EL
CURRÍCULUM ESCOLAR:
DILEMAS
ACTUALES Y LÍNEAS DE CAMBIO FUTURAS
Antonio
Bolívar [1] Universidad de Granada
Resumen/ Abstract
El artículo
analiza algunos de los grandes
dilemas acerca de qué currículum escolar
debe tener la escolaridad y cómo organizarlo, así como alguna líneas
del cambio curricular hacia
dónde ir. Partiendo de que nos encontramos ante una imperceptible reconversión del sistema escolar, se plantea cómo resignificar los
saberes escolares, los nuevos discursos de la diversidad y el multiculturalismo, en un escenario progresivamente
fragmentado. Por su parte, las líneas del cambio sitúan la cultura que deba configurar el currículum,
confiar en movilizar las energías
internas de la escuela como motor del cambio, y después de habernos dirigido
a la escuela nos hemos dado cuenta de que no se puede olvidar
el trabajo en el aula.
Palabras clave:
Currículum, cambio educativo, dilemas
educativo, cultura escolar
Quiero analizar cuáles son las principales Aagendas@ en el ámbito del currículum
escolar, al final de la modernidad tardía que agoniza y en el nuevo
milenio que hemos estrenado. Preguntarse por el currículum
escolar es hacerlo por la función social de la escuela, eso sí cifrándose especialmente en qué conocimiento se transmite/debe
hacerse y qué organización de contenidos educativos es más adecuada/defendible en la formación
de los ciudadanos. Como dice Carlos Cullen (1997: 34), con motivo de la reforma curricular
sudamericana, en realidad, un currículum explicita, de alguna manera, las complejas relaciones del conocimiento con la sociedad, lo que supone un cierto control social del conocimiento escolar. Esto implica que el
currículum es: (a) un modo de relacionarse con el conocimiento (enseñanza-aprendizaje),
presuponiendo un modelo deseable
de construcción del sujeto social
del conocimiento;
(b) una forma de entender ese conocimiento (contenidos educativos) y,
por ello, un inevitable control sobre qué conocimientos deban socialmente
circular en la escuela; y (c) una manera
de configurar las relaciones del conocimiento
con la vida cotidiana y prácticas sociales, es decir,
sobre los fines sociales del conocimiento.
La
característica definitoria de los conocimientos
escolares, señala Cullen (1997: 35),
es que socializan en conocimientos legitimados
públicamente, con un determinado Aformato@ de organización. Justo por ello, siempre están necesitados de criterios de justifiquen su selección
y legitimación. Por eso también, las eternas cuestiones del currículum
son: )qué conocimientos/cultura es más valiosa seleccionar para la escolaridad?, )de qué modo organizarlo?, )qué
practicas de enseñanza-aprendizaje pueden ser más apropiadas?, o )qué formas de evaluación pueden captar mejor
los efectos de la práctica curricular?.
Estamos viviendo, de un modo imperceptible, una reestructuración o Areconversión@ (como ha dicho Escudero, 1994) del sistema escolar.
La extensión del ethos de la empresa privada
a los servicios públicos (el
llamado Anew public management@),
junto a una grave crisis del ideal republicano
de escuela, están mudando lo que era el objetivo
de la escuela pública: un modo de
socialización común, integrador de la ciudadanía. Como señalaba en otro lugar
(Bolívar, 2000b), acabamos el siglo XX un tanto desengañados de las grandes
metanarrativas que daban identidad al proyecto educativo de
la modernidad,
o al menos con un debilitamiento
de las bases ideológicas que lo sustentaban; y lo peor es que tampoco hay grandes
alternativas de lo que deba ser
en el futuro, si no es Bpor lo prontoB
la necesidad de oponerse a los renovados
discursos de la calidad,
procedentes de la ofensiva neoliberal, que substraen la educación de la esfera
pública moderna para situarlo
como un bien de consumo privado.
Históricamente el currículum
nacional (o Aprogramas@ de enseñanza) tenían como misión
Bmás
que la movilidad socialB
la integración y socialización política
de los individuos, más allá
de sus contextos locales o familiares. La escuela pública es
hija del proceso de formación del
Estado moderno. Dar una identidad
colectiva a las nuevas naciones,
así como una distribución de los roles sociales, son
tareas que la escuela realizó en conjunción con la formación de los Estados modernos. Como han puesto magistralmente de manifiesto,
entre otros, Ramírez
(Ramírez y Ventresca, 1992) la
escolarización de masas se produce,
primariamente, con un asombroso isomorfismo ideológico y organizativo entre
los diferentes países
occidentales, como consecuencia del proyecto moderno de constitución
de las Naciones-Estado, y no tanto de formación de la fuerza
de trabajo o por demanda social:
ALa escolarización masiva se convierte
en un conjunto central de actividades a través de
las cuales se forman los vínculos
recíprocos entre los individuos y los estados-nación@. La educación se
configura como el principal
dispositivo para la creación de ciudadanos, tanto
para contribuir al progreso de la nación,
como para compartir los fines y valores sociales.
La
Aindiferencia a las diferencias@, que Bourdieu y Passeron (1964) denunciaran en su temprana obra, completado
con su conocido estudio sobre la reproducción, dió lugar Bcomo repetidamente ha mostrado la
sociología de la educaciónB, a reproducir las desigualdades. En una primera ola, motivó tenerlas en cuenta promoviendo una discriminación positiva: zonas de educación prioritarias o proyectos de compensatoria fueron algunas realizaciones, en los que se
pretendía dar más a los que menos
tienen. Pero también aquí se cebó la
sociología de la educación mostrando que la escuela
no puede compensar las desigualdades de partida. Por ello,
tras la eclipse de la vana pretensión de la igualdad de oportunidades, más postmodernamente, se propone ser sensible a dichas diferencias
para, dada la incapacidad para superarlas, Aadaptarse@ a ellas. Como lucidamente analiza J.-L.
Derouet (1998) diferentes lógicas sucesivas (lograr la igualdad por la diversificación, racionalizar la gestión
para un mejor
rendimiento, o satisfacción de los usuarios) han confluido en la autonomía de las escuelas,
que Ben cualquier casoB introduce una seria Afractura@ en lo que fue el proyecto de escuela
pública.
Si la educación universal, al final, resultó
un fraude, pues bajo su universalidad se reproducían
las diferencias sociales, sin posibilitar una integración real; sacando
consecuencias de las promesas no cumplidas,
el supuesto actual de reconocer las diferencias, puede dar lugar a reforzar, desde otras bases teóricas, la desigualdad de partida. De este modo, sin ser conscientes, se ha oscurecido la ideal republicano de la escuela como servicio
público, que tenía
como meta dar a todos, sin
discriminación, la cultura y saberes generales
y comunes, de modo que
permitiera la integración de la ciudadanía. Ahora se induce a un currículum definido localmente por
cada escuela y donde, frente a la igualdad
de oportunidades, al menos formal, que se
pretendió; cada escuela
redefina el currículum según lo que considere Abueno@
para ellos. El referente cívico de justo para todos, se altera por un "bueno" para nosotros, cuando no por una
lógica de eficiencia (calidad)
en la gestión o imagen por los usuarios (López Rupérez et al.,
1999; Escudero,
1999, Bolívar, 2000c).
Tras esta presentación/introducción, voy a organizar
el discurso en una primera parte
de análisis diagnóstico de la situación, seleccionando algunos (habría más) dilemas que nos configuran; para Ben una
segunda y finalB plantear qué líneas
sobre a dónde dirigirse parecen dibujarse en el horizonte inmediato.
1.
ALGUNOS DILEMAS DE NUESTRO PRESENTE ACERCA DE QUÉ CURRÍCULUM ESCOLAR Y CÓMO
ORGANIZARLO
En
un ensayo reciente de Bruner (1997) sobre Ala complejidad de los objetivos educativos@ señala que nuestro
tiempo está atrapado de
contradicciones, que resultan ser antinomias,
que aportan buena base para la reflexión, pudiendo convertirlas en Alecciones
para los tiempos cambiantes
que se avecinan@. Es más, los dos términos opuestos de las grandes
verdades pueden ambos ser verdaderos. En esta línea,
voy a plantear algunos de los dilemas de nuestro presente acerca de cómo organizar el currículum
escolar. En efecto, creo que nos encontramos en una
situación en que algunos de los fundamentos modernos que legitimaban las opciones curriculares de la escolaridad se han
escindido, cuando no fragmentado. Por
eso, en este final de la modernidad,
se ha producido una redefinición de los
discursos de la modernidad, que
provoca un cambio de rumbo de las funciones
del currículum escolar. Por una parte, afloran nuevos discursos (Hargreaves, 1996), por otra, mayormente, son redefinidos los viejos lemas por medio de
nuevas producciones discursivas. Puede ser, en esta situación, una buena estrategia presentar el asunto como
grandes dilemas.
1.1.
Resignificar socialmente de los
saberes escolares: La crisis del formato disciplinar como
organización del contenido y tiempo
escolar
Este
dilema se ha planteado de modo cíclico,
especialmente en momentos
de reformas educativas, en variadas formas: el currículum
escolar con una orientación instrumental (por
ejemplo, preparar para una inserción laboral)
versus el currículum como desarrollo personal (una formación cultural crítica)
o con una función expresiva; en otra formulación, como qué se debe dejar fuera de la escuela y qué debe
introducirse dentro para que los chicos vean un sentido al saber escolar. Es el viejo tema, de qué cultura debe configurar
la experiencia escolar. Lo que sucede es que esta cuestión se sitúa hoy de modo nuevo ante la necesidad de que el currículum
escolar conjugue la orientación instrumental
de preparación en contenidos académicos
para etapas posteriores, con la formación
profesional y laboral,
y Bpor otroB acoja dimensiones propiamente educativas, ante los Adéficits de
socialización@ de la ciudadanía.
Así,
por un lado, nuevas condiciones más flexibles (postfordistas) del trabajo están llevando a las políticas educativas a reenfocar el currículum escolar
a las nuevas necesidades de producción
y preparación de la fuerza de trabajo. De ahí, por ejemplo, el pretendido nuevo auge a una orientación "vocacionalista"
del curriculum escolar, como la Formación Profesional. Por otra, se demanda crecientemente priorizar la función de socialización en lugar de la tradicional labor instructiva. Esta cuestión
se alía con toda la reivindicación de la formación de la ciudadanía que, en el fondo,
viene a recuperar lo que la escuela pública
quiso ser en sus orígenes
de constitución de la ciudadanía nacional,
como está presente en las propuestas de Durkheim de la escuela pública republicana francesa (Bolívar
y Taberner, 2000).
Como diagnostica Xavier Bonal
(1998:
177), "asistimos a una recuperación de la función
expresiva de la educación y a una reducción
de su carácter instrumental específico, a través
de un discurso que refuerza la función de socialización escolar (y, por extensión, laboral)
y los aspectos actitudinales de la formación del trabajador, su ductibilidad, su disposición al aprendizaje, su autonomía y capacidad de decisión, sus
habilidades comunicativas y de
relación, etc.".
***
La historia
del currículum, o del progresivo nacimiento y diferenciación de las disciplinas
escolares, ha documentado suficientemente a qué responde el formato moderno de los contenidos
educativos (Goodson, 1995). También
desde el movimiento de Escuela Nueva, con sucesivas olas renovadoras posteriores, se ha ido poniendo
de manifiesto la pérdida
de significación social de la enseñanza escolar, al tiempo que su normalización escolarizada los aleja de las fuentes vivas de producción de conocimientos.
Esto obliga a buscar
cómo "resignificar socialmente a la escuela", que dice Cullen (1997).
Un
primer intento de solución fue, en
los setenta, la propuesta
"interdisciplinar", dirigida a la integración de contenidos, que
en muchos casos ha quedado como una yuxtaposición o confluencia de contenidos (algunas
"áreas"), sin dar lugar a un nuevo corpus teórico integrado. Los intentos más loables fue plantear "núcleos intedisciplinares", a
tratar durante un tiempo limitado desde la organización disciplinar de los
contenidos, pero sin romper con ella.
Por su parte, las "áreas" en Primaria y Secundaria responden más a una
determinada lógica
de organizar el trabajo
escolar que a una verdadera integración interdiciplinar de los contenidos.
Por su parte la lógica del formato transversal querría responder a otro tipo de
preocupación de la interdisciplinar: vincular los conocimientos escolares con los problemas sociales
que demandan una respuesta escolar,
renunciando BademásB explícitamente a la pretendida neutralidad de los
contenidos escolares, al servicio de una
ciudadanía educada. Aquí, como lúcidamente señala Cullen
(1997), se cruzan
distintos problemas: (a) No hay ni puede haber una trasposición directa de las demandas sociales específicas y los contenidos transversales. Estos,
como todo contenido escolar, serán
siempre una reconstrucción, mediada por los procesos didácticos. (c) Plantea especiales problemas didácticos y organizativos una transversalidad en los contenidos, al deber ser tratados
horizontalmente en las diversas
áreas curriculares. (b) Por
último, hay, además, una transversalidad institucional: es
asunto de práctica docente en su conjunto y no de los contenidos del aula;
Con
esto se logra transferir responsabilidades, sin cuestionar el sistema político-social que los ocasiona: la escuela ahora
debe cuidar la no degradación del medio ambiente,
cuidar de la salud,
tener comportamientos democráticos, trabajar por la paz, usar bien la sexualidad, dialogar
con otras culturas, etc. Como dice Cullen (1997: 117): AQue la escuela se ocupe de estos temas, nos parece necesario. Pero sabiendo
que los problemas tratados
no son escolares, sino sociopolíticos, y que la enseñanza de estos contenidos no puede descontextualizarse de sus reales causas y sus
reales soluciones@. Para no cargar
con nuevas responsabilidades educativas a las escuelas, que incrementen la vulnerabilidad de los profesores al entorno social,
es necesario reconocer BentoncesB que esta tarea no es exclusiva
sólo de la escuela y de sus maestros
y profesoras, ni el
centro escolar puede
responsabilizarse en exclusividad de la formación moral de sus alumnos
y alumnas, a riesgo de atribuirle
previsibles fracasos (y culpabilidades) que no les pueden
legítimamente pertenecer en propiedad. Por eso, es preciso recuperar una
cierta comunidad educativa, en un proyecto
educativo ampliado, con una nueva articulación de la escuela
y sociedad o un Anuevo pacto educativo@ (Bolívar, 1998).
Además, estos
contenidos tienen fuertes déficits
para estar legitimados públicamente (universalidad, consenso, no controvertidos
socialmente). Justamente por ello los docentes tienen
grandes reparos para entrar decididamente en ellos. Además, todo el formato escolar
heredado es disciplinar, por lo que no es fácil integrar
esta dimensión que, aparte de contener contenidos propios (por ejemplo salud, o ambiental),
apuntan al desarrollo de la subjetividad social. Por eso, quizás, "es la educación
ética y ciudadana, que incluye la educación personal
y social, la que
puede condensar
curricularmente este sentido más profundo
de lo transversal" (Cullen, 1997:
133).
Este problema nos lleva a la cuestión
epistemológica,
didáctica y política
de en función de qué
parámetros seleccionar y organizar la cultura escolar. Conjugar la lógica
disciplinar de las áreas/materias, con aquellas dimensiones sociales actuales, culturalmente relevantes, ante las que la
escuela no debiera
inhibirse; no deja de
ser
conflictivo, como
cotidianamente vive el profesorado. Si aún no
es posible romper del todo con la
lógica disciplinar heredada de la modernidad, resulta
ineludible también partir de qué dimensiones de la experiencia humana son relevantes para la educación actual
de la ciudadanía.
El diseño del currículum adquiere
toda su gravedad
cuando se divisa
si en lugar de partir
de las áreas curriculares heredadas, habría que dar la vuelta: qué pueden aportar
cada una de las áreas de
conocimiento a aquellos problemas que BpreviamenteB hemos determinado como relevantes
en la formación de la ciudadanía. La imposible
resolución de estas
cuestiones a nivel
de diseño del currículum
oficial, hace que se transfieran Ben función de una autonomíaB a los propios centros y profesorado. Para superar
parte de estos problemas (inscribir la educación moral y cívica en un currículum disciplinar), Rafael Yus (2001) ha propuesto
una organización de Educación global u holística que, aunque
en el marco escolar, aspira a ampliarse al no formal.
1.2. Nuevos
discursos de la diversidad y el Multiculturalismo
Sin duda responden a preocupaciones en nuestra actual coyuntura de la "modernidad tardía". Es uno de los dilemas que Bruner (1997) ha llamado la "antinomia del particularismo frente al
universalismo", lo que en el prefacio a la edición española
ha designado como
"el desafío de poder desarrollar un concepto de
nosotros mismos como
ciudadanos del mundo y, simultáneamente, conservar nuestra identidad
local", entendiendo que tal desafío representa para las escuelas, y la educación
en general, una carga como nunca en la historia. En fín, se trata de qué lugar dar a las identidades de las
subculturas que nos configuran, justamente
en Bo, en oposición aB una época de globalización. Como señala
Gimeno (1998: 233): "En
una sociedad pluricultural que sea tolerante
y democrática, si la asimilación
es rechazable y la integración no fuese querida, habría
que prever espacios
(escuelas) específicos para cada cultura,
para cada tipo de alumnos según sus identidades culturales. Para esta opción, el cruce o mercado libre entre culturas provocaría
inevitables ganadores y perdedores en los procesos de mestizaje".
La
escuela se justifica en cuanto haya un saber legitimado públicamente a
enseñar. La modernidad entendió
lo público como aquello que es universal, justamente por ser ciego a las
diferencias. Hoy nos encontramos con la necesidad
de redefinir lo "público" en modos
que acojan las voces de grupos,
ya no homogéneos. Si la práctica
social de enseñar, como señala Cullen
(1997), fue en la escuela pública normalizadora
(uniformadora), con la función de homogeneizar
al cuerpo social
de ciudadanos, actualmente precisamos redefinir lo público. Pero no
puede ser una salida mostrarnos incapacitados para la tarea,
y Ben su lugarB delegarlo para que sea definido por cada comunidad.
Lejos
ya de políticas de igualdad de oportunidades, que la sociología crítica de la
educación mostró idealistas, se trata ahora de adaptar
el currículum a la diversidad (que en muchos casos es
diferencia cultural, pero también asociada a desigualdad social).
El célebre Informe Coleman
de 1996 identificaba como causa principal
de la desigualdad educativa
la "privación cultural" familiar, por lo que era preciso intervenciones públicas tempranas y paralelas a la escolar,
para "compensar" las carencias culturales de origen. Parece
como si ahora, aceptando el diagnóstico de la sociología
crítica (fracaso de grupos culturales y étnicos para integrarlos en la cultura
común o dominante)
se haya pasado
al otro extremo: Aceptar como valor
supremo sus propias
características culturales, favoreciendo su desarrollo y cultivando
su propia identidad, aún cuando contribuyamos a reforzar
su discriminación, vista ahora como algo progresista: promover
el multiculturalismo.
Con
ello, o mientras tanto, se ha producido una imperceptible
redefinición del discurso de la igualdad de oportunidades, entendida ahora como adecuación o reconocimiento de las
diferencias. Como lúcidamente dice Xavier Bonal (1998: 192-3):
"La
redefinición del principio de igualdad de oportunidades
se aleja de los derechos de equiparación en las condiciones de enseñanza para situarse en el plano de la
necesidad democrática del reconocimiento del pluralismo y de acogida a la expresión de las diferencias. El currículum y la pedagogía, para ser justos, deben reponder a las diversas capacidades,
motivaciones e intereses del alumnado. Paradójicamente, el discurso educativo oficial se apropia de una vieja reivindicación de los movimientos de izquierda: la de la crítica a la imposición de la
cultura dominante
y a la falta de reconocimiento de las necesidades específicas de los grupos
sociales marginados".
La palabra polisémica que sirve como paraguas
para "ocultar"
dichas desigualdades, apareciendo
como progresista, es la "diversidad". Como sentenciaba Juan Manuel Moreno
(Escudero y otros,
1997: 32): "En teoría,
la diferencia se respeta e incluso se potencia, profundiza y desarrolla. La desigualdad, sin embargo, se combate e intenta compensar (...). Pero si se logra By no es difícilB hacer pasar la desigualdad como diferencia, en los centros
educativos nos encontraríamos, irónica y paradójicamente, ya no sólo reproduciendo las desigualdades, sino respetándolas
`democráticamente' como `hechos
diferenciales' de individuos y grupos completos. Éste es, en síntesis, el riesgo oculto
del sistema de medidas de atención a la diversidad". En otros términos
también lo expresa Gimeno (1999:
67): "las políticas y prácticas a favor de la igualdad
pueden
anular
la diversidad; las políticas y las prácticas estimulantes de la diversidad quizá consigan, en ciertos casos, mantener, enmascarar y fomentar
algunas desigualdades".
El asunto
es complejo y está a la orden del día, hasta tal punto que toca uno de los más célebres debates en nuestra modernidad tardía (Taylor y Habermas), dado que tiene un difícil anclaje
en la democracia liberal.
Habermas defiende una política de
reconocimiento igualitario
de los individuos pertenecientes a diversas culturas, frente a Taylor
que apuesta por una política
activa de reconocimiento diferenciado de las culturas
minoritarias. Esto tiene su expresión en si se ha
de defender un currículum común para toda la población, o el currículum debe ser expresión de los hechos, personajes, historia, lengua y costumbres del grupo étnico o cultural a que pertenece el alumnado. Y es que, como
certeramente apunta Gimeno (1999: 71), "el
derecho al reconocimiento de la identidad cultural de aquellos
que la sienten como tal trastoca el
edificio de ideas y prácticas más
asentadas en el discurrir de los modernos
sistemas escolares, colocándonos ante
retos y dilemas no siempre fáciles de resolver".
Por eso hay que ser valientes
para no caer, como han hecho
algunos sectores de la izquierda, en creer que lo progresista y deseable es Bsin másB un sociedad multicultural (menos
hablar alegremente de un currículum "intercultural" que, por ahora, es un proyecto
ideal, mientras no
tenga referentes sociales). Si bien es cierto, que la lógica
de lo uno pretendió (como el marxismo)
emancipar a toda la humanidad,
en lugar de garantizar a todos la condición
de individuo; ahora se cae en la lógica de lo diverso.
Pero, antes, desde posturas de izquierda, siempre
se entendió que estas culturas
eran producto de divisiones sociales
de clase, género o etnia, contra las que se
debía luchar por superar/emancipar.
Promover su conservación, entendimos, era un modo de reproducción y perpetuación.
Si
en la tradición marxista cualquier
discriminación se subordinaba a la desigualdad social,
ahora las diferencias ya no son percibidas como clases
sociales, sino como diferencias de género. A toda la tradición de estudios sobre
la reproducción de clases
sociales propia de los setenta,
le ha sucedido en los ochenta
la preocupación creciente por la reproducción de los géneros y transmisión del sexismo en el currículum escolar. La cuestión prioritaria ahora es cómo la escuela
contribuye a construir
lo masculino y femenino, reproduciendo el orden patriarcal por los procesos de transmisión curricular de los estereotipos de género, y BalternativamenteB qué
tipo de currículum contrahegemónico podría contribuir a no reforzar
los estereotipos sexuales.
1.3.
De los programas modernos de cambio educativo a
propuestas "minimalistas" en un escenario comunitariamente
fragmentado
La literatura del cambio ha documentado suficientemente las razones
y causas de los fracasos, conocemos también la debilidad de los procesos
estratégicos de planificación, así como la
necesidad de procesos culturales de implicación y compromiso (Escudero y otros, 1999).
En una larga odisea,
del optimismo ingenuo
de los sesenta hemos pasado al desengaño escéptico (cínico o realista) de los noventa, de un racionalimo que confía en que las buenas ideas pueden
ser aplicadas fielmente para cambiar la práctica, ahora damos todo su valor
a la dimensión personal y emocional del cambio (Hargreaves, 1998).
Comenzamos la mitad de la centuria
pretendiendo conocer cómo
gestionar el proceso
de cambio, y la acabamos pensando que el asunto es más turbulento,
caótico y personal de lo que se pensaba (Bolívar, 1999). Si bien algunas raíces
aparecen aún asentadas, las ramas son
más frondosas de lo que se creía
y algunos frutos han resultado inesperados.
En esta nueva centuria, nos encontramos BpuesB entre
el desencanto Bcuando
no cinismoB ante
los grandes programas de cambio educativo, con sus correspondientes narraciones del progreso y la modernización, y la cultura
del fragmento (los relatos
personales en estudios de caso), propia de la postmodernidad. El final de milenio
nos deja, en este campo, con un programa minimalista:
un tanto desengañados de la racionalidad y bondad del sueño emancipador del cambio de la modernidad, contamos con escasas lecciones sobre qué hacer, más bien sabemos qué no debemos hacer si no queremos abocar a predictibles fracasos. De este modo, comenzamos el nuevo milenio siendo más humildes, casi volviendo a dónde habíamos partido, claro que ahora debidamente
resituado: la cara personal del cambio
y la densidad de cada caso en su contexto específico.
En
la modernidad, normalmente,
se ha entendido que cambiar la
práctica educativa se hace en función de una propuesta curricular externa. Hay un documento de cambio, y Ba su luzB se juzgan qué aspectos de la práctica
docente han de ser alterados, para hacerla congruente con los modos y metas expresadas en el proyecto.
Se supone (el "prejuicio", diríamos hoy) que los que
ocupan una posición superior necesariamente
están mejor informados que aquellos que tienen que llevarlo
a la práctica, por lo que las innovaciones
deban ser introducidas externamente. Pero, actualmente creemos que el
foco de la innovación es el día-a-día de las acciones de los
individuos en sus respectivos contextos organizativos. Las decisiones políticas
se presentan avaladas por expertos,
que vienen a la legitimarlas, usurpando
la deliberación y discusión de los
actores educativos. En último extremo, el cambio nunca dependerá de que se implementen
innovaciones diseñadas externamente,
sino de desarrollar la capacidad para llevar a cabo el cambio en las aulas y centros. Por eso, en su lugar, las políticas
educativas deben dirigirse
a capacitar a los actores locales a tomar buenas decisiones, dispositivos y conocimientos que apoyen la práctica, habilidades
para analizar y responder a sus necesidades.
En
este escenario fragmentado, los cambios dejan de
dirigirse a proyectos planificados a gran escala, para Ben su lugarB tomar cada escuela como punto focal, unidad
generativa clave de la
innovación. El modelo
de
Afactoría@,
largo
tiempo dominante,
en
unas
propuestas
postburocráticas
parece tocar a su fin, imponiéndose un centro más versátil, trabajo en equipo y colaboración, que supervive por su continua mejora. En último extremo, las propuestas en curso responden a una concepción Aorgánica@ de las escuelas, mediante formas comunitarias
de vida, que introduzcan mecanismos de integración y cohesión en la acción educativa de la escuela. Esta
reconversión afecta a elementos
nucleares del sistema, como son los modos de enseñanza y aprendizaje, los roles y responsabilidades, y Bmuy especialmenteB las relaciones con padres y comunidades, confluyendo en el movimiento de reestructuración
o reconversión del sistema escolar.
No
obstante, podemos sospechar, que con
estas ideas simplemente nos inscribimos en la ola actual del pensamiento
político, contribuyendo BimplícitamenteB a la crisis del Estado social de Bienestar (y, por tanto, a la de la propia escuela pública). Como lúcidamente ha visto Nicolas Rose (1999) desde una visión foucaultiana, la comunidad, más que la sociedad,
se convierte en la nueva forma de
territorialización del pensamiento
político, un nuevo modo de gobernar
la conducta de los individuos, apelando
a sus compromisos éticos: "las organizaciones, actores y demás que
antes se habían visto inmersos en las
complejas lineas de fueras
burocráticas del estado social son ahora inducidas para encontrar su propio destino.
Además, al mismo tiempo, son
hechos responsables Ben nuevos modosB de su destino y de la sociedad como un todo. La política es retornada a los ciudadanos
mismos, en forma de moralidad individual y responsabilidad
comunitaria"
(p. 476). Este revival de la sociedad civil conduce (o es una manifestación de) a una cierta
desresponsabilización del Estado en la educación.
En fin, sin querer entrar específicamente en el ámbito organizativo (aún cuando no cabe plantear mínimamente en serio un currículum
sin afectar a dimensiones
organizativas), el escenario organizativo diseñado por la modernidad ilustrada (red de Aestablecimientos@ de enseñanza que, de modo uniforme, contribuyen a la identidad ciudadana), ya no es/será el mismo. Nuevas
tareas y demandas educativas están
exigiendo espacios y tiempos flexibles,
en una profunda reestructuración de los modos organizativos anteriores, con una versatilidad mayor. Los lemas recientes del management educativo
apuntan a un rediseño postburocrático de los centros educativos,
que los abocan a un escenario fragmentado: modos
postfordistas de organización, caracterizados por la flexibilidad, adaptabilidad al cambio, colaboración, competitividad al servicio de la elección
de clientes, descentralización y autonomía de cada unidad organizativa, aprendizaje conjunto y
continuo, orientación hacia la resolución de problemas, innovación internamente
generada, pocos niveles de jerarquía formal,
etc.
En
los contextos culturales y sociales cambiantes
de nuestra modernidad tardía,
Hargreaves (1996) ha explorado lúcidamente el Amalestar
de la modernidad@, vivido en las
estructuras organizativas heredadas, y su reflejo
vivencial (ansiedad,
estrés o malestar) en los docentes. Una organización escolar más flexible, que pueda hacer
frente a los problemas actuales, tendría
unos límites departamentales más
permeables, pudiendo el profesorado pertenecer a varios, un liderazgo compartido, estructuras menos jerarquizadas, ambientes de trabajo cooperativos. Todo
ello
supone, como reto, conseguir la
vinculación de los agentes implicados
en un compromiso por un proyecto
conjunto. Una organización postburocrática
del trabajo, se dice, es una Aorganización que aprende@, apelando
a la propia responsabilidad de los implicados
por su destino (y supervivencia). Por eso, se propone que
las escuelas se configuren como organizaciones que aprenden, como
forma de asentar debidamente la mejora, viéndose en el
Aprendizaje Organizativo una respuesta prometedora a las continuas demandas de reconversión
y una fuente organizativa de innovación y adaptación (Bolívar, 2000a).
Mientras tanto,
para lograr una coherencia o articulación de la calidad
del sistema, las políticas educativas de final de siglo Ben iniciativas
surgidas por los gobiernos
conservadores, pero seguidas por los laboristas (Blair o Clinton)B
se han dirigido a incrementar la llamada "calidad"
del sistema educativo por un incremento de la evaluación, en una especie
de "estado evaluador", que dijo Neave. Un país central,
como el Reino Unido, está ejerciendo de laboratorio para toda
Europa. La evaluación del currículum de las escuelas, presentada como mecanismo de mejora,
no deja de significar un control de las escuelas o centros (de ahí la medida de "resultados" obtenidos
por los alumnos), donde BademásB es "accionada como soporte de procesos de
responsabilización o de prestación de cuentas
relacionados con los resultados educativos y académicos, pasando estos a ser más
importantes de los procesos pedagógicos
(que habrían implicado otras formas de evaluación)" (Afonso, 1999:
146).
2. )POR DONDE IR?: ALGUNAS LINEAS DEL CAMBIO CURRICULAR
Sin
contar con vías expeditas que puedan conducir a la mejora escolar que,
tras el cuestionamiento postmoderno
de las certezas asentadas, continua siendo una práctica
incierta; hemos aprendido Bno obstanteB algunas
lecciones sobre los procesos que pudieran conducir
a lo que pretendemos. Con todo, enseñanzas como Atrabajar
unidos para mejorar@ o aprender a autoorganizarse; en el fondo, como ya apuntábamos, se
inscriben dentro de los nuevos dispositivos de gobernabilidad de individuos y organizaciones, donde se apela moralmente a la
responsabilidad de los propios actores por el buen funcionamiento
de los centros escolares, induciéndolos a que sean más productivos, e imputando
el fracaso o no consecución de los efectos deseados a los propios
agentes. Pero si ya el motor del cambio no puede ser el sistema,
sólo queda el recurso a los procesos y relaciones que mantengan los agentes. Eso venía a reconocer Hargreaves
(1996: 269) cuando señalaba que: Ael principio de colaboración ha
surgido una y otra vez como
respuesta productiva a un mundo en donde los problemas son imprevisibles, las soluciones no son evidentes
y las demandas y expectativas se intensifican@.
2.1. )Qué
cultura deberá configurar el currículum?.
La
cuestión curricular clave es )en qué medida
la educación puede contribuir a preparar
a las nuevas generaciones para vivir
en la nueva centuria?. Nos encontramos con la necesidad de releer la cultura
académica, de modo que Bsuperando la compartimentación actual,
heredera de las divisiones disciplinares de la modernidadB permita entrelazarla y organizarla para dar a los
jóvenes una cultura que les posibilite tanto una compresión
interrelacionada
de los hechos presentes y futuros, como
saber qué hacer para actuar de modo ético. Estamos, pues, ante una reformulación de los contenidos de escolarización, y Bcon elloB del papel de la escuela y de su profesorado, que no sabemos BsocialmenteB cómo afrontar.
Acabamos
igualmente
el milenio con el dilema no resuelto de combinar una *política
de la
igualdad+ ilustrada, que exige un currículum común, con un Areconocimiento la diferencia@, que conduce a un currículum diferenciado. Se demanda fomentar la particularidad, frente a las pedagogías de la emancipación basadas
en una política de la igualdad,
que Bal finalB han subordinado
las diferencias culturales e individuales a una igualdad formal de los
individuos. Desde el punto de vista moderno
una Aescuela común@ es aquella que
está abierta a todo alumno, ofreciendo sin discriminación
una Aeducación común@ para todos. El respeto
a la diversidad de valores y concepciones particulares de vida buena,
no debiera implicar renunciar a unas normas básicas o no
negociables que articulan el marco de
una sociedad democrática liberal. Al
fin y al cabo la escuela, desde sus inicios ilustrados, siempre tuvo como misión
contribuir a dar una cohesión
política (al tiempo que identidad cultural) entre la ciudadanía. Lo que sucede es que esta preocupación debe unirse hoy, en
nuestras sociedades cada vez más multiculturales, a una tolerancia
y respeto de la diferencia. En paralelo a lo anterior,
desde las tendencias postmodernistas, se está reclamando un currículum
que, en lugar de una visión
uniforme, simple y homogénea de la realidad, presente
una visión diferenciada, acorde con cada grupo cultural.
Por otro lado, de acuerdo con la tradición
liberal ilustrada, es una herencia
irrenunciable que la educación en una sociedad
democrática debe promover la independencia y autonomía de juicio en los alumnos y alumnas, para
que los futuros ciudadanos puedan
pensar por sí mismos (capacidad para deliberar, juzgar
y elegir). Frente a esta tradición individualista, que está tocando
techo, actualmente nos encontramos, por una parte del pensamiento
(comunitarismo), con una fuerte reivindicación de una dimensión comunitaria
de la vida. Es necesario, entonces, la formación
de los ciudadanos en aquel conjunto de virtudes y carácter (hábitos) que
hacen agradable (o placentera) la vida en común; conjugada
con el reconocimiento de la diversidad sociocultural y diferencias
individuales (Bolívar, 1998).
Entre una y otra alternativa: currículum común sensible a las diversas culturas que hay en la
escuela o en el contexto
social. Ni podemos caer en un multiculturalismo conservador, ni en un monolitismo cultural (como plantean
conservadores para restaurar la identidad nacional perdida),
incorporar la pluralidad cultural, pero sin renunciar a un "mundo" común, a una política
(no sólo educativa) de integración. Es verdad que esta política
de integración ha significado, en muchos
casos,
una mera asimilación, con pérdida de la identidad; pero
el derecho a la diferencia no puede ir en menoscabo
del principio de igualdad. Es preciso, como dilema, conjugar
la tensión entre
universalidad y particularidad.
2.2. Movilizar
las energías internas del cambio
Hemos asumido que el proceso de cambio educativo es intrínsecamente *complejo+,
cuando no paradójico, ya sea por la teoría
del caos o por el necesario propósito moral de los profesores, y Bsobre todoB porque el sistema es no-lineal y endémicamente fragmentado.
En un contexto de
incertidumbre, de falta de estabilidad y entornos turbulentos, cuando
la planificación moderna
del cambio y su posterior gestión
han perdido credibilidad, se confía en movilizar la capacidad
interna de cambio (de las escuelas
como organizaciones, de los individuos
y grupos) para regenerar internamente la mejora de la educación. En este contexto
postmoderno, se aduce, como
ya hemos señalado, que las organizaciones con futuro serán aquellas que tengan capacidad
para aprender. De este modo, se pretende
Ben lugar de estrategias burocráticas, verticales o racionales del cambioB favorecer
la emergencia de dinámicas autónomas de cambio, que puedan
devolver el protagonismo a los agentes y Bpor ello
mismoB pudieran tener un mayor grado de permanencia.
Las nuevas formas de administración social de la educación
tratan de argumentar que las
soluciones dependen internamente de los propios implicados. Una vez que los programas verticales de cambio no lo han producido, sólo queda el recurso a la integración
y coherencia horizontal.
Dado que los programas de cambio
no lo producen (Beer y otros, 1990), se argumenta que la transformación de las organizaciones tiene que producirse por un proceso
de autodesarrollo. Los cambios
deben, así, iniciarse internamente desde dentro, mejor de modo
colectivo, induciendo a los propios implicados
a la búsqueda de sus propios objetivos de desarrollo y mejora.
Las estrategias de cambio pretenden promover una interconexión en roles
y responsabilidades, tanto entre todas las partes de la organización como con los asesores externos en un plano
de colaboración, para que pueda
salir adelante, al reforzarse mutuamente. De
este manera, se concluye
que los propios
centros han de determinar su propia transformación
organizativa. La nueva lente con la que se divisa el cambio es cómo los actores
de la educación (alumnos,
profesorado y directivos, comunidad
local) desarrollan la capacidad de cambiar.
La
trilogía de Fullan y Hargreaves (1997) sobre
Por qué merece la pena luchar
en las escuelas viene a concluir que debemos
pasar de que el sistema pueda traer alguna propuesta salvadora, o comenzamos
por nosotros mismos unidos, o el
asunto tiene poca salida; aún cuando los foucaultianos (Rose, 1999)
denuncien que esto es un modo de
hacerle el juego a la nuevas formas de gobernabilidad. Desarrollar las propias capacidades personales e institucionales está en el corazón
del cambio educativo. Promover la capacidad de aprendizaje proactivo
(no
reactivo)
de los propios agentes individualmente
considerados, y especialmente de los
centros escolares como organizaciones: *desarrollar la capacidad de aprender dentro
y fuera, a pesar del sistema y de las circunstancias adversas+ (Fullan, 1998), parece ser
Ba falta de otras, que sucesivamente nos han ido defraudandoB la mejor salida. En fin, de pretender regenerar la educación desde arriba hemos pasado
a pensar que sólo cabe hacerlo desde
abajo. En ese sentido,
la reforma educativa española de los
noventa puede quedar como el último
intento que aún confiaba en que el cambio puede
ocurrir espontáneamente, Agestionado@ desde
arriba mediante
el Afiat@ legislativo, sin reestructurar paralelamente culturas, tiempos y la propia
profesión de la enseñanza.
2.3. Del aula a
la escuela como organización y
retorno: )Un viaje de ida y vuelta?
Parecería
lógico que si hacemos cambios curriculares a nivel de escuela
es porque estimamos que
tendrán un impacto positivo
a nviel de prácticas docentes
en el aula (enseñanza-aprendizaje).
Lo que hemos dicho
anteriormente se inscribe en la primacía otorgada
a la escuela como unidad
básica de cambio. Hemos creído
que rediseñar los modos como están organizados las escuelas, por sí
mismo, podía provocar el cambio en cómo
enseñan los profesores e incrementar las oportunidades de aprendizaje de los alumnos, convirtiendo las escuelas en unidad base
de la formación, innovación y mejora. Pero, en la última década, a medida que las experiencias Abasadas a nivel de escuela@ han ido mostrando progresivamente una falta de relación
con la práctica docente del aula y resultados en el aprendizaje
de los alumnos; se han levantado
suficientes signos de que la relación era, en
extremo, simplista. Como
dicen algunos ilustres representantes del tema: AHemos aprendido que cambiar la práctica
docente es primariamente un
problema de aprendizaje, no un problema de organización. Mientras
las estructuras escolares pueden proveer oportunidades para aprender nuevas
prácticas, las estructuras, por sí mismas, no causan que dicho aprendizaje ocurra@
(Peterson, McCarthey y Elmore, 1996:
119).
He analizado específicamente en otro lugar
(Bolívar, 2001)
los factores que han contribuido a, sin olvidar la dimensión de la escuela, centrarse
en el aula. Con esto no querría
yo volver al mito institucional Bdenunciado hace décadasB de separar artificialmente el campo de la organización escolar y el del curriculum; pero sí poner de manifiesto
algunos cambios de acento.
Posibilitar mayores márgenes de decisión y estructuras acordes
a la mejora deseada,
sólo puede provocarla a condición de que afecte Ben
último extremoB a los modos
individuales de llevar a cabo la enseñanza en el aula. Si los cambios estructurales a nivel organizativo parecían ser la condición
sine qua non de cambios didácticos, hoy pensaríamos,
al contrario, que innovaciones a nivel
didáctico (mejor práctica de aula) pueden
exigir cambios organizativos (a nivel de centro), y no
al revés.
La estructura, dicen Peterson, McCarthey
y Elmore (1996: 151), no es la cuestión. Cuando
estamos de acuerdo en que lo que pretendemos es mejorar
cualitativamente las prácticas
docentes, y sabemos lo que es preciso para generar estas
prácticas, entonces podremos crear
las estructuras que pudieran
apoyar este aprendizaje y prácticas. AMientras algunos prefieren situar primero los cambios
estructurales para cambiar la
práctica docente, nosotros preferimos
proyectarlos después@. Se trata de comenzar por qué entendemos que son buenas prácticas
de enseñanza/aprendizaje, a continuación qué es preciso que
ocurra para que acontezcan las prácticas que deseamos, y Ben tercer lugarB qué estructuras podrían apoyar la
enseñanza y aprendizaje que deseamos.
En español diríamos que conviene no
olvidar cuál es el auténtico carro, y cuáles los bueyes, para no poner uno antes de los otros, o BmejorB para conjuntarlos si queremos que marche.
***
Por
qué la mayoría de los cambios no llegan a afectar al núcleo de la
práctica educativa?. Podemos entender como *núcleo+
de la enseñanza el modo como los profesores comprenden la naturaleza del conocimiento y se intercambian dichos conocimientos con los colegas, el papel que tienen
los alumnos en el aprendizaje, así como estas ideas sobre conocimiento y enseñanza
se manifiestan en el aprendizaje en
el aula. Sin duda este Anúcleo@ incluye también
una reordenación
de los centros, tales como
distribución de las clases, agrupamientos de alumnos, responsabilidades de los profesores, relaciones entre los profesores en su trabajo
cotidiano, así como el proceso de evaluar el aprendizaje y
comunicarlo a otras partes.
Después de haber introducido muchos cambios estructurales en la gestión
y organización de la
escuela, nos hemos dado cuenta que no
han llegado a afectar al núcleo
de la educación, que parece permanecer,
relativamente impasible, mientras
se van sucediendo múltiples cambios parciales a nivel de estructura u organización. )Como podríamos explicar
el no cumplimiento de
esta lógica expectativa?. Como señalaba gráficamente en un trabajo anterior (Bolívar, 1999:
210),
habría un poderoso conjunto de factores mediadores
intermedios (cultura organizativa,
conocimiento y habilidades de los profesores) que son los
que, de hecho, favorecen la continuidad de la práctica docente.
A su vez, los cambios estructurales sólo tendrían una
relación indirecta con esos factores mediadores.
En
este contexto, se está resaltando también
la otra cara del cambio educativo: cómo
incide individualmente en las vidas (emociones,
ilusiones, perspectivas futuras) de los profesores y
profesoras como personas (Hargreaves, 1998,
2001). La teoría
y la práctica del cambio educativo necesita penetrar en lo que es el corazón de enseñanza, en aquello que mueve a los profesores
a hacerlo mejor. El fracaso de las reformas se ha debido,
entre otros, a no haber reconocido que los
participantes tienen su propia historia
de vida e identidad profesional. Esto conlleva no sólo
tener en cuenta el conocimiento, valores
y asunciones propias
de la gente implicada,
sino Bmás aúnB esperanzas, intenciones y deseos sobre el futuro. Los cambios educativos y reformas
afectan no sólo ni principalmente a los conocimientos,
habilidades o capacidades de los
profesores, sino más básicamente a las relaciones que tienen en su trabajo,
a la pasión y emoción
con que lo vivan, que están en el núcleo de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por eso, no puede reducirse a un conjunto de competencias técnicas.
***
La
escuela pública ha sido hija del proceso de industrialización.
Además, la expansión de la educación obligatoria ha tenido lugar,
en la segunda mitad de siglo que finaliza,
especialmente bajo políticas
públicas del llamado Estado de Bienestar.
Si, como sostiene Ben su trilogíaB
Manuel Castells (1997-98), la revolución de la tecnología de la información
ha supuesto una reestructuración del sistema
capitalista de modo parecido al que,
en su momento, lo fue la
industrialización; esto significa Bpor ahora, desde este ánguloB una
reconversión del sistema escolar
nacido de la sociedad
industrial. La descentralización educativa es una manifestación, si no directa de la globalización, de una ideología (libre mercado)
estrechamente ligada a ella, dice Carnoy
(1999: 146). Al hacer responsables a los agentes locales
de la educación que tienen a
su cargo, la productividad y calidad Bse aduceB mejorará,
al tiempo que el Estado se exime de responsabilidades en este terreno.
Las políticas educativas occidentales se dirigen a incrementar la capacidad de autogestión de las propias
escuelas, en el currículum, presupuesto
u organización.
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[1] Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad de
Granada
Campus Universitario de Cartuja s/n
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(España) Tfno: 958-2957897
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