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viernes, 8 de julio de 2011

Posmodernidad y subjetividad: distorciones y mitos



 Posmodernidad y subjetividad:
distorciones y mitos


Fernando Luis González Rey


Resumen
El presente artículo discute las características y tendencias del llamado Pensamiento posmoderno, y de sus diferentes fuentes en el período moderno. Unido a esto el trabajo tiene como objetivo central mostrar algunos de los principios e ideas principales asociadas al desarrollo de una teoría de la subjetividad en una perspectiva histórico–cultural, y romper con la idea de que la subjetividad es un tema sólo de la modernidad. Se desarrollan los puntos de contacto y de diferencia entre la teoría de la subjetividad y diferentes concepciones del pensamiento posmoderno.

Palabras clave
Pensamiento posmoderno, subjetividad, modernidad.

Abstract
This paper discusses the characteristics and trends of the so called Post modern thinking, as well as its different sources in the modern period. Besides this it has as main goal to present the principles and ideas related to a Historical Cultural theory of the subjectivity, breaking down the idea that subjectivity is only a topic of modernity. Are developed along the paper some points of contact and difference between the Theory of the subjectivity and different trends of postmodern thinking.

Key words
Postmodern thinking, Subjectivity, Modernity.




Fecha de recepción: Octubre 22 de 2007. Fecha de aprobación: Diciembre 6 de 2007.


 
 Fernando Luis González Rey es Ph.D en Psicología por el Instituto de Psicología In- fantil y Pedagógica de Moscú. Doctor en Ciencias (postdoctorado) en el Instituto de Psicología de la Academia de Ciencias de Moscú. Profesor titular de la Universidad de la Habana hasta 1995. Actualmente es profesor universitario en Brasil.


Introducción

Estar a la moda ejerce una fascinación grande en los seres humanos, y toda moda genera también conductas extremas dentro de ellas, las cuales sin duda, cuentan siempre con un conjunto más o menos significativo de seguidores, que son, en última instancia, quienes la legitiman, ayudando a generar nuevos espacios sociales alrededor de estas manifestaciones. En la ciencia también hay formas de pensamiento que entran en moda y que, a lo largo de la historia, nos han hecho sentir de una forma u otra que lo anterior ya es algo pasado de moda, algo que no tiene ningún valor para el presente.

A diferencia de las modas asociadas a otros tipos de comportamiento hu- mano, la moda en la ciencia, sobre todo para aquellos, que como ocurre en cualquier moda, la llevan a sus extremos, trae una desconsideración poco reflexiva y ritualizada de todo lo que “huele“ a viejo, y en este sentido pasa a tener afirmaciones extremistas y poco fundamentadas que pierden su capacidad de mantener una relación crítica, en desarrollo y socialmente pro- ductiva, con la realidad que nos rodea. Eso ha pasado en todas las épocas y prácticamente con todas las teorías que han entrado en moda en la historia del pensamiento humano.

En mi vida he podido vivir eso con dos corrientes filosóficas, el marxismo y la postmodernidad, las dos con aspectos muy valiosos, y las dos con temas no resueltos, contradicciones y cuestiones que simplemente no entran en sus consideraciones. Sin embargo, las dos reificadas o satanizadas por grupos significativos de científicos, dificultando su apropiación reflexiva y crítica de forma que permita optimizar su valor heurístico.

En el presente artículo traemos un tema esencialmente posmoderno que, curiosamente, fue satanizado por algunas interpretaciones posmodernas , así como también por el positivismo y el marxismo dogmático: la subjetividad. Todas ellas rechazaron el tema por razones diferentes, pero lo curioso es su rechazo por el posmodernismo, cuando este tema se inscribe en un pensamiento que transborda las coordenadas hegemónicas del pensamiento moderno. Creo que ese rechazo de algunos autores posmodernos en relación al tema, se asocia a una confusión al asociar la subjetividad a la idea representacional y sustancializada de conciencia, que fue hegemónica en el pensamiento moderno, donde la conciencia bien era el repertorio de procesos invariantes y a priori de la acción humana (Kant), o representaba la capacidad de representarse el mundo de forma directa e intencional.

Esas representaciones a la conciencia enfatizaban funciones y contenidos, pero no especificaban el tipo de proceso que la definía como producción subjetiva, lo cual es propio de todas las aproximaciones al tema de la consciencia o al inconsciente en el período moderno. Esas representaciones estaban lejos de entender la subjetividad en su especificidad ontológica, relacionada a una nueva cualidad de los procesos humanos en las condiciones de la cultura.

Muchos leyendo estas líneas se preguntarán, ¿pero no es la subjetividad lo que caracteriza la estructura interior del sujeto, lo que hace la diferencia del sujeto con el objeto, lo que constituye su intimidad? Es precisamente a ésta y otras tantas preguntas con la que este artículo intenta dialogar, para llegar a demostrar la relación inseparable entre algunos atributos del pensamiento posmoderno y la cuestión de la subjetividad. En este sentido defiendo la idea de que las teorías sociales y psicológicas clásicas del período moderno no lle- garon a representarse la subjetividad como campo de producción teórica.

Sin embargo, existió una teoría psicológica de la modernidad que, por partir de una filosofía diferente, el marxismo, y por haber intentado una ruptura con el pensamiento psicológico hegemónico de la época, dado que apareció en un momento de profundas transformaciones en la representación del mundo y del ser humano, creó las bases para el desarrollo de una concepción histórico–cultural de la subjetividad: la psicología soviética


La diferencia modernidad - posmodernidad:
tensión de una relación entre continuidad y ruptura

En realidad las formas de pensamiento que componen lo que podemos definir como posmoderno son múltiples, y no necesariamente coherentes entre sí. El posmodernismo de forma general representa una crítica y un conjunto de opciones a los principios que guiaron las diferentes formas de creación y de representación del mundo en el llamado período moderno, por lo tanto, la posmodernidad toma atributos diferenciados en los diferentes campos de actividad humana a los que dirige su crítica.

En el plano filosófico, la posmodernidad tiene una fuerte inspiración en el pensamiento de Nietzsche y de Heidegger, en lo que estos pensadores trajeron en relación a la crítica de la metafísica y a la sustancialización del Ser, a pesar de las diferencias que existieron entre ambos. En relación a sus consideracio- nes sobre el Ser, mientras que Heidegger enfatizaba las prácticas humanas en un dominio hermenéutico y procesal, en constante movimiento, Nietzsche enfatiza una naturaleza humana instintiva, orientada al placer, que está en la base del dogma de Freud, creador de un inconsciente de base metafísica. El placer toma una forma de universalidad en Nietzsche, que alimenta una noción de Ser que termina fijado a sus propias tendencias instintivas, negando así el movimiento y la diversidad de formas que lo humano puede tomar, y que marca su historicidad, no sólo en relación al placer, sino en relación a todas sus manifestaciones en cada época histórica.

Sin embargo, Nietzsche, como Heidegger y antes que él, trajo un cuestiona- miento de los procesos asociados al lenguaje y a las diversas producciones humanas, que es una preocupación esencial del orden posmoderno, la ruptura con un mundo “correcto” naturalizado en nuestras diferentes prácticas y
en especial en nuestro lenguaje. De ahí su famosa expresión “Cada palabra es un preconcepto” formulada en el Nacimiento de la Tragedia, con la que desnaturaliza una relación lineal del lenguaje con las cosas, principio que también anima la hermenéutica heideggeriana. Hoy es ampliamente reco- nocida la influencia y el carácter pionero de las construcciones de Nietzsche y Heidegger en autores como Foucault, Derrida, Rorty y otros, sin embargo, otros autores modernos, que también han influido en otras concepciones posmodernas, como la teoría de la complejidad, han sido menos reconocidos, como lo fue el propio Marx, quien facilitó formas nuevas de pensamiento que también rompieron en diferentes campos de la actividad humana con los límites clásicos del pensamiento moderno.

A partir del pensamiento de Marx se desarrolló en la psicología un pen- samiento antiesencialista que rompió tanto con el empirismo ateórico e instrumentalista, como con la metafísica, tendencias que hegemonizaron el pensamiento psicológico en la primera mitad del siglo XX, a pesar del propio Marx mantener elementos metafísicos y esencialistas en su pensamiento, principalmente en su concepción de la historia. El pensamiento psicológico inspirado en Marx, que se desarrolló por primera vez en los marcos de la psicología soviética, generó nuevas alternativas para la comprensión de la psique en el marco de la cultura, que permitieron nuevos desarrollo en la psicología, algunos de ellos trayendo cuestiones que anticiparon ciertos temas que aparecieron en todo su despliegue en la literatura posmoderna, como las relaciones recursivas entre procesos psicológicos y el carácter socialmente construido de las prácticas humanas, entre otros.

El propio pensamiento complejo, que se desarrolla a partir de los avances en las ciencias naturales, lleva a una crítica epistemológica del período moderno, lo que, en mi opinión, le sitúa dentro del campo posmoderno, sólo que ese pensamiento defiende una ontología compleja y una ruptura epistemológica, que no son apreciadas por muchos de los autores que han representado lo posmoderno en la filosofía. Edgar Morin, uno de los filósofos que más ha desarrollado la cuestión de la complejidad, reconoce en su obra autobiográfica Mis Demonios, el peso que la obra de Marx tuvo en su desarrollo científico. Esa influencia también la vamos a encontrar en Castoriadis, otro de los grandes pensadores sociales que se inscribe en la superación de los límites del pensamiento moderno y que, sin duda, comparte atributos del pensamiento posmoderno. Sin embargo, el pensamiento que hegemonizó la llamada posmodernidad en la filosofía está muy identificado con el postestructuralismo francés (Foucault, Lyotard, Derrida, entre otros)

Entre algunos de los presupuestos s generales compartidos por estos auto- res están el antiesencialismo, el rechazo a los metarrelatos, el reconocimiento del valor de las prácticas contextualmente situadas, el rechazo a la filosofía de la conciencia y el énfasis en el lenguaje y el discurso. Sin embargo, entre estos filósofos también existen importantes diferencias que no se pueden ocultar bajo el rótulo de postestructuralismo que los identifica en la literatura.

Así, por ejemplo, Foucault critica la existencia de un sujeto transhistórico, racional y universal, pero se refiere a un sujeto definido en sus prácticas,

dentro de los espacios discursivos en que se desarrolla su experiencia, así como a los procesos de subjetivación, a los que se refiere de forma particular en Historia de la sexualidad. Sin embargo, autores como Lyotard y Derrida abandonan la idea de sujeto, así como también cualquier referencia a procesos de subjetivación. El giro lingüístico de la filosofía, unido al peso del lenguaje en el estructuralismo, influencias que marcaron fuertemente a estos pensadores, fueron convirtiendo el lenguaje y las diferentes prácticas discursivas en la única ontología legítima de los fenómenos humanos, lo que contribuyó a la exclusión de toda alternativa de producción teórica , las cuales pasaron a ser “obsoletas”.

A esa obsolescencia se le acrecentó el “estar fuera de moda”, lo que llevó a la producción de nuevos rituales naturalizados en el nivel discursivo, que terminaron creando un nuevo rculo vicioso de retóricas con poca capacidad de inteligibilidad para la producción de nuevos conocimientos y prácticas en los diferentes campos del saber. La “verborrea estéril” se apoderó de ciertos campos del saber en la ciencias sociales, y el orden metafórico sustituyó cualquier intento por desarrollar nuevas aproximaciones metodológicas, pues la epistemología dejó de ser necesaria al no reconocerse una relación entre el conocimiento y otros tipos de registros, ontológicamente diferentes a él, que constituyen lo que hemos denominado como realidad y de la cual somos parte inseparable.

El logro que representó la introducción del tema de las prácticas discursivas para el análisis de los diferentes tipos de actividad humana , lo cual es típico del pensamiento posmoderno, terminó atribuyendo una universalidad a esas prácticas que parecen ser el único tipo de proceso que caracteriza la acción y el “ser” humanos. En este sentido, Tomas Ibáñez, quien como siempre nos presenta reflexiones provocadoras y sugestivas, escribe en su último libro Contra la dominación (2005):

Si por el contrario afirmamos, como lo hace el relativista, que los valores no tienen otra justificación que no sean las propias prácticas que articulamos para justificarlos, y que no descansan sobre otra base que no sea la decisión de asumirlos, entonces queda claro que no hay otra forma de defenderlos más que la que consiste en mantener y desarrollar las prácticas que los sustentan. (p. 51)

Ese párrafo es ilustrativo de la reificación del concepto de prácticas. Creo que los valores tienen otra justificación que no está en un carácter fundacio- nal último, crítica que comparto con el autor y que está dirigida a la forma en que a lo largo de la historia se han defendido los valores hegemónicos de instituciones y sistemas, pero cuando afirma que los valores “no tienen otra justificación que no sean las propias prácticas que articulamos para justificarlos “, creo que está errado, pues los valores son producciones de sentido subjetivo que representan unidades simbólico- emocionales que son
inseparables de las prácticas humanas , en  relación a las cuales se consti-                   11

tuyen, siendo a su vez, elementos constituyentes de estas prácticas. Existen procesos y fenómenos que, sin ser parte de una naturaleza universal, y sin estar separados de las prácticas, no se diluyen en ellas. Entre esos procesos consideramos la subjetividad humana, la que justificaremos y explicitaremos en el próximo epígrafe.

El tema de una organización de procesos que configuran un sistema del funcionamiento humano, tanto a nivel individual, como social, resultó ajeno al postestructuralismo, quizás debido a su rechazo a los megasistemas y a la conciencia, a través de lo cual muchos de estos autores terminaron negando todo lo que pudiera estar relacionado con cualidades diferenciadas de los procesos y formas de organización social e individual, lo que de cierta manera condujo al practicismo que se expresa en la cita anterior de Ibáñez. Ese rechazo a todas cualidad distintiva de un sistema, que no se redujera a las prácticas simbólicas de un cierto espacio social, fue llevando a una hipertrofia de la idea de prácticas y de lo simbólico, este último comprendido esencialmente en cuanto lenguaje y discurso.

Ibáñez, sin embargo, es más bien cauto en éste, su último libro, en relación a temas que antes había tratado con mucho menos cuidado, cuando el “despertar” de la novedad construccionista, así, por ejemplo, en 1994, había afirmado:

…cabe enfatizar el hecho de que el construccionismo se presenta como una postura fuertemente des-reificante y desencializante, que ridiculiza al máximo tanto la naturaleza social de nuestro mundo, como la historicidad de nuestras prácticas y nuestra existencia. (p. 43)

Hoy, sin embargo, es más sensible a la historicidad de las prácticas y también a los procesos humanos que se organizan en esas prácticas. Ibáñez, como consecuencia necesaria de sus reflexiones nos remite a un tipo de fenómenos que, teóricamente construidos y elaborados, representan el campo teórico de la subjetividad en una perspectiva histórico–cultural. En este sentido expresa:

De la misma forma que, como bien lo explican las corrientes her- menéuticas, no podemos vivir sin interpretar constantemente, sin producir o atribuir significados, tampoco tenemos otra alternativa que la de vivir dentro de un entramado de valores y de opciones normativas. Ello, aunque sólo sea porque estamos hechos de una red de deseos, de necesidades, de preferencias y de objetivos a corto y largo plazo, que incorporan precisamente valores como elementos constitutivos de su propio tejido. (p. 50)

Ese “entramado de valores y de opciones normativas ”, en nuestra opinión, no es algo aislado, sino sentido, elaborado e imaginado a partir de otros ele- mentos de nuestra subjetividad, que aparecen en los contextos de nuestras
12                 acciones  y que forman parte del sentido subjetivo de ese entramado, y que

el propio autor indica en su referencia a la red de deseos, de necesidades, de preferencias y otros elementos psíquicos” que refiere en la cita. Mi aproxi- mación al tema de la subjetividad se ha apoyado en categorías que superan el lastre fragmentario y encapsulado que caracteriza a las categorías más tradicionales usadas por la psicología, para conceptualizar la psique como conjunto de elementos, de ahí el valor heurístico que atribuimos a las cate- gorías de sentido subjetivo y configuraciones subjetivas para la refundación del tema de la subjetividad.

Es curioso que después de los trabajos del neopragmático norteamericano Rorty, quien facilitó el diálogo del pragmatismo norteamericano con los autores europeos que están en la base del pensamiento posmoderno, o bien con aquellos que han sido sus protagonistas más directos como Foucault y Derrida , el pragmatismo se ha convertido, de forma progresiva, en uno de los referentes más citados de la reflexión posmoderna en filosofía. Sin embargo, fue Dewey, el preferido entre los autores pragmatistas usados por Rorty, uno de los filósofos que vio con mayor claridad la significación de lo mental, y que definió ontológicamente1 la cualidad diferenciada de lo subjetivo, en relación con otros tipos de problemas estudiados por las ciencias humanas.

En ese sentido, en la obra de ese filósofo se especifica un tipo de fenómeno que no adquirió significación para la producción del conocimiento en la modernidad, ni en una perspectiva metafísica, asociada al origen invariable y universal de los procesos intrapsíquicos, ni en la perspectiva positivista, la que simplemente niega este tipo de procesos por su imposibilidad de acceder a ellos a través de su aspecto fenoménico. Dewey (1986) escribe: “Hemos dicho ya que la experiencia humana se hace humana por la existencia de asociaciones y recuerdos que son filtrados por la red de la imaginación de manera que respondan a las exigencias emotivas”. (p. 125)

En ese trecho Dewey se aproxima más que cualquier otro filósofo, ya sea del período moderno, como posmoderno, a una representación ontológica de la subjetividad, a su reconocimiento como cualidad específica de un determi- nado tipo de proceso humano. En esa misma obra este autor escribe:

Las cosas le llegan vestidas de lenguaje, (se esta refiriendo al niño) no en su desnudez física, y este pergeño de la comunicación le hace que comparta las creencias de quienes le rodean. Estas creencias que le llegan como otras tantas realidades son las que forman su



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1.   Al usar el término ontológico no me estoy refiriendo a ninguna esencia universal del ser, como se definió lo ontológico en la metafísica, sino que estoy defendiendo la idea de la cualidad diferenciada del tipo de procesos y fenómenos del mundo que aparecen ante la emergencia de los campos de construcción teórica en la ciencia. Por ontológico quiero destacar la especificidad cualitativa que anima el tipo de registros de la realidad que se tornan inteligibles ante nuestras construcciones y quiero superar la idea de que lo único a que nos podemos referir en el estudio del ser humano y sus diferentes espacios sociales, es a las prácticas y a las relaciones.

mente; ellas le proporcionan los centros en torno de los cuales se ordenan sus expediciones y percepciones personales. Aquí nos encontramos con “categorías de conexión y de unificación” que tienen tanta importancia como las de Kant, pero que son empíricas y no mitológicas. ( p. 115)

La idea de mente como un tipo particular de organización de ciertos procesos psíquicos está presente en Dewey, y tiene una significación para la elabo- ración de otras de sus construcciones filosóficas. La mente aparece como una producción psicológica asociada a la actividad humana en el espacio de la cultura, y no como algo trascendental, que es posiblemente lo que el autor quiso expresar cuando en la cita anterior asume ideas que considera semejantes a las de Kant, pero especificando su carácter empírico para tomar distancia de aquel.

El relativismo extremo de algunas de las posiciones posmodernas se orienta a negar todo indicador de la existencia de realidades cualitativamente dife- renciadas, y en este sentido, muchos autores arremeten contra el concepto de mente, o bien excluyen de sus análisis cualquier referencia a una dimensión subjetiva. Así, por ejemplo, Gergen quien es uno de los principales repre- sentantes del pensamiento construccionista social en psicología, francamente inspirado en el pragmatismo y en el postestructuralismo, expresa (2006):

Para el construccionista, el término problema” es una entidad lingüística y puede utilizarse (o no) para definir una situación o un estado de hecho. Los “problemas del mundo” no determinan nuestra forma de hablar, son nuestras convenciones lingüísticas las que establecen y fijan la naturaleza de un problema …Pese a su potencia de reconstrucción, “el odio de un hijo”, el “abuso sexual” o “el incesto” continúan siendo problemas culturales de primer orden para la mayoría. Reconstruir estos relatos es arriesgarse a disociar al cliente de su entorno relacional (pp. 109-110)

El hecho de que un problema siempre tenga una dimensión cultural y lingüística, de modo alguno indica que se reduzca a estas dimensiones, pues la propia dimensión cultural aparece en una organización simbólico emocional que, siendo susceptible a la acción y al contexto, representa una dimensión significativa del hecho cultural a nivel individual. El odio de un hijo o el incesto, no sólo tienen un valor cultural referido a la integración relacional de la persona o no en un determinado contexto, sino que expresa un sentido subjetivo diferenciado para las distintas personas dentro de una misma cultura, lo que hace que aparezcan cualitativamente vinculadas a una producción simbólico emocional que no está circunscrita a la definición lingüística y cultural del fenómeno. A su vez, un problema no se define ape- nas como entidad lingüística, pues un problema se expresa en registros no lingüísticos como las emociones y sus desdoblamientos, que son aspectos que participan del sentido subjetivo del lenguaje, y orientan en gran medida
14                  los significados posibles del lenguaje.

La forma en que Gergen define la entidad lingüística amenaza convertirla en un nuevo tipo de principio universal metafísico, esta vez asociado a un idealismo lingüístico. Uno de los problemas más serios que se ha presentado en el desarrollo de las llamadas teorías posmodernas del pensamiento social es que, intentando reivindicar el valor de lo social y de lo simbólico, termi- naron excluyendo lo individual y lo subjetivo, negando la complejidad de la integración simbólico emocional que toman las experiencias sociales en los individuos, así como también el impacto que las acciones individuales carga- das de sentido subjetivo tienen en el curso de los acontecimientos sociales.

La teoría de la subjetividad en esta orientación histórico cultural que he veni- do desarrollando en los últimos veinte años, es una alternativa en el desarrollo de un marco conceptual que permita incorporar la dimensión subjetiva al análisis de las cuestiones del hombre, y que se orienta al tratamiento de este problema con muchas afinidades con la teoría de la complejidad.


El desarrollo del tema de la subjetividad en un marco posmoderno

Como ya afirmamos más arriba, y ha sido reconocido por múltiples autores (Foucault, Vattimo, Ibáñez, entre otros ), el movimiento de lo que hoy se re- conoce como pensamiento posmoderno tiene sus orígenes en varios autores de la modernidad, entre los que se destacan más frecuentemente Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein, en particular el segundo Wittgenstein, así como de forma s reciente se han asociado a la génesis del movimiento posmoderno los autores del pragmatismo norteamericano. A esos pensadores yo agregaría a Marx y Merleau Ponty, quienes han sido, por motivos diferentes, precursores de lo que considero como otra ruptura epistemológica posmoderna, y a la que he llamado en uno de mis últimos trabajos (González Rey, 2007) como “giro complejo” del pensamiento posmoderno: la teoría de la complejidad.

Marx, si bien fue extremamente racionalista en su concepción de la historia y de los propios acontecimientos sociales, sin embargo, fue capaz, a través del uso de la dialéctica, de desarrollar construcciones extraordinariamente complejas en relación con la sociedad, integrando dimensiones de lo social que históricamente habían sido estudiadas de forma fragmentada, como la economía, lo procesos sociales e históricos y la política, relación donde cada uno de estos procesos eran constituyentes de los otros, lo que le permitió generar zonas de inteligibilidad en el pensamiento social que, más allá de su propia obra, representan una tendencia a la construcción teórica sistémi- ca que se ha desarrollado fuertemente por el pensamiento complejo. Otro aspecto del pensamiento de Marx que influye en el desarrollo posmoderno es su desreificación del concepto de esencia humana, la que pasa a definir como “el conjunto de todas las relaciones sociales del hombre” en su Crítica
al Programa de Gotha.                                                                                                             15

A Merleau Ponty lo integro entre los precursores de la complejidad, por sus aportes de tipo epistemológico, en tanto fue pionero de una posición constructivo-interpretativa orientada a la producción de inteligibilidad sobre el mundo, con lo cual se separó, en mi opinión, de la “oscuridad” y el relati- vismo extremo asociados a ciertas versiones del desarrollo de la hermenéu- tica. Merleau Ponty, en algunas cosas nos recuerda a Bachelard por la forma en que considera los procesos teóricos en la producción de conocimientos. Ambos autores, al igual que Marx, han tenido una presencia en el desarrollo de la epistemología de la complejidad.

El tema de la subjetividad ha sido con mucha frecuencia referido al psicoaná- lisis en las ciencias humanas, lo que considero un error, si bien no se puede negar que los autores asociados a lo que hoy se presenta con frecuencia como postpsicoanálisis, entre quienes incluyo a Guattari, Elliott y Castoriadis, es- pecifican cualitativamente una definición de subjetividad inseparable de un marco social , político y cultural. Sin embargo, en mis trabajos he presentado el tema de la subjetividad a partir de otra perspectiva: el enfoque histórico
-cultural que se desarrolló en la psicología soviética.

En la psicología soviética la influencia del pensamiento marxista definió un interés por la comprensión de la psique como sistema en desarrollo, que inspiró profundas transformaciones en sus principios teóricos más generales, rompiendo con la metafísica asociada a las teorías que partían de una naturaleza humana “dada”, así como con las teorías que asumían una orientación empírico descriptiva hacia el comportamiento. La idea de esencia como principio organizador de los fenómenos, muy presente en el marxismo, orientó a la psicología soviética a la búsqueda de los sistemas psíquicos que estaban en la base del comportamiento humano, con una particularidad, que comprendían estos sistemas como teniendo un origen cultural, y como sistemas en desarrollo, condición que es inherente a la representación de esencia dada por Marx.

En la psicología soviética el tema de la subjetividad no toma forma explícita, entre otras cosas, por el imaginario materialista dominante en las interpreta- ciones filosóficas sustentadas por el poder político. En los países socialistas el desarrollo de la filosofía tuvo una particularidad; al asumirse el marxismo como doctrina orientadora de la política, la dirección política se erigió en la instancia que regulaba y dirigía la interpretación de esta filosofía, “velan- do” por su pureza, lo que se apoyaba en su ideologización extrema y en su conversión en dogma.

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Los años veinte del siglo pasado representaron, sin embargo, una década esencial en la creación de una psicología diferente en la Unión Soviética. Todavía en aquel momento se expresaba un clima de apropiación creativa del marxismo, que sirvió para que una generación de psicólogos que eran la vanguardia de aquel pensamiento, después de pasar por el reduccionismo de la reflexología y de la reactología, que ya representaban un esfuerzo en la dirección de aplicar el marxismo a una nueva psicología, desarrollara,

a partir de una dialéctica asumida de forma creativa, una alternativa a las representaciones hegemónicas de la psique en aquella época: por primera vez la teoría psicológica permitió una comprensión histórico-cultural de la génesis de la psique humana.

Debido, entre otras cosas, a la traducción norteamericana de Vygotsky, este autor ha alcanzado una amplia divulgación en occidente, sin embargo, la obra de los autores norteamericanos se ha centrado en aquellos momentos y aspectos de la obra de Vygotsky más compatibles con las ideas dominantes en la propia psicología norteamericana. Así, por una parte se ha hecho una analogía entre Vygotsky y Mead, que es apenas cierta en relación a la signifi- cación de lo simbólico y del otro en la formación del self, sin embargo, en tanto Mead no se interesaba por los procesos psíquicos intrínsecos del individuo y sus múltiples efectos sobre lo social, Vygotsky se interesaba esencialmente en como se organiza la mente individual en las condiciones de la cultura.

Otra interpretación que ha sido hegemónica en relación a la obra de Vygots- ky, ha sido su énfasis en la mediación semiótica, y Vygotsky ha pasado a ser estudiado apenas desde la perspectiva de la acción, la mediación semiótica y el lenguaje (Werscht, Rogoff, Valsiner, entre otros) ignorándose el interés y la amplia producción de Vygotsky sobre una representación sistémica de lo mental, la que aparece tanto en sus múltiples referencias a la personalidad y a la motivación humana, como en su concepto de “unidad de la vida psí- quica”, con el cual acompaño, a través de propuestas diferentes, su intención de comprender la psique como sistema.

En ese esfuerzo Vygotsky tuvo momentos de presentar la psique como sistema de operaciones, identificando lo social y lo mental a través de operaciones que se situaban en un plano externo y pasaban a un plano interno. Esa fue la época en que estuvo centrado en los conceptos de signo, mediación e interiorización, pero tuvo momentos en que intentó comprender unidades específicas de la psique como fenómeno ontológico diferenciado, como fue cuando intentó comprender el desarrollo a través de la vivencia, asumida como unidad psicológica de ese proceso ( Bozhovich, 1976), y de forma muy particular en el último momento de su obra, el cual no ha sido considerado en Occidente en su especificidad cualitativa, pero considerado como un momento particularmente creativo por un conjunto de autores, entre ellos A.R.Luria ( 1987), A. A.Leontiev (1992) y González Rey (2000, 2002, 2004), que fue cuando desarrolló la categoría de sentido, la que significó una completa novedad en su obra.

La definición de sentido, categoría que Vygotsky tomada del psicólogo ale- mán Paulhan, adquiere formas diversas en un corto período de tiempo en la parte final de su trabajo. Así, en Pensamiento y lenguaje, él afirma:

El sentido de una palabra es un agregado de todos los hechos psi- cológicos que surgen en nuestra conciencia como resultado de la
palabra. El sentido es una formación dinámica, fluida y compleja                                             17
que tiene innumerables zonas que varían en su inestabilidad. El

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