APEGO Y APRENDIZAJE
José Octavio Reza Becerril.
Aprender es mostrarse ante sí mismo
y ante los demás lo que se es, o lo que se cree que se es. Es hacerse con las
personas que nos son significativas. Es lo que Jaeger (1983) indica que es la Paidea, en donde cultura,
enseñanza y aprendiza son inseparables, es en el más antiguo de sus usos crianza de niños.
Desde el momento de nacer se inician
complejos procesos vivenciales que permiten apropiarse, en forma gradual, la
experiencia de pertenencia, primero, a una díada y después a un grupo. En este
proceso la adaptación mutua entre la madre y su hijo (o quien ejerza el
maternaje) es una condición esencial. La naturaleza de tal adaptación ha dado
pie a diversas suposiciones que van desde los argumentos filogenéticos hasta
los que consideran la formación de un sistema cognitivo y afectivo complejo y
recíproco. El desarrollo del niño, por tanto, es expresión de la dialéctica
entre la dinámica biológica y la configuración de un sistema de naturaleza social,
que en principio se establece entre él y sus padres, en donde el entendimiento
mutuo (intersubjetividad) juega un papel importante. Esto implica que los niños
y los adultos van construyendo formas de relación e interacción en el marco del
proceso de socialización.
Bozhovich (1985), Sroufe (2000)
establecen que el progreso del desarrollo emocional y cognitivo está
entrelazado con los avances en el desarrollo social, en el cual se propicia la
regulación de tales procesos dentro del marco de las relaciones de cuidado y
atención hacia el niño. En este sentido, el curso general del desarrollo
emocional y cognitivo puede describirse como un movimiento de regulación y
modulación de las conductas que se desencadenan en la díada madre-hijo. Por ello, Sroufe (2000, p.147) afirma
que:
“Solamente con el
reconocimiento (‘conciencia’) hay placer y decepción y cautela. Sólo con algún
desarrollo de la causalidad, intencionalidad, permanencia de los objetos y
significado hay alegría, miedo o enojo. La sorpresa (lo que no se espera) está
tan estrechamente arraigada en el desarrollo cognitivo que algunos autores se
han referido a ella como la emoción epistemológica. No puede aparecer antes de
que el desarrollo de la memoria sea suficiente para permitir una expectativa firme
respecto de un suceso”.
La teoría del apego postulada por Ainsworth
(1978, 1985) y Bowlby (1993a, 1993b, 1995a, 1995b, 1998) presenta, de manera
concisa, la acción recíproca entre el afecto y la cognición en el desarrollo.
El apego es un constructo emocional arraigado en los procesos cognitivos; el
apego es un vínculo afectivo entre los padres y los hijos, mismo que se
desarrolla durante el primer año de vida de los niños. Es una preferencia
singular por quien los atiende y protege. El apego se refiere a una
organización diádica (sistema), con objetivos comunes, mismos que pueden ser
evaluados y corregidos de manera conjunta entre el adulto y el niño.
Observaciones anteriores a los
estudios de Bowlby y Ainsworth acerca de la importancia del vínculo afectivo
fueron realizadas por Sptiz, Dorothy Burlingham y Anna Freud en la década de
1940. Marrone (2001, p. 22) comenta que “estos estudios mostraron que los niños
bajo cuidado institucional experimentaban una serie de reacciones que pueden
ser interpretadas como signos de dolor, junto con los mecanismos defensivos
contra el dolor, y que ellos tenían probabilidad de sufrir trastornos del desarrollo si el cuidado institucional se
prolongaba”. El estudio de estos mecanismos de defensa contra la ansiedad de
separación mostró que tales mecanismos son una respuesta a sucesos
interpersonales
La investigación realizada durante
los últimos treinta años ha demostrado que el apego y el aprendizaje social se inician en las
tempranas relaciones de interacción entre madre e hijo. Schaffer (1981, p.18)
presenta esta situación con las siguientes características:
-
Ser
madre como dedicación a cuidados físicos: los efectos de las experiencias en
este aspecto ejercen un impacto presente en el bienestar general del niño. Se
deduce que cuanto más gratificantes sean las prácticas del cuidado físico por
parte de la madre para con su hijo, tanto más se desarrollará un vínculo entre
ella y él. Sin embargo, ello no implica que la personalidad quedase
irreversiblemente fijada a (o por) determinadas prácticas de cuidado físico.
-
Ser madre como repertorio de actitudes: los
motivos de las prácticas de crianza y cuidado materno son más importantes que
las prácticas en sí mismas. Como resultado de las investigaciones de las
actitudes de los padres hacia sus hijos, surgieron dos dimensiones relativas al
cuidado de los hijos, en las cuales se tuvo el mayor acuerdo. En la primera de
estas se designó como cariño-frialdad, se refiere al afecto que la madre
expresa al hijo. La segunda, es la de permisividad-restricción, se refiere a la
tolerancia por parte de la madre con respecto al comportamiento del hijo.
-
Ser
madre como estimulación: todas las actividades que lleve a cabo la madre con su
niño se designan con el término estimulación. Aunque si bien, en el pasado
próximo se postulaba que la maduración era un proceso autónomo, lo cual dejaba
fuera cualquier participación de los padres respecto a su hijo. Esta opinión
ejerció mucha influencia en las décadas de 1930 y 1940; en la actualidad se
sabe que el desarrollo no tiene lugar en el vacío. Saber qué necesita el niño
requiere que los padres aprendan a conocer su estado psicológico y físico
presentes, considerando su edad y género. Como se comprende, la variedad y
frecuencia de las experiencias de aprendizaje son de particular importancia.
-
Ser
madre como interlocución: el diálogo es una actividad social de gran
complejidad, los participantes han de compartir una serie de reglas que les
permitan regular este tipo de interacción, existe aquí una sincronización
temporal esencial. La interlocución no es sólo habla sino que es también
comunicación no verbal.
Entendidas como proceso, las
anteriores características implican funciones con una serie de ajustes
constantes, a medida que tanto la madre como el hijo van adquiriendo, de forma
gradual, conocimiento mutuo. La interacción entre madre e hijo generan acciones
recíprocas, las cuales, según Kaye (1986), pueden servir de signos cada vez que
la madre deduzca algo de tales acciones y, tiempo después, el niño haga lo
propio. Este ajuste mantiene la interacción. Brazelton y Cramer (1993, p.141)
afirman que el término “interacción” fue utilizado por primera vez por Bowlby
en su artículo La índole del vínculo del
hijo con su madre, publicado en 1958. Watzlawick, Helmick y Jackson (1986)
proponen al respecto que una serie de mensajes intercambiados entre personas
recibirá el nombre de interacción.
Brazelton y Cramer (1993)
especifican que la interacción puede dividirse, para su estudio en el proceso
de formación del apego, en los siguientes periodos: iniciación, regulación,
mantenimiento y terminación; la evaluación de la interacción la establecen a
través de las siguientes categorías:
-
Sincronía:
consiste en adaptarse al ritmo del bebé o del niño
-
Simetría:
significa que la capacidad de prestar atención del bebé o del niño su estilo y
sus preferencias influyen en la interacción. En un diálogo simétrico, el
progenitor u otra persona respetan los umbrales del bebé o del niño.
-
Contingencia: es cuando el progenitor u otra
persona construyen un repertorio de lo que funciona o no funciona para mantener
la interacción con el bebé o el niño; esto promueve una selectividad armónica.
-
Arrastre: el adulto y el bebé o el niño, que
logran la sincronía de señales y respuestas comienzan a establecer otra
dimensión a su diálogo. Empiezan a prever cada uno las respuestas del otro, en
secuencias prolongadas. Han aprendido cada uno los requisitos del otro,
establecen un ritmo. La interacción se establece en un nuevo nivel de
participación. Cada miembro de la díada se adapta al otro.
-
Juego:
la díada tiene la oportunidad de ampliar el aprendizaje de cada uno de ellos.
-
Autonomía
y Flexibilidad: La autonomía surge de la seguridad que le dan al niño los
padres; implícita a la autonomía se encuentra la flexibilidad en las pautas de
interacción.
La misma conducta en cada uno de
estos momentos puede tener diferentes significados, mismos que refieren a la
calidad afectiva de tales periodos. Esta la establecen, Brazelton y Cramer
(1993) de la manera siguiente:
-
Intrusiva
-
Recíproca
-
Empática
-
Transgresora.
En este proceso, uno de los aspectos
significativos es la transición desde la dependencia prácticamente total del
bebé al funcionamiento autónomo posterior del niño. Por ejemplo, Stern (1981) y
Sroufe (2000) señalan que las capacidades perceptiva y motora del bebé son
instrumentos que le llevan a establecer intercambios socioemocionales con su
madre. Esto constata que dadas las disposiciones biológicas del bebé a
responder a la estimulación de su madre, genera en él un proceso de aprendizaje
perceptivo-motor.
La paradoja de este proceso es que
cuanto más estable y equilibrada sea la dependencia en el marco de la
intersubjetividad en la díada madre-hijo, y menor la separación entre ellos, el
niño muestra después un funcionamiento emocional, cognitivo y social más
efectivo en contextos extra familiares, es decir, es más capaz de desenvolverse
con mejor éxito utilizando su propia evaluación de las situaciones. Antes de
que el niño pueda utilizar explícita e
intencionalmente a la persona más significativa para él como una “base segura
de exploración” (Ainsworth, 1978), ya se ha construido una historia de de
afecto compartido. Estos aspectos confirman que la angustia por la separación
de la persona significativa es un signo de la relación de apego, esta
característica refleja, a la vez, el proceso de
aprendizaje de discriminación y la formación de esquemas de la persona
con la cual se ha establecido el vínculo afectivo. En este proceso el notable
desarrollo de la memoria, entre los tres y los 10 meses, tiene, como aprecia,
consecuencias significativas para el desarrollo emocional.
La memoria es el fundamento de la
anticipación, por consecuencia las imágenes mentales se van diferenciando en su
contenido emocional y no sólo por su función y estructura cognitiva. Esto
plantea que los esquemas se modulan y
categorizan por la evaluación que se hace del mundo a través de afecto. En este
sentido, el desarrollo afectivo y cognitivo son los medios para organizar la estructura
y el contenido del aprendizaje como parte de la experiencia de vida. Por
ejemplo, para el niño maltratado preguntarse por los actos que ha sufrido es de
especial importancia, pero como subraya Lecomte (2003; en Manciaux, et.al.,
2003) lo importante no es acordarse, sino saber de qué acordarse.
Sroufe (2000, p.197) ilustra en el
cuadro siguiente las características de las experiencias en el desarrollo,
desde el nacimiento hasta la adolescencia.
Cuadro 1. Temas del desarrollo que
involucran el proceso de formación del apego
Período
|
Edad
|
Tema
|
Papel de quien está a cargo
|
1
|
0-3 meses
|
Regulación fisiológica (volverse
hacia)
|
Rutinas suaves
|
2
|
3-6 meses
|
Manejo de la tensión
|
Interacción sensible y de
cooperación
|
3
|
6-12 meses
|
Establecimiento de una relación
eficaz de apego
|
Disponibilidad interesada y
sensible
|
4
|
12-18 meses
|
Exploración y dominio
|
Base segura
|
5
|
18-30 meses
|
Individuación (autonomía)
|
Apoyo firme
|
6
|
30-54 meses
|
Manejo de impulsos, identificación
con el papel sexual, relaciones con pares
|
Papeles claros, valores;
autocontrol flexible
|
7
|
6-11 años
|
Concepto del yo en consolidación,
amistades leales, funcionamiento efectivo del grupo de pares del mismo
género, competencia del mundo real
|
Monitoreo, actividades de apoyo,
corregulación
|
8
|
Adolescencia
|
Identidad personal, relaciones con géneros
mixtos, intimidad
|
Recurso disponible, monitoreo de
las actividades
|
Para Bowlby (1993a) la teoría del
apego es una forma de conceptualizar los fuertes lazos afectivos que se
desarrollan en la experiencia de interacción con personas que son
emocionalmente importantes. Y brinda una explicación, desde la perspectiva
interpersonal, de situaciones intrapsicológicas tales como la ansiedad, la ira,
la depresión y el alejamiento emocional, que afectan la calidad de la
adaptación social, así como la formación de modelos mentales (o modelos
operativos) que contienen la concepción de sí mismo y de las demás personas.
Marrone (2001, p.44) aclara que los
modelos operativos internos que un niño construye a partir del vínculo afectivo
que establece con sus padres (o con otras personas significativas en su vida
efectiva) y de sus formas de comunicarse y comportarse con él, junto con el
modelo complementario de sí mismo en la interacción con cada uno de ellos, se
establecen firmemente como estructuras cognitivas influyentes, las cuales
forman esquemas que integran afecto y cognición. Estos modelos mentales hacen
posible la organización de la experiencia subjetiva e intersubjetiva, así como
la actividad cognitiva. Esta noción de Bowlby de modelos operativos es
compatible con la teoría de la representación de Piaget (1990,1995) y de la
teoría de los procesos interpsicológicos y su transformación en procesos
intrapsicológicos, así como del constructo de zona potencial de desarrollo de
Vygotsky (1993).
Bowlby (1993a) distinguió entre el
vínculo de apego y las conductas de apego, la presencia aislada de tales
conductas no implican un vínculo. Estas características al relacionarse se
constituyen en un sistema de retroalimentación de la díada, este proceso es
denominado por Ainsworth (1978) como “base de seguridad”. La investigación
realizada por ella en diversos contextos culturales y su modelo de estudio
experimental llamado “Situación Extraña” dan valor heurístico tanto al apego
como a la base segura.
Sroufe (2000, p.218) puntualiza que
“el objetivo establecido del sistema de apego se considera como una seguridad
sentida y el afecto se concibe como un mediador de la conducta adaptativa”.
Esto permite evaluar al bebé y al niño la experiencia subjetiva de interacción
con su madre u otro adulto significativo en términos de seguridad o
inseguridad. En consecuencia, una figura de apego puede constituirse en una
base segura o en un sistema de interacción de inseguridad. Marrone (2001) ha observado
que los niños que han experimentado un cuidado parental fiable y empático
tienden a tener un apego seguro; y aquellos que han experimentado diversas
formas y grados de abandono, rechazo, abuso, o cuidado inconsistente mantienen
un apego inseguro.
Estas dos categorías de apego las
especifica Sroufe (2000), (siguiendo las observaciones de Ainsworth (1978), en
tres grupos, tomando en consideración las relaciones de apego:
·
Grupo
B (relaciones de apego seguras): los niños se separan con facilidad de quien
está a cargo de ellos, se concentran y disfrutan del juego, si se angustian
cuando no están con la figura de apego, recuperan la tranquilidad al estar con
otros niños o adultos con los que ha establecido una relación afectiva
positiva. Al estar de nueva cuenta con la figura (o figuras) de apego expresan
de manera abierta su alegría.
·
Grupo
C (apego ansioso/resistente): los niños muestran poco interés en explorar su
entorno, su juego refleja competencia y exigencia con quienes participa. Cuando
se separan de la figura (o figuras) de apego se angustian de manera intensa y
se esfuerzan por mantener su atención, ya sea con llanto intenso o rabietas.
Cuando esto sucede en presencia de otros niños tienden a agredirlos y a dejar
de participar en actividades de grupo. Su atención selectiva no es constante y
muestran inquietud física constante. Al reunirse de nueva cuenta con la figura
(o figuras) de apego se muestran ambivalentes: buscan el contacto y al mismo
tiempo muestran rechazo, o aislamiento; situación que los desespera de manera
intensa. La modulación y regulación emocional en tales situaciones tiende a ser
difícil.
·
Grupo
A (apego ansioso/evitativo): los niños se separan fácilmente de su figura (o
figuras) de apego, notándose poca importancia a esta separación. Su juego es
superficial, así como otras actividades; su atención selectiva tiende a ser
inconsistente y muestran inquietud física constante. Cuando ya no desean estar
con otros niños reclaman la presencia de la figura de apego pero cuando están
reunidos muestran indiferencia hacia ella.
En términos de la teoría de Piaget
la angustia de separación que experimenta el niño es posible porque a nivel
cognitivo ya posee el esquema de objeto y la noción de permanencia del mismo.
Piaget (1987, p.117) especifica:
“¿Qué es en realidad el
esquema de un objeto? Es, en parte esencial, un esquema de la inteligencia:
tener la noción del objeto implica atribuir la figura percibida a un sostén
substancial, tal que la figura y la substancia de que ella es índice sigan existiendo
fuera del campo perceptivo. La permanencia del objeto, considerado desde este
ángulo, no es solamente un producto de la inteligencia, sino que incluso constituye la primera de
esas nociones fundamentales de
conservación”.
A partir del cuarto estadio
sensoriomotor (de los 4 a
los 8 meses de vida) se va apuntalando la intencionalidad de la búsqueda del
objeto (persona o cosa) y en el quinto y sexto estadios se consolida el
esquema. Este proceso coincide con el proceso de formación del apego, y con lo
que Sptiz (1981, 2001) observó en bebés de 6 a 9 meses cuando la persona significativa
para ellos se ausentaba por periodos de tiempo prolongados. Esta situación
provocaba en los niños lo que denominó como depresión anaclítica.
Cuando este esquema de la persona
significativa no es consistente, es decir, que el contenido del esquema está
matizado de ausencias reiteradas, tanto física como emocionalmente, el niño se
atemoriza por su ausencia. Pero cuando tal ausencia es poco frecuente en tiempo
y espacio, y no implica el abandono emocional, la angustia se amortigua con la
presencia y la sensibilidad de la persona significativa y la calma se recobra.
El vínculo de apego da al niño la posibilidad de regular y
modular sus procesos cognitivos y emocionales. Esto da al niño la confianza
necesaria para explorar su entorno y desplegar su curiosidad intelectual. Esto
constituye la esencia del aprendizaje significativo. Esto lo confirma
Bronfenbrenner (1987) en sus investigaciones con niños y sus padres, señala que
los infantes mantienen su atención en sus actividades cuando sienten que ellos
son valorados de manera positiva por sus padres. Y que las tareas que emprenden
implican una participación conjunta, con la correspondiente diferenciación de
niveles y papeles de ejecución. Asimismo, Ortony, Clore y Collins (1996, p.91)
observaron que la realización de las actividades están en función de estados
emocionales.
La
calidad de ejecución de una tarea por el niño se relaciona con la evaluación
que hace éste de lo que es deseable o indeseable para las personas que son
significativas por su vínculo afectivo con él. Cuando la evaluación se da en el
marco de una relación de apego satisfactorio se ha consolidado lo que
Bronfenbrenner (1987, p.77) denomina “díada de desarrollo”. En esta se conjugan
tres funciones: la primera se manifiesta cuando uno de los miembros presta
atención estrecha y duradera a las actividades del otro miembro, y este
manifiesta una respuesta a la atención que se le demuestra; en la segunda, los
participantes se perciben a sí mismos haciendo algo juntos, sin que esto
implique que hagan lo mismo, sino que sus actividades son complementarias. La
complementariedad permite la reciprocidad con la expresión de momentos de
directividad de algunos de los miembros. Por último, la situación conjunta se
interioriza, esto hace sentirse a los miembros de la díada unidos aún cuando no
estén juntos.
En este sentido, la
intersubjetividad supone una vía regia para el estudio del aprendizaje
(Trevarthen, 1982) entenderlo desde esta perspectiva requiere concebirlo como
un proceso subjetivo, singular e histórico. Frawley (1999) señala que la
subjetividad, contenida en la intersubjetividad, tiene su punto de nodal en la
metaconsciencia de las experiencias de interacción en el marco del apego. Esto
plantea que tanto la pedagogía como la psicología necesitan llevar a cabo una
reflexión profunda acerca de lo que se ha entendido por aprendizaje tanto en
los contextos escolares como no escolares. Al respecto. Ilich (1984) afirma que
la educación ha llegada a significar lo opuesto del proceso vital de
aprendizaje que parte de un contexto humano. Asimismo, Larrosa (1995, p.270)
concluye que: “la experiencia de sí, históricamente constituida, es aquello
respecto a lo que el sujeto se da a su ser propio cuando se observa, se
descifra, se interpreta, se describe, se juzga, se narra, se domina, cuando
hace determinadas cosas consigo mismo. Y ese ser propio se produce con arreglo
a ciertas problematizaciones y en el interior de ciertas prácticas”.
Marc y Picard (1992) puntualizan que
la calidad del apego se relaciona de manera directa con el comportamiento
social del niño, no sólo en el hogar sino también en el ámbito escolar. Stern
(1997) al revisar las investigaciones del desarrollo infantil, realizadas en la
década de los años 80s y principios de la década de los 90s (Cichetti y Cohen,
1997; Greenspan, 1981; Lebovici y Weil-Halper, 1981; Lewis y Miller, 1990;
Sameroff y Emde, 1989; Soulé y Golse, 1992; Weinberg y Tronick, 1994; Zeanah,
1993), concluye que en los niños la psicopatología que presentan consiste,
generalmente, en problemas relacionadas con la calidad de la interacción con
sus padres. Por su parte, Byng-Hall
(1996, p.15) señala que:
“Es importante para el
aprendizaje que los niños tengan relaciones seguras y de confianza con los
adultos de sus vidas. La investigación reciente muestra que los padres que
tienen una comprensión clara y coherente de las necesidades y vulnerabilidades
de sus hijos tienen mayores probabilidades de tener hijos seguros, mientras que
los padres que no establecen fácilmente relaciones empáticas con sus hijos y
por lo tanto no les responden adecuadamente cuando éstos los necesitan, son más
propensos a tener hijos inseguros”.
También Cohn (1990) refiere que los
niños que no han tenido un apego seguro con sus padres (y en especial con la
madre) muestran de manera consistente conductas disruptivas y de agresión hacia
los compañeros de clase. Afirma que la idea que se han formado estos niños de
sí mismos es de no ser merecedores de cariño y confianza, sus expectativas
acerca de sus compañeros y profesores esta formada por la historia de las
interacciones sociales con sus padres. Este proceso va construyendo en el niño
un firme sentido de confianza, cimiente para la identidad de ser uno mismo. La
confianza nace en un apego estable y seguro. Elkind (1999, p113) afirma que:
“la investigación parece sugerir que los niños que sintieron un apego seguro
hacia sus padres entre los 12 y 18 meses, después fueron calificados, por sus
profesores de primaria, como más positivos emocionalmente, más empáticos y más
obedientes que los niños con apego menos firme”.
Estos planteamientos se constatan en
los estudios de Banks (1983), Bowlby (1993), Wartner y Grossman (1994) y
Rappoport (1991), especifican que el logro académico de los niños está
relacionado con la calidad del apego que mantengan con ellos, así como la
motivación de logro y con la imagen de sí mismos. Todos estos aspectos ya
habían sido abordados por Vygotsky (1993a), a través de su constructo de
“situación social del desarrollo” del niño, el cual establece una ruta para no
separar los procesos interpsicológicos de los procesos intrapsicológicos. De
este se deriva el concepto de “vivencia”. González Rey (2000) y Bozhovich
(1985, p.123) especifican que “para comprender qué influencia ejerce el medio
sobre el niño y por consiguiente, cómo determinar el curso de su desarrollo,
hay que comprender el carácter de las vivencias del niño, el carácter de su
relación con su medio”. La vivencia no la determina el nivel de desarrollo
intelectual, sino que está en función de las necesidades afectivas del niño, en
un momento determinado de su desarrollo. En la vivencia se integra lo afectivo
y lo cognitivo. González Rey (2000), al respecto, enfatiza la importancia de
la significación de la personalidad en
la comprensión de la organización de los procesos afectivos como procesos
psíquicos superiores.
Piaget (1987, pp.14-15) afirmó que
no existe un estado cognitivo puro, “concebida en términos de intercambios
funcionales, la conducta supone dos aspectos esenciales y estrechamente
interdependientes: uno afectivo, otro cognitivo (…) esto depende de toda la
historia del sujeto activo”. El afecto tiene implicaciones en operaciones
cognitivas tan complejas como la reversibilidad y la conservación.
Piaget (1987 p.16) reafirma la
aseveración anterior y establece que:
“La vida afectiva y la
cognoscitiva, aunque distintas, son inseparables. Lo son porque todo
intercambio con el medio supone a la vez una estructuración y una valoración,
sin que por eso sean menos distintas, puesto que estos dos aspectos de la
conducta no pueden reducirse el uno al otro. Es así como no se podría razonar,
incluso en matemáticas puras, sin experimentar ciertos sentimientos, y como, a
la inversa, no existen afecciones que no se hallen acompañadas de un mínimo de
comprensión o de discriminación”.
Lo anterior implica que el análisis
lógico de las estructuras y de su sucesión muestra el vector del desarrollo,
pero por sí mismo no puede ofrecer una explicación de los procesos dinámicos
responsables del desarrollo cognitivo. De igual modo, no puede haber un estado
afectivo puro. Inhelder (1975) señala que Piaget introdujo la distinción entre
aprendizaje en sentido estricto y aprendizaje en sentido lato, estando siempre
el primero subordinado al segundo, que comprende las leyes del desarrollo. Es
decir, a la naturaleza del conocimiento y del desarrollo intelectual. Piaget
(1987, p.17) especifica que la inteligencia es en esencia un sistema de
operaciones vivientes y actuantes, y no consiste en una categoría aislable y
discontinua de procesos cognitivos; “la inteligencia no es así más que un
término genérico que designa las formas superiores de organización o equilibrio
de las estructuras cognoscitivas”.
Desde esta perspectiva, el apego promueve
lo que Kozulin (2000, p.80) denomina “aprendizaje mediado”; consideremos, por
ejemplo, cómo aprende el niño a adaptarse a su entorno físico y social. Siguiendo
el pensamiento de Vygotsky, señala que existen tres clases de mediación: la
primera se establece a través de instrumentos materiales, estos tienen una
influencia indirecta en los procesos psicológicos, pero tienen un empleo
colectivo y una representación simbólica. Esta última característica genera la segunda clase de mediadores, los llamados
“instrumentos psicológicos”, estos median entre los propios procesos
psicológicos del niño y el adulto en interacción. La transición hacia la
tercera clase es un salto cualitativo en la comprensión dialéctica de afecto y
cognición y sus implicaciones en el aprendizaje como proceso general y, en
particular, en el aprendizaje mediado. Desde esta concepción Vygotsky (1993a)
formula la Ley Genética general del desarrollo Cultural. Esta
ley platea que cualquier función presente en el desarrollo cultural del niño,
aparece dos veces o en dos planos distintos. En primer lugar, aparece a nivel
social y más tarde a nivel individual; es decir, primero se manifiesta en la
interacción del niño con el adulto (plano interpsicológico), y después en el
propio niño (plano intrapsicológico). Asimismo, este proceso establece que el
adulto sea un mediador de signos. Ambos aspectos están presentes en lo que
Ainsworth (1978, 1985) y Bowlby (1993a, 1993b) denominan “una base segura”.
El constructo “base segura” integra
las características que posee la teoría de la experiencia de aprendizaje
mediada, elaborada por Fuerstein, Rand y Hoffman (1979; en Kozulin, 2000) en el
contexto del trabajo clínico y educativo con niños y adolescentes de culturas
distintas, con carencias culturales y/o con problemas de aprendizaje. Para que
se construya la experiencia del aprendizaje mediada el adulto hace que la
situación interactiva pase de ser una experiencia incidental a ser una experiencia
intencional de colaborar con el niño. Es lo que Bronfenbrenner (1987) llama
“díada de actividad conjunta”. Esto fue planteado por Vygotsky en sus obras Pensamiento y Lenguaje (1993b), y Las funciones Psicológicas Superiores (1993a)
en donde puntualiza que entre desarrollo y aprendizaje hay una relación
dialéctica indisoluble, concepción que mantiene la esencia de los
planteamientos de la teoría del apego. A manera de conclusión citamos a
Vygotsky (1993b, p.44):
“Consideramos la
relación entre inteligencia y el afecto, cuya separación como objeto de estudio
es el punto más débil de la psicología tradicional, puesto que hacen aparecer
el objeto de pensamiento como una corriente autónoma de pensamientos que se
piensan a sí mismos, segregada de la plenitud vital de los intereses y
necesidades personales, de las intenciones e impulsos del sujeto que piensa”.
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