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viernes, 17 de febrero de 2012

PENSAR LA POSMODERNIDAD



PENSAR LA POSMODERNIDAD

por  Roberto Follari (*)

  A pesar de evidentes diferencias, es cierto que quienes sostenemos la existencia de lo posmoderno en la actualidad, compartimos algunos diagnósticos con autores que rechazan a la noción de posmodernidad y critican a quienes la sustentamos. A menudo concordamos sobre aspectos centrales de la contemporaneidad política, como la pérdida de capacidad crítica de muchos intelectuales, y el atolondramiento colectivo inducido en gran medida desde el peso constitutivo que hoy guardan los mass media.

   Pero la lectura teórica de la relación de estas cuestiones con la de lo posmoderno, es definidamente diferente. Y ello, en la medida en que tales autores muestran (como es habitual en quienes hablan desde un racionalismo “antiposmoderno”) una radical incomprensión del fenómeno sobre el cual se establece la discusión.

  Lo vamos a señalar sumariamente, dado que son cuestiones que he desarrollado ya en diferentes contextos, y que también han expuesto otros autores en algunos casos (1). La lectura por nosotros planteada sobre lo posmoderno ya en 1989, ha alcanzado ciertos puntos en común con la sugerente interpretación que –por su propia parte- plantea Fredric Jameson al respecto (2).

1.Lo posmoderno no es “lo contrario” de lo moderno, sino su rebasamiento (Vattimo). Es la modernidad misma que en su autocumplimiento invierte sus modalidades y efectos culturales. El descrédito de la razón, la ciencia y la técnica no ha surgido de una “negación simple” de estas, sino de su concreción histórico-factual, de su realización.

  Lo anterior, trabajado ya por Heidegger en Sendas perdidas (3), implica que la modernización científico-técnica continúa, y que su deslegitimación proviene precisamente de su exacerbación y despliegue. Por tanto, es erróneo culpar al irracionalismo de la caída del prestigio de la razón y el fundamento. Estos han caído como fruto del avance científico y técnico a cierto nivel de su presencia en la organización de la vida social.

  La televisión, el Internet, los viajes intercontinentales en pocas horas, los videojuegos, son todos efectos tecnológicos de la modernización que carnavalizan la percepción y destituyen el yo centrado, en el sentido de la mentalidad posmoderna. Todo ello es fruto de la modernidad racionalista, como lo son también las totalizaciones universalistas de la razón que llevaron a su negación por vía de la reivindicación de lo singular y de la diferencia. E incluso es a la modernidad misma a quien se deben las negaciones antirracionalistas que desembocaron en estado práctico hacia lo posmoderno: las vanguardias artísticas enfrentaron el autoritarismo de las nociones burocráticas del tiempo, el espacio y la representación. Hoy, estetizan la existencia, pero desde la banalización que la publicidad televisiva realiza de aquellos intentos artísticos de rebeldía. Esta pérdida del impulso emancipatorio opera precisamente por el fracaso de la razón para hacer del progreso, la libertad y la solidaridad otra cosa que buenas palabras, en nombre de las cuales a menudo se escondieron el totalitarismo y la barbarie. Hoy se hace difícil convencer de las bondades de esos valores, si no se es capaz de problematizar su vigencia en relación con las nuevas realidades socioculturales.

  Lo anterior importa que los “racionalistas” suelen ignorar el lugar decisivo que le cabe a la razón universalista en su propio colapso. No advierten la necesariedad del proceso histórico de autocumplimiento por el cual la razón organizó la cultura, y produjo su necesaria negación primera y rebasamiento posterior. Es el proyecto científico-técnico de dominio del mundo –aquel al cual la razón occidental se liga- el cual ha promovido como resultado –en su propia imposición- una cultura que resiste a sus principios iniciales. La cultura posmoderna no existe porque existan autores que estudien lo posmoderno, o que sean posmodernistas (ambas cosas, por cierto, no son necesariamente lo mismo): existe porque hay factores estructurales que llevaron al agotamiento de los efectos progresivos de la razón moderna.  

2.Retomando el punto anterior, no es que exista cultura posmoderna como fruto de la mala enseñanza de filósofos y artistas posmodernistas. Pensar esto, es situarse en el peor de los espiritualismos, que pondría a la teoría en un lugar de constitución de opinión pública y de estilos colectivos de existencia que está a años luz de poseer (y no sólo en esta época de descrédito de lo intelectual). Nunca la teoría ha sido otra cosa que un fruto conceptualizado de tendencias culturales en acto en la sociedad. De modo que poco se ganaría con acallar las voces de los autores posmodernistas: la cultura posmoderna de lo visual, el universo cotidiano “light”, no dependen en absoluto de ellos.

  Por tanto es en el plano práctico-político, en el espacio colectivo de la construcción de opinión, donde debe trabajarse la cuestión. Pero asumiendo que no hay lugar para el simple voluntarismo. Las condiciones epocales dependen de factores estructurales no elegidos por los actores sociales. Por ello, es de advertir que la cultura posmoderna ha llegado para quedarse, nos gusten o no los valores que ella vehiculiza. Y aquellos que queremos reinstalar el peso de ciertos valores generales como la solidaridad o la autonomía decisional (me incluyo entre ellos), deberemos asumir que estos valores no son “naturales” y no hallarán ninguna imaginada espontánea reinscripción. Deberán instalarse dentro del conflicto actual de las interpretaciones, y dentro de formatos que los hagan interesantes y convocantes para los actuales estilos “zapping” de percepción. Lo cual plantea -soy conciente de ello- no pocas paradojas y perplejidades.

  Pero lo peor sería ignorar la peculiaridad cultural del presente en nombre de un “deber ser” apriorístico según el cual la modernidad racionalista era el modelo ideal, y habría que sostenerla abstractamente contra lo presente. Ello no se haría cargo ni de los males autoritarios que la modernidad conllevó, ni de su responsabilidad intrínseca en la actual  hegemonía de lo posmoderno. Y promovería el esperable rechazo frontal desde quienes están atravesados por las actuales modalidades de percepción y actuación (punto en el cual es muy útil el aporte de autores como Hopenhayn).

3.Otra cuestión asociada (cada uno de estos puntos no es analíticamente independiente de los otros, sino son “momentos” de una sola concepción global que los implica): resulta imposible acabar con lo posmoderno a partir de solas refutaciones teóricas.

  Lo posmoderno depende de condiciones materiales de existencia. El desarrollo científico y técnico, por un lado, y por otro el cumplimiento histórico (fracasado) de la realización del progreso científico como solución de los problemas sociales, y de la revolución social según el modelo ofrecido desde la revolución soviética a todas las luego realizadas en nombre del socialismo. Positivismo y marxismo, las dos grandes promesas históricas de la razón surgidas del optimismo del siglo XIX, terminaron cercanas al totalitarismo y la despersonalización. No quiero con ello afirmar que la ciencia analítica y el marxismo no tengan cosas válidas que aportar actualmente: es más, se notará la presencia de la dialéctica dentro del análisis que hago del fenómeno posmoderno. Pero estoy aludiendo a la promesa histórica global, no al valor explicativo de la teoría. Promesa que –en cuanto al marxismo-podrá seguir presente sólo en la medida en que sea capaz de reconvertirse a un modelo histórico y cultural renovado (cosa para nada imposible, pero de ningún modo trivial).

  En todo caso, quiero enfatizar el enclave de lo posmoderno en las condiciones concretas de vida, en las posibilidades de las actuales tecnologías visuales, y en la destitución del “yo centrado” moderno que ellas conllevan. De modo que los reconocidos alegatos racionalistas de poco sirven, si no advierten que se han agotado las condiciones históricas que hicieron posible su anterior eficacia y hegemonía. Están obligados a asumir que la resolución de esta temática es histórico-práctica antes que intrateórica. Y que en ese plano habrá que admitir aquello que de “destinación” (Vattimo) tiene el presente: no serviría llamar a tirar cada día un televisor por la ventana. Tendremos que escudriñar cuál es el lugar para sostener conceptos y valores en este mundo regido por la estimulación visual permanente.

4.Es una muestra de incomprensión de lo posmoderno, incluir allí autores como Foucault y Derrida. No desconozco que esto es practicado por muchos que se autorreclaman posmodernos, pero ello no quita la inespecificidad del rótulo. Lo posmoderno no es cualquier tipo de desfundamentación, y menos aún de deconstrucción.

  El posestructuralismo, que incluye autores como los citados más Deleuze, y los últimos Barthes y Lacan, es el que plantea el lenguaje autorreferenciado. Nada de eso se ve en autores posmodernistas (Lipovertski, Lyotard, Vattimo, Rorty), excepto parcialmente en Baudrillard, quien de cualquier modo enfatiza los signos visuales y no los lingüísticos. Por otra parte, los posmodernistas escriben con posterioridad al auge posestructuralista, aunque parcialmente hayan coincidido en el tiempo (caso Derrida, quien sigue escribiendo mientras ya murió Lyotard). El posestructuralismo produjo al máximo en los años setentas, el posmodernismo en los ochentas y aún noventas. Y tal diferencia temporal no se dio sin motivos: las condiciones de la cultura han sido disímiles en ambos momentos.

  Los autores de ambos “subconjuntos” (que no son para nada grupos) han apelado a temas parecidos (la diferencia, la guerra al todo, el ataque a la razón universalista), y a las mismas fuentes (Heidegger, Nietzsche). Pero ello, desde “momentos culturales” diferentes. En el primer caso, lo hicieron aún al interior de la modernidad dentro de su espacio temporal de disolución última (por ello, el talante áurico de su escritura, donde hay lugar para la crítica, donde se quiere disolver desde ella la positividad cultural vigente). En cambio, para los posmodernos, la caída de los “grandes relatos” ya acaeció. No hay más talante crítico-negativo, sino aceptación de la nueva chance histórica (Vattimo), instalación dentro de las coordenadas donde se ha objetivado ya la cultura en los hechos.

  La mutua diferencia no es un matiz, sino que hace a la intelección de la distancia entre el talante posmoderno y lo que he llamado “modernidad negativa”, la cual constituyó la fase crítica necesaria al predominio de la razón técnica en los diversos estadios de la modernidad (4). Derrida y Foucault no pueden considerarse posmodernos no solamente porque no hayan dicho serlo, sino porque sus teorías resultan incompatibles con las específicas características propias de la posmodernidad (por ej., la insistencia de Foucault en la noción de “resistencia”, o la apelación de Derrida a Marx, mientras en contraste Baudrillard pretende enterrar el legado del autor alemán en El espejo de la producción).

  Se advertirá hasta qué punto quienes confunden a los autores de ambos “momentos”, no han asumido una concepción clara de las relaciones entre modernidad hegemónica, posmodernidad y “modernidad negativa”, y las mutuas relaciones entre ellas, dentro del decurso histórico que ha desembocado en el presente.

5.La posmodernidad es un estilo cultural de época, el posmodernismo un movimiento artístico y teórico que asume como propios los valores de ese estilo cultural. El neoliberalismo, en cambio, una estrategia ideológica para imponer determinados planes económicos. Por tanto, posmodernidad y neoliberalismo son fuertemente diferentes, y por ello precisamente no incompatibles, en tanto no buscan ocupar el mismo espacio.

  La posmodernidad no ha sido fruto de acciones concientes que la produjeran, aun cuando espíritus paranoides crean encontrar allí frutos de enseñanzas erróneas y asaltos a la razón. En cambio, el neoliberalismo tiene agentes y mentores muy precisos, y es una ideología explícita en oposición con otras, aun cuando hoy se haya integrado en una especie de “pensamiento único”.

  Por cierto que –como enfatizan los antiposmodernos- en ambos casos se apoya valores individualistas. Pero ello no puede llevar a identificarlos mutuamente, ni a pensar en una especie de suma simple de factores diversos. Entender la mutua implicación de los dos fenómenos, requiere su previa distinción analítica estricta. De lo contrario, despliegues diversos en su amplitud y su espacio de eficacia son mezclados o superpuestos.

  Lo posmoderno es el “suelo” cultural en que nos toca actuar. Oponerse simplemente a él sería por completo estéril. Pero habrá que estipular cómo actuar en él si es que queremos sostener valores que hemos heredado de la modernidad (justicia, libertad, etc.) . El neoliberalismo atenta contra esos valores, y halla en el suelo de la cultura posmoderna un buen humus para limitar la capacidad crítica y las actitudes de resistencia. Pero nuestra oposición al neoliberalismo no podría plantearse también contra lo posmoderno, sino dentro de lo posmoderno, aún cuando se pretendiera cambiarlo o trascenderlo. Ello implica todo un programa en cuanto a las formas de reconstitución de los procedimientos de convocatoria y de práctica política alternativos a lo hoy dominante.

  La confusión entre neoliberalismo y posmodernismo poco ayuda a que nos entendamos, aún cuando existan quienes adhieren a ambos a la vez. Se requiere quitarse de encima esa identificación lisa y llana, para que podamos a partir de la distinción advertir las articulaciones, que de hecho sin duda existen. Las he trabajado explícitamente en un texto dedicado al tema (5). Pero a menudo la confusión se establece a partir de la idea de que lo posmoderno no es un suelo cultural compartido, sino exclusivamente una toma de partido asumida, lo cual expone una fuerte incomprensión de la densidad de época que se da en el fenómeno.

  Y last but not least, personalmente creo que hace ya tiempo que se ha producido un “fin de fiesta” en lo posmoderno (6). Y que del “todo vale” es fácil derivar al “todo da igual”, entendido ahora en el sentido más trágico. Hay vacío de normatividad en la sociedad posmodernizada. Comparto esta idea central, sólo que entiendo que la recomposición normativa no podría hacerse con pretensiones de universalidad y unicidad que hoy resultarían simplemente anacrónicas. Pero de ningún modo creo que lo posmoderno implique simplemente un alivianamiento aproblemático de la experiencia. Se ha estudiado bien las nuevas formas de sufrimiento y de angustia que asolan a la cultura “light” (7)

  Tal vez a partir de todas estas precisiones llegue la ocasión de un diálogo de otro tipo con los autores “racionalistas”, que no se base en la simple descalificación que suelen hacer de lo posmoderno. Así, tal vez llegue la ocasión en que muchos autodeclarados “depositarios exclusivos de la razón” puedan asumir que el giro crítico sobre la razón es un movimiento interno al decurso de la razón misma. Y que para que Nietzsche pudiera hacer sus imprecaciones contra la mentira que habita en la noción de conocimiento desinteresado, fue necesario que se constituyera definidamente como un ilustrado (8). Sólo puede haber crítica de la Ilustración gracias a la consumación de la Ilustración, y una y la otra no se oponen simplemente. Por ello, se equivocan aquellos que niegan a quienes sostenemos la vigencia de lo posmoderno, el derecho a hablar en términos de emancipación: bajo nuevos casilleros culturales, la posmodernidad se revela como hija y continuadora inalienable del legado de la modernidad. 

(*)Profesor de grado y posgrado, Fac. de Ciencias Políticas y Sociales, Univ. Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina)

Notas y referencias

(1)Sobre todo nuestro libro Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina, Aique/Rei/IDEAS, cap. 1. También J.Jaramillo: Modernidad y posmodernidad en Latinoamérica, Centro de Escritores de Manizales, Colombia, 1995

(2)Ver F.Jameson, El giro cultural, op.cit.

(3)Heidegger, M.: “La época de la imagen del mundo”, en M.Heidegger: Sendas perdidas, varias ediciones

(4)Mi texto Modernidad y posmodernidad: una óptica..., op.cit

(5)”Inflexión posmoderna y calamidad neoliberal”, en J.Martín-Barbero y otros: Cultura y globalización, CES/Univ. Nacional, Bogotá, 1999

(6)Follari, R.: “Lo posmoderno en la encrucijada”, en R.Follari y R.Lanz (comps.): Enfoques sobre posmodernidad en América Latina, Sentido, Caracas, 1998. “Inflexión posmoderna: final de fiesta” es el subtítulo de página 139.

(7)Rojas, M. y Sternbach, S.: Entre dos siglos (una lectura psicoanalítica de la posmodernidad), Lugar edit., Bs.Aires, 1994

(8)Ver la interpretación antideconstruccionista de Nietzsche sostenida por M.Cacciari en su libro Desde Nietzsche. Tiempo, arte, política, Biblos, Bs.Aires, 1994

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