UNA MIRADA A LA ESCUELA Y A LA DOCENCIA EN LOS TIEMPOS ACTUALES
REFERENCIAS CONSULTADAS
Follari, Roberto. (1996). ¿Ocaso de la escuela?, Buenos Aires, Argentina: 1ª ed. Libris.
Follari, Roberto. (1994). Modernidad, posmodernidad: Una óptica desde América Latina., Buenos Aires, Argentina: 3ª ed. Aiqué.
Finkielkraut, Alain. (1987). La Derrota Del Pensamiento. (Trad. Joaquín Jordà) Barcelona, España: 8ª Ed. Anagrama.
Hargreaves, A. (1998). Profesorado, Cultura Y Posmodernidad., Madrid, España: 2ª Ed. Morata.
Lipovetsky, Gilles. (1986). La Era Del Vació. Ensayos Sobre El Individualismo Contemporáneo. (Trad. Juan Vinyoli Y Michéle Pendan), Barcelona, España: 1ª Ed. Anagrama.
Lyotard, Jean-Francois. (1998). La Condición Posmoderna. Madrid, España: 1ª Ed. Cátedra.
Pèrez, Gòmez, A. I. (1999). La Cultura Escolar En La Sociedad Neoliberal. Madrid, España: 2ª Ed. Morata.
Sacristan, Gimeno, J. (1999). Poderes Inestables En Educación. Madrid, España: 2ª Ed. Morata.
Sacristan, Gimeno, J. (2005). La Educación Que Aún Es Posible. Madrid, España: 1ª Ed. Morata.
Torres, Jurjo. (2001). Educación En Tiempos De Neoliberalismo. Madrid, España: Morata.
Touraine, Alain. (2000). Crítica De La Modernidad. (Trad, Alberto Luís Bixio). México: 2ª Ed. Fondo De Cultura Económica.
Por: Mauro Zapata Zapata y
Lucio Gómez Pazos
Lucio Gómez Pazos
Mayo del 2007
Prefacio: En el año 2002 Ulrich Beck (Uno de los sociólogos alemanes más leídos y referidos mundialmente) escribe Libertad o capitalismo, como el título lo alude, en este material se hace referencia a lo complicado y opresivo que resulta vivir en un sistema con tendencias capitalistas y más aún neoliberales. En el primer capítulo “La segunda modernidad” al tratar de referir al contexto social expone asuntos como la dictadura del mercado mundial o la crisis de las instituciones como el matrimonio o la escuela tradicional que llega a considerarlas (entre muchas otras) en la categoría de instituciones zombis (que parecen vivas aunque en realidad están muertas). A su vez menciona sobre “los herejes del evangelio de la modernidad (que), desde Nietzsche hasta Derrida, han puesto constantemente en movimiento nuevos impulsos de modernización que en el mejor de los casos han sido digeridos y secretados por el gran estomago de la modernidad...”
Desde esa afrenta (de Beck) en la que se considera a la escuela como una institución zombi, Mauro y Lucio son encargados por la Escuela Normal Veracruzana, a través, del Departamento de Investigación Educativa; a ofrecernos su perspectiva, una mirada a la escuela y a la docencia en los tiempos actuales. El reto como era de esperarse lo asumen con toda la preocupación que hace gala de su profesionalismo y actuación en el campo de la educación. La dificultad más grande es que entreguen el manuscrito (ahora ordernascrito) ya que en todo momento desean eliminar partes, incluir partes, revisarlo, revisarlo, revisarlo. Lo entregan y siguen aplazando la reproducción del material y publicación, no les convence en la totalidad, creen que lo deben hacer mejor.
Los plazos, las fechas se llegan y, ni modo, el trabajo tiene que concluir, con la idea de que si falta algo lo mandamos al offset. ¿Pero qué falta?, ¿Se puede concluir en el tema de la educación y los docentes? Parece que la respuesta a esta pregunta brotará a través de la lectura de su trabajo, que desde luego su mayor virtud es que nos invita, pero sobre todo, nos reta a leer, a escribir, a debatir sobre el tema, a buscar los métodos para revivir a la escuela y por qué no, revivirnos para la sociedad a nosotros los docentes.
Luis Bello
LA ESCUELA ANTE LA ENCRUCIJADA: MODERNIDAD-POSTMODERNIDAD
Por Mauro Zapata Zapata
Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar distinto de cómo se piensa y percibir distinto de cómo se ve es indispensable para seguir contemplando o reflexionando.
M. Foucault
No es difícil advertir la enorme distancia entre la escuela y las condiciones de la sociedad. El lenguaje escolar, sus procesos y procedimientos la colocan lejos de las condiciones sociales, culturales y políticas de la sociedad actual, marcada principalmente por la globalización económica y el enorme progreso de los medios masivos de comunicación. La brecha que se abre entre la profunda tecnologización de la sociedad y la cultura de la escuela dejan a ésta en condiciones de obsolescencia.
Lo anterior, creo, se debe principalmente a que la época moderna, en la que emergió la escuela, se encuentra rebasada, en crisis. A partir de unos cuantos años hacia acá, el avance del progreso tecnológico ha desembocado en la formación de un nuevo tipo de sociedad, que algunos autores han dado en llamar postmodernidad, modernidad tardía o alta modernidad. En realidad el nombre poco importa, lo que interesa discutir aquí es el evidente cambio en las condiciones de existencia de nuestras sociedades.
Decía la dialéctica (marxista) que cada cosa es más lo que no es, que lo que es, es decir, que las cosas se entienden a partir de lo que no son, de lo que las rodea, su contexto. En el caso que nos ocupa, es necesario “dirigir la mirada” a lo histórico social para explicar esto que venimos afirmando al respecto de la crisis de lo escolar en lo postmoderno, ya que ella (la escuela) no se explica desde sí misma, sino desde la comprensión de las circunstancias que la rodearon y la rodean. Para dejar en claro en qué sentido hablamos de crisis de la escuela en lo posmoderno, es necesario hacer un poco de historia, intentar responder a algunas preguntas, como por ejemplo, ¿qué caracterizó a la modernidad?, ¿cuándo inicia y cuándo comienza su crisis?, ¿por qué se puede hablar de postmodernidad?, ¿qué tiene que ver todo esto con la escuela?
EL AGOTAMIENTO DE LA MODERNIDAD.
La mayoría de autores no logra ponerse de acuerdo al respecto del inicio de la época moderna, algunos sitúan su comienzo en torno a la ilustración, mientras que otros hablan de fechas posteriores. Generalmente, al respecto se pueden identificar dos posiciones, una que entiende la modernidad como desarrollo industrial ubicado en los siglos XIX y XX, y otra que ubica su inicio con el término del medioevo y el inicio de la ilustración, aunque, la mayoría de los estudiosos del tema están de acuerdo en que la industrialización del siglo XIX y XX es, más bien, el punto de aceleración de lo moderno. Sin embargo, independiente de la fecha de inicio, en lo que sí coinciden es en las características generales de esta época.
La modernidad hunde sus raíces en una profunda fe en la razón, en la capacidad del hombre para transformar la naturaleza y, mediante el desarrollo del conocimiento científico y técnico, lograr el progreso social. Jürgen Habermas (1989), en su libro El discurso filosófico de la modernidad, menciona que ésta se desarrolló, en nombre de la emancipación social, como una manera de liberar al ser humano de la superstición de tiempos premodernos. “La característica más definitoria de la modernidad es, sin duda, la apuesta decidida por el imperio de la razón como el instrumento privilegiado, en manos del ser humano, que le permite ordenar la actividad científica y técnica, el gobierno de las personas y la administración de las cosas sin el recurso a fuerzas y poderes externos o sobrenaturales” (Pérez, Gómez, 1999, p. 21). La modernidad hizo de la racionalización el principio esencial para la organización de la vida social e individual, a diferencia del medioevo, donde era Dios el centro y principio de orden de la vida en el mundo. En la modernidad: “El ser humano ya no es una criatura hecha por dios a su imagen; es un actor social definido por los papeles que cumple, es decir, por la conducta asignada a su posición y que debe contribuir al buen funcionamiento del sistema social. Por que el ser humano es lo que hace, ya no debe mirar más allá de la sociedad, hacia dios, para encontrar su propia individualidad….” (Touraine, Alain, 2000, p. 25).
Serán el sujeto, la razón, la ciencia, el progreso, los principales pilares que sostendrán el proyecto moderno. Un sujeto transparente , libre, pensante y fundante de la realidad. Es el sujeto cartesiano, implícito en el “pienso, luego existo”, el que fundaría la modernidad filosófica. Este sujeto que se consideraría amo y señor del mundo. “La representación del hombre como ubicado “frente” al objeto de conocimiento implica una reducción de la significatividad de las cosas a su mera instrumentalidad técnica, a su uso utilitario (……) el mundo no se “objetiviza”, sino que se “objetiza”, se pone enfrente para ser objeto de dominación pragmática”. (Follari, 1999, p. 18) Un sujeto cognoscente, que armado de la razón es capaz de dominar y controlar su mundo, de mejorar su vida. La razón y la creencia ciega en ella, como forma de progreso y racionalidad en el hacer y el pensar, como vía de mejoramiento de todos los ámbitos de la vida: social, política, cultural y económica. La idea de que la historia tiene un punto de inicio y tendrá un punto final, que se encuentra en ascenso, en progreso, que mejora con el paso del tiempo. La ciencia como el único conocimiento válido y capaz de ayudarnos a alcanzar el bienestar, único modelo de verdad, de bien y de belleza. Además, su derivado, la tecnología, aplicada a la naturaleza, a la economía, a la política, como medio para la construcción de un mundo mejor.
Época de los grandes relatos que buscaban organizar la historia de la humanidad, ordenándola y dándole sentido evolutivo, entre ellos dos de gran resonancia en el siglo pasado, el capitalismo y el marxismo con sus consecuentes aplicaciones.
Desde el ámbito de lo económico, la época moderna, buscaba la eficiencia, prosperidad, productividad. La producción y consumo en masa como forma de riqueza y acumulación de capital. La producción en serie copaba la organización del trabajo. Desde lo político, se consolidó el estado nacional, organizador de la producción económica y garante del progreso social. “En nombre de la eficiencia social y tecnológica, por una parte, y del perfeccionamiento planificado, por otra, el estado moderno protege y, a la vez, vigila a la plebe mediante redes de reglamentación, control e interacción en continua expansión” (Hargreaves, A., 1998, p. 21).
Sin embargo, a partir de los setenta, y para algunos autores incluso antes (en los 50’s), la modernidad y sus supuestos comenzaron a dar muestras de agotamiento. Surgió la sospecha, cada vez más creciente, de que la época moderna se encontraba en crisis.
LA CRISIS DE LA MODERNIDAD.
Las contradicciones han estado siempre al interior del proceso de la modernidad y, finalmente, la han llevado a una crisis o exacerbación de sus efectos. La fe puesta en la razón, en el progreso, el sujeto ilustrado, terminaron por derrumbarse ante la incuestionable presencia de hechos y acontecimientos que ponían en duda estos supuestos. Hechos y acontecimientos que son producto del impulso de sus propias acciones. Dice Follari, “lo posmoderno no es lo “contrario” de lo moderno, ni tampoco su continuación homogénea; es la culminación de la modernidad donde ésta a través de su propio impulso, se niega a sí misma” (Follari, Roberto, 1999, p. 14).
Así, la razón, el sujeto pensante, fundante; el progreso, la ciencia, como posibilidad de alcanzar la felicidad, se vieron puestos en entredicho por acontecimientos que no tenían nada de razonables. “En el siglo de la consolidación definitiva de la racionalidad, la modernidad, tan orgullosa y segura del poder de la razón y de la esperanza de felicidad, ve frustrados sus proyectos ante acontecimientos históricos tan desprovistos de razón: las dos guerras mundiales; Hiroshima, Nagasaki; el exterminio provocado por los nazis; las invasiones rusas de Berlín, Praga, Budapest, Polonia; las guerras de Vietnam y el Golfo Pérsico; la crisis de los Balcanes: Croacia y Serbia; el desastre de Chernovyl; el hambre; el paro; la emigración; el racismo y la xenofobia; la desigualdad norte-sur; las políticas totalitarias, la destrucción de alimento para mantener los precios; la carrera de armamentos; las armas nucleares, etc. etc.” (Pérez, Gómez, 1999, p.21).
El hombre comienza a tomar conciencia de que el “sueño” de un mundo mejor, una sociedad ilustrada, había terminado por ser sólo eso, un sueño. Ante las evidencias, comienza a plantearse un cambio en la vida económica, la política y cultural, eso que hemos denominado postmodernidad.
LA POSTMODERNIDAD.
Uno de los primeros autores en utilizar el término postmoderno ha sido Jean Francois Lyotard, en su libro La condición postmoderna nos dice: “Nuestra hipótesis es que las sociedades entran en la edad llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada postmoderna. Este paso ha comenzado cuando menos desde fines de los años 50, que para Europa señalan el fin de su reconstrucción. Es más o menos rápido según los países, y en los países según los sectores de actividad: de ahí una discronía general que no permite fácilmente la visión de conjunto” (Lyotard, Jean Francois, 1998, p. 13). En efecto, el cambio no es homogéneo, lo postmoderno incluye a lo moderno y no se sabe donde termina una y comienza la otra, lo nuevo no acaba de emerger y lo viejo no acaba de sucumbir, sin embargo, sí se observa un cambio drástico en los distintos sectores o ámbitos de la vida.
Por ejemplo, la progresiva tecnologización, iniciada en la época moderna, ha provocado un cambio en las condiciones de vida de los seres humanos, el desarrollo vertiginoso de los mass media ha traído incontables transformaciones en nuestra forma de percibir la realidad. De tal manera que es posible observar la configuración de un nuevo tipo de orden social, con características distintas a las que usualmente determinaron el periodo moderno. Algunas de estas características son:
Pérdida de fe en la razón. Al hablar de pérdida de fe en la razón o crisis de la razón, no se hace referencia a que hayamos dejado de ser racionales. “Cuando se habla de crisis de la razón se habla de crisis del fundamento, crisis de legitimación de la razón……Se trata de que el supuesto avance de la racionalidad hacia un mundo cada vez “mejor”, más manejado por el hombre y acorde a las necesidades de éste (según lo prometía el positivismo) es lo que ya no se acepta como evidente” (Follari, Roberto, 1994, p. 67). Muchos son los acontecimientos que han provocado la pérdida de fe en la razón moderna como garante de un mundo mejor. Aquella razón clásica postulada por la ilustración terminó por convertirse en una razón instrumental, que puesta a dominar el mundo ha terminado por ponerlo en peligro. Enfrentamos hoy la amenaza ecológica, la nuclear, el hambre, la desigualdad económica, y ni la ciencia ni su sucedáneo, la tecnología, nos han servido para remediarlos. Todos estos efectos han sido producto de la racionalidad moderna llevada a sus límites, también ella ha producido sus monstruos.
Pérdida de fe en el progreso. La modernidad siempre postuló que la historia de la humanidad poseía un sentido lineal, único, unívoco, continuo, acumulativo, en constante progreso. Apoyado en la ciencia y la técnica, el hombre apostaba por el progreso o desarrollo de la sociedad, siempre hacia mejores estadíos. “Formulada con sencillez el contenido de la idea de progreso se resume en la creencia y la esperanza de que la humanidad ha avanzado en el pasado partiendo de una situación inicial de primitivismo, y que sigue y seguirá siéndolo en el futuro” (Gimeno Sacristán, 1999, p. 183). Hoy tenemos la impresión de que nuestra historia no va a ningún lado que no es lineal ni continua, sino más bien errática y discontinua. La historia teleológicamente planteada ha sido desechada, no se dirige a ninguna parte predeterminada a la cual nos acercáramos cada vez.
Vida pragmática. Agotada la fe en la razón, la ciencia y la tecnología, como medios de alcanzar una vida mejor y perdida la fe en el progreso, los grandes relatos que caracterizaron a la modernidad están en retroceso. La creciente complejización de la sociedad no permite ver el todo, y por ende, la posibilidad de cambios universales se vuelven impensables. Ahora el hombre sin un horizonte y objetivo definido debe aprender a existir en la incertidumbre, con aspiraciones más locales, a llevar una vida más práctica.
Caída de la universalidad y el etnocentrismo: Sin la existencia de una verdad última y única, con la pérdida de fundamento último, no existen sino verdades, puntos de vista, proliferación de lenguajes y formas de ver el mundo, que no aspiran a la universalidad o a la imposición sino al diálogo. Más que imponer se trata de dialogar, de convencer con argumentos.
Así también, sin verdad única ni idea de progreso, la idea de una sola forma de existir queda obsoleta. Hasta no hace poco tiempo sólo un tipo de cultura, de forma de vida, se consideraba válida, aceptable, a la que todos debíamos aspirar, la sociedad occidental era el modelo a seguir. Mientras tanto, todo lo que no encajara bajo los cánones de este tipo de organización era negado, excluido como no válido. Hoy, se rechaza por completo ese etnocentrismo y se da apertura a toda una variedad de formas de ser y existir. Algo parecido sucedió con la razón, todo lo que no entraba bajo los cánones de la racionalidad establecida era excluido, no considerado. Los locos, los enfermos, los homosexuales, las lesbianas, las manifestaciones culturales distintas, los indígenas, tuvieron que vivir durante mucho tiempo bajo el yugo de la exclusión, implícita o explícita, en nuestra sociedad. Al respecto lo dicho por Finkielkraut resulta demoledor:
El objetivo sigue siendo el mismo: destruir el prejuicio, pero, para conseguirlo, ya no se trata de abrir a los demás a la razón, sino de abrirse uno mismo a la razón de los demás. La ignorancia será vencida el día en que, en lugar de querer extender a todos lo hombres la cultura de que se es depositario, se aprenda celebrar los funerales de su universalidad; o, en otras palabras, los hombres llamados civilizados bajen de su ilusorio pedestal y reconozcan con humilde lucidez que también ellos son una variedad de indígenas (Alain, Finkielkraut, 1987, p. 61).
Globalización: También el progresivo desarrollo tecnológico, científico y de los medios masivos de comunicación, provocaron que el intercambio de información se diera de forma más acelerada, rápida y vertiginosa, fueron rompiendo con la vieja estructura económica del mundo. Las fronteras entre los países comenzaron a abrirse a un creciente intercambio económico, de información, conocimiento y cultural. El mundo se fue haciendo más chico, más compacto, los flujos de dinero entre los países ahora se dan en tiempos cortos y rápidos.
En general, las economías en el mundo postmoderno se han vuelto más flexibles, nuevos modelos de producción, consumo y vida económica se han establecido, nuevos procesos laborales y técnicas de trabajo que rompen con los estilos tradicionales diseñados con demarcaciones y tareas específicas. Las técnicas y procesos de trabajo se han vuelto más flexibles. “Se derriban los tabiques que separan despachos, se trabaja en espacios abiertos; en todas partes se solicita el concierto y la participación. Aquí y allá se intenta, a veces únicamente a título experimental, humanizar y reorganizar el trabajo manual: ampliación de las tareas, grupos autónomos de trabajo” (Gilles, Lipovetski, 1986, p. 20).
Estamos, pues, en una etapa de pleno cumplimiento técnico en el mundo, ante el final de las certidumbres y la presencia de la contingencia; el descrédito de la técnica, la ciencia, la razón; la ausencia de verdad única y la proliferación de puntos de vista, de verdades fragmentaria situadas, contextualizadas, no universales; la pérdida de fundamento último.
Vivimos la época de la imposición mass mediática, donde la celeridad de lo real es característica cotidiana, donde todo es un perpetuo fluir, primacía de la imagen sobre la escritura, lo imaginario sobre lo simbólico. Una nueva forma de constitución del sujeto, descentrado, escindido. En fin, que lo que lo postmoderno plantea es una crítica y cambios radicales a lo moderno, crítica y cambio que, deben su existencia a la modernidad misma, a la realización de su propio proyecto. Fue el necio racionalismo y su idea de sujeto altamente racional, ilustrado; ajeno a los afectos, estímulos, a lo erótico, a lo estético, a lo ideal, que es, creo, lo que en gran parte moviliza la existencia, lo que detonó la realidad que ahora vivimos.
“Las nuevas condiciones sociales también nos sugieren que nuestros alumnos están preescolarmente socializados en ese mundo, lo cual conforma una base humana singular que no podemos ignorar y mucho menos negar en las aulas”. (Sacristán, 2005, p. 27) En efecto, son los jóvenes los que más viven y se afirman en esta realidad, ellos que constantemente conviven con la computadora, la televisión, los videojuegos, las modas, el consumo, etc. Es la escuela, la que a través de ellos, tiene, que enfrentarla, ésta que evidentemente es hija de la modernidad y que debe ahora enfrentar estos cambios.
LA ESCUELA ANTE EL CAMBIO.
Es claro que una de las instituciones “hijas” de la modernidad, es la escuela. Esta surge como encargada, precisamente, de formar al sujeto ilustrado, una institución a la que se encomendará la tarea de transmitir a las nuevas generaciones el saber de las viejas. “Es decir: la escuela será el lugar al que se accede a la calidad de ciudadanos, donde se adquieren los recursos culturales mínimos para formar parte, de una manera autoconsciente, de la sociedad y de sus procesos de gobierno y legitimación” (Follari, Roberto, p. 15).
Formar al sujeto pleno, pensante, fundante, será pues una de las funciones de la escuela como institución, alejar todos los prejuicios, supersticiones del ser humano, formarlo en la razón, hacerlo racional. Ella (la escuela), enarbolará el proyecto de la modernidad, progreso y razón como forma de superar los males sociales. En el pensamiento de Kant, filósofo de la ilustración, puede advertirse el proyecto moderno en la educación y la escuela, nos dice:
Por la educación, el hombre ha de ser, pues:
a) Disciplinado. Disciplinar es tratar de impedir que la animalidad se extienda a la humanidad, tanto en el hombre individual como en el hombre social. Así, pues, la disciplina es meramente la sumisión de la barbarie.
b) Cultivado. La cultura comprende la instrucción y la enseñanza. Proporciona la habilidad que es la posesión de una facultad por la cual se alcanza todos los fines propuestos…
c) Es preciso atender a que el hombre sea también prudente, a que se adapte a la sociedad humana para que sea querido y tenga influencia. Aquí corresponde una especie de enseñanza que se llama civilidad…
d) Hay que atender a la moralización. EL hombre no sólo debe ser hábil para todos los fines, sino que ha de tener también un criterio con arreglo al cual sólo escoja los buenos (citado por Gimeno Sacristán, 1999, p. 181).
Sin embargo, es necesario reconocer que, ante el cambio de estructura social, condiciones de existencia, de ver y percibir el mundo, la escuela comienza a quedarse alejada y constantemente un paso atrás de los procesos sociales de la actualidad. “Por razones diversas hoy pueden detectarse movimientos de opinión y acciones reales que traslucen cierto escepticismo sobre las posibilidades de los sistemas educativos en la actualidad para responder a todas esas grandes promesas” (Sacristán, 1999, p. 184). Es evidente que su estructura, forma de organización, cultura, etc., están haciéndose cada vez más viejas. Gis y pizarrón no son competencia para la computadora o la televisión, los procesos lentos y aburridos de transmisión del conocimiento están rebasados por una realidad cambiante y en constante flujo. Una organización y estructura bien demarcada y rígida que ya no alcanza para responder a los procesos cada vez más flexibles que plantea lo social.
Los cambios económicos y sociales de nuestras sociedades han planteado nuevos retos a nuestras escuelas y por supuesto, dejado a la vista innumerables problemas. “Las personas podemos intuir sin apenas esfuerzo que los puestos de trabajo, las relaciones sociales y las interacciones interpersonales sufren modificaciones con gran celeridad; que nos vemos forzados con bastante frecuencia a asumir nuevas competencias, a desarrollar otras destrezas, a cambiar rutinas y conductas que eran consideradas normales y típicas hasta este momento” (Jurjo, Torres, 2001, p. 15).
Al no existir más un saber privilegiado, una verdad única, el docente se encuentra con no tener que ser más el portador del saber verdadero, el sujeto que ilumina con un saber que sólo él posee, que sólo él domina y mediante el cual sacará de la ignorancia a otros, mejorará sus vidas. Su rol en la sociedad se ve trastocado. Quizás, y sólo quizás, esta sea una de las razones por las cuales el bajo reconocimiento actual del docente en la sociedad, es cierto, muchos docentes no han respondido con eficacia y responsabilidad a su tarea cotidiana al interior de las aulas, pero qué tanto esto se debe a la pérdida de su papel en la sociedad, qué tanto el bajo reconocimiento y otros malestares docentes son producto de un cambio que no hemos sabido aquilatar, reflexionar, para ubicarnos en este nuestro nuevo papel.
“Antes vivíamos en el silencio, ahora vivimos en medio del ruído; antes estábamos aislados, ahora nos perdemos en las muchedumbres; recibíamos demasiado pocos mensajes, ahora estamos bombardeados por ellos. La modernidad nos ha sacado de los límites estrechos de la cultura local en que vivíamos y nos ha lanzado a la sociedad y cultura de masas” (Alain, Touraine, 2000, p. 93). Ante una realidad que se ha vuelto vertiginosa, rápida, donde recibimos más estímulos de lo que nos es posible discriminar, donde el espacio para pensar comienza a ser borrado, donde el goce y el instante son lo que importa, donde el pensar el futuro ha dejado de ser necesario, donde la computadora, los videojuegos, el discurso abierto, domina la vida de los jóvenes, la escuela no puede continuar con la misma cultura que la ha caracterizado. Es necesario que los discursos repetitivos, monótonos, el gis y el pizarrón, el discurso aséptico, la lentitud en el trabajo; la creencia de que los docentes son dueños de la verdad y que sus alumnos no pueden poseerla, la organización rígida y fragmentaria; el autoritarismo y la imposición de modos de ver y pensar el mundo, de existir, de ser, dejen de ser la moneda corriente que se intercambia día a día al interior de las instituciones escolares.
La escuela no puede seguir siendo considerada un santuario, un templo, lugar donde no se hacen y dicen ciertas cosas, donde el alumno y los maestros callamos todo lo que afuera se tiene al alcance; necia sería una escuela que pretenda negar y cerrar las puertas a los temas decisivos de nuestro tiempo.
El docente, por supuesto, no es un apóstol, ni un iluminador, al servicio desinteresado de los demás, como si éste estuviera libre de intereses, deseos, anhelos de poder. “Todos los hombres razonan, replica Lévi-Strauss, siendo los más crédulos y los más nefastos los que se consideran poseedores exclusivos de la racionalidad” (Finkielkraut, Alain, 1987, p. 61).
Se exige también una formación más constante y completa por parte del docente, la apertura a las nuevas tecnologías de comunicación, la atención a la constante producción teórica en ámbitos distintos del saber, sociológico, filosófico, literario, etc., que le permitan tener una visión más completa y compleja de lo que a su alrededor ocurre y no sólo centrarse en el ámbito de lo didáctico.
Es necesario incorporar el mundo externo a la escuela, tal vez se deba incluir en los ámbitos de discusión de las aulas, la tele basura con la que constantemente están en contacto nuestros alumnos, no para aceptarla, sino para ponerla en palabra, para enseñar a deconstruirla, a analizarla, a criticarla, a reflexionarla.
Mover con más dinamismo la vida diaria de la institución escolar, flexibilizar tiempos, horarios, rutinas, olvidarnos de la rigidez a la que constantemente sometemos a nuestros alumnos, hacer de las aulas espacios más abiertos, flexibles, donde los movimientos y desplazamientos no sean motivo de constante sanción, donde la palabra del docente no sea la única llena de razón.
Intentar despertar interés y motivación, y dejar de recurrir a sermones del pasado que en nada ayudan. El pasado no puede volver a instalarse en el presente, de hecho carece de toda validez lógica e histórica pretender instalar un pasado qua ya ha sido suficientemente superado en los hechos. Jamás, por más que deseemos, volveremos a antes de la televisión o antes de la computadora. Toda realidad tiene su peso ontológico, es decir, es, independientemente de que lo queramos o no, a los seres humanos no nos está dado discutir su existencia, lo que sí nos está permitido es ver qué hacer con ella o frente a ella. Dice Follari, la escuela se renueva o muere, se pone al tanto de su presente o se vuelve obsoleta, se hace cargo de su circunstancia o termina por sucumbir.
Es cierto, no todo lo moderno fue malo, no todo lo posmoderno es bueno, esta época, al igual que la moderna, nos presenta problemáticas a las cuales es necesario hacer frente. En todo caso, habría que ver en qué sentido se puede reinstalar alguno de los ideales que resultan rescatables de la modernidad, pero no volviendo al pasado. Finalmente, la escuela por su parte, y los docentes sobre todo, debemos hacer esfuerzos por poner a la escuela en condiciones de responder a nuestra actualidad, no es ignorándola y desconociendo su existencia como lograremos superar el desfase de la estructura escolar con la sociedad que nos ha tocado vivir.
Desde esa afrenta (de Beck) en la que se considera a la escuela como una institución zombi, Mauro y Lucio son encargados por la Escuela Normal Veracruzana, a través, del Departamento de Investigación Educativa; a ofrecernos su perspectiva, una mirada a la escuela y a la docencia en los tiempos actuales. El reto como era de esperarse lo asumen con toda la preocupación que hace gala de su profesionalismo y actuación en el campo de la educación. La dificultad más grande es que entreguen el manuscrito (ahora ordernascrito) ya que en todo momento desean eliminar partes, incluir partes, revisarlo, revisarlo, revisarlo. Lo entregan y siguen aplazando la reproducción del material y publicación, no les convence en la totalidad, creen que lo deben hacer mejor.
Los plazos, las fechas se llegan y, ni modo, el trabajo tiene que concluir, con la idea de que si falta algo lo mandamos al offset. ¿Pero qué falta?, ¿Se puede concluir en el tema de la educación y los docentes? Parece que la respuesta a esta pregunta brotará a través de la lectura de su trabajo, que desde luego su mayor virtud es que nos invita, pero sobre todo, nos reta a leer, a escribir, a debatir sobre el tema, a buscar los métodos para revivir a la escuela y por qué no, revivirnos para la sociedad a nosotros los docentes.
Luis Bello
LA ESCUELA ANTE LA ENCRUCIJADA: MODERNIDAD-POSTMODERNIDAD
Por Mauro Zapata Zapata
Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar distinto de cómo se piensa y percibir distinto de cómo se ve es indispensable para seguir contemplando o reflexionando.
M. Foucault
No es difícil advertir la enorme distancia entre la escuela y las condiciones de la sociedad. El lenguaje escolar, sus procesos y procedimientos la colocan lejos de las condiciones sociales, culturales y políticas de la sociedad actual, marcada principalmente por la globalización económica y el enorme progreso de los medios masivos de comunicación. La brecha que se abre entre la profunda tecnologización de la sociedad y la cultura de la escuela dejan a ésta en condiciones de obsolescencia.
Lo anterior, creo, se debe principalmente a que la época moderna, en la que emergió la escuela, se encuentra rebasada, en crisis. A partir de unos cuantos años hacia acá, el avance del progreso tecnológico ha desembocado en la formación de un nuevo tipo de sociedad, que algunos autores han dado en llamar postmodernidad, modernidad tardía o alta modernidad. En realidad el nombre poco importa, lo que interesa discutir aquí es el evidente cambio en las condiciones de existencia de nuestras sociedades.
Decía la dialéctica (marxista) que cada cosa es más lo que no es, que lo que es, es decir, que las cosas se entienden a partir de lo que no son, de lo que las rodea, su contexto. En el caso que nos ocupa, es necesario “dirigir la mirada” a lo histórico social para explicar esto que venimos afirmando al respecto de la crisis de lo escolar en lo postmoderno, ya que ella (la escuela) no se explica desde sí misma, sino desde la comprensión de las circunstancias que la rodearon y la rodean. Para dejar en claro en qué sentido hablamos de crisis de la escuela en lo posmoderno, es necesario hacer un poco de historia, intentar responder a algunas preguntas, como por ejemplo, ¿qué caracterizó a la modernidad?, ¿cuándo inicia y cuándo comienza su crisis?, ¿por qué se puede hablar de postmodernidad?, ¿qué tiene que ver todo esto con la escuela?
EL AGOTAMIENTO DE LA MODERNIDAD.
La mayoría de autores no logra ponerse de acuerdo al respecto del inicio de la época moderna, algunos sitúan su comienzo en torno a la ilustración, mientras que otros hablan de fechas posteriores. Generalmente, al respecto se pueden identificar dos posiciones, una que entiende la modernidad como desarrollo industrial ubicado en los siglos XIX y XX, y otra que ubica su inicio con el término del medioevo y el inicio de la ilustración, aunque, la mayoría de los estudiosos del tema están de acuerdo en que la industrialización del siglo XIX y XX es, más bien, el punto de aceleración de lo moderno. Sin embargo, independiente de la fecha de inicio, en lo que sí coinciden es en las características generales de esta época.
La modernidad hunde sus raíces en una profunda fe en la razón, en la capacidad del hombre para transformar la naturaleza y, mediante el desarrollo del conocimiento científico y técnico, lograr el progreso social. Jürgen Habermas (1989), en su libro El discurso filosófico de la modernidad, menciona que ésta se desarrolló, en nombre de la emancipación social, como una manera de liberar al ser humano de la superstición de tiempos premodernos. “La característica más definitoria de la modernidad es, sin duda, la apuesta decidida por el imperio de la razón como el instrumento privilegiado, en manos del ser humano, que le permite ordenar la actividad científica y técnica, el gobierno de las personas y la administración de las cosas sin el recurso a fuerzas y poderes externos o sobrenaturales” (Pérez, Gómez, 1999, p. 21). La modernidad hizo de la racionalización el principio esencial para la organización de la vida social e individual, a diferencia del medioevo, donde era Dios el centro y principio de orden de la vida en el mundo. En la modernidad: “El ser humano ya no es una criatura hecha por dios a su imagen; es un actor social definido por los papeles que cumple, es decir, por la conducta asignada a su posición y que debe contribuir al buen funcionamiento del sistema social. Por que el ser humano es lo que hace, ya no debe mirar más allá de la sociedad, hacia dios, para encontrar su propia individualidad….” (Touraine, Alain, 2000, p. 25).
Serán el sujeto, la razón, la ciencia, el progreso, los principales pilares que sostendrán el proyecto moderno. Un sujeto transparente , libre, pensante y fundante de la realidad. Es el sujeto cartesiano, implícito en el “pienso, luego existo”, el que fundaría la modernidad filosófica. Este sujeto que se consideraría amo y señor del mundo. “La representación del hombre como ubicado “frente” al objeto de conocimiento implica una reducción de la significatividad de las cosas a su mera instrumentalidad técnica, a su uso utilitario (……) el mundo no se “objetiviza”, sino que se “objetiza”, se pone enfrente para ser objeto de dominación pragmática”. (Follari, 1999, p. 18) Un sujeto cognoscente, que armado de la razón es capaz de dominar y controlar su mundo, de mejorar su vida. La razón y la creencia ciega en ella, como forma de progreso y racionalidad en el hacer y el pensar, como vía de mejoramiento de todos los ámbitos de la vida: social, política, cultural y económica. La idea de que la historia tiene un punto de inicio y tendrá un punto final, que se encuentra en ascenso, en progreso, que mejora con el paso del tiempo. La ciencia como el único conocimiento válido y capaz de ayudarnos a alcanzar el bienestar, único modelo de verdad, de bien y de belleza. Además, su derivado, la tecnología, aplicada a la naturaleza, a la economía, a la política, como medio para la construcción de un mundo mejor.
Época de los grandes relatos que buscaban organizar la historia de la humanidad, ordenándola y dándole sentido evolutivo, entre ellos dos de gran resonancia en el siglo pasado, el capitalismo y el marxismo con sus consecuentes aplicaciones.
Desde el ámbito de lo económico, la época moderna, buscaba la eficiencia, prosperidad, productividad. La producción y consumo en masa como forma de riqueza y acumulación de capital. La producción en serie copaba la organización del trabajo. Desde lo político, se consolidó el estado nacional, organizador de la producción económica y garante del progreso social. “En nombre de la eficiencia social y tecnológica, por una parte, y del perfeccionamiento planificado, por otra, el estado moderno protege y, a la vez, vigila a la plebe mediante redes de reglamentación, control e interacción en continua expansión” (Hargreaves, A., 1998, p. 21).
Sin embargo, a partir de los setenta, y para algunos autores incluso antes (en los 50’s), la modernidad y sus supuestos comenzaron a dar muestras de agotamiento. Surgió la sospecha, cada vez más creciente, de que la época moderna se encontraba en crisis.
LA CRISIS DE LA MODERNIDAD.
Las contradicciones han estado siempre al interior del proceso de la modernidad y, finalmente, la han llevado a una crisis o exacerbación de sus efectos. La fe puesta en la razón, en el progreso, el sujeto ilustrado, terminaron por derrumbarse ante la incuestionable presencia de hechos y acontecimientos que ponían en duda estos supuestos. Hechos y acontecimientos que son producto del impulso de sus propias acciones. Dice Follari, “lo posmoderno no es lo “contrario” de lo moderno, ni tampoco su continuación homogénea; es la culminación de la modernidad donde ésta a través de su propio impulso, se niega a sí misma” (Follari, Roberto, 1999, p. 14).
Así, la razón, el sujeto pensante, fundante; el progreso, la ciencia, como posibilidad de alcanzar la felicidad, se vieron puestos en entredicho por acontecimientos que no tenían nada de razonables. “En el siglo de la consolidación definitiva de la racionalidad, la modernidad, tan orgullosa y segura del poder de la razón y de la esperanza de felicidad, ve frustrados sus proyectos ante acontecimientos históricos tan desprovistos de razón: las dos guerras mundiales; Hiroshima, Nagasaki; el exterminio provocado por los nazis; las invasiones rusas de Berlín, Praga, Budapest, Polonia; las guerras de Vietnam y el Golfo Pérsico; la crisis de los Balcanes: Croacia y Serbia; el desastre de Chernovyl; el hambre; el paro; la emigración; el racismo y la xenofobia; la desigualdad norte-sur; las políticas totalitarias, la destrucción de alimento para mantener los precios; la carrera de armamentos; las armas nucleares, etc. etc.” (Pérez, Gómez, 1999, p.21).
El hombre comienza a tomar conciencia de que el “sueño” de un mundo mejor, una sociedad ilustrada, había terminado por ser sólo eso, un sueño. Ante las evidencias, comienza a plantearse un cambio en la vida económica, la política y cultural, eso que hemos denominado postmodernidad.
LA POSTMODERNIDAD.
Uno de los primeros autores en utilizar el término postmoderno ha sido Jean Francois Lyotard, en su libro La condición postmoderna nos dice: “Nuestra hipótesis es que las sociedades entran en la edad llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada postmoderna. Este paso ha comenzado cuando menos desde fines de los años 50, que para Europa señalan el fin de su reconstrucción. Es más o menos rápido según los países, y en los países según los sectores de actividad: de ahí una discronía general que no permite fácilmente la visión de conjunto” (Lyotard, Jean Francois, 1998, p. 13). En efecto, el cambio no es homogéneo, lo postmoderno incluye a lo moderno y no se sabe donde termina una y comienza la otra, lo nuevo no acaba de emerger y lo viejo no acaba de sucumbir, sin embargo, sí se observa un cambio drástico en los distintos sectores o ámbitos de la vida.
Por ejemplo, la progresiva tecnologización, iniciada en la época moderna, ha provocado un cambio en las condiciones de vida de los seres humanos, el desarrollo vertiginoso de los mass media ha traído incontables transformaciones en nuestra forma de percibir la realidad. De tal manera que es posible observar la configuración de un nuevo tipo de orden social, con características distintas a las que usualmente determinaron el periodo moderno. Algunas de estas características son:
Pérdida de fe en la razón. Al hablar de pérdida de fe en la razón o crisis de la razón, no se hace referencia a que hayamos dejado de ser racionales. “Cuando se habla de crisis de la razón se habla de crisis del fundamento, crisis de legitimación de la razón……Se trata de que el supuesto avance de la racionalidad hacia un mundo cada vez “mejor”, más manejado por el hombre y acorde a las necesidades de éste (según lo prometía el positivismo) es lo que ya no se acepta como evidente” (Follari, Roberto, 1994, p. 67). Muchos son los acontecimientos que han provocado la pérdida de fe en la razón moderna como garante de un mundo mejor. Aquella razón clásica postulada por la ilustración terminó por convertirse en una razón instrumental, que puesta a dominar el mundo ha terminado por ponerlo en peligro. Enfrentamos hoy la amenaza ecológica, la nuclear, el hambre, la desigualdad económica, y ni la ciencia ni su sucedáneo, la tecnología, nos han servido para remediarlos. Todos estos efectos han sido producto de la racionalidad moderna llevada a sus límites, también ella ha producido sus monstruos.
Pérdida de fe en el progreso. La modernidad siempre postuló que la historia de la humanidad poseía un sentido lineal, único, unívoco, continuo, acumulativo, en constante progreso. Apoyado en la ciencia y la técnica, el hombre apostaba por el progreso o desarrollo de la sociedad, siempre hacia mejores estadíos. “Formulada con sencillez el contenido de la idea de progreso se resume en la creencia y la esperanza de que la humanidad ha avanzado en el pasado partiendo de una situación inicial de primitivismo, y que sigue y seguirá siéndolo en el futuro” (Gimeno Sacristán, 1999, p. 183). Hoy tenemos la impresión de que nuestra historia no va a ningún lado que no es lineal ni continua, sino más bien errática y discontinua. La historia teleológicamente planteada ha sido desechada, no se dirige a ninguna parte predeterminada a la cual nos acercáramos cada vez.
Vida pragmática. Agotada la fe en la razón, la ciencia y la tecnología, como medios de alcanzar una vida mejor y perdida la fe en el progreso, los grandes relatos que caracterizaron a la modernidad están en retroceso. La creciente complejización de la sociedad no permite ver el todo, y por ende, la posibilidad de cambios universales se vuelven impensables. Ahora el hombre sin un horizonte y objetivo definido debe aprender a existir en la incertidumbre, con aspiraciones más locales, a llevar una vida más práctica.
Caída de la universalidad y el etnocentrismo: Sin la existencia de una verdad última y única, con la pérdida de fundamento último, no existen sino verdades, puntos de vista, proliferación de lenguajes y formas de ver el mundo, que no aspiran a la universalidad o a la imposición sino al diálogo. Más que imponer se trata de dialogar, de convencer con argumentos.
Así también, sin verdad única ni idea de progreso, la idea de una sola forma de existir queda obsoleta. Hasta no hace poco tiempo sólo un tipo de cultura, de forma de vida, se consideraba válida, aceptable, a la que todos debíamos aspirar, la sociedad occidental era el modelo a seguir. Mientras tanto, todo lo que no encajara bajo los cánones de este tipo de organización era negado, excluido como no válido. Hoy, se rechaza por completo ese etnocentrismo y se da apertura a toda una variedad de formas de ser y existir. Algo parecido sucedió con la razón, todo lo que no entraba bajo los cánones de la racionalidad establecida era excluido, no considerado. Los locos, los enfermos, los homosexuales, las lesbianas, las manifestaciones culturales distintas, los indígenas, tuvieron que vivir durante mucho tiempo bajo el yugo de la exclusión, implícita o explícita, en nuestra sociedad. Al respecto lo dicho por Finkielkraut resulta demoledor:
El objetivo sigue siendo el mismo: destruir el prejuicio, pero, para conseguirlo, ya no se trata de abrir a los demás a la razón, sino de abrirse uno mismo a la razón de los demás. La ignorancia será vencida el día en que, en lugar de querer extender a todos lo hombres la cultura de que se es depositario, se aprenda celebrar los funerales de su universalidad; o, en otras palabras, los hombres llamados civilizados bajen de su ilusorio pedestal y reconozcan con humilde lucidez que también ellos son una variedad de indígenas (Alain, Finkielkraut, 1987, p. 61).
Globalización: También el progresivo desarrollo tecnológico, científico y de los medios masivos de comunicación, provocaron que el intercambio de información se diera de forma más acelerada, rápida y vertiginosa, fueron rompiendo con la vieja estructura económica del mundo. Las fronteras entre los países comenzaron a abrirse a un creciente intercambio económico, de información, conocimiento y cultural. El mundo se fue haciendo más chico, más compacto, los flujos de dinero entre los países ahora se dan en tiempos cortos y rápidos.
En general, las economías en el mundo postmoderno se han vuelto más flexibles, nuevos modelos de producción, consumo y vida económica se han establecido, nuevos procesos laborales y técnicas de trabajo que rompen con los estilos tradicionales diseñados con demarcaciones y tareas específicas. Las técnicas y procesos de trabajo se han vuelto más flexibles. “Se derriban los tabiques que separan despachos, se trabaja en espacios abiertos; en todas partes se solicita el concierto y la participación. Aquí y allá se intenta, a veces únicamente a título experimental, humanizar y reorganizar el trabajo manual: ampliación de las tareas, grupos autónomos de trabajo” (Gilles, Lipovetski, 1986, p. 20).
Estamos, pues, en una etapa de pleno cumplimiento técnico en el mundo, ante el final de las certidumbres y la presencia de la contingencia; el descrédito de la técnica, la ciencia, la razón; la ausencia de verdad única y la proliferación de puntos de vista, de verdades fragmentaria situadas, contextualizadas, no universales; la pérdida de fundamento último.
Vivimos la época de la imposición mass mediática, donde la celeridad de lo real es característica cotidiana, donde todo es un perpetuo fluir, primacía de la imagen sobre la escritura, lo imaginario sobre lo simbólico. Una nueva forma de constitución del sujeto, descentrado, escindido. En fin, que lo que lo postmoderno plantea es una crítica y cambios radicales a lo moderno, crítica y cambio que, deben su existencia a la modernidad misma, a la realización de su propio proyecto. Fue el necio racionalismo y su idea de sujeto altamente racional, ilustrado; ajeno a los afectos, estímulos, a lo erótico, a lo estético, a lo ideal, que es, creo, lo que en gran parte moviliza la existencia, lo que detonó la realidad que ahora vivimos.
“Las nuevas condiciones sociales también nos sugieren que nuestros alumnos están preescolarmente socializados en ese mundo, lo cual conforma una base humana singular que no podemos ignorar y mucho menos negar en las aulas”. (Sacristán, 2005, p. 27) En efecto, son los jóvenes los que más viven y se afirman en esta realidad, ellos que constantemente conviven con la computadora, la televisión, los videojuegos, las modas, el consumo, etc. Es la escuela, la que a través de ellos, tiene, que enfrentarla, ésta que evidentemente es hija de la modernidad y que debe ahora enfrentar estos cambios.
LA ESCUELA ANTE EL CAMBIO.
Es claro que una de las instituciones “hijas” de la modernidad, es la escuela. Esta surge como encargada, precisamente, de formar al sujeto ilustrado, una institución a la que se encomendará la tarea de transmitir a las nuevas generaciones el saber de las viejas. “Es decir: la escuela será el lugar al que se accede a la calidad de ciudadanos, donde se adquieren los recursos culturales mínimos para formar parte, de una manera autoconsciente, de la sociedad y de sus procesos de gobierno y legitimación” (Follari, Roberto, p. 15).
Formar al sujeto pleno, pensante, fundante, será pues una de las funciones de la escuela como institución, alejar todos los prejuicios, supersticiones del ser humano, formarlo en la razón, hacerlo racional. Ella (la escuela), enarbolará el proyecto de la modernidad, progreso y razón como forma de superar los males sociales. En el pensamiento de Kant, filósofo de la ilustración, puede advertirse el proyecto moderno en la educación y la escuela, nos dice:
Por la educación, el hombre ha de ser, pues:
a) Disciplinado. Disciplinar es tratar de impedir que la animalidad se extienda a la humanidad, tanto en el hombre individual como en el hombre social. Así, pues, la disciplina es meramente la sumisión de la barbarie.
b) Cultivado. La cultura comprende la instrucción y la enseñanza. Proporciona la habilidad que es la posesión de una facultad por la cual se alcanza todos los fines propuestos…
c) Es preciso atender a que el hombre sea también prudente, a que se adapte a la sociedad humana para que sea querido y tenga influencia. Aquí corresponde una especie de enseñanza que se llama civilidad…
d) Hay que atender a la moralización. EL hombre no sólo debe ser hábil para todos los fines, sino que ha de tener también un criterio con arreglo al cual sólo escoja los buenos (citado por Gimeno Sacristán, 1999, p. 181).
Sin embargo, es necesario reconocer que, ante el cambio de estructura social, condiciones de existencia, de ver y percibir el mundo, la escuela comienza a quedarse alejada y constantemente un paso atrás de los procesos sociales de la actualidad. “Por razones diversas hoy pueden detectarse movimientos de opinión y acciones reales que traslucen cierto escepticismo sobre las posibilidades de los sistemas educativos en la actualidad para responder a todas esas grandes promesas” (Sacristán, 1999, p. 184). Es evidente que su estructura, forma de organización, cultura, etc., están haciéndose cada vez más viejas. Gis y pizarrón no son competencia para la computadora o la televisión, los procesos lentos y aburridos de transmisión del conocimiento están rebasados por una realidad cambiante y en constante flujo. Una organización y estructura bien demarcada y rígida que ya no alcanza para responder a los procesos cada vez más flexibles que plantea lo social.
Los cambios económicos y sociales de nuestras sociedades han planteado nuevos retos a nuestras escuelas y por supuesto, dejado a la vista innumerables problemas. “Las personas podemos intuir sin apenas esfuerzo que los puestos de trabajo, las relaciones sociales y las interacciones interpersonales sufren modificaciones con gran celeridad; que nos vemos forzados con bastante frecuencia a asumir nuevas competencias, a desarrollar otras destrezas, a cambiar rutinas y conductas que eran consideradas normales y típicas hasta este momento” (Jurjo, Torres, 2001, p. 15).
Al no existir más un saber privilegiado, una verdad única, el docente se encuentra con no tener que ser más el portador del saber verdadero, el sujeto que ilumina con un saber que sólo él posee, que sólo él domina y mediante el cual sacará de la ignorancia a otros, mejorará sus vidas. Su rol en la sociedad se ve trastocado. Quizás, y sólo quizás, esta sea una de las razones por las cuales el bajo reconocimiento actual del docente en la sociedad, es cierto, muchos docentes no han respondido con eficacia y responsabilidad a su tarea cotidiana al interior de las aulas, pero qué tanto esto se debe a la pérdida de su papel en la sociedad, qué tanto el bajo reconocimiento y otros malestares docentes son producto de un cambio que no hemos sabido aquilatar, reflexionar, para ubicarnos en este nuestro nuevo papel.
“Antes vivíamos en el silencio, ahora vivimos en medio del ruído; antes estábamos aislados, ahora nos perdemos en las muchedumbres; recibíamos demasiado pocos mensajes, ahora estamos bombardeados por ellos. La modernidad nos ha sacado de los límites estrechos de la cultura local en que vivíamos y nos ha lanzado a la sociedad y cultura de masas” (Alain, Touraine, 2000, p. 93). Ante una realidad que se ha vuelto vertiginosa, rápida, donde recibimos más estímulos de lo que nos es posible discriminar, donde el espacio para pensar comienza a ser borrado, donde el goce y el instante son lo que importa, donde el pensar el futuro ha dejado de ser necesario, donde la computadora, los videojuegos, el discurso abierto, domina la vida de los jóvenes, la escuela no puede continuar con la misma cultura que la ha caracterizado. Es necesario que los discursos repetitivos, monótonos, el gis y el pizarrón, el discurso aséptico, la lentitud en el trabajo; la creencia de que los docentes son dueños de la verdad y que sus alumnos no pueden poseerla, la organización rígida y fragmentaria; el autoritarismo y la imposición de modos de ver y pensar el mundo, de existir, de ser, dejen de ser la moneda corriente que se intercambia día a día al interior de las instituciones escolares.
La escuela no puede seguir siendo considerada un santuario, un templo, lugar donde no se hacen y dicen ciertas cosas, donde el alumno y los maestros callamos todo lo que afuera se tiene al alcance; necia sería una escuela que pretenda negar y cerrar las puertas a los temas decisivos de nuestro tiempo.
El docente, por supuesto, no es un apóstol, ni un iluminador, al servicio desinteresado de los demás, como si éste estuviera libre de intereses, deseos, anhelos de poder. “Todos los hombres razonan, replica Lévi-Strauss, siendo los más crédulos y los más nefastos los que se consideran poseedores exclusivos de la racionalidad” (Finkielkraut, Alain, 1987, p. 61).
Se exige también una formación más constante y completa por parte del docente, la apertura a las nuevas tecnologías de comunicación, la atención a la constante producción teórica en ámbitos distintos del saber, sociológico, filosófico, literario, etc., que le permitan tener una visión más completa y compleja de lo que a su alrededor ocurre y no sólo centrarse en el ámbito de lo didáctico.
Es necesario incorporar el mundo externo a la escuela, tal vez se deba incluir en los ámbitos de discusión de las aulas, la tele basura con la que constantemente están en contacto nuestros alumnos, no para aceptarla, sino para ponerla en palabra, para enseñar a deconstruirla, a analizarla, a criticarla, a reflexionarla.
Mover con más dinamismo la vida diaria de la institución escolar, flexibilizar tiempos, horarios, rutinas, olvidarnos de la rigidez a la que constantemente sometemos a nuestros alumnos, hacer de las aulas espacios más abiertos, flexibles, donde los movimientos y desplazamientos no sean motivo de constante sanción, donde la palabra del docente no sea la única llena de razón.
Intentar despertar interés y motivación, y dejar de recurrir a sermones del pasado que en nada ayudan. El pasado no puede volver a instalarse en el presente, de hecho carece de toda validez lógica e histórica pretender instalar un pasado qua ya ha sido suficientemente superado en los hechos. Jamás, por más que deseemos, volveremos a antes de la televisión o antes de la computadora. Toda realidad tiene su peso ontológico, es decir, es, independientemente de que lo queramos o no, a los seres humanos no nos está dado discutir su existencia, lo que sí nos está permitido es ver qué hacer con ella o frente a ella. Dice Follari, la escuela se renueva o muere, se pone al tanto de su presente o se vuelve obsoleta, se hace cargo de su circunstancia o termina por sucumbir.
Es cierto, no todo lo moderno fue malo, no todo lo posmoderno es bueno, esta época, al igual que la moderna, nos presenta problemáticas a las cuales es necesario hacer frente. En todo caso, habría que ver en qué sentido se puede reinstalar alguno de los ideales que resultan rescatables de la modernidad, pero no volviendo al pasado. Finalmente, la escuela por su parte, y los docentes sobre todo, debemos hacer esfuerzos por poner a la escuela en condiciones de responder a nuestra actualidad, no es ignorándola y desconociendo su existencia como lograremos superar el desfase de la estructura escolar con la sociedad que nos ha tocado vivir.
REFERENCIAS CONSULTADAS
Follari, Roberto. (1996). ¿Ocaso de la escuela?, Buenos Aires, Argentina: 1ª ed. Libris.
Follari, Roberto. (1994). Modernidad, posmodernidad: Una óptica desde América Latina., Buenos Aires, Argentina: 3ª ed. Aiqué.
Finkielkraut, Alain. (1987). La Derrota Del Pensamiento. (Trad. Joaquín Jordà) Barcelona, España: 8ª Ed. Anagrama.
Hargreaves, A. (1998). Profesorado, Cultura Y Posmodernidad., Madrid, España: 2ª Ed. Morata.
Lipovetsky, Gilles. (1986). La Era Del Vació. Ensayos Sobre El Individualismo Contemporáneo. (Trad. Juan Vinyoli Y Michéle Pendan), Barcelona, España: 1ª Ed. Anagrama.
Lyotard, Jean-Francois. (1998). La Condición Posmoderna. Madrid, España: 1ª Ed. Cátedra.
Pèrez, Gòmez, A. I. (1999). La Cultura Escolar En La Sociedad Neoliberal. Madrid, España: 2ª Ed. Morata.
Sacristan, Gimeno, J. (1999). Poderes Inestables En Educación. Madrid, España: 2ª Ed. Morata.
Sacristan, Gimeno, J. (2005). La Educación Que Aún Es Posible. Madrid, España: 1ª Ed. Morata.
Torres, Jurjo. (2001). Educación En Tiempos De Neoliberalismo. Madrid, España: Morata.
Touraine, Alain. (2000). Crítica De La Modernidad. (Trad, Alberto Luís Bixio). México: 2ª Ed. Fondo De Cultura Económica.
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