EDUCANDO DESDE UNA PEDAGOGIA DE LA TERNURA
Alejandro Cussiánovich V.
Introducción:
Lo que se ha dado en llamar Pedagogía de la Ternura, no puede ser abordado
reductivamente desde las ciencias de la educación. Ella debe ser trabajada
desde la transdisciplinariedad que le permita
expresar
simultáneamente su especificidad múltiple. Es decir, la pedagogía forma parte de la praxis social que intenta ser transformadora no sólo de los modos de vida espiritual en la sociedad, sino de los modos de producción material. Ambas dimensiones
constituyen un desafío a releer lo que entendemos por espiritual y lo que conceptuamos como material. Desde el abordaje
occidental se pautean
una serie de implicancias teóricas y prácticas que difieren de abordajes moldeados en cosmovisiones no occidentales. La temática de este Congreso incorpora aspectos que nos han de permitir
enriquecer esta presentación en el arco de cuestiones como ¿qué significa ser niño hoy?, cultura infantil, las otras
infancias,
infancia y cultura1.
I.- LOS ORÍGENES DE UN DISCURSO
EMBRIONAL
Una de las primeras, si no la primera formulación que se hiciera
en nuestro medio de lo que se ha dado en llamar la Pedagogía de la Ternura,
data de 1990 cuando se nos solicitara hacer una conferencia a docentes llegados
a Lima desde las serranías de Cerro de Pasco, la Oroya, Huancayo,
Huánuco, etc.(“Apuntes para una Pedagogía de la ternura”,
n.14, Agosto, 1990, 24 págs., mimeo) El IPEDEHP( Instituto
peruano de educación en DDHH y la Paz) debió
1 (En este sentido, los aportes de Manuel Wallerstein son definitivos, “Conocer el mundo, saber el mundo. El fin de lo aprendido. Una ciencia social
para el siglo XXI”, S.XXI, 2001, passim)
invitarlos a trasladarse a la capital, pues hacer cursos
con docentes sobre derechos humanos en una de las regiones más
golpeadas por el conflicto
armado, devenía una temeridad.
No se
nos ocurrió mejor idea que abordar el tema desde el eje de la ternura, precisamente
porque la guerra- y sus atrocidades- no dejaba espacio ni condiciones humanas en la población y en los propios docentes, para la ternura, la confianza, la sensibilidad
entusiasta. El mundo colectivo
y personal de la afectuosidad de nuestro pueblo, debió traumáticamente replegarse a la interioridad, a la privacidad, a la soledad,
al mismo espacio en nuestros corazones en los que desde dos décadas aproximadamente había Empezado
a habitar y se asentaba la desconfianza, el miedo, la desesperanza y el dolor sufrientemente revestido de silencio. Todo ello
abonaba en la necesidad de endurecerse, de acallar la sensibilidad, de reprimir
manifestaciones de ternura fuera del ámbito de lo íntimo personal.
Dos son, entre otras, las características de los orígenes de este discurso
en nuestro país: el de la violencia política
y armada y el de los maestros
y maestras en medio de ella. Sólo en 1994 el psiquiatra colombiano Luis Carlos Restrepo,
involucrado en un contexto similar
como el de la violencia política
en su país y su ciudad Medellín,
publicará ese hermoso como esclarecedor libro, “El Derecho a
la Ternura”, al que seguirían otros trabajos suyos más sobre el tema.
En nuestro medio debemos destacar cómo en 1995 se colocaron
una 35 líneas sobre esta Pedagogía de la Ternura en uno de los módulos para la
formación de oficiales de la Policía
Nacional del Perú. Al término del curso,
por el que pasaron unos siete mil oficiales, la evaluación
arrojó como el punto que más interpeló su labor
profesional, esas escasas 35 líneas sobre un tema que luego sería
requerido por más de 40 veces a ser tratado en las diferentes
dependencias policiales del país.
Podemos
afirmar,
que
en
circunstancias
en las que nuestros discursos y
prácticas de educación popular encontraban serias dificultades para sortear el
clima de sospecha de ser discursos subversivos, la educación
popular descubre y empieza a desarrollar una veta que se había mantenido como subyacente
e implícita en su andamiaje conceptual, en su orientación metodológica y muy
particularmente en las relaciones humanas
que la
educación popular
está llamada a cultivar.
El presente ensayo
se propone invitar a los docentes y académicos de la educación, a trabajar esto que en el lenguaje político de los 60 y 70 conocíamos como la subjetividad, como la sensibilidad social, o como inspiradamente
la llamaría Tomás Borjes,
la solidaridad como la ternura
de los pueblos.
Pero debemos
señalar que con la Comisión de la Verdad
y la Reconciliación y su voluminoso
como interpelador Informe, en el país ha vuelto, lentamente, a surgir la urgencia de repensar el sentido y el significado de la vida. Y con ello se inicia
un retorno al valor de la indispensable urgencia de la amorosidad, del afecto, del cultivo de la fineza de espíritu que
nos hace sabios, de la necesidad del sentido estético, artístico
y poético que imprimen a la función poiética2 de nuestras vidas
una tonalidad y
colorido que le dan rostro humano y humanizador. Desde
entonces, el teatro,
el cine, no sólo han reproducido para la memoria el drama de lo vivido, sino cómo desde allí recrear una peruanidad que esté amasada en el respeto de las diferencias, en la participación sin discriminación alguna,
pues todos contamos, no sobra nadie en el Perú. Y es
que lo vivido no sólo revela lo lejos que estamos de apreciarnos
y sentirnos iguales en medio de tanta desigualdad social y de tanta, aunque rica, variedad
cultural. Quizá uno de los trabajos más interesantes, en el período posterior
al
2 (ver Enrique Dussel, “Filosofía de la producción”,Ed Nueva América,1984, passim)
conflicto, sea el de la antropóloga y médico, Kimberly
Theidon3 y que permite entender lo gravitante
de un
discurso que tenga en la ternura una matriz
epistemológica para nuestra práctica pedagógica y para lo que se ha dado en
llamar, la reconstrucción de la nación.
II.- ALGUNAS
CUESTIONES PREVIAS PARA ENTENDERNOS
1.-La pedagogía de la ternura,
algo más que simple pedagogía
Quizá debiéramos decir que es pedagogía
siempre y cuando ésta sea asumida
como una inevitable relación de poder, aunque lamentablemente
no necesariamente revestido de amorosidad y expresión de la philía
como diría Aristóteles, es decir como relación afectuosa entre pueblos. O en extraordinarias palabras de E.Morin, “La idea de amor no se haya circunscrita
únicamente alrededor de la reproducción de la pareja,
de la familia, del clan,
de la
nación: ha surgido como idea general, que expresa una ética propiamente
humana-“amaos los unos a los otros”-
y una exigencia orgánica de humanidad-“el género humano
es la internacional”4 La ternura forma parte de las relaciones de poder entre el
niño, la niña y sus progenitores, muy en particular
con la madre. Es su relación
primera y primaria con el mundo , casualmente con el adulto y con el adulto
femenino. La madre es la matriz de origen, es la relación
biológica bañada de afecto, de cariño. Es sin lugar a dudas la comunicadora privilegiada de un
imaginario simbólico que marcará el proyecto personal de vida del niño, de la niña. Y es que la fuerza de este vínculo inaugural de la condición humana, es el
fundamento de toda pedagogía que se quiera permanentemente crítica e innovadora de las demás relaciones humanas
en el desarrollo de cada individuo
y de sus colectivos de pertenencia. Ciertamente que la pedagogía tiene como
3 (“Entre
Prójimos. El conflicto
armado interno y la política
de la reconciliación en el
Perú”, IEP, 2004, ps.283)
4 ( en “La vida de la vida”, Cátedra, 2003, p.512)
irrenunciable
tarea la de contribuir al desarrollo de cada individuo
en cuanto autónomo, es decir, el acceso a lo que E.Morin
llama el paso al autos5
2.- La protección: un camino errático
de la pedagogía de la ternura
Poder que desde la Ternura se tiende a expresar como protección-
e inexorablemente- cuando de niños y niñas se trata. Desde el pacto social de la modernidad en el que formalmente
todos los seres humanos
gozaban de los mismos derechos, en la práctica
la mujer y la infancia
quedaron excluidos como
actores sociales, como válidos interlocutores en la política, en las cuestiones de carácter público. Sin embargo
fueron asumidos sub especie de sujetos de
protección por parte del estado y de la sociedad. La pedagogía
toda estará - desde entonces con mayor fuerza justificatoria-
marcada por este paradigma de la protección
y el
maestro será una especie de tutor, de protector
del niño, niña que
se le confíe. El episteme
de la protección así entendida, deviene un factor de perversión de la práctica pedagógica revestida de ternura. Y es que
la incoherencia entre una proclamación
principista de igualdad del niño con los
demás seres humanos y una desigualdad inocultable en el tejido social,
favorece el recurso a expresiones de consideración, de
trato y de afectuosidad para adulcorar la flagrante discriminación y exclusión de la infancia
en el mundo adulto in toto6 Por ello, hoy se ha reinstaurado, y no sin razón, el paradigma de la protección llamada integral, como el
eje conceptual y práctico de la relación de la
sociedad con la infancia y de la responsabilidad exigible al Estado.
Es gracias al psicoanálisis que hoy sabemos
mejor, y en esto la contribución
de
J. Lacan es fundamental como reto a desarrollarla,
que la protección puede
significar para el niño una de las experiencias más angustiosas de desamparo,
5 (ibidem, p.129-136)
6 .(ver
Alain Renaut, “La libération des Enfants.
Contribution philosophique à une
histoire de l’enfance”,Hachette, 2002,
Avant-propos, p.9-44)
por paradójico que ésto parezca.
Podríamos decir que esto no es privativo del niño,
aunque en la infancia
pueda tener
una significación más desgarradora.7
Puede acontecer
lo mismo con población adulta
o anciana que en el crepúsculo
de sus vidas experimentan la desprotección más cruel. Y es que devenir
en objeto de beneficencia resulta en uno de los mayores desamparos.
La Ternura,
entonces, nos coloca
ante otro epicentro
en la relación adulto,
adulta-niño, niña. Ambos estamos
ante un cuarto elemento como diría Lacan, lo
que hay detrás en el deseo de
uno y otro, de una y otra. 8Y es que los tres
tiempos del que nos habla Lacan, el de la escucha,
el de la comprensión y el de la conclusión9, demandan
una relación del adulto, adulta-niño-niña que no suprima o haga un collage inmaginaire, en palabras
lacanianas, saltándose el
comprender10 de ser así, la escucha se transforma en un simple oir –acción meramente fisiológica-y la conclusión, en una decisión arbitraria cuanto
temeraria, por ello antipedagógica.11
Si bien sentirse
protegido deviene en una necesidad
de sobrevivencia física y emocional, la sobreprotección
puede preparar formas y estados de angustia y desamparo que incluso suelen ser resultado de nobles, pero equivocadas,
expresiones de afecto. Pero se
hace indispensable asumir avances que desde el psicoanálisis se han hecho en relación
a lo que B.Bettelheim recordaba, “El niño necesita que se le dé la oportunidad de comprenderse a sí mismo en este mundo complejo con el que tiene que aprender a enfrentarse, precisamente
7 (ver Wrener Jaeger, “Paideia: los ideales
de la cultura griega”, FCE, 1962, la voz
aidos, pgs.23,69,302, etc.)
8 (ver Alfredo Jerusalinsky, “Para entender
al Niño....”, p.46-47).
9 (en “Función y Campo de la Palabra”,citado por A.Jerusalinsky, p.34)
10 (ver E.Morin,
“Enseñar
la
comprensión”, en Los siete saberes necesarios a la
educación del futuro, UNESCO, 1999, passim);
11 (ver
L.Enriquez Ruiz,“Enfoque antropológico y humanista
de la escucha”, Bogotá,
1999,CENFOR, mimeo)
porque su vida a menudo
le desconcierta...”12 Dejarlo
en la boca del cocodrilo, como Dupret señala recordando la imagen que utilizara Lacan,
puede brindar una engañosa
protección al niño y que de no mediar la intervención del padre o de quien
haga
sus
veces,
podría
sumir
al
niño
en
una
situación de insospechadas consecuencias no sólo comportamentales, sino psíquicas.
3.- La ternura: las ambigüedades heredadas.
Mencionamos aquellas
que L.C.Restrepo ha señalado y algunas otras:
a.-La feminización de la ternura
cuando se considera
que son las mujeres las que
dan ternura, teniendo
la imagen materna como el modelo de ternura
hacia los hijos.
Por ejemplo,
habida cuenta de la abrumadora mayoría
de educadoras que hace
de la educación inicial una especie de feminización
del Nivel, se estaría
objetivamente dando un factor que hace aún más difícil
que los oídos del sentido común acepten la ternura
como un auténtico discurso político, es decir como el
llamado a una virtud cívica, política y no sólo a una cuestión
exclusivamente doméstica, familiar, de pareja y encerrada
en el ámbito de lo privado, incluso
de lo íntimo. Obviamente, éste no es para nada un problema de las docentes,
sino más bien el resultado de una sociedad
prejuiciosa, machista y aún patriarcal
en muchos de sus rasgos que
deja a los niños como encargo natural a
las mujeres. En este sentido cabe señalar la relación entre pedagogía
de la ternura y familia; como ya mostrara la CEPALC en
1994, ese sistema social llamado familia
en la Región ha sufrido profundas transformaciones en las últimas
décadas. En países en los que hay una cierta explosión demográfica de familias monoparentales, en las que se acrecienta el número de adolescentes
progenitores, uniones consensuales, reconstituidas, las
familias así
conformadas recogen
las
ambigüedades que se expresan
en los discursos y prácticas de la pedagogía
de
12 (Citado
en el sugerente artículo de Marie-Astrid Dupret, “Hurto de infancias”, en
Rev.Universitas, Mientras
haya Infancia, UPS, Quito, n.5, 2004, p.7-21)
la ternura.13 Y es que como dice A.Giddens,
la familia ha devenido en el lugar más
peligroso en la sociedad moderna.
b.- A ello se añade la paidización de la ternura,
la imagen de que el niño y la
niña pequeños son los que inspiran o suscitan ternura.
Juntar educación de pequeños y pequeñas con un discurso que levanta
la ternura como un eje de la práctica pedagógica, pareciera abonar a favor de una histórica
distorsión en el imaginario social que consiste
en “infantilizar” o “paideizar” la ternura. De esto
nos advierte sabiamente Luis Carlos
Restrepo 14. Pero no es ajeno este modo de
representarse la fuente y el objeto de la ternura a las nociones
que siguen vigentes en gruesos
sectores,
incluso
de
educadores y padres de familia, cuando conceptúan al niño o niña como una “personita”, como un “ser divino”, como “inocente”, “sincero/a”, “alegre”, “transparente”,
“sin dobleces”, “todo ternura”, etc.15 Quizá por ello haya quienes
desde una perspectiva antropológica
se resistan a hablar del “niño que todos
llevamos dentro” 16
c.- Así las cosas,
la ternura no puede ser para el “macho”
algo exteriorizable, algo público.
La ternura pasa al campo no sólo de lo privado sino de lo íntimo.17
La privatización de la ternura en el varón equivale
a la legitimación de un doble
comportamiento. Pero además
a despojar a la ternura
de su sentido político
condenándola a no ser considerada como una virtud política. No sólo la ternura
13 (ver M.de Luján González et alii, “Pedagogía familiar”, ed. Trilce,Montevideo, 2001, passim)
14 (ver“El Derecho a la Ternura”, 1994)
15 (en miles de fichas, desde hace más de 12 años, hemos recogido expresiones similares en cursos
a educadores de base, a señores y señoras de barrio, a docentes o estudiantes
que se preparan para serlo)
16 (ver Judith Ennew, ”Time
for Children or Time for Adults?, to be published, circa
1991, passim;
E.Morin, op.cit. p.511: “Por ello la idea
de
amor
no
es
una
idea
reservada únicamente para la parte infantil
del ser humano. Su infinita simplicidad hace sonreír a doctos y sabios, constituye
de hecho una
fabulosa emergencia de hipercomplejidad”)
17 (ver Pierre
Bourdieu, “La dominación
masculina, la lucha feminista en el corazón de
los combates políticos”, ed. 2000).
ha sido expulsada
de la academia como recuerda Restrepo, sino de la política,
habría que subrayar.
d.- No ha de extrañar entonces
que la ternura sea objeto de cierta
ironía, incluso burla, y banalización ligada
más a la imagen de debilidad que de fuerza
y energía; de blandura
más que de firmeza y de rigor. Podríamos asimismo
añadir cierto modelo de colegios militarizados en los que una educación de corte estoico pareciera ser el ideal para hacer bien hombrecitos a los adolescentes,
instituciones en las que la ternura
tendría más bien una cercanía
con el afeminamiento, con tendencias homosexuales para las que aún hay un trato
marcadamente irrespetuoso y discriminatorio.18
En todo caso, en materia de lo que venimos llamando
pedagogía de la ternura,
se requiere tomar en cuenta lo que fuera señalado
por E.Morin como el paradigma de
la incertidumbre que convoca a lo
que R.A.Follari llamara
la necesidad de la vigilancia epistemológica 19 y que implica una no absolutización de nuestras
intuiciones y afirmaciones en torno a la pedagogía
de la ternura. Pero asimismo asumir el paradigma
de la complejidad, dado lo delicado de todo
proceso que se basa en relaciones interpersonales como es la labor
pedagógica, a fortiori cuando ésta involucra al niño, a la niña, su entorno y el mundo adulto.
4.- Desigualdades y asimetrías inhiben
una pedagogía de la ternura
Estamos a las antípodas de una educación
militarizada cuando referimos a la
pedagogía de la ternura que debe entenderse: como cuestionadora
de todo aquello que no permita
relaciones igualitarias habida cuenta de las diferencias.
18 (ver las pertinentes anotaciones de Sandra Carli,
“Niñez, pedagogía y política”, UBA,
2002, cap.VI, La
cristianización y la militarización de la infancia,
237 ss)
19 (en “Teorías
débiles.
Para
una
crítica
de
la
deconstrucción
y
de
los
estudios
culturales”, ed. Homo Sapiens,
Argentina, 2003, passim)
Esta
es condición para hacer de la ternura
una virtud política
y superar la
tendencia a
reducirla a un valor de la privacidad.
Dos elementos
complementarios. Consideramos que el gran reto entonces está
en tomar conciencia que una pedagogía de la ternura
está llamada a repensar el poder
que en toda relación se ejerce en un sentido u otro. Esa es condición indispensable para referirnos a la ternura como virtud política, es decir, llamada a
trascender los límites
de la relación interpersonal, familiar e intentar
fecundar el quehacer político.
De no ser así, se produce una reducción
de graves consecuencias en lo que la pedagogía está llamada a significar
como componente de los procesos de transformación
social. Pero además se termina desvirtuando lo que con acierto señala
Alain Touraine cuando
se refiere a la
escuela del sujeto 20 o lo que se enfatiza en Jacques Delhors,
aprender a ser ,
aprender a convivir.
Un segundo
elemento complementario refiere
a la Pedagogía de la Ternura
como una pedagogía de la exigencia, de la disciplina en su sentido etimológico, vale decir, discere que en latín significa aprender. Si en el imaginario
social se tiende a asociar dulzura con blandura,
ternura con debilidad, en nuestra perspectiva, está asociada al indispensable aprendizaje de la observancia de lo que nos permite una relación positiva,
un desarrollo del deseo y del placer que
no sean sinónimo de trampa,
un desarrollo de nuestra condición erótica – o amor a la vida- que no devenga en un obstáculo para crecer en ágape, en el amor
fraterno. Con los niños y niñas pequeños,
el aprendizaje de las normas no siempre
será gozoso, pues supone poner límites. Como educadores
nos toca contribuir a que los límites sean vistos más bien como fronteras, cuyo sentido
etimológico refiere a estar cara a cara, uno frente al otro, la frontera
es
20 (ver “¿Podremos vivir juntos?, Iguales
y Diferentes”, Fdo.de Cultura Económica,
1997, p.273-291)
simultáneamente cercanía
y distancia, espacio
común, pero domino
propio.21
Una tarea necesaria para la convivencia,
para asegurar respeto y relaciones societales positivas
y regeneradoras, es aprender
a que en la vida respetar los límites es condición de
autonomía, de libertad. Posiblemente éste sea uno de los aspectos más difíciles hoy n los procesos de educación
de las nuevas generaciones.
La Pedagogía
de la Ternura es un permanente aprendizaje al respeto
del otro, a la no instrumentalización del otro. No es la razón instrumental la que rige la
educación, es la razón
comunicativa de la que nos habla Michel
Foucault, porque en ella la centralidad es la del sujeto como tal, como actor, como aquel que
lucha para que nada suplante su condición
de ser autónomo y relacional;
la razón comunicativa es la del encuentro, la de la comunión, la del ágape.
5.- La pedagogía de la ternura
es también pedagogía
Si bien la pedagogía
de la ternura es algo más que pedagogía,
ella es también pedagogía y por ello debemos
preguntarnos por el rol de la PALABRA, del LENGUAJE en la instauración de un proceso de construcción del sujeto niño, niña y en el desarrollo del sujeto adulto padre,
madre,
docente;
en
la
construcción de la matriz simbólica que la palabra contiene
y comunica. 22. No podemos olvidar que la acción pedagógica cumple un rol fundamental
en la construcción, deconstrucción del imaginario simbólico de carácter normativo, vale decir, del deber ser y que éste se encuentra
en una difícil disyunción con el
sistema performativo, en el que cuentan pragmáticamente
los resultados. La pedagogía está llamada a estar atenta justamente
para contribuir a reanexar de forma
asertiva el mundo de las aspiraciones, de los valores, de los proyectos, de
las utopías, de las identidades e identificaciones, de las espiritualidades, que
21 (ver el interesante libro de Laonardo Boff, “S.Fsco. de Asís, Ternura
y Vigor”, Sal terrae, 1982).
22 (ver Humberto Maturana, “Emociones y lenguaje en Educación y Política”, ed
Dolmen, 1997, passim)
permitirán la integración social,
el
sentido
de
pertenencia,
con
el
sistema
autonomizado de la economía, de la producción, hoy.
En este contexto, la pedagogía de la ternura
ha a ver con el cuerpo, con el
placer, con las pulsiones agresivas, con el manejo de la sexualidad
y las relaciones generacionales. Allí el campo simbólico
del lenguaje- y específicamente la palabra- pasa a ser en expresión de J.Lacan el “”parlêtre”
que en defectuosa traducción sería “la palabra
que me hace ser”.
III.- LA PEDAGOGIA
DE LA TERNURA Y LA NECESIDAD DE UNA
EDUCACIÓN TRANSCULTURAL
Ciertamente que en un país como el Perú, o la educación es transcultural o no
es educación nacional, es decir, no es un sistema que pueda calificarse
de nacional. Y transcultural significa que se reconoce que todas las culturas que habitan en el territorio nacional tienen
sus bondades y sus límites; allí se cifra la necesidad del diálogo intercultural,
el mismo que presupone una perspectiva transcultural signada
por
el
mutuo
enriquecimiento y aprendizaje. En lo específico nuestro,
como educadores nos toca encarar aquello que se ha dado
en reconocer como la racionalidad e irracionalidad occidental y la racionalidad
e irracionalidad andino-amazónica
Así en una cosmovisión andina resulta más adecuado
hablar de equivalencia que de relación asimétrica con la connotación
peyorativa que suele asignársele en sociedades
de la desigualdad institucionalizada. Esto representa un vuelco para muchas de nuestras habituales
maneras de enfocar no tanto una relación
individualizada adulto, adulta –niño, niña, sino referirnos al lugar que ocupa el niño en la comunidad, en su pertenencia, en su capacidad
de hacer del adulto progenitor, un hijo o una hija del propio
hijo o hija. No es sólo entonces
un manejo “pedagógico”, sino una
conceptualización
distinta
la
que
hay
que
reconocer. Pero para nada pretendemos
hacer de lo andino- amazónico
un referente romántico y un modelo intocado
en el correr del tiempo y el encuentro
de culturas. 23
Ciertamente
que referir a ternura es entrar sin ambages en el mundo de la subjetividad, de la afectividad, de la amorosidad,
de las pulsiones vitales, de las
pasiones más marcantes en la vida del ser humano. Pero nada de ello puede entenderse dentro de patrones universales que no estén
marcados por los
factores de carácter cultural que los hará diferentes habida cuenta de las cosmovisiones en las que su representación
simbólica está expresando creencias, afectos, sensibilidades, deseos, mitos. Es decir su “racionalidad y su irracionalidad” en las que se expresa la complejidad de la vida de cada ser
humano, de cada colectividad y a la que hay que acercarse con el respeto que
inspira algo que no terminamos de comprender en su insondable densidad.
Si la pedagogía
de la ternura dice relación al sujeto, a la persona
y con ello nos sentimos en el abordaje
correcto, es porque estamos siendo coherentes
con la cosmovisión occidental y las consecuencias prácticas que de ella se derivan hoy. Pero si partimos
de
la
cosmovisión andino-amazónica el concepto de tiempo,
de espacio, de edad, de relaciones en una totalidad de la que se es parte
y en la que dicha
totalidad se manifiesta,
tendremos otro eje epistemológico. En efecto, el runa
en quechua no es el “hombre” como
lo entendemos en la cultura
occidental, es decir el rey
de la creación, el dominador, la culminación de la creación del pensamiento judeo-cristiano, el que controla
su cuerpo, sus pulsiones, sus deseos y placeres.24 El runa es pachamama, es ayllu,
es apu, es un ser equivalente,
por ello el niño o niña es ayllu, es comunidad, es
23 (ver Nicolás Matayoshi,”Niño, familia y comunidad en los Andes”,en J.Castro M, op.cit., p.31-55 y Agustí
Nicolau, “Diversidad
cultural intercultural en la era de la
Globalización”, Fundac.Ch.L.Mayer, 2001).
24 (ver Eric Fuchs, “Le désir et la tendresse”, ed.
A.Michel,.1999, passim)
perteneciente a todo lo que le rodea 25 . Esto nos exige preguntarnos en el
campo de la real, del tejido social dentro del cual la educación cobra legitimidad
y viabilidad, por la cosmovisión que subyace a nuestra
existencia. En efecto, una cosa
será la cosmovisión occidental, otra, la cosmovisión andino-amazónica. Por
ello una cosa será, por ejemplo la Educación Inicial en la sierra y, otra, en la amazonía o en las ciudades
de la costa; una cosa en el mundo rural andino amazónico y otra en lo urbano. La autoimagen
y el
ejercicio como educador, educadora, por ejemplo de nivel inicial, dependerá en lo concreto y en primer término, de los niños y niñas y su contexto
cultural en el que nos toque
desempeñarnos. Los aportes de las pedagogías y psicologías aprendidas serán de gran ayuda si estamos dispuestos a partir de los sujetos concretos, los niños
y niñas, y confrontar dichos conocimientos con la complejidad de la realidad de
los niños y los saberes,
creencias, pautas de crianza de sus familias y comunidades. No sin razón J.Castro Morales,
psiquitra peruano, nos advierte
que “los avances de la epistemología genética y la antropología permiten
afirmar que la secuencialidad de las etapas del desarrollo y su predeterminación no
tienen sustento científico”26. Esto no es otra cosa sino un llamado a evitar toda
forma de colonización de nuestro actuar
pedagógico 27
IV.- EL AFECTO, LA AFECTUOSIDAD, LA “AMAREVOLEZZA”: NECESIDADES Y LIMITES
Nos toca preguntarnos por el rol de la afectividad, del calor humano en el desarrollo del ser humano
como individuo y como colectivo. La experiencia
25 ( ver A.Peña
Cabrera, “La racionalidad occidental y la Recionalidad Andina: Una
comparación” en UNMSM; ver además “Suma Qamaña”,La
Paz, 2000; AAVV,“Huchuy Runa-Jiska Jaque”Pratec, 2003; AAVV,”Culturas e Infancias”, ed.TdH, 2000)
26 ( en “Enfoque multidisciplinario de la salud mental”, p.183, en Niños, Niñas
y
Adolescentes, exclusión y desarrollo social,
IFEJANT, 2001, T.I.)
27 (ver el exclente trabajo de C.A.Bowers, “Detrás de la apariencia hacia la
descolonización de la educación”, Pratec, 2002,
passim)
muestra que sin un rol positivo,
vale decir, equilibrado y equilibrante, los demás
factores de desarrollo fatigan para lograr
resultados deseables.
La afectividad deviene así un componente simultáneamente imprescindible, pero
de alta complejidad y ambigüedad. Y es que el riesgo que acompaña
al ejercicio de la afectividad
cuando ésta no favorece la distancia necesaria en la cercanía que genera, se torna aún más desafiante cuando
se trata de una distancia cronológica entre el niño, la niña y el adulto
o adulta, sean éstos
padres, parientes o educadores. Con mucha razón se nos advierte
sobre la necesidad
de “evitar la levitación del rol de la afectividad en la relación pedagógica”28. Y es
que se da una inevitable tensión
entre la demanda de afecto, desde los niños y
niñas, y la oferta de afecto desde los adultos.
Un aspecto que nos permite visualizar
la ambigüedad subyacente a la relación afectiva es su eventual
efecto de “fijación” trastocando así su función de abrir caminos a la “autonomía”. Riesgo tanto más evidente cuando no se logra instaurar en la relación
de afectividad el componente
de razón y de ética que
están llamados a jugar
un papel de referente crítico.
Pero en la formación
de la personalidad del niño, niña, la afectividad constituye el piso necesario y permanente para su desarrollo, aquel que lo transforma
gradual, pero ininterrumpidamente en individuo
social en la medida que le brinda
condiciones subjetivas favorables.29.
Como dice el pedagogo José Martí,
“...siendo tiernos, elaboramos la ternura que hemos de gozar nosotros. – Y sin
pan se vive...sin amor...¡no!”30
28 Xavier Thévenot,
“D.Bosco educatore e il “sistema
preventivo”, un esame condotto a partire dell’antropologia psicanalitica”
en Orientamente Pedagogici, 35, 1988, Torino, p.711)
29 (ver Marco A.Zúñiga G., “Sistema de la Personalidad: un enfoque neuropsicológico humanista” en
J.Castro M, op.cit,
T.I., p.261-297)
30 (ver L.Turner Martí, B.Pita C., “Pedagogía de la Ternura”ed Pueblo y Educación, La Habana, 2002).
Un aspecto
que los educadores y educadoras estamos
llamados a trabajar superando las fórmulas casi mágicas sobre afecto,
cariño, amor, es asumir-
como nos lo plantea Luc Boltanski- que se requiere devenir competentes
en lo que a justicia y amor se refiere. A ello dedica tres
ensayos en casi 400 páginas y
desde una perspectiva de la sociología de la acción 31, en el que aborda
ampliamente la relación entre eros y agapé
relacionándolo con las ciencias sociales (ib. p.199 y 223 ss), nos habla de una sociología del agapé que
bien
invita a pensar en una sociología de la ternura que enriquezca
la pedagogía de la ternura.
Si la pedagogía de la ternura
no se articula a la búsqueda
y satisfacción de relaciones basadas
en la justicia a todos los niveles
y campos
de la vida humana, no será otra cosa que un encubrimiento
de formas inconfesables de sometimiento, de relaciones asimétricas y basadas en la desigualdad social. Históricamente los discursos sobre cariño, afecto, ternura se han dado con situaciones de dependencia y hasta de esclavitud. Se pensó que bastaba con ternuras y afectos como sustitutos de saberes, de conocimiento, de pensamiento crítico y creativo. Ese tipo de pedagogías devienen funcionas a la exclusión, a la marginalidad, a la explotación, a la ignorancia, al atraso.
Por ello la pedagogía de la ternura debe entenderse como un componente de la lucha emancipatoria, como un factor de transformación
de las condiciones materiales de vida y un potente incentivo
a la producción de espiritualidad, de virtudes como diría Cornelius Castoriadis 32. En efecto, consideramos que hablar
de ternura en la relación
pedagógica, es resaltar
el carácter de trascendencia
que ello implica. La pedagogía
de la ternura implica una resignificación simbólica
que cubre las representaciones que de los sujetos de la educación tenemos,
de
31 (ver “L’Amour et la Justice comme
compétences” ed. Métailié, Paris, 1990)
32 (ver “Fragments d’un séminaire sur la vertu et l’autonomie” en ARETE, rev de
filosofía vol. XI, n.1-2, 1999)
las que entre ellos mismos se tienen, de la institución escolar y de los medios de
que se dispone en el aula y fuera de ésta para garantizar
los grandes fines de la praxis
educativa, entre ellos “dar forma y sentido a la existencia” y persistir que “el niño debe ser educado para conquistar su libertad personal: la meta de la educación es la autodeterminación responsable y solidaria”33.Resignificación
simbólica es precisamente trascender significados asumidos
como obvios, sentidos comunes instalados, lenguajes
estigmatizantes y discriminadores, roles
y
dependencias naturalizados.
La pedagogía de la ternura está llamada a hacer de la educación un bien social y un derecho irrenunciable así como arrancarla del mercado en el que
ha devenido una mercancía. Ella debe incidir
en hacer consciente a las nuevas generaciones que lo que hoy está en juego es el proyecto de humanidad, el destino de la especie humana cuando se extiende la exclusión
y se ahondan las desigualdades, cuando aumenta la insignificancia política de las grandes mayorías para definir el porvenir de relaciones
sociales hijas del respeto, de la
valoración de todos, de la justicia, de la solidaridad.
V.- PEDAGOGÍA
DE LA TERNURA Y PROMOCION DEL PROTAGONISMO
El test necesario
para saber si la práctica pedagógica
se inspira en una perspectiva aceptable
de lo que llamamos pedagogía
de la ternura, la tenemos si es capaz de ir contribuyendo a que los sujetos de la relación vayan creciendo en autonomía y desarrollando eso que en nuestro medio desde los 60 70 hemos conocido como la emergencia
del protagonismo de los sectores
populares. El afecto que retiene, que fija no permite crecer en autonomía y autoestima y por ende en crear las condiciones mínimas para seguir creciendo como sujeto de su
propia vida e historia, como responsable de su devenir,
como en proceso de
permanente liberación, es decir, de ser libre. Desafortunadamente el contexto en
33 (M.de Luján et alii, op.cit.p.18)
el que hoy nos movemos no favorece el ejercicio de una
autonomía constructiva, de un protagonismo productivo de mejores condiciones de vida. Más bien exhibe ejemplos de comportamientos que atentan contra una conceptualización más rica y ajustada a los orígenes en que en la realidad delas organizaciones populares de base, surgiera esta categoría, esta noción. Que refería
a
un
proyecto y modo de vida, a una autoimagen de dichas organizaciones
como responsable también de aportar al cambio, a la transformación de la sociedad
de
entonces.
Y es que una cierta visión cinematográfica
ha popularizado una noción que se
anida hoy en grusos sectores de la población: protagonista
es el actor principal. Pero también
en el mundo de la política, protagonista es equivalente al “capo”, al “líder”, al “jefe”,
al “mandamás”, etc.
Estos dos acercamientos, han vaciado y tornado odioso el concepto de protagonismo. Incluso hay formas distorsionadas
y negativas de entender el protagonismo, como cuando nos referimos
a una avezado asaltante que “protagoniza” acciones espectaculares de robo, asalto,
secuestro, etc.
Estamos a las antípodas de esta visión, quienes sostenemos el protagonismo como el deber de llegar a ser lo que somos como seres humanos,
con dignidad, con individualidad, con pertenencia a un colectivo mayor, con identidad
propia y propositiva, con absoluta
valoración y respeto por el otro, con saber ser y saber
vivir con los demás. Por ello podemos
decir
que
el
protagonismo se nos presenta en primer lugar como
una necesidad inaplazable de la especie humana
y de
cada individuo y por ello mismo como un derecho
inherente a la condición humana y a los pueblos. Sin el empleo d conceptos como el que estamos anotando, en la cosmovisión andino amazónica, en la que todo es viviente, todo tiene su identidad, todo tiene una función, podemos decir que se ensancha esta concepción del protagonismo. En sociedades de la desigualdad, de la exclusión,
pareciera que son algunos privilegiados que están predestinados a perpetuarse
como los “protagonistas” de la historia.
Referido el protagonismo a la infancia,
ésta es una visión que exige un cambio
de paradigma intergeneracional, de las culturas de infancia
y de adultez, de nuestras nociones
de poder, de género; cambio también en nuestros enfoques en psicología, en pedagogía, etc. Pero en lo concreto, transformar estilos y formas de relacionarse en el seno de la familia, de la escuela,
de la comunidad.
Es que vistas así las cosas
podríamos decir que el protagonismo se nos presenta como una cultura que recupera
la centralidad del ser humano, su condición societal, su educabilidad, su constitución de alteridad sustantiva no sólo desde el punto de vista principista, sino en el diario
quehacer. Por ello,
en el tejido social, el protagonismo
es además una conquista,
es algo que admite procesos y desarrollo fruto de relaciones sociales, de poder, de encuentros y desencuentros. Podríamos decir, que si bien se nace protagonistas, se debe aprender a serlo cotidianamente, como lo señala la declaración de principios del
movimiento nacional de niños y adolescentes trabajadores del Perú en su artículo 16: “Somos protagonistas, pero debemos aprender a serlo”.
En el contexto
actual de la economía, de la política,
de la exclusión y marginalidad a las que los pueblos
se ven sometidos, a las que instituciones, gremios, movimientos sociales partidos, sindicatos e individuos se ven forzados,
¿cómo hablar de protagonismo?,
pero más radicalmente, ¿cabe un discurso de protagonismo o es apenas una ironía y un cinismo? Consideramos que precisamente porque los escenarios hoy son negadores
y hasta negativos frente a lo que llamamos
el derecho al protagonismo,
se hace más necesario como utopía y como discurso político, el plantear la participación protagónica de todos, incluidos los niños y niñas. Se trata de no renunciar a aquello que nos permite
seguir apostando
por
nuestra
dignidad
y
por
un
sentido
histórico
como
humanidad. Pero también, de repensar la actual división
generacional del poder.
Desgraciadamente hoy asistimos a un discurso
perverso sobre la participación
protagónica de la infancia. Se trata de asumir la infancia como sujeto del consumo, el niño
como consumidor. Lo
que está por detrás es
una nueva versión del niño como objeto; considerar al niño como objeto en el mercado
es ofrecerle como horizonte de vida la
sociedad del consumo,
la cultura consumista, precisamente cuando a las mayorías les está reservado
el contentarse con ser “consumidores virtuales”, mirar desde el “ojo de la cerradura del mercado” las vitrinas atiborradas de mercaderías coloridas y apetitosas. Pero igualmente perverso puede devenir un discurso sobre protagonismo que no
tome en serio lo que los
hallazgos del psicoanálisis
nos muestran y que dicen
relación al rol de los padres,
de los otros que de
alguna manera cumplen vicariamente dicha función, como pueden ser los educadores, los docentes en la escuela o los adultos que colaboran en las organizaciones infantiles.
Aspiramos a que el paradigma
de la promoción del protagonismo
integral constituya un nuevo
horizonte conceptual y existencial generalizado, que a
través de una personalidad protagónica vaya constituyendo un modo de vida de
los pueblos, de las comunidades y de las personas
individuales. Y como nos vuelven a recordar los niños trabajadores
organizados, una personalidad
protagónica no puede ser entendida
como personalidad autoritaria34. Muy por el contrario, la caracterizan como “humilde, con autoestima; flexible, con identidad
propia; tolerante, con convicciones fundamentales;
emprendedora, con iniciativas sólidas; responsable, con gran
imaginación;
solidaria
en la promoción
del
protagonismo de los demás”(art.
16,
y
en
el
art.15:”Ser
protagonista es para nosotros una responsabilidad que nos exige calidad,
34 (ver C.Franco et alii, “Participación, personalidad y
poder”, CEDEP, 1984, passim)
excelencia en las iniciativas, en las opiniones, en las propuestas que hagamos
para que éstas tengan
fuerza social, posibilidades de acogida”.
Es en esta perspectiva
en la
que pedagogía de la ternura y educación popular encuentran una matriz simbólica
común. Porque protagonismo no se condice con mediocridad, con iniciativas sin mayor novedad
creativa e innovadora; protagonismo no se condice asimismo con insolidaridad, con individualismo y
narcisismos sociales o políticos. La ternura
se anuda con la capacidad de persistir por el cambio,
con la necesidad de afirmar como diría J.C.Mariátegui en tiempos en que la tendencia que puede generalizarse es hacia la desfuturización
de gruesos sectores, el estrés
colectivo que deteriora y erosiona las razones
para combatir el pesimismo y mantener la esperanza como condición de vida en
dignidad 35. Pero protagonismo igualmente no se condice
con desconocer los
procesos de desarrollo
y maduración que los niños van haciendo desde el
vientre de sus madres hasta llegar a tener una personalidad
que permita reconocérsela como propia.
Desde hace más de una década, en el país son pocas relativamente las instituciones que aún mantienen un discurso formal o explícito de educación
popular. Hasta cierto punto, las corrientes principales, es decir aquellas que enfatizan el objetivo político-ideológico y organizativo-movilizador,
han abierto nuevos campos a la educación
popular como el de la escuela, el de la llamada
economía popular y solidaria; o bien, campos relacionados con los sujetos,
como el de las mujeres y los niños. Instituciones
como el IPP que edita la revista Autoeducación, Tarea,
etc. Es muy posible que factores como los años de
guerra del 80 a los 97(aunque nunca totalmente cesada), los 10 años
de
gobierno abiertamente autoritario, pero además las crisis de las organizaciones
políticas de identificación de izquierda y los profundos impactos
de lo que se ha
35 (ver P.Gentilli, en Seminario Internacional, 2003, IPP; H.Assman y Jung Mo
Sung,“Competéncia e Sensibilidade Solidária ,Educar para a esperança”, ed Vozes,
2000, passim)
llamado el quiebre
de los socialismos reales, estén a la base de estos cambios en
el lenguaje como expresión de importantes, como a veces preocupantes transformaciones en lo ideológico, en lo político, en los proyectos
de
vida
personal y colectiva
Creemos que levantar
el discurso de la educación popular de forma explícita, deviene en una necesidad
social, política, ideológica, ética y profundamente
humanista habida cuenta
de la vorágine de cosas a las que hoy estamos sometidos. Podemos decir que en la era de la comunicación, de la informática, hoy se coloca la educación como la clave de la competitividad, de la eficacia,
de la superación, del éxito, etc., discursos
éstos que desafían
a lo que en nuestro Continente ha sido la educación
popular y lo que está llamada a ser en estos
nuevos escenarios.
Pero es pertinente que la educación popular asuma hoy los aportes que vienen
de las ciencias sociales, del psicoanálisis, de las ciencias
del medio ambiente
y la urbanística, de la comunicación y la cultura, etc. de modo a renovar sus
enfoques, ampliar sus campos de aplicación,
pero en especial llegar a actores
tradicionalmente dejados un tanto
de lado en décadas anteriores como la
infancia, la juventud, los adultos
mayores, etc.
La corriente de educación popular que podríamos enunciar como aquella que intenta refundarse desde su intencionalidad político ideológica y desde las
exigencias del nuevo hombre y mujer que el siglo requiere,
debe retomar su vocación histórica de ser una práctica
social al servicio
del desarrollo del
protagonismo de los actores sociales
en las coordenadas que la globalización
hoy pretende imponer acríticamente;
además debe ser una herramienta que indesmayablemente se pregunte y actúe en la forja de una nueva cultura de la justicia y la equidad, de la democracia y ciudadanía, de la convivencia y la tolerancia, de una imprescindible cultura de la solidaridad. Estos propósitos de
la educación popular
deberán articularse a y animar la búsqueda de un proyecto societal alternativo al que la globalización pretende
imponer a los pueblos. En el
mundo va creciendo el número de ciudadanos que encuentran en el Foro Social Mundial un referente alentador. Los movimientos que se inscriben en la
pedagogía de la ternura como una natural explicitación
de lo
que en el fondo subyace en
la
historia de
la
educación popular
en
nuestra
región latinoamericana como la motivación más revolucionaria, es el amor a la vida, el
deseo incontenible de gozarla, el placer inacabable
de ver concretándose las mejores aspiraciones
de todos nuestros pueblos, las ansias que desde nuestras culturas originarias podamos entablar
una relación de interculturalidad
que socialice a escala lo mejor que cada pueblo tiene acumulado en su historia.
Eso no se mantiene
ni se hace sino no es por un amor sin límites a la humanidad
entendida a la andino-amazónica, es decir a la tierra, al cosmos todo.
“DEJAR SEGUIR DESEANDO...”
Es lo que nos dicen los psicoanalistas, pues allí hay un motor necesario.
Pero quisiéramos señalar cuatro cuestiones que consideramos
necesarias para instaurar un discurso y una
práctica educativa que se inspiren
y nutran nuestros discursos sobre pedagogía de la ternura.
a.- Pedagogía de la ternura y la responsabilidad frente a la reconciliación nacional
La sociedad peruana y su Estado enfrentamos
hoy el reto de lograr una
verdadera reconciliación con la infancia, con las infancias de nuestro país. Se
trata de
un
nuevo
pacto
social,
ético,
con
las
nuevas generaciones, pacto fundado en el reconocimiento de su condición de sujetos de derechos, de todos
los derechos humanos; pacto que en la interculturalidad
deberá encontrar los caminos del respeto, del mutuo enriquecimiento. El informe de la CVR no es una
pieza de historia del pasado; es un texto fundamental para refundar la nación sobre otras bases. El informe de la CVR nos entrega un
material insoslayable para diseñar un furturo vivible
para los peruanos y peruanas. Lo referido a los niños
y niñas es además hacer memoria de futuro
que sólo será viable si supera la
inmisericordia que caracterizó el pasado cercano,
la insensatez y temeridad
patológicas que expresaron enfoques y prácticas de quienes combatían con armas, de quienes administraban justicia, de quienes desde los medios
manejaban imágenes y mensajes subliminales
y directos que pretendían
inútilmente transformar el escándalo
y el horror en sensatez,
cordura y voluntad política de asumir la complejidad
de lo
que sucedía. En el fondo todos tuvimos algo de fundamentalistas, todos nos atrincheramos en dogmatismos, todos fuimos
sectarios desde distintas
posiciones; todos cultivamos sentimientos de intolerancia y hasta de odio; unos actuaron en conformidad con “manuales” preestablecidos de guerra y otros, con los “manuales
”-en la práctica, no muy distintos de los anteriores- que fuimos creando y justificando con el transcurrir de acontecimientos. Sólo así puede
atisbarse una comprensión de lo que fuimos
capaces de hacer con los niños y niñas en esos años aciagos y lo que con otras características hemos
seguido
haciendo
con
ellos
y
ellas
en
los
años
transcurridos después.
El gran reto entonces es para una pedagogía de la ternura que reinstaure las bases del respeto,
del reconocimiento del diferente
como condición para ser
iguales. Y esto desde el hogar, la escuela, desde nuestra labor como
educadores, comunicadores, trabajadores sociales.
b.- La pedagogía de la ternura
cuenta con un capital social
que aumenta.
Múltiples son en el país las experiencias
educativas, tanto aquellas
que responden al mundo institucionalizado
escolar, como aquellas que se inscriben en lo que se dio por llamar educación no escolarizada. A lo largo y ancho
del
país, en el mundo rural como urbano,
en atención a niños de la primera edad, como a los de la educación
básica regular y la educación
básica alternativa, se viene implementando una labor que revaloriza el mundo de la afectuosidad, que pone el acento en el buen trato, que va formando un sentido común
en las nuevas generaciones que reivindica su condición
de sujetos de derechos, que permite procesos de transformación en las pautas de crianza y en las prácticas educativas. Baste señalar cómo en la escuela
pública hoy asistimos
a una experiencia significativa
de decenas de miles de niños, niñas y adolescentes escolares organizados en los municipios escolares; el derecho a la participación ha devenido hoy en un factor de construcción de ciudadanía. A ello cabe añadir
el gran
número de organizaciones de menores de edad en función de sus
necesidades y derechos tanto en sus barrios como en instituciones
e iniciativas como la del
presupuesto participativo a nivel de gobiernos locales,
regionales, de mesas de lucha contra la pobreza,
etc. Pero quizá una de las instituciones que velan por los derechos de la infancia a lo largo y ancho del país sean las Demunas y las Comudenas a las que hay que añadir las defensorías escolares, parroquiales, etc. Este es el gran capital social en el que se apoya la pedagogía
de la
ternura y al que está destinada a brindarle el clima y el calor que brota de
un trato y de relaciones sociales entre el mundo adulto y la
infancia que permitan construir una verdadera fratría, base y expresión de una práctica
que hace de la
pedagogía de la ternura
una pedagogía política,
con incidencia en la sociedad.
c.- La pedagogía de la ternura:
un nuevo campo de sentido
El eros pedagógico constituye así una exigencia no sólo del docente, sino de
esa sociedad llamada escuela y de todos sus participantes.
Pero es desde esta lucha por la vida de cada niño, de cada niña que la ternura en
la relación pedagógica encuentra
su matriz epistemológica y existencial. La superación de estructuras asimétricas en la familia, la escuela, la comunidad
sólo encuentran plena significación social, política, cuando
ella es el resultado del feliz encuentro
entre la justicia
y la solidaridad, la pasión
por la dignidad de cada uno y la
amistad como virtud política. Y es que desde
esta
epistemología de la pedagogía de la ternura, las relaciones humanas fundadas en la philía encuentran una vena fecunda
para
la
convivencia
no sólo pacífica, sino asentada en la autonomía
y la responsabilidad ética de los pueblos. Donde las preguntas por el sentido
y significado de la vida humana y del cosmos del que los
seres humanos somos parte y conformamos una unidad múltiple,
devienen
las cuestiones con sentido y que dan sentido a todo el quehacer humano36. Y es
que la pedagogía
de la ternura dice asimismo relación
con la modificación de los conocimientos y no sólo de los sentimientos y motivaciones
relacionales, tanto más si tenemos presente
que la ternura también se aprende y constituye un aprendizaje con el otro, jamás individual, que implica la totalidad de la persona en el encuentro.37 Acertadamente nos dice Xavier Thévenot: “Conocemos bien, hoy, los efectos alienantes en educación de una relación
de ternura excesivamente separada de la función cognitiva
y
metalinguística de la
comunicación”(op.cit.p.721)
El eros pedagógico que se anida en la pedagogía
de la ternura conjuntamente
con la tendencia al ágape, devienen en un factor para evitar la digresión y la dispersión, es decir, para distraerse de los fines centrales de la labor del
educador y del trabajador social:
hacer del sujeto la razón de ser de la vocación
y del servicio profesional.
36 (ver M.A.Rossi, “La filosofía política frente al primado del sujeto y la pura
fragmentación”, Clacso, 2003,
p.317)
37 (ver H.Assmann,”Compêtencia e Sensibilidade Solidária”, ed. Vozaes, 2000,
p.38-40; ver N.Diesbach, “Los
retos de la educación en el amanecer
del nuevo milenio”, La Llave, DH. 2oo2, p.106)
d.- El cuerpo y la sexualidad en la pedagogía de la ternura
Un viejo como ilustrado profesor aux Facultés
Catholiques de Lyon, Joseph Folliet, solía decir que no se juntan tanto los espíritus que no terminen juntando
sus cuerpos. Es decir, el cuerpo constituye un inevitable terreno de encuentro,
entendiendo por cuerpo no sólo la sarx, sino esa complejidad e hipercoplejidad que es el ser humano, que es el género humano, materia espiritual en la visión théyardiana por paradójico que se nos presente.
El discurso y la práctica de una pedagogía
de la ternura no escapa a esta compleja realidad. Ello demanda
de
educadores, docentes, trabajadores sociales, no sólo un cabal conocimiento de la sexualidad infantil y su desarrollo,
sino de la propia sexualidad como adultos.38
En tiempos en que se hace pública la andanada de casos
que
casi
configurarían
un comportamiento generalizándose en las sociedades, en las mal llamadas”desarrolladas” como en
las que encaran niveles extremos de pobreza, el abuso sexual de niños y la explotación sexual comercial
de menores de edad, las condiciones que ello han creado, no hacen fácil un discurso
sobre pedagogía de la ternura
que se exprese en afectuosidad,
en cercanía. Estamos ante uno de los factores que no sólo hacen ambigua la referencia a la ternura, sino hasta riesgosa39
38 (es lo que nos dice Dupret,
op.cit.p.21:”Por esto, necesitamos a
maestros capaces tanto en el plan intelectual como emocional y ético, verdaderos educadores, nuevos mistagogos de la vida, deseosos de acompañar
a los
jóvenes durante su infancia para conducirles hacia una integración social y una participación
cultural por la vía de una
realización personal que sea también
la de todos”)
39 (ver los aportes
al respecto de J.Sánchez Parga,
“El sexo de los niños entre pedofilias y pedofobias infanticidas”, Rev. Universitas, Hasta que haya Infancia, UPS, Quito, n.5,
2004, p.23-46;
M.Lucía Pinto Leal,”Globalización
y Explotación Sexual Comercial de
Niños, Niñas y
Adolescente” SCS, 2003,
20 ps.)
Finalmente se nos permita
reproducir in extenso
lo que E.Morin ha escrito
con mucha profundidad y que pude bien constituir una fuente de imaginación para
quienes apuesten por la necesidad de una pedagogía de la ternura.
EL AMOR:
*lucha contra la separación,
mantiene la unión en la separación padre/hijos, hermanos/hermanas;* hace
que
se encuentren aquellos que no debían
conocerse (amistades, amores ocasionales);
* hace comunicar y comulgar
a extraños; * une lo que debería odiarse
por siempre(la”lección” de Romeo y
Julieta); * une lo que es libre y puede, unido de este modo, seguir siendo libre; * puede dar plena combustión
a nuestras vidas, sin dejar residuos,
hollines , humos...”.
E.Morin, La vida de la vida,
p.510
Lima 28 de Julio 2005
Alejandro Cussiánovich V.
IFEJANT
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