UNA DOBLE MIRADA:
EDUCACIÓN CRÍTICA Y SOCIEDAD NEOLIBERAL
Vicente
Manzano Arrondo
Universidad de Sevilla
Universidad y Compromiso Social
Resumen
Cada época de dilatada historia social
se ha concretado bajo el paraguas de un pensamiento dominante. En la
actualidad, es el pensamiento neoliberal quien tiende a diseñar los más nimios
detalles estructurales y funcionales de la dinámica social. La educación se
encuentra, como todas las demás facetas, bajo este dominio. Coherentemente, las
sucesivas reformas educativas, en todos los rincones del planeta, trabajan con
ahínco para reconstruir una institución educativa que se conduzca desde y para
el mercado.
En esta aportación se dibujan las
características principales de este dominio, se realizan algunas previsiones
para el futuro de la dinámica educativa a través de sus instituciones, y se
plantean algunos principios para la acción alternativa orientada a la educación
crítica.
Palabras
clave: educación crítica,
educación neoliberal, previsiones de educación.
“El fundamentalismo del mercado cada vez más
parece opuesto a toda noción viable de educación crítica” (Giroux, 2004:30)
Sobre qué
La búsqueda de la felicidad, el
bienestar o la satisfacción ha guiado siglos de comportamiento humano. Hubo una
época en occidente en que tales atractores se encontraban predominantemente
mediatizados por Dios. El servicio al ser supremo es el vehículo requerido para
procurar bien individual y colectivo. Las edificaciones se llenan de
crucifijos. Tuvo lugar también un período dilatado de la historia occidental en
que el mediador fue el Estado-nación. El Bien es el bien de la patria. Lo
relevante es dedicarse a ella mediante un servicio abnegado y sin fisuras. Las
edificaciones se llenan de escudos y banderas. Hoy, aunque los anteriores
procesos de mediación continúan con fuerza en nuestros días, el predominio se
encuentra en el mercado. Todo se llena de edificaciones.
Según la época que nos baña, para
procurar felicidad, bienestar, satisfacción, progreso... es necesario estimular
el crecimiento de la economía, es decir, de la cuantía de algunos indicadores
selectos (Rodríguez Sosa, 2004), favorecer el libre mercado, incentivar la
competencia y la propiedad, etc. Hoy, los Estados se
encuentran “en alerta constante para atender al sistema de mercado” (Lindblom,
2002:57). Ésta es la época en la que
hemos aterrizado.
La Iglesia, los partidos políticos,
las instituciones y los intelectuales del mercado, olvidaron sus respectivas
funciones manifiestas en su origen. Terminaron centrados en la supervivencia de
sus propias estructuras. En otras palabras, han abandonado su función
instrumental (conseguir los objetivos de su fundación) por la ceremonial
(mantener el status quo) (Aguilera, 2005). La historia sigue cansinamente
enseñando las mismas páginas, donde las devociones de turno llevan a
esclavitudes muchas veces voluntarias. No importa pues cuáles fueron los
motivos que justificaron la expansión del mercado en su origen. Hoy la dinámica
vuelve a ser la mismas: los expertos y beneficiarios de su estructura trabajan
con ahínco para expandirla.
Los vencedores temporales en la
definición de nuestra época (recordemos que todo termina sufriendo un relevo),
ofrecen el mercado libre como solución definitiva. Si todavía concurren
problemas, no son achacables a esta oferta, sino a las regulaciones de los
Estados, a la corrupción de los gobiernos y a otros aspectos que, en
definitiva, restan poder de progreso y emancipación a la capacidad
autorreguladora del mercado. La ambición individual, de la que nos dotamos por
naturaleza, es el motor que, combinado con libertad de intercambio de
propiedades, libre competencia y estimulación de los mejores, no ha de cesar en
la procura de beneficios para los individuos y, a través de ello, para la
sociedad.
Ya en las secuelas de la revolución
francesa, el Conde de Saint-Simón defendía que el gobierno debería estar en
manos de los empresarios y el mercado ser el mecanismo regulador que permitiría
finalmente eliminar la ocurrencia de guerras (Rodríguez Díaz, 2004). Bardó
(2007) señala que “es increíble que en el siglo XXI
no se vea ni entienda que los mercados libres tienden siempre al equilibrio, lo
que en lo laboral significa pleno empleo”. Yanque (2004) apunta que el Estado
no debe establecer fines, sino guardar un marco apropiado para garantizar que
las personas realicen sus intercambios de propiedades con entera libertad y
garantías, lo que genera progreso. Y añade que “el mercado resuelve mejor los
problemas, satisface mejor las necesidades individuales y distribuye mejor los
recursos que los infinitos y variados sistemas inventados para lograr algo
teóricamente más adecuado” (43). En definitiva, pues, el mercado aparece como
el instrumento ideal para la dinámica social, un instrumento que sacia al mismo
tiempo la ambición individual y el progreso social.
La práctica de la doctrina ha mostrado, no obstante,
puntos de llegada distintos a los destinos prometidos. Recurriendo al ejemplo
de América Latina, Yarzábal (2001:5) recuerda que “Las políticas neoliberales,
anunciadas como un mal necesario pero pasajero, que conduciría al crecimiento
económico para después proceder a la distribución de las riquezas, lograron
controlar la inflación, reducir el déficit fiscal y asegurar el pago a los
acreedores externos. Pero, paralelamente, aumentaron el desempleo,
incrementaron el ‘sector informal’ de la economía, extendieron la pobreza y
desmantelaron la seguridad social. Y se instalaron de manera prolongada,
revitalizándose al finalizar cada uno de los ciclos mediante propuestas
electorales de tipo populista que los candidatos cambiaban invariablemente por
medidas neoliberales más radicales una vez que obtenían el poder”.
No
importan mucho aquí las críticas a la ideología neoliberal sino la constatación
de que es la que impera en estos momentos, el catecismo básico de la acción
gubernamental y de las políticas planetarias. Una consecuencia directa de esta
perspectiva es que, dadas las insuperables bondades del sistema de mercado,
éste debería hacerse cargo también de los asuntos de la educación. “El argumento central que sostiene a
las políticas educativas neoliberales es que los grandes sistemas escolares son
ineficientes, inequitativos y sus productos de baja calidad. De tal afirmación
se deduce que la educación pública ha fracasado y se justifican políticas de
reducción de la responsabilidad del Estado en la educación, presentadas como la
única reforma posible.” (Puiggrós,1996:1)
Coherentemente,
las reformas educativas, desde la primaria hasta la universidad, están empapadas
de esta época (Andrés y Manzano, 2004). En Lisboa, año 2001, quedó muy claro en
la letra impresa que “el objetivo del Espacio Europeo de Educación Superior es
conseguir de Europa la economía más competitiva del mundo”. No sólo se afirma
tal cosa, pues las normativas incluyen también referencias a la cohesión
europea, el beneficio social y otras claves del mismo corte. No obstante,
decimos ¡Buenos días! al colega del trabajo cuando nos cruzamos con él, el
anuncio del coche lo muestra en una ciudad sin un solo atasco, y el personaje
político de turno vende la reforma de la educación alegando que es buena para
la sociedad. Son convenciones, herramientas con las que los publicistas juegan
a dioses (Beigbeder, 2001). En cierta ocasión, un espectador denunció a una
marca de motos porque el anuncio mostraba al conductor rodeado de chicas.
Adquirió el vehículo y, a pesar de que su modelo coincidía con el anunciado,
continuó paseando consigo mismo. Por supuesto, la denuncia fue desestimada (Tellis y Redondo, 2001). Imagino al juez diciendo al denunciante “pero, ingenuo mío, ¿cómo puedes
tomarte esas declaraciones literalmente?”.
Lo que pretendo en esta intervención no
es denunciar que la educación reglada que se diseña está orientada al mercado
(Manzano y Andrés, 2007), como quien descubre de repente la pólvora. Ya lo
sabemos. Mi intención es, por este orden, apuntar algunas consecuencias y
plantear algunas estrategias orientadas hacia la alimentación de una sociedad
crítica, compuesta de individuos inteligentes y, por tanto, solidarios y
comprometidos.
Apuntes
de futuro
La Educación como institución social
tiene un difícil papel. Se considera que ha de adecuarse al contexto
sociocultural y en estos momentos esa adecuación requiere una capacidad
dinámica acelerada (Tejada, 2001). El cambio se define en términos tecnológicos
y de mercado e implica una adaptación vertiginosa en todos sus componentes,
tanto institucionales como humanos. En ello, el sistema de mercado se comporta
como un agujero negro: cuanto más engulle más capacidad de engullir adquiere.
Lindblom (2002), a pesar de ser un defensor de este sistema como motor regulador
de la sociedad, llama la atención sobre la necesidad de limitarlo. Las
familias, los grupos de amigos, las parejas, los pisos de estudiantes, los
movimientos sociales, incluso las
propias empresas, entre otros ejemplos, no funcionan como mercado. ¿Han
de hacerlo? Una cosa es asumir que el sistema sirve para algo y otra que sirve
para todo. El punto de la controversia es decidir si la Educación debe entrar o
no en el agujero. Y la realidad actual indica que la decisión ya ha sido
tomada.
Dictadura
de las evaluaciones de calidad
Buscar la calidad es un objetivo loable. El problema es cómo se observa su
diseño e implementación práctica, que acusa un recrudecimiento para el futuro.
Siguiendo las reflexiones de Bolívar (1999), el modelo de calidad que se impone
en el sistema educativo, importado del mundo empresarial, desplaza la
responsabilidad de la mejora hacia los trabajadores de la enseñanza, incluye
con fuerza el criterio de “satisfacción del cliente” y se desvirtúa (como
ocurre en el mundo empresarial) adoptando en la práctica un sentido
fundamentalmente discursivo que trabaja más por el efecto psicológico que por
resultados tangibles, descuidando los objetivos sustantivos de la educación. Su
función es todavía más represiva cuando se observa que “La categoría calidad es usada por el discurso neoliberal como un instrumento
de legitimación para la aplicación de premios y castigos en la tarea de
disciplinar a la comunidad educativa para que acepte la reforma.”
(Puiggrós,1996:8)
Como ya se está observando hoy, los
efectos se miden también en términos de prostitución laboral. En el ámbito
universitario esta cuestión está adquiriendo matices muy evidentes. El
conocimiento (nunca completo) de los criterios de calidad lleva a los agentes
de la educación universitaria a despreciar determinados trabajos, asuntos de
investigación y vías de publicación que reciben poco o ningún refuerzo en los
estándares. Recordemos que en la dimensión del mercado lo importante no es ser
los mejores, sino los primeros, criterios que pueden o no coincidir. Los
estándares y procedimientos de calidad al uso no van orientados a los mejores
sino a los primeros en los criterios establecidos (¿La universidad con más
libros? ¿El investigador con más publicaciones?)
Abandono
de urgencias sociales
Dentro del repertorio de conductas de quienes trabajan en la enseñanza, se
encuentra en muchos casos una especial dedicación a los asuntos que implican
urgencia social, ligados al compromiso social, el espíritu de ciudadanía, el
conocimiento e implicación en los problemas planetarios, la conciencia de
co-responsabilidad, etc. Incluso, muchos agentes combinan la vida profesional
con una dedicación temporal sustantiva en movimientos sociales. Los efectos de
los criterios de calidad y las agencias de evaluación pueden medirse en la
mejora de categoría profesional, la estabilidad, las contraprestaciones
económicas y en la capacidad institucional de realizar tareas, como dirigir
tesis o proyectos de investigación. ¿Cuántas revistas de impacto están
interesadas en la dinámica cotidiana de una barriada gitana en Sevilla? ¿Qué
subvención va a recibir un proyecto que busca evidencias para criticar la
política inmobiliaria? ¿Cómo premia la institución el tiempo que un profesor
universitario implica en organizar visitas de los estudiantes a las sedes de
movimientos sociales que abordan los mismos problemas que, teóricamente, debe
cubrir la universidad? Giroux (2002:15) confiesa “Yo
creo que los académicos deben combinar los roles interdependientes del educador
crítico y del ciudadano activo. Ellos deben encontrar formas de conectar la
práctica de la enseñanza en el aula, con el manejo del poder en la sociedad más
amplia”. Este deseo queda seriamente amenazado. El educador que dedique
concentración, tiempo y esfuerzo a la ciudadanía activa y a la conexión de ésta
con la sustancia y la práctica educadora, será castigado mediante la pérdida de
los refuerzos que los educadores
adaptados obtienen en su práctica adecuada a los férreos estándares del
mercado educativo.
El futuro promete, pues, incrementar
la brecha entre la dedicación a la propia carrera laboral académica y la
implicación en la trascendencia de los conocimientos para el cambio social.
Disminución
de la capacidad crítica
Tanto el famoso texto de Ortega y
Gasset (1930) como las diferentes iniciativas legales en torno a la Educación
Superior han señalado la pertinencia de que la universidad se ocupe, entre
otros quehaceres, de la transmisión crítica de la cultura, de conocer el
espacio y el tiempo en el que vive. La crítica requiere libertad y distancia.
No se puede realizar una labor de tal trascendencia desde el mismo ojo del
huracán y sometido a sus fuerzas.
Si vivimos en la época del sistema de
mercado, quienes estudian, enseñan, aprenden e investigan en las instituciones
educativas han de analizar de forma crítica lo que ocurre, comprender lo que
ocurre y superar lo que ocurre. Se debe salvaguardar, por lo tanto, distancia y
libertad con respecto al mercado. Sometidos a sus presiones y designios no se
está en condiciones de cumplir el imperativo de que toda época debe ser
superada. En palabras de Giroux (2002:12) “Es
necesario defender la educación superior como una esfera pública de vital importancia
para desarrollar y nutrir el balance apropiado entre las esferas públicas democráticas
y el poder comercial”.
Lo que se avecina, empero, es
exactamente lo contrario, una absorción de la cotidianidad educativa según los
estándares, valores, mecánicas y dinámicas del sistema de mercado, en donde
queda inmersa.
Incremento
del control
No sólo los diseños de calidad y los
diversos refuerzos selectivos generan un aumento del control en las tareas
cotidianas de quienes tienen la educación como profesión. Las tecnologías de la
educación en implementación exponencial y la virtualización de la enseñanza
tienen varias consecuencias de gran calado, entre las que se encuentra también
el control mediante homogeneización.
Como ocurre en todos los frentes de
todos los mercados, la tendencia es a una homogeneización real con apariencia
de diversidad. Así, por ejemplo, cada vez hay más noticias, pero generadas por
cada vez menos agencias; cada vez hay más salas de cine que proyectan cada vez
menos variedad; hay más entradas de productos en los supermercados, que
provienen de menos productores; etc. En las aulas, por ejemplo, cada vez hay
más docentes que acuden a la presentación de contenidos mediante el ordenador,
pero rara es la ocasión en que no se lleva a cabo con Microsoft Power Point. Las
presentaciones mediante ordenador homogeneizan la labor de los docentes que las
utilizan y que adaptan sus objetivos de enseñanza/aprendizaje a estos medios.
La competitividad en el mercado de la enseñanza virtual implica también adoptar
los medios de la competencia, procurando hacerlos más atractivos a los
clientes-estudiantes. Considerando, además, que el mercado de la enseñanza se
está globalizando con una velocidad de vértigo, hay que adoptar también pautas
homogéneas de comunicación con todos los agentes que participan. La Universidad
de Salamanca debe llegar a los estudiantes de postgrado de Nairobi del mismo
modo y con las mismas pretensiones que la de Oxford o la Autónoma de México.
El control es mucho más nocivo de lo
que aparenta el término. A los estudiantes de Zurich o de Santiago de
Compostela puede interesarles muy poco (y, por tanto, estar poco motivados para
implicar dinero en la oferta) dinámicas importantes en el contexto de la
Universidad de Cádiz, lo que obliga a ésta a prescindir de las urgencias
sociales o ambientales de su contexto cuando batalla en la arena del mercado
globalizado de la enseñanza.
En el futuro, como ya está ocurriendo
hoy, habrá que ser muy conscientes de qué contenidos se venden, con qué medios
y mediante qué procedimientos de venta, así como qué prácticas reciben los
refuerzos de la demanda y de los criterios de calidad. El resto ha de ser
abandonado o la organización perecerá rápida o lentamente.
El control no sólo es fácil mediante
la enseñanza reglada tradicional. Hoy, la educación se canaliza cada vez más a
través de los medios de comunicación, que tienden a sustituir a los anteriores
soportes (Martínez, 2006). Conocemos ya que los medios de comunicación,
completamente inmersos en las dinámicas y objetivos de mercado, no tienen como
objetivo la educación y se ven sujetos a unos poderosos estímulos de
homogeneización, condensación de poder y selección de modos de construcción de
la realidad. Constituyen una “peculiar hetaira, que
no sabe a qué cosa rendirse más: si al dueño o a la audiencia” (Manzano,2003)
Pérdida
de la práctica democrática
Democracia y mercado coinciden en la
alabanza de la libertad. A partir de ese momento, el resto son divergencias. La
libertad, en el mercado, tiene como causa la propiedad. Quien no posea no puede
realizar intercambios (Lindblom, 2002). Tiene como incentivo la ambición
individual, el provecho que se espera sea resultado de los intercambios, la
satisfacción de necesidades individuales. En la democracia, la libertad tiene
como causa la condición de persona. Quien ha nacido persona puede ejercer su
libertad en el espacio democrático. Y tiene como incentivo el Bien Común, la
mejor gestión que cada individuo y organización consideran que debe llevarse a
cabo con lo común, con lo público, con lo que es de todos los componentes de la
ciudadanía. En el mercado, la libertad es cultivada desde la estimulación de
necesidades y deseos. Los intercambios han de ser libres y voluntarios, por lo
que los agentes de la oferta elaboran toda suerte de estrategias para que la
decisión libre y voluntaria se oriente hacia sus bienes o servicios, para que
se sientan las necesidades y las motivaciones tomen una forma determinada. En
la democracia, la libertad es cultivada por la educación, estimulando una vida
en convivencia y una cotidianidad donde las aspiraciones individuales y el
devenir colectivo no sólo son compatibles, sino solidarios.
Para forzar las similitudes entre
ambas perspectivas tan dispares de considerar la dinámica social, es necesario
reducir democracia a sustitución: la ciudadanía sólo tiene competencia para
escoger a representantes que les sustituirán para tomar decisiones durante un
período definido de años. Tal reducción es tan drástica como pensar que la
medicina se reduce a los análisis de sangre (Manzano, 2003).
El espacio del mercado no es
democrático. Las empresas son dictaduras. Los juegos de competencia no siguen
tampoco las reglas de la democracia sino la del anfiteatro romano. Como reza el
lema del éxito de Hollywood Los
Inmortales, “sólo puede quedar uno”. Sumergir las instituciones educativas
en la dinámica del mercado es alejarlas drásticamente de las prácticas
democráticas.
Discriminación
en el acceso al conocimiento pertinente
Si el conocimiento es un bien de
mercado, se ve sometido a las mismas leyes. Ello implica que el acceso al
conocimiento pertinente es una meta estratégica que incluye velar por las
ventajas competitivas privando al resto de ese mismo acceso.
Lo que observamos hoy son problemas en
la distribución de poder para identificar el conocimiento que se requiere en el
desempeño de la cotidianidad. Sólo una pequeña porción de la sociedad cuenta
con posibilidades para generar conocimiento pertinente a sus objetivos y
utilizarlo. El resto debe contentarse con el acceso a los hechos consumados,
cuando ello sea posible (Manzano, Pérez, Andrés y Fazeli, 2006).
La celosa defensa de los derechos de
la propiedad intelectual, cuya batalla es una de las banderas del
fundamentalismo neoliberal, trabaja intensamente por el incremento de esta
discriminación. Situarse en las posiciones estratégicas de generación y
utilización exclusivas de conocimiento es incrementar el poder y alimentar el
ciclo.
Como dice Herrán (2003), no nos
encontramos en la tan anunciada sociedad del conocimiento, sino en la sociedad
del acceso a la información, a la que pertenece sólo una quinta parte de la
humanidad.
Estrés
vital formativo
La apertura de los mercados laborales
dentro de ciertos límites (como se observa en el férreo control de la
inmigración) y la feroz apuesta por la movilidad, establecen un presente y, muy
especialmente, un futuro de fuerte competitividad dentro de la fuerza de
trabajo. Quien mira al futuro laboral durante su proceso formativo sabe que
debe acumular ventajas competitivas, debe estar entre los primeros, debe
ofrecer más que otros a los empleadores. No basta ya con ser titulado, sino que
es necesario ser sobretitulado y
adaptable a todo tipo de situaciones y terrenos. (Sáenz,2003).
Este estrés ininterrumpido y de
presión creciente, lleva necesariamente a la rotura de la solidaridad. El otro
no es un compañero, sino un enemigo, un competidor al que hay que dejar atrás
para que no ocurra lo contrario. La precariedad laboral acentúa sensiblemente
el panorama. Nadie puede dormirse en los laureles, es decir, confiar en que la
percepción de su calidad actual puede seguir siendo percibida como calidad en
el futuro.
La virtualidad de los procesos
formativos mediatizados por las TIC es un instrumento impresionante para esta
dinámica. Hay ya pocas excusas (salvo la ausencia de dinero para sufragar
gastos) para no formarse de forma globalizada, para no acceder a los cursos
específicos que se ofertan y ofertarán mediante Internet. Esta formación, en un
océano donde todos los demás lo están haciendo, deja de ser optativa. Se
convierte en una obligación para aspirar a un futuro. Y no tiene fin. Es la
pérfida traducción mercantil del famoso aprendizaje para toda la vida, transformado
ahora en esclavitud autoformativa para toda la vida laboral.
Muchos
frentes, un solo idioma
Zamenhof soñaba de niño con un mundo
sin violencia. Argumentó que ésta viene de la ignorancia sobre el otro, que la
ignorancia ocurre porque no hay comunicación ni entendimiento y éstos porque
las personas no comparten un idioma. Como no era cuestión de imponer el idioma
de alguien a otro alguien, el pequeño Zamenhof pensó que la solución debía
implicar la invención de un nuevo lenguaje, un segundo idioma que utilizaran
las personas para comunicarse en un mundo sin fronteras. Así nació el
Esperanto.
Pero su futuro es incierto, como su
presente. Ya existe un idioma que promete ser el lenguaje universal, el inglés.
Su extensión es fruto de una imposición
voluntaria, muy al gusto del sistema de mercado: sino no quieres quedar
atrás, si has de publicar, si has de buscar trabajo, si... has de controlar
suficientemente el idioma de la ciencia, la academia, los negocios, la
cultura... La dinámica en este asunto representa perfectamente el devenir
neoliberal: la homogeneización mediante la imposición libre y voluntaria en el
marco del sistema de mercado, con la connivencia del resto de los poderes. Como
señalan, entre otros aspectos, Macedo, Dendrinos y Gounari (2005), la forma en
que el inglés está dominando el entorno universitario es muy elocuente. Se
entiende a la universidad como un centro de producción crítica y, sin embargo,
no ha tenido lugar ninguna a la hora de adoptar obedientemente este idioma, ni
de trabajar con ahínco para llevarlo hacia la posición de poder en la que se
encuentra.
Orientación
hacia la satisfacción de los mecenas
Lamentablemente, una educación pública
cuesta dinero (Torres,1998). Es lo peor que puede afirmarse en esta época,
donde se busca la rentabilidad en los rincones más insospechados. El éxito de
la doctrina neoliberal se encuentra también en desmoronar el sentido de lo
público y destrozarlo hasta hacerlo parecer una colección de intereses
individuales. La lectura ya no es dinero
público para servicio público sino ¿qué
están haciendo con mi dinero?
Por tanto, la tendencia consiste en ir
disminuyendo el gasto en educación, ampliando el destinado a investigación. Tal
como ocurre en los países-espejo, como EEUU, los mecenas empresariales son la
esperanza para la supervivencia de las instituciones educativas. El mecenazgo
es, de forma coherente con nuestra época, una inversión o un negocio. La
actividad institucional debe orientarse, con ello, a la satisfacción de los
intereses del dinero privado. De hecho, incluso, el aumento del esfuerzo
público por la investigación va también orientado a este menester, ya que
existe una decidida apuesta por que la actividad favorezca la competitividad de
las empresas nacionales (como si tuviera sentido el adjetivo en este caso).
La disminución de la actividad
dedicada a temas sociales en general y el correspondiente aumento de la
implicada a temas competitivos-empresariales en particular, es proporcional a
la reducción de esfuerzo público a favor de la inversión privada.
Reconfiguración
de las universidades-empresas ofertantes
La desesperada tarea de captar
clientes-estudiantes que puedan ser transformados en trabajadores-egresados atractivos
para los empleadores futuros, debe llevar al mismo comportamiento que se
observa en la práctica de los mercados: la tendencia a la condensación. Esta
propensión del mercado hacia el monopolio se concreta mediante la desaparición
de miembros y la fusión o engullimiento en los restantes.
Las directrices de las organizaciones
supranacionales de gestión económica están llevando a un desmantelamiento de
las universidades del Sur, de tal forma que los clientes-estudiantes que pueden
hacerlo están optando por matricularse física o virtualmente en las
instituciones del Norte (Sousa, 2006). Esta misma dinámica, si bien menos
cruenta, es la que está ocurriendo dentro del Norte, tanto entre instituciones
como especialidades y líneas de trabajo.
Una estrategia que los medianos tienen
para protegerse de los grandes es hacerse o aparentar ser grandes. Para ello,
las instituciones establecen fusiones, de momento tímidas, en torno a
titulaciones compartidas, programas conjuntos, etc. La virtualidad de los
procesos formativos llevará a un incremento muy sensible en esta tendencia, de
tal forma que tomen forma nuevas estructuras universitarias, adaptadas a la
dinámica interna de las empresas de mayor éxito, surgidas a partir de las
universidades que conocemos hoy.
El trabajo de individuos para aportar
nuevos rumbos será más difícil en tal circunstancia, ya que la responsabilidad
difusa y la dinámica compleja de tales nuevas estructuras entorpece cualquier
actuación minoritaria.
Esta reconfiguración debe estar
necesariamente ligada a una relación más solidaria con los empleadores. Si la
institución de Educación Superior se transforma en una factoría de mano de obra
cualificada y flexible, debe atar lazos íntimos con empresas concretas que
asuman esa mano de obra a cambio de participar en la definición del curriculum
formativo. Imaginemos que Microsoft, Telefónica o Volswagen sólo se suministran
a partir de la Complutense de Madrid o la Pública de Navarra. Sólo la fusión de
los intereses de ambas dimensiones hasta ahora independientes puede garantizar
un funcionamiento prometedor de las
instituciones educativas en la arena globalizada del mercado.
Qué
podemos hacer, qué estamos haciendo
La pregunta “qué podemos hacer” es
tendenciosa. Guarda en su seno la creencia de la inactividad cuando ésta es
realmente imposible. Siempre estamos haciendo algo. La cuestión es qué, hacia
dónde, para quién lo estamos haciendo.
La misión de la educación en esta
época es la de ofrecer resistencia al fundamentalismo neoliberal, formando
personas no sólo para el mundo laboral, sino para cuestionarlo, para
transformarlo, para trabajar tanto mediante pensamiento crítico como compromiso
social (Giroux, 2004). La formación debería tener como objetivo el estímulo de
la libertad, sin que su ejercicio implique resentimiento en el rendimiento
académico (León, 2005). ¿Por qué resistencia? Porque hemos visto ya que los
objetivos del mercado y los de la democracia plena son incompatibles, porque la
libertad nace de la educación y no de los intercambios de propiedades, porque
la construcción de un mundo mejor como horizonte no puede partir del alimento
de la ambición individual, porque las instituciones inmersas en el sistema de
mercado abandonan su función educadora para dedicarse a otros asuntos.
Existe una clara disyunción ideológica
en torno a la relación entre intereses individuales frente a intereses
sociales. El liberalismo establece que al primar los primeros, se obtienen los
segundos como efecto, contando con el marco adecuado. De esta forma, si se
siguen observando problemas en el mundo es porque existen intromisiones sobre
el sistema de mercado, es decir, marcos inadecuados que impiden la expresión
completa de sus beneficios. Otras ideologías plantean como punto fundamental el
sentido opuesto: la organización de la sociedad feliz llevará a la felicidad
individual. La perspectiva de la que parto es que los dos frentes han de ser
simultáneos y se alimentan mutuamente. Atender exclusivamente a uno no sólo
disminuye el otro, sino que impide conseguir ambos. Ocurre desde el seno de una
pareja hasta el nivel planetario. Por esta razón, apunté en el primer apartado
que una sociedad crítica está compuesta por individuos inteligentes y, por
tanto, solidarios y comprometidos.
El progreso se nutre de cambio social,
es cambio social. Y el cambio implica
mutación inesperada, azar, diversidad, mezcolanza, ensayo... La acción
educativa que se plantee progreso debe ser, por tanto, sustantivamente
subversiva. No debe homogeneizar sino estimular la diversidad, potenciar lo que
de maravillosamente único trae cada estudiante, de tal forma que el sistema
social termine nutriéndose de savia fresca. Todo intento de estandarizar y
homogeneizar es contraproducente.
Como dice Giroux (2002:15) “Contra el
neoliberalismo, los educadores críticos necesitan resucitar un lenguaje de resistencia
y posibilidad, un lenguaje que acoja una utopía y, al mismo tiempo, esté constantemente
atento a esas fuerzas que buscan tomar dicha esperanza para un nuevo slogan, o
castigar a aquellos que se atreven a mirar más allá del horizonte de lo dado.”
La resistencia toma la forma, en
ocasiones, de la solicitud de una nueva reforma educativa. Sin embargo, una
reforma es un asunto profundo, que toca las bases del imaginario colectivo, la
memoria histórica y la prospectiva (Puiggrós,1996), lo que aconseja llevar a
cabo el proceso con amplio consenso de todos los protagonistas. Esto no va a
tener lugar. Las reformas que lleguen, una tras otras, seguirán fieles a la
época de fundamentalismo neoliberal que vivimos.
La solución no se encuentra,
lamentablemente, en la letra impresa ni en lo que se derive de ella. Es más
bien una cuestión de actitud coherente cotidiana. Las soluciones deben
articularse desde la práctica diaria educativa, imposible de controlar en su
totalidad, con el objetivo de trabajar para la construcción de una conciencia
crítica de compromiso planetario, personas libres y con sentido de la
responsabilidad. “Hay que educar para el coraje cívico” (Torres,1998:2). Este
objetivo es compatible con cualquier proceso instruccional que venga impuesto o
cuasiimpuesto. Cuando no ocurra así,
quienes participamos en los procesos educacionales, tendremos la oportunidad de
mostrar qué madera nos construye y para qué futuro pretendemos trabajar.
La actitud no sólo debe ser
individual. Es necesario que la tendencia a pensar, sentir y actuar en la
práctica educativa se oriente hacia el crecimiento de personas íntegras. Pero
resulta insuficiente. También resulta imprescindible la unión. El
establecimiento de alianzas entre educadores es la base para construir una
sociedad diferente a la que dibujan las reformas educativas, sin modificarlas.
En otras palabras, es una revolución de la práctica, que respeta la teoría, un
atentado al espíritu de las leyes, que no contradice su articulado. Y ya lo
estamos haciendo. Es cierto que la educación previa a la dominación del mercado
no puede ser recuperada, pero “sí es imaginable construir otra en las antípodas
de la que diseña para nosotros el Banco Mundial” (Giarracca,2006:10).
No obstante, debo alertar frente a un
peligro real y presente que no hará otra cosa que aumentar de volumen en el
futuro. La revolución cotidiana del educador se lleva a cabo en el aula. Ésta
está llamada a desaparecer tal y como la hemos conocido hasta ahora. La
virtualización de la enseñanza tiene tintes de irreversibilidad y dominio
futuro. Por tanto, los educadores hemos de ensayar y afianzar estrategias
subversivas en el nuevo escenario de las TICs.
De buenas ideas no se come. Hoy más
que ayer y menos que mañana, el vehículo para la subsistencia es el mercado,
que obliga a mantener una preocupación fundamental por los puestos de trabajo. Conforme
nos alejamos de la escuela primaria y nos acercamos a la universidad, el
proceso educativo institucionalizado no puede olvidar el interés por la salida
laboral de quienes egresan de sus aulas. Es más, no hay revolución educativa
que parta de una visión desintegradora de la persona. Ésta tendrá que ingresar
en el mercado laboral y desempeñar coherentemente su labor con la misma actitud
con que afronta su vida completa. Es función de la educación ayudar a que esa
actitud vital, que incluye habilidades concretas, nazca de una tendencia hacia
una existencia felicitante. Hay que ser capaces de formar personas que, como
tales, están capacitadas no sólo para una convivencia en sintonía socioambiental,
sino también (como una de las concreciones) para un satisfactorio desempeño
laboral.
Una persona se define por su forma
singular de realizar la sociedad en la que se ha hecho. Persona es la
combinación de individuo y sociedad. Ello implica reivindicar el derecho y la
libertad individuales, la intimidad y la autonomía. Como también, la
responsabilidad social y la implicación política. La educación tiene como
cometido formar personas. Tal circunstancia obliga a no separar en los procesos
de instrucción, los aspectos técnicos de los políticos, ni los aspectos de
socialización de los relativos a la idiosincrasia de cada individuo. Educar en
esta época, más que en ninguna pasada, exige por tanto poner en marcha una
continua tarea subversiva, una revolución constante donde cada persona da forma
y aporta su irrepetible singularidad para la construcción de un mundo mejor,
redefiniendo y apropiándose de ese constructo.
Epílogo
Stewart (1991) narra la situación en
que un granjero llamó a tres matemáticos para que le ayudaran a incrementar la
producción lechera. Los expertos universitarios llegaron a la granja,
observaron un rato tomando apuntes y se marcharon. Tras dos meses, volvieron a
la granja y entregaron un grueso informe. El granjero lo abrió y, tras leer la
primera frase, cerró el libro inmediatamente. Estaba claro que no servía para
nada. La primera frase decía “Sea una vaca esférica”.
En el contexto educativo, al abrir un
manual, una ley, una norma, un protocolo que comience con “Sea un cliente”,
“Sea un mercado educativo”, “Sea una oferta instruccional” o cualquier cosa
similar, deberíamos cerrarlo de inmediato. Ya comenzamos mal.
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