EL PROCESO
DE GLOBALIZACIÓN EN LO CULTURAL
EZEQUIEL ANDER
EGG
1. La
canalización del proceso de globalización cultural: las nuevas tecnologías
comunicacionales, el comercio internacional, la propaganda y la publicidad
2. Algunas de las formas en que se refleja el
proceso de globalización en lo cultural
3.
Universalización del
modo burgués de ser en el mundo, como paradigma de lo deseable
4.
La coexistencia de dos
tendencias contrapuestas en el proceso de globalización cultural
5.
Derrumbe de las
utopías y crisis de las ideologías
6.
Dos formas de reacción
frente a la invasión cultural
7.
Nueva cultura versus
globalización: ¿es posible un nuevo paradigma cultural como energía creadora de
una globalización alternativa?
Contra lo que
pudiera suponerse, la globalización cultural no consiste en promover el acceso
de toda la población del planeta a la cultura con el objeto de permitir su
libre expresión y evolución, la globalización cultural es americanización,
venta del “american-way-of-life” que se extiende a golpe de publicidad y
consumo.
María Ester Vela
La política
comercial de los Estados Unidos, extendida a su política cultural exterior,
tiene el propósito de hacer del american way of life la cultura
común del mundo.
José Vidal-Beneyto
El proceso de globalización
¾omnipresente, ambivalente, evasivo e inasible¾ también imprime su sello en el ámbito de la cultura. Ocuparnos de
este aspecto de la globalización tal como se presenta a comienzos del siglo XXI
implica considerar una diversidad de cuestiones diferentes, pero que se
entrecruzan y, en algunos casos, retroactúan unas sobre otras, tales como la de
la identidad cultural y la interculturalidad que comprende a su vez lo
multicultural, lo pluricultural, lo policultural, lo ecocultural, lo cross cultural. Englobando en alguna
medida todo lo anterior tenemos la problemática de la transnacionalización de
la cultura (término que algunos utilizan para hablar del proceso de
globalización de la cultura).
Habría que tratar
también ¾si se pretendiese hace un análisis más exhaustivo¾ de las diferentes formas y niveles en que se expresa la cultura y
la forma o formas en que incide en ellas el proceso de globalización: en la
cultura de elite y la cultura de masas, la cultura popular y la cultura del
pueblo; en las culturas hegemónicas en el interior de cada país y las culturas
subalternas. Y, dentro de ese contexto, habría que estudiar la contracultura o
las formas de cultura alternativas. Todo esto ¾que de algún modo hemos tratado en otro libro*
¾ nos alejaría demasiado de los propósitos de este trabajo. Lo
mencionamos para que el lector tenga presente otras dimensiones de esta
problemática.
Hemos escogido como
temas a considerar los hechos principales en los que se refleja el proceso de
globalización cultural y su ambivalencia. Haremos referencia a la llamada
transnacionalización de la cultura y a lo que las industrias culturales
implican en ese proceso. Considerando que la cultura expresa un modo de vida
(de ser, de pensar y de actuar), examinaremos lo que significa el modo burgués
de ser en el mundo, como el paradigma de lo deseable para la globalización
llevada a cabo conforme con el modelo neoliberal. A esto contribuye el
pensamiento único, las tesis sobre el fin de la ideología, el derrumbe de las
utopías y el final de la historia. De estas cuestiones nos ocuparemos en este
documento.
1. La canalización del proceso de globalización
cultural
La globalización
cultural, como forma de transnacionalización de la cultura, se ha producido o
canalizado a través de dos vías de diferente naturaleza: los medios de
comunicación de masas y el comercio internacional. Ligada tanto a los medios de
comunicación de masas como al comercio internacional, la gran expansión
propagandística y publicitaria ha permitido y facilitado la globalización
cultural, de acuerdo con los valores del modelo de globalización neoliberal.
En cuanto a los
llamados medios de comunicación de masas,
que en sentido estricto habría que llamar medios
de información masiva*, son
indudablemente los canales principales de la globalización de la cultura. “Los
nuevos medios de comunicación ¾dice
Brzezinski¾ están llamados a elaborar una novedosa conciencia planetaria que
supera las culturas firmemente enraizadas, religiones tradicionales sólidamente
establecidas e identidades nacionales bien distintas”(1).
Después del
espectacular desarrollo de los medios de comunicación de masas, que en estas
últimas décadas han ido trasformando el planeta en una “aldea global” conmovida
por la “explosión informativa”, hoy nadie duda del importantísimo papel que
desempeñan en todas las esferas de la vida de la sociedad moderna.
No sólo son medios
que llegan a todos los ámbitos y rincones del planeta, no sólo son medios que permiten lograr casi la
instantaneidad de la noticia, no sólo han configurado una civilización que
también podemos caracterizar como civilización de la imagen, sino que —y esto
es lo que aquí nos interesa— estos medios
son instrumentos idóneos para la
dominación ideológica y cultural. Hoy, a Estados Unidos, casi le basta enviar
programas de televisión en lugar de “marines” y todo su arsenal de armas de
destrucción masiva. Digo “casi” porque si bien prefieren enviar programas de
televisión, en caso de que ellos lo estimen necesario —Bush lo ha demostrado—,
no tienen limitaciones militares ni ética para llevar a cabo una política de
“sangre y hierro”.
Por ello es
importante comprender —y en esto Mattellart nos ha proporcionado más de un
texto esclarecedor— la naturaleza y la finalidad de la actividad comunicativa
en un mundo globalizado. Los aspectos más relevantes que importa destacar nos
parecen los siguientes:
·
comprender la estrategia
global de ocultamiento e inversión de la realidad propia de la actividad
comunicativa controlada por las grandes corporaciones;
·
dificultad de identificar
socialmente los emisores de los mensajes que vehiculizan los medios de
comunicación de masas;
·
necesidad de desvelar las
bases de sustentación ideológica desde donde fluyen los mensajes dominantes;
·
comprender la naturaleza de
la actividad comunicativa en nuestra sociedad que permite actualizar
cotidianamente el sistema cultural que sirve de sustentación del proyecto de
defensa de sus intereses.(2)
El mito de la imparcialidad y objetividad de los
medios de comunicación
Con cierta
frecuencia, en la cabecera de los diarios —debajo de la denominación del mismo—
se puede leer “periódico independiente”. Este es un hecho generalizado, los
medios de comunicación pretenden revestirse de objetividad (ser imparciales,
equilibrados, libres de prejuicios). Ni en la ciencia existe una objetividad
absoluta, porque es imposible eliminar la subjetividad. Menos aún en los medios
de comunicación. Tienen dueños y éstos tienen sus intereses (a veces varían
según quién esté en el poder) y conforme
con los intereses que defienden ofrecen una visión del mundo y de la realidad.
Ellos pueden seleccionar, reconstruir y
difundir los hechos y acontecimientos, según la propia perspectiva. Unos lo
reproducen legitimando el sistema existente, otros pueden manifestarse en
contra del statu quo (aquí también se expresa la ambivalencia del proceso
globalizador). La información puede estar sometida al poder del dinero, pero
también puede transmitir un contenido crítico y liberador.
Autopistas electrónicas de información. La libre consolidación de Internet (y otros cientos de Free Net) en los años noventa hace
accesible a casi toda persona un inmenso número de datos; la sociedad en que
vivimos está configurada en torno a redes de información. A finales del año
2000 había 407 millones de usuarios de Internet en el mundo. Serán 500 millones
a comienzos del siglo XXI.
Hoy es posible
conectarse con todo el mundo: sólo se
necesita un ordenador/computadora, un módem y un número de teléfono; existe
sobreinformación hasta el punto de que resulta muy difícil ordenarla,
sistematizarla y aprovecharla adecuadamente.
Pero existe también
un uso banal de Internet; algunos investigadores sostienen que el 90 por ciento
es basura: publicidad y mensajes sin contenido. Y, existe, asimismo, la
posibilidad de utilizarlo para realizar auténticas movilizaciones a través de
redes ya existentes, como es el Directorio de la otra globalización, publicado
por Pepa Roma, en su libro Jaque a la
globalización (Grijalbo Mondadori, Barcelona, 2001).
El cine y su fascinación. Antes de que
existiese la televisión y antes también de que se produjese el gran desarrollo
tecnológico de los medios de comunicación de masas, el fenómeno fílmico que en
poco más de un siglo se hizo universal, inició un proceso de
globalización/mundialización de una determinada cultura. Relacionado desde sus
inicios con la visión mágica del mundo, puesto que la imagen fílmica posee la
cualidad mágica del doble, la imagen en movimiento produjo fascinación. Esta
fascinación se acrecienta cuando se fue dando el tránsito del cinematógrafo al
cine, cuyo aspecto principal fue introducir la técnica del trucaje
(sobreimpresión, fundidos, encadenados, desdoblamiento de imágenes, etc.).
Mediante estos cambios, el “cine se hace más real y más irreal que el
cinematógrafo”, nos dice Morin, y logra la capacidad de producir una completa
ilusión de la realidad, al mismo tiempo que se transforma en una fábrica de
sueños. Con el cine se introduce lo imaginario y el mito en la cultura de masas. Y como la industria cinematográfica
norteamericana es dominante, se favorece —entre otras cosas— la divulgación y
conocimiento del modo de vida en ese país y, detrás de ello, la seducción
“hollywoodense” a escala mundial.
Este mundo seductor
e imaginario, no sólo es una forma de evasión de la realidad y de
trivialización de la existencia, sino que en él se proponen los modelos
arquetípicos, tanto en lo concerniente a los proyectos de vida como a los
estilos de comportamiento. Uno y otros aparecen encarnados en las estrellas y vedettes, actores y actrices; en ellos
es realidad el mundo de ensoñación. Luego aparecen otros arquetipos, no
producidos necesariamente por el cine: los deportistas y cantantes; la
televisión y otros medios contribuyen a ello.
Si el mundo
imaginario reemplaza de algún modo la función que en las pasadas épocas tuvo la
magia y la religión, las estrellas ocupan el lugar de los héroes de la
mitología y de los santos en la religión. Y lo hacen con una ventaja: no son
una realidad del pasado, sino actual, aunque con aquellos comparten el hecho de
ser algo lejano y tienen la fuerza de los modelos o arquetipos.
Con estas
estrellas-imágenes se identifica el
hombre masificado, frustrado, desencantado u oprimido de nuestra
sociedad y, con esa identificación, encuentra una vía de evasión de sus
desgracias y pesares. Estos personajes nos venden una imagen, aunque ellos
mismos —auténticos tigres de papel— son
imágenes creadas artificialmente por los intereses comerciales para el uso de los
consumidores.
Hombres y mujeres
de nuestra sociedad, absorbidos por las ficciones, lejos de percibir la
vaciedad y mediocridad de los personajes “vedettes”,
los admiran y los miran como arquetipos y modelos. Las estrellas no sólo son
objetos de consumo, son también difusoras de las modas de consumo, al mismo
tiempo que venden el consumo de ideales. El ideal de vida y la vida ideal que
estos modelos muestran, son los de la vida de lujo, de orden, de éxitos y
triunfos que se miden con el baremo de ganar dinero. Precisamente se trata de
los ideales de la “instalación burguesa”. No todos la pueden alcanzar, pero son
los objetivos finales que perfilan el proyecto de vida.
Las estrellas y vedettes —tal como son presentadas— no
son neutras: la imagen que venden es una forma de configurar ideológicamente a
la gente de acuerdo con el proyecto de vida burguesa. Nos enseñan el modelo
burgués de ser en el mundo; son el ideal o arquetipo de ese modo de vida.
En otro orden de
cosas diferentes, la expansión del comercio
internacional también contribuye a este proceso de globalización en lo
cultural. Con la venta de ciertos productos se producen también diferentes
formas de trasvases culturales. Por otra parte, la publicidad ¾ampliamente utilizada para la producción, distribución y venta de
productos¾ se transforma en una forma de penetración cultural, puesto que a
ella está indisolublemente unida la propaganda, que es la que vende, no
productos, sino valores. La función de la publicidad y la propaganda que
acompaña la expansión del comercio, tiene en el nivel implícito una connotación
ideológica, política y cultural: configurar el carácter social o personalidad
básica de los hombres y mujeres de la sociedad de consumo. Esto ayuda,
asimismo, al mantenimiento y funcionamiento del sistema.
Publicidad/propaganda. Con la
venta de muchos productos se vende un estilo de vida, es decir, se venden
valores culturales. Publicidad-propaganda-sociedad de consumo son elementos
indisolubles: la publicidad no sólo crea la demanda de bienes que satisfacen
necesidades, sino que crea seudo necesidades hasta llegar al consumo por el
consumo mismo. Este es un aspecto fundamental de la economía capitalista
mundializada, habida cuenta que la publicidad “se ha convertido en uno de los
mecanismos de regulación y fomento global del consumo y, a la vez, un
complicado sistema de comunicación, receptor y transmisor de modas culturales,
manipulado por técnicas cada vez más especializadas y cada vez más ligadas a
los factores económicos y políticos del poder”(3).
Ya sea un anuncio
televisivo, una página de una revista o periódico, un anuncio radiofónico o un
cartel, lo que se mantiene invariable en la propaganda es la ideología
consumista que hoy subyace en todos estos medios, a través de la venta de
valores y la transmisión de modelos de comportamiento. De este modo, los
“verdaderos amos” del mundo, tienden a plasmar el modelo de individuo que
necesitan para poder funcionar. Individuos encuadrados en un rebaño,
haciéndoles creer que están fuera de él. Razón tiene Román Gubern de hablarnos
de la “dictadura publicitaria sobre nuestras vidas, nuestras costumbres y
nuestras conciencias en la sociedad de consumo, aunque su tiranía se enmascare
con la sonriente careta de la felicidad y de la euforia de un paraíso perdido”(4),
personalmente preferiría decir “de un paraíso prometido”.
Esto significa que
la publicidad y la propaganda no se circunscriben (en cuanto “zona de
influencia”) al ámbito del mercado, sino que sus repercusiones alcanzan lo
psicológico a nivel individual y trasciende al ámbito de la cultura,
produciendo cambios en los hábitos, actitudes y en el modo de vivir, no sólo
por los productos que hace comprar, sino también por los valores y antivalores
que impone de manera sutil.
Detrás de las
diferentes formas de publicidad y propaganda, siempre subyacen los valores y
principios centrales del modelo neoliberal de globalización: consumir, tener,
vender, ganar, competir. Este estilo de vida acentúa los disvalores del modo
burgués de ser en el mundo: arrastra, empuja, constriñe a un “más-tener”,
puesto que el “tener”, el “consumir ostensivamente”, aparecen como los bienes
supremos para la realización personal.
Gracias a estos
medios, el paradigma de la globalización cultural no se impone a la gente.
Penetra a través de formas sutiles de transmisión de valores, por la
omnipresencia de los medios que difunden el mismo estilo de vida. El espejismo
de las imágenes electrónicas ayuda a transmitir diferentes formas de seducción
mediante una tendencia incontestable hacia la homogeneización. Esto es un
aspecto sustancial, una necesidad insoslayable para el funcionamiento
hegemónico del capitalismo a escala mundial. El sistema no puede reproducirse
sólo a través de la dominación económica, necesita también controlar la
producción cultural.
2. Algunas de las formas en qué se refleja el
proceso de globalización en lo cultural
A nuestro entender,
tiene cuatro manifestaciones principales que se pueden valorar de manera
diferente para el desarrollo humano y la calidad de vida, pero que tienen en
común el ser reflejos del proceso de globalización en lo cultural.
a. Se acentúa el
mestizaje cultural. La cultura siempre es
interculturalidad. No existen culturas puras, entendida la cultura en su
alcance antropológico. Todas las culturas son mestizas, pero el proceso de
transnacionalización cultural de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI
hará que el cruzamiento de culturas no sólo sea irreversible, sino más intenso
que en todas las épocas pasadas, ya que los espacios de interculturalidad se
han ampliado hasta llegar a un carácter planetario. El poeta ecologista Gary
Snyder nos lo recuerda: “Cada cultura y cada lengua viviente es el resultado de
incontables fertilizaciones cruzadas... Estos cruzamientos culturales son como
un florecimiento periódico que absorbe, germina y estalla diseminando
incontables semillas. Hoy como nunca somos conscientes de la pluralidad de
estilos humanos...”(5). Felizmente somos diferentes; qué desperdicio
de la riqueza cultural de la humanidad
es el no aprovecharnos de esa diversidad que es lo mejor del acervo cultural de
los seres humanos. El mestizaje cultural y étnico que vivimos en nuestros días
preanuncia un nuevo espacio de convergencia de la diversidad.
Sin embargo, hemos
de advertir que toda riqueza de este intercambio y cruzamiento cultural puede
frustrarse o limitarse, si es un intercambio desigual, asincrónico, en el que
la cultura dominante impone, de hecho, su estilo cultural... El mestizaje
cultural no debe deteriorar la identidad cultural que, de modo alguno, es algo
estático configurado de una vez para siempre; la mestización cultural es una
realidad que ha acompañado toda la historia de la humanidad y que con el
proceso de globalización se ha acentuado.
La mezcla de razas, los cruzamientos
culturales, el reconocimiento de la diversidad cultural y el derecho a la
diferencia, tienen un signo diferente a los fundamentalismos. Diríamos que es
una tendencia contrapuesta: no se trata de construir fronteras, de excluir a
los otros, sino todo lo contrario: derribar lo que separa, dialogar, crecer
juntos gracias a las diferencias que son capaces de dar un plus de humanidad a
cada uno de los seres humanos. De este modo se logra que cada cultura sea
respetada y preservada, y que cada persona tenga el derecho y el deber de
desarrollar su propia cultura. Esto crea un clima sociocultural que “inculca el
aprecio y valoración de las riquezas que las diversas culturas pueden brindar a
cada persona, grupo o nación”.
b. Se
ha producido en las últimas décadas un proceso
de difusión cultural y de divulgación científica sin precedentes en la
historia. Esto es posible gracias al desarrollo mundial de los canales
mediáticos y los medios de reproducción (videocasete, CD, etc.).
Existe la
posibilidad de disponer de mayor información y de conocimientos que, si bien
fragmentarios y acríticos, preparan el terreno para adquirir conocimientos y
saberes de la más variada y diversa naturaleza, que ahora sólo es posible para
una parte de la humanidad. Sin embargo, esta información y estos conocimientos
llegan tamizados por quienes los producen. Consecuentemente, tienen diferentes
significados e intencionalidad, según sea quien los produce.
c. Tiende a la
formación de un folclore planetario, a partir de
temas originales brotados de culturas distintas, integrados unas veces,
sintetizados otras, como afirma Morin.
• Jaz
• Tango
Extensión
por el mundo: • Mambo
• Vals
• Rock
Síntesis: • Salsa
• Rai
(rock-música
árabe)
• Flamenco-rock
d. Se produce un
proceso de norteamericanización del estilo de vida. La “aldea global made in USA”
ha configurado a escala mundial un “modelo global de modernización”, y un
esquema de valores y comportamientos que en lo cultural se expresa en la
cultura light, que permite
“entretener” a la gente fuera del trabajo; es decir, tenerla entretenida
(tenida entre dos tiempos de trabajo) a través de diferentes formas de
frivolidad y de evasión:
¾ La televisión de
pacotilla: telebasura, reality shows,
concursos y todo aquello que, para mantener la atención de los espectadores y
mejorar el rating, ofrece un shock suplementario de estupidización.
¾ Las revistas del corazón
que, pródigas en fotos, muestran a los pobres y a la tilinguería de la clase
media la forma en que viven los ricos (actores, actrices, playboys, nobles y deportistas con grandes ingresos); ellos viven
en la fiesta permanente, y los revistas entretienen con chismes y alcahueterías
de alcoba, de amores y desamores...
Esta cultura light está organizada como cultura de
masas, y la forma industrialmente concebida es el espectáculo. De este modo,
vivimos en la “sociedad del espectáculo”. Gracias a ella, es posible:
·
consolar-compensar a la gente
de lo anodino de la vida cotidiana mediante una cultura de lentejuelas;
·
potenciar el consumo masivo
de todo tipo de mercancías (necesarias y no necesarias) y aun del mismo tiempo
libre;
·
provocar comportamientos y
actitudes vitales de frivolidad, conformismo y evasión.
La sociedad, como espectáculo
y banalización de la cultura, permite y posibilita presentar públicamente una
serie de imbecilidades y frivolidades, sin que produzca la menor vergüenza
(propia y ajena). De este modo, el llamado tiempo libre se transforma en el
ámbito privilegiado de dominación ideológica y cultural. La
“norteamericanización” del estilo de vida no es una imposición imperialista; es
la seducción “hollywoodense”, configurada como obra de arte, gracias a la
tecnología comunicacional, particularmente gracias a la televisión, la cual es
capaz de generar ¾como advertía Vázquez Montalbán¾ una cultura propia de simios.
Todo esto
posibilita la configuración de un modelo cultural o estilo de vida que crea las
condiciones para una mayor dominación/domesticación, ideológico-cultural...,
instancia mediatizadora por excelencia para introyectar los valores afines al
modelo económico neoliberal.
3. Universalización del modo burgués de ser en
el mundo, como paradigma de lo deseable
Hemos de recordar
que el capitalismo es ¾como enseñó Marx¾ un modelo de producción, pero es también ¾como explicara Weber¾ un modo de
vida. Esta última dimensión es la que aquí nos interesa, habida cuenta de que
el “modo de ser en el mundo” que se
deriva de los valores que subyacen en la globalización neoliberal es un esquema
de comportamiento, que es el “modo burgués de ser en el mundo”.
Asumir a comienzos
del siglo XXI el modo burgués de ser en el mundo es vivir conforme con los
valores de la sociedad de consumo, cuyo modelo está configurado por la santa
trinidad del hombre contemporáneo, que no es el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, como explica la religión cristiana, sino el Dinero, el Consumo y el Status. Éstos son, no sólo el objetivo
final, sino la medida de todas las cosas.
A modo de ejemplo
de este proceso de universalización del modelo burgués señalo el caso de China,
país que en los años setenta nos pareció tan lejano del modelo occidental. El
escritor y periodista español Vicente Verdú lo ha escrito con gran profundidad
en su libro China superestart (1998).
Verdú ¾que viajó a China a estudiar su realidad¾ consideró que este país “empezaba a ser un calco de la
escenografía americana” resumiendo lo peor de los dos sistemas... Una encuesta
realizada en China en 1995 dio como resultado que el mayor afán del 68 por
ciento de los chinos consultados era “trabajo duro y hacerse millonario”(6);
esto ocurría en el país de la revolución cultural. La civilización capitalista,
como la llama Wallerstein, se ha planetarizado. Ya lo había intuido Gramsci
cuando hablaba del americanismo como
fase superior del capitalismo.
Tener status (figuración social), cuyo nivel
viene dado por el baremo del dinero, es el proyecto existencial que propone
este modelo de vida a los seres humanos, como si esto fuera la justificación y
fin último de la existencia.
La cultura hoy,
encallada en una monocultura del dinero y la simpleza, estimula las
inclinaciones más rudimentarias para creer, consolarse o sentirse bien. En un
mundo orientado a un desarrollo sin auténtico desarrollo humano empiezan ya a
oírse por todas partes los infantiles balbuceos de la especie.
Vicente Verdú
A nivel individual,
configura la personalidad del homo
consumens o, para decirlo de manera más amplia, como ya lo había intuido
Wilhelm Reich: “Un productor siempre dispuesto a producir, un consumidor
siempre dispuesto a consumir”. A lo que añadimos nosotros: un ciudadano no
contestatario (sumiso, resignado por la sensación de impotencia).
Por su misma
naturaleza, este estilo de vida es un modelo insolidario. Conduce a un
darwinismo social del “sálvese quien pueda”. Se absolutiza lo individual,
transformando en irrelevante todo lo
demás. En principio ¾y por principio¾ cada uno busca su propia
conveniencia, su propia ventaja,
desentendiéndose de la convivencia. De acuerdo con este estilo de vida, no hay
que preocuparse por los otros, a no ser por los que forman el entorno más
inmediato de la familia... De este modo se crea un clima social en el que todos
estamos entre tentados y entrampados por el espíritu individualista de la
sociedad moderna.
4. La coexistencia de dos tendencias
contrapuestas en el proceso de globalización cultural
El proceso de
globalización, en varios de sus aspectos y manifestaciones, tanto en lo
político como en lo económico, expresa un carácter ambivalente... También
ocurre en lo cultural. Señalamos dos tendencias contrapuestas que nos parecen
más significativas.
Por una parte
existe una tendencia hacia la homogeneización/ estandarización cultural,
considerada por algunos como una forma de invasión cultural que atenta contra
la propia identidad cultural, ya sea de naciones o pueblos. Esta circunstancia
produce diferentes reacciones: la expresada en los fundamentalismos, con
repercusiones que van más allá de lo cultural y la forma adoptada en Europa,
como forma de defender la cultura europea en lo que tiene de común en su
diversidad.
Por otro lado, se
produce un fenómeno de signo totalmente diferente: el renacimiento de las
culturas regionales y locales.
a. La tendencia hacia la homogeneización
cultural
La globalización
produce, entre otras cosas, un proceso de homogeneización en los modos de vida
a escala universal, conforme con los cánones que se derivan del american way of life. De ahí que algunos
hayan llamado a la globalización en lo cultural como proceso de McDonalisation del nuevo orden mundial.
La hegemonía estadounidense lleva a transformar el proceso de globalización en
un proceso de “norteamericanización” en cuanto al modo de vida. “No es que
Estados Unidos sea imperialista por naturaleza ¾nos dice Guy Sorman¾;
sencillamente lo es de hecho, por las repercusiones de su poderío”. Las
multinacionales de la cultura aplican el rodillo homogeneizador, sin respeto
alguno a la diversidad cultural. “Al igual que las actividades de las
multinacionales en los demás campos —nos dice Roa Bastos—, el poder cultural
(barbarismo semántico que denota su filiación depredatoria) erige sus imperios,
sobrepasando o atravesando como si fueran humo las fronteras y las barreras políticas
y sirviéndose a menudo de ellas. En este sentido y en la similitud de sus fines
—conquista de mercados, lucro y dominio económico y político— los modelos ya
clásicos de la Coca Cola o de la venta de armamentos pueden dar aproximadamente
una idea de la modalidad operativa de las multinacionales en tanto que poder
cultural”(7).
Las estrategias
para la penetración de los productos culturales de Estados Unidos, son
múltiples. Valga como ejemplo las negociaciones llevadas a cabo entre los años
2004-2005 con Chile, Marruecos y Camboya. Estados Unidos abrió su mercado a
ciertos productos agrícolas de esos países, con la condición de que compraran
“paquetes de programas televisivos” y que determinados canales de televisión
quedan fuera de la política de cuotas.
Ya en 1982, el ex
director general de la UNESCO, Amadou-Mahtar M’Bow, había llamado la atención
sobre “una tendencia creciente a la uniformización de los gustos y de los
comportamientos, a la homogeneización de ciertas normas de vida, de pensamiento
y de acción, de producción y consumo, transmitidas por la difusión
estandarizada de los mismos seriales televisivos y los mismos ritmos musicales,
de las mismas prendas de vestir y los mismos sueños de evasión”. Sin embargo,
como lo señala el mismo autor, “por una especie de reacción contra esa
tendencia asistimos, en sentido inverso, a una explosión renovada de
particularidades. Por todas partes, comunidades étnicas o nacionales,
colectividades rurales o urbanas, entidades culturales o confesionales, afirman
su originalidad y se esfuerzan por asumir y defender con vigor los elementos
distintivos de su identidad”(8).
b. El renacimiento de las culturas
regionales y locales
La omnipresencia de
la globalización en todos los ámbitos y el achicamiento del poder decisorial de
los Estados Nacionales, podría hacer pensar que la producción y la actividad
cultural quedaría sujeta a la lógica excluyente del proceso de globalización
neoliberal. Consecuentemente, la homogeneización cultural sería más o menos total,
salvo en los espacios territoriales en donde se diese —por razones diversas—
una fuerte resistencia a la subyugación uniformizadora.
Sin embargo, en
este contexto en donde la filosofía y la praxis de las multinacionales imponen
su poder en el ámbito de la cultura, se está produciendo un renacimiento de las
culturas regionales y locales... Renacimiento que se produce en confluencia con
otros factores que se refuerzan mutuamente:
·
la importancia creciente que
ha ido adquiriendo todo lo relacionado con el desarrollo local;
·
el proceso de
descentralización administrativa que se ha venido dando en diferentes países;
·
el mayor protagonismo que han
ido adquiriendo los municipios en la vida política, social, cultural y
económica;
·
el papel de las
organizaciones no gubernamentales, los movimientos sociales, las redes sociales
y las organizaciones populares;
·
la irrupción de los pueblos
indígenas a escala mundial, como sujetos históricos.
Los tres primeros
factores mencionados —desarrollo local, descentralización administrativa y
protagonismo de los municipios— se han producido con una cierta simultaneidad y
retroactuando cada uno de ellos sobre los otros. La tendencia
político/administrativa que toma cuerpo a partir de los años ochenta, expresada
en el proceso de descentralización, crea las condiciones para que el desarrollo
local vaya adquiriendo creciente importancia en coincidencia con el progresivo
desarrollo del sector municipal y el consiguiente fortalecimiento de las
instituciones locales.
Si bien se dan dos
lecturas o perspectivas de este proceso: una progresista que lo describe como
un proceso de apertura de los canales del Estado, al control y participación
ciudadana, y otra conservadora, que lo percibe como un medio para la reducción
del tamaño del Estado el traslado de sus
responsabilidades al juego del mercado. Lo que interesa destacar es lo
siguiente: libres los municipios de las limitaciones derivadas de la
concentración administrativa y de la centralización del poder, han ido
adquiriendo un mayor protagonismo en la vida política, social, cultural y
económica, acompañado de una mayor participación de los ciudadanos en los
asuntos locales.
Junto al proceso al
que hicimos referencia, surge y se refuerzan las organizaciones no
gubernamentales, los movimientos sociales, las redes sociales y las
organizaciones populares. El asociacionismo concebido hoy como una estructura
de red, da una nueva dimensión y fuerza a lo local y a lo municipal.
Dentro de estas
circunstancias, se hace realidad aquello que se plantea en la Agenda 21,
conforme con la cual las actividades deben promoverse y realizarse desde el
nivel local. Este es el espacio genuino en donde se produce el renacimiento de
las culturas regionales y locales.
Consideración
aparte merece la movilización de los pueblos indígenas en casi todo el mundo.
Esto expresa la llamada concepción del etnodesarrollo, conforme con la cual las
transformaciones de las comunidades indígenas no se han de realizar por la
acción de agentes externos, sino por ellas mismas y en la forma como ellas la
conciban. Es también una forma de descubrir las culturas que quedaron
encubiertas por el llamado “descubrimiento de América”.
En el caso del
mundo indígena, este renacer de las culturas locales (y en algunos casos
regionales), tiene una doble dimensión. Por una parte, es un freno o reacción
al proceso de homogeneización cultural que produce la globalización; por otro
lado, es la oportunidad para que en los países de América Latina expresen la
pluralidad de culturas que supone la realidad pluriétnica de los mismos. La
llamada cultura nacional ha sido, en la mayoría de los caso, la imposición de
una cultura sobre las otras. Bajo la égida de la cultura nacional, quedaron
sometidos los grupos originarios y sus respectivas culturas. De lo que se trata
es de que los sectores populares expresen y dinamicen sus experiencias y su
pensamiento, dentro de un “proceso de recuperación crítica de los auténticos
valores del pueblo y la devolución sistemática de los mismos al pueblo y por el
pueblo”(9), como hace más de dos décadas lo explicó Carlos Núñez.
5. Derrumbe de las utopías y crisis de las
ideologías. El pensamiento único
Utopía: concepto asociado a la idea de
un mundo mejor, de una sociedad mejor que es deseable alcanzar y que debemos
cambiar algo para lograrla. Expresa un ideal de cambio hacia algo nuevo y
mejor. El sueño de la razón por “inventar o crear” un futuro diferente. Es
negación crítica de lo existente y deseo de un futuro que se considera más
humano y que, para conseguirlo, supone realizar un proyecto de transformación
social... Excluimos, en este contexto, el uso peyorativo del término como algo
irrealizable, extrahistórico o quimérico. Concebimos las utopías como ideales
de anticipación concreta de lo que no es, pero que podría ser.
En los año sesenta
y hasta mediados de los setenta, había en diferentes partes del mundo un
horizonte lleno de utopías... Había utopías redentoras que prometían el paraíso
terrenal, instaurar la salvación de la Tierra, pero..., desembocaron en la
instauración de dictaduras y, en algunos
casos, el cielo prometido se convirtió en un infierno. Hasta se pensó ¾en el caso de Marcuse en su libro El final de la utopía¾ que la utopía ya no es utópica, porque los avances tecnológicos y
el desarrollo de las fuerzas productivas están en condiciones de resolver los
problemas de la pobreza, el subdesarrollo y de eliminar las lacras sociales del
mundo en que vivimos.
A fines del siglo
XX, ha desaparecido el optimismo de la
historia; existe la instalación de un cierto fatalismo, en una especie de
nihilismo cínico. Este “espíritu del tiempo” persiste a comienzos del siglo
XXI.
• cambiar el mundo,
Ya
no se lucha por: • hacer la revolución,
• construir un futuro colectivo.
La cuota de rebeldía que existe hoy no es acompañada por la ilusión de un
futuro diferente. Vivimos en un mundo que parece cansado; desde las últimas
décadas del siglo XX nos encontramos con muchos y variados síntomas de
agotamiento y, en algunos casos, de aburrimiento. No hay ilusiones. En 1992,
dos autores bien conocidos y reconocidos en el mundo intelectual francés ¾y más allá del país¾ publican
sendos libros de los que podríamos decir que, a las tesis del “fin de las
ideologías” y del “fin de la historia” añaden la del “fin de las ilusiones”.
Por una parte,
tenemos el libro de Thierry Breton ¾La fin des illusions¾; por otro lado, Jean Baudrillard escribe L’illusion de la fin.
Breton, que con tanto entusiasmo había predicado el valor y la importancia de
la informática y de las nuevas tecnologías, ahora se encuentra decepcionado.
Para él, la sociedad ha sido ampliamente abastecida de gadgets sin destino; dispone de infinidad de medios de
comunicación, sin que exista nada para comunicar... Vivimos en un vértigo que sólo
se justifica por el mito de la tecnología. En todo esto, Breton encuentra
inutilidad y despilfarro(10).
Baudrillard analiza
la ilusión del fin. Congelado el pensamiento utópico, no hay ilusiones. La
historia retrocede: “Ya no llega a sobrepasarse ni a soñar su propio fin...
implosiona, se hunde en su efecto inmediato... Lo peor no es que nos
encontremos sumergidos en los desechos de la concentración industrial y urbana;
lo peor es que nosotros mismos nos hemos convertido en desechos”(11).
No hay utopías,
no hay ilusiones. Lo que interesa es
vivir lo mejor posible, aquí y ahora; lo que tiene sentido es la fiesta
dionisíaca que ofrece la vida... En la medida en que nos centramos en estas
preocupaciones, nos encerramos en el egoísmo de preocupaciones puramente
personales y familiares.
utopías
que prometan un desenlace en la historia
|
|||
Hoy, parece que • vivir,
no existen utopías
por las que • luchar,
• morir.
Si el porvenir se acepta más como fatalidad
que como futuro que podemos construir, desaparece el lugar para la esperanza y no hay sitio para la utopía.
El horizonte está:
·
despoblado de esperanzas,
·
vacío de utopías y de
ideales.
¿Cómo puede realizarse un proyecto de
vida verdaderamente humano, cuando
el •
bien-estar, y
el •
bien-pasar desplazan toda esperanza utópica?
“Nadie puede
enamorarse de una tasa de crecimiento”, como decían los estudiantes del Mayo
francés. Pero sí nos podemos ilusionar con un mundo más lleno de poesía, de
amistad y de convivencia personal.
¿Cómo puede
plantearse, hoy, el problema del
·
compromiso,
·
militancia,
si no existen
·
el impulso y
·
la ilusión de construir un
futuro más humano?
La consigna, hoy,
parece resumirse en la frase de Raymond Aron: “Dejemos de soñar y volvamos a la
tarea cotidiana”. Y la mayoría de quienes desean hacer algo toman como consigna
lo que hoy afirma Daniel Cohn Bendit: “El posibilismo moderado es la vía para
cambiar la vida”; obviamente, ha olvidado lo que decía en el Mayo del 68: “Sed
realistas, pedid lo imposible”... Una y otra frase expresan los signos de los
tiempos.
En la actualidad,
la gente está atrapada entre la “ambigua nostalgia” de los sesenta (momento
estelar de la historia de la humanidad) y “la sumisa pragmática” de los ochenta
(derrumbe de las utopías y del optimismo histórico). Hoy, no sabemos hacia
dónde vamos, no sabemos bien qué podemos hacer. Los cínicos y los oportunistas
sólo piensan en dónde “meterse”, para aprovechar (tanto cuanto se pueda) del
disfrute del banquete.
Andamos holgados de
muchas cosas, cada día disponemos de mayor cantidad de bienes para nuestra
comodidad, pero nos faltan razones para vivir. Cuando se secan los manantiales
utópicos, la vida de los seres humanos se transforma en un desierto en donde
sólo florecen el conformismo, la apatía, la trivialidad y el oportunismo. “El
mapa que no contenga el país de la utopía no merece una mirada”, nos decía
Oscar Wilde.
Sin embargo,
algunos pensadores consideran que no es necesario plantear la realización del
futuro en términos de utopías. A Fernando Savater le parece detestable la manía
de hablar de utopías. “La utopía, en el 90 por ciento de los casos, ha sido una
pesadilla. El sueño de unos pocos que se convierte en pesadilla para todos.
Para tener metas de reforma y cambio, no hace falta tener utopías, basta con
tener ideales. Unas guías de acción y de valoración son lo fundamental para
actuar”... Umberto Maturana, por su parte, piensa que los seres humanos no
necesitan de esperanzas y utopías. “Pienso que lo que necesitamos es vivir en
la dignidad que se constituye en el respeto por nosotros mismos y por el otro
como el fundamento de nuestro modo natural de ser cotidiano”.
Pero todavía hay
muchos para los que la utopía es necesaria: aquellos que consideran que la
historia humana, lejos de concluir, está por comenzar; que hay que traspasar el
umbral que señala el tránsito de la pre-historia a la historia del hombre. El
neoliberalismo y la globalización no son el final de la historia; son apenas un
momento de ella. Pero es el momento que nos toca vivir en los umbrales del
tercer milenio. “El gran poder mundial ¾ha dicho el subcomandante Marcos¾ no ha encontrado aún el
arma para destruir los sueños. Mientras no la encuentre seguiremos soñando”.
También estamos
atrapados en lo que se ha dado en llamar el pensamiento único, presentado como
el paradigma de lo aceptable y deseable que, como todo paradigma, condiciona el
modo de pensar y de actuar. Esto ha llevado a la mundialización y similitud de
los discursos (libertad de mercado, estabilidad de los precios, equilibrio
presupuestario, privatizaciones, flexibilidad laboral, competitividad...). La
libertad de mercado es el modelo universal de referencia para organizar la
economía de los países; relacionado inseparablemente con este paradigma, el
modelo universal de comportamiento que se impone como estilo de vida es el modo
burgués de ser en el mundo.
El pensamiento único
Hoy estamos
inmersos en el caldo de cultivo intelectual de lo que se ha dado en llamar “el
pensamiento único”, expresión de la globalización uniformizante del capitalismo
vigente después de la caída del Muro de Berlín, que proclama el triunfo
definitivo de la economía de mercado como modelo universal de referencia y la
superioridad manifiesta de los sistemas democráticos occidentales.
¿Acaso no somos
constreñidos a pensar en esquemas y estereotipos que se nos facilitan desde los
centros de poder cultural y fuera de cuyos esquemas no hay salvación posible, y
que no tenemos más remedio que comunicarnos ¾por
decirlo de algún modo¾
mediante un lenguaje cosificado, es decir, administrado por el academicismo o
marcado por las reglas de la jerga tecnológica? Somos despojados de nuestro
sentido crítico y de nuestra misma experiencia de la realidad por los
pronunciamientos sacramentales de los expertos que nos dicen lo que debemos
pensar de cada cosa, cada acontecimiento o cada hombre.
José Jiménez Lozano
En cierta medida,
el pensamiento único es una versión que culmina los anuncios del fin de la
historia y de la muerte de las ideologías, acerca de las cuales hemos hecho
algunas consideraciones en este mismo parágrafo. Cabe advertir, como lo hace el
filósofo Augusto Klappenbach: “Los términos pensamiento y único son
incompatibles, o bien, para hablar con más precisión, que la unión de ambos
términos constituye lo que los antiguos llamaban una contradiction in adiectio, es decir, la atribución a un sustantivo
de un adjetivo que contradice su significado. El pensamiento, para serlo, no
puede renunciar a su tarea crítica, que implica la confrontación permanente con
otros pensamientos, sin caer en escolasticismos que lo convierten en una
repetición mecánica de doctrinas consideradas incuestionables”(12).
Este pensamiento único es, para nosotros, una expresión pseudointelectual del
triunfo universal de la ideología burguesa en versión neoliberal. En el
liberalismo clásico, a “la riqueza de las naciones”, Adam Smith añadía la
“teoría de los sentimientos morales”, sin lo cual la economía y la riqueza
quedarían cojas por inhumanas. Al derrumbe de las utopías y de las ideologías,
el neoliberalismo responde con un pensamiento que es el vacío de ideas, la
falta de espíritu crítico, la componenda con el poder y la muerte. El
pensamiento único es a la inteligencia lo que Mac Donald es a la comida.
Este pensamiento
único es una forma de la ideología que se presenta como si fuera una conclusión
histórica o científica, pero en lo más profundo es un dogma; es decir, algo que
no se discute, no se demuestra, sino que se impone sin discusión. El
pensamiento único que se manifiesta en diferentes dimensiones tiene una serie
de consecuencias prácticas.
·
Ha tenido la capacidad de
“reducir la dignidad humana a valor de cambio” y nos ha sumido en un
“darwinismo social”. Ya no es el
liberalismo clásico de “libertad para todos, en igualdad real de
oportunidades”, sino el avasallamiento de los más fuertes, para quienes la
rentabilidad de sus empresas es el valor absoluto. El beneficio individual y lo
privado tienen prioridad sobre lo público.
·
Es una forma de manipulación
y adoctrinamiento que ha producido una uniformización mundial de los
discursos, conforme con la cual fuera
del mercado “no hay salvación”, o sea, sin competitividad, innovación y
credibilidad para los capitales internacionales, no tenemos salida.
·
Ha bloqueado la posibilidad
de una crítica auténtica, ya que ésta supone una radical independencia
intelectual de los círculos de poder. Los burócratas de los organismos
internacionales ¾salvo raras excepciones¾ no pueden
pensar lo diferente. Cambian la temática acerca del modo de tratar los
problemas: crecimiento económico (luego agregan “y social”), más tarde hablan
de desarrollo integral y de enfoque unificado; ¡ahora el nuevo nombre de la
“cosa” (no de la rosa) es el “desarrollo sustentable”!
·
El pensamiento único, que
sólo admite la lógica darwinista de la supervivencia de quienes tienen más
capacidad competitiva en el mercado, desprecia todas aquellas expresiones o
manifestaciones de quienes afirman ¾y luchan por
ello¾ que otra globalización es posible; pretenden hacernos creer que
las cosas son así y que querer cambiarlas es propio de idiotas.
Con la fascinación
de cambio de siglo y de milenio, el 000 suscitó fantasía y la expectativa de
algo viejo que muere y de algo nuevo que tenía que nacer. Unos anuncian la new age; otros, “la feliz era del
Acuario”... Muchas y variadas versiones han aparecido en los últimos años, como
anuncio de algo radicalmente nuevo... ¿Es que renace la utopía? No lo sé, sólo
me atrevo a afirmar, con Roa Bastos, que si la utopía hubiese muerto, la raza
humana estaría maldita para siempre y que estas reflexiones nunca hubieren sido
escritas.
La pregunta que
formula es más modesta y limitada: ¿Marchamos hacia un nuevo paradigma
cultural?... He aquí algunas anotaciones provisionales para responder a esta
cuestión, consciente de que todos ¾como dice
Leonardo Boff¾ “somos rehenes de un modelo de comportamiento que nos sitúa en
contra del sentido del universo, por encima
de las cosas en vez de estar con ellas
dentro de la gran comunidad cósmica”(13).
¿Cabe más alta
misión que la de intentar, todos los países juntos, pequeños y grandes,
transformar por fin las espadas en arados? Adelantar el día en que se haga
realidad el sueño de Martin Luther King y de Gandhi: el día en que los hombres
comprendan que el bienestar consiste en vivir juntos, sin preeminencia de
pueblos, personas ni instituciones, unidos en una misma esperanza.
Federico Mayor Zaragoza
6. Dos formas de reacción frente a la
invasión cultural
Aunque las formas
de reacción frente al proceso de homogeneización actual, derivada de la
globalización en la que estamos metidos, son variadas, quisiera ceñirme a
examinar dos de ellas. Son de naturaleza y características bien diferentes: por
un lado los fundamentalismos, en donde el “espíritu de tribu” conduce a un
nacionalismo cultural inexpugnable a la penetración cultural y por otro lado
anquilosado. Esta circunstancia se da en sociedades o grupos encerrados en sí
mismos. La otra forma, propia de las sociedades abiertas y democráticas, es la
llamada “excepción cultural”; expresión que para algunos no es del todo feliz,
pero cuyo uso ya ha sido aceptado para designar una norma de protección de la
cultura que, como parte de la política cultural de un Estado, asegura que la
creación cultural no sea considerada como una mercancía.
a. Los fundamentalismos
Los fundamentalismos han sido una realidad
en la historia de la humanidad desde hace muchos siglos. Sin embargo, a
comienzos de siglo toman una nueva dimensión. En efecto, cuando en los años
ochenta y noventa la dinámica de la globalización se “hace sentir”, los
fundamentalismos adquieren nueva fuerza. Como bien lo ha caracterizado Manuel
Castells, el fundamentalismo puede definirse “como la construcción de la identidad
colectiva a partir de la identificación de la conducta individual y las
instituciones de la sociedad con las normas derivadas de la ley de Dios,
interpretada por una autoridad definida que hace de intermediario entre Dios y
la humanidad”(14).
Los fundamentalismos
se caracterizan por la adhesión incondicional a una doctrina (de ordinario
religiosa) que escapa a cualquier discusión. En el dogma al que se adhieren,
todo es definitivo, no hay dudas y nada
hay que revisar. Absolutiza las propias opciones, mientras que considera
erróneas las otras posturas, perspectivas u opciones, ya sean religiosas,
ideológicas o políticas. En el fundamentalismo existe siempre una gran
arrogancia espiritual, puesto que viven asentados en sus certezas, al punto que
los hace sectarios e intransigentes con quienes no piensan como ellos. La
postura fundamentalista se basa en la pretensión de poseer la verdad absoluta y
su misión es imponer la propia verdad a los demás. Toda forma de diálogo con
los que no piensan como ellos es una forma de complicidad con el error y el
mal.
Además, los
fundamentalistas ¾dogmáticos y sectarios por naturaleza¾ adquieren una estructura mental y caracterial que no entiende ni
tolera a quienes no pertenecen a su secta. Identificados con la verdad absoluta
que creen poseer, no reconocen límites a su autoritarismo espiritual. En la
vida social, política y cultural, no les queda otra alternativa que asumir la
actitud de cruzados: propensión a imponer a los demás sus creencias, ideas y
valores, aunque sea por la fuerza, si ello fuera necesario, reprimiendo todo
pensamiento divergente, aun con la guerra santa.
Podemos entender
los fundamentalismos como una forma (no adecuada, por cierto) de defender la
propia identidad frente a la penetración de lo que algunos de ellos llaman
“valores y modos de vida occidentales”. No se puede negar que a veces
distorsionan valores altamente positivos que forman parte del acervo cultural
de algunos pueblos (pienso en el mundo árabe al escribir esto). Pero, si
tenemos en cuenta lo que en su momento sucedió en Irán, lo que luego aconteció
en Afganistán con los talibán, en donde la irracionalidad y el sectarismo los
lleva a atentar contra el patrimonio cultural y, lo que es más grave, contra la
dignidad humana y los derechos más elementales, especialmente contra las
mujeres, el fundamentalismos nos muestra el horror y criminalidad a que conduce
el dogmatismo. Si esto adquiriese una dimensión internacional, en la parte
globalizada, de hecho fragmentada, se levantarían fronteras (no geográficas)
que haría imposible la fraternidad de los ciudadanos de la Patria-Tierra,
posibilidad que nos ofrece el proceso de planetarización/mundialización.
b. La excepción cultural
A comienzos de los
años noventa, la belle époque del
proceso de globalización en la que todo se mercantilizaba, se pretendió someter
el comercio de los servicios, y de modo particular a los culturales y
comunicativos, a la categoría de simple mercancía.
Con la expresión
“excepción cultural”, puesta en circulación por el ministro de cultura de
Francia, Jack Lang, se hace referencia al hecho de que los servicios y
productos culturales no deben ser incluidos en la desregulación del comercio
internacional que, de manera generalizada, propuso inicialmente el GATT y luego
la OMC.
La creación
artística, los bienes y servicios culturales no son una mercancía como los
bienes y productos industriales. La cultura es “algo” a lo que todos tienen
derecho, no una simple mercancía que debe ser tratada como cualquier otro objeto
de consumo. De ahí que el Parlamento Europeo, el 13 de enero de 2004, pidiese a
los Estados Miembros de la Unión Europea “afirmar sin ambigüedad ante la OMC
que los servicios y productos culturales tienen un carácter de bienes
culturales y deben ser excluidos de la desregulación del comercio”.
Estas dos formas de
reacción frente a la invasión cultural y las consecuentes repercusiones en la
vida de los países, se dan en contextos políticos diferentes, pero ambas tienen
en común el defender la propia cultura frente a la subyugación uniformizadora
de los más fuertes. Es la búsqueda de “poder ser uno mismo”.
7. Nueva cultura versus globalización: ¿es
posible un nuevo paradigma cultural como energía creadora de una globalización
alternativa?
Hacer de nuestra
cultura una potencia de liberación y de solidaridad, al mismo tiempo que el
canto de nuestra íntima personalidad.
Cheik Anta Diop
Una propuesta
alternativa al modelo de globalización neoliberal no puede circunscribirse a un
enfoque exclusivamente economicista, sino que debe otorgar un lugar a la esfera
de lo cultural. Buscar un nuevo proyecto
de sociedad es, supone y exige buscar un nuevo proyecto cultural.
En los años
ochenta, en América Latina, en los grupos de educación popular, se decía que
toda propuesta de lucha en el campo de la cultura debe tener en cuenta que la ideología que sirve como
“cemento” que une las juntas del orden social vigente podría transformarse ¾como un aspecto de la lucha cultural¾ en “ácido corrosivo” y en “energía creadora” para un nuevo
ordenamiento social.
Dentro de ese
contexto, un trabajo cultural crítico no debe agotarse en la tarea de
desenmascarar los mecanismos de manipulación y domesticación ideológica, sino
que tiene que aceptar el reto de plasmar una nueva cultura. En nuestros días,
esta propuesta algunos la presentan afirmando que una nueva cultura sirve como
antídoto para la globalización neoliberal.
La idea de que la
cultura pueda ser un antídoto para la crisis que se vive a escala mundial puede
parecer disparatada a aquellos para los que todo se reduce a la economía y
conciben al hombre, fundamentalmente, como homo
economicus y homo consumens,
acentuando la dimensión de mero productor y mero consumidor.
Hablar de la
cultura como energía creadora cuando en el escaparate de las ofertas
intelectuales nos encontramos con “el todo vale” de Feyerabend, el “pensamiento
débil” de los italianos, la “simulación” de Baudrillard, el “pensamiento
borroso” de Bart Kosko, la ciencia sfumatta,
la era fuzzy, la filosofía flou y la cultura light, que han dominado e discurso de las últimas décadas, puede
parecer una propuesta a contrapelo de la historia. Cuando casi todo se
relativiza y estamos atrapados en la sociedad de consumo y en un
individualismo feroz, puede parecer un sueño fantasioso pensar que la cultura
puede producir cambios significativos. ¿Qué podemos hacer en ese contexto de frivolidad y homogeneización
cultural en donde existen tantos agujeros e intersticios por donde penetran las
industrias culturales para hacer de la cultura norteamericana la cultura
universal del mundo globalizado?
Algunos hechos que expresan una cultura emergente
alternativa
Nuestra
aproximación a esta problemática es provisional. Tiene su punto de partida en
el análisis que realizáramos sobre la rebelión juvenil, hace unos veinticinco
años. En la contestación juvenil de finales de la década de los sesenta
encontrábamos ¾y encontramos¾ hechos portadores de futuro.
Decíamos entonces ¾y ahora lo traemos como punto de
arranque para nuestra reflexión¾ que si más
allá de cualquier manifestación exterior o circunstancial calamos en lo hondo
de la rebelión juvenil actual, encontramos hechos que expresan un nuevo modo
cultural reflejado en:
·
el deseo de vivir (que todos
vivan y vivan en la abundancia);
·
el deseo de expresarse (que
todos puedan hacer oír su voz);
·
el deseo de ser libres (que
todos puedan realizarse sin constreñimientos exteriores);
·
la reivindicación del derecho
a hacer su propia vida (que cada uno pueda asumir por propia decisión lo que
hará de su existencia).
Estos deseos, tan
fuertemente expresados por algunos movimientos juveniles a finales de los años
sesenta, no “aparecen” en ese momento, como si antes no hubiesen existido. La
novedad viene dada por la profundidad y forma con que se presentan, además del
conjunto de valores que los sostiene. Todas estas manifestaciones y búsquedas,
expresadas con un tono crítico, creativo, diferencial y sensual, contienen
lo básico de ciertas formas emergentes
de cultura viva, aunque haya otras de signo contrario o diferenciadas.
Adviértase, una vez
más, que consideramos la cultura como un modo de vida total y de
realización/creación del presente y del futuro y no con el alcance restringido
de lo artístico o literario. Dicho esto, preguntamos: ¿cuáles son los hechos
precursores del estilo cultural del futuro?, ¿cuáles son las manifestaciones o
caracteres esenciales de esta cultura emergente? Lo que percibimos como
germinal en estos movimientos, lo resumiríamos (sin que esa sea una enumeración
exhaustiva) en seis grandes expresiones:
·
Afirmación de la propia
personalidad y del derecho a singularizarse.
·
Un estilo cultural
meta-tecnológico, anti-productivista y de recuperación de lo festivo.
·
La búsqueda de comunicación
interpersonal profunda y auténtica.
·
Rechazo de lo institucional
como aquello que encorseta la vida.
·
Desarrollo de la dimensión
erótica y psicodélica de la cultura emergente.
·
Retorno a la naturaleza y a
la vida sencilla.
Desde esa óptica no
es solamente un nuevo orden económico internacional lo que necesitamos sino un
nuevo estilo de vida. No es un relanzamiento de la economía a escala de Estado
lo más decisivo, sino un nuevo modo de vivir. Y, a nivel personal, tampoco la
salida es tener más cosas, sino saber vivir como personas.
En fin: si lo que
está en crisis es un modelo de civilización, de sociedad y de modo de vida,
aquí es donde la cultura —como creación de un destino personal y colectivo—
adquiere su pleno significado y dimensión como antídoto a la crisis: se trata
de buscar, y de ir encontrando y realizando, un nuevo proyecto de sociedad y de
civilización.
Vivimos en un mundo
complejo y cambiante, en situación
límite, puestos en una encrucijada, inmersos en una crisis, llegados a un punto
de ruptura, en donde “algo viejo
debe morir y algo nuevo debe nacer”... De muchas y variadas formas se designa
el momento en que vivimos. “El mundo no es como debiera ser”, así lo percibe la
mayoría de la gente. Tampoco la vida es como debiera ser. De ahí que muchas
personas —los alternativistas, podríamos denominarlos de una manera amplia—
desean cambiar sus actuales formas de existencia, quieren saltar a una nueva
manera de vivir... Por lo tanto, en este sentido y en este contexto, sí puede
hablarse de la necesidad de una nueva cultura como antídoto a la crisis. Es
decir, de un nuevo modo de pensar y de hacer.
Se trata de
plantearnos el problema de un nuevo estilo de vida, más que corregir la crisis
económica dentro de los marcos de una civilización fáustica, de una sociedad
productivista y de existencias personales cuyo proyecto principal de vida es el
de ganar dinero.
Plantearnos el
problema de un nuevo estilo de vida, es plantearnos la necesidad de asumir
nuevos modos de vivir. Ahora bien, ¿por qué se plantea este problema?, ¿qué significa
un nuevo modo de vivir?...
A la primera
cuestión —¿por qué aparece este problema?— la respuesta es bastante
generalizada entre todos aquellos que critican la degradación de la vida que
vivimos en nuestro tiempo. Degradación por exceso y despilfarro en las
sociedades de consumo: degradación por hambre y miseria en las sociedades
subdesarrolladas y dependientes.
Y, ¿por qué nuevo
estilo de vida? Si decimos “nuevo”, antes que nada significa hacer algo que
antes no se hacía, cambiar, realizar algo diferente. Este “dejar de hacer”,
este “cambiar”, y este “realizar”, tienen que ver con algo que nos concierne de
manera radical a cada uno de nosotros y es la causa de que “seamos”: nuestra
vida.
No se trata sólo de
cambiar estructuras o de innovaciones tecnológicas que pueden ser necesarias.
De lo que se trata es de cambiar nuestra vida o, para ser más precisos, nuestro
estilo de vida, nuestro modo de vivir. Esto significa —como diría Fromm— “una
sociedad cuyos miembros han llegado a un grado de independencia en que conocen
la diferencia entre el bien y el mal, en que eligen por sí mismos, en que
tienen convicciones y no opiniones, y fe, más bien que supersticiones ni
esperanzas nebulosas... Significa una sociedad cuyos miembros han desarrollado
la capacidad de amar a sus hijos, a sus prójimos, a todos los hombres, a sí
mismos, a toda la naturaleza; que pueden sentirse unidos con todo, pero que
conservan el estilo de la individualidad y la integridad; que trascienden la
naturaleza creando, no destruyendo”. Por
primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana
depende de un cambio radical en el corazón humano”(15).
El movimiento de
nuevos estilos de vida es de origen occidental, producido en parte por la
crisis que confrontamos, pero está acompañado por un descubrimiento y
revalorización de los valores de oriente.
Sin embargo, habría
que preguntarse también: ¿por qué vamos a cambiar de estilo de vida?, ¿qué nos
puede mover a tomar esta determinación?... Para la mayoría de la gente, lo que
les lleva a cambiar son situaciones o condiciones de existencia. Ahora bien,
¿existen, hoy, situaciones que pueden llevarnos a convencernos de la necesidad
de cambiar nuestro estilo de vida?...
Creo que sí.
Bastaría con que nos percatáramos de la clase de “callejón sin salida” donde
está llegando la humanidad. Bastaría con que intentásemos ahondar en las causas
de insatisfacción que, en grado diverso, sufre el hombre contemporáneo.
Y ahora, si
estuviésemos convencidos de la necesidad de un nuevo estilo de vida, haría que
plantearse: ¿qué es lo que establece o configura un nuevo estilo de vida? Todos
tenemos un estilo de vida que viene dado por los valores que en nuestra
práctica elegimos como prioritarios. Insistimos en esto de “nuestra práctica” porque el doble juego de valores es moneda
corriente en nuestro mundo. El divorcio entre el decir y el hacer, el
encubrimiento ideológico, permiten discursos paralelos o contrapuestos a lo que
se hace en la realidad.
Buscar un nuevo
estilo de vida no consiste exclusiva ni fundamentalmente en producir un cambio
individual o grupal en los patrones de consumo. Es un cambio con implicaciones
tan globales que no se trata de una transformación estructural únicamente sino,
ante todo, de un cambio cultural... Ante nosotros tenemos el reto de crear y de ser
protagonistas de una nueva civilización
y de un nuevo modo de ser persona.
Bibliografía citada
1 BRZEZINSKI,
Zbigniew: La era tecnocrática. Paidós,
Buenos Aires, 1979.
2 MATTELART,
Armand: La comunicación masiva en el
proceso de liberación. Siglo XXI, México, 1973.
3 FOGWIL,
R. y STEIMBERG, O.: La publicidad en el
mundo actual.
4 GUBERN,
Román: Prólogo del libro de L. Pignatti
Il supernulla. Guaraldo Editore, Firenze, 1974.
5 SNYDER,
Gary: La mente salvaje. Ediciones
Ardura, Madrid, 2001.
6 VERDÚ,
Vicente: China Superestart. Aguilar,
Madrid, 1998.
7 ROA
BASTOS, Augusto: Los poderes culturales
contra la cultura nacional, en El Correo de la UNESCO, París, 1982.
8 M’BOW,
Amadou-Mahtar: La dimensión humana,
en El Correo de la UNESCO, París, 1982.
9 NÚÑEZ,
Carlos: Educar para transformar,
transformar para educar. IMDEC, Guadalajara, México, 1985.
10 BRETON, Thierry: La fin
des illusions.
11 BRAUDILLARD, Jean: L’illusion de la fin.
12 KLAPPENBACH, Augusto: El
pensamiento único, en Diario El País, Madrid, agosto 1999.
13 BOFF, Leonardo: Ecología:
grito de la tierra, grito de los pobres. Ed. Trotta, Buenos Aires, 1997.
14 CASTELLS, Manuel: La era
de la información.Vol. 2. El poder de
la identidad. Alianza Editorial,
Madrid, 1998.
15 FROMM, Erich: Psicoanálisis
de la sociedad contemporánea. FCE, México, 1956.
* Metodología y práctica de la animación
sociocultural. CCS, Madrid, 2001.
* “La expresión ‘medios masivos de comunicación’
esconde ya una trampa, o acaso varias. En primer lugar, tales medios no
constituyen realmente un vehículo de la comunicación humana, pues comunicación
implica diálogo, intercambio, y los mass
media hablan, pero no admiten respuestas. Son, en todo caso, medios de
transmisión o de difusión.” Leonardo Acosta.
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