Lo posmoderno no es cualquier tipo de desfundamentación, y menos
aún de deconstrucción.
El posestructuralismo, que
incluye autores como los citados más Deleuze, y los últimos Barthes y Lacan, es
el que plantea el lenguaje autorreferenciado. Nada de eso se ve en autores
posmodernistas (Lipovertski, Lyotard, Vattimo, Rorty), excepto parcialmente en
Baudrillard, quien de cualquier modo enfatiza los signos visuales y no los
lingüísticos. Por otra parte, los posmodernistas escriben con posterioridad al
auge posestructuralista, aunque parcialmente hayan coincidido en el tiempo
(caso Derrida, quien sigue escribiendo mientras ya murió Lyotard). El
posestructuralismo produjo al máximo en los años setentas, el posmodernismo en
los ochentas y aún noventas. Y tal diferencia temporal no se dio sin motivos:
las condiciones de la cultura han sido disímiles en ambos momentos.
Los autores de ambos
“subconjuntos” (que no son para nada grupos) han apelado a temas parecidos (la
diferencia, la guerra al todo, el ataque a la razón universalista), y a las
mismas fuentes (Heidegger, Nietzsche). Pero ello, desde “momentos culturales”
diferentes. En el primer caso, lo hicieron aún al interior de la modernidad
dentro de su espacio temporal de disolución última (por ello, el talante áurico
de su escritura, donde hay lugar para la crítica, donde se quiere disolver
desde ella la positividad cultural vigente). En cambio, para los posmodernos,
la caída de los “grandes relatos” ya acaeció. No hay más talante crítico-negativo,
sino aceptación de la nueva chance histórica (Vattimo), instalación dentro de
las coordenadas donde se ha objetivado ya la cultura en los hechos.
La mutua diferencia no es
un matiz, sino que hace a la intelección de la distancia entre el talante posmoderno
y lo que he llamado “modernidad negativa”, la cual constituyó la fase crítica
necesaria al predominio de la razón técnica en los diversos estadios de la
modernidad (4). Derrida y Foucault no pueden considerarse posmodernos no
solamente porque no hayan dicho serlo, sino porque sus teorías resultan
incompatibles con las específicas características propias de la posmodernidad
(por ej., la insistencia de Foucault en la noción de “resistencia”, o la
apelación de Derrida a Marx, mientras en contraste Baudrillard pretende
enterrar el legado del autor alemán en El espejo de la producción).
Se advertirá hasta qué
punto quienes confunden a los autores de ambos “momentos”, no han asumido una
concepción clara de las relaciones entre modernidad hegemónica, posmodernidad y
“modernidad negativa”, y las mutuas relaciones entre ellas, dentro del decurso
histórico que ha desembocado en el presente.
5.La posmodernidad es un estilo cultural de época, el
posmodernismo un movimiento artístico y teórico que asume como propios los
valores de ese estilo cultural. El neoliberalismo, en cambio, una estrategia
ideológica para imponer determinados planes económicos. Por tanto,
posmodernidad y neoliberalismo son fuertemente diferentes, y por ello
precisamente no incompatibles, en tanto no buscan ocupar el mismo espacio.
La posmodernidad no ha
sido fruto de acciones concientes que la produjeran, aun cuando espíritus
paranoides crean encontrar allí frutos de enseñanzas erróneas y asaltos a la
razón. En cambio, el neoliberalismo tiene agentes y mentores muy precisos, y es
una ideología explícita en oposición con otras, aun cuando hoy se haya
integrado en una especie de “pensamiento único”.
Por cierto que –como
enfatizan los antiposmodernos- en ambos casos se apoya valores individualistas.
Pero ello no puede llevar a identificarlos mutuamente, ni a pensar en una
especie de suma simple de factores diversos. Entender la mutua implicación de
los dos fenómenos, requiere su previa distinción analítica estricta. De lo
contrario, despliegues diversos en su amplitud y su espacio de eficacia son
mezclados o superpuestos.
Lo posmoderno es el
“suelo” cultural en que nos toca actuar. Oponerse simplemente a él sería por
completo estéril. Pero habrá que estipular cómo actuar en él si es que queremos
sostener valores que hemos heredado de la modernidad (justicia, libertad, etc.)
. El neoliberalismo atenta contra esos valores, y halla en el suelo de la
cultura posmoderna un buen humus para limitar la capacidad crítica y las
actitudes de resistencia. Pero nuestra oposición al neoliberalismo no podría
plantearse también contra lo posmoderno, sino dentro de lo posmoderno, aún
cuando se pretendiera cambiarlo o trascenderlo. Ello implica todo un programa
en cuanto a las formas de reconstitución de los procedimientos de convocatoria
y de práctica política alternativos a lo hoy dominante.
La confusión entre
neoliberalismo y posmodernismo poco ayuda a que nos entendamos, aún cuando
existan quienes adhieren a ambos a la vez. Se requiere quitarse de encima esa
identificación lisa y llana, para que podamos a partir de la distinción
advertir las articulaciones, que de hecho sin duda existen. Las he trabajado
explícitamente en un texto dedicado al tema (5). Pero a menudo la confusión se
establece a partir de la idea de que lo posmoderno no es un suelo cultural
compartido, sino exclusivamente una toma de partido asumida, lo cual expone una
fuerte incomprensión de la densidad de época que se da en el fenómeno.
Y last but not least,
personalmente creo que hace ya tiempo que se ha producido un “fin de fiesta” en
lo posmoderno (6). Y que del “todo vale” es fácil derivar al “todo da igual”,
entendido ahora en el sentido más trágico. Hay vacío de normatividad en la
sociedad posmodernizada. Comparto esta idea central, sólo que entiendo que la
recomposición normativa no podría hacerse con pretensiones de universalidad y
unicidad que hoy resultarían simplemente anacrónicas. Pero de ningún modo creo
que lo posmoderno implique simplemente un alivianamiento aproblemático de la
experiencia. Se ha estudiado bien las nuevas formas de sufrimiento y de
angustia que asolan a la cultura “light” (7)
Tal vez a partir de todas
estas precisiones llegue la ocasión de un diálogo de otro tipo con los autores
“racionalistas”, que no se base en la simple descalificación que suelen hacer
de lo posmoderno. Así, tal vez llegue la ocasión en que muchos autodeclarados
“depositarios exclusivos de la razón” puedan asumir que el giro crítico sobre
la razón es un movimiento interno al decurso de la razón misma. Y que para que
Nietzsche pudiera hacer sus imprecaciones contra la mentira que habita en la
noción de conocimiento desinteresado, fue necesario que se constituyera
definidamente como un ilustrado (8). Sólo puede haber crítica de la Ilustración
gracias a la consumación de la Ilustración, y una y la otra no se oponen
simplemente. Por ello, se equivocan aquellos que niegan a quienes sostenemos la
vigencia de lo posmoderno, el derecho a hablar en términos de emancipación:
bajo nuevos casilleros culturales, la posmodernidad se revela como hija y
continuadora inalienable del legado de la modernidad.
(*)Profesor de grado y posgrado, Fac. de Ciencias Políticas y
Sociales, Univ. Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina)
Notas y referencias
(1)Sobre todo nuestro libro Modernidad y posmodernidad: una óptica
desde América Latina, Aique/Rei/IDEAS, cap. 1. También J.Jaramillo: Modernidad
y posmodernidad en Latinoamérica, Centro de Escritores de Manizales, Colombia,
1995
(2)Ver F.Jameson, El giro cultural, op.cit.
(3)Heidegger, M.: “La época de la imagen del mundo”, en
M.Heidegger: Sendas perdidas, varias ediciones
(4)Mi texto Modernidad y posmodernidad: una óptica..., op.cit
(5)”Inflexión posmoderna y calamidad neoliberal”, en J.Martín-Barbero
y otros: Cultura y globalización, CES/Univ. Nacional, Bogotá, 1999
(6)Follari, R.: “Lo posmoderno en la encrucijada”, en R.Follari y
R.Lanz (comps.): Enfoques sobre posmodernidad en América Latina, Sentido,
Caracas, 1998. “Inflexión posmoderna: final de fiesta” es el subtítulo de
página 139.
(7)Rojas, M. y Sternbach, S.: Entre dos siglos (una lectura
psicoanalítica de la posmodernidad), Lugar edit., Bs.Aires, 1994
(8)Ver la interpretación antideconstruccionista de Nietzsche
sostenida por M.Cacciari en su libro Desde Nietzsche. Tiempo, arte, política,
Biblos, Bs.Aires, 1994
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