Hacia
una psicología cultural. Origen, desarrollo y perspectivas
Moisés Esteban Guitart
(Recibido:
01/12/08 – Aceptado: 04/05/09)
Resumen
El presente trabajo expone los fundamentos de la
psicología cultural definida como un modo de hacer psicología que parte de la
premisa que mente y cultura
se constituyen mutuamente. Con el objetivo
de superar cuatro
reduccionismos (reducción a lo racional, a lo individual, a lo inter- no y a lo innato), la psicología cultural postula que la vida mental incluye
aspectos intelectuales y afectivos, su origen es sociocultural, se distribuye
entre las personas y los artefactos que utilizan, y tiene que ver más con los cuentos, mitos, relatos, historias y narrativas culturales que con los genes
y neurotransmisores. Se afirma que la unidad de análisis
es la vivencia o el modo cómo las personas valoran,
perciben, interpretan aquello que les sucede y les rodea. Una
vivencia que construye la cultura, las formas explícitas e implícitas de vida compartida, y que a la vez es construida por ella. Finalmente, se sugieren algunas consideraciones
aplicadas que se derivan de un enfoque psicocultural.
Abstract
This paper presents fundamentals of cultural psychology
defined as a way to do psychology based on the premise that psyche
and culture make each other up. In order to overcome four reductionisms
(reduction to the rational, to the individual, to the innate, and to the
inside), cultural psychology postulates that mental life includes intellectual
and emotional aspects, that its origin is socio-cultural,
that it spreads among people and
the artifacts they use, and that it has to do more
with the stories, myths, and cultural narratives
than with genes and neurotransmitters. The expe- rience is the unit of analysis,
i.e. the way people appreciate, perceive, and
interpret the world. The experience constructs the culture -
explicit and implicit shared life styles - and at the same time, the experience
is cons- tructed by culture. Finally,
we suggest some applications derived from a psycho-cultural perspective.
Palabras clave
Psicología cultural
- Vygotski - vivencia
- significado - psicología del desarrollo
Key words
Cultural psychology - Vygotski
- experience - meaning - developmental
psychology
¿Qué es la psicología cultural?
La definición es una de esas tareas
humanas inevitable pero inalcan-
zable. “Inevitable” ya que necesitamos entender aquello que nos rodea y
para ello construimos categorías, agrupamos sucesos o hechos bajo un mismo
concepto (por ejemplo, agrupamos perros, gatos o peces bajo la etiqueta
de “animales”). “Inalcanzable” porque siempre nos dejamos alguna
cosa en la definición. Se dice que Wittgenstein retaba a sus compañeros
del Trinity College de Cambridge
a elaborar definiciones que incluyeran todos los términos u eventos posibles, el resultado era una imposibilidad, valga la redundancia. En la definición de mesa, por ejemplo, siempre cabía
un objeto que cumplía esta función sin ser un “mueble, por lo común de madera,
que se compone de una o de varias tablas lisas sostenidas
por uno o varios pies”. Siempre hay el peligro, hagamos la definición que hagamos,
de no incluir todas las acepciones. Sea como sea y, siendo concientes del artificio, vamos a intentar delimitar el concepto de
“psicología cultural”.
En el año 1996 Michael Cole publicaba su libro Psicología
cultural. Una disciplina del pasado y del futuro (Cole, 1996). Más
recientemente, en el año 2007, Shinobu Kitayama y Dav Cohen han editado el
primer Handbook de psicología cultural (Kitayama y Cohen, 2007) y Jaan Valsi- ner, con Alberto Rosa, han realizado
lo mismo con el título de psicología sociocultural (Valsiner y Rosa, 2007). Por su parte, el mismo editor de
la revista Culture & Psycholoogy (fundada en el año
1995) dirige una colección de libros
bajo el epígrafe
de Avances en Psicología Cultural
(la colección dirigida por Jaan Valsiner
la publica la editorial americana
Information Age Publishing desde el año 2005).
A los nombres mencionados y, aún cayendo en el riesgo de dejar al
olvido a alguien, sería un menosprecio no reconocer y añadir las aporta-
ciones fundacionales de Richard Shweder
(1990), Jerome Bruner (1990),
Ernst Boesch (1997), Richard Nisbett
(2003), Harry Triandis (2007),
David Matsumoto (1994), Urie Bronfenbrenner (1979),
Katherine Nelson (2007), Michael Tomasello
(1999), James Wertsch (1991) o Bárbara Rogoff (2003) y,
por parte de la delegación española, Miquel Siguan (1987), Pablo del Río y Amelia Álvarez
(2007), Alberto Rosa (2000), Ignasi Vila (2001), Pilar Lacasa (2001), Javier Serrano
(1996) o el Laboratorio de Actividad Huma-
na de Sevilla (de la Mata y Cubero, 2003; Cubero y Santamaría, 2005), para citar
algunos ejemplos ilustrativos. ¿Hay alguna cosa que compartan esta serie de autores?, ¿por
qué podríamos considerarlos adscritos a la psicología cultural?
Hablando
grosso modo podemos considerar que la “psicología cultu- ral” es un modo de entender
y hacer psicología que asume la idea que la cultura y la mente
son inseparables ya que se “constituyen mutuamente” (Markus y Hamedani,
2007). Es decir, que para entender
la formación y las características psicológicas de las personas tenemos
que recorrer al estudio de los
contextos en los que, directa o indirectamente, estos participan; y para entender
la cultura tenemos
que recorrer a los sentidos y significados que los hombres y mujeres construyen. No hay modo más
preciso de estudiar la mente humana que analizar el nicho ecológico
que la envuelve, es decir, la construcción social de significados y la elaboración personal de sentidos alrededor
de la apropiación de distintos artefactos culturales
como el lenguaje, oral y escrito, el manejo
de Internet o la “manipulación” matemática de la realidad. Actividades que son valoradas por una determinada comunidad
instalada en un momento histórico
con- creto y que se realizan
con la ayuda, la colaboración, la guía de aquellas
personas competentes en el manejo del lenguaje, oral y escrito, Internet o las matemáticas.
En
una pregunta ya clásica (“¿qué es la psicología cultural?”) el an- tropólogo Richard
Shweder (1990: 1) afirmaba: “La psicología cultural
es el estudio de la manera en que las tradiciones culturales y las
practicas sociales regulan, expresan y transforman la mente humana”. Y no sola- mente esto, sino que las mentes en diálogo entretejen
conjuntamente (Cole, 1996) estas tradiciones culturales y estas prácticas
sociales. Por lo tanto, desde este enfoque,
se considera que hay una “tensión irreductible”
(Wertsch,
1998) entre el organismo activo y aquello
que lo envuelve (las otras
personas, los objetos, los símbolos).
Podemos
afirmar, pues, que a pesar de las
discrepancias entre los distintos autores citados
“todos ellos comparten
una idea crucial,
la meta de la Psicología Cultural es entender cómo los procesos
de desarrollo humano tienen lugar en la cultura”
(de la Mata y Cubero,
2003: 185). Y por “cultura” no se entiende algo meramente
físico, objetivo, alejado de la realidad humana. Por el contrario, las personas
son responsables de la creación de realidades al interpretar, valorar,
discutir aquello que les sucede y les rodea. De este modo la cultura se
entiende como símbolos compartidos, conceptos, significados, prácticas que definen
y se generan a través de unidades culturales como la familia, el
barrio, una comuni- dad o un país. En este sentido entendemos por “cultura” ciertas
formas implícitas y explícitas compartidas por una determinada unidad
cultural (formas tácitas, “dadas por supuestas”, de creer,
pensar y actuar –en la
dimensión implícita, y artefactos culturales como la lectura y los libros o los equipos
de fútbol y las banderas
–en la dimensión explícita). Por eso,
“la psicología cultural es el estudio de la constitución mental de y por las
formas simbólicas –esto es, acciones y expresiones humanas significa- tivas,
discursivamente estructuradas, históricamente contextualizadas y socialmente producidas, reproducidas y transmitidas” (Serrano, 1996: 99).
Probablemente psicólogos, antropólogos o biólogos
adscritos a otros enfoques estarían de acuerdo en que la cultura juega un papel decisivo en
la
arquitectura de nuestras vidas. No es lo mismo comer en un restaurante
japonés que en un italiano, ni parece definirse de la misma manera un chino que
un americano (Nisbett, 2003). Pensamos
que la novedad del enfoque tratado radica en la superación de cuatro
reduccionismos que han marcado la historia de la psicología, y que analizamos a continuación a
través del análisis de algunas de las ideas presentes en el psicólogo
bielorruso Lev S. Vygotski
(1896-1934), para muchos el “padre
espiritual” de la psicología cultural.
La contemporaneidad de Lev Semenovich Vygotski
En el año 2009 se cumplen 75 años de la muerte prematura
de Vygotski. A
pesar de los años pasados,
en la psicología contemporánea prevalecen cuatro reduccionismos que ya estaban presentes a principios del siglo XX.
Siguiendo a del Río y Álvarez (1997: 103) se trata de la reducción a lo racional,
a lo individual, a lo interno
y a lo innato. En este sentido, podemos
leer el pensamiento y la obra del psicólogo ruso, así como la empresa
de la psicología cultural
que se deriva, como un intento de superar estos cuatro reduccionismos con el
objetivo de construir una psicología de la conciencia orientada culturalmente.
Según el primero, es decir, la “reducción a lo racional”, el sujeto que se
ha conceptualizado en las ciencias psicológicas tradicionales es un ente que actúa
de acuerdo a cálculos mecánicos (la “metáfora del ordenador”
del cognitivismo de los 50’s 60’s), donde la emoción o la afectividad son
vistas bajo el prisma de la cognición de las emociones y los afectos, es decir, en tanto procesos racionales producto del discurrir del entendimiento
que se aduce con orden y método.
Vygotski y la psicología cultural, frente a esto, enfatizan la importancia del sentido (como veremos, la “vivencia”)
que
incluye o expresa
un sentimiento marcado por las experiencias previas
y por el “sentido común” (Bruner,
1990) o modo de pensar y proceder tal
como
lo haría la generalidad de las personas, es decir, por la cultura
(ideas, creencias, costumbres,
tradiciones que prevalecen en una determinada comunidad y que expresan y
construyen los modos de sentir y vivir de las
personas). Para Vygotski la conciencia humana
no es simplemente un
fenómeno cognitivo, intelectual, sino que también es fruto de la afectivi- dad y las emociones, por lo tanto
de los impulsos, deseos o motivos que dirigen la conducta humana.
El otro reduccionismo mencionado por Pablo del Río y Amelia
Álvarez (1997) es la “reducción a lo individual”, es decir, la mente
humana es un ente
autocontenido y autoexplicable delimitado por las fronteras
y geografías del sujeto como algo privado y aislado. Las personas, desde esta perspectiva, se construyen autónomamente. No obstante, según la
conocida “ley de la doble
formación” o “ley genética general
del desarrollo cultural”: “En el desarrollo cultural del niño,
toda función aparece
dos ve- ces: primero, a nivel social, y más tarde, a nivel
individual; primero entre personas (interpsicológica), y después, en el
interior del propio niño (in- trapsicológica).
Esto puede aplicarse
igualmente a la atención voluntaria, a la memoria lógica y a la formación
de conceptos. Todas las funciones superiores se originan como
relaciones entre seres humanos” (Vygotski,
1979:
94). Precisamente
son estas relaciones entre seres humanos las responsables
de nuestros
aprendizajes. Los adultos que dominan
los artefactos culturales (saben conducir, ir a comprar, hablar, leer o escribir) ayudan a los menos competentes a conducir, ir de compras, hablar, leer o
escribir. Dicho con otras
palabras, el origen
de los procesos psicológicos
tales como pensar, recordar o hablar
es social por naturaleza.
Vinculado con la reducción a lo individual
subyace la “reducción a lo interno”. Dicho con otras palabras,
hay una separación radical (heredera
del
dualismo cartesiano) entre el mundo privado, subjetivo, psicológico de las
personas (sus pensamientos, recuerdos, deseos, sentimientos, aspiraciones) y el
mundo público, objetivo y físico de los entornos: el contexto (los coches, monumentos,
despertadores o semáforos) que no tiene carácter psicológico. Frente a ello,
Vygotski (1995:
83 y siguientes) sostiene su “principio de la significación” según el cual aquello que nos distingue de los animales es nuestra capacidad para gobernar
nuestra conducta mediante la creación
y utilización de signos. Es decir, medios
auxiliares (de naturaleza sociocultural) que nos permiten autoestimularnos
o, lo que es lo mismo, el hecho de que, entre
el medio y nosotros, hay un
conjunto de instrumentos (lenguaje, oral y escrito, matemáticas, dibujos, esquemas, mapas, ordenadores, etc.) que dotan
la función mental
de un carácter mediado.
La cultura, en definitiva, consiste
en un conjunto de “prótesis”, de amplificadores de nuestros recursos
psicológicos, que nos permite regular
y orientar nuestra conducta, superando nuestras
restricciones biológicas. Un despertador,
por ejemplo, nos levanta por la mañana, mientras que un coche nos lleva a casa,
un semáforo nos da paso o un monumento nos recuerda un heroico o trágico suceso.
Se trata de objetos
con función psicológica como, en el caso de los monumentos, sostener nuestra memoria
colectiva. Por lo tanto, la distinción entre lo psicológico (persona) y lo no
psicológico (contexto) se diluye. La mente está distribuida habiendo, como
decíamos anteriormente, una tensión irreductible, una constitución mutua, entre
personas y contextos. Mien- tras que una abeja o pájaro construyen instintivamente
su colmena y su nido, un arquitecto utiliza sus conocimientos y se ayuda de
un compás, un croquis o una
calculadora.
Finalmente, la “reducción a lo innato” tiende a dotar a
los genes y los cerebros de poder causal y explicativo a la hora de entender
la construcción
psicológica. Esta se explica de dentro (genes, hormonas, cerebro)
hacia fuera (conductas y acciones). El “gen de la inteligencia”, de la “infidelidad” o del “tabaquismo” no
serían más que expresiones exageradas de este punto de vista. Es como si las dudas, miedos, pensamientos, deseos o ilusiones pudieran transmitirse genéticamente o verse
controladas y dirigidas por un determinado neurotransmisor. Ya hemos visto que bajo
un esquema vygotskiano las funciones psicológicas aparecen dos veces,
primero a nivel social, “fuera”,
y después a nivel individual, “dentro”. Ahora la dirección es contraria y el acento
se pone en el origen
social y cultural de la memoria, el pensamiento o
la emoción.
En definitiva,
el enfoque
histórico-cultural de la
escuela rusa, hoy puesto en boga (Daniels, Cole y Wertsch, 2007),
concibe el desarrollo
humano como una construcción social, histórica y cultural, que se realiza a través del andamiaje, el apoyo y
la ayuda de los agentes sociales que enseñan el uso de los artefactos
culturales a través de la realización de actividades compartidas. Lejos de construirse de dentro hacia fuera, de un
modo privado, aislado y solitario, nuestras ideas, creencias, pensamientos
y razones se co-construyen (Valsiner, 2007) a través de la participación
en actividades públicas
y sociales significativas (jugando con los amigos,
asistiendo a la escuela, chateando por la red o mirando el televisor).
La “vivencia humana” como unidad de
análisis
Poco antes de su muerte, en el año 1934, Vygotski estaba enfrasca- do en un libro
sobre lo que llamaba psicología de las edades, es decir, psicología del desarrollo. En unas conferencias dictadas en
el Instituto de Pedagogía de Leningrado en el curso académico 1933/34 Vygotski afirmaba que si bien la conciencia debe ser el objeto de estudio de la psi- cología, la “vivencia humana”
es su unidad de análisis.
“Podemos señalar así mismo la
unidad para el estudio de la personalidad y el medio. En psicología y psicopatología esa unidad se llama vivencia.
La vivencia del niño
es aquella simple unidad sobre la cual es difícil
decir si representa la influencia del medio sobre el niño o una peculiaridad del
propio niño. La vivencia constituye la unidad de la personalidad
y del entorno tal como
figura en el desarrollo (…) la verdadera unidad dinámica de la concien- cia, unidad plena que constituye
la base de la conciencia es la vivencia” (Vygotski,
1996: 383).
En el hecho de “experimentar algo”, de interpretar, de dotar de sentido y
significado la realidad,
resuena las características del organismo (los conocimientos previos, las experiencias, las características psicológicas) y las características del
entorno (los rasgos del medio o de la situación). Por eso, según Vygotski,
la “vivencia” (el modo de interpretar, valorar, juzgar
la realidad) constituye la unidad de análisis de la conciencia ya que expresa, a la vez, las características propias del organismo
y las del con- texto.
Tomemos por ejemplo
una habitación en la cual hay un televisor, una manzana, y lápiz y papel. En función de la persona,
de sus conocimientos previos, sus posibilidades, sus intereses, sus necesidades, se actuará de forma
distinta frente a esta misma situación,
es decir, se construirá una determinada “vivencia” que orientará nuestra acción en el
medio. Por ejemplo, mientras que un niño de un año puede ponerse la manzana en
la boca, uno de diez prenderá el televisor y uno de quince que le guste dibujar tomará el lápiz y papel. En definitiva, tanto las características del
organismo como las del medio o situación confluyen
en lo que Vygotski llamaba “vivencia”.
Dicho esto, no es de extrañar que para Bronfenbrenner, fiel seguidor de la psicología
fenomenológica de Kurt Lewin, el desarrollo humano
no sea más que un cambio
sostenido en el modo en que una persona
interpreta, percibe, experimenta su ambiente y se relaciona con él. Lo
importante no es la situación misma sino cómo el sujeto
la valora, la vive,
la experimenta. Dicho con otras palabras, el ambiente o contexto que tiene
importancia para el psicólogo cultural no es aquel que existe en el mundo
objetivo, sino aquel que aparece en la mente de la persona. En este sentido, “el desarrollo
humano es el proceso por el cual la persona en
desarrollo adquiere una concepción del ambiente ecológico más
amplia, diferenciada y válida, y se motiva y se vuelve capaz de realizar actividades que revelen las propiedades de ese ambiente,
lo apoyen y lo reestructuren, a niveles de igual o
mayor complejidad, en cuanto a su forma y contenido” (Bronfenbrenner, 1987: 47). Cabe destacar
tres aspec- tos de esta definición. Primero, el
desarrollo implica una reorganización de, segundo, la percepción (la “vivencia”) y la acción (que viene mediada
por la vivencia). Tercero, el desarrollo se inserta, siempre, dentro de un
contexto, ya sea concreto (aquellas personas con las que uno interactúa,
por ejemplo) como remoto (las ideas religiosas que prevalecen en una
determinada comunidad, por ejemplo).
En el corazón mismo de la psicología cultural se
encuentra, pues, el estudio de la
vivencia o, según Bruner (1991), los “actos de significado”: aquellas prácticas colectivas que dotan
de unidad, sentido
y propósito la realidad. Esta es, en definitiva, la función pacificadora que Bruner reconoce
en los relatos, mitos, cuentos,
leyendas que tiene
toda empresa cultural. “La función de la historia es
encontrar un estado intencional que mitigue o
al menos haga comprensible la desviación respecto
al patrón cultural canónico” (Bruner, 1991: 61).
Precisamente es una discípula y antigua colaboradora de Bruner, Ka-
therine Nelson, quien desarrolla una aproximación pragmática sobre el
desarrollo infantil basada
en el modo en que los niños
y niñas interpretan, experimentan y analizan la realidad a lo largo de
su progreso evolutivo. “La experiencia es la unidad
básica del desarrollo ya que nada psicológico
pasa sin ella. La experiencia es la transacción de la persona
con aspectos del mundo”
(Nelson, 2007: 8).
En resumen,
la unidad de análisis en la psicología cultural es la viven-
cia, sentido, significado, experiencia, es decir, el modo cómo la persona valora, interpreta, juzga, percibe
aquello que sucede y que le rodea. Es la
vivencia humana aquello
que subyace a la conducta,
acción o actividad. Si una persona
percibe que otra es peligrosa
(por ejemplo, porque tiene otro color de piel), entonces
puede mostrar conductas de aversión hacia él o ella. La pregunta
siguiente que debemos hacernos es: ¿cómo se construye
esta vivencia?, ¿qué relaciones hay entre la cultura y la vivencia humana?
La cultura moldea y es moldeada por la
vivencia humana
Llegados a este momento
de la argumentación resultará obvio y redun-
dante decir que la vivencia no va de dentro hacia fuera (“reducción a lo
individual”), no está genéticamente determinada (“reducción a lo innato”),
no es algo instaurado en el fondo
de nuestro cuerpo
o alma (“reducción a lo interno”), ni es un artificio meramente cognitivo (“reducción a lo racio-
nal”). La vivencia se construye culturalmente, a través de las relaciones que establecemos con las personas, objetos y símbolos
que nos rodean. Además, está sometida al cambio y transformación a través de las crisis o
puntos de inflexión en nuestro modo de valorarnos o de valorar la rea- lidad (un divorcio, una migración, un cambio de trabajo pueden modificar
nuestra percepción de nosotros mismos y de la realidad). La vivencia, también,
se distribuye entre las personas y los artefactos que estos utilizan
(por ejemplo, una vivencia favorable
a un equipo de fútbol se mantiene
y expresa a través de banderas, cánticos y demás rituales colectivos,
que ayudan a moldear y construir este sentimiento). Finalmente, en la vivencia confluyen aspectos intelectuales, cognitivos, con aspectos emocionales, afectivos, motivacionales. Por lo tanto, la cultura
moldea y es moldeada por la vivencia humana.
La cultura moldea la vivencia
humana ya que sabemos que
las personas se desarrollan de distinta manera en función del contexto en
el que participan (Kitayama y Cohen, 2007; Matsumoto, 1994; Nisbet,
2003). Las formas explícitas e implícitas de vida compartida existente en Hong Kong,
por ejemplo, son distintas que las que subyacen en Estados
Unidos, España o Canadá. Incluso las formas explícitas e implícitas de una
determinada comunidad o barrio dentro de Estados Unidos son dis- tintas que las
de otro barrio o comunidad. Por no hablar de los rituales, creencias, pautas
tácitas que caracterizan una determinada familia o un determinado grupo de amigos.
La cultura, pues, lejos de ser algo nacional,
es algo muy concreto que tiene relación con el diseño de las prácticas del día a día. Desde los códigos o aspectos compartidos por un grupo de amigos, miembros de una misma
familia, de un mismo vecindario, pueblo o ciudad, llegando a una misma región, nación o país, la cultura
distribuye sus recursos fuentes
de sentido y significado (sus tecnologías,
sus creencias religiosas, sus prácticas económicas o sus regulaciones
jurídico-sociales). Es a través de la socialización,
de la realización de actividades compartidas, cómo las personas
incorporan, se apropian de estos conocimientos, creencias o prácticas. Por lo tanto,
el modo cómo nos valoramos y cómo valoramos a los otros, así como la interpretación que hacemos
de la realidad (nuestra “vivencia”) está influenciada por estos
conocimientos, creencias y prácticas.
Pero a la vez la vivencia permite
crear y recrear la cultura
ya que de la simbiosis
de interpretaciones personales emergen las vivencias colectivas
y, en definitiva, los espacios simbólicos de la cultura.
En este sentido, la cultura no es algo monolítico, que forma parte de la esencia de algo, sino que
es fruto de la negociación de significados y prácticas que un determi- nado número
de personas realizan. Por ejemplo, en los discursos políticos
enfrentados de la “guerra de Irak”, la “crisis” económica en España o la
Independencia de Kosovo
lo que subyace es una lucha de versiones en- frentadas de la realidad, modos distintas de interpretarla y justificarla, que pretenden convertirse en la versión oficial,
“lo aceptado” y, por lo tanto, en
la vivencia colectiva de una determinada región.
Según el enfoque desarrollado por Jaan Valsiner (2007)
hay una rela- ción bidireccional y de intercambio
entre lo que llama la cultura personal (sistemas de signos, prácticas y
objetos personales) y la cultura social (significados, prácticas y símbolos
compartidos), siendo la cultura en parte
construida personalmente, en parte construida socialmente. Los individuos
contribuyen con su elemento personal a la cultura co-construyéndola. Por
ejemplo, frente a un mismo mensaje cultural
(“fumar perjudica seriamente la salud”) una persona responde
activamente en función de sus propias estructuras de conocimiento y de creencias (puede seguir el mensaje y dejar de fumar, puede reinterpretar el mensaje y
pensar que fumar per- judica si se hace en exceso o puede
hacer caso omiso a la instrucción cultural).
Las situaciones
sociales son orientaciones pero el
individuo siempre puede reinventar la situación moldeando
la realidad a su manera. Por eso la cultura y la vivencia
siempre son el resultado del diálogo de voces (Wertsch, 1991).
En definitiva, es sumamente complejo separar la
conciencia o vida mental (el mundo de las vivencias) del aparato cultural donde
esta se expresa, recrea y construye
(las instituciones
educativas, deportivas, políticas, etc.).
El tejido de nuestras vidas está
íntimamente vinculado con el medio
en el cual nos desarrollamos. A través de la participación en contextos socioculturales formamos una cierta imagen de quiénes somos,
aprendemos los recursos e instrumentos necesarios para ser competen- tes en nuestra sociedad y, nos socializamos interiorizando una
serie de pautas conductuales, normas, códigos, registros, valores y creencias. El desarrollo humano, según esta
perspectiva, está estrechamente relacio- nado con la apropiación (dominio, uso)
de los instrumentos psicológicos y culturales (lenguaje
oral y escrito, matemáticas, lectura,
mapas, dibujos, ordenadores, etc.) que nos permiten ser competentes en nuestra sociedad,
amplificar nuestros recursos
psicológicos y, dotar de sentido y significado
lo que nos rodea. Por ello la mente y su contenido, estando en sintonía con el
momento histórico y cultural, cambia
y se transforma generación tras generación. El mundo cultural
y mental (el conjunto de vivencias co- lectivas y personales) de una persona
de mediados del siglo XIX es muy distinto que el de una persona que
vive a principios del siglo XXI. Ello obliga
a que la psicología, sus temas de estudio, así como sus enfoques
y métodos, deban de reinventarse constantemente para responder a los cambios
históricos y culturales que acabaran modificando nuestras mentes.
De lo dicho hasta el momento se concluyen varios
principios que nos parece forman parte del núcleo o fundamento de la psicología
cultural. Por una parte,
el fenómeno psicológico (la vivencia humana,
personal y social) es cultural por naturaleza. Esto quiere decir que el
desarrollo humano se realiza a través de la participación en formas de vida que generan pensamientos, deseos,
motivaciones, emociones y conductas. Como Durkheim resaltaba en su tiempo, se
trata de “hechos sociales” formados por procesos compartidos que trascienden los procesos es- trictamente individuales. Ello no quiere decir que
lo colectivo se asuma individualmente sin más. Nada cultural puede ser
producido sin la asun- ción, recreación o intromisión de un sujeto que
experimenta (interpreta, valora) la realidad siendo, no obstante, la
precondición cultural el origen de toda vivencia.
Por otra parte,
el origen y carácter cultural
del fenómeno psicológico se transmite, crea y recrea a través de actividades o prácticas
socioculturales. Las actividades son conductas organizadas socialmente que permiten a las personas construirse, es decir, estructurar el cómo pensamos,
percibimos, imaginamos, hablamos, sentimos y recordamos. Un día nacional, por ejemplo, es una fiesta
que tiene el objetivo de cons-
truir cierta solidaridad grupal e identidad colectiva a través del recuerdo de héroes y narraciones y la exhibición de los rasgos propios (banderas, danzas, rituales, creencias).
El campo de la psicología cultural, nacida remotamente y con un fuerte
impulso hacia la década de los 90 del siglo
pasado, representa un esfuer-
zo interdisciplinar para entender cómo la mente
(las vivencias humanas)
constituye
la cultura y cómo la cultura constituye la mente. Para ello se examina
la construcción sociocultural de la persona (de sus pensamientos,
emociones, motivaciones, percepciones, su identidad, moral o juicio),
así como la construcción sociopersonal de la cultura (las prácticas de sentido
y significado que interpretan, crean
y manejan la realidad). Sin embargo,
las ideas son importantes en función de aquello que se puede hacer con ellas. Un análisis teórico no es
definitivo sino incluye una mirada a su aplicación práctica. Tema
que ocupará nuestro último apartado.
Algunas consideraciones para la aplicación de la
psicología cultural
La formación de
las identidades personales y
colectivas (nacionales, étnicas, religiosas, lingüísticas), los procesos migratorios, la reestructu- ración de las prácticas educativas, la centralidad del consumo de bienes
materiales y simbólicos, la heterogeneidad de estructuras familiares, las
consecuencias psicosociales de Internet y los mass media, la práctica
terapéutica como práctica
sistémica y narrativa
o las transformaciones en el mundo laboral se convierten en tópicos de estudio para una psicología cultural.
Una psicología
no individualista, ni innatista, ni interna, ni exclusivamen- te racionalista postula que los mecanismos o factores
asociados al cambio,
por lo tanto, susceptibles de intervención, no están en los genes, dentro de las personas, sino que se distribuyen entre
las personas significativas, los recursos o artefactos
que se utilizan y los contextos a través de los cuales nos desarrollamos. En esta perspectiva el psicólogo no interviene
solamente con la persona que presenta una determinada demanda. El psicólogo
educativo y social interviene en la comunidad, el laboral en la empresa y el clínico en el sistema de relaciones de un individuo. Todos ellos comparten un mismo objetivo:
ampliar las cuotas de bienestar
personal y social, así como
mejorar la calidad de vida de las personas y colectivos.
Uno de los programas
psicoeducativos más populares inspirados en la psicología cultural es la
Quinta Dimensión. Su máximo promotor,
Michael Cole (1996), defiende que
la cultura
es un
medio entretejido conjuntamente a través del cual se desenvuelve la vida humana. Este medio consiste en una serie
de artefactos (físicos y simbólicos a la vez) y relaciones sociales que hacen
posible el traspase, generación tras
generación, del uso de los instrumentos que conforman y mediatizan la
estructura y el contenido de nuestra vida mental y, por lo tanto, nuestra conducta. Establecido en la década de los 80 del siglo pasado la Quinta
Dimensión nace con el propósito de mejorar el desarrollo de niños y niñas
a través de intervenciones realizadas después de la escuela. Se trata, en definitiva, de generar microculturas (conocimientos, creencias, conductas y costumbres compartidas por los miembros
de un grupo) que propicien
la apropiación de determinados artefactos. Las evaluaciones realizadas han
demostrado que el programa tiene efectos positivos
significativos sobre el desarrollo intelectual y social de los
participantes, además de ganancias académicas en áreas como la lectoescritura o
las matemáticas. El éxito de la propuesta se explica, según los autores (Cole y
DLC, 2006), por la realización de ejercicios de enriquecimiento intelectual a través de juegos
interactivos con la ayuda de ordenadores (actividades altamente atractivas por
los niños y niñas); por la implicación de estudiantes universitarios que colaboran en las actividades y por el carácter
flexible y altamente
motivador de la microcultura
creada.
Otra experiencia educativa situada en el marco de la psicología cultural
o sociocultural es la combinación realizada por Alex Kozulin (1998)
entre la teoría vygotskiana y la teoría del educador
israelí, Reuven Feuerstein. El proyecto, llamado programa
de “Enriquecimiento Instrumental” tiene el objetivo de propiciar el dominio de los instrumentos simbólicos de una
cultura a través de la identificación
de las lagunas cognitivas que deben
ser superadas mediante intervenciones educativas. Estas intervenciones
educativas se basan en la creación de aprendizajes mediados. El “apren- dizaje mediado”
se da cuando un adulto o compañero
más capacitado se sitúa entre el entorno y el aprendiz,
seleccionando, modificando, amplifi- cando e interpretando los objetos y procesos para el niño.
Originalmente concebido como método para desarrollar el potencial de
aprendizaje en adolescentes con carencias socioculturales, el programa de
“Enriqueci- miento Instrumental” proporciona materiales carentes de contenido
con el objetivo de fomentar las
operaciones básicas necesarias, enseñar conceptos o estimular el
razonamiento reflexivo. Por ejemplo, podemos enseñar a categorizar mediante distintos ejercicios visuales como clasificar
distintos cubos por tamaño y color.
Tanto la Quinta Dimensión
de Michael Cole como el programa de Enri-
quecimiento Instrumental de Alex Kozulin
son ejemplos de lo que conlleva
aplicar los principios de la psicología cultural
a la intervención educativa.
Hay otros modos de hacerlo (Daniels, 2003) pero ambas experiencias nos parecen
lo suficientemente ilustrativas como para poder mostrar la aplicabilidad de una psicología
orientada culturalmente. Otro modo de
hacerlo nos remite al campo clínico.
Aunque partiendo de un enfoque distinto al vygotskiano,
la terapia narrativa y sistémica
(Ochoa de Alda, 1995) representa
un modo de
concebir la relación e intervención terapéutica muy distinta a la tradicio- nal
imagen del psicólogo frente al diván. En este tipo de psicoterapia se conciben los trastornos psíquicos
como expresión de las alteraciones en las interacciones, estilos relacionales y patrones
comunicacionales de una determinada unidad cultural entendida
como un sistema (de amigos, de trabajo, familiar, de pareja).
No es de extrañar, pues, que las sesiones estén orientadas al sistema (las
distintas personas que configuran una determinada realidad social) y no a los individuos
aislados. Ya hemos visto que la psicología
cultural postula el origen
sociocultural de la men-
te humana y, por lo tanto, la
necesidad de intervenir fuera del individuo (en el contexto en el que
participa, en las relaciones que mantiene o en los artefactos que utiliza). De
hecho, el objetivo primordial de la terapia narrativa consiste en
“externalizar” los problemas, es decir,
en separar lingüísticamente un determinado problema de la identidad personal
del usuario. El lema sería: “la persona nunca es el problema, el problema es el problema y está situado y distribuido en un ambiente
relacional”. Con la ayuda de artefactos narrativos como, por ejemplo,
una “carta de despe-
dida” (White y Epston,
1993) las personas y colectivos pueden reescribir sus vidas liberándolas de los relatos
dominantes saturados de problemas.
Sin duda alguna
queda mucho camino
por recorrer en la aplicación de la psicología cultural pero pensamos que su empresa es lo suficientemente
sugerente como para dedicarle el tiempo que se merece. Al fin y al cabo las ideas siempre
tienen su tribunal
en el campo de la intervención. Dicho con
otras palabras, las ideas son
relevantes en función de aquello
que podemos hacer con ellast
Girona (España), Octubre de 2008.
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