EL SENTIDO DEL DIAGNÓSTICO PSICOLÓGICO ESCOLAR.
UN ANÁLISIS CRÍTICO Y UNA
PROPUESTA EN CONSTRUCCIÓN
MARÍA
JULIA BALTAR
Psicóloga
Escuela de Psicología
Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso
Universidad del Mar
Resumen. La presencia
de la Psicología en la institución educacional es un hecho que ya tiene su historia y que es
cada día más requerido y considerado relevante, tanto en términos
de la influencia teórica sobre la formación
docente como de la transferencia conceptual
hacia las prácticas y la estructuración de los procesos educativos. Sin embargo, esta presencia no ha sido neutra así como tampoco ino-
cua. El propósito de este artículo es - desde
mi propia formación
y vivencias en el ejercicio del rol de psicóloga
tanto en diversos establecimientos educacionales de los niveles prebásico, básico y medio, como en actividades de perfeccionamiento docente y de docencia en Escuelas de Psicología - compartir algunas
ideas en torno a las
relaciones históricas y actuales entre la Psicología y la Educación, respecto de los
significados y sentidos implícitos en estas relaciones y de las implicancias, efectos y consecuencias de ellas, intencionadas o no, en la “contribución” de nuestra
disciplina al cumplimiento de la misión de la educación. Para tratar de acceder a esta finalidad, desarrollo una reflexión
que intenta analizar
críticamente la mirada
médico-clínica en Psicología Educacional y, recurriendo a algunos
teóricos de la Pedagogía Radical y
Crítica, esbozo una tentativa de re- interpretación
de los fenómenos educativos
que históricamente han sido objeto de estudio privilegiado de nuestra disciplina, vale decir, las dificultades y el fracaso
escolar. En seguida, presento algunas
ideas en torno a las maneras
cómo he tratado
de resignificar las actividades de “diagnóstico psicológico” de alumnos, principal demanda institucional que presiona intensamente
nuestra forma de asumir el rol profesional en educación. Finalmente, propongo una interpretación alternativa a las “resistencias” de los actores educativos que me ha correspondido
enfrentar en relación
con esta manera
de realizar la intervención,
y los aprendizajes construidos tanto en el ejercicio profesional en establecimientos educacionales
como en la docencia universitaria.
Palabras claves: Psicología y Educación,Teorías
de la Reproducción,Teoría de la
Resistencia, Fracaso Escolar, Modelo
Médico en Educación.
INTRODUCCIÓN
La inserción profesional de los psicólogos en el sistema educacional es relativamente reciente, emergiendo con la aparición de los servicios psicológicos escolares, inicialmente en los países más desarrollados
desde la “Psicología de
las diferencias individuales“ o el “movimiento de los test”
y, posteriormente, evolucionando en torno al concepto de “salud mental” (Tindall, 1979, en Coll,
1990). Del mismo modo, en
Chile se aprecia una demanda cada vez
mayor
de profesionales
psicólogos cuyo rol esperado
consiste fundamentalmente en prevenir y – en mayor medida
– tratar los problemas
que presentan los alumnos principalmente dentro – pero también fuera – del establecimiento
educacional, no sólo en términos del aprendizaje
sino en atención a aspectos afectivos, emocionales y relacionales.
En otras palabras,
el rol del psicólogo designado
por el sistema educacional – y también por nuestra
sociedad – implica
una orientación eminentemente clínica y escasamente educativa, dando cuenta de la supuesta
necesidad de realizar
un trabajo centrado
en las dificultades de los alumnos tanto a nivel
de su rendimiento como respecto
de su adaptación al contexto escolar.
En este sentido, se estaría
problematizando al alumno en desmedro de
elementos interaccionales o contextuales, partiendo del supuesto de que
la búsqueda de las “causas” de las dificultades y del fracaso
escolar debería pasar
principalmente por la exploración de aspectos individuales y familia- res de los alumnos considerados problemas. Coherente con esta visión
de los “problemas escolares”,
emerge con fuerza la demanda
de realización de “diagnóstico psicológico” a todo y cualquier alumno cuyo desempeño
se aleje – en términos de rendimiento
o de comportamiento – de las ex- pectativas de un modelo educativo de carácter
normativo, instruccional, homogeneizante y
centrado más en la enseñanza que en el aprendizaje.
(López y Yacometti, 1994).
No obstante, afortunadamente la atención excesiva
y, a veces,
exclusiva que ha prestado la Psicología Escolar
a los alumnos disfuncionales respecto del sistema ha sido objeto de críticas
crecientes, las que se fundamentan en la
escasa efectividad de los “diagnósticos y tratamientos” que habitualmente
se realizan, en la imposibilidad de ocuparse individualmente de cada persona potencialmente necesitada de atención psicológica pero, principalmente, por el
efecto rotulador y estigmatizador de las acciones
clínicas en la escuela. En estos términos, surgen otras
propuestas de servicios
psico-educativos que privilegian elementos sistémicos o comunitarios escolares. (Baltar, 1998).
Ahora bien, ¿debe el Psicólogo que trabaja en Educación satisfacer esta de- manda proveniente
de los actores sociales responsables por los procesos educativos, procesos que precisamente constituyen la razón de ser de la
escuela desde sus orígenes? ¿Hasta qué punto es posible – y conveniente
para los psicólogos – hacer caso omiso de esta “presión asistencial” hacia la realización de “Estudios de Casos Clínicos”
en el ámbito de los establecimientos educacionales? ¿Es
posible una reformulación del estudio
de las dificultades y del fracaso escolar desde el punto de vista de la
Psicología? El presente trabajo, en alguna medida, intenta
dar respuesta a estas inte-
rrogantes y compartir las reflexiones que he venido
realizando a partir del análisis crítico de mi propia experiencia personal, profesional y docente
universitaria en el ámbito de la
Psicología Educacional.
EDUCACIÓN Y ESCUELA: LAS DIVERSAS MIRADAS
Historia y funciones de la escuela
Considerando a la educación como institución social – encargada
junto con la institución familia, entre otras,
de los procesos de socialización – podemos definir el sistema educacional como
el conjunto de organismos formales
que comparten la finalidad de educar a
los miembros más jóvenes de la sociedad. En este sentido, la escuela vendría siendo
un subsistema destinado a cumplir las funciones de:
• Reproducir y legitimar la estructura social y
la superestructura ideológica de la sociedad en la que está inserta. (Instrumento de transmisión
cultural).
• Compartir con otras instituciones la tarea de transmisión cultural a través del traspaso de valores, creencias,
saberes y habilidades considerados necesarios por la sociedad
de incluir en la socialización de los individuos. (Instancia socializadora
secundaria).
En la mayor parte de su historia, la Escuela se ha dedicado
a fines religiosos o al cultivo de las clases sociales
más favorecidas.
No obstante, desde el punto
de vista de la historia del discurso educativo, la tradición teórica en
la “antigua educación” ya concebía
a la acción educativa en términos de su
potencialidad transformadora con respecto a las desigualdades sociales,
políticas y económicas. En la actualidad, se observa la tendencia
a la popu- larización de la escuela, al menos en términos de la cobertura educativa, considerándose la escolarización indispensable para la adaptación al mundo contemporáneo. En este contexto, las finalidades de mejoramiento de la
calidad y aumento de la equidad de la educación que se imparte aparecen, no
solamente en nuestro país, como altamente relevantes en el discurso
educativo actual.
Educación, cultura y
cultura escolar
La educación puede ser conceptualizada como parte de la cultura y toda acción educativa
– como una de las dimensiones de la acción cultural – puede ser
significada de diversas maneras.
La acción educativa, por un lado, “puede definir y mantener el significado de una acción masificadora y, dentro del contexto general de la dominación, cumplir el papel de mantención del statu
quo, transformándose así en el canal a través del cual las clases dominantes
transmiten sus valores y socializan a sus miembros para el eficiente
desempeño de los roles
sociales…”. (Gajardo en Freire , 1971, página 9).
Ahora bien, ¿qué entendemos por “cultura”? En general, se ha reconocido
dos sentidos a este término. Por una parte, la tradición positivista define cultura como la acumulación de información, creencias, hábitos, costumbres,
normas, técnicas, realizaciones materiales, etc. En cambio, la tradición inter- pretativa
conceptualiza la cultura
como una suerte de tejido de significados
compartidos por una determinada comunidad. En el contexto
de la tradición interpretativa,
postura que compartimos, la realidad educativa estaría compuesta tanto por las acciones y procesos
que ocurren cotidianamente en las escuelas y, más específicamente en las salas de clases,
como por las explicaciones e interpretaciones
de los actores respecto de la escuela
y de los procesos que allí ocurren, con sus respectivas concepciones implícitas
y que – aunque no siempre en la esfera de la conciencia – influyen en las acciones y comportamientos e inciden en los resultados de los procesos. (Prieto, 2001).
Por lo tanto, para
develar la llamada “cultura escolar” es imprescindible
realizar un análisis crítico
de la realidad educativa así definida, lo que implica un cuestionamiento que trascienda los contenidos y objetivos planificados y evaluados y, por otro lado, el reconocimiento de los procesos de enseñanza
y de
aprendizaje en términos
de su contextualización organizacional y de su relación
con las características de los alumnos y con las prácticas
pedagógicas. Del mismo modo, implica la consideración de los actores educativos como seres que sienten, perciben y piensan, lo que condiciona
de alguna manera los resultados del proceso. (Prieto, 2001).
Entonces, la cultura
escolar vendría a ser la trama de significados compartidos, construidos social e históricamente, en el ámbito de las organizaciones escolares (Assael y Neumann, 1991).
La cultura escolar
estaría permeando todo el sistema educacional, pudiendo ser develada en sus elementos más relevantes en cualquier
establecimiento educacional, sin perjuicio de que
sea posible acceder a los fenómenos
propios de la llamada
“cultura organizacional”, propia de cada establecimiento educacional en particular, la que define
en alguna medida la “identidad” de una organización específica. Por otra
parte, no se concibe a la cultura
escolar como independiente de los marcos culturales a nivel de la sociedad. Por el contrario, dadas las funciones
asignadas por nuestras sociedades a la Escuela,
la cultura escolar
comparte a su vez características y significados con el sistema
social, vinculados precisamente a las necesidades de legitimación, reproducción
y perpetuación de las
estructuras y superestructuras
dominantes.
No obstante lo anterior, la educación
puede llegar a ser entendida
como un proceso dialéctico, resultando
de la praxis reflexiva
y consciente de seres humanos en momentos históricos determinados, transformándose entonces
en un quehacer esencialmente problematizante.Allí entonces,
emergería la necesidad del diálogo, de la comunicación para la superación de situaciones que
limitan al ser humano. (Gajardo
en Freire, 1971).
Desde el punto de vista del análisis
crítico de la realidad
educativa, con frecuencia emerge - al
develarse
la cultura escolar - algunos supuestos y prejuicios que, en su interrelación,
estarían avalando
la aún fuerte influencia de los enfoques curriculares racionalista académico y tecnológico, históricamente
adscritos al paradigma de transmisión de conocimientos. Algunos de estos supuestos se pueden
explicitar como sigue:
• Existencia de una relación lineal
entre los actos de enseñar y de aprender: se supone que es suficiente con realizar
una buena enseñanza
para obtener el aprendizaje.
• Sobre
simplificación de los procesos educativos: se considera
suficiente una mirada “producto-medios” (tecnocrática) como conceptualización
de la “calidad de la educación”.
• Percepción homogeneizante de la sala de clases: Los profesores y
el sistema esperan y exigen que todos los alumnos hablen, se porten, aprendan de la misma manera y en los mismos tiempos, los mismos contenidos.
• Visión
de los alumnos como “receptáculos” de las enseñanzas del profesor
en una educación de índole
“bancaria” en los términos de Freire (1971). Los alumnos son visualizados como entes pasivos, sin conocimientos ni capacidades previas,
“carentes” en lo cognitivo y valórico, “tábula rasa” donde hay que depositar - y llenar de - información.
En el discurso
educativo actual,
de alguna manera y en alguna medida estos
supuestos han sido objeto de cuestionamiento teórico y empírico en el ámbito de las disciplinas sociales vinculadas a la educación. En coherencia con los planteamientos más críticos, compartimos la idea de que los procesos de aprendizaje son situaciones
altamente complejas,
diversas, únicas y cambiantes que hacen
insuficientes las perspectivas tradicional y
tecnocrática de la calidad de la educación.
Asumimos que la enseñanza no garantiza aprendizajes: Si no se aprende, la dificultad
trasciende el problema
meramente metodológico. En el aprendizaje
escolar están comprometidos
las subjetividades, los elementos culturales de los actores y del sistema,
las relaciones pedagógicas, las prácticas de enseñanza e
institucionales, etc.
Los supuestos anteriormente descritos que conforman las significaciones, concepciones y
miradas de los actores educativos respecto
de la realidad escolar, paradójicamente, permanecen
en el contexto educacional actual pese
a las grandes transformaciones en el discurso
educativo y socio-cultural vi- gente en torno a la adquisición de conocimientos en un mundo intensamente tecnologizado y sobrepoblado de información. Las
prácticas pedagógicas e institucionales aún exhiben algunas de estas
características culturales que podrían estar contribuyendo a una cierta mirada
en la comprensión de los
fenómenos del fracaso y de la marginación escolar
así como en la aparición
de las dificultades que los actores educativos señalan como muy severas en términos de la llamada disciplina
escolar.
De las Teorías de la Reproducción a la Teoría de la Resistencia
Hasta este punto, la historia ha estado señalando
que la realidad educativa contradice en muchos sentidos la potencialidad transformadora original
de la educación en aras de una racionalidad y funcionalidad más bien conservadora, en términos de lo que la Teoría Reproductiva denomina
“transmisión cultural” y respecto
de la desmitificación que produjo
esta teoría en torno al conjunto
de prácticas pedagógicas y acciones educativas. La teoría educacional conservadora ha interpretado la conducta
de oposición de los actores sociales a través
de categorías psicológicas que
consideran tal conducta no sólo como desviada
sino fundamentalmente como desorganizadora
e inferior, correspondiendo a fallas de los individuos y de los grupos
sociales que la presentan.
En este sentido, la perspectiva desde
la cual se ha
desarrollado más ampliamente la Psicología – bajo la fuerte influencia del llamado “modelo médico” – ha proporcionado a los teóricos de la educación los sustentos conceptuales y
empíricos para tal lectura de la realidad
educativa. Contradiciendo a los teóricos
historiadores liberales que postulan
a la
educación pública como posibilitadora “del desarrollo individual, de la movilidad
social, del poder político
y económico para los desposeídos y en desventaja,
los educadores radicales argumentaron que las principales funciones de la escuela son la reproducción de la ideología
dominante, de sus formas de conocimiento y de la distribución de la capacitación necesaria para reproducir la división
social del trabajo”
(Giroux, 1983,
página 2). En este
sentido, “Bourdieu se pronuncia contra la noción de que las escuelas simplemente reflejan la sociedad dominante. En cambio, él sostiene
que las escuelas son instituciones relativamente autónomas que están influenciadas sólo indirectamente por instituciones económicas y
políticas más podero- sas… las sociedades divididas en clases y las configuraciones materiales en que descansan
están parcialmente
mediatizadas y reproducidas
a través de lo que llama “violencia simbólica”. Es decir, el control de clase
se constituye a través del sutil
ejercicio del poder simbólico de las clases
gobernantes por la
imposición de una definición del mundo social que es consistente con sus intereses” (Giroux, 1983,
página 14).
De alguna manera, el Modelo de Escuela Segregadora (García Vidal, 1996) que ha emergido históricamente desde la
“Psicología de las diferencias
individuales” es una manifestación
más de esta violencia simbólica
señalada por Bourdieu.
Los siguientes elementos de la escuela
segregadora estarían dando cuenta de este fenómeno:
• Significados implícitos de la educabilidad de
las personas con algunos déficits, lo que progresivamente va generando una generalización de la
educación separada – en centros
especiales – de varios grupos de per-
sonas. (Educación Especial,
Grupos Diferenciales, separación por niveles de rendimiento
intra-curso o inter-cursos, etc.)
• Concepción innatista respecto de los diversos déficits lo que implica la estabilidad de ellos, independiente de los procesos de enseñanza y de
aprendizaje
de estos sujetos.
• La Educación Especial tiende a
sustentarse sobre dos tipos básicos
de medidas:
– Necesidad de identificar
con la mayor precisión posible
el déficit individual – su trastorno o patología – entendiendo por tal cosa la
clasificación precisa del “caso”
dentro de los sistemas
nosológicos disponibles lo que equivale al “diagnóstico” psicológico y psicopeda- gógico
tradicional, solicitado muy frecuentemente
por la escuela.
– De acuerdo con la detección
de la “patología”, se procede a una
educación especializada construida sobre
la base de lo que se sabe del déficit en cuestión, implicando la derivación a instancias extraaula: Escuelas Especiales, Grupos Diferenciales, tratamiento individual en lo
psicopedagógico, psicológico, neurológico, etc. (García Vidal,
1996).
Parece importante reiterar que es imposible hablar del fenómeno educati-
vo sin hacer referencia a la historicidad y a su vinculación
con fenómenos sociales más amplios. Las instituciones educativas son,
antes
que nada, instituciones sociales. Cada sociedad construye el sistema educacional más conveniente
a sus necesidades materiales,
a sus intereses de clase, a sus
concepciones de ser humano y a su voluntad
de preservarlos. Más exacta-
mente, crea el sistema educacional más conveniente para la reproducción de las relaciones
de poder que se manifiestan en su interior. Es así como, si el
sistema educacional en alguna medida
se modifica, generalmente se debe a necesidades emergentes de cambio o a transformaciones de hecho en la
sociedad misma o en las relaciones de
poder entre sus miembros.
Sin embargo, el fenómeno
del cambio no ocurre en forma mecánica. Existen sociedades que sufren notorios
y profundos
cambios políticos y económicos que no se ven reflejados en sus instituciones educativas. Se podría decir
que las instituciones educacionales
ofrecen mucho mayor
resistencia al cambio que cualquier otra institución social. Históricamente, una posible manifestación de lo anterior es el hecho que las transformaciones pocas veces surgen desde dentro
del sistema siendo generalmente construidas y propuestas desde otros ámbitos
y desde otras disciplinas; los autores más importantes
en términos de renovación pedagógica provienen de otros ámbitos profesionales, como la Filosofía o la Psicología: Montessori, Dewey,
Piaget, Rogers, etc. No obstante, esta característica no necesariamente de- bería ser connotada en forma negativa, representando
desde otra mirada una interesante potencialidad de desarrollo social.
Vinculado en alguna medida con lo anterior, emerge la mirada crítica a la
“Teoría de la Reproducción” que, posteriormente, ha dado lugar a la “Teoría
de la Resistencia” basada en el modelo
dialéctico de la dominación. (Giroux,
1983, 1992). De acuerdo con estos autores, las explicaciones acerca del papel
de la educación aportadas por la “Teoría de la Reproducción” han contribui- do de manera muy valiosa a una comprensión
más amplia de la naturaleza de la escolarización y su relación con la sociedad
dominante, pero, no han logrado generar una ciencia
crítica comprehensiva
de la escolarización. Ello
porque fallaron en proveer mayores explicaciones acerca de cómo maestros,
estudiantes y otros actores sociales
actúan dentro de contextos
históricos y sociales específicos para hacer y reproducir las condiciones de su existencia,
manteniéndose en el marco de las versiones
marxistas más funcionalistas.
Así, la “Teoría de la Reproducción” continúa
acentuando el hecho que “la historia se hace a espaldas de los miembros de la sociedad”,
ignorando la idea de que la
gente sí hace la historia y sus propios
condicionamientos. De este modo, la “Teoría
Reproductiva“ no deja espacio
para momentos de creación
humana, mediación y resistencia, vale decir, de “producción cultu- ral”. Este término hace referencia a una noción que, de
acuerdo con Willis (en Giroux, 1983, 1992)
enfatiza el carácter
activo, progresista, colectivo de las experiencias de los grupos
oprimidos los que poseen habilidades
para construir colectivamente no sólo teorías
sino también sus propias
prácticas transformadoras. La naturaleza transformadora de la cultura se encuentra basada en la existencia de experiencias de vida, proyectos
personales y co- lectivos, formas de conocimiento más informales
consideradas ilícitas, los miedos y fantasías privadas, configurando el poder
anárquico que surge de las
asociaciones espontáneas de los oprimidos
las que son percibidas
como irreverentes y amenazantes por la cultura
hegemónica (Giroux, 1983). En cambio, las teorías de la reproducción
visualizan a las “escuelas como fábri-
cas o prisiones, los maestros y alumnos actúan por igual meramente como piezas y actores con roles limitados por la lógica
y las prácticas sociales del sistema capitalista.Al subvalorar la importancia de las posibilidades de acción
humana y de la noción
de resistencia, estas teorías
ofrecen poca esperanza para criticar
y cambiar los rasgos represivos de la escolarización. Ignorando las contradicciones y luchas que existen
en las escuelas, estas teorías
no sólo disuelven la acción humana sino que, sin saberlo, proveen una razón
para no considerar en su estudio a los maestros y alumnos de las escuelas concretas” (Giroux, 1983,
página 3).
Investigaciones acerca de la escolarización en algunos países desarrollados
han
criticado y tratado
de trascender las teorías de la reproducción
al enfati- zar la importancia de las acciones
humanas y de la experiencia como piedras
angulares teóricas en el análisis de las complejas relaciones
entre las escuelas y la sociedad dominante.
En palabras de Giroux (1992,
página 101), “No obstante lo importante que son estos
dos modos de análisis (refiriéndose a la Escuela de Frankfurt y a los más recientes
autores críticos del curriculum
oculto) no ofrecen ideas sistemáticas
de cómo el poder y la intervención humana se interconectan para promover las prácticas
sociales en las escuelas
que representan tanto la condición como el resultado de la dominación y la
contestación”. La llamada
“Teoría de la Resistencia”, basada en estudios etnográficos y otros de índole cultural, otorgan importancia central a las
nociones de conflicto, lucha y resistencia. Se ha tratado
de demostrar que los mecanismos de reproducción
social y cultural nunca son completos
y siempre se enfrentan con elementos
de oposición, en general, parcialmente
realizados. Los teóricos de la resistencia señalan no sólo el rol que actores educativos como los estudiantes juegan al criticar los aspectos más opresivos
de las escuelas sino también las maneras en que los estudiantes participan activamente a través de conductas
de oposición (“indisciplina”,“trastornos conductuales”, etc.), dentro de una lógica que muy frecuentemente les asigna
una posición de subordinación
de clase y de derrota política. Se concibe a la escuela más allá de aquel espacio
donde los estudiantes de la clase tra-
bajadora son sólo “productos
del capital”, sometidos en forma cómplice a los dictados de maestros autoritarios encargados de prepararlos para una vida de trabajo más bien siniestra. Las escuelas representan,
en esta teoría, espacios permeados no sólo por
contradicciones estructurales e ideoló- gicas
sino también por la resistencia estudiantil, colectivamente generada.
Son espacios sociales caracterizados por la presencia
tanto de curriculum explícito como oculto, culturas subordinadas y dominantes e ideologías de clase
en competencia. Por supuesto, el escenario donde tienen lugar los
conflictos y la resistencia se caracteriza por relaciones de poder claramente asimétricas que tienden siempre a favorecer a las clases dominantes y a sus intereses
(Giroux, 1983).
En palabras de este autor, la concepción de escuela en la “Teoría de la Resis-
tencia” apunta a “instituciones relativamente autónomas que no sólo proveen
espacios para enseñanzas de conductas de oposición sino que también repre- sentan
una fuente de contradicciones que, a veces,
las hacen disfuncionales a los intereses materiales e ideológicos de la sociedad dominante. Las escuelas no sólo están determinadas por la
lógica del mercado de trabajo o de
la sociedad dominante; no son sólo instituciones económicas sino también
espacios políticos, culturales e ideológicos que existen, de alguna manera, independientemente de la economía
de mercado capitalista” (Giroux,1983, página 4). Toda esta dinámica escolar de la resistencia, no obstante, opera
dentro de límites establecidos por la sociedad;
sin embargo,
las escuelas como instituciones heterogéneas – que albergan una diversidad de formas de conocimiento escolar,
ideologías, estilos organizacionales y relaciones sociales de aula – también influyen, en alguna medida,
en la formación de estos
límites macrosociales
tanto económicos e ideológicos como políticos.
Con
frecuencia las escuelas se relacionan
de manera contradictoria respecto de la sociedad dominante; alternativamente apoyan y critican
sus supuestos básicos. Por ejemplo, las escuelas a veces apoyan una noción de educación
más humanista, que entra en aguda contradicción con las demandas
de índole tecnocrática de la sociedad dominante en términos del predominio de formas educativas altamente especializadas, instrumentales y claramente
vinculadas a la lógica del mercado laboral. Además, las escuelas
actuales todavía definen con
fuerza su rol como instancias para
la movilidad social aun cuando
continúan proveyendo los elementos que alimentarán el sistema
productivo, en ocasiones en forma sobredimensionada en relación con lo que la capacidad de la economía puede absorber (Giroux, 1983).
De esta manera, los teóricos de la “resistencia” restauran la relevancia de la acción humana y de la innovación en los procesos culturales, a diferencia
de la
“Teoría de la Reproducción” que se focaliza casi enteramente en el
poder y en las formas cómo la cultura
dominante asegura la sumisión y derrota de los grupos y clases subordinadas. La “Teoría de la Resistencia”
concibe a la cultura como constituida tanto por los grupos escolarizados como por la sociedad
dominante. Enfatiza
que las culturas
subordinadas, de la clase trabajadora u otras, donde es posible
incluir a los marginados
por “discapacidad”, tienen
momentos de producción propia tanto
como de reproducción, siendo por naturaleza
contradictorias: están permeadas tanto por la resistencia como por la reproducción. Giroux (1983,
página 6) cita a Stanley Aronwitz:
“En último análisis, la praxis humana
no está deter-
minada por sus precondiciones; sólo un esbozo de la posibilidad está dado por adelantado”. Entonces, aunque las culturas subordinadas hayan sido forjadas
con limitaciones vinculadas al capital
y a sus instituciones – como la Escuela – las condiciones dentro de las que funcionan estas limitaciones
son diversas, variando de escuela en escuela, de comunidad en comunidad. Afortunadamente, no hay garantías de éxito automático en la transmisión de los valores e ideologías capitalistas a través de
la escolarización de los grupos socioculturales subordinados,
siendo particularmente importante considerar las formas y la fuerza con que se traten de
imponerlos.
Para Giroux (1992), las teorías de la resistencia han transformado
en viable el análisis
de los elementos del campo cultural del oprimido en términos del estudio de las maneras cómo clase y cultura se relacionan en la configuración
de la política cultural. Han aportado entonces
la posibilidad de descubrir en este
campo, elementos tanto de dominación como contrahegemónicos así como la forma en que estos elementos de resistencia
tienden a asimilarse dentro de la cultura dominante, tendiendo entonces a perder sus poten-
cialidades políticas. Visualizan a la dominación no simplemente como el
reproductor
de fuerzas externas – como el capital
o el Estado – sino que la ve asociada a una noción de reproducción
en la cual la subordinación
se visualiza no sólo como el resultado
de las limitaciones estructurales e ideológicas propias de las relaciones
sociales dominantes. Esta subordinación
también es vista como parte del proceso de autoformación de los actores
dentro de sus grupos de referencia. Esto da cuenta de la manera cómo la
lógica que promueve variadas formas de resistencia se encuentra implícita en
la lógica de la reproducción.
Según Giroux (1983, páginas
33 y 34) “A modo de
ejemplo, las teorías de la resistencia han tratado de demostrar cómo los
estudiantes que rechazan activamente la cultura escolar, con frecuencia, muestran también una lógica y una visión
de mundo que confirma
y legitima más que critica
las relaciones sociales capitalistas existentes”.
En coherencia con lo anterior, Foucault
(1991) desarrolla la noción de mi-
cropoder la que da cuenta de
la relevancia del poder que
reside más allá de los sujetos; en este sentido, el poder
circula permanentemente, transita en las relaciones
de todos los estratos de la sociedad.
Lo más trascendente del poder sería
las maneras cómo se concretiza, es decir, la dominación, las estrategias de control que no sólo descienden desde la macroestrucura sino
que principalmente constituyen una
fuerza ascendente desde los niveles
microsociales.
Ambos autores connotan
la dominación como un proceso que no
es ni estático ni completo, visualizando a los “oprimidos” no como seres sim- plemente pasivos frente a la dominación; los actores sociales en posición
de dominados son también responsables de su propia dominación. Estos teóricos señalan la necesidad de comprender más profundamente las complejas
maneras a través de las cuales
las personas mediatizan y responden
a la conexión entre sus propias experiencias y las estructuras de dominación presentes en sus vidas. De esta manera, el poder es ejercido sobre y por
la gente dentro de diversos contextos sociales que estructuran relaciones tanto de dominación como de
autonomía.
En otras palabras,
no toda conducta de oposición
tiene una “significación radical”; no toda conducta de oposición es una respuesta definida
a la do- minación. En general, los grupos “subordinados” (pobres, minorías
étnicas o de otra índole, mujeres, estudiantes) encarnan y expresan una combinación
de conductas reaccionarias y progresistas. Esta
combinación de conductas, a su vez, encarna las ideologías que subyacen a la estructura de la domi-
nación social y, al mismo tiempo, contiene
la lógica necesaria
para superar esta estructura. Las conductas de oposición son más que una reacción de impotencia, pudiendo llegar a ser una expresión de poder que se nutre de la
“gramática” poderosa de la dominación y, a la vez, la reproduce. Bajo tales circunstancias, las escuelas vienen a ser espacios sociales donde aparecen las
conductas de oposición, las que emergen
más bien como una expresión
de la ideología dominante y no como una manifestación
de crítica a la ins- titución educativa
o a la estructura social. Este tipo de conductas
general- mente aparece bajo la forma opresiva de algún tipo de discriminación. No obstante, de acuerdo con Giroux (1983), ello no implica que tal conducta deba darse por perdida en términos de resistencia y describirse solamente como reaccionaria. Obviamente, el solo hecho que los actores educativos
actúen colectivamente tratando, en alguna medida,
de definir sus posiciones
contiene en sí mismo un momento social
emancipatorio. Las conductas de oposición se producen vinculadas a contradicciones en los discursos y en los valores. Pueden estar expresando los momentos represivos implícitos en tales conductas por parte de la cultura dominante
más que constituirse en un mensaje
de genuina protesta contra su existencia, que correspondería
más a una conducta de resistencia. La paradoja se establece en el hecho
que una gran cantidad
de teóricos resistentes a la dominación en sus discursos, pese a que adhieren abiertamente a los ideales
de la liberación, terminen
por contribuir a la reproducción de actitudes y prácticas
discriminatorias en sus respectivos campos profesionales y en sus
vidas cotidianas.
De acuerdo con Giroux (1983),
todo tipo de conducta puede
ser indicado- ra de alguna forma de resistencia
siempre y cuando surja de una condena
latente o abierta de las ideologías represivas
subyacentes que caracterizan
al sistema educacional en general.
Si conceptualizamos estos actos como prácticas que involucran una reacción
política consciente o semiconsciente
contra las relaciones de dominación
construidas por el sistema educativo, entonces estos estudiantes están resistiendo a la ideología dominante de una manera
tal que les otorga el poder de rechazar
al sistema a un nivel que,
en el
futuro, no los hará impotentes. La rebelión abierta, en algunos casos,
representa
impotencia ahora y en el futuro.
El concepto de resistencia
representa un elemento
de diferencia, de contraló- gica que debe ser analizado
para revelar su interés
subyacente en la libertad
y en el rechazo de esas formas de dominación inherentes a las relaciones sociales contra las que reacciona. Entonces, es fundamental desarrollar un
análisis que permita diferenciar las diversas formas de
conducta de opo- sición, las que pueden llevar al mejoramiento de la vida humana o bien a la destruccción o denigración de los valores humanos más fundamentales (Giroux,1983). Para este autor, el elemento central
para analizar cualquier acto de resistencia debe dar cuenta del descubrimiento del grado en el
que éste ilumina, implícita o explícitamente, la necesidad
de luchar contra la
dominación y la sumisión. Solamente criticar la dominación ideológica no cae en la categoría de resistencia sino en su opuesto: la acomodación y el
conformismo. El concepto de “resistencia” redefine las causas y los signifi- cados de la conducta
de oposición, sosteniendo que tiene poco que ver con la
“desviación” y con la “desesperanza aprendida”,
pero tiene mucho que ver
con la indignación política y moral. Una conducta de oposición puede
consi- derarse como
“una forma de resistencia si surge de una condena
ideológica latente o abierta de las ideologías represivas
subyacentes que caracterizan
a las escuelas en general.
Esto es, si vemos estos actos como prácticas
que involucran una reacción
política consciente o semiconsciente contra las relaciones de dominación construidas por la escuela, entonces estos estu- diantes están resistiendo a la ideología
de la escuela en una manera que les
da el poder de rechazar al sistema en
un nivel que no los hará impotentes
para continuar rechazándola en el futuro. No han renunciado a su acceso
a los conocimientos que pueden posibilitar que ellos se muevan
más allá de las posiciones predeterminadas por la estructura social, callejón sin salida
del
trabajo alienante, posiciones que la mayoría de los abiertamente
rebeldes llegarán eventualmente a ocupar” (Giroux, 1983,
página 39). Sin embargo,
se hace necesario vincular la conducta en cuestión con una interpretación proporcionada
por los propios sujetos
o hurgar profundamente en las con-
diciones históricas relacionadas
desde las cuales se han desarrollado
estas conductas de oposición.
Entonces, en el contexto de la “ Teoría
de la Resistencia” es posible
abando- nar la actitud casi nihilista que frecuentemente se deriva del análisis teórico reproduccionista de la educación. A partir de la “Teoría
de la Resistencia” se (re) abre un camino más expedito
a la transformación socio-cultural, dando cabida a una relación con un nuevo sentido
entre la Psicología y la Educación, lo cual otorga un significado
especial a la Psicología Educacional.
LAS RELACIONES QUE HEMOS CONSTRUIDO ENTRE PSICOLOGÍA Y EDUCACIÓN
En un determinado momento de su historia, la institución educacional ha debido recurrir a otros
saberes con la finalidad de continuar cumpliendo su misión social. El inicio de la relación
entre Psicología y Educación
se ubica en el siglo XIX ya en los orígenes de la Psicología como
disciplina científica, en términos principalmente de su vinculación con la formación
docente inicial tanto en Chile como en el resto
del mundo (Larraín,1994, en Baltar, 1998).
Por otro lado, la inserción profesional de los psicólogos en la institución educacional se ha realizado principalmente a través del surgimiento de los servicios psicológicos escolares, derivándose en una conceptualización de la Psicología Educacional en términos más bien de Psicología Escolar. Esta manera de ser psicólogo en educación ha evolucionado históricamente, en términos más acumulativos que de desarrollo integrativo, desde su vínculo original con el movimiento de los test hacia un enfoque más sistémico del estudio
de los fenómenos
educativos. Esto quiere decir que, pese a su evolu-
ción
sociohistórica, la presencia de la Psicología en educación no ha generado
planteamientos realmente
novedosos que vayan superando
e integrando los elementos básicos de los desarrollos previos constituyéndose más bien en un
proceso de acumulación
de funciones asignadas socialmente. (Coll,1988 en Baltar, 1998).
Además, la relación entre la Psicología y la Educación se ha dado en términos excesivamente unidireccionales y en un posicionamiento
más
bien de experticia, existiendo actualmente cierto consenso además res-
pecto de la escasa consideración de las características de los fenómenos y del
contexto educativo en vinculación con lo macrosocial, lo cual ha influido
en la significación, relevancia
y trascendencia de los aportes.
Ahora bien, desde el rol prescrito
y en relación con la evolución de la Psicolo- gía como disciplina se han ido construyendo los procesos de formación
de los psicólogos en las diversas escuelas,
configurando sociohistóricamente un tipo
de rol ideal,
subjetivo o deseado (Hevia, Assael,
Cerda, Guzmán y Peñafiel,
1990), en alguna medida coherente con los contextos
culturales específicos de cada etapa sociopolítica del desarrollo del país. En este sentido, los centros
chilenos de formación de los psicólogos se han desarrollado en consonancia
con los elementos ideológicos presentes en la evolución
histórica y cultural de nuestro país y con los aportes
de la evolución teórica y epistemológica de la disciplina a nivel internacional. Por lo tanto, debemos asumir que la identidad de los psicólogos – como la de todos los profesionales
– está ne- cesariamente referida
al mundo de relaciones sociales que históricamente ha constituido su rol en la sociedad,
especialmente en estrecha relación con las relaciones
de poder y los fenómenos de la
dominación.
En base a lo anterior, es posible señalar
que el rol eventual y efectivamente asumido por los psicólogos al insertarse profesionalmente puede ser diverso
y complejo, resultando – de acuerdo con Hevia et al. (1990) – no de un
proceso lineal sino del juego dialéctico, que se da sociohistóricamente, entre
el rol asignado
o prescrito por cada sociedad y el llamado
rol deseado, ideal o subjetivo que se va conformando
a través de toda la historia personal
y educativa de las personas y de los grupos sociales.
Este rol ideal corresponde
a las representaciones que se han ido construyendo a nivel del grupo
social de los psicólogos a través de la historia del gremio e incluye también
su po- sicionamiento en las relaciones
que establecen con los actores educativos y con otros profesionales de la educación. En esta construcción juega un papel
trascendental los procesos
de formación profesional inicial,
en interrelación
con los marcos de referencia de los profesores y de los estudiantes de Psi- cología: visiones de mundo, filosofías de vida, ideología política, valores, etc. A su vez, los procesos de formación de los psicólogos también
constituyen parte de la institución educacional y, por ende, comparten en alguna medi-
da la llamada “cultura escolar” así
como sus relaciones con los fenómenos macrosociales. De esta manera, por fortuna se observan fácilmente en las
diversas Escuelas
de Psicología la heterogeneidad de discursos y de prácticas tanto pedagógicas como institucionales en el sentido
de la reproducción
y, al mismo tiempo, de
la resistencia sociocultural.
En el desarrollo actual de la Psicología Educacional, existe consenso
en que los procesos de
enseñanza y de aprendizaje con los múltiples facto- res involucrados – individuales, sociales,
económicos, culturales, políticos, etc.– deben ser considerados el área
fundamental adonde es necesario dirigir los esfuerzos de esta disciplina. Desde una visión
crítica respecto
de las formas en que la Psicología
ha abordado estos procesos, es posible se- ñalar
que se requiere una mirada
más amplia e integradora que considere el
fenómeno educativo en su globalidad y en su contextualidad sociohistórica. En este sentido, parece coherente
señalar que cumplir este requerimiento
pasa necesariamente por trascender las visiones más positivistas que han predominado
en la investigación en la Psicología
en general y, en especial,
en Psicología Educacional. La idea sería avanzar en la comprensión más
profunda de la realidad social que es la educación,
para lo cual la perspec-
tiva cualitativa se ha mostrado promisoria
en estudios realizados en Chile
y en
el resto del mundo, en los que han participado psicólogos y que han
alimentado, en ocasiones, la docencia en el área de la Psicología Educacional. En esta perspectiva, al sustituir las nociones de explicación, predicción y control por las de comprensión,
significado y acción,
permite penetrar en el
mundo personal de los actores educativos en búsqueda
de los significados que le asignan a las diversas situaciones, las maneras cómo las interpretan,
cuáles son sus intenciones, etc.
De esta manera,
la realidad educativa –esencialmente social– puede ser es-
tudiada en forma natural
prescindiendo de técnicas de medición o control artificial, guardando por ende mayor fidelidad al fenómeno educativo. Este fenómeno
es entonces definido en base a hechos que implican situaciones que involucran
personas en relación,
siendo por lo tanto de naturaleza
emergente a diferencia de los fenómenos naturales los que son estáticos, posibilitando el acceso a su conocimiento “desde afuera”. El fenómeno
edu- cativo, en cambio, asumimos que debe ser estudiado “desde
dentro” por su
vinculación con comportamientos humanos
de índole esencialmente social, los que a su vez están
constituidos por las acciones de los actores educati-
vos
cuya principal característica es que tienen sentido para ellos. Entonces, los hechos educativos –en tanto sociales– implican
situaciones con y entre personas en relación,
son emergentes, cambiantes, no guardan regularidad y están sujetos a variaciones según los contextos en los cuales se llevan a cabo.
En otras palabras, esta nueva mirada de la Psicología
a la educación asume que las relaciones
sociales que se estudian en la disciplina, se escapan a la causalidad. Dado que la realidad
educativa es múltiple, dinámica, emergente, es necesario
asumir la utilización de variadas fuentes
de datos que, de alguna
manera, incorporen a los sujetos
involucrados
y así poder llegar a reconstruir la situación en estudio a partir de la perspectiva de los actores educativos para, dependiendo del propósito y diseño de la investigación, realizar con ellos las etapas de transformación
socio-educativa.
De esta manera, parece posible la comprensión de los fenómenos
educativos que favorecería el desarrollo de la construcción teórica desde una profundi- zación de mirada de la Psicología Educacional, así como también facilitaría los
procedimientos de ajuste señalados por Coll (1990) en términos del traspaso
más significativo de los hallazgos teóricos y propios de la investigación al campo de la aplicación. Del mismo modo, se estaría favoreciendo cambios en los roles de Psicólogo en el ámbito de la educación a través de la relación entre investigación y docencia. Esto podría implicar
algunas modificaciones tanto en el rol ideal
que se construye durante
la formación inicial como en
el que efectivamente lleguen
a asumir los nuevos profesionales, pese
a que lo esperado socialmente
tienda a permanecer sin mayores
variaciones en el ámbito de las funciones reproductivas de la educación.
EL FRACASO ESCOLAR
En relación con lo desarrollado hasta ahora,
emerge aún con mucha fuerza
el tema del fracaso escolar como emblemático en la Psicología de la Edu-
cación.
Creemos imposible
construir una única definición de lo que entendemos por fracaso escolar si asumimos la inevitable
carga de subjetividad implícita en tal esfuerzo. La tradición investigativa en educación ha institucionalizado
una definición operacional basada en índices de repitencia y deserción
del sistema educativo formal,
dejando en evidencia su clara vinculación con el rendimiento escolar evaluado respecto de
una norma determinada por la institución educacional, sea a nivel de las escuelas,
del Ministerio de Edu- cación, o de otras instancias. De esta manera, “a través de la evaluación, se concretan las desigualdades y, por lo tanto, las contradicciones, entre
la utopía pedagógica de una “escuela para todos” y la realidad de las dife- rencias (Perrenoud, 1990,
30). Aquí radica la contradicción interna central de la escuela al pretender ofrecer oportunidades
iguales de acceso, pero
para someter a la distribución desigual de capacidades
supuestamente por causas individuales o naturales, a medidas de rendimiento iguales”
(Redon- do, 1997, pág.1). El fracaso escolar se genera entonces como producto de
la tendencia de la escuela
a la normalización, principalmente manifestada
en las expectativas sociales, en el diseño de las tareas y de las actividades de evaluación que de alguna manera contribuye a la transformación
de las diferencias en desigualdades.
La racionalidad implícita en esta mirada al fenómeno del fracaso escolar - tecnocrática y con resabios positivistas– estaría dando cuenta de la necesaria
selectividad del sistema educativo bajo el supuesto
de que la educación como
institución debe estar al servicio de la funcionalidad del sistema social y, en
este sentido, resulta también claramente
discriminatoria en función de la estratificación social. De esta manera, no es casual que la búsqueda de los
factores que inciden en el fracaso, tradicionalmente, se haya focalizado en la investigación en torno a la persona
de los alumnos y alumnas
y su medio familiar. Así, tanto el éxito como el fracaso escolar aparecen, en general, asociados principalmente a causas
de naturaleza socioeconómica (López, Assael y Neumann, 1984).
De esta forma, no
es casualidad que justamente los sujetos de medios
populares sean los que fracasan mayoritariamente en la escuela
y, ante esta situación,
la explicación legitimada para este fracaso nunca trasciende la declaración oficial de su propia (dis)capacidad como individuos.“Esta autoa- tribución es negativa para la autoestima, la motivación, etc.; no tiene ningún
valor educativo; y al ser rechazada
por el individuo para sí, se transforma en un
rechazo de la escuela.
Rechazo que la escuela psicologiza, volviéndolo al individuo y convirtiendo los problemas
sociales en individuales” (Redondo,
1997, página 1).
Esta manera de concebir el fenómeno
del fracaso escolar basada en el he-
cho de que los estudiantes no aprendan lo que se espera respecto de los diversos contenidos tanto teóricos como prácticos y actitudinales
se en- cuentra estrechamente
relacionada con la distancia cultural entre la escuela y su público “usuario”. En este sentido, es con los estudiantes de las clases populares donde este fenómeno
se evidencia en forma más clara. Como su
propia cultura difiere profundamente de la cultura
escolar, estos estudiantes
deben esforzarse enormemente para asimilarla como se espera
sucediendo muy a menudo que la escuela, con sus dinámicas
y procesos psicosociales reproductivos, los enjuicia y desvaloriza. Todo este proceso generalmente
termina por convencer a los estudiantes de sectores populares de que son
incapaces de estudiar y que deben conformarse con ocupar la posición social que “les corresponde”,
vale decir, con un trabajo modesto
y acorde con “su nivel de capacidad”.
Sin embargo, esta suerte de alquimia
que transforma mágicamente la dife- rencia
en desigualdad o discapacidad no sólo
ocurre
en la relación de las escuelas con sus “usuarios” de clases populares. Las exigencias implícitas en la cultura escolar no siempre son recibidas favorablemente por los estudian- tes,
requiriéndose para tener éxito
escolar un alto grado de adhesión tanto a los fines y valores de la institución como a los medios
legitimados por ella los que, a su vez, corresponden
a los de la cultura
hegemónica de cada sociedad. Los grados de adhesión a la cultura
escolar son muy diversos y no
dependen solamente de la clase social de los estudiantes; por el contrario, factores como etnia, género, nivel etario o fase del ciclo vital interactúan
con los distintos contextos de vida de los estudiantes, influyendo así en su nivel
de aceptación respecto de la cultura
escolar (Redondo, 1997).
De esta manera, algunos estudiantes aceptan incondicionalmente el proyecto de vida que les ofrece la escuela, casos que generalmente son considerados como
éxito escolar. No olvidemos que el conformismo sigue siendo parte importante del curriculum
oculto de nuestras escuelas.
Otros estudiantes, un sector importante, rechazan
directamente la propuesta
de la escuela, convirtiéndose
tarde o temprano en potenciales desertores, a través de un
proceso más o menos gradual de dificultades de rendimiento o de adapta-
ción que generalmente culmina en su eventual incorporación a los índices de repetición, retraso edad/curso, movilidad/permanencia y, finalmente, de desescolarización. En coherencia con las ideas de Giroux (1983,1992), estas conductas estudiantiles corresponderían más a oposición
que resistencia, no siendo más que reacciones de impotencia que, a su vez, llevan implícitas las semillas y se nutren de la gramática de la reproducción
social y económica. Aunque es posible leer la deserción escolar
y los antecedentes de violación de las reglas escolares por parte de ciertos estudiantes como conductas
de oposición, sus consecuencias de marginación educativa
y social nunca
podrían ser consideradas emancipatorias. Por lo tanto la deserción escolar, independientemente del origen y de las múltiples
explicaciones del fenómeno aportadas por ciertos enfoques de la Sociología, de la Economía y de la misma Psicología, se alimenta más bien de una lógica
que parece tener sus raíces en formas ideológicas hegemónicas. En otras palabras, la marginación escolar implica una renuncia - voluntaria o no - al acceso a aquellos aprendizajes que
se requieren indispensablemente para participar
de las relaciones sociales
cotidianas, desde las cuales se hace posible
la transformación
socio-cultural en términos tanto individuales como colectivos.
Por otra parte,
un sector mayoritario
de los estudiantes sólo manifiesta una adhesión parcial a la cultura escolar; son aquellos que se identifican y aceptan solamente una parte del proyecto de vida que le ofrece la escuela. Su adhesión es sólo circunstancial (Redondo, 1997). Estos estudiantes per- tenecen
a todas las clases sociales
y su adhesión/rechazo se focaliza
en los fines, en los valores y/o en los medios legitimados por la cultura
escolar. Así, por
ejemplo, algunos
estudiantes aceptan la promesa de movilidad social a
través de la educación formal y se sirven de ella para
lograr sus fines pero no se identifican con los valores u otros significados de la cultura
escolar o, a veces,
con los medios legitimados por ella. Estos estudiantes generalmente mantienen una actitud acomodaticia respecto de la escuela,
transitando por ella sólo con el mínimo esfuerzo necesario o utilizando, en ocasiones,
me- dios no tan legítimos
para lograr el éxito o la sobrevivencia escolar. Otros
estudiantes, generalmente de clases acomodadas, encuentran en la escuela
un medio cultural que les es natural y cercano; sin embargo, no quieren o
no logran identificarse con lo que promete la escuela por lo que renuncian
a perseguir los fines institucionales, cuyo acceso posiblemente ya tienen asegurado por su condición
social. Entonces, estos estudiantes se relacio- nan con la escuela
intentando disociarse de sus exigencias, manteniéndose en un nivel mediocre de funcionamiento. Ninguna de estas alternativas de conductas de oposición, aunque trascienden un posicionamiento conformista frente a la dominación, podría
corresponder a verdadera
resistencia en los términos de Giroux (1983, 1992). No obstante, podría significar un espacio
incipiente de producción cultural, desde donde resignificar el papel de disciplinas como la Psicología o la
Psicopedagogía en el ámbito de la
transformación educativa y social.
Por el contrario, la evaluación pedagógica, psicopedagógica o psicológica tal como se concibe
y se practica cotidianamente –en términos tradicionales y estáticos- estaría jugando
un papel importante en este panorama educativo
de reproducción social-cultural y económica.
En relación con esta
manera de concebir la evaluación de
los estudiantes, “Estamos hablando de medir, cuantificar las diferencias entre unos y otros. Los instrumentos habituales, por sus características técnicas, parten del “mito”
de la normalidad; y al hacerlo amplían las diferencias interindividuales,
por lo que no son aptos para la escuela como lugar de “enseñanza”, aunque sí para la escuela como lugar de
selección” (Redondo, 1997,
página 4).
Desde esta perspectiva, la interrogante respecto de la atribución de respon- sabilidad en el fracaso escolar
exclusivamente en relación con el profesor, su enseñanza, la escuela o los estudiantes y sus familias
pierde sentido ya que todos
ellos son elementos esenciales de un proceso
eminentemente interactivo, no sólo a nivel de las escuelas
sino en relación
con condicionantes
políticas y macroeconómicas. Más aún, de acuerdo con Giroux (1992) esta
postura que parece coincidir
con la perspectiva teórica “liberal” respecto del funcionamiento del llamado curriculum oculto, estaría
dando cuenta de la reducción
al terreno de las contradicciones meramente culturales pre-
sentes en las escuelas, reducción que implica una suerte de naturalización de una de las características fundamentales del capitalismo: la restricción de lo “democrático” al ámbito meramente
político, mientras
se obvia la perpe- tuación
de la desigualdad en las condiciones socio-económicas a partir del
principio capitalista de que la
determinante esencial de la evolución social se basa justamente en una distribución desigual de la riqueza, del poder y de la participación. Desde
esta mirada “liberal”, se termina “naturalmente” culpando en gran medida a los actores sociales, especialmente a los estu-
diantes o a los profesores
por la existencia e influencia de fenómenos
que trascienden lo microsocial. De esta manera,
como dice Giroux (1992,
página
82 y 83), “Cuestiones de la falsa conciencia o determinantes estructurales se desvanecen en esos supuestos... el estudio de las estructuras sociales se deja de
lado y sólo se analiza la forma en
que la gente produce y negocia los
significados en el salón de clases”. Trascender esta perspectiva, implica la necesidad de investigar
y reflexionar en torno a las prácticas
tanto pe- dagógicas como institucionales y a las relaciones sociales
en la escuela, con el propósito de construir nuevas
situaciones en las que la participación
de todos los actores educativos sea lo usual y no la excepción. En otras palabras, para transformar la situación de reproducción sociocultural y económica en la que permanece la escuela son necesarios cambios
importantes en los
procesos
psicosociales que en ella se desarrollan.
La escuela y especialmente el aula debe ser considerada
la unidad de análisis del fenómeno
educativo, orientación que justamente
pretende estar siendo implementada a través de la Reforma Educacional. No obstante, esta unidad de análisis
deberá ser estudiada siempre en vinculación con el orden social y económico vigente y con las
múltiples relaciones que establece
la escuela
con la
sociedad dominante.
Transformar la dinámica escolar implica trasladar el centro de la atención hacia la modalidad y calidad de las intervenciones
educativas así como a
la reflexión en torno a sus significados, sentidos e intereses implícitos. Al no estar centrada en las diferencias
interindividuales -ya que tendría que asumir
la diversidad como inherente y, por ende, inevitable, a la educación en sus aspectos
relativos a capacidades, motivaciones, intereses, cogniciones,
etc.-
tendría otras consecuencias psicosociales, tal vez ya no generadas
a partir de las relaciones competitivas entre los diversos actores educativos. En un sentido
similar, García Carrasco (1987,
citado por Redondo, 1997, página 4) señala: “la concentración de la dependencia entre éxito académico y factores sociológicos externos a la escuela, e internos al sujeto, tiene un efecto ideológico evidente
(decimos ideológico en el sentido de pensamiento
esencialmente deformador
y deformante de la realidad
objetiva). Ese efecto
es el de, a la hora de encontrar remedios, dirigir
la atención a todas partes
menos hacia adentro de la institución en la que se encontró
al fracasado, y
se
encontraron los individuos fracasando. Muchos sociólogos de la educación y críticos sociales enfocan el asunto con el pesimismo histórico de quién
no ve remedios hasta que se produzcan profundas transformaciones sociales. Si se miran hacia adentro, a lo que se hace, a cómo se hace, a cómo se podría hacer en ese espacio y tiempo con esos individuos, comprobaríamos que los sistemas educativos están pensados para discriminar – groseramente, pero discriminar–, y que buena parte del intervalo en el rendimiento escolar, el
tramo que denominamos fracaso, puede
ser significativamente reducido, si no se sobrepasan al evaluar los
niveles de referencia que estipulan los objetivos. Si se modifican los diseños de acción y aumentan la validez de los
sistemas de evaluación”.
EL MODELO MÉDICO EN EDUCACIÓN
El uso del modelo médico en educación, bastante generalizado en nuestro sistema, implica la clara tendencia de los actores educativos que detentan
el poder a buscar déficit en los alumnos que no siguen el ritmo esperado de aprendizaje
o se comportan en forma diferente de lo que es funcional para un modelo educacional claramente homogeneizante. En el fondo, se diagnostica y se medicaliza (desde el punto
de vista médico, psicológico, fo-
noaudiológico, etc.) la “diferencia”, situación que está proscrita en las aulas. En este contexto, cualquier actividad de “especialistas” como el diagnóstico psicológico corre el riesgo de validar rótulos previos o crear nuevos, no
logrando descubrir a la persona
del alumno detrás
del rótulo. Esto conlleva
consecuencias nefastas en términos del desarrollo personal
de los alumnos pues se les estigmatiza, discrimina y finalmente se les margina,
derivándolos a la “educación especial o diferencial”,
lo que implica que pierden oportuni dades
de aprendizaje “normal”.Además, puede llevar a que el alumno pierda confianza en sus propias potencialidades de progreso y superación, atribu- yendo cualquier cambio personal positivo a factores ajenos a
sí mismo.
En el proyecto neoliberal de modernización de nuestras
sociedades y de la
educación predomina una actitud
utilitaria y prágmática en relación
con el conocimiento, la que se encuentra vinculada al sometimiento de la escuela
a las reglas del juego impuestas
por el mercado de trabajo. Así en el contexto de una sociedad y educación neoliberales, se continúa buscando
referentes teóricos
– en la Psicología, en la Psicopedagogía, etc.– que permitan legitimar
la tecnificación de la cultura
y del trabajo, de los estudios
y de la vida misma. En este contexto, el éxito escolar se conceptualiza como el logro de los
estudiantes en identificar sus propios
intereses ante las diversas materias curriculares, con la utilidad
de esos aprendizajes
para su futuro laboral.
De esta manera, una cierta lectura de constructos teóricos
como el aprendizaje significativo, por ejemplo, se asimila
a esta visión utilitaria del curriculum,
la que es funcional a la legitimación de las desigualdades sociales a través de la educación.
Este proceso de conversión de la diferencia en discapacidad que realiza
el modelo médico aplicado
a las dificultades escolares se vislumbra claramente
en el ámbito de la Psicopedagogía cuando se distingue teóricamente, por ejemplo, los problemas de aprendizaje en generales y específicos, definiendo estos últimos como intrínsecos a los individuos, con una supuesta
base neu- ropsicológica que estaría determinando déficit o funcionamientos atípicos a nivel psicológico-cognitivo o psicolinguístico. Este enfoque Neuropsicológico o Psicológico Cognitivo, independientemente del respaldo empírico
que lo sustente, sin duda termina por aislar estos funcionamientos individuales de la
interacción de los sujetos con los contextos socio-históricos y culturales.
Por otra parte, la “medicalización” en las aulas se encuentra
claramente al servicio de la mantención del statu quo escolar: impide que los actores
educativos como los profesores, directivos o apoderados se hagan cargo de la parte de responsabilidad que les cabe en los “problemas”
del alumno. El
uso del modelo médico en educación contribuye a inhibir la autocrítica y a
los esfuerzos por realizar
cambios en las prácticas tanto
pedagógicas como
institucionales (Harlow, 1989).
Originada en la aplicación
de este modelo
de pensamiento respecto de los
“problemas” escolares, se teje una red de relaciones profesionales
entre los profesores de aula y los llamados
“profesionales de apoyo” (directivos
docentes, orientadores, psicólogos, psicopedagogos, etc.) que, en vez de enri-
quecer los procesos de aula en términos de una co-construcción del apoyo
que se requiere, es generalmente realizado desde la jerarquía organizativa o desde la supuesta
experticia de los profesionales
no docentes. De este
modo, sus funciones se orientan generalmente a un sector o aspecto
de lo que se ha problematizado; frecuentemente se focaliza
en el alumno o en el
profesor de manera desvinculada entre sí. Con frecuencia, dada la manera de
asumir el rol de profesional de apoyo, existe la percepción
desde los profesores, sin duda por esta situación doblevinculante, de que se trata al
mismo tiempo de apoyo y de control.
LA DIVERSIDAD ES
INEVITABLE Y POSITIVA
Como parte de la “cultura escolar”
emergen algunos supuestos, que considero falsos, desde los que se construyen los modelos de Escuela Segrega-
dora y Compensadora (García Vidal, 1996) que dan cuenta de la creencia
de que la capacidad
de aprendizaje de los individuos es algo “determinado”
en alto grado por el padecimiento de uno u otro tipo de déficit personal, o la ilusión de que dentro de cada uno de los grandes grupos o
clases en los que dividimos a la población escolar existe una cierta homogeneidad esencial que permite establecer un curriculum
pensado para el tipo medio correspondiente.
La diversidad
forma parte inherente de todo proceso educativo, siendo
el hecho que los individuos difieran entre
sí -por múltiples razones- algo no
sólo inevitable sino extremadamente enriquecedor en relación con las siguientes ideas:
1.- La diversidad en la capacidad de aprendizaje: capacidad humana entendida como conjunto de habilidades y destrezas que permiten
el abordaje y resolución
de una tarea o problema.
La más pertinente en lo educativo es la
“capacidad de aprender” -fenómeno esencialmente dinámico y cambiante que depende en gran medida de
la cantidad y calidad de la estimulación
educativa, considerándose importantes los factores próximos
(esfuerzo, mediación, estimulación, etc.) y los factores distales
(genéticos, biológicos, etc.) cuya influencia
sobre el desarrollo cognitivo es de carácter
secundario frente a los factores más próximos.
La llamada “capacidad de aprender” es fuente de diferenciación humana al
menos en cuanto a qué se aprende, a cómo se puede aprender y a qué
ritmo ocurre el aprendizaje.
2.- La diversidad en cuanto a motivación – definida como lo implicado
en la activación, dirección y mantenimiento del comportamiento
humano, me- canismo básico de entrada para que
las personas desencadenen procesos
de aprendizaje – condiciona indudablemente diferencias en los resultados de los procesos educativos. Sin embargo, la motivación
se encuentra vin-
culada tanto con elementos individuales como contextuales, los que en el
ámbito escolar dan cuenta de la influencia de las prácticas pedagógicas en los diversos niveles motivacionales de los alumnos
y alumnas. Por ende, el fenómeno motivacional – aunque contiene
elementos individuales – admite
regulaciones y cambios desde el
contexto socio-escolar no sólo desde el punto
de vista de la llamada
“motivación extrínseca”. La asignación de signi-
ficados o la atribución de sentido a los aprendizajes
escolares se constituye,
en esta perspectiva, en procesos muy relevantes
desde el punto de vista de la enseñanza.
3.- La diversidad respecto de los intereses –definidos
como un componente de los procesos motivacionales más vinculado con el contexto socio-cultural,
adquiridos en la interacción histórica con el mundo, evolutivamente variables,
en cuya construcción influyen factores socio-económicos y familiares – es también consustancial a los procesos educativos. Esta inevitable diversidad tanto en un mismo nivel
como en las distintas etapas escolares señala la necesidad de congruencia entre los planteamientos pedagógicos y los inte- reses de los alumnos y alumnas,
tarea nada fácil de cumplir que se vincula con el ámbito de la orientación vocacional en su concepción actual.
4.- La diversidad
en cuanto
a las cogniciones en términos tanto
de la
“competencia del sistema
cognitivo” como de su estilo o forma de funcio- namiento.
5.- La diversidad en términos de lo “biológico-fisiológico” (edad, sexo, sistema nervioso central,
etc.), respecto de factores socioafectivos (emocionalidad, autoestima, relaciones sociales, etc.) y vinculada
a elementos históricos
esco- lares (experiencias, oportunidades, expectativas, etc.) (García Vidal, 1996).
HACIA UNA ESCUELA QUE “COMPRENDA” A LOS ALUMNOS Y ALUMNAS
La postura frente a las llamadas “dificultades escolares” que en mayor medida
compartimos, se encuentra vinculada con el “Modelo
de Escuela Comprensiva e Integradora de la Diversidad”. La diversidad,
vista como fe-
nómeno inherente a la educación en sus aspectos
relativos a motivaciones, capacidades, intereses y cogniciones es, por ende, no sólo inevitable sino positiva y enriquecedora en una mirada
constructivista de la educación y de los procesos
de aprendizaje y de enseñanza.
Este modelo de escuela se entiende como “la forma que se ofrece a todos los escolares de un determinado intervalo
de edad con un fuerte núcleo de contenidos comunes dentro de una misma institución y una misma aula,
y que evita de esta forma la separación de alumnos en vías de formación diferentes, que puedan ser irreversibles” (García Vidal,
1996). Ello, en nin- gún
caso, significa reclamar
uniformidad para todos los alumnos sino que
supone educar respecto de las particularidades de cada estudiante y en el convencimiento de que las motivaciones,
los intereses y la capacidad
de aprendizaje son muy distintos
entre los alumnos, debido a un complejo conjunto de factores, tanto individuales como de origen sociocultural, que interactúan entre sí. Por lo tanto, este modelo implica
trascender cambios cuantitativos en términos de los elementos del curriculum escolar (dismi- nución de contenidos o modificación de objetivos) o los cambios a nivel de
normativas ministeriales, etc. Implica
cambios cualitativos de índole
cultural y organizacional en los siguientes aspectos.
En la concepción de educación en términos de:
• que sea más amplia que lo puramente instructivo, planteando la necesidad
de
potenciar, además de las habilidades y destrezas, los aspectos
psicosociales del desarrollo
humano.
• que ponga
el acento de la actividad educativa, centrándose más en el proceso y en las estrategias
educativas que en los programas.
• que apueste firmemente
por la
individualización de los
procesos de
aprendizaje, permitiendo y facilitando la integración de los sujetos
que, por las más diversas razones,
presentan dificultades para seguir los programas establecidos.
En el modelo curricular tendiendo a Curriculum concebido como herramienta
de
trabajo docente y no como programación educativa cerrada. Esto implica
equilibrio en los diversos aspectos educativos; curriculum
significativo para los alumnos y puesto al servicio de sus necesidades presentes y futuras; flexibilidad para abordar el tratamiento educativo de la diversidad, permi- tiendo a todos los alumnos el desarrollo de sus capacidades y posibilidades;
continuidad en el curriculum para un desarrollo
instruccional sin lagunas.
En la organización escolar en el sentido
de estar principalmente al servicio de
la concepción educativa y curricular anteriormente descrita. Este aspecto implica: flexibilidad en las formas organizativas (sin estereotipos predefinidos)
para favorecer el alcance
de los fines educativos; y estar al servicio de los fines
de la educación respecto
de todos los alumnos y alumnas, y no sólo de algunos (García Vidal, 1996).
HACIA LA RESIGNIFICACIÓN DEL
DIAGNÓSTICO PSICOLÓGICO EN EDUCACIÓN
En coherencia con todo lo anterior, el sentido de la realización de cual-
quier evaluación psicopedagógica de estudiantes que presentan
eventuales problemas de rendimiento o de “adaptación” escolar
debería ser crear una instancia de interacción entre el profesional y el estudiante, los profesores
y los familiares que permita profundizar en el conocimiento de la persona en estudio, en términos de sus fortalezas y debilidades contingentes, de sus procesos históricos y actuales en relación con el aprendizaje escolar, de sus significados respecto de las situaciones que está viviendo, todo ello
relacionado con los diversos contextos socioculturales en los que se mueve.
Debería tener un sentido de develamiento de la persona del estudiante y
de apoyo psicosocial inmediato. Relacionado con la problematización que se
efectúa a nivel escolar, en la interacción entre profesionales
es indispensable el protagonismo
de los profesores en un estilo de
relación en la que pri- men la igualdad, la cooperación, el diálogo reflexivo y un verdadero trabajo en equipo. Este estilo supone confianza en la responsabilidad profesional del profesor y en su capacidad de autorregular y autoconducir
su práctica pedagógica a partir de
reflexiones
compartidas entre
sus colegas
y los otros profesionales. En otras palabras, es necesario trascender un enfoque clínico e individual y trasladar el foco de la atención de los estudiantes que están viviendo una determinada
problemática hacia el apoyo de
la función docente en el aula. Es decir, se requiere un replanteamiento del diagnóstico
tradicional –centrado en la medición individual con énfasis en los resulta- dos de las diversas pruebas especializadas – hacia la evaluación desde una perspectiva sistémica, en un enfoque dinámico y etnográfico
curricular (Zúñiga, A.M., 1999).
La perspectiva sistémica considera al alumno en interacción con su entorno
familiar, social y escolar, existiendo
una relación
de reciprocidad de tal manera que las actuaciones de unos u otros influyen
en la generación, mantención y/o
modificación de los problemas.
El enfoque dinámico, a su vez, se centra en una evaluación que considera la “mediación” del evaluador
de tal manera que enfatiza
los procesos cog- nitivos, afectivos, motivacionales y metacognitivos necesarios para que la persona evaluada tenga la oportunidad
de demostrar el desarrollo de sus potencialidades. Estos procesos
que intervienen en el aprendizaje
ocupan un lugar privilegiado en la evaluación dinámica, en desmedro de los resultados cuantitativos propios de los test, foco exclusivo de la atención desde una mirada psicométrica de la evaluación.
El enfoque etnográfico curricular enfatiza
además de la evaluación dinámica o mediada,
la observación y evaluación interpretativa de los procesos e inte-
racciones que ocurren en el aula y en la escuela, buscando
develar aquellos
elementos de la cultura escolar
involucrados en el origen, en la mantención, la exacerbación y/o en la
transformación de la situación problemática.
Desde mi experiencia de trabajo como psicóloga en el ámbito de la educa- ción
formal y en conjunto
con los estudiantes de Psicología con los que he
tenido la suerte de interactuar, hemos ido haciendo un camino que intenta
dar una respuesta diferente a las demandas de “atención psicológica” de los alumnos y alumnas que, de alguna manera,
frustran las expectativas del sistema escolar. Este camino que “estamos
haciendo al andar” no está exento
de dificultades ya que choca
con múltiples resistencias provenientes de las
ideas compartidas tanto desde los sistemas
educativo y social como desde
la formación profesional
de los psicólogos. Sin embargo, justamente desde una mirada más crítica que “psicológica” al fenómeno
de la resistencia al cambio
es donde hemos
podido perseverar en este camino
ya que leemos esta resistencia como positiva pues permite profundizar la reflexión
indivi- dual y colectiva
– así como el diálogo, esencial en todo proceso educativo
- en torno a nuestro quehacer y a sus consecuencias, especialmente las que pasan inadvertidas
en nuestro cotidiano profesional.
De esta construcción, evidentemente provisoria y perfectible,
es posible destacar la importancia de algunas
prácticas que, algunas de ellas, pese a
parecer obvias desde el discurso psicológico actual, hemos tratado de ir implementando tanto a nivel de la docencia
como de la práctica profesional, en la medida que hemos observado y vivido los fenómenos reproductivos
de la cultura escolar desarrollados
por la literatura del enfoque pedagógico crítico. Lo que se presenta a continuación tiene el sentido de compartir algunos aprendizajes significativos construidos desde mi historia personal-
profesional y de ningún modo pretende ser un “recetario” respecto de la
manera “correcta” de asumir las funciones
diagnósticas en los establecimientos
educacionales.
• Mantener, en todo momento, contacto con todos los actores involucra- dos en la situación de manera de diluir eventuales
rotulaciones previas y
comprometerlos con la co-construcción de modificaciones en su discurso
y en
su práctica para, finalmente, acompañar al alumno o alumna en su
evolución
psicopedagógica.
• Realizar
producción de datos en todos los
contextos psicosociales en que se mueve el sujeto en estudio, especialmente el colegio y el aula. (observaciones de situaciones formales – clases - e informales – recreos,
actos cívicos, etc. -
y entrevistas en profundidad
con los actores educa- tivos involucrados donde puedan emerger
sus significados, sentidos
e intenciones).
• Relacionar esta información
con las dificultades que presenta el alumno
en términos de origen, concomitancia
o consecuencias.
• En caso que sea inevitable administrar pruebas psicológicas, especialmen- te las psicométricas, realizarlo desde una perspectiva dinámica que dé cuenta de procesos mediadores que en la práctica otorguen al estudiante
evaluado la oportunidad de vivir un ambiente activo-modificante que signifique la posibilidad real de demostrar sus potencialidades. En esta
mirada, los resultados de la aplicación de los instrumentos desarrollados por nuestra disciplina deberían ser considerados como un indicador
más, y no el más válido ni confiable, de las capacidades
mínimas y no las
máximas de la persona evaluada. De esta manera,
la medición es leída
más como un medio que como un fin en sí misma, transformando las
actividades de “diagnóstico” sólo en una parte, no la más relevante, de la evaluación
que se nos solicita.
• Realizar “síntesis diagnóstica” más bien descriptiva; se trata de evitar, en lo posible, establecer
“hipótesis diagnóstica” derivada del modelo médico. Privilegiar el énfasis en los procesos más que en los resultados y obviar
rotulaciones innecesarias y dañinas,
enfatizando también las fortalezas,
los factores protectores o “resilientes” tanto de los alumnos como de
los otros subsistemas relacionados.
• Elaborar sugerencias acordes con el contexto escolar y familiar, específicas
y concretas, realistas,
las que deberán
constituirse en marco de referen- cia para efectuar, con los profesores, padres y con el mismo alumno o alumna,
una co-construcción de alternativas de acción que faciliten su evolución positiva. De preferencia, realizar esta co-construcción en forma colectiva, con la participación colaborativa del máximo posible de actores
involucrados. De esta manera, el proceso de “diagnóstico psicológico” en
el ámbito educativo se acercaría bastante a las implicancias de las inter-
venciones psico-sociales a la manera de la investigacción-acción. Evitar asumir un posicionamiento de experto frente a los actores educativos involucrados.
• Limitar los elementos clasificatorios a la eventual
necesidad de derivar
a profesionales no-docentes: fonoaudiólogos, neurólogos, psicoterapeutas, etc. Con el único propósito de facilitar la comunicación
con ellos. Si se
requiere derivación psicopedagógica, nuestra experiencia aconseja devol-
ver
elementos más descriptivos que clasificatorios, teniendo
en cuenta la naturaleza más
educativa que clínica del tratamiento en este ámbito.
Ahora bien, pese a la aparente simplicidad de estas prácticas,
tanto su realización en el ámbito escolar como el
intento de compartirlas con los
estudiantes de Psicología no ha sido un camino
fácil.Todos nosotros somos
parte - más activa o más pasiva,
más consciente o inconsciente - de la cultura escolar y, por ende, cotidianamente reproducimos
la cultura hegemónica, al mismo tiempo que participamos
de la cultura del oprimido. Como profe-
sionales y como personas nos sucede establecer relaciones de poder de la más
diversa índole y, como cualquier ser humano, tenemos dificultades para manejar nuestras contradicciones. El poder circula sociohistóricamente y es inevitable, ya lo decían Foulcault
(1991) y Giroux (1983 y 1992).Aunque
hayamos desarrollado
un discurso que quiere ser resistente, reproducimos
diariamente mucho de aquello
que justamente deseamos
cambiar. Todos
hemos sido formados, en mayor o menor medida,
en el modelo médico no sólo
durante los estudios
universitarios sino en la familia, en la escuela,
en el liceo, en el barrio y en muchos contextos de nuestras vidas. En nuestra formación profesional
son fácilmente identificables las maneras cómo esta- mos construyendo las concepciones de ser humano, de sociedad, de cultura,
en suma, las visiones de mundo que son reproducidas cotidianamente en las Escuelas de Psicología. Sin embargo, la reflexión
crítica en torno a estas representaciones sociales no es una práctica
muy frecuente en la actividad
académica de nuestros centros de formación.
Por esta razón,
intuyo la
urgencia de implementar en nuestras aulas procesos
reflexivos en torno a
los roles ideal, asumido
y esperado que estamos construyendo día a día mientras nos hacemos psicólogos.
Decía que el camino personal,
profesional y docente que he estado recorriendo no ha estado exento de dificultades. Creo que la resistencia ante una
lectura distinta del mundo que vivimos
y en el que nos corresponde ser
psicólogos, se
puede deber a una suerte de dificultad para “soltar” la cuota de poder que nos otorga el modelo médico
a través de la relevancia y tras-
cendencia vinculada a
la racionalidad implícita en las clasificaciones clínicas. El pensamiento clínico, pese a los más recientes
desarrollos críticos al modelo
médico, implica todavía una lógica enjuiciadora que clasifica a
los sujetos bajo los criterios
de normalidad versus anormalidad, racionalidad sospechosamente compartida por la ideología del autoritarismo y la dominación.
Pero, afortunadamente
ningún discurso ni ninguna práctica resulta tan homogénea como parece. La contradicción es inherentemente
humana. La vida, finalmente, termina no siendo más que la búsqueda, a veces
dolorosa, de coherencia entre nuestros significados, sentidos
e intenciones, que van
gradualmente configurando los sueños personales y colectivos. No importa
tanto cuál sea la naturaleza del “sueño psicológico” de cada uno de noso- tros, asumiendo que deseamos y necesitamos pertenecer y compartir en
alguna medida marcos de referencia. Lo verdaderamente relevante es que nos hagamos cargo de este sueño, de sus implicancias y consecuencias. Y para
ello, se requieren mayor cantidad y calidad de procesos
reflexivos en la vida
cotidiana de nuestras escuelas de formación,
no sólo en torno a las teorías y a las técnicas psicológicas sino en relación con los significados implícitos, efectos y consecuencias de cada uno de los contenidos y de las prácticas profesionales e
institucionales que hemos estado construyendo. Me parece importante luchar cotidianamente en contra del temor a perder el
poder que nos otorga las relaciones profesionales
y a favor de la reflexión y transformación del rol ideal de psicólogo que hemos estado conformando.
El rol asignado
para nosotros por una sociedad como la actual,
incluso y tal vez
justamente por el discurso postmoderno en el ámbito de las Ciencias Sociales, más que nunca contiene elementos
principalmente reproductivos de las relaciones sociales de poder hegemónico. En el ámbito de las insti-
tuciones sociales como la Educación, debido a sus funciones idiosincráticas, se hace aún más importante revisar críticamente lo que estamos
haciendo, a la luz del discurso ideal de la Psicología, develando sus contradicciones pero, por supuesto, sobreviviendo como profesionales. Es necesario cuidar también nuestro lugar social; si no lo hacemos podemos
caer en un camino que lleva muy probablemente al “suicidio laboral”, a la marginación, por
desatender las expectativas sociales que se han depositado en nuestra pro- fesión. Sin embargo, mis experiencias en el ámbito educativo señalan que,
más temprano que tarde, el ejercicio
sumiso y acrítico
del rol de Psicólogo es igualmente autodestructivo en términos profesional-laborales y, lo que
es aún más grave, como sujetos sociales.
¿Cuál ha sido el rol ideal
de psicólogo que hemos ido configurando? ¿Cuál es nuestra responsabilidad – como docentes de
Psicología, estudiantes, profesio-
nales que ejercen, etc.- en la reproducción
de las expectativas conformistas,
meramente adaptativas y
funcionales a la cultura de la dominación, que configu- ran el rol socialmente pautado
para nosotros, especialmente cuando debemos
insertarnos profesionalmente en las instituciones sociales? Continuar intentando
construir respuestas
a estas preguntas mientras
somos psicólogos y docentes de psicología es
justamente mi propuesta lo
que, en mi caso, pasa por seguir haciéndome cargo en forma reflexiva y, a veces, dolorosamente crítica de las relaciones de poder
que establezco cotidianamente con
los estudiantes en el área curricular de la Psicología Educacional.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ASSAEL, J.; NEUMANN, E. (1991). “Clima Emocional en el Aula. Un Estudio Etno-
gráfico de las Prácticas Pedagógicas”. P.I.I.E., Santiago.
BALTAR, M. J. ( 1998).“Haciendo el Camino de la Resignificación de los Roles Do-
cente y de Psicólogo Educacional”, Revista Perspectiva Educacional, Nº31-32,
Instituto de Educación, Universidad Católica de Valparaíso,Viña
del Mar.
COLL, C.; PALACIOS, J.; MARCHESSI, A. (1990). “Desarrollo Psicológico y Educa-
ción” Tomo II, “Psicología
de la Educación”, Alianza Editorial, Madrid.
FREIRE, P. (1971).
“Sobre la Acción Cultural”, ICIRA, Proyecto Gobierno
de Chile/ Naciones Unidas/FAO, Santiago.
FOUCAULT, M. (1991).
“La Microfísica del Poder”.
Edit. La Piqueta, Madrid.
GARCÍA VIDAL, J. ( 1996).“Guía para realizar adaptaciones curriculares”, Editorial
EOS, Madrid.
GIROUX,H. (1983).“ Teorías de la Reproducción y la Resistencia en la Nueva Sociolo-
gía de la Educación: Un Análisis Crítico.” Harvard Educational Review Nº3.
GIROUX, H. (1992).“Teoría
y Resistencia en Educación, Siglo
XXI Editores, Ciudad
de México”.
HARLOW, S. (1989).“La Medicalización en la Sala de Clases:
La Prohibición de Ser
Diferentes en Nuestros Colegios”, Holistic
Educational Review,Vol.2, Nº2.
HEVIA, R.;ASSAEL, J.; CERDA,A.M.; GUZMÁN,
I.Y PEÑAFIEL, S. (1990).“Talleres de Educación Democrática T.E.D.” Cuaderno de Apoyo para los Participantes de Talleres, P.I.I.E., Santiago.
LÓPEZ, G.;ASSAEL,
J.; NEUMANN, E. (1984).“La Cultura Escolar
¿Responsable del fracaso?”, P.I.I.E., Santiago.
LÓPEZ, A; YACOMETTI
, O. (1994). “Los
Trastornos Específicos del Aprendizaje: ¿Del Niño o de la Escuela?”. Rev. REPSI, Nº 14,
Santiago.
PRIETO, M. (2001). “La Investigación en el Aula:
¿Una tarea posible?”, Universidad
Católica deValparaíso/Ministerio de Educación. Proyecto de Fortalecimiento
de la Formación Inicial
de Docentes, Ediciones Universitarias de Valparaíso,
UCV, Valparaíso.
REDONDO, J.M. ( 1997).
“La Dinámica escolar: de la diferencia a la desigualdad”.
Revista de Psicología
de la Universidad de Chile,Vol.VI,
Santiago.
ZÚÑIGA, A.M. (1999). “La Reforma en el Aula: Reconceptualización de la red de relaciones
profesionales”. Rev. REPSI
Nº 32, Santiago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
ÁNIMO: TODAS Y TODOS TIENEN LA PALABRA...COMENTEN...