Estrategias en los
cuidados y relaciones de género: aproximaciones desde la antropología.
Ana
Rodríguez Ruano. Instituto de Estudios de la Mujer.
Universidad
de Granada.
El cuidado
representa una actividad clave dentro del funcionamiento y desarrollo de toda
sociedad, puesto que supone el mantenimiento de la vida de las personas
consideradas “más débiles”. En todas las culturas, se tiene asignados a
colectivos encargados de “velar” (en el
más amplio de los sentidos) por éstas. Hay que tener en cuenta además que
dentro de la amplitud de los cuidados, se encuentra la atención a menores
dentro del núcleo familiar, que tiene una importancia distintiva, puesto que
supone la transmisión y reproducción de los valores y costumbres que contribuyen
a la reproducción social. Analizar estos aspectos de la realidad social en
nuestro entorno no puede ser, por tanto, un objetivo marginal de las ciencias
sociales. Concretamente la antropología, que es donde yo me sitúo, puede
aportar (de hecho ya lo está haciendo) importantes conclusiones sobre cómo el
cuidado se configura en la asignación
social del rol de “mujer”.
Es por la conciencia de esta realidad
del cuidado, y por un profundo interés en comprenderla, contextualizarla y
evidenciarla en toda sus manifestaciones, que desarrollo mi trabajo de
investigación en esta línea. Sin embargo, mi interés se deriva de mi
trayectoria como investigadora al que haré referencia brevemente, ya que
considero que es necesario para contextualizar adecuadamente los orígenes y las
causas que me llevaron a abordar esta temática.
He de destacar principalmente mi intervención en el proyecto
de investigación desarrollado entre 2002 y 2004, “Análisis de las políticas
públicas y su impacto en la reproducción y cambio de las desigualdades de
género” subvencionado por la Acción Estratégica
sobre Fomento de la Igualdad
de Oportunidades entre Mujeres y Hombres del Programa de Trabajo del año 2001
del Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación
Tecnológica del Estado español, dirigido por Carmen Gregorio, cuyo objetivo era identificar las
representaciones de género y parentesco subyacentes en la aplicación de las
políticas públicas de acción social.[1]
Mi participación en este proyecto
consistió principalmente en la coordinación del trabajo de campo, aunque
también realicé otras tareas, entre las que destaco para lo que nos ocupa la
búsqueda y revisión de estudios relacionados con los cuidados, para la posterior
elaboración de una base de datos bibliográfica sobre el tema. Lo que esta
participación me aportó puede resumirse en algo que puede parecer en principio
ambiguo: el acercamiento “real” al tema que me interesaba. Lo que quiero decir
es que supuso tanto un aprendizaje sobre cómo es el desarrollo en la práctica
de una investigación, en lo referente a organización, ritmos, imprevistos,
inconvenientes en el campo…, como una primera experiencia de la diversidad de
formas de entender el cuidado que pueden existir, más en los casos en los que
se centraba la investigación, que eran eminentemente mujeres con escasez de
recursos que precisaban de ayudas externas a las habitualmente designadas para
cumplir con estas responsabilidades. Responsabilidades que, me permito
comentar, a raíz de los casos observados, mostraron ser en muchas ocasiones
designaciones culturales ajenas en gran parte a las decisiones más
“conscientes” o meditadas de las mujeres, pero que aún así seguían viviendo
mayoritariamente como suyas.[2] Así pues,
la variedad de argumentos que fui encontrando, por los que las mujeres
legitimaban o reaccionaban ante diferentes y a veces contradictorias posturas
sobre quién debía cuidar a sus hijos/as, a personas mayores o enfermas de su núcleo familiar más cercano
fue lo que me hizo ir perfilando más mis intereses de investigación.
De este modo, es como llego a realizar la investigación titulada
“Concepciones e interpretaciones del cuidado: una mirada desde la antropología
del género”, dirigida por Carmen Gregorio,
que estoy desarrollando para la obtención del Diploma de Estudios Avanzados en
el marco del Programa de Doctorado Globalización, Multiculturalismo y Exclusión
Social, de la Universidad
de Granada (España), y que busca realizar un estado de la cuestión de las
aportaciones teóricas que,
principalmente desde el feminismo, se han realizado en el análisis del trabajo
doméstico, concretamente del cuidado a personas dependientes. Desde esta
revisión, la intención es perfilar una interpretación del cuidado que se
centrará en la especificidad cultural de las concepciones de éste en las
sociedades occidentales, buscando relacionar esta especificidad con el sistema
de género y parentesco vigente en dichas sociedades, y con la intención de
profundizar posteriormente en la diferencia de estrategias entre mujeres para
organizar estas actividades.
¿Qué aporta la antropología a los
estudios sobre el cuidado?
La aportación de la
perspectiva antropológica al estudio de las diferentes formas de cuidado se
puede resumir en que se preocupa de hacer análisis de prácticas y hechos
culturales, entendidos en sentido amplio, basándose en conceptos como género,
clase social, etnia, etc., que actúan conjunta y transversalmente, con el
objetivo de profundizar en el conocimiento de las formas de interpretación y
asunción del orden social, y la consecuente forma de organizar las vidas
humanas. De este modo, pues, hacemos que conecte con la visión feminista, que
aporta sus demostraciones de constructivismo (de género) y la denuncia del
establecimiento de desigualdades sociales a partir de asignaciones simbólicas
más desvalorizadas a las mujeres (Comas, 1995)[3]
De la antropología además, (aunque no solamente de ella),
se puede tomar una categoría que se nos muestra como central en el análisis de
los cuidados, teniendo en cuenta el
punto de vista que tomamos: hablamos de la agencia. Se trata de un concepto
proveniente de la teoría de la práctica (desarrollada por Bourdieu y Sahlins,
entre otros), que nace para analizar las interrelaciones entre el sistema y los
actores sociales (Ortner, 1984); en este sentido, hace referencia a la
capacidad que tienen las personas para dar diversidad de respuestas y
reacciones frente a los modelos establecidos socialmente, en nuestro caso, de
género. Si adaptamos la agencia al tema del que hablamos, podemos afirmar que la
enorme variabilidad de concepciones e interpretaciones que se puede dar entre
las diferentes mujeres en relación al cuidado, como actividad que en principio,
les va a ser asignada socialmente, nos puede revelar de qué formas una, por
decirlo de alguna manera, cultura unívoca es significada y resignificada
constantemente por las personas que no sólo son parte de ella, sino que además
la conforman y modelan. No sólo hablamos de diferencia de sexos, pues, sino que
hablamos de personas que pertenecen a diferentes etnias, distintas clases
sociales, credos, opciones e identidades sexuales, ideología política…, con
mayor o menor militancia en determinados frentes políticos, concretamente, en
el tema que nos ocupa, en relación con el feminismo. Este último factor se nos
revela central para nuestro análisis, ya que, como explica Juliano (1992), ha
habido una tendencia a proclamar el discurso de las feministas como el único
válido y universal respecto a las mujeres, obviando las estrategias que ponen
en juego las demás para resolver sus necesidades y problemas “cotidianos”, de
menor relevancia y alcance social escaso. Lo que, en palabras de la autora,
genera una grave paradoja, ya que, por una parte, <<las estrategias defensivas del mayor número de mujeres, durante
la mayor parte del tiempo, con gran diversidad de prácticas, escaso nivel de
autoconciencia y pocas posibilidades de comunicación e intercambio de
experiencias, no se transforman en discurso legítimo sobre las mujeres;
mientras que la reivindicación feminista, mucho más ligada a límites históricos
y geográficos concretos, se ve a sí misma, y es reconocida como el discurso que
representa a todas las mujeres.>> (Ibíd.:27).
En base a esto, podemos afirmar que el feminismo “formal”,
intentando luchar contra la discriminación, ha jugado a veces a favor de ésta.
Ante este hecho, los conceptos subcultura[4], y estrategia[5] se nos antojan
válidos para superar estas deficiencias en la teoría, por lo siguiente: Las
mujeres como colectivo no son entendidas como poseedoras de una cultura propia,
en el sentido de dotadas de un conjunto propio y organizado de valores, normas,
creencias. Sin embargo, como grupo social dominado que son, las mujeres
(algunas mujeres) han creado sus propias visiones de la realidad, que además se
oponen y cuestionan la cultura dominante, que se presenta como la única válida.
No se trata, pues, de un movimiento sistemático y articulado contra el poder,
sino de respuestas más esporádicas que a primera vista pueden parecer
respuestas de adaptación y sumisión, pero que justamente se basan en la
invisibilidad, ya que llaman menos la atención de las personas interesadas en
eliminarlas, permitiéndolas como práctica normalizada del grupo en cuestión
(Juliano, 2001). Además del hecho de que las mujeres están simbólicamente
dirigidas a la “resignación” y la “discreción”.
Sus medios de reacción se basan en la utilización de su propia fuerza
social, o en la estrategia de difuminarse.
En efecto, esta lucha implica falta de resistencia
explícita. Pero son estrategias que buscan el logro de pequeños objetivos,
conformando de este modo lo que Juliano denomina “subculturas”. No cuestionan
modelos de orden social, ni la discriminación, ni buscan un cambio en las
estructuras. Son acciones realizadas por “mujeres cotidianas” que persiguen
obtener beneficios determinados (y pequeños) que faciliten el desempeño de su
actividad diaria (Juliano, 1992). Es la llamada resistencia latente (Ibíd., 2000) o resistencia cotidiana (Moore, 1991).
De este modo es como se entiende el interés, nuevamente,
de las dos investigaciones citadas, por cuanto nos pueden decir de la
cotidianeidad de las estrategias de la diversidad de mujeres para la
organización del cuidado de “sus personas dependientes”, y lo que nos revela
esto sobre cómo conciben el cuidado, y que relación establece esto con la
formación de sus identidades como mujeres. En el caso de la primera
investigación, se concreta en las mujeres, habitualmente de estratos sociales
más bajos, que solicitan determinadas prestaciones y ayudas a los servicios
sociales del Estado. Respecto a la segunda investigación, se trata de averiguar
qué diferentes formas de articulación se dan entre recursos personales,
familiares y sociales (en el sentido amplio, públicos y privados) entre mujeres
de diferentes procedencias.
Cabe mencionar, en relación al contexto geográfico en el
que se han desarrollado las investigaciones, que España es uno de los países de
la Unión Europea
con más bajo desarrollo del Estado de Bienestar. Esto hace que, por un lado, la
provisión de servicios de cuidado y atención sea deficitaria, y por otro, que
haya menos desarrollo de empleos estables, con lo que hay un grupo de población
que está “excluida” del mercado de trabajo. Y este grupo lo conforman, sobre
todo, las mujeres.[6] Como consecuencia de todo esto, hay una parte
de la población (la más empobrecida) que depende literalmente de la ayuda pública
para aprovisionar de cuidado a sus familiares, pero estos servicios y
prestaciones se les quedan muchas veces escasos para la adecuada atención, con
lo que la situación tiende a hacerse crónica. Por otro lado, por parte de
grueso de la población se da una recurrencia a familiares y parientes
(femeninos) como recurso para solventar situaciones relacionadas con el cuidado,
hecho que, si bien se ha reducido en gran parte de Europa, en España, y en
otros países mediterráneos, se sigue manteniendo en auge. En palabras de García
Díez:
<<La familia
sigue siendo la unidad principal de
prestación de cuidados asistenciales y de salud, sobre todo en los países
del sur de Europa. Hogar y familia han sido tradicionalmente recursos
materiales que favorecían la acumulación de capital, el acceso a oportunidades
económicas, la prestación de servicios,
y ha servido de “colchón” contra la ansiedad>> (2003: 74).
Los estudios sobre el cuidado
Una vez explicados los
motivos y el proceso de la elección de este tema, pasaré a lo que es el
objetivo central de esta comunicación. A raíz de la trayectoria señalada, he
compilado un conjunto de información en relación a los análisis que se han
hecho, especialmente desde el feminismo, del trabajo doméstico-familiar. En
base a ésta, a continuación haré un breve estado de la cuestión de los estudios,
en este caso teóricos, desde los que se ha abordado el tema. Esta revisión ha
de ser, por obvios motivos de espacio, demasiado breve y acaso incompleta, pero
mi intención tampoco es hacer un repaso exhaustivo, sino compartir con ustedes
aquellas aportaciones que me han
enseñado diferentes formas de abordarlos, así como me han ayudado a comprender
el papel que juegan los cuidados en los sistemas actuales.
En primer lugar, y siguiendo lo que
dice Borderías (1996), podemos realizar
una selección de los estudios sobre el trabajo doméstico. Esta autora distingue entre dos etapas en el
análisis del tema:
En una
primera fase, nos encontramos con dos perspectivas, que se caracterizaban por
aplicar criterios propios del trabajo masculino para analizar el trabajo
doméstico. Asimismo, ambos dan una imagen profundamente negativa de él. Nos
encontramos, pues, por un lado, con el movimiento de las ciencias
domésticas, que tuvo lugar en EE.UU.,
en los años 20. Según palabras de Borderías, “supuso un intento de
aplicación a la organización del trabajo doméstico de parámetros industriales” (P.50). Su objetivo era introducir
en el ámbito doméstico criterios de eficiencia, productividad,
rentabilidad. A pesar del androcentrismo de su punto de vista, sí que
supuso una aportación, en el sentido de que superó la imagen meramente
irracional que se tenía del trabajo doméstico.
Por otra
parte, están los estudios marxistas sobre el trabajo doméstico, o el “debate
sobre el trabajo doméstico”, que
surgieron en los años 70. También supuso una aplicación de
categoría masculinas al trabajo doméstico, concretamente, un intento de adaptar las categorías marxistas clásicas
(plusvalía, plustrabajo, valor, producción de valores de uso, de valores de
consumo para la reproducción de la fuerza de trabajo…), al análisis del trabajo
doméstico. Pretendía poner a prueba la capacidad del marxismo para abordar esta
parte de la realidad social que había obviado hasta el momento. De este modo, configuró
una conceptualización negativa del trabajo doméstico, caracterizándolo de
arcaico y rutinario. Asimismo, negó cualquier capacidad de agencia de las amas
de casa, a no ser que se sumaran al mercado y al movimiento obrero, únicos
espacios considerados portadores de historicidad.
Nos encontramos entonces con un
segundo momento, ubicado temporalmente a finales de los 70, con las crisis de
los paradigmas clásicos de la sociología del trabajo y de la familia. Se
produce entonces una colocación de la especificidad y subjetividad del trabajo
femenino en el centro de interés teórico. Se da con ello un proceso de
reconceptualización y creación de nuevas categorías específica para el
estudio del trabajo femenino. Se construye una imagen nueva y más positiva y
compleja del trabajo familiar. Se rompe, por tanto, con los parámetros del
trabajo industrial. Aparecen nuevas categorías y conceptualizaciones, como
“gestión mental”, “labores de cura”, “trabajo de servicio”, “modo de producción
femenino”, etc., que desvelan la “diversidad y pluriformidad de conocimientos,
capacidades y cualificaciones” (P.53)
desarrolladas en estos trabajos. Desvelan su creatividad y potencial de
innovación y de humanización del trabajo. Y sobre todo, desvelan “la
construcción de una racionalidad y una lógica propia y diversa del trabajo
industrial” (P.53).
Las
teóricas de estos momentos se encargan de poner en relieve la importancia del
trabajo doméstico en los grandes cambios estructurales de la sociedad. De
hecho, empiezan a denominarlo trabajo familiar. Y esto porque llamarlo así supone
reconocer que traspasa los límites del hogar, del espacio doméstico, y que
adquiere nuevas dimensiones de articulación entre el estado social, los
servicios y las familias, teniendo papel central no sólo en la reproducción
humana, sino en el funcionamiento social global que descansa y cuenta con este
trabajo.
Por otro lado, también
denuncian que la llegada del consumo de masas y de la intervención del Estado
no supuso una disminución del trabajo familiar, sino que, en relación al
consumo, significó un aumento de la reclusión de las mujeres en las casas,
donde empezaron a disponer de todos los artefactos útiles para la realización
de las tareas. Por su parte, el Estado de Bienestar, materializado en este caso en las prestaciones
y servicios de ayuda a las familias, en muchas ocasiones supuso un
desplazamiento de tareas muy específicas (y escasas) desde el interior del
hogar hacia el Estado, y para acceder a estos bienes, prestaciones y servicios
se ha de pasar por procesos duros y complicados, que suelen recaer, como
responsabilidad familiar, sobre las mujeres. Por tanto, hablamos de que se
produjo una complejización y especialización del trabajo doméstico-familiar.
Centrándonos más en el tema del
cuidado, dentro de la enorme complejidad de lo que implica el trabajo
doméstico, podemos encontrar diferentes perspectivas de análisis, y por lo
tanto, distintas formas de conceptualizarlo y abordarlo. Siguiendo a Izquierdo
(2003), que elabora un breve estado de la cuestión de los estudios teóricos
sobre el cuidado, podemos clasificarlos en los siguientes bloques:
En primer
lugar, existe un grupo de teorías, que será en la que más me centraré, que
apuestan por una coincidencia casi total en relacionar cuidado y género, tanto
porque es el tipo de trabajo que realizan las mujeres, como por el tipo de
cualidades que generan el desarrollo de esta actividad. Dentro de este grupo
encontramos autoras como Gilligan (1982), Benhabib (1990 y 92), y Sevenhuijsen
(1998) entre otras. La aportación principal de este grupo consiste en la
definición de la ética del cuidado y la
responsabilidad, frente a la ética de la justicia liberal. Algunas autoras,
como Held (1990) han llegado a proponer la generalización de esta ética del
cuidado a toda la sociedad.
Por otro
lado, nos encontramos con otras teóricas que rechazan reivindicar la ética del
cuidado como específicamente femenina, basándose en que el cuidado no ha de ser
beneficioso siempre, sino que también puede causar daños. Entre éstas, podemos
citar a Ward (1995) y a la misma Izquierdo (2003). Estas teorías nos pueden
ayudar a no caer en esencialismos, en este caso idealistas, que identifican
unos determinados valores morales con unos rasgos fenotípicos.
Podemos
encontrar asimismo otros grupos que profundizan en la relación cuidado-género, centrándose
en su especificidad como actividad desempeñada sobre todo por colectivos
desfavorecidos, en los que podemos encontrar a Cancacian (1986). Mientras,
otras señalan que es retórico tomar a las mujeres sólo como cuidadoras o como
víctimas de la situación, tal y como afirma Spelman (1991).
Por último, podemos citar a algunas
teóricas que rechazan la separación justicia y cuidado, por ser irreal, ya que
el cuidado exige aplicar reglas de justicia. Es el caso de Bubeck (1995).
Delimitación del problema de
investigación
Pero lo que nos interesa
destacar de toda esta serie de teorías es lo que nos aporta sobre cómo
conceptualizar y abordar (teórica y metodológicamente) el problema de
investigación que nos ocupa, en este
caso, recuerdo, las formas de actuar y
reaccionar de las mujeres ante las tareas de provisión del cuidado.
El proceso de reconceptualización de
los años 70 supuso, como ya se ha dicho, la elaboración de todo un corpus de
conocimientos que buscaba demostrar la lógica específica a la que responde el
trabajo doméstico, diferente a la del mercado. Por su parte, el movimiento de
las ciencias domésticas y el debate del trabajo doméstico, anteriores a la
reconceptualización, habían aportado la superación de la visión irracional de
éste, aunque se limitó a compararlo con las lógicas de rentabilidad y
eficiencia, propias de la lógica industrial.
Teniendo esto por un lado, vemos que
por otro, las teóricas del cuidado se han centrado especialmente en perfilar
(de una u otra forma) una ética específica del cuidado, siguiendo con la
tradición reconceptualista de la lógica “paralela” de la esfera doméstica; unas
defendiendo su valor como típico femenino. Otras, viendo más peligroso este
argumento, se han preocupado por luchar contra esta imagen excesivamente
positiva del cuidado.
Sin embargo, lo que sin duda ha
significado este reconocimiento de la ética del cuidado es la visibilización y
puesta en valor de una ética de carácter “universalista
interactivo” (Benhabib, 1990), que realiza juicios y toma decisiones sobre
la base de que existen diferencias entre los individuos y las sociedades, y que
cada situación ha de ser contextualizada para poder ser evaluada. Es el punto
de vista del otro concreto (Ibíd.), que <<demanda considerar a todos y cada uno de los
seres racionales como un individuo con una historia, una identidad y una
constitución afectivo-emocional concretas. Al asumir este punto de vista
hacemos abstracción de lo que constituye lo común. Intentamos comprender las
necesidades del otro, sus motivaciones, qué busca y cuáles son sus deseos. (…) Las
normas de nuestra interacción suelen ser privadas, no institucionales. Son
normas de amistad, amor y cuidado>> (Ibíd.: 136),
Así pues, al estudiar las estrategias
en el cuidado, hemos de partir de esta diferencia entre ellas, pero no sólo
eso, sino que, yendo más lejos, debemos interesarnos por dilucidar a qué
lógicas concretas responden estas estrategias, relacionándolas con sus
realidades, contextualizándolas. A un nivel metodológico, hemos de preguntarnos
de qué manera las mujeres argumentan hacia los demás y hacia sí mismas sus
decisiones, fijándonos en si sus argumentaciones responden a esta lógica
particularista. Quizás sería interesante en este sentido, hablar de
“eficiencia”, pero no en los términos de las ciencias domésticas, que ya hemos
descartado, sino para reconceptualizar este término a raíz de los discursos de
las propias mujeres, en lo que se refiere a de qué forma las estrategias
implementadas “sirven” para proporcionar un cuidado “adecuado”; lo que nos
llevaría asimismo a indagar en qué considera cada mujer lo que es un “cuidado
adecuado”, y en última instancia, a lo que sería nuestro problema último de
investigación: las diferentes concepciones e interpretaciones del cuidado.
A partir de la obtención de estas
dimensiones, podremos seguir definiendo y redefiniendo la “ética del cuidado”,
en este caso, desde la antropología, que aporta su visión transversal de los
hechos estudiados, la valoración de la heterogeneidad de puntos de vista y
actuaciones y, nuevamente, el reconocimiento de la capacidad de agencia que
supone la puesta en marcha de estas estrategias.
Tipos
de estrategias y relaciones de género
En este último punto, y en
relación con lo que acabo de decir sobre lo que nos revelan de la agencia las
diferentes estrategias desarrolladas, me ocuparé de elaborar un breve esbozo
teórico de las categorizaciones de estrategias, apoyándome en las aportaciones
de del Valle et al. (2002) y de Garrido (2003).
En primer
lugar, tomaré la definición que del Valle et al. hacen de estrategias, que
elaboran en relación con la afectividad, y la adaptaremos a lo que estamos
hablando. Conceptualizan estrategia como <<parte de la gestión cotidiana de los
proyectos de vida y que, en ellas, sentimientos y razón se articulan en la
consecución de objetivos de diversa índole (laborales, de ocio, culturales)
relacionados con espacios sociales marcados genéricamente, al margen de que
esto se viva o no de forma totalmente consciente>> (Ibíd.:180).
En base a esta definición, realiza una tipificación analítica de éstas, según
el objetivo que persigan. Así, distinguen entre estrategias adaptativas, referentes a actuaciones donde se articulan distintas prácticas relativas a lo
emocional para la obtención de un reconocimiento y/o protagonismo personal,
pero que no pretenden romper con los modelos de género, y estrategias rupturistas, que se conceptualizan como aquéllas que
consiguen romper esquemas de género continuistas. Éstas se dan en muchos casos en
un contexto de grupo. El grupo supone un apoyo fundamental para los objetivos
transformadores y/o transgresores. (Ibíd.: 181). Éstas se dan más
explícitamente en mujeres, y representan formas novedosas de “estar y
hacer” de las mujeres, nuevas formas de
“ser mujer”.
Se introduce, pues, un elemento que no
debemos dejar de observar en el análisis: el grupo. Las decisiones concretas de
las mujeres obligatoriamente habrán de estar influenciadas por los recursos (en
el sentido más amplio) de los que dispongan. Y en base a esto, muchas veces
podrán plantearse o no la consecución de sus objetivos, sobre todo cuando
hablamos de estrategias de carácter rupturista.
A partir
de esta clasificación más macro, podemos centrarnos más en el tema de los cuidados,
y siguiendo a Garrido, elaborar una categorización de las estrategias específicas
para el reparto de éstos, concretamente cuando la mujer tiene un empleo
remunerado, que es lo que más nos interesaría observar. Así, partiendo de la
estrategia más igualitaria, nos encontraríamos en primer lugar con el reparto
equitativo: sobre todo en parejas jóvenes con nivel educativo
medio-alto. En estos casos, nos interesaría indagar sobre las contradicciones
(en el caso de que las haya) que se dan entre el discurso de los cónyuges (en
relación a la necesidad del reparto del trabajo), y las prácticas reales
cotidianas. Un segundo escalón lo conformaría el trabajo a tiempo parcial de las mujeres. La reducción de la jornada
laboral para dedicarse al cuidado, especialmente de los y las hijos/as, es percibida
por muchas mujeres como una respuesta positiva a los requerimientos
relacionados con su “doble presencia”. Quizás lo más llamativo para estudiar
aquí sería de qué forman las mujeres argumentan la necesidad de que sean ellas
las que reduzcan su empleo. En tercer lugar, estaría la delegación de las
tareas de cuidado en el servicio doméstico. Esta estrategia está claramente ligada a los recursos económicos
de la familia. Sin embargo, Garrido afirma que no se valoran los ingresos
familiares para tomar esta decisión, sino el salario de la mujer, como si el
empleo de la mujer fuera un lujo que sólo se puede permitir si su salario es
suficiente para delegar el cuidado en otros. Afirma asimismo que tampoco es muy
empleada la red formal de apoyo, ni siquiera los recursos ofertados por el
Estado. Una cuarta estrategia sería la delegación de las tareas de cuidado
en otras personas: la red de apoyo familiar. Nuevamente entra el factor grupo como protagonista, especialmente las abuelas,
ya que el papel de abuela se ve como una prolongación de los deberes y
sacrificios de la maternidad. Y por último, la que sería la estrategia más excluyente:
el abandono del mercado de trabajo de las mujeres. Se trata de una respuesta extrema y ligada
a situaciones de discriminación.
Así pues, podemos ver que existe una
gama definida de estrategias, que las parejas, las mujeres, implementan y
articulan de diferentes formas. Esta formas de articulación, junto con la
aparición de nuevas estrategias no recogidas anteriormente, y los objetivos que
persigan, serán las que configuren las variadas maneras de organizar el trabajo
de cuidados, y de nuevo, nos revelará de qué formas diferentes tipos de
mujeres, según etnia, clase social, edad, etc. han asumido e interiorizado lo
que significa el cuidado, qué papel juega éste en su identidad, y por tanto,
qué es para ellas “ser mujer”.
Conclusión
El
cuidado es un tema que ha sido tratado y estudiado ampliamente por la teoría
del género y el feminismo, desde diferentes disciplinas. Sin embargo, sigue
siendo un campo fértil de investigación, ya que los mecanismos por los que
continúa funcionando de similar forma, (especialmente en lo que respecta a la
atribución de la responsabilidad principal de los cuidados a las mujeres),
siguen sin estar del todo desvelados. Más en un entorno como el que vivimos
actualmente, en el que factores como las migraciones, la inestabilidad en el
empleo, la dualización social de las
poblaciones, etc., hacen que las estrategias de cuidados se diversifiquen, que
se imbuyan de valoraciones antes no tan presentes, que se flexibilicen más. El cuidado, por
tanto, es dinámico, está en un cambio continuo, y esto es importante no sólo
por lo que decíamos al principio de que en toda sociedad, el cuidado es una
actividad central, sino también porque nos revela cómo está cambiando la
sociedad en la que se desarrolla esa forma específica de cuidado. Por lo tanto,
describir cómo es el cuidado significa, y más en esta sociedad globalizada en
que nos movemos, describir cómo somos todas/todos y cada una/o de nosotras/os. Éste
es el motivo principal de la importancia de los cuidados.
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[1] Para más información sobre el
planteamiento teórico, los objetivos y metodología de esta investigación, ver Gregorio,
“Representaciones de género y cultura en
las políticas de acción social”, en VV.AA., Seminario:
Balance y perspectivas de los estudios de las mujeres y del género, Instituto
de la Mujer,
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 2003
[2] Ésta es una observación no basada en
el análisis sistemático de los casos observados, sino más bien una impresión
general derivada de mi experiencia como coordinadora del trabajo etnográfico.
Me permito hacerla para contextualizar mejor mi proceso en la elección de las estrategias
en los cuidados como tema de mi interés.
[3] Comas (1995) realiza un repaso, desde
la antropología del género, de las diferentes teorías que conceptualizan el
trabajo, centrándose específicamente en las sociedades occidentales.
[4] Este concepto ha sido trabajado por
gran cantidad de autoras, pero para este caso tomaremos el concepto de
subcultura que desarrolla Juliano (2000).
[5] Con el concepto de estrategia ocurre
lo mismo que con el de subcultura, que ha sido trabajado por gran cantidad de
autoras. Para nuestro tema, tomaremos como base los conceptos de estrategia que
desarrollan del Valle (2003) y Juliano (2000).
[6] Así lo demuestran, por ejemplo, los
datos de la Encuesta
de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de 2005 del Estado Español, en
el que, entre otros datos, podemos ver que la tasa de paro entre mujeres es de
12,22% mientras que la de los varones es de 7,29%. Otro debate sería cómo
conceptualiza la EPA
categorías como actividad, inactividad y paro, pero no sería pertinente
extenderme en esto ahora.
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