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miércoles, 13 de julio de 2011

PSICOLOGÍA CRÍTICA: CONEXIONES CRÍTICAS


PSICOLOGÍA CRÍTICA: CONEXIONES CRÍTICAS


Parker, I. (2002) ‘Psicología Crítica: Conexiones Críticas’, Cuadernos de Psicologia Social (Tema: Políticas, Sujetos y Resistencia: Debates y Críticas en Psicología Social), 1, pp. 73-106. Santiago de Chile: Editorial Arcis (issn: 0717-9359).

Ian Parker

Para postular los elementos básicos de una definición por psicología crítica’ tenemos que desarrollar una explicación histórico-cultural de la emergencia de las diversas tendencias ‘críticas’ y establecer ‘conexiones críticas’ entre la multitud de actividades que se definen a sí mismas como críticas. Si somos capaces de reunir todas esas tendencias y actividades, nuestra concepción de ‘límite’ tendrá que ponerse entre paréntesis. Habrá que cuestionarse los límites que separan a los que están dentro de los que están fuera de la disciplina, los límites que diferencian entre académicos, profesionales y usuarios de servicios, o los límites que marcan quiénes son adecuada o inadecuadamente críticos. Con una visión que busca ser amplia y generosa de lo que constituye los fundamentos de una psicología crítica, revisaré los desarrollos que se han dado en el ‘interior’ de la psicología, para pasar inmediatamente a dar una explicación del trabajo crítico en el ‘exterior’ de ésta y, más tarde, volver a las actividades que operan ‘en y contra’ la disciplina. Finalmente, en la última sección mostraré cuatro características que podrían definir el contradictorio campo de la ‘psicología crítica’.


En el interior de la psicología

La psicología crítica, en los últimos años, ha emergido muy rápidamente en los foros académicos, llevando hasta su máximo límite la actividad reflexiva y auto-crítica que debería caracterizar a cualquier buena investigación psicológica mainstream[1]. También hay que añadir que no hay nada especialmente particular en la psicología académica, frente a otras disciplinas, que la haga más susceptible de un trabajo crítico; así, sería igual de importante, por ejemplo, desarrollar una crítica radical en la teoría sociológica, y esto es algo que deberíamos todos tener siempre muy claro cuando nos apoyamos en los recursos que proporcionan otras disciplinas. Incurriríamos en un craso error si pensásemos que el trabajo en otras disciplinas es necesariamente más crítico que el que se desarrolla en la nuestra. Es cierto que hay algo especialmente poderoso en la psicología como tal disciplina, pero no deberíamos renunciar a entender siempre que nuestro trabajo crítico en ésta debe ir acompañado por una perspectiva crítica paralela sobre otras prácticas de opresión.

En los últimos veinte años ha habido dentro de la psicología un fuerte número de desarrollos teóricos y metodológicos que proporcionan, al menos para algunos, la apariencia de que se están dando cambios profundos y radicales en la disciplina. La manera de revisar esos desarrollos reflejará tanto la total preeminencia de los EEUU de América en la evolución de la psicología como mi propia posición en el Reino Unido. Intentaré revisar los principales desafíos que en todo el globo le han surgido a la psicología anglo-americana, no obstante, sería ridículo pretender que podemos escapar tan fácilmente a la división centro-periferia que hoy por hoy marca tanto nuestra teoría como nuestra práctica.

Debates radicales

En los Estados Unidos ha habido un largo y sostenido desacuerdo entre la corriente conductista –que engrosó sus filas en la década de los cincuenta con los enfoques que provenían del procesamiento de la información, de la computación y de ‘las ciencias cognitivas’- y una pequeña pero ruidosa oposición fenomenológica. La fenomenología fue un importante recurso para las críticas humanistas de la psicología que aparecieron en la década de los sesenta. Los debates sobre el valor de la experimentación de laboratorio en la psicología social durante las postrimerías de los sesenta y la ‘crisis’ de principios de los setenta, estuvieron impregnados por la oposición entre conductismo y fenomenología e hicieron del ‘self’[2] la arena en la que el conflicto entre ambas corrientes debía ser dirimido. En Gran Bretaña, por tomar un ejemplo, una de las alternativas que ofrecía el amplio abanico de ‘teorías de la personalidad’ de los Estado Unidos, la teoría del constructo personal de Kelly, fue radicalizada y adquirió un carácter fenomenológico y social mucho más allá de lo que hasta ese momento se había podido ver en los Estados Unidos. A pesar de algunas ocasionales y duras críticas provenientes del movimiento de psicología radical británico (Skelton-Robinson en los setenta), esta teoría se convirtió en un elemento central para los psicólogos clínicos críticos que trabajaban en el Servicio Nacional de Salud (National Health Service). La tradición kelliana ha sobrevivido en grupos como ‘Psychology and Psychotherapy Association’ (Asociación de Psicología y Psicoterapia) y en la revista Changes.


El humanismo, Kelly y la fenomenología permanecerán en el substrato que hay en las versiones del ‘nuevo paradigma’ en psicología social (Armistead, 1974; Reason and Rowan, 1981). La combinación de la fenomenología con el marxismo también nos aporta explicaciones útiles para entender la psicología como forma de reificación (Ingleby, 1972). Tales herramientas conceptuales estarán presentes en los movimientos estudiantiles más activos de los setenta, movimientos como Rat, Myth and Magic (Rata, Mito y Magia) (década de los setenta). También encontramos conexiones con asuntos ‘sociales’ similares en la psicología evolutiva y, en algunos casos, críticas desde un punto de vista marxista (Riley, 1978). Para muchas personas, tales como las implicadas en el Reino Unido en las publicaciones Humpty Dumpty y Red Rat, todo esto llevó a un compromiso con una teoría psicoanalítica de las relaciones objetuales más humanista, una línea de interés que conectó con el incipiente movimiento llamado Centro de Terapia de Mujeres (Eichenbaum and Orbach, 1982; Ernst and Maguire, 1987).

Desde los años setenta, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, encontramos una filtración de radicales de la ex-psicología en la psicoterapia psicoanalítica. Ocurre algo similar, aunque más alarmante por su mayor grado, en culturas de habla francesa y española fuertemente influenciadas por el trabajo de Lacan. En algunos casos, el descubrimiento del psicoanálisis ha significado el descubrimiento paralelo de que los radicales son demasiado optimistas en lo que se refiere al cambio social (Craib, 1988; Richards, 1988). Ciertas revistas estadounidenses, con muy corta vida, dedicadas a la psicología radical o pasaron rápidamente de la crítica general de la disciplina al compromiso con el psicoanálisis, como fue el caso de Psychology and Social Theory (Psicología y Teoría Social) (Parker y Jones, 1981; Parker et al. 1981), o, pocos años más tarde, parten de la premisa de que el psicoanálisis es la base para una crítica eficaz de la psicología, como es el caso de PsychCritique (Bassin et al., 1985) y ahora parece ocurrir con su sucesora PsychCulture.

La Psicología social en los Estados Unidos fue también origen, durante la llamada ‘crisis’, de reflexiones sobre el carácter histórico de la psicología social (Gergen 1973). Las elaboraciones de este argumento ahora inspiran la línea ‘socioconstruccionista’, línea que posee una crítica que ha ampliado su punto de mira y acción a la psicología en general. Las versiones de un ‘nuevo paradigma’ en psicología social que se apoyaban en el estructuralismo y las teorías del ‘lenguaje ordinario’ (Harré y Secord, 1972; Harré, 1979) se han vuelto más ambiciosas y vindican una ‘segunda revolución cognitiva’ –sucesora de la que desplazó al conductismo radical en los cincuenta- en la disciplina (Harré y Gillet, 1994). Tanto los sucesores de la vertiente fenomenológica y socioconstruccionista del movimiento de psicología radical como los de la vertiente más estructuralista y lingüística convergen, en este momento, en sus críticas al discurso analítico de la psicología, el uso que hacen de las ideas postmodernas (Potter y Wetherell, 1987; Parker y Shotter, 1990) y los intentos de definir una psicología ‘postmoderna’ (Kvale, 1992). Los escritos ‘post-estructuralistas y la discusión en profundidad del trabajo de Lacan y Foucault llegaron en los setenta a la psicología británica de la mano de la revista Ideology & Consciousness (Ideología y Conciencia) (Adlam et al., 1977). La obra Changing the Subject (El cambio del Sujeto) (Henriques et al., 1984), que emergió de ese proyecto, después incluso de que la propia revista quebrase, se constituyó en una poderosa inspiración para aquellos que deseaban recuperar en los ochenta algo del movimiento de psicología radical de los setenta.


Algunos de estos autores, otros no, por cierto, se denominarán ‘psicólogos críticos’. Algunos de ellos simplemente tienen interés en desarrollar una descripción más adecuada del lenguaje y del self y no están directamente interesados en la comprensión y cambio de las estructuras de poder que mantienen a esas formas de lenguaje y personalidad en el lugar que ocupan. Aunque el feminismo, por ejemplo, tardíamente fue reconocido como fuente importante de ideas críticas en los debates sobre la posibilidad de un nuevo paradigma (Reason y Rowan, 1981), y ha habido intentos de conectar el trabajo feminista con el análisis del discurso (Wilkinson y Kitzinger, 1995), este movimiento social radical, tan importante en los debates paralelos de la sociología o de la política, ha sido rápidamente marginado o silenciado. El trabajo feminista, que había aparecido en la psicología radical y en el movimiento de psicoterapia de los setenta (Brown, 1973; Radical Therapist Collective, 1974) emergió en los debates académicos de la mano de la psicología social (Wilkinson, 1986) para ampliar su radio de acción a la práctica de la psicología en general (Burman, 1990). El activismo de gays y lesbianas, que fue muy rápidamente reivindicado por el trabajo norteamericano más mainstream bajo la forma de una ‘Psicología Gay o de Lesbianas’, en la última década, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, ha sido un recurso y un foro importante para la gestación de envites prácticos e ideológicos contra la disciplina (Brown, 1989; Kitzinger, 1987). Dado que todavía queda, sin embargo, un enorme impulso reflexivo radical en todas esas líneas de trabajo, la psicología radical debería esbozar conexiones entre todos esos análisis preocupados por la construcción del conocimiento psicológico y las funciones políticas de éste.

La psicología crítica, que ya es muy sensible a la producción histórica de los conceptos y enfoques de la disciplina, debe estar atenta al hecho de que las ‘alternativas’ sólo operan como tales alternativas en contextos muy determinados. Como botón de muestra muy general, hay están las cuestiones referidas al ‘relativismo’ y el ‘realismo’ que en psicología operan de manera muy diferente según sea el contexto en el que se plantean, y, por supuesto, no hay nada que marque qué es una posición necesariamente ‘radical’ y qué es una posición ‘conservadora’. La psicología crítica no debería definirse siempre como ‘relativista’ (aunque sea posible tratar todos los objetos de la disciplina como construcciones sociales) o siempre como ‘realista’ (aunque se desee dar una explicación de todas las condiciones sociales subyacentes que dan origen a ciertas ideas en la disciplina) (Parker, 1998). A pesar de que la psicología crítica puede aunar una amplia variedad de perspectivas críticas, ésta no prescribe que una posición epistemológica sea pre-eminente sobre la otra. Esto incluye la reflexión sobre la desactivación que a veces lleva a cabo el relativismo de algunos argumentos radicales y el aliento que otras veces da el realismo a las vindicaciones de verdad que hace la disciplina frente a sus críticos. A pesar de todo esto, una declaración sobre las ventajas y desventajas políticas de las diferentes disciplinas parece requerir algún tipo de apuesta realista.

Con respecto a los enfoques específicamente críticos, podemos encontrar ocasiones en que los defensores de éstos, puedan ser cómplices, en otros contextos, con las prácticas más conservadoras de la disciplina. El trabajo de Kelly, por ejemplo, es todavía una teoría de la personalidad completamente mainstream en los Estados Unidos, y los autores británicos más fenomenológicamente radicales y seguidores de la línea que marca el trabajo de ese autor no pueden publicar en sus revistas. Otro ejemplo es el ‘dialecto británico’ de la Metodología-Q. En las manos de ‘Beryl Curt’ ha sido una herramienta para un trabajo radical muy distinto del que esta metodología ha generado en los Estados Unidos y toda una inspiración para una generación de lo que ahora podría llamarse ‘psicólogos críticos’ (Curt, 1994; Stainton Rogers et al., 1995).


La fenomenología, en particular, tiene una lamentable historia de connivencia con el régimen de apartheid en Sudáfrica, mientras que los enfoques experimentales y de laboratorio que estudiaban desde la psicología social el conflicto de grupo se han constituido allí como verdaderos recursos críticos. El psicoanálisis ha gozado de prestigio y poder en la psicología mainstream de algunas zonas de Escandinavia como ‘psicología del ego’ y como teoría lacaniana en partes de Sudamérica. En estas zonas, las alternativas radicales han tenido que mirar a otros espacios académicos para encontrar su soporte teórico. Mientras que la actividad teórica ha sido una de las importantes fuentes del trabajo radical, así ha ocurrido en Francia (Sève, 1978), o en la habitualmente llamada ‘Psicología Crítica’ en Alemania (Tolman, 1994) y por extensión en Dinamarca, ha operado, por otro lado, como psicología mainstream en los estados burocratizados de la Unión Soviética y Este de Europa hasta la década de los noventa. En esta línea, la berlinesa Kritische Psychologie intentó construir una ‘ciencia del sujeto’, y aunque su trabajo frecuentemente reivindicó la conexión con la práctica, también permitió un trabajo puramente académico y científico que no necesitó conectar con los usuarios de los servicios de psicología (Tolman y Maiers, 1991). El rechazo de esa ciencia en particular no soluciona el problema más general que nos ocupa. También podemos mencionar que los enfoques ‘postmodernos’ más aparentemente radicales han podido ser utilizados, la India es un ejemplo que viene al caso, para sostener prácticas culturales de opresión. Tal ejemplo muestra claramente que eso que puede parecer más ostensiblemente crítico dentro de una disciplina académica puede, llegado el caso, no constituirse a sí mismo como crítico de la opresión que sufre la mujer en otras partes del mundo. (Mitter, 1994).

El margen radical

En el margen radical del interior de la psicología están aquéllos que han sacado a la luz las asunciones ideológicas y los juegos de poder de la disciplina. El desarrollo de una ‘reflexividad disciplinaria’ en psicología (Wilkinson, 1988) ha presentado debates y formas de organización que han sido desarrolladas en otras ciencias humanas y políticas feministas, y ciertos foros institucionales, como es el caso de la revista Feminism Psychology (Psicología feminista), han proporcionado un espacio para iniciativas académicas y prácticas que señalaban el sexismo, heterosexismo, racismo y opresión de clase de la disciplina (Kitzinger et al., 1992; Bhavnani y Phoenix, 1994; Walkerdine, 1996). La psicología crítica, en la medida en que es posible para una actividad que incorpora hombres y mujeres trabajando para desafiar y cambiar la así llamada disciplina, es también una ‘psicología feminista’.

Versiones últimas de la reflexión crítica sobre la moralidad y la política de la psicología (Prilleltensky, 1994), la auto-denominada ‘Psicología Crítica’ (Fox y Prilleltensky, 1997) o la ‘Psicología Social Crítica’ (Ibáñez e Íñiguez, 1997), ahora incluyen perspectivas feministas. Y a su vez, las propias perspectivas feministas en la disciplina han auto-desarrollado una reflexión crítica, una deconstrucción progresiva y fuertes conexiones con la práctica (Burman, 1998; Burman et al., 1995). Uno de los particulares esfuerzos de las psicólogas feministas ha sido comprometerse con su derecho a organizarse separadamente como mujeres. En algunos contextos, tales como el del Reino Unido, ha sido necesario argumentar que hay un dominio intelectual específico que requiere una organización académica diferente. En otros contextos, tales como el de Escandinavia, la organización de las mujeres en la psicología se ha dado al abrigo de una actividad sindical, lo que ha hecho posible conectar, más allá de la disciplina, con amplias cuestiones relacionadas con la práctica y la opresión.

En el exterior de la psicología


Mientras se da todo esto, un importante número de críticas radicales ‘fuera’ de la psicología han llevado a la formulación de nuevos modelos sobre la mente y a nuevas prácticas que nos permiten entender y reconfigurar las relaciones sociales. Este ‘exterior’ no es, por supuesto, completamente externo al complejo-psy. Las redes de teorías e instituciones relacionadas con la mente y el comportamiento y que configuran el complejo-psy en la cultura occidental (y el resto del mundo, ahora penetrado y organizado precisamente por esa cultura) incluye las explicaciones más diversas y ‘alternativas’ (Ingleby, 1985; Rose, 1985). Sería más adecuado decir que los ‘exteriores’ están, más bien, en los márgenes del complejo-psy. A veces, pocas veces, éstos escapan a las asunciones de este último, pero siempre deben adoptar y adaptar ideas que circulan alrededor de él. La psicología crítica trabaja con esas exterioridades como aliados, exterioridades que tienen una comprensión idiosincrática de lo que hace la psicología y, por esa razón, a veces una comprensión más sofisticada.

Diferentes disciplinas

Algunos de los más vibrantes recursos teóricos para las críticas internas de la psicología, ya sea el humanismo de la Teoría Crítica o el post-estructuralismo, han sido mantenidos en disciplinas vecinas. Explicaciones del complejo-psy que descansan en el trabajo de Foucault, por ejemplo, han sido desarrolladas en la revista Ideology & Consciousness (Rose, 1979) para llegar más tarde a la psicología (Ingleby, 1985). Sin embargo, el principal recurso de la reflexión crítica sobre la emergencia del complejo-psy proviene de la sociología (Rose, 1985, 1989). Esto no nos debería llevar a idealizar los desarrollos que se dan en otras disciplinas, y una psicología crítica debería incluir tanto la sociología crítica como tradiciones más escépticas de la línea mainstream en otras disciplinas que tienen más que ver con la acción y la experiencia. La división entre la psicología y la sociología es un buen ejemplo de una división de trabajo netamente académica que anima a la gente a creer que lo que hacen como individuos y lo que hacen en sociedad son compartimentos separados.

Los argumentos del ‘nuevo paradigma’ que aparecen en los setenta y del ‘giro discursivo’ de los ochenta, y estos son sólo algunos ejemplos, descaradamente saquearon las teorías del ‘lenguaje ordinario’ de la mente y de la ‘construcción social’ de la realidad que había en la filosofía y la sociología; y mientras esas teorías parecían realmente nuevas para muchos psicólogos/as, el hecho era que ya había un corpus importante de autores en otro lugar ayudando a los radicales. Las discusiones en la revista estadounidense PsychCritique o en la británica Ideology & Consciousness, por ejemplo, descansaban en la tradición de trabajo de la Escuela de Frankfurt o del postestructuralismo francés. Los actuales debates sobre el racismo que hay en la psicología incluyen ejemplos concretos de análisis de revistas y manuales (Billig, 1979; Howitt y Owusu-Bempah, 1994), así como investigaciones que hablan de movimientos fascistas (Billig, 1978), sin embargo, las exploraciones conceptuales y teóricas del orientalismo y la ‘alteridad’ que permean las imágenes psicológicas de la raza sólo se han desarrollado adecuadamente en la teoría literaria postcolonial y en los estudios culturales (Said, 1978; Spivak, 1990). Todavía es raro encontrar análisis del lugar que ocupa la psicología en las redes de relaciones de explotación que se dan entre el mundo sobre-industrializado y el llamado ‘tercer mundo’ (Sloan, 1990).

En el exterior de la disciplina


Innovadores recientes han leído un poco más y se han ido un poco más lejos para importar las ideas deconstruccionistas sobre la textualidad que hay en la teoría literaria y las explicaciones postmodernas que sobre el espacio se dan en algunos tipos de geografía. Los psicólogos críticos pueden viajar con ellas ocasionalmente y pueden visitar lugares lejanos y ajenos a las instituciones académicas y también, por supuesto, contemplar las contribuciones teóricas de algunas de esas personas que hacen un trabajo progresista en el mundo real. A título de ejemplos podemos citar aquí tres dominios.

En primer lugar podemos hablar de la educación y de como los enfoques radicales han tendido a desarrollarse fuera de los Estados Unidos de América y Europa. En EEUU y GB el antiguo movimiento de la ‘escuela libre’ privada fue una inspiración para aquellos que creyeron que podía haber mejores maneras de entender e implementar el desarrollo, pero esto tendió a desaparecer con Reagan y los ochenta. El proyecto de ‘concientización’ como una parte de la investigación que se lleva a cabo en Latinoamérica ha proporcionado modelos alternativos de lo que podría ser la evolución del infante, las maneras en las que este proceso de evolución se extiende a través de toda la vida sin quedar restringido a la etapa infantil y las conexiones que siempre tienen esos procesos con la supresión o desarrollo de la conciencia política. El trabajo de Paulo Freire en Brasil y de Orlando Fals-Borda en Colombia ha tomado prestado elementos de las mejores tradiciones de la investigación-acción, dando, sin embargo, un giro radical a las ideas norteamericanas y forjando una estrecha conexión entre la investigación, la acción y el “empowerment”[3]. El enfoque general de la Investigación-acción Participativa que tanto ha sido combatido en Latinoamérica también se ha desarrollado en Indonesia.

En ese trabajo encontramos importantes contribuciones metodológicas, puesto que la investigación-acción participativa ha sido parte de una nueva manera de producir y reflexionar sobre el conocimiento que ha conseguido romper con las nociones de la psicología tradicional y ha conseguido fundamentar la práctica del investigador en la realidad social más allá de la determinación de la simple elección de sus textos de referencia, diferencia que ha alejado este trabajo de la ‘teoría fundamental’ sociológica de la tradición liberal norteamericana. La politización de la psicología educacional y social en Latinoamérica posee mucho de esta práctica de investigación participante, y allá donde ha habido ideas importadas de Europa, éstas han sido integradas y recuperadas desde esa perspectiva progresista (Montero, 1987). El trabajo del psicólogo social Ignacio Martín-Baró en El Salvador, asesinado por el régimen militar en 1989, ha sido una inspiración muy especial (Aron y Corne, 1994; Pacheco y Jiménez, 1990). Los psicólogos/as críticos/as de allí y de aquí están en deuda con su trabajo.


En segundo lugar podemos hablar del trabajo social -y aquí incluimos el trabajo comunitario, el trabajo en salud, en salud mental y el trabajo de ayuda y voluntariado en organizaciones no gubernamentales- y de las discusiones que desde éste se han generado sobre temáticas como la subjetividad y el cambio social que no tienen nada que ver con la psicología mainstream. La psicología como empresa académica ha estado en perpetua disputa demarcacional con la filosofía, sin embargo, esto no ha sido así en la práctica profesional de la psicología, práctica que ha encontrado fundamentos para su acción en el trabajo social. Las conexiones olvidadas con la práctica del trabajo social radical podrían ayudarnos a dar vigor a la psicología crítica. La exploración de las interrelaciones que hay entre el trabajo y la personalidad en los escritos de Lucien Sève (1978), por ejemplo, se ha desarrollado precisamente en el trabajo social radical que ha habido en el Reino Unido (Leonard, 1984). En las difíciles condiciones que tenía la psicología radical bajo el régimen del apartheid en Sudáfrica, cuando la fenomenología mainstream de la disciplina estaba operando codo con codo con el régimen, la principal actividad de ‘los/as psicólogos/as críticos/as’ era paralela y común a la que llevaban a cabo activistas antiapartheid en las comunidades y lugares de trabajo social. En la Organización para Servicios Sociales Apropiados en Sudáfrica (OSSASA), los/las psicólogos/as no trabajaron como psicólogos, sino más bien como una parte más de un amplio movimiento de resistencia y soporte social (Nicholas, 1994). La investigación radical que exponía la tortura policial fue capaz de utilizar la retórica de la ciencia social para enmarcar y contextualizar las estadísticas y las explicaciones de las víctimas (Foster, 1987). Del mismo modo, la revista Psychology in Society (Psicología en Sociedad) operó como punto de resistencia para muchos activistas en psicología y en trabajo social más general (precisamente, después de la caída del régimen del apartheid, hubo propuestas por parte de algunos de estos activistas para crear una división de ‘Psicología Crítica’ en la Sociedad Psicológica de SudÁfrica).

Como tercer ejemplo, podemos mencionar el abanico de desarrollos que ha habido en terapia. La demanda de terapia como alternativa a los tratamientos farmacológicos ha constituido una demanda humanista radical desde la década de los cincuenta. Es en esta línea que la conexión entre un interés en un tipo particular de servicio y una reflexión necesaria sobre las condiciones institucionales que lo frustran creo un contexto en el que diversas terapias, poderosas y radicales, florecieron. Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, el movimiento de psicología radical aglutinó a defensores y críticos de la terapia (Brown, 1973; Radical Therapist Collective, 1974). Aquí se dio, no obstante, una paradoja: las principales críticas a la psiquiatría y a la psicoterapia han provenido de la derecha libertaria –en la que desafortunadamente tenemos que incluir a Szasz (1961)- de los Estados Unidos antes que de la izquierda del Reino Unido, izquierda que se replegó alrededor del liberal Laing (1965) y más tarde lo siguió en su desplazamiento hacia la psicoterapia (Sedgwick, 1982). Esta tendencia, resistida por algunos (en Asylum, habría un ejemplo), ha tomado multitud de diferentes formas en diversos grupos y corrientes ideológicas, incluyo aquí el movimiento de crecimiento personal que se refleja en la revista Self and Society y las corrientes psicodinámicas y feministas que encuentraron voz en Humpty Dumpty y más tarde en los Centros de Terapia de Mujeres. El Colectivo de Ciencia Radical del Reino Unido (1984) que fundó la revista Free Associations, en parte sobre la premisa de que el psicoanálisis inglés era ‘La-izquierda-del-centro’, ha modificado de manera similar sus ambiciones políticas a lo largo de esta década (Cooper y Treacher, 1995). Incluso entre los más duros con el humanismo individualista de la terapia, se ha optado frecuentemente por alguna versión del psicoanálisis (Jacoby, 1977).

El psicoanálisis radical, en el trabajo de Marie Langer (1989) en Uruguay, Argentina, México y Nicaragua, por ejemplo, ha tendido a desarrollarse fuera de la psicología para ser más tarde adquirido por los psicólogos. Además, en algunos casos, el psicoanálisis se ha combinado con la resistencia política, tal es el caso de los trabajos de Slavoj Zizek’s (1989) en Esolovenia . Sus trabajos, primero fueron debatidos en la filosofía y los estudios culturales para más tarde llegar al foro de la psicología. Parte de la clave que explica esta situación la encontramos en el hecho de que las tendencias radicales frecuentemente han sido silenciadas por el establishment psicoanalítico conservador (Jacoby, 1983). Esto también explica que los radicales hayan identificado el psicoanálisis con la represión y hayan concluido que el propio proyecto de la terapia es opresor (Rush, 1977; Masson, 1990). De nuevo, debemos tener cuidado y no imaginar que otras disciplinas ofrecen alternativas progresistas perfectamente acabadas para la psicología, así como buscar aliados que estén trabajando como parte de la oposición radical en diferentes dominios académicos y prácticas profesionales.

Algunas corrientes dentro de la terapia familiar, frecuentemente lideradas por aquéllos que tienen una primera formación en trabajo social, se han apoyado en ideas deconstruccionistas y discursivas para transformar la terapia sistémica y volverla alguna cosa mucho más liberadora. Las ideas deconstruccionistas pueden ser tomadas, como ocurre frecuentemente en la teoría literaria norteamericana, como el fundamento para elaborar rechazos relativistas, alegres e implacables, del compromiso político. ¿Qué es la política, dirían ellos, sino otro mero texto (e.g., de Shazer, 1991)? No obstante, en sitios como Australia o Nueva Zelanda, esas ideas se han utilizado para elaborar formas de terapia desmitificadora y con efectos de “empowering” (White y Epston, 1990). Al igual que ocurre con los debates entre el relativismo y el realismo o con la tensión entre los métodos de investigación cualitativa y cuantitativa en psicología, necesitamos traer el impulso radical de esta terapia familiar a nuestro foro, y la psicología crítica debe acercarse al proyecto político de los terapeutas narrativos cuando éste es conectado con cuestiones de poder, abuso profesional y justicia social (Waldegrave, 1990; Epston, 1993). En este punto, precisamente, podemos observar una ruptura radical con la terapia familiar, puesto que la familia no es vista como locus de patología, sino que son, concretamente, los sistemas de discurso que atrapan a las personas en familias y en una ideología familiarista los que se consideran parte del problema (Parker, 1999).

En y contra la psicología

La psicología crítica se extiende a través del límite que separa el interior del exterior de la disciplina. Esta primera no es sólo ‘interdisciplianria’ en el sentido de que se apoya en argumentos que provienen de un amplio abanico de ámbitos profesionales y académicos, sino que, más bien, puede caracterizarse como ‘transdisciplinaria’ en el sentido que cuestiona las fronteras que han establecido y vigilado los colegios e instituciones de preparación o entrenamiento que hay en la disciplina; se extiende, en definitiva, desde los márgenes más lejanos del complejo-psy hasta los centros de la psicología. La psicología crítica debería ser móvil y táctica en su recorrido por este terreno, y el mapa de ‘márgenes’ y ‘centros’ que puede resultar de tal movimiento es diferente del que ha sido trazado por los cartógrafos de la mente.

Los márgenes


Si por el momento dejamos al margen el sistemático soslayamiento que se ha dado de los desarrollos que hay en otras, es posible identificar en la psicología tradicional dos tendencias inter relacionadas que ayudan a vigilar la frontera entre lo que es usualmente considerado ‘el interior’ y lo que es consignado como ‘el exterior’ de una comprensión propiamente científica. Una tendencia es la que conduce a la profesionalización de la psicología como disciplina y al eventual estado de regulación tanto de las cualificaciones psicológicas como del tratamiento psicológico. La otra tendencia es la exclusión de determinados grupos que son tachados de incapaces de decir nada racional sobre los procesos psicológicos porque ellos mismos son víctimas de un ‘culto’ patológico a la psicología. La severidad de los criterios de registro profesional en Australia no es más que una respuesta a las amenazas que los Cientifistas, y las asociaciones psicológicas profesionales de otros países no han hecho más que ser entusiastas seguidoras del ejemplo australiano. Lanzaron a la Sociedad Británica de Psicología en el Reino Unido acusando a la Programación Neuro-Lingüística de paradigma de la charlatanería. Para los psicólogos críticos, la cuestión no debería ser si la Dianética o la mencionada Programación son propiamente psicologías (aunque sepamos o necesitemos saber mejor cómo son de absurdas o peligrosas), puesto que estamos siempre sorprendiéndonos de que la psicología adecuada sea cualquier cosa, sino más bien preguntarse si cualquier sistema de psicología opera como opresor o como sistema de empowerment.

Incluso esas psicologías que han sido tachadas como ‘culto’ por parte del FBI pueden ser fuente de teorías y prácticas radicales útiles. Como la mala hierba, un culto es algo que crece en el lugar equivocado. Deberíamos preguntar ¿’equivocado’ para quién? y deberíamos preguntar si a veces no podríamos estar ante algo correcto para nosotros. No sentimos ningún deseo de alinearnos con el establishment psicológico para echar fuera del debate a aquéllos/as que ofrecen algo valioso para las prácticas antiracistas, feministas o de los trabajadores (Newman y Holzman, 1993, 1997) Al mismo tiempo, procuraremos ser críticos con cada alternativa y contemplaremos el abanico de valoraciones que de este trabajo hacen los radicales (Harris, 1995). Es importante hacer notar aquí que la ‘psicología crítica’ no excluye por principio a la ‘psicología-popular’, sino que más bien se pregunta por las funciones políticas de ésta, así como por los contextos de esas funciones. El trabajo de Freire y Fals-Borda en América Latina, por ejemplo, es una variedad de ‘psicología-popular’, y así debe seguir siendo. Más que constituir los ‘márgenes’ de nuestro universo, estos debates deberían constituirse en el centro y deberíamos atender a las actividades de la psicología ‘mainstream’ como si se tratase de extrañas empresas marginales que necesitan ser comprendidas y analizadas como prácticas de ‘culto’.

Los centros


Los centros del mundo de los/as psicólogos/as críticos/as no son realmente los debates abstractos que ocurren en las revistas, sino las formas de auto-organización que operan en la teoría y prácticas psicológicas. Por ejemplo, los diversos grupos de auto-ayuda que brotan alrededor de diferentes temáticas han tenido que desarrollar formas de la psicología que los mantengan y ayuden. La psicología académica, profesional y mainstream no es algo particularmente útil a este respecto, así los intentos que ha habido de volver a traer los movimientos de auto-ayuda a los marcos de la psicología tradicional no han hecho otra cosa que desactivarlos. Tal es el caso de los grupos de soporte a la ‘esquizofrenia’ que primero controlaron los psiquiatras y más tarde la industria farmacéutica (Breggin, 1991).

Uno de los mitos que hay sobre los grupos de auto-ayuda es que son parroquiales y están limitados en sus planteamientos por el contexto particular y local de sus problemas. Este mito es reforzado por la oposición tradicional entre la disciplina de la psicología como ‘centro’ y los que están fuera, como si éstos viviesen en provincias. En realidad, los debates en los movimientos de auto-ayuda tienen mucho que enseñar a los psicólogos/as. El movimiento de psiquiatría radical en el Reino Unido, por ejemplo, fue refundado como resultado de los intensos debates sobre las reformas que se llevaron a cabo en Italia y el experimento de Trieste –con Basaglia (1987), los hospitales mentales se cerraron y re-emplazaron por una serie de centros de salud mental comunitaria gestionados por los usuarios y el personal empleado. Los primeros números de la publicación de ‘psiquiatría democrática’ Asylum estaban repletos de material sobre Trieste (e. Jenner, 1986) y, por lo tanto, de discusiones sobre los movimientos radicales en Alemania, Grecia, los Países Bajos, etc. El trabajo de Romme y Escher (1993) sobre ‘hearing voices’ (los que oyen voces) ha sido la inspiración para una nueva ola de activismo antipsiquiatría muy politizado. (Coleman, 1998). La Coalición de Apoyo en Estados Unidos es otro ejemplo que a través del periódico Dendron ha movilizado movimientos de auto-ayuda a través de NorteAmérica y está ahora, vía internet, conectando con grupos en el extranjero. Éstos son modelos de actividad de campaña y reflexión crítica sobre la práctica de la psiquiatría que los psicólogos/as críticos/as deberían compartir en la medida en que desmantelan el misterioso conocimiento especializado de la medicina o se comprometen en una ‘deconstrucción práctica’ del conocimiento psicológico (Parker et al. 1995).

Precisamente en este punto, encontramos una cuestión que frecuentemente se le plantea a los/las psicólogos/as críticos/as y que vale la pena responder: ¿Cómo puede esta reflexión crítica contribuir al conocimiento? Para responder tal consideración, debemos mirar de nuevo nuestro mapa puesto que esta cuestión revela algo sobre el mapa que los/as psicólogos/as tradicionales utilizan y sobre las maneras que éstos/as tienen de asumir que están en el centro. Los/as psicólogos/as imaginan que inician sus viajes en una especie de tierra seca y que luego regresan a sus instituciones, tras explorar extrañas aguas, para dar sentido a lo que han encontrado. A la psicología tradicional le gusta pensar que es el centro de las teorías sobre la mente. Así, los debates sobre la psicología fuera de los marcos tradicionales o el escepticismo sobre cualquier marco psicológico no puede entenderse como una contribución para el conocimiento. Los/as psicólogos/as críticos/as están en desacuerdo con relación a dos cuestiones. En primer lugar, si hay un centro en todo, entonces siempre hay múltiples centros de significado y es posible tomar separadamente un sistema intelectual y trazar la relación que hay entre las partes que lo componen y diferentes representaciones ideológicas o diferentes intereses de grupos sociales.


En segundo lugar, lo normal es encontrar diversos centros de vida intelectual en una cultura, y con más razón cuando lo que hacemos es conectar culturas alternativas por todo el globo y producir nuevas formas de conocimiento a partir de esas conexiones. Nuestro mapa muestra a la disciplina de la psicología como algo que existe en el terreno de un grupo particular de intelectuales que han sido investidos con la difícil tarea de describir y gestionar un sistema social particular. De esta manera, se vuelve comprensible que ellos sientan que la psicología es algo que ocurre dentro de la cabeza o, mejor aún, que sientan que es algo que ocurre más eficientemente en el interior de la cabeza del hombre blanco civilizado. En esos casos, la actividad intelectual es vista como algo bastante abstracto y los/as psicólogos/as no acostumbran a establecer conexiones entre las teorías que usan y su propia experiencia, dejando que esto le ocurra al resto de personas. Por el contrario, los/as psicólogos/as críticos/as deambulan sobre ese mismo territorio como ‘intelectuales orgánicos’, termino acuñado por Gramsci (1971) en sus escritos de prisión. Sólo ellos pueden elaborar un conjunto diferente de conceptos teórico-analíticos que sean parte de las vidas de los que viven la psicología. Por supuesto, tal cosa significa forjar una relación diferente entre el interior y el exterior de las instituciones académicas (Mandel, 1972).

Este tipo de relación diferente es crucial si queremos prevenir a la ‘psicología crítica’ de la multitud de debates esotéricos que no tienen ninguna utilidad para la gente y sus encuentros con la disciplina. No estamos interesados en reclutar personas para la psicología, ni siquiera en sus versiones más radicales, sino que deseamos implicar a muchas personas del ‘exterior’ para construir redes y herramientas que nos permitan entender que hace la psicología. La psicología crítica no pretende acabar con la fragmentación de la disciplina, más bien pretende aprehender cómo la disciplina opera en diferentes lugares y con teorías y prácticas contradictorias.

Conectando elementos para definir la psicología crítica

La psicología crítica debería abarcar la investigación académica, la práctica profesional y la auto-organización de los usuarios de los servicios de la psicología. Necesita, también, conectar la teoría y la práctica en cada uno de esos dominios y combatir la división entre diferentes formas de conocimiento dentro y fuera de los colegios y clínicas. Necesitamos elementos para una definición que pueda conectar el trabajo interesante y construir un campo de debate en el que las tensiones entre posiciones diferenciadas puedan ser discutidas. Al igual que establecemos conexiones para evitar la multitud de cebos que la psicología nos pone en sus variadas conceptualizaciones de la persona, los elementos de una definición podrían construirse en la medida en que negociamos esas trampas que la disciplina despliega.


Límites

Es muy tentador sucumbir a los mitos del origen que marcan a los distintos saberes y que cierran la posibilidad de una investigación escéptica. El argumento de que la ‘psicología’ sólo empieza en 1870 en Leipzig o que la ‘Psicología Crítica’ sólo empieza en 1960 en Berlín, por citar algunos ejemplos, son trampas que rápidamente nos sitúan y limitan. Tal es la razón por la cual los enfoques críticos necesitan mantener su insistencia en que el ámbito de la psicología es más amplio y profundo históricamente que todo eso. No descubrimos la psicología, la vivimos y la producimos. Lo que los/as psicólogos/as críticos/as deseamos incluir en la psicología son los diversos caminos por los que hombres y mujeres de diferentes culturas y clases construyen y se reflejan en la acción y la experiencia. Todos estos caminos del pasado y del presente deberían constituirse en nuestras brújulas. La psicología crítica es, por lo tanto, y antes que nada,


el examen sistemático de cómo algunas variedades de experiencia y acción psicológica son privilegiadas sobre otras y de cómo explicaciones dominantes de la ‘psicología’ operan ideológicamente y al servicio del poder.

A pesar de la náusea que sienten algunos/as psicólogos/as críticos/as –especialmente aquéllos que utilizan el trabajo de Foucault (1980)- por el término ‘ideología’ en la medida en que es una trampa que nos lleva a la búsqueda de una verdad enfrentada a una falsedad, necesitamos alguna noción de ideología para referirnos a las diversas maneras que tienen las ideas de trabajar al servicio del poder y operar para desorientar o despistar a aquéllos que deberían sospechar que están ocurriendo cosas de dudosa índole (Eagleton, 1991). Las vindicaciones que hace la Psicología de haber descubierto alguna cosa en el siglo XIX, ciertamente despistan y desorientan a las personas respecto de ‘hechos’ sobre la mente que son independientes de ellos y que operan, de esta manera ideológicamente.

Resistencia

Hay otra trampa que igualmente necesitamos evitar. Ésta hace referencia tanto a la idea de que la psicología se remonta hasta los griegos o hasta otros lejanos y exóticos lugares intelectuales como al hecho de pensar que las aportaciones psicológicas deben recolectarse en las cuatro esquinas del mundo, o mucho más lejos todavía. Esta idea lo que está planteando es que todas las pequeñas piezas del conocimiento pueden ser incorporadas en un gran cuadro, el verdadero, o, por el contrario, que todas estas pequeñas piezas ya contienen, como si de fragmentos de un holograma se tratase, ese gran cuadro en miniatura. Cuando la psicología intenta aglutinar como sea todas esas ocasiones y todos esos lugares en los que la gente ha hablado sobre sí mismos, asistimos, sin duda, a la emergencia de un impulso colonizador grandioso en la disciplina. Un impulso que intenta asentar en el sistema de la denominada observación científica, predicción y control diversos tipos de comportamiento y mentalidad. Los enfoques críticos enfatizarían las sendas particulares que utiliza la psicología como disciplina para construir sus objetos de estudio, así como los caminos por los que la cotidianidad siempre es capaz de desbordar los limitados modelos psicológicos. La psicología crítica es, de este modo y en segundo lugar,

el estudio de las formas de construcción histórica de todas las variedades de psicología, así como el estudio del cómo las distintas psicologías alternativas pueden confirmar o resistir las asunciones ideológicas de los modelos mainstream.

A pesar de que los/as psicólogos/as críticos/as siempre debatirán las ventajas y desventajas del término ‘ideología’, la presencia de éste, y de su debate, conllevará permanentemente la noción de que existe posibilidad y potencial de resistencia. Siempre hay algún espacio dentro o fuera para el trabajo crítico, y ese trabajo crítico, precisamente, está ligado, de alguna manera, a los intereses de todos aquellos que están afectados por la psicología, ligado a todos esos que toman conciencia de lo que la psicología les ha estado haciendo.

Cultura psicológica


Cada una de las trampas que la disciplina presenta -ignorando cualquier cosa que provenga del exterior como si fuese irrelevante o, por el contrario, incorporándolo todo pero traduciéndolo a los términos de la misma- está, a su vez, rodeada por otro conjunto de trampas que acechan a los que consiguen escapar de las primeras. Cuando los radicales en la psicología observan qué es lo que se está haciendo fuera de los límites de la disciplina, dirigiendo la mirada hacia esas cosas que la psicología deja fuera por ser demasiado diferente o hacia las cosas que la psicología atrae por pensar que son idénticas a su objeto de estudio, corren el riesgo de caer en brazos de la llamada cultura psicológica. El sentido común en la cultura psicológica contiene todas esas cosas que profundamente ‘conocemos’ sobre nosotros mismos y todas esas cosas que sentimos como verdad incuestionable. Sin embargo, esto no es más que un gran error en la medida en que este sentido común está recubierto por las representaciones ideológicas del self y del otro que estructuran nuestra aparente psicología espontánea. La ideología, precisamente, no es que sea operativa porque ofrezca explicaciones gratamente aceptables o fácilmente criticables, sino que es operativa porque satura el sentido común. Las diferencias de género, las peculiaridades raciales, la ansiedad sobre el propio cuerpo o las sexualidades de otros pueblos no son más que ítems que informan a nuestra psicología con mecanismos que reproducen patrones de exclusión, patologías y poder, y cada uno de estos ítems nos llega a nosotros a través del sentido común.

Por lo tanto, necesitamos iluminar esos caminos por los que la psicología como disciplina penetra en el sentido común, esas sendas por las que las asunciones ideológicas sobre la mente, el comportamiento y la naturaleza humana que están condensadas en la disciplina alcanzan lo cultural y, en definitiva, iluminar los recursos que utiliza la gente para pensar sobre ella misma en su cotidianidad y los esfuerzos que hacen para resolver los problemas que ésta va presentando. Hoy en día, el poder de los expertos en psicología y de las instituciones de la cultura contemporánea es, frecuentemente, aventajado por la irresistible legitimación ideológica que nos proporciona el sentido común y, en este sentido, muchas veces el lado más disciplinario de la psicología se vuelve algo meramente aparente. La coerción y el abuso pueden ser los pequeños frutos del conocimiento psicológico in extremis, pero debemos prestar también atención a la disciplina que se vehicula en la dulce razón cotidiana. La psicología crítica, en tercer lugar y recogiendo todo esto, es:

el estudio de las formas de vigilancia y auto-regulación de la cotidianidad, así como el estudio de los caminos por los que la cultura psicológica opera más allá de las fronteras de la práctica profesional y académica.

Lo que están enfatizando los/las psicólogos/as críticos/as con esta cuestión es, precisamente, la manera que tiene el poder de estructurar la participación de las personas en relaciones e instituciones de opresión, y la manera que tiene de producir activamente, desde ese fundamento, lo que las personas sienten como prácticas ‘alternativas’. Prácticas que, sin embargo, encadenan a tales personas a un poder que piensan que sólo fluye de arriba abajo (Foucault, 1980).

La psicología cotidiana como recurso


Por otro lado, la psicología habitualmente intenta releer sus descripciones del comportamiento desde el sentido común y desde las actividades de cualquier otra cultura, y así suele caer en la tentación de responder redibujando cuidadosamente los límites de la disciplina y mostrando su completa irrelevancia para la vida que hay fuera del laboratorio. Podríamos invitar a nuestros colegas a que realicen una investigación psicológica menos opresiva y, por ejemplo, a que lleven a cabo sus experimentos en situaciones estrictamente circunscritas y a que no reclamen ninguna relevancia para tales experimentaciones más allá del grupo sobre el que se llevaron a cabo. Tal invitación, sin embargo, podría operar como una estrategia de limitación peligrosa puesto que no explica las razones por las que la psicología es tan ‘eminentemente’ aplicable en la sociedad moderna. Aquí, el sentido común podría aparecer como algo protegido de la psicología, sin embargo, tendríamos también el efecto, desafortunadamente, de proteger a la ‘psicología’ como si de un dominio científico o intelectual distintivo y ajeno al sentido común se tratase.

La psicología está poblada de explicaciones cotidianas sobre el funcionamiento de lo mental y habitualmente digiere el sentido común para después regurgitarlo como algo pretendidamente extraordinario. El conocimiento popular, lo que la gente sabe, suele ser tomado por la psicología para luego devolvérselo. Una manera de romper esta cadena alimenticia es convertir a las personas en productores auto-suficientes que se nieguen a dar un estatus privilegiado al conocimiento psicológico como si éste fuese maná divino. Por lo tanto, en cuarto lugar, podemos decir que la psicología crítica es:

explorar cómo la ‘psicología popular’ cada día estructura el trabajo profesional y académico en la psicología y cómo las actividades cotidianas pueden proveernos con las bases para resistir a las prácticas disciplinarias contemporáneas.

El compromiso con las formas de explicación cotidiana que las personas utilizan para entenderse a sí mismas conlleva el riesgo de caer en el peor de los relativismos, pero es un riesgo que debemos correr si realmente estamos abiertos a las contradicciones políticas que yacen en el corazón de la vida privada. Estamos interesados en desarrollar una crítica auto-reflexiva de la psicología que esté históricamente situada y que también sea capaz de revelar los caminos que utilizan las prácticas pedagógicas de la psicología académica o para separar el conocimiento útil que hay en el sentido común y volverlo un conocimiento ‘experto’ que las personas siente como algo ajeno a sus experiencias, o para relegar conocimiento útil al dominio del sentido común para que la gente lo sienta como algo completamente inútil.

Tomar conciencia de las trampas que esperan a los/las psicólogos/as y a sus aliados que desean ser críticos no es suficiente, tal cosa sólo expone los escollos que cada psicólogo/a individualmente tendrá que evitar. La teoría no necesita ser más misteriosa que la propia psicología, y todos aquéllos implicados en una psicología crítica necesitarán una buena dosis de teoría para entender y dar sentido a todo lo que ocurre a su alrededor. La teoría que necesitamos, no obstante, debe fundamentarse en la experiencia de los que sufren la psicología y debe estar conectada con la acción dirigida a cambiar ese estado de cosas.

Conclusión


Deberíamos tomarnos muy en serio cualquier crítica de la psicología, cualquier desafío a la ideología y al poder, puesto que sólo sobre esas bases seremos capaces de conectar la diversidad de actividades radicales que hay dentro y fuera, en y contra la disciplina y construir, un campo de debate en el que las diferentes posiciones teóricas y las iniciativas prácticas puedan desarrollarse, discutirse y elaborarse. La actividad crítica no puede ser llevada a cabo por individuos que trabajen independientemente y esa es, precisamente, la razón por la cual los/las psicólogos/as críticos/as necesitan de sus propias instituciones. Éstas incluyen a revistan como Asylum, Nordiske Udkast, Psychology in Society y Annual Review of Critical Psychology y a organizaciones como Psychology Politics Resistance. La identidad del psicólogo/a crítico/a en estas organizaciones viene dada por el esfuerzo de comprender cómo la psicología opera y no por su pertinencia a un club que piensa lo que él o ella ya saben. En ese sentido, la psicología crítica debería consistir en un empeño teóricamente intenso y ampliamente práctico.

Agradecimientos


Desearía dar las gracias a Erica Burman, John Cromby, David Glenister, Brenda Goldberg, Angel Gordo-López, Alexa Hepburn, Celia Kitzinger, Terence McLaughlin y a un evaluador anónimo de Nordiske Udkast (por una versión en Danés que apareció en esa revista como ‘Kritisk psykologi: kritiske forbindelser’) por los comentarios críticos, algunas veces mordaces, que hicieron a una versión previa de este texto. Este texto apareció como editorial en Annual Review of Critical Psychology volumen 1 (1999). Tambien agradecimientos a Francisco Javier Tirado por este traducción.

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[1] Nota del traductor: En los círculos académicos de habla hispana se acepta el anglicismo ‘mainstream’. Su significado está ampliamente difundido y no requiere traducción. ‘Mainstream’ define lo que sería una línea o tradición de trabajo y pensamiento establecida como oficial dentro de una disciplina académica.
[2] Nota del traductor: Al igual que ocurre con el anglicismo ‘mainstream’, ‘self’ está plenamente aceptado por la comunidad académica de habla hispana. A veces, se suele traducir por ‘yo’, pero dada la escasa adecuación que hay entre ‘self’ y ‘yo’, he optado por no traducir la palabra, entendiendo que cualquier lector castellano comprenderá inmediatamente el significado de la misma.
[3] Nota del traductor: Hay bastantes autores, como por ejemplo M.Montero, que han optado por no traducir en sus escritos la palabra “empowerment” argumentando que el concepto tiene un significado determinado, ampliamente conocido en la tradición de la Psicología Comunitaria, y que desaparece cuando es traducido al castellano. De hecho, no existe una traducción del término en esta lengua. Éste sólo equivale a alguna perífrasis como “dar fuerza”, “dar poder”, “dar agencia”, etc. No obstante, y a pesar de estos problemas de traducción, es posible encontrar en la literatura producida sobre el tema en España, que el término “empowerment” es traducido por “fortalecimiento”. Como “fortalecimiento” no recoge toda la significación que la palabra “empowerment” adquiere en el contexto de los trabajos sobre Psicología Comunitaria he decidido seguir a M.Montero en su propuesta de no traducir esta palabra, entendiendo que los/las lectores/as que conozcan ese campo de trabajo no tendrán problemas en la comprensión del mismo.

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