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jueves, 10 de marzo de 2011

CONSTRUIR EDUCATIVAMENTE EL CONFLICTO


CONSTRUIR EDUCATIVAMENTE EL CONFLICTO ([1])
(Hacia una Pedagogía de la Negociación Cultural)
Primer Borrador

                                                                                                                          Marco Raúl Mejía J.


“Testimoniar, respetar, cuidar renunciar, ser responsable de todo y de todos es un hacer posible y esencialmente ético, por estar en la esfera de nuestro poder. La conciencia moral es fruto del proceso reflexivo y de la enseñanza de la ética como ejercicio pedagógico de responsabilidad tanto en cuestiones de frontera como en lo cotidiano.”

                                                                                                                       Lourenço Zancanaro([2])


La cita de este brasilero, en un estudio sobre el gran pensador de la ética para tiempos de globalización tecnológica Hans Jonas, me sirve como entrada explícita de una búsqueda en la esfera de lo humano, que nos coloca en la obligación de construir procesos que enlacen lo cotidiano con las tareas mayores de la sociedad y que requieren cada vez un entendimiento de la naturaleza del conflicto y de la manera como los educadores de este país debemos iniciar un proceso para un manejo pedagógico de él, que haga posible que su regulación nos coloque en situaciones límite, de tener que acceder a la violencia física bajo sus múltiples manifestaciones, para resolver los conflictos variados que se nos presentan como desarrollo humano, social, así como de crecimiento personal.

Es costumbre en el uso común y cotidiano reconocer el conflicto en términos valorativos como buenos o malos, como si él tuviera una esencia que lo condujera a que el camino estuviera predispuesto según esa naturaleza. No podemos ser ingenuos de pensar que el conflicto por sí solo nos llevará a esos otros lugares, su proceso puede terminar en múltiples situaciones desencadenando resultados no esperados. Por ello se exige pensarlo como una construcción social que atraviesa y ayuda en la configuración de lo humano, por esto es tan importante un uso educativo del conflicto. Es necesario salir de la idea esencialista del conflicto, como que él por sí solo produjera los cambios, como si de por sí fuera capaz él solo de dinamizar la experiencia humana o provocar la peor catástrofe.


I. No hay conflicto sin contexto

En un país como el nuestro, signado por múltiples conflictos que han encontrado en su resolución violenta a través de procedimientos armados la manera de procesarlos, surgen múltiples miradas que intentan explicar el conflicto colocándolo en las más diversas esferas, desde lo personal y las opciones de los individuos como una consecuencia de su sicología, hasta miradas que intentan verlo sólo en su manifestación social, reconociéndolo a través de los resultados de su regulación violenta.

Detenerse a observar el conflicto con precisión requiere entrar en una mirada más compleja para su constitución, ya que si bien adquiere manifestación a partir de las intereses, necesidades y satisfactores, su producción se da en el marco de la construcción permanente de lo cotidiano y en la esfera de los sujetos en una tensión entre la individuación, entendida ésta como ese hacernos seres sociales desde nuestras particularidades personales. Y de otro lado, la socialización como el lugar en el que construimos las representaciones de la individuación en la esfera del encuentro con los otros, haciendo posible la existencia de unos referentes que dan identidad a nuestra manera de estar en el mundo.

En esta perspectiva, el conflicto se da en ese cruce en donde individuación y socialización hacen emerger estas diferencias a través de las cuales se hacen manifiestas las necesidades, los intereses, que buscan los satisfactores que den la posibilidad de representarse a las personas en el escenario social.

A. La multiculturalidad, contexto de la globalización

Uno de los problemas centrales con el cual nos encontramos en los procesos de globalización política, social y económica que se dan en nuestras realidades, es la manera como se producen discursos homogéneos donde pareciera que todos somos lo mismo. Allí tanto como ciudadanos, y en cuanto hijos de la democracia, terminamos siendo parte de una identidad formal vacía, en donde la identidad pareciera estar construida en cuanto se apagan las diferencias, convirtiéndose muchos de estos discursos en las formas que construye una élite propiciadora de esa universalidad en la cual los procesos de diferenciación parecen extinguirse.

Hemos terminado convertidos en ciudadanos del mundo sin hacer referencia a que también somos hijos de la aldea, y en esa negación se construye una explicación en la cual se ha perdido la cultura que nos daba identidad y unidad. Por eso, son tiempos en los cuales repensar las relaciones entre identidad y diferencia termina convirtiéndose a los discursos homogeneizantes del pensamiento único, en cuanto esto pareciera ser de un mundo que ya ha clausurado los problemas de lo local, de la enunciación y del posicionamiento cultural.

Frente a una tendencia mecánica de la globalización económica, que produce un análisis de homogeneización a todos los otros niveles, es necesario ir a la búsqueda de lo diferente como camino para hallar los conflictos, de tal manera que produzca en nosotros una descentración, en cuanto va a colocar la fuerza en reconocer "mis particularidades" y la manera cómo las formas dominantes tienen un centro que se constituye precisamente en el ejercicio de negar lo diferente que es aquello que aparece y descalifica desde su centralidad como las "márgenes", haciendo que todo lo diferente sea parte de lo otro no reconocido oficialmente y por lo tanto subsumido en esa negación.

Hoy aparece como un hecho el mundo globalizado que explicado como un desarrollo de las fuerzas productivas, desde las revoluciones científicas y tecnológicas, adquiere en el control del capital financiero, el desmonte del Estado de Bienestar y el predominio del mercado, su forma neoliberal.

Una de las maneras como esa forma globalizada atenta contra la diferencia, es su pretensión de construir una cultura global unificada y por lo tanto producir subjetividades e identidades más o menos homogéneas que tendrían como realidad una especie de pre-formatividad (a priori) de la acción y de la historia, produciendo una homogeneización que oculta experiencias de vida y experiencias sociales extremadamente diferentes, además del profundo desfase que ha mostrado entre economía y ética y moral.

Esa homogeneización aparece con más fuerza en el mercado que con el señuelo de ser una expresión y convergencia de lo diferente construido desde un libre juego de individualidades, intenta ocultar el conflicto que significa aceptar lo diferente. Es ahí cuando estalla en sus manos esa manera en la cual lo diferente emerge como desigual. En ese sentido, aparecen las amarras que tiene esa globalización con la cultura blanca y la dominación de sectores poderosos económica y políticamente, lugares desde los que parecen las únicas lecturas posibles de la realidad, las que occidente ha construido como su verdad-poder y hoy en el saber-poder fruto del nuevo lugar del conocimiento en esta sociedad. Esa expresión de lo diferente se cruza con aquello que silencia, y es así como aparece:

Un mundo no sólo blanco sino también negro, mulato y multicolor (construyendo lo étnico)
Un mundo no sólo de ricos y nobles sino también de pobres, asalariados y desempleados
Un mundo no sólo de hombres sino también de mujeres y homosexuales.
Un mundo no sólo con una ciencia sino un conocimiento en expansión con múltiples interpretaciones y paradigmas.
Un mundo no sólo adulto sino también de jóvenes y niños/as con sus propios sentidos y esperanzas
Un mundo no sólo bipolar (norte-sur) sino multipolar, con múltiples formas de realizar el desarrollo
Un mundo no sólo bipartidista sino un mundo multipartidista
Un mundo no sólo de metrópolis sino también campesino y desplazado.

Estas múltiples manifestaciones nos muestran cómo los conflictos entre culturas en un sentido amplio (de etnia, de clase, de género, de saberes, de generaciones, de principios doctrinarios, de partidos políticos, entre otros) no pueden seguir siendo analizadas como simples relaciones de oposición, sino que se hace urgente un esfuerzo por entender cómo las relaciones de poder están vivas al interior de estos procesos en una lógica mucho mayor, porque han sido diferencialmente constituidas. Por ello, es necesario encontrar los mecanismos que hagan visible la manera como esas miradas unipolares, al negar y excluir lo otro han construido su poder, produciendo un discurso de la diferencia que al no tener en cuenta el poder que excluye hace que sea simplemente pluralismo, para evadir las responsabilidades en la construcción de la desigualdad.

En razón de esto, para dar un paso más allá de la mirada liberal del pluralismo, se requiere plantearse con urgencia un multiculturalismo crítico que, fundado en la diferencia, pueda señalar las desigualdades que se construyen allí y señalen el camino para construir posibilidades políticas que asuman como parte de su proyecto la reconstrucción de la sociedad. Es así como este multiculturalismo([3]) que se coloca como tarea hacer explotar el poder existente al interior del mundo unipolar para que emerjan múltiples versiones de la manera como la exclusión, la desigualdad, la segregación, son parte de un mismo continuum como proyecto occidental centrado en construir nexos de dominación.([4])

Por ello, el multiculturalismo crítico no acepta la diferencia como si fueran culturas que permanecen intactas, sino que reconoce en ese juego los riesgos de asumirse hoy en un mundo globalizado y por tanto reconoce que sus relaciones se hacen mucho más complejas, que se producen rupturas, desvíos, clausuras, encerramientos, como forma de manifestación de la diferencia. Esto significa un no al uniculturalismo, centrado en lo euroaméricocéntrico, en lo androcéntrico, en lo falocéntrico, y en esa resistencia reconoce que se resiste a un universalismo que se rompe como verdad cuando se visibilizan las relaciones de poder y privilegio que constituyen.([5])

Desde el multiculuralismo crítico, la interculturalidad no es el simple encuentro de cultural, sino el encuentro que enriquece, reconociendo los sustratos de poder a la idea multicultural, y por ello constituye un encuentro en condiciones de producir una negociación cultural real, es decir, empoderamiento en y desde las culturas.

Una de las preguntas centrales va a ser cómo romper con la institucionalidad de la igualdad formal, que a su vez construye identidades formales y que subsumiéndonos en una unidad construida desde la forma liberal de la política naturaliza las diferencias y por esa vía las desigualdades. Esto va a exigir la capacidad de construir los nuevos discursos de la desigualdad para entender que la justicia no se va a dar como realidad simplemente porque una ley lo determine y ello plantea que si se quiere justicia ésta necesita ser constantemente conquistada y recreada por todos aquellos que desde una ética de la solidaridad deciden convertirla en aspecto central para la reconstrucción de la sociedad.

Resistir al universalismo homogeneizante que se construye a sí mismo desde la diferencia naturalizada es la posibilidad de enunciar en mi acción y en mi reflexión que él no puede ser sostenido ni ética ni moralmente en la sociedad, en mi grupo social y en la experiencia personal, lo que me lanza a construir un nuevo discurso de esperanza que reconstruye las relaciones entre personas, sistema, a la vez que intenta reorganizar el tejido social. Significa en últimas que es necesario construir una nueva forma de la crítica que evite cualquier forma mediante la cual se naturalicen las relaciones de poder y privilegio.([6])


II. La diferencia, lugar por donde se asoma el conflicto

Cuando se reconoce esa tendencia mecánica de la globalización económica, que conduce a producir un análisis de homogeneización a todos los otros niveles, el ejercicio para reconocer el conflicto nos produce una descentración en cuanto coloca la fuerza en encontrar "mis particularidades" y la manera cómo el ejercicio colectivo tiene que tener un centro que es capaz de recoger los "márgenes" para constituir el nuevo campo de experimentación y cambio. En ese sentido, la diferencia emerge como riqueza y primera posibilidad de cambio, a la vez que deja mostrar, desde ella, la emergencia de posibles conflictos. Allí la siferencia se asoma como:

a. Como la posibilidad de producir "mi versión". Es decir, el lugar desde el cual yo, con mi huella, produzco mi texto, surgido desde mi praxis, me abro a la búsqueda de la intertextualidad (de instituciones, personas, grupos humanos).

b. Reconoce lo "otro" hecho de mil maneras por las huellas que lo constituyen, y en ese sentido reconoce que el encuentro posible para construcción de proyectos comunes tiene mil senderos.

c. La diferencia como campo de experimentación, es decir, no como límite, como barrera, sino como exigencia a construir los puentes a través de los cuales surja lo común a partir de la conjunción entre lo necesario y lo imposible.

d. La diferencia me coloca en la incertidumbre. El reconocimiento de lo otro (la otredad) me coloca frente a la necesidad de perder la certeza y entrar en el camino de ver aquello otro como lo que complementa, lo que construye más totalmente (en teorías, en instituciones, en personalidad) y me asoma a reconocer la complejidad de la construcción y lo relativo de mi posición.

Nos situamos frente a una construcción de lo colectivo desde múltiples lugares, que ubicando la diferencia como elemento central me constituye como ser social con responsabilidades colectivas y que son necesarias de re-construirse en el ejercicio también de la de(s)construcción. Como se puede ver acá, la diferencia y el conflicto en mi concepción conducen a profundizar la agenda de cambios para ir de otra manera y predisposición en la vida cotidiana, lo que exige un trabajo de deconstrucción. Para profundizar en esa estrategia metodológica remito a mi texto: “La deconstrucción: una estrategia formativa. Reconstruyendo la crítica en tiempos de globalización”.([7]) Por ello siempre la lógica de lo solitario no existe, porque estamos frente a unos procesos de individuación en los cuales desde mi yo asumo lo colectivo mediante la construcción de comunidades (humanas, intelectuales, académicas, de profesión, etc.).

Comenzar por reconocer la diferencia significa la capacidad de construir una relación entre mi mundo de sentidos y de acciones y desde mi identidad, de establecer lo otro que no es como lo mío. Esto va a permitir construir de otra manera mi relación social, en cuanto allí voy a poder producir "mi versión". Es decir, el lugar desde el cual yo, con mi huella, produzco mi texto, surgido desde mi praxis, me abro a la búsqueda de la intertextualidad (de instituciones, personas, grupos humanos), rompiendo en mi la estructura de poder que no deja emerger lo diferente.

Es el momento en el cual la diferencia me coloca en la incertidumbre. Es el otro, que al ser crítico,  emerge ante mí como diferente y real, y en su diferencia pareciera como una amenaza para la verdad del sistema en el que estoy ubicado y que he construido en torno mío. En un conflicto bien manejado, ese otro lo que me muestra es la relatividad de lo mío, construyéndome además lo provisional de mis posiciones. Es allí donde se generan las formas del miedo y tras ellas la agresividad o el desconocimiento del otro.

Esta sociedad globalizada construye desde la tradición de Imaginarios culturales de poder, una reestructuración de la exclusión y la segregación, que no es un abandono de las clases sociales, las cuales siguen existiendo bajo otra materialidad, pero se abre un camino de múltiples discriminaciones, las cuales con un discurso liberal de lo diferente va produciendo una sutil discriminación construida desde un discurso del pluralismo que invisibiliza la desigualdad.

A. Diferencias que excluyen

Las principales diferencias que toman el camino de la exclusión, la segregación y la discriminación, construyendo los nuevos mapas de poder y la dominación son:

a. En funciones del sexo: en donde las relaciones hombre-mujer se siguen resolviendo con control patriarcal y detrimento de la mujer, aun en las mujeres que asumen puestos de control y poder.

b. En las diferencias físicas: el culto al cuerpo de la sociedad y la industria cultural de masas discrimina los defectos físicos, construyendo un paternalismo sobre los discapacitados o que difiera del cuerpo “modelizado”.

c. En las diferencias síquicas: desde los tiempos de “la nave de los locos” ha sido uno de los grupos más discriminados. Se consideran personas incompletas.

d. En las diferencias de edad. Se discrimina por ser joven o ser viejo. A éste se le señala su incapacidad productiva y a los otros se les señala desde consumistas hasta colocarlos en el límite de conductas delincuenciales.

e. Diferencias étnicas o culturales: como grupos minoritarios son un mundo pasado de moda, ya que los mayoritarios imponen su forma de vida, ética, modelo de sociedad, manifiesta en la discriminación del lenguaje: “no sea indio”, “negro que no la hace a la entrada...”.

f. Diferencias por el lugar de procedencia: la globalización trae migración y desfasamiento. Sobre éstos se producen estereotipos, que marginan y excluyen a través de estereotipos, ellos son los delincuentes, los que sirven sólo para empleos bajos.

g. Diferencias en función de la opción sexual: no se acepta otra naturaleza diferente a las tradicionales y su vida es señalada como vicio, enfermedad o desviación, el señalamiento a los grupos gay.

h. Diferencias por el estado de salud: miedo y rechazo a las personas enfermas, se crean grupos de riesgo y se les excluye, colocándolos como causados por pecado o vicio, son muchos casos, pero en el último período, es el del sida.

i. Diferencias por creencias u opiniones: lo diferente del pensamiento común visto como falsedad o peligroso, por ejemplo, la mirada sobre lo musulmán en el atentado a las torres gemelas en Nueva York.

j. La diferencia de opinión, en la cual esta riqueza es sancionada si no es la del pensamiento en boga (moda) o en la distancia crítica al poder.

k. Diferencias por la escala social del poder o el gobierno: ese lugar asigna a los que están allí una potestad mediante la cual se organizan procesos de inclusión o exclusión desde criterios personales de quienes lo detentan.

l. Diferencias por el lugar social que otorga la posesión de bienes o ingresos económicos. El unir ciertos valores a la posesión de bienes, en donde el no poseedor se le considera sospechoso de poseer contravalores, peligrosos para la sociedad.

Vemos cómo la multiculturalidad trabajada sólo como diferencia y pluralismo, sin las alertas sobre la manera como los imaginarios culturales de poder, los convierten en procesos al servicio de los poderosos del momento, generando nuevas formas de exclusión y profundizando otras pre-existentes.


III. El conflicto como manifestación del poder, más allá de la diferencia

Uno de los problemas centrales cuando se aborda una mirada sobre el fenómeno de lo multicultural de la sociedad globalizada, es la manera como desde el poder se intenta darle cauce a los conflictos, en la naturalización de el poder es la forma sutil como se disuelve el conflicto vía pluralismo, ya que al no ver lo desigual, lo excluido, lo segregado, considera todos los conflictos expresión de sólo la diferencia.

Por ello es necesario desarrollar la capacidad de reconstruir pensamiento y acción desde una mirada que sea capaz de romper los imaginarios que han permeado una visión esencialista instalada socialmente en nuestra subjetividad haciendo que en nuestra vida cotidiana nos comportemos ambiguamente, no siendo lo claros que decimos ser, haciendo que miremos el conflicto más bien como causante de problemas que el propiciador de transformaciones individuales y sociales.

Asumir el conflicto significa abordarlo de otra manera a como estamos acostumbrados a hacerlo, y convertirlo en generador de procesos, impugnador de verdades, reconstructor de poderes, y organizador de propuestas. Pero la dificultad mayor está en las rupturas que tenemos que realizar en nuestro accionar subjetivo y personal con ocho procesos profundamente inscritos como impronta en la cultura que hemos formado en la trama histórica de nuestras sociedades y que hoy bajo el capitalismo globalizado toma el sesgo de lo universal. Estos aspectos son:

a. La verdad como esencia. Una larga tradición que se ha desplazado desde las imágenes de lo divino al campo de la política y en los últimos tiempos impregnado el mundo de lo científico, ha ido moviéndose en un proceso de verdades absolutas donde no es posible sino establecer dos campos: el de la verdad y la falsedad. Esta mirada, cuestionada desde diferentes concepciones de la ciencia hoy en día, con la entrada de procesos complejos del caos, del azar, de los construccionismos, de los sistemas abiertos, etc., nos muestra una realidad científica, social, cultural, constituida desde múltiples lugares, entregándonos una mirada más rica de verdad en construcción y en expansión. Esto no significa la negación de los elementos constituidos anteriormente, pero sí su relativización.

b. La interpretación del mundo siempre dicotómica. Esta mirada del mundo, partiendo de la verdad (de cualquier tipo) construyó una mirada sobre lo otro diferente como el opuesto negativo de aquello que yo afirmaba. Es así como lo mío era lo bueno, lo de los otros era lo malo; yo era el científico, el otro era el ignorante; yo era el generoso, el otro era egoísta; mi política interpretaba la sociedad global, la otra sólo al grupo de élite. Si analizamos con cuidado estas miradas dicotómicas, nos podemos dar cuenta que ha sido el sistema fácil para descalificar.

c. La producción de cosmovisiones totalizantes. Esa forma de la verdad y la enunciación del juicio sobre el otro va a tener una característica muy clara, en cuanto organiza miradas e interpretaciones del mundo que pretenden ser la realidad y por lo tanto opera como visión y/o teoría verdadera. Y confundiendo a ésta con lo real, se autocalifica como la interpretación correcta, lo que le da legitimidad para operar contra las otras interpretaciones, sin producir un diálogo que permitiera enriquecerlo, construyendo realidades más complejas y múltiples.

d. La reducción del conocimiento a procesos racionales. El hecho de configurar lo humano desde la especificidad racional (y allí el tecnócrata como sujeto de poder) llegó a producir una reducción de otras dimensiones de la constitución de lo humano, como el deseo, el placer, lo lúdico, y éstas fueron vistas más como manifestaciones de la parte más animal de nuestro ser. Por lo tanto, durante mucho tiempo se excluyó el cuerpo y se redujo a un segundo plano aquellos tipos de conocimiento en los cuales estuviera implicada la subjetividad de quien conocía.

Hoy se abren puertas para reconocer cómo lo conocido está implicado en el sujeto cognoscente y cómo esas otras dimensiones de lo humano también acumulan las experiencias, y desde allí desarrollan formas de conocer que no necesariamente se sintetizan en forma racional. Esto ha abierto una cantidad de búsquedas sobre el yo interior y las nuevas identidades del ser humano.

e. El desacuerdo como enemistad. Hemos ido construyendo en torno a nuestras verdades, certezas a las cuales deben adherir todo el grupo humano cerca de mí, estableciendo una solidaridad de cuerpo casi feudal que me lleva, en el caso de lo personal, a que cuando alguien del grupo cercano establece diferencias con nuestros puntos de vista o avanza hacia construcciones diferentes, sentimos en el campo de la emoción una especie de ruptura mediante la cual el otro se está marchando y de que traiciona la lealtad del grupo, estableciendo en nosotros un temor a la diferencia de los próximos. El poder allí establece formas de censura para que las comunidades cercanas se construyan no haciendo explícita la diferencia.

Cada vez más la comunidad de pensamiento y acción abre caminos para comprender que el desacuerdo es un instrumento de crecimiento y que en el campo de lo humano el desacuerdo es un signo vital de la diversidad que nos enriquece y nos libera de las pretensiones de poder y dominación en la esfera social e individual sobre los otros.

f. La patriarcalidad como enunciación y acción. El ejercicio del poder ha tomado formas sociales, políticas y económicas y durante mucho tiempo en una forma invisible una forma de explosión y segregación en el encuentro de géneros, en el cual construido el poder desde el predominio y control del hombre hace que su masculinidad adquiera una línea de construcción generando segregaciones que en la vida cotidiana toman formas de relación con lo femenino de inferioridad. Formas culturales que por ser hegemónicas en una larga constitución habitan en la subjetividad de hombres y mujeres de estos tiempos.

No va a ser posible instaurar procesos de cambio mientras no deconstruyamos la presencia patriarcal en nuestra subjetividad en las prácticas sociales y en las maneras como intentamos transformar y hacer diferente esta sociedad. Este ejercicio no es fácil, porque va a requerir también un ejercicio de refundar la masculinidad y lo femenino.

g. La naturalización de la exclusión y la segregación. En nuestra sociedad y con más fuerza en el último período neoliberal, guiado por sus dos principios fuerza: mercado e individuo, se considera al individuo perdedor en este mundo, como responsable de su destino, además produciendo un fenómeno en el cual explican los fenómenos de pobreza, exclusión y segregación como normales en el funcionamiento de la sociedad, generando una mirada que encuentra estos hechos como consustanciales al desarrollo de la sociedad en que vivimos, volviendo por nuevas naturalizaciones y en forma más elaborada, al viejo discurso ideológico-religioso de que pobres siempre van a existir.

h. El ascenso social y cultural como meta de vida. Una idea del desarrollo y el sub-desarrollo fundamentado en el crecimiento como la posesión de bienes materiales nos ha colocado en la meta de tener siempre más de lo que se tiene y ansiar llegar a niveles de posesión de alguien que siento “está por encima de mí”, produciendo una distorsión sobre los sentidos de la vida, a la vez que invisibiliza a quienes están “por debajo de mí”, colocándome unos parámetros de ascenso social que si los logramos para todos en ese “ideal” de vivir y tener los niveles de vida de los países del norte, el planeta colapsaría, como consecuencia de un modelo de desarrollo no sustentable.

Estas ocho prácticas han permeado nuestra cultura de tal manera que han construido un imaginario social del cual somos portadores y todo aquél que se ubique en una interpretación diferente a la mía queda en el terreno de las exclusiones posibles. Y si mi mirada ha sido sancionada por el poder o en estas nueva épocas del conocimiento por el poder-saber, yo logro colocar a mi servicio toda la parafernalia de éste para producir exclusiones. Pero esto no es sólo un poder a nivel macro. Se ha convertido también en la forma de construir relaciones en el mundo inmediato o cotidiano de todas las personas. Por ello, todo lo diferente es mirado sospechosamente y rápidamente por vía del mal manejo del conflicto termina convertido en opositor o enemigo.

Este juego de imaginarios va rotulando el mundo en un juego de dos orillas, en el cual la introducción de cualquier punto de disenso que podría marcar las formas de la diferencia que enriquece como manifestación de un conflicto creativo, terminan siendo paralizantes de los procesos sociales en cuanto fragmenta los grupos humanos y sus comunidades en los más diversos ámbitos, llevando a construir una cultura en la cual el conflicto siempre se manifiesta no como retador y reconstructor de relaciones sino como el espacio desde el cual encasillo la mirada del otro para entrar en la lógica fácil del amigo-enemigo.

Es muy fácil de observar esto en la manera como hombres y mujeres desde nuestra infancia vamos reinsertando en nuestra vida cotidiana discursos del poder blanco, aristocrático, macho, de una verdad científica, del adulto, del mundo bipolar, del mundo bipartidista, y en últimas, teniendo prácticas y discursos de patriarcas colonizadores y racistas conquistadores, que vivimos sólo con los “son más”, que vamos segregando y excluyendo a quienes se mueven en otro horizonte, quienes salen necesariamente de nuestro mundo de representación para ser negados e invisibilizados.


IV. Reconociendo el conflicto entre la multiculturalidad y el poder

Por ello, plantearnos el conflicto como central requiere de una capacidad de construir diferencia, antagonismo, no certeza, que enfrentando los problemas del poder, del saber y de las formas de la exclusión y la dominación encuentra los núcleos conflictivos en el ámbito de la acción y la reflexión y los coloca en un escenario público, capaz de reconocerlos, para desde allí regularlos. Pero construir esta cultura del conflicto significa también construir otros modelos de sociabilidad y organización social que generen la capacidad autoreguladora de hacer emerger los conflictos en sus diferentes niveles para que las jerarquías de poder y privilegio no se reproduzcan, generando desigualdad, exclusión o segregación.

Este paso significa la capacidad de replantear la forma de la crítica que hemos hecho hasta ahora, porque ella también, hija de las formas culturales que hemos vivido e introyectado, se ha constituido como verdad excluyente y dogmática. Significa la capacidad de entrar a una crítica que es capaz de hacerse nueva cada día, y por lo tanto, provisional en la velocidad de los cambios de estos tiempos; y significa también ser crítico con uno y estar abierto a lo que las otras posibilidades de un mundo más amplio me entregan a mí para reconstruir.

Es importante entender que este conflicto es múltiple y no se queda sólo en el campo de lo discursivo, sino que atraviesa procesos de acción y por ello va a abrir la posibilidad en la crítica al reconocimiento de los intereses diferentes, fruto de necesidades variadas, y es allí donde la diferencia es politizada al ser situada en un escenario con tejido social propio y no simplemente un juego de contradicciones en la palabra, en el símbolo, en el discurso. Recuerden, no sólo en ellas, porque también son importantes todas las contradicciones.

Entrar en el conflicto significa abandonar el dualismo descalificador que hace invisible a lo diferente, a lo desigual, a lo excluido, a lo segregado, aspectos que siempre se presentan como conflictivos porque su oficio es invisibilizar al otro. Esto significa plantearnos de fondo la crisis del sujeto en el mundo globalizado. Toda la discusión sobre su autonomía, su identidad, y la entrada en juegos de permanente constitución de identidades híbridas constituidas por múltiples combinaciones culturales que producen su hibridez, replantean de fondo la manera como nos relacionamos y la manera como nuestros imaginarios han sido codificados y los principios y valores con los cuales hemos dirigido nuestras acciones.

Aprender a leer el conflicto existente en nuestras vidas es otra forma de construir la capacidad de reconocer la multiculturalidad bajo sus numerosas expresiones con una profunda capacidad crítica que a la vez elabora los primeros elementos de una transformación que será realizada por los actores que asumiendo el conflicto como elemento generador de mundos nuevos es capaz de retomarlo para superar la protesta construyendo propuestas desde ella y enfrentando el dualismo como un lugar del que hay que salir para reconstruir el mundo con múltiples colores y múltiples sentidos.

Reconocer el conflicto cumple un papel de reconstructor de la confianza en el otro, de la importancia del diferente, aspecto que se convertirá en eje de la reconstrucción de la solidaridad, que nos va a permitir inicialmente trabajar juntos a pesar de las muchas diferencias que tengamos, y desde allí unirnos para enfrentar desigualdades, exclusiones.


A. El conflicto es el duro encuentro con nuestra condición humana

Normalmente uno de los signos de que algo anda en dificultades en nosotros, los humanos, es cuando se nos presentan algunos problemas y allí nos quejamos de que algo no anda bien en nosotros, de que normalmente en esos momentos nuestros estados de ánimo decaen, y por momentos nos resistimos a enfrentar los problemas. Pero cuando estas situaciones se nos presentan, no son más que las manifestaciones de que la vida nuestra crece mediante la lucha, el desafío, ya que cuando solucionamos estos problemas normalmente emergen otros y un poco a lo largo de la vida nos vamos especializando en resolver problemas, en enfrentarlos y cada cual va encontrando la manera de encararlos.

Por eso, pudiéramos decir que el conflicto nos recuerda que somos seres llenos de luchas contra adversarios internos, externos, y en ocasiones contra adversarios virtuales que hemos constituido para enfrentar la dureza de nuestra construcción. Es decir, vamos teniendo la certeza de que ser humano es fundamentalmente conocer el conflicto.

1. Nos pregunta por ¿quién soy?

Cuando reconocemos la experiencia del problema y del conflicto siempre nos queda la certeza de que ese encuentro es siempre una experiencia personal en la cual él siempre está ahí, agazapado para presentarse a la menor oportunidad. Parece que hubiéramos nacido para él y es allí donde reconocemos la raíz del conflicto, que surge del crecimiento al que me veo abocado cada día de acuerdo a las formas sociales de organización que me plantean, en los más variados escenarios, de mi ser en el mundo y que reconozco como sus niveles en donde es construido y manifiesto mi individuación-socialización. Allí me plantean:

o   ser más, que es la pregunta por ¿quién soy? Y la manera como me planteo mis sentidos en mi cultura y en el mundo que me rodea;
o   ser más con otros, que se refiere a los procesos de convivencia en los cuales estoy inscrito y debo participar junto a grupos o comunidades para que la obra se desarrolle;
o   saber más, es la relación a la esfera del conocimiento, en donde me pregunto por los saberes de uso social y personal que tengo y debo tener para vivir en este mundo de hoy;
o   tener más, es la presencia en la esfera de los bienes y el lugar de ellos en mi vida, alertándome sobre la necesidad específica de su posesión para conseguir los intereses que me plantea el ¿quién soy?
o   querer más, es la manifestación en el campo de los afectos y que hace visible no sólo lo que siento, sino la manera como materializo esos quereres bajo la forma de deseo; y
o   hacer más, se refiere a las exigencias cotidianas de mis prácticas de vida y en últimas, a las exigencias profesionales y productivas que van en una secuencia de hacer, hacer más y hacer distinto.

Estos seis aspectos presentes en toda acción humana y en toda subjetividad surgen de la construcción día a día de lo humano, en donde la tensión entre necesidades sociales y necesidades individuales construyen intereses específicos, que se convierten en guías de mi acción en el mundo. Igualmente, la búsqueda de satisfactores orientan las búsquedas para dar respuesta a las necesidades de diferente tipo, convirtiéndose éstos en un camino intermedio de acción y de sentido y espacio privilegiado para hacer emerger los conflictos.

Esas formas sociales con las cuales busco satisfactores para mis intereses y necesidades construyen una tensión que en algunos casos me conduce a una tensión o confrontación de fidelidad a lo que nosotros queremos ser y a la manera como queremos enrutar nuestra vida desde las exigencias de la sociedad.

Por eso, cuando el conflicto aparece, nos está señalando que en la aparente autosuficiencia no tenemos un control total sobre nuestras vidas y los procesos que agenciamos en ellas y es el momento cuando aparece la paradoja más fuerte: quedarnos en donde estamos o saber que si lo enfrentamos emprenderemos un camino más allá de nuestros límites actuales, lo cual me exigirá moverme.

Esto significa una opción anterior y es reconocernos a nosotros mismos como seres incompletos en permanente crecimiento y el conflicto lo que me avizora es la necesidad de trabajar mi horizonte de sentido, reconocer hacia dónde voy desde lo que soy, a la luz de las preguntas y los interrogantes que a la fidelidad con mi vida hacen aspectos, personas, elementos, experiencias en donde lo otro diferente a mí emerge enriqueciendo mi ser.
2. No siempre somos tan claros

En coherencia con el numeral anterior, encontramos que el conflicto nos hace referencia a que algo importante está pasando en nuestras vidas y que prestarle atención es tener la capacidad de revisar la esfera de mi yo, que ha decidido entrar en movimiento hacia lo nuevo. Por eso, siempre nos va a estar hablando de los claroscuros que hay en nuestra existencia y para nosotros, hechos en una cultura de la verdad, de la claridad, de las ideas y los seres claros y distintos, esto significa tensión.

Es difícil reconocer que tenemos una zona oscura y para nosotros educados en estas maneras de las certezas reconocer que el conflicto introduce una forma ambigua que me saca de mis certezas significa de alguna manera abrirme a la dualidad y aceptar la incertidumbre como condición del crecimiento. Pero lo más difícil, nosotros que siempre hemos aprendido a ganar o a perder, es la capacidad de aprender que las respuesta nueva no está en una de las dos cosas, sino en la disputa y en la manera como ha construido la duda sobre lugares aparentemente claros, donde no se gana o se pierde, sino que se aprende y se construye.

Por eso, el conflicto va a aparecer como un entramado a través del cual emerge el yo real y su contradicción para organizar individuación y socialización. Ese no siempre compuesto de las luces y claridades, sino también de las sombras que yo a veces oculto y que no aparece porque no ha encontrado el choque con lo diferente que lo haga emerger. En ese sentido, el conflicto no es la transformación misma que se opera en mí, pero va a ser la plataforma que constituya la base de las transformaciones que yo debo emprender.

En razón de ello, el conflicto no es bueno o malo, es moralmente neutro. Va a hacer que sea bueno o malo la manera como lo asumimos y lo colocamos en el entramado social y usándolo en circunstancias de poder nos sirve para oprimir, segregar, dominar, censurar, excluir, invisibilizar a los otros o encubrir mi zona oscura o mis maneras de relacionarme ejerciendo poder.

3. También dolor y sufrimiento

El conflicto nos está hablando de que ser humano no es un camino de rosas; que asumir el conflicto significa asumir niveles diferenciados de sufrimiento, con sus consabidas manifestaciones del miedo, el dolor, la pasión, la ira. Esto va a exigir de nosotros una lucha permanente por encontrar quiénes somos nosotros mismos y cómo construimos nuestras fidelidades, así como el lugar del otro y los otros en nuestra vida, y reconocer que estando el conflicto permanentemente en nuestra vidas aprender a manejarlo es un acto de aprendizaje que requiere ir al encuentro de nosotros mismos desde las más variadas posibilidades.

Por eso, cuando pasa el conflicto podemos, mirando hacia atrás, reconocer su costo visto desde el dolor como parte de nuestra construcción y de nuestra cimentación, pero cuando se avizora el nuevo conflicto éste nos está avisando que somos complejidad no controlada totalmente y que ésta nos avisa que será posible ser de otra manera, es decir, inaugura la utopía desde la individuación. El conflicto al fortalecer el aprender a saber que seremos de otra manera se convierte en el instrumento principal de crecimiento y de la marcha como humanos por ser cada vez más fieles a nosotros mismos. Por ello no queda sino reconocer que es una situación permanente en nuestras vidas.

4. El problema no es el conflicto, sólo su manifestación

Normalmente reaccionamos cuando el conflicto adquiere manifestaciones en nuestra condición humana a través de la rabia, el dolor, el sufrimiento, y corremos a solucionar la situación que lo ha creado. Por ello pasamos la vida solucionando problemas, sin ir a las razones de fondo que están precisamente en la acumulación de los elementos constitutivos del conflicto, que son el verdadero epicentro de aquello que se manifiesta en nuestra vida cotidiana. Podemos hacer el símil del terremoto, en donde vemos sus desastres, pero sus verdaderas causas hay que buscarlas muchos kilómetros bajo tierra.

Por ello no se puede confundir el problema con el conflicto. En este último, la condición humana va poco a poco tejiendo la urdimbre de nuestra condición y crecimiento intentando darle una salida a nuestras necesidades e intereses. Es desde él como lo nuevo hace su aparición, mostrándonos que podemos ser diferentes sin miedo a ese cambio. Es la emergencia de la utopía en la esfera de la individuación, hay otro lugar hacia el cual ir.

En ese sentido, podemos afirmar que el conflicto es un sistema complejo que debe aprender a descubrirse. No es el suceso que emerge en nuestra vida como problema, no es el simple suceso a través de lo cual se manifesta: miedo, desconfianza, enemistad, odio. Éstos son elementos que lo alimentan y son parte de su dinámica, pero no es el conflicto mismo, ya que esa manifestación es la muestra de que él está escapando por nuestras grietas: miedo, cólera, arrogancia, aburrimiento.

Buscamos evadir el problema, queremos que desaparezca, siempre. Cuando él viene desde el conflicto, lo evadimos, lo desaparecemos, hasta que el problema, por ser manifestación del conflicto, toma caminos de empeoramiento y nos desborda, hace crisis y en ello lo que se hace visible es que tenemos una confrontación con nuestra interioridad, con aquello que decimos ser.

En esta perspectiva es que afirmamos que se produce un enlace entre la manera como resolvemos los conflictos en lo individual y la manera como se produce esto en lo social, generando una incapacidad para enfrentar el conflicto.

Para asumirlo integralmente, es necesario no resolverlo como una simple situación personal. Es necesario un proceso que una lo micro, lo meso y lo macro, y ello significa deconstruir los imaginarios culturales de poder existentes en nuestras prácticas cotidianas, como esas primeras formas que generan socialmente control y prolongación de las formas sociales de poder, atizador de la resolución violenta de los conflictos. Por ello, para cambiar en estos tiempos es necesario abrirnos a desaprender muchos de esos procesos que culturalmente no permiten abrirnos al conflicto como generador de nuevas formas de vida social.


V. Los sentimientos connaturales al conflicto

Una de las razones por las cuales nos negamos a dar trámite al conflicto y casi siempre esperamos que estalle o haga crisis, es la poca formación que tenemos para encontrarnos con su parte dolorosa.

El sufrimiento y el dolor (en su versión física y desmaterializada) está en la raíz del conflicto, en el símil del terremoto, así como el problema es sólo la manifestación de algo que está mucho más profundo, los sentimientos que nos provoca son como las grietas por donde se asoma en nuestra epidermis humana el conflicto, y allí toma forma en la agresividad, el miedo, la hostilidad, el moralismo descalificador.

Por ello, generamos comportamientos agresivos (un buen síntoma que nos conduce al lugar real del conflicto). Esas respuestas agresivas son culturalmente aprendidas y nos muestran que no podemos disociar pensamiento de sentimiento, y lo generamos en la confrontación directa construyendo la creencia de que podemos atraer hacia nosotros el lugar o la buena voluntad del otro; por ello respondemos contraatacando o imponiendo, buscando la centralidad de nuestro punto de vista.

En el conflicto las personas o grupos que hacen parte de él construyen un estado afectivo mediante el cual se interpreta la situación. Por ello, entender las emociones y sentimientos se presenta como una oportunidad para entenderse a sí mimo y a los demás, en cuanto nos da la tendencia de unidad entre pensar y los sentimientos. Ello me permite salir de mi conocimiento sólo como razón y hacer aprendizajes de esas otras formas de conocer.

El conflicto a nivel de sentimientos tiene la virtud de hacernos explícito el tirano que llevamos dentro de nosotros, y que cuando irrumpe se llena de motivos no racionales: odio, intolerancia, venganza, explotación, indiferencia, abuso, y si tenemos algún poder, lo utilizamos para aniquilar, invisibilizar a los otros, desde formas simbólicas hasta materiales y físicas.

Cuando ha pasado la experiencia del conflicto, normalmente su explicación y narrativa pasa por ser dada en términos de juicio binario, y es contado como un enfrentamiento entre buenos y malos, donde emergen con toda su fuerza nuestros arquetipos culturales construidos desde nuestra condición humana.

Por ello, las situaciones conflictivas se mantienen en un status quo a partir del control que ejerce el poder a través de la represión y la dominación. De ahí que socialmente muchas personas cambien su lugar en el conflicto, no por decisiones propias, sino por una modificación en los actores que controlan un territorio. Son actores pragmáticos, su pasión, sus sentimientos, no están en la raíz del conflicto, sólo fue una situación que les tocó vivir.


VI. Convirtiendo el conflicto en dispositivo educativo y pedagógico

El manejo del conflicto y su regulación por mecanismos no violentos es un aprendizaje, pero para que éste se dé es necesario construir una cultura para trabajarlo como parte de ese crecimiento humano, en donde en coherencia con las páginas anteriores reconocemos que nuestra certeza total es inhibitoria del camino que sigue asumir el manejo del conflicto educativamente en sus múltiples manifestaciones (personales, grupales, sociales, culturales, etc.). Es iniciar una lucha con los imaginarios culturales de poder, ya que significa como paso inicial construir certeza de no volver a tener la certeza total sobre nada ni nadie; es decir, nos consideramos en construcción permanente, siempre en camino.

La decisión educativa sobre el conflicto significa sacarlo de su aparente neutralidad para hacer un trabajo de él que nos permita convertirlo en factor de crecimiento. Es producir una cultura de la regulación que nos permita transformar y transformarnos con él, es tomar la decisión de asumirlo como una realidad en nuestras vidas, y haciéndolo forjamos nosotros mismos nuestros caminos y rompemos una cultura que no nos ha preparado para afrontarlo como realidad de nuestras vidas.

La decisión educativa sobre el conflicto no es simplemente un acto de buena voluntad, es construir la capacidad de entrar al interior del mundo de intereses y necesidades desde donde él se construye, para reconocer que la diferencia es real. Igualmente, significa que debemos confrontarnos, ponernos cara a cara con aquello que nos molesta, exigiéndonos salir de una cultura social de la hipocresía para reconocer en mí los múltiples caminos de diferencia y exclusión frente a los otros, de los que está hecho el conflicto. Por ello, el confrontar me coloca en la urgencia de hacer presente la frontera del mundo exterior, que se hace visible en saber, hacer visible y saber que estamos en desacuerdo, dando el paso a reconocer ¿sobre qué? ¿dónde? y ¿cómo?

Es tomar la decisión de que no acallaremos nuestros intereses en conflicto, ni nuestras necesidades insatisfechas, y enfrentaremos por eso su regulación, negociación o tratamiento pasa por su visibilización y esto significa aceptar que el conflicto, a través de mi mirada o de los actores con los cuales interlocuto van a hacer presente a través de lo diferente lo que no queremos oír, pero necesitamos saber.

Por ello, su manejo educativo saca al conflicto de su negación o de las acusaciones mutuas, en donde enfrento al otro como realmente es y no como nos lo representamos. En esta confrontación decidimos enfrentar el conflicto y sus causas en nosotros mismos y en la representación social que hacemos de él.

Ese reconocimiento de la existencia de diferentes posiciones en desacuerdo, nos coloca en el camino de saber que si aprendo a reconocer las formas de existencia de él en sus múltiples maneras, éste es el inicio del camino para regularlo, resolverlo, de tal manera que en esa búsqueda nos “reintegramos” a la totalidad social de otra manera, siendo distinto en alguna manera, haciéndome específico, y preparándome para los nuevos conflictos que vendrán y que serán cada vez mejores y me llevarán a mejores lugares.

El tratamiento educativo del conflicto exige una regulación en mí, en cuanto reconozco que me preparo no sólo para ver lo mío, sino también para entender lo del otro diferente, que al colocarse en el horizonte de negociar esas formas particulares que toman las diferentes necesidades e interees me hace colocarme en el lugar del otro.

El reconocer que hay otra mirada diferente a la mía me coloca en el espacio de mirar un mundo que es complejo y exige de mí auto-regulación, y en el otro del conflicto, cuando se opta por trabajarlo educativamente, abandonar los preparativos de la venganza. Al reconocer al otro acepto que no lo humillo, para comprender sus diferencias, pero además ser solidario con el otro, en cuanto al reconocerme en él tengo que hacer visible que el sufrimiento y dolor que me han acompañado a mí, el otro (persona, sociedad) también lo lleva. Además, una solidaridad por las pérdidas que ha generado el desarrollo del conflicto significa un duelo, que tiene que hacerse.

Reconocido el conflicto real, éste se convierte en dispositivo para ser trabajado educativamente y encontrar los mecanismos para regularlo, transformarlo y convertirlo en potencialidad transformadora.


VII. La negociación cultural, un mecanismo de regulación del conflicto

Hemos hecho un viaje por el problema, por los sentimientos, por nuestras necesidades, por nuestros intereses y a través de ello llegamos al conflicto, encontrando su epicentro y el cruce donde se produce. Todo este tiempo hemos reconocido procesos no lineales, no tan claros, en ocasiones nos conducen a laberintos sin salida, pero en cada paso hemos tenido que discernir entre diferentes opciones y alternativas, en la esfera de mi reflexión cuando el conflicto está en el nivel de lo personal o de la discusión cuando está en la esfera de lo grupal o social. En ese sentido negociamos concepciones, imaginarios, representaciones, prácticas, hábitos y otros espacios que son los lugares donde expresamos el conflicto. En ese sentido, la negociación busca construir acuerdos aun sobre los desacuerdos.

Siempre encontraremos diferentes puntos de vista, interpretaciones de hechos, hechos, teorías y opiniones sobre diferentes aspectos. Son ellos los que nos van a permitir ir y estar en el nudo o epicentro real del conflicto, es decir, aquello que hay atrás del problema. En ese sentido, la negociación convierte la respuesta no violenta en el factor básico de la reconstitución y regulación del conflicto.

Es en el ejercicio de esa negociación que podremos reconstruirlo como un hecho histórico que afecta la vida de las personas, los grupos y la sociedad. Es decir, cada conflicto tiene su historia, desde la cual es posible dar cuenta de la manera como se acumuló y se construyó a través del tiempo, hasta que su irrupción lo hizo visible. Por ello, negociar la reconstrucción histórica de él va a ser central a la vida de su regulación educativa.

En ese sentido, la negociación no es un mecanismo para solucionar conflictos, sino un mecanismo para construir las múltiples visiones que permitan en algunos casos crear el clima propicio para encontrar los dispositivos de su regulación. En esta perspectiva la negociación cultural se convierte en una estrategia que busca construir una igualdad básica en la construcción de una pedagogía del conflicto y en ese sentido hacer aparecer las diferencias para, desde estas miradas, garantizar una equidad básica, como fundamento del encuentro y del tratamiento del conflicto.

Por ello el nudo del conflicto tiende a aparecer después de muchas negociaciones, visibilizadas en acusaciones, dolores, protestas, marginamientos. Allí aparece en e centro, en el corazón, luego de haber retirado las capas de la cebolla de huevo. En ese sentido, la negociación cultural se convierte en un aprendizaje del conflicto que está en nuestras vidas y en toda nuestra existencia social y cultural.

Es en ese ejercicio donde vamos aprendiendo a tratar y resolver los conflictos, a través de su visibilización por mecanismos de negociación cultural, que implica hacer explícito sobre qué se disputa.

En nuestra práctica hemos encontrado unos primeros pasos metodológicos que dan vida a los procesos de negociación cultural:

1. Los mapas del conflicto: son los presupuestos, concepciones o visiones con los cuales entran los diferentes actores sobre el conflicto (o la persona que los vive);

2. Explicitación de los diferentes puntos de vista, en donde la situación conflictiva se vuelve polémica o se carga de agresividad, construyendo la distancia.

3. La discusión, que hace visible la manera como los puntos de vista diferentes implican cauces y salidas diferentes.

4. Las acciones (mundo de la vida) donde se hacen visibles esas diferencias conflictivas, ya no como representación, sino como imposibilidad de hacer cosas en forma conjunta, ya que serían contradictorias.

5. Capacidad de visibilizar los lugares de encuentro y desencuentro que van a hacer posible ubicar los primeros núcleos que den sentido a la negociación.

6. Elaboración del flujo del conflicto y en el colocar las divergencias en su caracterización.

7. Constitución de los núcleos de acción común, en diferentes órdenes: práctico, teórico, simbólico, de encuentro, etc.

En este camino la negociación construye sus propios procesos de regulación social de ese conflicto, según el nivel de éste, las personas implicadas, el tipo de conflicto, y ante todo, una dinámica para seguir trabajando los conflictos a cualquier nivel como un proceso pedagógico.


VIII. El conflicto, crisol de lo humano

Cuando los conflictos se procesan educativamente, se van desencadenando una serie de aprendizajes que son el acumulado que va quedando de darles este tratamiento. Lo primero es que desterramos la idea de que el conflicto es una amenaza a lo humano y a su felicidad. Salimos de esta imagen común y vamos hacia él sabiendo que es el motor de nuestros cambios.

Por ello, su uso educativo se nos pasa a convertir en una guía para revisar los sentidos que le damos a nuestra vida, haciéndose el conflicto un dispositivo de revisión de los sentidos de nuestra vida y allí de fidelidad a nuestras apuestas.

Por sus múltiples vericuetos y dificultades, nos ha hecho capaces de elegir, sin dominar a los demás, con el sentido de construcción colectiva, no permitiendo que me arrastre a situaciones límite. Por ello, entendemos que en el conflicto no hay sentimientos sin razones y viceversa.

Me invita a salir de una lógica del “enemigo”, ya que éste en múltiples circunstancias es la manifestación de mi pelea interna por no ser diferente, por no enriquecerme. Es allí cuando el conflicto hacer emerger ante mí el lado oscuro de mi vida y que me revela no tan claro.

También el conflicto nos enseñará que el poder bajo forma de exclusión se apodera de las diferencias como expresión de riqueza y construye desde ellas discriminaciones y segregaciones que construirán un mundo injusto y desigual, en donde el sistema jerárquico se alimenta de esos micro-poderes en la esfera de lo local y lo personal. Por ello, cuando fracasa la negociación llega el poder para resolverlo.

El conflicto me enseña que soy construcción permanente y que cada día puedo ser otro nuevo, constructor de un mundo nuevo. Por ello, el conflicto es una nueva manera de la utopía, la certeza de ser distinto si lo proceso educativamente, ser otro de otra manera sin miedo.

El conflicto nos avisa y enseña que somos complejidad. Él se convierte en la posibilidad de ser diferentes y en el principal instrumento de crecimiento, en donde la integralidad de nuestra vida va a ser la capacidad de reconocernos en ese claroscuro de luces y sombras, y allí tenemos la certeza de que nunca tendremos la certeza absoluta, ya que saldremos de un conflicto a otro nuevo, que nos garantiza nuevos paisajes de nuestra humanidad.

Aprendemos que el desacuerdo es el modo social de presentarse la diversidad y por lo tanto organizadora de la crítica en nuestras vidas y en la sociedad. Es allí donde nos hacemos creadores de nueva cultura y no simplemente repetidores. El desacuerdo y el aprendizaje para establecerlo está a la base de un ser humano crítico y constructor de proyecto de futuro.

Pero el aprendizaje más de fondo que hace el trabajo educativo sobre el conflicto sobre las personas y como aprendizaje social sobre las culturas y los grupos humanos es el darnos la certeza de que siempre somos incompletos, y que debemos ir siempre hacia delante teniendo mejores conflictos. Es que, más que poseedores de la verdad, nos hemos hecho sabios, no del conocimiento racional, sino de la sabiduría de la vida y del aprendizaje de ser cada día más y mejores como humanos.




([1]) Trabajo en construcción. Versión ampliada del texto presentado en el Simposio Peligro Oportunidad: Relación entre conflicto cotidiano y política en Colombia hoy, convocado por la U. de Antioquia, ENDA, Fundación para el Bienestar Humano, y el IPC (Medellín, agosto 2001).

([2]) De Pane, Cristian, Barchifontaine, B. y otros. Bioética. Algunos desafíos científicos. São Camilo, São Paulo. Ediciones Logré. 2001.
([3]) Peter McLaren en su libro Multiculturalismo crítico (São Paulo. Instituto Paulo Freire-Cortez Editora. 1997) diferencia tres tipos de multiculturalismo:
a. El conservador, que plantea el mundo como una cultura común desde el grupo más fuerte, en donde no tienen cabida lenguas extranjeras, dialectos étnicos o regionales. Señala el caso de la enseñanza del castellano en California. Para ellos, la unidad nacional y la ciudadanía armoniosa son los ideales. Han construido como unidad análitica el WASP (White, Anglo Saxon Professional - persona anglosajona blanca), en quien coloca los valores afirmativos: self, creatividad, ambición, y estos niveles se elaboran desde las culturas más fuertes que eliminan otras. En el ámbito de la investigación, el rigor lo comprueban desde el carácter empírico.
b. El liberal, para el cual existe una igualdad natural, la cual debe ser realizada y garantizada por todos y en caso de que se dé la desigualdad, debe garantizarse realizar reformas para que los desiguales logren una igualdad relativa. Cuando se plantea el problema de las diferencias, éstas siempre son colocadas como relativas a raza, clase, género y sexualidad, lugares desde los cuales construyen las identidades dándole mucha fuerza al carácter personal de esas identidades.
c. El crítico, para quien las representaciones de clase, raza y género son el resultado de procesos históricos. Para comprenderlas debe hacerse un análisis de las luchas sociales más amplias en las cuales han sido constituidas. Por ello, la diversidad sólo puede ser afirmada dentro de una política de crítica y compromiso con la justicia social. Para él la diferencia siempre es un producto de la historia y los conflictos se convierten en ocasiones en la manera de contestar las manifestaciones del control de la hegemonía.

([4]) McLaren, Peter. Multiculturalism and the Post-modern Critique. Towards a Pedagogy of Resistance and Transformation. (Fotocopia. Sin datos)
([5]) Grossberg, Lawrence. We Gotta Get Out of this Place. Popular and Post-modern Culture. New York. Routledge. 1992.

([6]) De toda esta mirada de la multiculturalidad, aparece claramente un discurso que va más allá de la desigualdad socioeconómica, que tiene como horizonte la igualdad construida sobre derechos sociales. Este discurso recoge la idea de exclusión, la cual aparece como parte de un proceso relacional, definido por normas socialmente controladas y que buscan construir un ordenamiento de relaciones sociales fundadas sobre la homogeneización. Creo que es una elaboración para estos tiempos sobre lo que significa la diferencia manejada desde procesos de poder. En ese sentido, la exclusión va a aparecer como un proceso conformado históricamente en el cual una cultura o grupo humano asume su rol de verdad, crea un abismo con la diferencia y la rechaza. Y si se cuenta con un poco de poder, la aniquila simbólica y, si puede, realmente. En los casos más leves, produce una invisibilización de ella para zafarse de la incomodidad que le produce.
([7]) Ponencia presentada al VIII Congreso Mundial de Investigación-Acción Participante, en su mesa de IV Congreso Mundial de Aprendizaje-Acción. Cartagena de Indias, 1 al 5 de junio de 1997.

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