CENTRO DE REFERENCIA LATINAOMERICANO PARA LA EDUCACION PREESCOLAR
Un proceso educativo para el desarrollo integral de la primera infancia.
Dra. Ana Maria Siverio Gómez
CUBA
La infancia temprana constituye una etapa
fundamental en el proceso de desarrollo y formación de la personalidad. Esta afirmación es generalmente aceptada y
compartida por psicólogos y pedagogos, independientemente de las tendencias,
teorías y escuelas a las que se adscriben.
Esto está fundamentado esencialmente por la gran plasticidad del cerebro
infantil en las tempranas etapas del
desarrollo que, sin constituir una tábula rasa en la que puede inscribirse
cualquier impresión, sí ofrece amplísimas posibilidades para el establecimiento
de conexiones que pueden servir de base para el registro y fijación de las más
variadas estimulaciones.
Los múltiples datos científicos obtenidos en
innumerables estudios e investigaciones han evidenciado que en esta etapa se
sientan las bases, los fundamentos esenciales para todo el posterior desarrollo;
así como, la existencia de grandes reservas y posibilidades que en ella se dan
para el desarrollo y formación de las más diversas capacidades y cualidades
personales.
Constituyendo un período con tan amplias
posibilidades, resulta de gran interés conocerlo en toda su profundidad para
sobre la base de este conocimiento, científicamente fundamentado, poder
organizar y estructurar las fuerzas dirigidas a lograr el máximo desarrollo
posible en cada niño.
Resulta a veces grandemente contradictorio el reconocimiento,
fundamentado en investigaciones científicas y en la experiencia
práctica-pedagógica acerca de las extraordinarias reservas y posibilidades de
los niños en esta etapa inicial de su desarrollo y la no consecuente decisión
de los países, aún los más desarrollados, de dar todo el apoyo político,
económico y social para la atención educativa de los niños y niñas en estas
edades.
Para la explicación de los factores que influyen en el desarrollo
de la infancia temprana, las fuerzas que lo mueven, las condiciones en que se
realiza, es necesario partir de consideraciones de carácter general. En primer lugar, resulta indispensable
considerar que el desarrollo, en una determinada etapa de la formación de la
personalidad, ha de insertarse en una teoría o concepción general.
En nuestra posición teórica de partida, se muestra
la especificidad del desarrollo humano y en ella se integran de forma peculiar
lo biológico, lo ambiental y lo específicamente socio-cultural del desarrollo
de la personalidad en general, y en cada una de sus etapas.
Cada sujeto nace con determinadas estructuras
biológicas que pueden considerarse como condiciones necesarias para su
desarrollo pero que constituyen eso precisamente, condiciones; “es preciso
nacer con un cerebro humano para llegar a ser hombre.” Determinadas condiciones de estas estructuras
pueden favorecer o no el desarrollo y la formación de capacidades en el ser humano y deben, por lo tanto, ser
tenidas en cuanta en la explicación de este desarrollo.
El hombre es un ser bio-piso-social y por tanto,
sería absurdo desconocer sus particularidades biológicas, pero las mismas no
constituyen determinantes de lo que un sujeto puede llegar a ser o no. Todo ello ha sido ya científicamente
demostrado por múltiples investigaciones.
El niño se desarrolla en el proceso de apropiación
de la cultura material y espiritual que le han legado las generaciones precedentes
por lo que, resultan fundamentales las condiciones de vida y educación en las
que este proceso transcurre y que están histórica, social y culturalmente
condicionadas. El niño nace en una etapa
histórica determinada y, por lo tanto, en
un mundo de objetos materiales y espirituales culturalmente
determinados; es decir, su medio más específico está condicionado por la cultura
tanto de la etapa histórica en que le tocó vivir, como por las de su medio
más cercano, por las condiciones de vida
y educación en las cuales vive y se desarrolla; no se trata de un medio
abstracto y metafísico. El medio social
no es simplemente una condición externa en el desarrollo humano, sino una
verdadera fuente para el desarrollo del niño ya que en él están contenidos
todos los valores y capacidades materiales y espirituales del género humano que
el niño ha de hacer suyas y es en ese proceso de apropiación que se desarrolla
como ser humano.
Lo expresado tiene su base en la idea esencial y
básica acerca de la concepción del
proceso educativo: la relación existente
entre la educación y el desarrollo. En
nuestra concepción la educación adquiere
el valor de promotor del desarrollo, de su
conductor e impulsor. La educación debe
ir por delante y guiar el desarrollo, contrariamente a aquellas teorías
maduracionales y biologicistas en las que el
desarrollo se produce primeramente como algo natural y espontáneo y solo
después, sobre la base de lo logrado, es que puede implementarse el proceso
educativo, el que se adapta al desarrollo ya alcanzado.
Para que la educación se convierta en fuerza que promueve
el desarrollo, el proceso educativo ha de cumplir determinadas características,
responder a determinados requerimientos: en primer lugar, debe basarse en el desarrollo ya alcanzado previamente por los
sujetos para, desde su plataforma, moverlo a un nivel superior, teniendo en
cuenta las potencialidades de cada uno.
Este proceso debe estar dirigido,
fundamentalmente, al logro de un
desarrollo integral, es decir, al logro de formaciones intelectuales,
socioafectivas, actitudinales, motivacionales y valorativas.
Así, el desarrollo sensoperceptual, permite a los
niños y niñas orientarse en el mundo que les rodea, mediante el dominio de las
cualidades fundamentales de los objetos:
su color, su forma, su tamaño, la
textura, los olores y sabores, sobre cuya base se establecen relaciones
de comparación, orientación espacial y otras, como las cuantitativas, de
ordenamiento y agrupación.
El desarrollo perceptual, integrado al desarrollo
del lenguaje, que encuentra su base fundamental a partir del segundo año de
vida, permite o facilita que el conocimiento del mundo y sus objetos no
solamente sea percibido, sino que alcance el nivel de representación mental, en
un plano interno, así como, su fijación en la mente infantil como recuerdo.
Todo ello propicia que se logre un pensamiento no solo en el plano de la representación
directa de los objetos, sino en el plano de la relación entre las imágenes de
los mismos, al mismo tiempo que se aumentan las posibilidades del desarrollo de
la imaginación y la creatividad.
Estos planteamientos argumentan la importancia del
desarrollo cognitivo que se alcanza en la infancia preescolar. Pero el desarrollo esencial no se manifiesta
solamente en el plano cognitivo sino que está necesariamente unido al
desarrollo de la afectividad, de los intereses, de la relaciones de los niños
entre si y de estos con los adultos que le rodean y le educan.
En los primeros años de vida prevalece en el niño
el desarrollo afectivo-motivacional, fundamentalmente en la edad de 0-3 años. Es lo afectivo, fuente esencial para la
proyección del niño hacia el conocimiento del mundo de las acciones con los
objetos y de las relaciones con sus coetáneos y educadores, esencialmente, en
el seno de la primera institución educativa y formativa, que es la familia.
Pero si bien se dan formaciones primarias básicas, imprescindibles en los
primeros años, ya aparecen fundamentalmente entre el 4to y 6to año de vida, (3 a 5 años), elementos de
control de su proyección de comportamiento en el mundo. Estas primeras
manifestaciones volitivas, concientes e intencionales, son base de las formas
simples de auto-control y auto-valoración que después adquirirán formas
superiores de desarrollo, de mayor complejidad.
Ello no excluye o ignora los conocimientos que el
niño aprende, que adquiere; se trata simplemente de destacar que en estas edades los conocimientos no
constituyen un fin en si mismos, sino en
un medio que contribuye al desarrollo y
crecimiento personal de los niños y las niñas. Todo momento de su vida,
constituye un momento educativo;
cuando adquieren conocimientos especialmente concebidos, conforme a las
características de la etapa; cuando se apropian de procedimientos de actuación,
de formas de comportamiento social, siempre que estas tengan para ellos un
sentido personal, que tomen en cuenta sus intereses, sus motivos. Cuando el
niño juega, cuando realiza cualquier otro tipo de actividad cognitiva
-constructiva, productiva-, cuando se asea, cuando se alimenta y aún cuando
duerme, todo se convierte en momento para influir en su desarrollo y formación,
en el que se dan en una unidad
inseparable lo instructivo y lo educativo.
Debe ser un proceso en el cual el niño ocupe el
lugar central, protagónico, lo que
significa que todo lo que se organiza y planifica debe estar en función del
niño y tener como fin esencial su formación y no lo que generalmente se
interpreta que ha de hacerse lo que él
quiera y decida, sino que deben concebirse las acciones educativas en función
de sus necesidades e intereses, para lograr una participación activa y
cooperadora, no como algo que el educador da y el niño se limita a recibir,
sino como acciones que el desea realizar y que le proporciona satisfacción y
alegría.
El proceso, además, debe considerarse como participativo. Si el niño constituye el
eje central de la actividad educativa, es lógico que de ello se derive su
participación en todos los momentos que la conforman.. En la concepción y
planificación de las actividades que el
adulto-educador, familiar o cualquier otro agente educativo realizan, se tiene
que tener en cuenta que el niño ha de participar y cómo debe hacerlo para que realmente ejerzan las
influencias que de ellas se
esperan. Los niños participan en la
sugerencia de cosas que quisieran saber y hacer, respondiendo a sus intereses,
inquietudes y experiencias vividas; participan en las ideas acerca de cómo
hacerlas, el proceso de realizarlas y más aun, en los momentos de análisis de
los resultados alcanzados por todos y cada uno, y, por supuesto, de su propio
resultado. Esta cadena de acciones
indispensables contribuirá a que el niño se haga más consciente de lo que hace,
para qué lo hace, cómo y con qué lo hace y qué resultados se pueden obtener, no
solo en la actividad, sino en su propio desarrollo.
Otra de las características del proceso educativo es su carácter colectivo y cooperativo; cada niño o niña al interactuar con otro, le
brinda ayuda, cooperación, le ofrece sugerencias, contribuye a sus reflexiones
y toma de decisiones. Así, el proceso se
considera en acción grupal, sin dejar de tener presente, que en última
instancia, se traduce en un resultado personal ya que cada sujeto está mediado
por su subjetividad, por lo interno individual y por sus propias vivencias,
producto de las condiciones de vida concretas y personales.
Un problema crucial en la concepción del proceso educativo es el papel que en él se le asigna al adulto, fundamentalmente al
educador. En oposición a las tendencias
en las cuales se le asigna el papel de facilitador, se rescata la idea de que
es el adulto, sea familia, educador u otro agente educativo, el que por su
posición y experiencia como tal, tomando en cuenta la necesaria preparación
científico pedagógica que debe recibir es quien ha de organizar, orientar y
dirigir el proceso educativo de los niños, de qué debe lograr y cómo puede
alcanzarlo.
El conocimiento de las particularidades
anátomo-fisiológicas y psicológicas del niño y la niña en la etapa de su
infancia resulta fundamental para lograr que la educadora encargada o encargado
de su atención educativa pueda dirigir adecuadamente este proceso con una adecuada fundamentación
científica. No se puede dejar a la
espontaneidad ni al empirismo la conducción del proceso educativo; este debe
responder por una parte al sólido conocimiento del niño y su desarrollo en esta
etapa y por la otra, al dominio de los procedimientos pedagógicos. Todo ello, guiado por las aspiraciones y objetivos
que se planteen para alcanzar en la etapa.
El clima socio-afectivo en el que tiene lugar el proceso educativo es otra de sus características
insoslayable. La interrelación social de todos los participantes y el grado de
afectividad, como elemento esencial del desarrollo, ha sido demostrada en
múltiples investigaciones de los estudiosos de estas edades. Mientras más pequeños son los niños y niñas
mayor efecto tiene sobre ellos la satisfacción de las necesidades
afectivas. Sentir esta afectividad
expresada en las sonrisas, en los gestos, en el nivel de aceptación, constituye
fuente de implicación personal, de
comprometimiento, de motivación para un hacer mejor.
No puede pensarse en la creación de un clima
socio-afectivo ni de una interacción e interrelación entre los niños y de ellos con los adultos, sin la
consideración de la comunicación
como un momento tan importante como la propia actividad. Toda actividad
requiere de la comunicación, sobre todo si estamos hablando de aquellas que
tienen lugar dentro de un proceso educativo; a su vez, la comunicación se
encuentra en la base de cualquier actividad, aun cuando esta se realice
individualmente, ya que trasmite todo lo generacionalmente acumulado, lo que
los demás expresan a través de sus logros, desde los más sencillos hasta los
altamente complejos; es por ello, que el
acto comunicativo se considera una característica altamente valorada en el proceso
educativo.
No es posible dejar de destacar el enfoque lúdico de todo el proceso
educativo. El juego constituye la actividad fundamental en la edad preescolar
y, mediante sus distintas variantes: juegos de imitación, de movimientos, de
mesa, didácticos y, esencialmente, el juego de roles, también a veces llamado
dramatizado, los niños sienten alegría, placer y satisfacción emocional, lo que
al mismo tiempo enriquece sus conocimientos, sus representaciones, su
motivación, sus intereses, contribuye a la formación de sus actitudes, de sus
cualidades, en fin, a todo su desarrollo y crecimiento personal. Por todo ello,
el juego constituye una forma organizativa crucial del proceso educativo, pero
a su vez, se convierte en un procedimiento fundamental presente en cualquier
tipo de actividad. Lo expresado, permite enfatizar la concepción acerca del
enfoque lúdico, en la organización y conducción del proceso educativo en esta
etapa del desarrollo infantil.
Los requerimientos referidos están fundamentados
en los presupuestos teóricos y metodológicos esenciales de la teoría histórico-cultural
del desarrollo de los procesos y funciones psíquicas elaborada por L.S
Vigotsky.
Cuando se señala que es necesario partir de un
conocimiento de un diagnóstico de lo ya alcanzado por el niño, no para
adaptarse a él, sino para proyectar y planificar el futuro y posible desarrollo , nos basamos
en la concepción de la zona de
desarrollo próximo, categoría que fundamenta la existencia de un desarrollo
actual, de lo ya alcanzado por el niño y de la existencia, al mismo tiempo, de
un desarrollo potencial, de una zona de procesos en fase de maduración y
formación, sobre la cual debe accionar fundamentalmente el educador, mediante su proceso educativo para
hacer posible que lo potencial se convierta en desarrollo real.
Hablar del
carácter protagónico y activo del
niño en el proceso educativo significa que, como señalara Vigotsky, es mediante
las acciones que el niño realiza que puede apropiarse, hacer suyos, los logros
de la cultura material y espiritual
teniendo en cuanta sus intereses, producto de las experiencias y
vivencias previas, que forman parte de su subjetividad; es decir, de su mundo
interno.
La cooperación, la colaboración, entre el adulto y los niños y de ellos entre sí, es expresión de una ley
fundamental de la teoría histórico-cultural en la cual un papel
fundamentalmente juegan las interrelaciones sociales en el plano externo,
interpsíquico, que al interiorizarse se transforman en procesos psíquicos
internos.
El clima socioafctivo es fundamental en esta teoría al igual que el enfoque lúdico, por constituir procesos y actividades esenciales
en los niños de las edades más tempranas
del desarrollo.
La concepción del adulto, educador, no como un facilitador del proceso de desarrollo infantil sino
como su guía y conductor, que por
dominar la cultura y sus formas de transmisión adquirida como profesional
educativo, se convierte en un potenciador del desarrollo del niño, en un
mediador entre el niño y la cultura que debe asimilar activamente, constituye
otro elemento teórico esencial generalmente expresado como el papel del otro.
Todos estas categorías en su interrelación
constituyen elementos presentes en una categoría más amplia y esencial en dicha
teoría: la situación social del
desarrollo en la que se integran el desarrollo actual, la zona de
desarrollo próximo, las acciones e interrelaciones para evaluar la calidad con
el medio socio-cultural que originan las vivencias, todo lo que en su conjunto
promueve el desarrollo de la infancia en estas edades.
Los requerimientos o características expresadas de
un proceso educativo de calidad, pueden cumplir además, dos funciones: en
primer lugar, servir como indicadores
para evaluar la calidad de dicho proceso observado en la práctica teniendo en
cuenta la medida del cumplimiento de estos requerimientos.
Por otra parte, pueden ser utilizados como criterios orientadores en el trabajo
metodológico con las educadoras, maestras y otro personal encargado de la
atención educativa a la infancia, incluída la familia, como parte de su
capacitación y superación profesional, para orientarlos en los requerimientos
que deben tener en cuenta al planificar, estructurar y dirigir el proceso
educativo con sus niños y niñas. Esta última función ha sido utilizada en
investigaciones que han demostrado su validez y en las orientaciones
metodológicas a las educadoras, maestras de preescolar y otro personal,
comprobándose su efectividad en la elevación de la calidad del proceso
educativo en la infancia de 4 a
6 años de edad.
La concepción del desarrollo infantil expresada
constituye el sustento teórico y metodológico sobre el que descansa en nuestro
país el sistema educativo de la infancia de 0 a 6 años que responde a la política
educacional del Estado Cubano de Educación para Todos desde las edades
tempranas.
Ello significa dar atención educativa a todos los
niños y niñas desde su nacimiento hasta su ingreso a la escuela sin distinción
de, raza, sexo, creencias u otra forma de discriminación, lo que además
corresponde a lo refrendado en la Conferencia Mundial
de Educación para todos celebrada en Jomtien, Tailandia, en 1990; en la Cumbre de Jefes de Estados en
favor de la Infancia
(1990); en el Forum Mundial de Educación de Dakar en abril del 2000; en la II Conferencia Iberoamericana
de Ministros, Ministras y Altos Responsables de la Infancia y la Adolescencia y, en la X
Cumbre Iberoamericana de Jefes y Jefas de Estado y de
Gobierno, en Panamá (2000), entre otros.
La implementación de un Sistema Educativo con
tales propósitos debe ser variada y flexible y, por tanto, puede asumir en sus
proyecciones diferentes modalidades organizativas de atención educativa: institucionales (escolarizadas) y no institucionales
(no escolarizadas), pero no como modalidades que compitan entre sí sino
concebidas en una unidad, en un sistema y respondiendo a los principios de la
concepción del desarrollo referida.
De esta manera, se rompe la dicotomía que
usualmente se plantea para establecer diferencias entre ambas vías. No se trata de organizar la atención
educativa de la infancia temprana con diferentes expectativas y logros, que en
muchos países se caracteriza como de “primero y segundo orden”, sino de
plantearse los mismos objetivos de un desarrollo integral lo que supone la
formación de premisas del desarrollo socio-moral y afectivo, de conductas socialmente aceptables y de cualidades
personales valiosas en correspondencia con la etapa; el logro de un adecuado
desarrollo intelectual, el dominio práctico de la lengua materna y de
habilidades y capacidades motrices.
Por supuesto, todo lo expresado tiene que
sustentarse en una garantía para la supervivencia que incluye el aseguramiento de las probabilidades de
vida y de subsistencia.
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