CONCEPCIONES SOBRE LA INFANCIA EN PIAGET Y VYGOTSKY: DOS TEXTOS SEMINALES.
Ana Luisa Baca Lobera
Cómo se ha investigado la infancia
Hasta 1960 no había mucho interés en asumir a la infancia como fenómeno de estudio y problematización para la historia y otras disciplinas. Esto comienza a cambiar con la publicación de Centuries of childhood, de Phillippe Ariés (1962). A partir de entonces se han desarrollado gran cantidad de estudios que realzan la importancia de concebir a la infancia como una construcción, no solamente social, sino también ideológica (Harris, 1989), económica y política (Kessen, 1965; 1969).
Dentro de las ciencias sociales, no es la psicología sino la sociología la que se ha comprometido con varios estudios sobre el fenómeno de la vida infantil, produciendo lo que se ha dado en llamar la sociología de la infancia (James y Prout, 1997; Johnson, 2000). El debate acerca del fenómeno ha incluido la aceptación de que la infancia, a pesar de lo que se difunde en las teorías del desarrollo, no tiene nada de universal cuando se revisa la estratificación por etnia, cultura, nacionalidad, clase social y género, hablando entonces de múltiples infancias como el término más apropiado (Jenks, 2004). Kagan (2000) sostiene que los psicólogos y la gente común prefieren creer, erróneamente, en el determinismo infantil que habla acerca de la importancia del vínculo temprano entre un bebé y su madre como el factor más importante en el futuro del niño porque se ha pretendido ignorar la pertenencia a una clase social siendo ésta la que mejor predice la futura vocación, los logros académicos y su salud física y mental. Kagan (2000) afirma que los psicólogos estadounidenses, de gran influencia en la producción de la disciplina a nivel global, prefieren creer que su sociedad es igualitaria y sin limitaciones de clase, porque el hecho de reconocerlo cuestionaría el canon ético sobre el cual están inscritos sus principios “democráticos”.
Conceptos y metáforas de la ciencia
Generalmente las teorías sobre desarrollo humano arrastran consigo supuestos acerca de la vida infantil que se han convertido en metáforas poderosas para asignarle ciertos significados a esta etapa de la existencia. A la infancia se le han asignado y reasignado significados –populares, antropológicos, ontológicos, empíricos y filosóficos- a través del tiempo sin que ello haya contribuido mayormente a producir una conceptuación dentro de las teorías del desarrollo. Según hemos observado, la mayoría de éstas, ya sean conductistas, psicoanalíticas o constructivistas, mantienen fuertes vínculos con el paradigma mecanicista cartesiano, el racionalismo psicológico -que designa a la razón como una facultad superior a la emoción y a la voluntad- y el positivismo. Todo esto a manera de metáforas y conceptos claves para la disciplina.
Como toda ciencia, la psicología del desarrollo edifica conceptos que se utilizan para darle unidad y coherencia a las explicaciones que se generan dentro de la misma disciplina. Estos conceptos pueden haber sido en un principio metáforas de fenómenos observados y que, al establecerse como parte de la teorización, la metáfora llega a convertirse en una entidad expuesta a experimentaciones.
En este sentido, las ciencias abandonan metáforas que les son inservibles y adoptan otras nuevas mediante la acumulación de datos empíricos (Harré, 2002). Las metáforas son modelos poderosos para interpretar los datos que las ciencias generan debido a que se convierten en representaciones cognoscitivas sensibles al contexto de la teoría, porque no podemos olvidar que la ciencia es una práctica social particular. Es decir, que las metáforas también son herramientas conceptuales elaboradas a partir de las prácticas comunicativas. Según Leary (Rodríguez, 1997), la metáfora no es una mera figura retórica, sino una forma de pensamiento con funciones epistemológicas básicas en la historia de la ciencia. De esta forma es que el discurso científico incorpora metáforas que cumplen funciones duales: por un lado, reflejan teorías y prácticas científicas, pero también contribuyen a convertir las nociones abstractas en entidades concretas.
Moser (2001) sustenta que las metáforas son procesos cognoscitivos normales porque se constituyen en modelos abstractos de la realidad por su capacidad para responder culturalmente al contexto. Las metáforas son herramientas para pensar y están fuertemente influenciadas por el contexto cultural, las creencias personales y la comprensión de los fenómenos. A todo esto debe añadírsele la influencia de las aportaciones de los discursos científicos en la elaboración de metáforas explicativas.
Se puede decir que una metáfora es un concepto que sustituye a otro porque hace referencia a él, pero en ese proceso el concepto sustituto desplaza al original. Por transposición, el referente se convierte en el objeto. Cuando esto sucede, las disciplinas con poca reflexividad histórica empiezan a producir y consolidar mitos en su discurso, así como la computadora se volvió la metáfora de la mente en el marco de la teoría de la información (Rodríguez,1997).
Metáforas de la vida infantil
La vida infantil ha sido objeto de la elaboración de teorías que utilizan mitos y metáforas que reflejan prácticas sociales y científicas determinadas. Estas prácticas no están separadas de prejuicios y supuestos acerca de los niños que conforman un cúmulo de saberes que a veces son contradictorios, pero que la misma práctica científica ha establecido como entidades estrictamente empíricas.
Las metáforas que se formularon dentro de la psicología del desarrollo han sido escasamente debatidas, esto ha provocado la dificultad de descubrir las implicaciones que justifican prácticas científicas, sociales y políticas que repercuten dentro y fuera de la disciplina. El concepto infancia es una de esas metáforas. Según la posición de las teorías que hemos revisado, la infancia se presenta implícitamente como un estadio más cercano a la naturaleza que a la cultura (Darwin, 1877), o como un momento de la existencia que es incompleto o inferior al del adulto (Gesell, 1965; 1966). En otros casos, es el tiempo biológico requerido para establecer los fundamentos de lo que implica ser un humano sin serlo todavía. Muchos de los supuestos implícitos en estas teorías establecen que los infantes son seres pequeños que raramente participan en la cultura.
La infancia también es una metáfora poderosa que habla de creencias sociales alrededor del concepto. Infancia es subdesarrollo, inmadurez, poca inteligencia, salvajismo, pequeñez, imperfección, barbarie e inexperiencia (Darwin, 1877; Freud, 1993; Gesell, 1965; Montessori, 1991), pero también es simplicidad, inocencia y potencialidad (Darwin, 1877; Freud, 1965; Mead, 1951; Gesell, 1965; Egan, 2002)
Erica Burman advierte que la psicología del desarrollo elabora modelos que establecen jerarquías nominativas y dominantes acerca del género, las clases sociales y las relaciones familiares (1999; 2002). Por ejemplo, mucho se habla de que los países con desarrollo socioeconómico y procesos democratizadores se constituyen en la mejor muestra del progreso social (Welzel, Inglehart y Kligemann, 2003), haciendo una comparación con lo que implica que un ser humano se desarrolle y gracias a ello progrese. Se considera que el desarrollo de las personas está ligado al progreso; mientras más de uno, más del otro. Es decir que los conceptos desarrollo, evolución y progreso han llegado a implantarse entre nosotros como sinónimos. Burman (2002) advierte que la psicología del desarrollo es el criterio que da la base para el trabajo de psicólogos escolares, educadores, trabajadores sociales y trabajadores de la salud. Las nociones que la psicología del desarrollo ofrece son los criterios para tomar decisiones con respecto al pequeño y su familia, proporcionando un marco conceptual en el que la gente común aprende a organizar y comprender sus propias experiencias como niños, como padres y como miembros de una familia. Los índices sociales establecidos por agencias internacionales, como el Banco Mundial de Desarrollo, imponen medidas y objetivos a todos los países por igual según el modelo occidental sobre salud, economía y educación (Burman, 1999).
Desarrollo y progreso
El concepto “desarrollo”, por definición, aunado al de “evolución”, designa la acción de algo que se despliega o desenvuelve, así también como de la acción sobre algo que se hallaba enrollado, arrollado o envuelto (Ferrater Mora, 1951). A pesar del gran auge que suscitó la Teoría de Darwin y Wallace sobre la evolución de las especies en 1859, las explicaciones sobre los procesos ontogénicos –epigénesis y preformación- ya eran debatidas por Aristóteles y los pre aristotélicos. La epigénesis implicaba una sucesiva incorporación de partes, en tanto que la preformación se conceptualizaba como el crecimiento de un organismo ya formado desde un principio, pero en proporción reducida (Ibid). La tesis acerca del desarrollo de la especie humana tuvo buen acomodo en los círculos científicos, después de todo, porque la explicación acerca de la evolución darwinista poseía varios de los ingredientes dentro del supuesto de la preformación (Baca, 2005).
Si bien podemos decir que la explicación preformativa fue una de las bases conceptuales que permitieron establecer una línea de pensamiento “evolucionista”, se observa que también procuró el planteamiento de otra línea paralela que argumentaba, específicamente para explicar el fenómeno de la concepción humana, que un pequeño hombrecito se alojaba dentro de los órganos masculinos y era depositado dentro de la vagina para posibilitar su crecimiento. Tal parece que estas dos concepciones siguen estando vigentes en las teorías sobre el desarrollo humano y en la idea que ellas muestran, implícitamente, acerca de la vida infantil, aunque se exprese solamente una en el discurso oficial de la academia. Por ejemplo, se habla de “recapitulación cultural” cuando nos referimos a que toda vida infantil reproduce en su desarrollo la vida de la especie humana; la ontogenia recapitula a la filogenia. El niño es el padre del hombre (Freud, 1993; Montessori, 1991).
Así como se da por sentado que evolución y desarrollo tienen una vinculación muy cercana, el concepto “progreso” se encadena a los anteriores por su similitud teórica. Cuando Darwin y Wallace publicaron sus teorías acerca de la evolución de las especies por medio de la “selección natural”, hubo que argumentar algunos planteamientos para que el mundo victoriano aceptara completamente el concepto de “evolución”, en la medida en la que éste no representó de inmediato una ventaja a la sociedad del Siglo XIX; la “evolución” era una idea neutral (Bury, 1928) y no representaba, hasta ese entonces, una prerrogativa que se quisiese alcanzar.
Muchos años antes, Francis Bacon había introducido a sus contemporáneos la idea de que el conocimiento y la felicidad eran bienes en sí mismos. Bacon fundamentó que las posibilidades de que la ciencia propiciara la felicidad, o garantizara su establecimiento, se debía al progreso: una síntesis del pasado con una garantía profética sobre el futuro; una ventaja por sobre los antepasados que se proyectaba al futuro (Ibid). Más tarde, en el Siglo XIX, Spencer logró relacionar las ideas sobre la evolución y el progreso de manera que la primera se llenó de atributos éticamente buenos y altamente morales (Bury, 1928; Egan, 2002). Muy pronto se aceptó la idea de que la evolución era la capacidad para el progreso. La sociedad “civilizada” del 1900 era el mejor ejemplo de las adaptaciones de la especie que ya habían sido completadas, tanto en lo físico como en lo mental. Gracias a la Teoría de la evolución, la sociedad europea se vio a sí misma como el ejemplo de que la civilización tendía naturalmente al progreso. La recién inaugurada psicología del desarrollo se puso al servicio de la sociedad para describir ese progreso que ocurría en las niñas.
Según Kessen (1979), la naciente psicología del desarrollo se acogió a un conjunto de supuestos que representaban todo acerca de lo que los adultos necesitaban conocer y explicar sobre la vida infantil, elaborados algunos a partir de Darwin, el “abuelo de la psicología infantil” (p. 816). Con Darwin comienza un interés por establecer las bases explicativas acerca de la biología del infante, su naturaleza y su parecido con los animales. Desde entonces y hasta la fecha, se siguen produciendo múltiples artículos en las revistas científicas para comparar una habilidad específica entre infantes y simios, como por ejemplo la capacidad para comprender algunos aspectos primitivos de la comunicación (Tomasello, Call, & Gluckman, 1997).
Una vez conformada la psicología evolutiva, o del desarrollo, bajo unas tendencias específicas donde la evolución y el progreso eran los ingredientes principales, la vida infantil sirvió de terreno fértil para elaborar una gran cantidad de saberes –en franco compromiso con la ciencia y la tecnología- que consideraron por primera vez al infante, como la explicación acerca del devenir del ser. Hacia 1880, la vida infantil es la depositaria política del progreso (Kessen, 1979).
Egan (2002), explica que, si bien Spencer fue muy influyente en el ámbito de la educación, sus planteamientos instituyeron la visión –errónea- acerca del desarrollo como una progresión lineal hacia el mejoramiento. Para solventar el error y cuidar de no seguir cayendo en ese círculo vicioso que deja en desventaja a la infancia, Egan propone una nueva mirada al establecer que el desarrollo es un proceso constante de pérdidas y ganancias. Él sugiere que debemos tener en consideración que hay ciertas habilidades infantiles4 que perdemos casi por completo al llegar a la adultez, a las que no les prestamos atención porque centramos todos los esfuerzos en identificar el proceso de crecimiento de las formas racionales.
La infancia como ficción
Como Burman (1994), Kessen y otros estudiosos del desarrollo han reconocido que la infancia es una “invención cultural” (Kessen, 1979; Borstelmann, 1983). Este reconocimiento también ha sido objeto de trabajos de historiadores y sociólogos como Ariés (1962) y James y Prout (1990), sustentando que en el transcurso de la vida de occidente hubo un “descubrimiento” de la infancia para luego transformarla e ir redefiniéndola hasta nuestros días.
Consideremos también que las definiciones de la infancia son relacionales (Burman, 1994). Las definiciones siempre existen en relación con lo que las personas adultas establecen con respecto a qué debe ser y hacer una niña, por ejemplo. Estas definiciones se establecen desde la familia, la escolarización, la ciencia y el Estado.
Es por ello que la revisión de publicaciones sobre el tema que nos compete, incluye a los autores que, por un lado, han estudiado las concepciones sobre la infancia, o que han dado explicaciones acerca del desarrollo de los niños y, por el otro, a los responsables en la formulación de propuestas que han influenciado a la propia psicología del desarrollo, como Piaget y Vygotsky.
La idea generalizada de que los niños son seres inocentes y vulnerables y, por lo tanto, con derecho a la protección, no solamente de su familia si no también del estado, con sus implementos de salud y educación, nos ha sido heredada a partir de los comienzos del Siglo XIX, que a su vez sufrió las influencias filosóficas de la Ilustración y la Revolución Científica. La infancia no fue siempre ese período ideal de los seres humanos. El concepto se ha ido articulando de diferentes maneras en algunas partes de la historia del pensamiento occidental como examinaremos en el capítulo del análisis.
Cómo estudiar a los niños
Los procedimientos para estudiar a los niños fueron el resultado de una combinación entre el método experimental, las preocupaciones filosóficas heredadas de la Ilustración, la antropología y los supuestos implicados en la teoría de la evolución de las especies, de Charles Darwin e Irving Wallace.
Las nociones, modelos y leyes que la práctica ideológica occidental utilizó para explicar el universo newtoniano, fueron trasladadas al armazón de las explicaciones en las ciencias sociales y, en este caso, a las descripciones que la psicología evolutiva hizo de la infancia. Así, el germen de la psicología evolutiva heredó la práctica experimental de las ciencias duras. Estas prácticas servían de motor para contestar las preocupaciones filosóficas acerca de cuánto nos diferenciamos de los animales, en qué medida somos producto de la sociedad y cuáles son los rasgos que acarreamos desde el nacimiento. Las respuestas se congregaron alrededor de la teoría de la evolución de las especies, escrita en 1839 y publicada veinte años después. La relación entre el estudio de los niños y la psicología animal no fue mera casualidad. En este sentido, Kessen (1965; 1979) explica que, luego de que la Teoría de la evolución de las especies ofreció una plataforma fuertemente fundamentada acerca de la niñez como la línea base, la psicología se dedicó a explicar las complejas manifestaciones de la conducta del adulto a partir de los datos mínimos, es decir, a partir del estudio de la infancia. Los asociacionistas asumieron que el infante y el animal son adultos imperfectos, pero con rasgos mínimos que podían ser estudiados, observados, calibrados y explicados en patrones menos complejos que en los seres humanos adultos.
La teoría de la evolución contribuyó a sugerir que la infancia era en realidad la línea evolutiva base de la humanidad adulta y occidental. El papel de la mano de obra infantil en la economía de algunos países europeos comenzó a decaer, por motivos morales, gracias a la mirada que la ciencia fue posibilitando. Las manifestaciones de raquitismo, cáncer, mutilaciones y muerte en los niños obreros calaron muy hondo en la sociedad del diecinueve, que comenzó a mirar a los niños como a futuros adultos, ciudadanos del progreso y el capital asegurado, bajo el cuidado de una ciencia que se dice benévola y objetiva. Los comités a favor de la educación moral dentro de las fábricas inglesas no se hicieron esperar. Los niños y niñas recibieron dos horas de religión al día que serían suficientes para equilibrar la balanza de la culpa. Pronto, también surgieron debates acerca de cómo el ambiente afectaba el desarrollo del niño (Cole y Cole, 1996). Las nuevas representaciones sobre la niñez, que se develaron gracias a la Teoría de la evolución de las especies, ya se habían estado elaborando desde el Siglo XVII, período en el que la incipiente economía capitalista consideró la buena crianza de los hijos de gran importancia para asegurar la ascendencia social (Kagan, 2000).
Los científicos, enfocados en la línea evolutiva base, vieron posibles comparaciones entre el comportamiento de los niños y el de los primates, con el objeto de verificar si ellos atravesaban una “etapa de chimpancé” (Vygotsky y Luria, 1930; Cole y Cole, 1996). El propio Darwin señala esa etapa del chimpancé en un artículo basado en la observación minuciosa con el mayor de sus diez hijos. Se menciona que el pequeño, al intentar sus primeros sonidos, articuló algo parecido a un antropoide. Era innegable que si bien comenzó otra visión acerca de los niños, todavía se les consideraba más cercanos a la animalidad y a la naturaleza que a cualquier otra cosa. Aún en nuestros días podemos encontrar que se produce una gran cantidad de estudios sobre la similitud entre los niños y algunos primates, o que se publican artículos de investigaciones con primates en revistas dedicadas al desarrollo de la niña (Westergaad, Campoux y Suomi, 1997).
Aunque hubo otros observadores naturalistas que recabaron detalles, datos y cifras acerca del desarrollo de sus propios hijos con rigurosidad innegable, es el propio Darwin el que sienta las bases sobre el camino que seguirían las investigaciones y las teorías que dictan cómo y desde dónde se estudia a niñas y niños. El estudio de Darwin llamado A biographical sketch of an infant (1877) tuvo la capacidad de eclipsar a otras observaciones, sobre todo las que ya habían sido realizadas por mujeres (Burman, 1994).
El trabajo de Darwin en la Teoría de la evolución de las especies ofreció a la sociedad del Siglo XVIII la idea de la perfectibilidad (Kessen, 1965). Para Darwin la evolución es un ingrediente inevitable, casi mecánico, de la vida (Robinson, 1986). La vida infantil seguía un mecanismo tal que era posible observar todas las fases por las que llegaba a ser un adulto. A biographical sketch of an infant es el recuento de las fases en la evolución natural de un niño de clase alta. Las observaciones de Darwin respondían a los atributos de clase social de la cual el autor era parte. El gusto por cierto tipo de música y el apego por la nodriza son algunos de ellos. También se incluyen el movimiento, las emociones, la inteligencia, el apego, la herencia y el lenguaje. Así, la psicología evolutiva, o del desarrollo, desde las observaciones de Darwin utiliza estas observaciones como la moneda corriente para capitalizar las explicaciones sobre los niños.
Desde entonces, la psicología evolutiva se ha dedicado a observar a niñas y niños porque ellos son “el museo natural de filogénesis e historia” (Kessen, 1965). La vida infantil mantiene desde entonces, aunque implícitamente, una fuerte carga cultural y simbólica. Según lo establecido, el niño es, o debiera ser, el prototipo del adulto.
Luego de varios siglos en los que el niño pasó conceptualmente por varias etapas, desde la insignificancia, el salvajismo dulce de Jaques Rousseau y Gaspar Itard, hasta la explotación; obtuvo finalmente su valor científico como medio para el conocimiento de la filogenia humana, que, dicho sea de paso, estaba representada por el adulto de sexo masculino y de extracción burguesa de la Europa occidental. Si bien la vida infantil comenzó a ser mirada de diferente forma, ello no implicó que haya dejado de ser explotada de varias maneras, hasta nuestros días. La mayoría de los países del Tercer Mundo, debido a su relación con Europa, establecieron normas para estudiar a las niñas según lo señalado por la modernidad y el capitalismo (Balagopalan, 2002). Por su hegemonía económica y científica, los Estados Unidos son los que ahora exportan a todo el planeta una psicología particular. La desigualdad entre este país y otras partes del mundo es similar a la desigualdad dentro de las sociedades. La psicología en los Estados Unidos ha estado tradicionalmente dominada por varones de clase alta y de raza caucásica (Moghaddam y Studer, 1997), siendo éste el grupo que establece las agendas para la investigación científica5. Los grupos minoritarios se han quedado afuera de la toma de las decisiones que han moldeado el quehacer de la psicología en todas sus facetas, incluyendo a la psicología del desarrollo.
En la siguiente sección, analizaremos cuáles son las características que la cultura occidental considera que nos definen como humanos para entonces tomar en consideración el papel de la cognición, o de los procesos superiores para comprender las bases de las que parten Piaget y Vygotsky para la elaboración de sus explicaciones acerca de la vida infantil.
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