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miércoles, 21 de agosto de 2013

VIOLENCIA SIMBÓLICA Y SISTEMA ESCOLAR EN BOURDIEU



VIOLENCIA SIMBÓLICA Y SISTEMA ESCOLAR EN BOURDIEU
Lucía Acosta Martín
lucacosmar@gmail.com
                                              
Resumen
Los análisis realizados por el sociólogo francés Pierre Bourdieu sobre la producción, el consumo y la circulación de los bienes simbólicos nos alerta sobre las desigualdades existentes en el sistema escolar. El éxito o fracaso de los niños en la escuela se encuentran determinados por los rasgos culturales heredados en cada seno familiar; además, esta situación se extiende a todas las demás esferas de la sociedad, siendo así que incluso la capacidad de los individuos para disfrutar y apreciar las obras de arte aparece como consecuencia de la acumulación de capital cultural por los mismos a través de una distribución social desigual que les dota de los mecanismos simbólicos necesarios para ello. Bourdieu destaca la importancia del capital simbólico, analizado con profundidad en sus trabajos sobre la Cabilia argelina y recogidos posteriormente en Esquisse d’une théorie de la pratique. Afirmaba entonces que las prácticas persiguen siempre una lógica económica. La reconversión del capital económico en capital simbólico tendría, así, por objeto, producir relaciones de dependencia económicas ocultas bajo la apariencia de relaciones morales, reconversión que se oficializará con la aparición del título escolar.
Tras los estudios de la Cabilia Bourdieu dispondrá de todo el material necesario para comenzar a dar forma a su Teoría de la Violencia Simbólica. Junto a Passeron declara que la violencia simbólica es el arma con mayor alcance en el mantenimiento del orden social. La describen como un tipo de violencia que consigue la sumisión de aquellos sobre los que se ejerce sin que éstos la perciban como tal violencia, y su ejercicio supone unos costes elevadísimos. El título escolar se presenta entonces como institución oficializada que sustituye a las anteriores relaciones de poder, anteriormente instauradas de tú a tú, implantando así la legitimación y perpetuación del orden social.

Palabras clave: Bourdieu, capital simbólico, violencia simbólica, habitus, campo, Teoría de la Práctica.



Abstract
Studies undertaken by French sociologist Pierre Bourdieu on the production, consumption and circulation of symbolic goods alert us to the inequalities that exist in the school system. Success or failure of children at primary school is found to be determined by inherited cultural characteristics in each family unit. This extends to all other areas of society including an individual’s ability to enjoy and appreciate works of art which is a consequence of accumulated cultural capital, distributed unevenly socially equipping them with the necessary symbolic mechanisms for their appreciation. Bourdieu emphasizes the importance of symbolic capital, analyzed it in depth in his works on the Algerian Cabilia and described later in Esquisse d’une théorie de la pratique. It states that these practices always pursue economic logic. Reconversion of economic capital into symbolic capital would thus aim to produce hidden economic relations of dependency under the appearance of moral relations, reconversion made official with academic qualifications.
After his studies of the Cabilia, Bourdieu will have all the necessary material to begin form to his Theory of Symbolic Violence. Alongside Passeron he declares that symbolic violence is the weapon with the greatest significance in maintaining social order. They describe it as a type of violence that obtains the submission of those on which it is exerted without being perceived as such. That’s how power relations are legitimized through academic qualifications, which were previously established as equals, thereby introducing the legitimation and perpetuation of social order.

Keywords: Bourdieu, symbolic capital, symbolic violence, habitus, field, Theory of Practice.


La Teoría de la violencia simbólica en la obra del sociólogo francés Pierre Bourdieu es el tema que va a ocupar la presente ponencia. En concreto, la aplicación  de dicha teoría a sus estudios sobre sociología de la educación. Lejos de exponer aquí toda la larga serie de trabajos realizados por el autor en el transcurso de su carrera académica, quisiera centrarme en aquellos más directamente relacionados con la problemática en torno a las desigualdades existentes en el sistema escolar. Y es que lejos de asumir el punto de vista de la teoría funcionalista de la igualdad de oportunidades en el seno educativo, Bourdieu alude más bien a un funcionalismo crítico que descubre otros factores decisivos a la hora de obtener buenos resultados académicos, factores tales como los sociales o los familiares[1]. No basta, entonces, con reducir las causas del éxito o fracaso escolares a factores individuales como el esfuerzo. Elementos como la clase social y el capital cultural heredados en el seno familiar, van a imponerse con fuerza constituyendo lo que Bourdieu planteará más tarde como los cimientos de la reproducción social de la cultura dominante.
El capital simbólico juega un papel crucial en la formulación de su teoría de la reproducción. Para un correcto tratamiento del término es necesario aludir por un momento a los tempranos estudios en torno a la Cabilia argelina. Es entonces cuando, a partir del caso práctico del contrato matrimonial -en el cual nos detendremos un momento- establece Bourdieu que las prácticas persiguen siempre una lógica económica. Afirma que la reconversión del capital económico en capital simbólico tiene como objeto producir relaciones de dependencia económica ocultas bajo la apariencia de relaciones morales. En los estudios que realiza destaca la importancia de la posesión, por parte de los intermediarios del contrato matrimonial, de capital simbólico, un capital que en este caso se traduce en prestigio y fama de desinteresados, de “hombres de buena fe”. Sólo con ese capital simbólico se llevará a buen término el contrato, siendo así necesario invertir grandes dosis de capital económico, cultural o social para obtener a cambio este tipo de capital intangible pero tremendamente efectivo. En Esquisse d’une théorie de la pratique (1972), traducido al español como Esbozo de una teoría de la práctica[2], así como en La Reproducción,[3] Bourdieu lleva a cabo un análisis detallado de estas cuestiones. Los hombres luchan y ponen en marcha una serie de estrategias para obtener la mayor cantidad posible de capital simbólico, pues con él, ya vemos, se asegura la buena marcha del contrato matrimonial. Pero obtener dicho capital conlleva, como decimos, todo un trabajo constante de inversión y exhibición de capital económico, social y cultural. Se trata de exhibirse públicamente como poseedores de los citados tipos de capital, pues en la sociedad Cabilia prevalece el “qué dirán”, la opinión general tiene el poder de enaltecer o humillar la reputación de sus habitantes, reputación que de resultar perjudicada puede llevar a la afrenta pública, considerada el peor de los castigos en una sociedad donde el control se ejerce por medio de la opinión. Este trabajo constante para reconvertir el capital económico en el capital simbólico que posibilite la plena inclusión en el sistema, no verá su fin hasta la aparición del título escolar, el cual, en tanto que instancia oficializada, concentra en sí mismo una importante carga de capital simbólico que hará de quienes lo posean ostentadores de prestigio por todos reconocido sin tener que invertir capital económico o promover determinadas estrategias incesantemente.
La escuela, entonces, como institución encargada de otorgar el título, va a ser una pieza fundamental en el sistema reproductor de la estructura social. Muy al contrario de aquellas teorías que defienden que la escuela enseña la cultura general de la sociedad, Bourdieu sostiene la idea de que se trata de una institución consagrada a la enseñanza de la cultura concreta del grupo o la clase dominante. Al enseñar una arbitrariedad cultural, esta institución se vuelve un instrumento de reproducción de la dominación, o lo que es lo mismo, la escuela ejerce violencia simbólica. Selecciona un sistema de prácticas sociales propias de una clase social determinada y presenta los valores y reglas propios de esa clase concreta como universales.
Es conveniente, antes de continuar, aclarar lo que el autor va a entender como violencia simbólica. Al igual que la violencia explícita o declarada, la violencia simbólica consigue retener indefinidamente al otro. Se trata de un tipo de violencia que resulta tan efectiva como la manifiesta pero que, sin embargo, resulta irreconocible, pasa desapercibida por aquellos sobre los que es ejercida. Hablamos, pues, de un tipo de violencia censurada y eufemizada, irreconocible aunque reconocida (acatada), pero perfectamente efectiva en la práctica. El paso de un tipo de violencia declarada o abierta a esta otra forma más solapada o velada es simple en sus principios. Y es que la manifestación abierta de la violencia, de la intención de dominio de uno sobre otro, se encuentra censurada socialmente, de tal suerte que la única forma en la que puede actuar sin ser reprobada es disfrazándose, enmascarándose, dejando de ser declarada para pasar a ser encubierta. Así pues, tenemos el paso de una violencia manifiesta a otra oculta e invisible cuyas posibilidades de éxito son infinitamente mayores, inversamente proporcionales, si se quiere, al rechazo y denuncia social de la primera. En Raisons pratiques Bourdieu la define como una “violencia que apoyándose en <<expectativas colectivas>>, creencias inculcadas socialmente, extorsiona y somete a los sujetos a sumisiones que no son percibidas como tales. Al igual que la teoría de la magia, la teoría de la violencia simbólica reposa sobe una teoría de la creencia o, mejor dicho, sobre una teoría de la producción de la creencia, del trabajo de socialización necesario para producir a agentes dotados de esquemas de percepción y de apreciación que son los que permiten percibir y obedecer las conminaciones inscritas en una situación o en un discurso”.[4]
En los estudios realizados junto a Jean Claude Passeron[5], Bourdieu va a declarar que la violencia simbólica constituye el arma con mayor alcance en el mantenimiento del orden social. Los autores la definen como un tipo de violencia que consigue la sumisión de aquellos sobre los que se ejerce sin que éstos la perciban como tal violencia. Su realización tiene lugar sobre los agentes con el consentimiento de éstos, un consentimiento inconsciente, ya que obra sobre ellos con su propio beneplácito. Es así como los actores sociales pasan a ser cómplices de la situación de subordinación en la que se encuentran. Al tratar de justificar su propia existencia social, favorecen el ejercicio de la violencia simbólica. Bourdieu lo ejemplifica con la carrera por la obtención del título, donde los agentes entran a formar parte en la competición por el título escolar sin percatarse de que se trata de un juego puesto en marcha por el mismo sistema de dominación que persigue su propio mantenimiento, reproducción y perpetuación. Así las cosas, las relaciones de poder que antes se instauraban entre personas (de tú a tú), pasan, a través de un proceso de oficialización y de institucionalización, a instaurarse en la objetividad misma, esto es, en el título.
La violencia simbólica no hace referencia a una violencia psicológica en oposición a un tipo de violencia física. Se trata más bien de una violencia que afecta igualmente al cuerpo, que va dirigida hacia éste. Su característica principal es la invisibilidad que la hacer ser acatada sin más; al no ser reconocida como violencia, la acción que ejerce pasa desapercibida y, así, legitimada. Podemos decir entonces que la institución escolar ejerce violencia, propiciando el éxito de unos y dando al traste con el de otros. Y la forma en que lo hace es implícita, si bien ya no lo hace mediante la violencia explícita, la violencia física propiamente dicha. Tiene lugar en la Escuela un difícil proceso por el que esa violencia explícita acaba metamorfoseándose en violencia simbólica, implícita, invisible pero igualmente contundente y efectiva. Un proceso costoso que exige mucho tiempo, trabajo y esfuerzo, pero que finalmente da sus frutos manteniendo a los dominados o clases sociales desaventajadas en esa posición inferior como por arte de magia. Los de arriba continuarán arriba dejando a los de abajo donde están y todo aceptado como un orden natural.
Lo que esta constatación pone de manifiesto es que el fin de la violencia en la escuela predicado por los seguidores de la Nueva Pedagogía anti-autoritarista aún está muy lejos. Y es que hablamos de que el éxito o fracaso de los niños en el ámbito escolar no depende exclusivamente de las capacidades intelectuales y de mérito, sino de la posesión o no, de partida, de un capital simbólico heredado. La promulgada igualdad formal encierra grandes dosis de violencia difícilmente perceptible al encontrarse naturalizada bajo la forma de un saber objetivo.
La Escuela es, dice Bourdieu, la Institución por excelencia encargada de la internalización de la historia colectiva o historia oficial, historia ésta que ha sido conformada en última instancia por un conjunto de supuestas verdades o de dogmas filosóficos que habrían pasado a formar parte de la sociedad a través de creencias culturales fuertemente arraigadas. En efecto, Bourdieu achaca a la tradición filosófica el haber impuesto una serie de mitos que han provocado la aparición de dicotomías sociales que han acabado por dividir el mundo en dos: blanco/negro, arriba/abajo, luz/oscuridad… otorgando significación positiva los primeros y negativa los segundos, y que vendrían a asegurar la perpetuación de las desigualdades sociales: ricos/pobres, inteligentes/no inteligentes, aptos/no aptos, dominantes/dominados.... Lo que el autor califica de ficciones de la tradición filosófica aparece entonces como la causa de la legitimación de la dominación. Y es en la Escuela, dice Bourdieu, donde el proceso de internalización de esa historia colectiva, oficial, basada en esas “verdades” que dividen el mundo, alcanza su mayor eficacia.

RACISMO DE LA INTELIGENCIA
Entra en juego el arma más contundente cuando de ejercer violencia se trata: la razón. Ésta, al servicio del poder, constituye el mayor y más eficaz instrumento de dominación. Su contundencia procede precisamente del hecho de que se manifiesta como capital simbólico. El poder ejercido por medio de la racionalidad es, dice Bourdieu, la forma suprema de la violencia simbólica. En la escuela podemos ver claramente cómo el mito del <<don natural>> y el racismo de la inteligencia funcionan veladamente como ejes activos puestos en marcha en nombre de la racionalidad y universalidad, ejes que van a determinar quiénes serán incluidos y quiénes excluidos del ámbito escolar, proceso por excelencia de selección que persigue la continuidad de la propia clase dominante. El fracaso escolar se relaciona directamente con la carencia de capacidades para el estudio y más concretamente con la carencia de facultades intelectuales, la no inteligencia. Por el contrario, el éxito es sinónimo de inteligencia. No cuentan las condiciones sociales de acceso al terreno académico, sólo importa cuáles sean los resultados.
En Cuestiones de sociología Bourdieu hace referencia al racismo de la inteligencia como uno de los tipos de racismo más imperceptibles. Por su invisibilidad pertenece al tipo de los desapercibidos, pero su efectividad es muy alta. Es, como señala Bourdieu, un racismo de la clase ostentadora de poder, o racismo pequeño burgués, que utiliza como método de reproducción la transmisión del capital cultural. Por medio de la naturalización de ese capital heredado las clases dominantes justifican su dominio. El título escolar entra en juego como una pieza fundamental a la hora de asegurar la inteligencia de esa clase dominante. Éste garantiza su superioridad, pues sólo los más capacitados pueden acceder a los títulos que funcionan como “garantía de inteligencia”. La misma clase dominante pone en marcha este mecanismo por  el cual se auto-justifica como superior. Concede títulos a los más privilegiados, que no son otros que ellos mismos. Este racismo se hace “irreconocible”, invisible o implícito, por medio de un proceso de eufemización, de atenuación a través de un discurso científico que lo justifica y fundamenta su poder. Y es que el discurso científico, además de ser el discurso dominante legitimado, encuentra su fundamento en la ciencia: “cuando la inteligencia es lo que legitima para gobernar, el gobierno se pretende fundamentado en la ciencia y en la competencia <<científica>> de los gobernantes”[6]. Privilegio de los estratos más altos de la sociedad, la ciencia legitima el ejercicio del poder de estas clases favorecidas relegando a la exclusión a los individuos de los estratos sociales más bajos. Los gobernantes serán, pues, quienes se encuentren entre las clases altas.

TEORÍA DE LA PRÁCTICA
Es el predominio del discurso teórico que rompe con la acción histórica el que impone la separación tajante entre la teoría y la práctica estableciendo una distancia insalvable entre ambos y dando al traste con toda posibilidad de realización de un racionalismo, dice Bourdieu, realista, esto es, acorde con la realidad práctica.
Bourdieu construye, así,  su teoría de la práctica para arrojar una nueva luz sobre la teoría de la acción.[7] Para ello partirá de los conceptos de habitus, campo y capital. El habitus hace referencia a las disposiciones fruto del condicionamiento social que se encuentra relacionado, a su vez, con la posición ocupada en el entramado social. Tal y como señala Véronique Mottier en su artículo “Masculine Domination. Gender and power in Bourdieu’s Writings”,[8] las prácticas sociales generan pensamientos, acciones y percepciones cuya libertad se encuentra limitada por aquellas condiciones históricas y sociales de su producción. De este modo, hablamos del habitus como de un sistema de disposiciones perdurables, de “estructuras estructuradas” y “estructuras estructurantes”. Los individuos ponen en juego estrategias profundamente arraigadas en la estructura buscando maximizar los bienes materiales y simbólicos. La interacción entre los habitus de los agentes y la relación que éstos mantengan con las diferentes formas de capital es lo que va a determinar el lugar que ocupen dentro de los diferentes campos. La manera en que Bourdieu entiende la sociedad es, pues, como un conjunto de campos semi- autónomos, como pueden ser el académico, el religioso o el de la producción cultural, regulados cada uno por unas leyes específicas, diferentes a las de los demás, en el que tienen lugar luchas por alcanzar el capital ya sea económico, cultural, social o simbólico. Los agentes actúan reproduciendo las reglas de cada campo. No obstante, Bourdieu niega que esto pueda volver previsibles las acciones de los mismos. Existe, dice, un espacio para la imprevisibilidad, para la incertidumbre. Y es la imposibilidad de conocer la reacción ante una acción concreta la que va a permitir a los agentes desarrollar, poner en práctica, sus propias estrategias. Esto es lo que denomina la imprevisibilidad relativa de respuestas posibles.[9]
Así pues, las disposiciones del habitus se encuentran encarnadas en los cuerpos concretos, situados, a su vez, en campos sociales específicos y temporales. Pero los sujetos de la concepción bourdieusiana, señala Mottier, no son ni agentes autónomos ni agentes determinados. En esta situación, los agentes son parcialmente cómplices de la dominación simbólica a la que se ven sometidos.
Bourdieu lleva a cabo un análisis de las relaciones existentes entre la estructura y la agencia donde las prácticas simbólicas adquieren una cada vez mayor relevancia para la comprensión del entramado social. Trata de sobrepasar la oposición objetivismo/subjetivismo a través de una perspectiva praxeológica ofreciendo así una nueva caracterización de la teoría de la acción. Una estructura conceptual que pone de relieve importantes aspectos para abordar la dominación.
El autor va a confiar en el carácter científico de la sociología para desentrañar la compleja red de relaciones del mundo social, donde la lógica del poder ocupa, como vemos, un lugar destacado. La sociología tiene según él la capacidad de desnaturalizar las desigualdades, de indagar en el origen de éstas destapando una realidad marcada por la imposición de una cultura concreta, de unos valores y parámetros sociales determinados sobre el resto, con la consecuente dosis de violencia que esto supone. La cultura que ostenta el poder se impone sobre las demás culturas acallando cualquier sospecha mediante el proceso de naturalización de las desigualdades consecuentes de esa imposición. Así pues, la tarea primordial de la sociología será la de esclarecer las relaciones sociales, tratar de dilucidar cómo funcionan las relaciones de dominio para poder derribarlas, acceder al conocimiento de la sociedad con el objetivo de desnaturalizar las injusticias que se suponen inevitables cuando en realidad son el producto de un proceso histórico determinado y, sobre todo, interrogarse a sí misma, lo que el autor denomina el socioanálisis. Éste consiste, entonces, en que el sociólogo o investigador que va a investigar el mundo social debe comenzar por investigarse a sí mismo, preguntarse cómo construye el objeto que estudia y preguntarse también sobre el lugar que ocupa tanto en el campo académico como en el campo social de los que procede, puesto que ambos son claves en la visión que va a adoptar a la hora de analizar cualesquiera sociedades.
Frente al dualismo objetivismo/subjetivismo Bourdieu propone, así, como método de análisis una teoría que sintetice ambas posturas. No considera que se trate de teorías tan opuestas, ambas participan de una fuerte dosis intelectualista que impide ver la situación real y que sustenta los mitos que garantizan la dominación. Mantener semejante distinción no hace más que poner trabas al trabajo sociológico de derribar tales mitos y, por lo tanto, impedir el conocimiento de la sociedad. Bourdieu coge algo de ambas teorías, considera que hay algo en cada una de ellas que es aprovechable: existen estructuras objetivas que son las que organizan las prácticas y las representaciones sociales al margen de los agentes y, por otro lado, la subjetividad de esos agentes, sus esquemas de pensamiento y acción, son construidos socialmente. El agente, además, es activo, pues a través de sus prácticas construye el mundo social.
Asimismo son centrales en Bourdieu las dimensiones relacional e histórica. Concibe la realidad social como un entramado de relaciones objetivas invisibles e independientes de la conciencia y la voluntad de los agentes. Y se distancia del estructuralismo al entender que son las luchas históricas las que han hecho que los agentes ocupen las diferentes posiciones dentro de cada uno de los campos, luchas históricas que se hallan inscritas en los cuerpos y que forman parte del habitus de los agentes. Bourdieu no concibe la sociología separada de la historia y viceversa, ambas han de ir unidas.
Bourdieu va a conceder, así, especial relevancia a la investigación empírica. No concibe una investigación sin un contenido empírico. Y aspira a la construcción de una sociología científica que no deje de lado cuáles son aquellas condiciones sociales en las que se produce el conocimiento. El investigador ha de tener en cuenta que sus análisis van a estar condicionados por factores tales como su origen: la clase social de la que procede, el sexo o la etnia a los que pertenece, etc.; el puesto que ocupa dentro del campo académico concreto en el que se sitúa; y, además, cuáles son las categorías que utiliza para pensar la realidad, fundamentales a la hora de determinar su grado de imparcialidad ante según qué cuestiones. Todo esto permitirá un análisis atento que aspire a desvelar las desigualdades que permanecen ocultas en la sociedad, esto es, las condiciones históricas que son las que permiten al grupo dominante establecer sus intereses como si fuesen los intereses generales o universales de la razón. Es así que  hablar de universales, ya sea éticos, políticos, estéticos o de otro tipo es hablar de conquistas históricas que han visto la luz tras numerosas luchas y conflictos entre los seres humanos y no de estructuras universales, absolutas y atemporales. De lo que se trata, entonces, es de que de las conquistas históricas se beneficien todos los seres humanos y no sólo unos cuántos privilegiados que ostentan el poder.

BIBLIOGRAFÍA

BOURDIEU, P. (2000): Cuestiones de sociología, Istmo, Madrid.
BOURDIEU, P (1980): Le sens pratique, Éditions de Minuit, Paris.
BOURDIEU, P. (1979): La distinction, critique sociale du judgement, Les éditions de Minuit, Paris.
BOURDIEU, P., PASSERON, J.C (1970) : La reproduction, Éditions de Minuit, Paris.
FLACHSLAND, C. (2003): Pierre Bourdieu y el capital simbólico, Campo de Ideas, Madrid.
MOTTIER, V. (2002): <<Masculine domination. Gender and power in Bourdieu’s writings>>, Feminist Theory, vol. 3(3): 345-359.
VÁZQUEZ GARCÍA, F. (2002) : Pierre Bourdieu. La sociología como crítica de la razón, Montesinos.


[1] Bourdieu, P, Passeron, J. C (1985): Les héritiers, les étudiants et la culture, Éditions de Minuit, Paris.
[2] Bourdieu, P (1972): Esquisse d’une théorie de la pratique, Éditions du Seuil, Paris.
[3] Bourdieu, P, Passeron, J. C (1970): La reproduction, éléments pour une théorie du système d’enseignement, Éditions de Minuit, Paris.
[4] Bourdieu, P (1994): Raisons pratiques, sur la théorie de l’action, Éditions du Seuil, Paris, p. 188.
[5] Bourdieu, P, Passeron, J. C (1970): La reproduction, éléments pour une théorie du système d’enseignement, Éditions de Minuit, Paris.
[6] Bourdieu, P. (2000): Cuestiones de sociología, Istmo, Madrid, p. 263.
[7] Bourdieu, P (1977): Outline of a Theory of Practice, Cambridge University Press.
Bourdieu, P (1990): The logic of Practice, Cambridge University Press.
[8] Mottier, V (2002), “Masculine Domination. Gender and power in Bourdieu’s Writings”, Feminist Theory, vol. 3(3): 345-359.
[9] La Sociología bourdieusiana ha sido frecuentemente criticada de determinista. Según esta postura, los sujetos están abocados a poner en práctica aquello que dicta su habitus. No obstante, Bourdieu afirma lo contrario: a pesar de lo que dicta nuestro habitus, los actores sociales podemos modificar las estructuras. Hay, pues, lugar para lo nuevo, idea de originalidad.  

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