Ética y Política
en Psicología: Las dimensiones no reconocidas
LAS DIMENSIONES DE LOS PARADIGMAS
Es bien sabido cuan confusa y polisémica
es la noción de paradigma usada en las ciencias
(Masterman, 1975), pero también,
al mismo tiempo sabemos cuan
popular y extenso es su uso.
No
entraré pues, en la discusión acerca de cuál de las acepciones que le es atribuida es mejor o peor.
Simplemente iré directo al punto al cual siempre se termina
arribando cuando se trata este tema:
cómo lo define quien habla
y qué entiendo entonces por paradigma. Paradigma, a los fines
del tema que presento, es un modelo o modo de conocer,
que incluye tanto una concepción del individuo
o sujeto cognoscente, como
una concepción del mundo en que vive y de las relaciones entre
ambos. Esto supone un conjunto sistemático de ideas y de
prácticas que rigen las interpretaciones acerca de
la actividad
humana, acerca de sus productores (Munné- 1989- habla de un modelo del hombre), de
su génesis y
de sus efectos sobre las personas y sobre la
sociedad, señalando modos preferentes de
hacer para conocerlos (Montero,
1993). El carácter ejemplar consiste, como dice Kuhn (1962/1971:
13), en "proporcionar modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica".
Es decir, generar una
corriente de opinión
y de acción entre los quienes hacen
ciencia. Así que, para que haya un paradigma, usando
las palabras de
Munné
(1989),
es necesario
"generar
una comunidad
científica, informal, pero bien diferenciada, caracterizada por disponer de unos canales de comunicación propios, por compartir un mismo enfoque epistemológico,
por emplear una terminología conceptual común, por utilizar un método o métodos particulares, e incluso por asumir una similar
escala de valores"
(Munné, 1989: 32).
En este sentido, la noción
de paradigma, paradigmáticamente, ha sido entendida como un ámbito del saber configurado por tres dimensiones fundamentales:
Ontología,
epistemología y metodología.
Al
menos, para el campo de las ciencias sociales, es así como suele ser presentado a partir de la obra ejemplar, modelar,
paradigmática, de Lincoln y Guba (1985): Naturalistic Inquiry. Allí,
simplemente, se introducen esos tres aspectos
asumiendo su carácter de modos de expresión del
saber científico, en función de los cuales los autores pasan a examinar los paradigmas que a su juicio han dominado el campo de las ciencias sociales durante
el siglo XX. En 1990, Guba, nuevamente, después de
definir el concepto de paradigma como un "conjunto
de creencias que guía la acción", sea en la vida cotidiana, sea en una indagación sistemática,
pasa a usar esta trilogía de elementos, diciendo que tanto los paradigmas pasados cuánto los emergentes, "pueden ser caracterizados por la forma en que sus
proponentes responden
a tres preguntas
básicas, que pueden
ser caracterizadas
como ontológica, epistemológica y metodológica" (Guba, 1990: 17) y que constituyen el punto de partida
para determinar qué es la investigación y
cómo se la lleva a cabo.
La primera pregunta (ontología) es: ¿Cuál es la naturaleza de lo cognoscible? O, dicho de otra forma:
¿Cuál es la naturaleza de
la realidad?
La segunda (epistemología) se enuncia como: ¿Cuál es la naturaleza de la relación entre quien
conoce (el investigador o indagador) y lo conocido o cognoscible?.
La tercera (metodología)
plantea ¿cómo debe hacer
el indagador/a para encontrar el conocimiento? No discutiré, y de hecho creo que nadie en su sano juicio lo haría (paradigma obliga), la pertinencia de
los tres aspectos tan puntualmente
planteados por Lincoln
y Guba, pero si
señalaré que a mi modo
de ver, la historia no termina allí.
Que hay mas tela que cortar en esto de definir y describir qué es y cómo se
hace una investigación, sea naturalista o experimental.
Al igual que
muchos otros investigadores, y a
mi debido tiempo, quedé
encantada
por
la forma elegante, aparentemente clara y sencilla,
en que los autores citados presentaban su análisis comparativo, en función de esos tres elementos, de la estructura paradigmática del positivismo, el post-positivismo,
la teoría crítica y el construccionismo, corrientes que han regido
las ciencias sociales durante el siglo XX. Hasta que traté de usar el modelo en función
de las teorías que corresponderían
preferentemente a cada
uno
de
esos
paradigmas.
Varios cuadros
y
muchas tachaduras y correcciones después,
llegué a un
acuerdo negociado con
el
modelo: La cosa
se
hacía
mas accesible, mas manejable y mas clara para mí,
cuando partía de una división previa: complejidad y simplificación. A la que debía
luego añadir, al colocar los paradigmas, una clasificación extra para
incluir las expresiones teóricas en proceso de tránsito
entre ellos. Pero
no sin que forzara los criterios de admisión y de rechazo de teorías en las respectivas casillas. Y al final, aunque el ejercicio
personalmente me resultó de utilidad, pues suscitó en mi una serie de reflexiones,
disgustos y contradicciones, encontré que
un cuadro tal no era tan productivo como aparentaba ser. Que
terminaba convirtiéndose en un tablero fijo que apenas reflejaba una particular
perspectiva del campo
contemplado.
Así que vuelta a andar y esta vez, decidí partir de
todo lo que no había entrado en la tabla. Y partir también de un examen de mi propia práctica y de la de otros investigadores e investigadoras, así
como de teorías que encajaban perfectamente y también de aquellas que no se ajustaban al modelo, y preguntarme qué pasaba después de haber respondido a las preguntas antes hechas y de buscar a cuál paradigma pertenecían. ¿Se reflejaban todos los aspectos constituyentes, característicos, que tipifican esas prácticas y teorías, en los tres
aspectos? ¿Da cuenta esa interpretación de lo qué es un
paradigma, y de lo que es el
quehacer científico?
La respuesta a estas interrogaciones fue negativa.
Mucho estaba quedando fuera, si
bien efectivamente se podía decir quién
conocía, qué era lo conocido, cómo se concebía el
proceso
de conocer, y que vías se empleaban para
producir el conocimiento. Y es que lo que se queda
afuera se dirige en primer lugar a
ese aspecto con el cual comencé a describir qué entiendo por paradigma.
Campo en el cual no estoy sola, ni soy pionera. Otras dos dimensiones quedan fuera de esa
clasificación tripartita: la ética y la política. Y esta omisión
es tanto más evidente, que si se lee la obra de Lincoln y Guba, así como
de muchos otros investigadores
que siguen sus postulados, se verá
que la preocupación ética está presente, como también el interés por los aspectos políticos de la investigación social. El vacío reside en que ni ética ni política son vistas como parte del modelo, sino
que son presentadas como accesorios
dignificantes, como aspectos
que no pueden dejar de ser considerados so riesgo de ser tachados negativamente. O como dice Barnes (1984 cit. Por Smith,
1990): "el compromiso ético y político"
es intrínseco al proceso de investigación social", sólo que después
de esa afirmación, nada mas es agregado. Lo cual hace
de la frase algo así
como una declaración de rigor, con
carácter meramente formal. La consideración de las dimensiones ética y política como parte de un paradigma
necesita
entonces un análisis más específico.
En el cuadro siguiente se puede ver cómo se estructura un paradigma de acuerdo
con lo que planteo:
ESTRUCTURA DEL PARADIGMA
|
ÁMBITO
|
PREGUNTAS
CARACTERÍSTICAS
|
|
Ontología
|
“El ser como
ser” (Aristóteles). El sujeto (activo) del conocimiento o ser del
conocimiento. El ser del
objeto que es conocido o lo que son las cosas.
|
Cuál es la naturaleza
de lo cognoscible? (Guba,
1990). Cuál es la naturaleza
de la realidad? (Guba, 1990). Quién
conoce?, quién o qué es
conocido?
|
|
Epistemología
|
Relación entre el sujeto cognoscente y objeto conocido. La construcción del
conocimiento. El estudio crítico
de la
ciencia, del conocimiento
|
Cuál es la naturaleza de la relación entre
quien conoce y lo conocido (o cognoscible)?
|
|
Metodología
|
Los modos de producción de
conocimiento
|
Cómo
debe hacer
quien conoce
para producir conocimiento?
|
|
Ética
|
Juicio de apreciación
aplicado a la
distinción entre el bien
y el mal. La concepción
del Otro y su lugar en la
producción del conocimiento
|
Quién
es el otro? Cuál es el lugar del otro
en la producción de
conocimiento? Quién conoce?
|
|
Política
|
Lo relativo a la vida organizada colectivamente, al espacio público. Lo concerniente
a los derechos y deberes
civiles y a las relaciones de
poder y su dinámica, en ese espacio.
|
Qué tipo de relaciones tenemos con el
otro? Para quién es el conocimiento?
|
|
Comencemos por la ética. Lo primero es un examen de lo que se llama
ética cuando se habla de ciencia, que curiosamente, no parece ser muy diferente de lo que ocurre en el sentido común. Lo primero que encontramos es que ética y moral no sólo se confunden sino que son términos usados
como sinónimos. Lo segundo, y consecuencia de lo anteriormente dicho, es que las secciones
destinadas a la ética suelen ser
enumeraciones de
normas que deben ser observadas por los
investigadores. Con lo cual debemos añadir un nuevo término a la confusión:
deontología. Esto es,
el estudio de los deberes que deben
ser cumplidos en el
ejercicio de una profesión u
ocupación.
La ética ha sido definida (Lalande, 1953: 419) como el estudio que tiene
por "objeto el juicio de
apreciación en cuanto se aplica a la distinción del bien y del mal" y cuyo núcleo central es, y ya lo decía Aristóteles (Ética a
Nicómaco, 1952, V3. 1130), la
equidad que se basa en la justicia. La ética supone una reflexión general de carácter
social, relacional, de
la cual se derivan los mandamientos
específicos que cada persona deberá implementar en su conducta cotidiana.
Así, la moral es el
conjunto de prescripciones, de normas, cuyo cumplimiento se exhorta a seguir en una época
y en
una sociedad o en una cultura determinadas. Como su etimología lo indica
(viene del latín mores, es decir costumbres), la
moral concierne a los modos
de hacer, de comportarse.
Ciertamente, ética y moral van juntas, la primera influyendo en la segunda, pero no son términos intercambiables. No obstante, como se dijo, de lo que se suele hablar y que es frecuente encontrar
en los manuales y tratados científicos, es del conjunto de
reglas a seguir para observar una conducta
moralmente intachable, pero no necesariamente ética. En efecto, las
normas socialmente aceptables, pueden ser excluyentes de ciertas
categorías o grupos, o pueden
condonar prácticas que los lesionen. A la vez, todo esto refleja una posición ética anterior a ellas que determina su sentido y orientación. Los "códigos de ética profesional", entonces, son conjuntos de reglas de conducta pertenecientes al orden
moral, que caen en el
campo, siempre aplicado, de la
deontología o teoría de los
deberes. Reflejan
la
ética porque esas normas suponen
una concepción del mundo, de
la sociedad, del yo y del otro, así como
de las formas consideradas en un momento y en un espacio dados,
como correctas y deseables para
el bien común, para el bienestar
de toda la sociedad.
Ejemplo de
esta fusión entre ética, moral y
deontología son los trabajos
de Smith (1990), House
(1990); May (1980); Barnes (1984). En el caso de Smith,
sin embargo, algunas de las propuestas que hace para la regulación de la producción de conocimiento, trascienden el aspecto moral, aun
cuando están enunciadas en
el estilo de reglas de conducta a observar.
Este autor, quien manifiesta que todo lo relativo a los valores que intervienen en una investigación es
tan importante como lo epistemológico, señala que los investigadores deben estar atentos a evitar los
siguientes aspectos:
• La omisión o el
descuido en el tratamiento de
todo lo relativo a los valores.
• La necesidad de incluir la perspectiva de los actores presentes en el
contexto de la investigación,
de tal manera que la teoría que usa
el/la investigadora esté coordinada con la
acción que lleva a cabo, de acuerdo con esa perspectiva.
• La necesidad
de dar
cuenta de las acciones
que se realizan en los
mismos términos que se lo hace para las que ejecutan los sujetos, de tal manera que el mundo de una y otros puedan relacionarse.
• Respetar
los derechos
de
"los sujetos
humanos" (Evitar el manejo burocrático
del
cumplimiento de normas "éticas",
que tiende a posponer su observación. (Smith, 1990: 154-
155).
Las normas que regulan el ejercicio de la actividad
científica y la forma de expresar la teoría y de
relacionarse con el objeto de investigación, conciernen a la moral, y se traducen en la deontología. A
su vez, los aspectos deontológicos, que deben estar presentes en toda disciplina científica, rigen su práctica y acompañan al método,
La concepción del mundo, de los sujetos que en él son, del origen, aplicación y propiedad del conocimiento y de las
relaciones que los unen,
pertenecen a la ética. Por
eso son éticas las preguntas que
se planteaba Hare en 1964 (cit. Por Smith, 1990:
149), en relación
con las actividades
que como ocurre
con
la investigación social, involucran
a otras personas en
eses que guían a la investigación?
(Smith, 1990:149).
• ¿A quién
favorece la investigación?
• ¿Daña o lesiona
a alguien esta investigación?
De tal manera que en la base del acto de conocer está siempre el ser humano, como Uno y como Otro.
Entonces, cuando considero que
el campo ético
configura una dimensión fundamental de todo
paradigma, es porque en toda concepción del quehacer científico hay también explícito
o implícito, una concepción del Otro. Al igual que se define al sujeto cognoscente, aquel que realiza la
actividad de conocer, se suele definir, muchas veces por complemento o por oposición o contraste, al Otro. Sea este el objeto de la aplicación del conocimiento, o el objeto a conocer. Y no es este un aspecto
ni sencillo ni para ser tratado con ligereza, pues las mas de las veces la concepción no sólo del Otro en
general, sino del
ser
humano que fundamenta una investigación, una teoría, un método debe ser deducida de ontológicos, epistemológicos y peor aun con los metodológicos, en cuyo ámbito
no pocas veces se enuncia una
intención y se lleva a cabo
algo muy diferente, al actuar.
ÉTICA Y OTREDAD
¿Cuál es la razón para colocar a la ética en la concepción del Otro y no considerar que basta
expresarla y contenerla
en las normas de conducta deseables
dentro de una sociedad?
Evidentemente, los códigos de ética o las normas que regulan la conducta del buen ciudadano o los
decálogos, entre otras instrucciones para el buen convivir y el comportarse de la manera mas elevada
y digna, son necesarios, útiles, saludables e inevitables.
Pero el que concepción del otro, o del
prójimo, si así se quiere, esté casi siempre
implícita, significa que
cae en el campo
de
la
naturalización, de lo aceptado como perteneciente al
orden "natural" de las cosas.
Por lo tanto
no discutible. Y
esto conduce a que el Otro sea considerado como el Uno, como prójimo no sólo por proximidad sino por parecido. Alguien que hasta en
su oposición y negatividad
está definido desde el Yo o desde el Uno.
Semejante
complementario u opuesto por contraste: malo allí donde desde la
posición del
Uno se ha definido qué es bueno; obscuro
donde impera lo claro o
viceversa.
En el fondo,
como también en la
superficie, que no es cosa ligera, el bien y el
mal son construidos en función de la relación que mantenemos con los otros. Les hacemos y nos hacen bien, les causamos y nos causan mal. El bien y el mal se dan en nuestras relaciones con los otros y con el mundo, y toda relación con el mundo es
esencialmente social.
A esta limitación del
Otro, que lo reduce a ser la parte externa del Uno, la expresión del espíritu de aventura del Yo, la desviación que
todos guardamos y que se
define en función de la norma, Dussel
(1974) enfrenta una modificación o una reestructuración epistemológica y metodológica: la analéctica
(del griego anas, es decir, que está mas allá, que es de otro plano, más arriba, lo que podríamos
llamar la exterioridad), con
la cual pretende superar el carácter restringido de la dialéctica e incorporar la analogía
como un modo de conocer, paralelo y a la vez, opuesto
a la dialéctica en una misma
totalidad.
La restricción de la dialéctica reside en que sus
elementos: tesis, antítesis y síntesis, se ubican todos en
un mismo campo definido desde la tesis. Así, la tesis lo es por que antecede a esa antítesis que
se le opone y cuyo ámbito está definido desde la tesis, que le propone
horizontes y límites.
A
su vez,
la síntesis, sólo puede surgir de ambas y las tres constituyen una totalidad,
que puede engendrar otra
igualmente constituida. Hay pues en
la dialéctica un elemento
primero, a partir del
cual se origina el conocimiento. Se supera en ella el carácter cerrado de las premisas silogísticas, pero se mantiene
la misma estructura tripartita, sustentada por un elemento que en la dialéctica deja de ser "mayor",
aceptando el diálogo con su opuesto,
pero propiciando ese intercambio desde sí.
Dussel (1974) define a la
analéctica como la extensión de
la dialéctica
(también la llama
ana-dia- léctica), como un "momento del método dialéctico" que incorpora una nueva posibilidad en la
construcción del conocimiento: La Otredad o alteridad excluida de aquellos que no sólo son diferentes
(como antitéticos a lo que
es opuesto, pero
complementario), sino extraños,
distintos, inesperados, exteriores. Supone aceptar
como sujeto cognoscente a
alguien no imaginado, a alguien no igual.
El aceptar una Otredad
distinta, no construida necesariamente a partir del
Uno, supone admitir
formas de conocer totalmente
otras y supone también,
y necesariamente, el diálogo y la relación con ese Otro en un plano de igualdad basado en la aceptación de la distinción y no en la semejanza o complementariedad.
POLÍTICA, CIENCIA Y CONOCIMIENTO
Ya es una
práctica común al mencionar la palabra política, fuera del contexto partidario, el
definirla en su sentido amplio. En efecto, la sola mención del término política asusta, eriza o pone en guardia al más adormilado escucha de cualquier conferencia.
No podía ser diferente entonces cuando se enuncia la dimensión política de un paradigma. Así que después de traer a colación el obligado recuerdo de que la palabra viene del griego
polis, y se refiere a lo concerniente a la ciudad y a la
ciudadanía, a lo público, es necesario señalar igualmente
por qué es esta otra dimensión de un
paradigma.
Punch (1998) al tratar el tema de la ética y la política
en relación con la investigación cualitativa, señala que por política
se entiende en ese contexto, desde la "micropolítica
de las relaciones
personales hasta las culturas y los recursos de las unidades de investigación y de las universidades,
los poderes y las políticas [entendiendo por tales los programas de acción
institucionales] de los
departamentos de investigación gubernamentales, y en última instancia, la mano (pesada o no) del Estado
central" (Punch, 1998:
159). A
todo lo cual agrega el "contexto de la política" y sus restricciones,
los cuales no explica, aunque manifiesta que influyen en la práctica
de la investigación.
Así, la política parece estarse refiriendo, como ya habíamos anunciado, a la vida pública y a cómo nos relacionamos con otras personas, en ella.
Pero también,
y este es quizás el meollo
de la política, se refiere
al poder y a las líneas de acción, es decir del hacer y del decir, que de él emanan en una
sociedad. Producir
conocimiento
entonces tiene consecuencias políticas
y puede ser el producto de una política. Saber
es un fenómeno con consecuencias políticas; publicar
o privatizar el conocimiento
es un hecho político
y también lo es el lugar que se ocupa en la relación de conocimiento. Todo paradigma, pues, tiene una dimensión política.
Pero al igual que
ocurre con la ética, del aspecto político se suelen encontrar menciones explícitas e implícitas que podrían
desviar al analista de su camino, conduciéndolo hacia el
campo, necesario y reconocido, de las
condiciones necesarias
para la producción del conocimiento o influyentes en el proceso de producirlo, el cual aunque necesario de considerar, es apenas un aspecto del tema. Un ejemplo de esto, son los trabajos de Smith (1990) y de House (1990), en los cuales se analiza el tristemente célebre proyecto Camelot mostrando su carácter interventor en la política
(entendida como acción de gobierno y como orientación de esa acción), en los países latinoamericanos, si bien
en ambos se hace el mayor énfasis en los aspectos morales concernientes al ocultar los intereses
que impulsaban tal estudio.
UN PARADIGMA NO ES
LA SUMA DE SUS DIMENSIONES
Las cinco dimensiones de un paradigma (ontología, epistemología, metodología, ética y política), no son compartimentos estancos que pueden ignorarse
entre sí. Toda epistemología está directamente
relacionada con una concepción ontológica, que
define al ser y al objeto del
conocimiento, en función de los cuales se produce una relación cognoscitiva.
A su vez, el método que se aplique refleja
igualmente a esos dos
aspectos. Y quien habla de ontología, de epistemología y de metodología
no puede dejar de referirse a la ética y a la política. El punto central
de la ética reside, como hemos visto, en la concepción del Otro, en su
definición y en los alcances de su participación en la relación
con el sujeto cognoscente.
Esto es, en la definición de
ese Otro como objeto o como
sujeto, como ente cognoscente
o como objeto de conocimiento.
A su vez, la admisión de la existencia de una
carga valorativa en la construcción del conocimiento, supone un ámbito
o dimensión política. Y las cinco dimensiones
interactuan en todo momento,
son inseparables.
De hecho, en las mismas
obras en las cuales sólo
se habla de tres dimensiones, sus autores
no
dejan de incluir aspectos tanto éticos como morales y deontológicos, así como también incluyen
algunas reflexiones
de orden político.
La dificultad parece estar, no en admitir que esos aspectos
deben
ser considerarse, sino
en reconocer su rango de dimensión o
elemento paradigmático básico.
El sistema construido por Dussel,
antes mencionado, ejemplifica
esa integración: Con la analéctica, Dussel (1974;
1988; 1998) pretende dar mayor alcance a la dialéctica
(de allí la palabra "extensión"
antes usada), en tanto incorpora aquello no ligado al mundo de vida del Yo, desde el cual se plantea
el conocimiento.
Y mediante ella introduce una concepción epistemológica, a la vez que configura
un método y como veremos luego, genera
también una concepción ontológica que
tiene fundamentación ética y consecuencias
políticas. De hecho, la concepción ontológica
de una Otredad constituida
por Otros independientes de los Unos, o de los Nosotros,
no limita sus raíces filosóficas a Dussel. Esa
concepción también se alimenta de la obra de Levinas (1977) y de Buber (1923/1956), quienes ya anuncian lo que
hoy se conoce como una "episteme de la relación".
En efecto, a partir de esa ontología basada no en el
Ser individual, en el Uno, sino precisamente en la
relación entre el Uno y el Otro, y unida estrechamente
a ella es que surge la concepción de la
episteme de la relación. Es decir, de una concepción sistemática de la relación entre sujeto y objeto de
conocimiento, que proporciona un ámbito referencial para la construcción teórica y metodológica de
una época. La dimensión epistemológica está
entonces integrada por un conocer por relaciones. No significa
esto la pérdida de la individualidad, sino la noción de que somos en la relación.
El Uno se reconoce como tal por la presencia del Otro y por la relación que
sostienen entre sí. Se es en la
relación y no se puede ser fuera de ella. La individualidad entonces es un elemento de la relación,
que se construye por ella y en ella.
Esta episteme de la relación pone en tela de juicio y discute el valor de verdad de una afirmación
sobre la cual se ha construido el edificio psicofilosófico que ha servido de ámbito a la ciencia moderna,
y
por
ende también
a
la psicología: el imperio del individuo como
soberano de la conciencia; unidad única
entre millones de semejantes. Ser
social por antonomasia y sin embargo,
defensor de una individualidad
que, paradójicamente, sólo puede
existir
si
existe
el
grupo, la sociedad. Y la paradoja se hace tanto más evidente en el hecho que se nos defina por aquello que
nos niega y que condena al
mismo ser que nos atribuimos: la individualidad.
Esta episteme no
expulsa sin embargo al
individuo. Tampoco significa
despersonalización,
ni desaparición de la distintividad de cada individuo. Se refiere a un fenómeno en el cual se es con los
otros, sin dejar de ser singular. Pero se es en
relación, no de manera aislada.
Nadie puede existir sin el Otro, a
menos que como una vez mas, ya
dijera Aristóteles: fuésemos animales salvajes
o dioses
(1952). Y es justamente de esa singularidad que surge la necesidad de reconocer al Otro en su
distintividad y no como la extensión del Uno o su complemento
por contrario.
Victoria
Camps (1993) ilustra esa
contradicción cuando dice: “el individuo
deja de serlo
cuando abdica de su autonomía. Ser individualista en el sentido
que damos normalmente a este término, pensar sólo en la propia supervivencia y en la del grupo a que uno pertenece, ser
egoísta, eso no es ser autónomo...” (p. 23), “pues es adaptarse ciegamente a las normas establecidas, para lo
cual - se tiene
– que evitar
a toda costa la permeabilidad de otros
comportamientos y estilos de vida...”.
Agregando luego, aunque no sin cierta timidez: “La autonomía... no es incompatible con el diálogo y con la necesidad
del otro” (Camps, 1993, p. 24).
En la posición de
Camps se denuncia el
individualismo
que adocena, se señala la necesidad de
aceptar la diversidad-Otra,
la Otredad, que nos hace autónomos, o como diría Levinas (1977/1995), que nos hace libres; pero se mantiene al Yo, al individuo, como unidad
ontológica.
EN CONCLUSIÓN
Si bien ética
y política en la construcción del conocimiento son aspectos cuya presencia no
escapa a algunos investigadores, ocupan un lugar borroso en lo que se suele admitir como
estructura paradigmática.
Lo más
usual
es que los analistas y gnoseólogos se preocupen mucho por descubrir cuál
es la teoría que subyace a una obra, cuál es el método
empleado y también,
aunque ya en
menor grado, cuál es el modelo de ser humano que habita a una explicación, a un estudio, a una interpretación.
Pero ética y
política quedan en una
especie de zona de penumbra, borrosa
y vaga, apenas dibujada. Son dimensiones desconocidas.
Sin embargo, tal imprecisión y borrosidad es engañosa, pues toda construcción del conocimiento las incluye, pero naturalizándolas como si fuesen aspectos propios del objeto conocido, intrínsecos a el, o bien
como si fuesen
parte del ritual de investigación, de los múltiples
gestos de la cotidianeidad científica, como si fuesen esencia del ser y del vivir. Se ejecuta así un acto de escamoteo que limita a
los tres aspectos reconocidos al ocultar la concepción del Otro,
reduciendo el
Ser del conocimiento; al desaparecer el tipo y naturaleza de relación que, en tanto que productores de saber, se tiene con
ese Otro, limitando entonces a la relación misma. En la agenda de investigación de quien quiera mirar al mundo para producir conocimiento sobre él, es necesario incluir una mirada crítica sobre la estructura de
las acciones que construyen
el saber y hacerse las preguntas develadoras.
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