Entradas populares

Buscar este blog

martes, 21 de mayo de 2013

MUJERES, FEMINISMO Y PODER



MUJERES, FEMINISMO Y PODER
Celia Amorós

El punto de partida de mi intervención, creo que compartida por todas las presentes, es que las mujeres debemos tener poder. Es importante señalarlo, porque elimina otro tipo de discusiones, del estilo de si el feminismo debe vivir de espaldas al poder, debe ser contra-cultural o marginal, etc.

Por tanto, el problema que se plantea aquí y por el que habéis solicitado mi intervención es otro: cual debe ser la relación del feminismo con el poder, sin cuestionar que debe existir dicha relación. Esto implica plantearse obligadamente, la relación del poder con las mujeres y por consiguiente la relación de éstas con el feminismo.

Y al fondo de estas preguntas, es obligado reflexionar sobre el significado de la propia palabra poder, porque poder no es un término unívoco: puede significar muchas cosas.-puede ser entendido de muchas maneras.

Tal vez, descendiendo a niveles más concretos,  la disyuntiva podría plantearse en estos términos: ¿Estamos hablando de una presencia mayor de mujeres en el poder, bien sea a través de los partidos mediante el  sistema de cuotas o en las instituciones a través de plataformas?.

¿O nos queremos referir a la Integración del Movimiento Feminista como tal?

¿Son estas las únicas posibilidades?

¿Las contemplamos como excluyentes o como complementarias? Y en este caso, ¿cual es el orden de prioridades?

Quizá,  el primer punto de discusión será si tiene o no un sentido feminista en si mismo el hecho de que ha haya más mujeres en el poder:

Es  decir si el hecho de que haya un mayor equilibrio en las posiciones de poder de ambos colectivos, masculino y femenino, tiene un sentido emancipatorio para el conjunto de las mujeres. Independientemente de la mayor o menor conciencia feminista de aquellas que acceden a los cargos.

Para el feminismo, ¿es o no indiferente, o no demasiado relevante al menos el hecho de que el genérico mujer tenga una mayor presencia en todos los ámbitos de toma de decisiones en las esferas social, política y económica?

¿Tiene o no de por si este hecho un sentido feminista? ¿Cual seria ese?

Junto a esto, podríamos planteamos la participación del Movimiento Feminista como tal o bien como potente grupo de presión, o bien actuando dentro de las instituciones. ¿O deberían ser ambas cosas?

¿Como estarían coordinadas, y en qué se debería poner mayor énfasis?

Podríamos empezar con unas consideraciones teóricas sobre el primer aspecto de la cuestión: si el hecho de que entre el colectivo de los varones, entre el género-sexo masculino y el femenino las relaciones de poder logren cierto equiparamiento - sean o no feministas las mujeres que se integran - es deseable en si mismo desde un punto de vista feminista. Sería quizás el primer punto.

¿Qué querría decir que ello tiene un sentido feminista? Entendemos que es feminista si es emancipatorio o al menos virtualmente emancipatorio para el conjunto de las mujeres, para el conjunto del genérico femenino.

Pues bien, quizás no es el desiderátum máximo del feminismo (nosotras querríamos que además, fueran feministas, querríamos que, además, tuvieran una absoluta clarificación en ese sentido). Pero no estamos hablando de máximos sino de si al menos, eso tiene un sentido feminista mínimo o virtual.

Yo creo que sí tiene un interés positivo para el feminismo y que es, al menos, virtualmente feminista el hecho de que haya más mujeres en el poder. Es decir, el hecho de que la especie humana sea más equipotente como diría Amelia Valcárcel de que esté en una situación más cercana o más tendente a la igualdad en cuanto a los dos géneros-sexo, creo que ya de por si es un objetivo éticamente deseable y emancipatorio.

Éticamente deseable en tanto en cuanto apunta a la igualdad, la tendencia a la igualdad al menos. Igualdad en el sentido de equipotencia. Voy a emplear aquí la palabra en el siguiente sentido (porque, como poder se dice de muchas maneras, voy a tratar de emplearlo en un sentido preciso, dentro de lo que cabe): Sería algo así como capacidad de incidir sobre el mundo o de afectar lo exterior en mayor medida o al menos no en menor medida de lo que uno/a es afectado/a. Tomo esta definición de poder de Espinoza: así es como Espinoza  en su Ética definía la palabra potentla, poder como potencia es decir, capacidad de actuar incidir y afectar en lugar de ser afectado.

Evidentemente, todos en nuestras vidas y en nuestra inserción social tenemos una determinada capacidad de afectar de incidir sobre lo que nos rodea -tanto personas como cosas-. De incidir en un sentido oprimente o no (en principio no se prejuzga si esta incidencia puede ser oprimente para los demás o no; eso ya sería un calificativo moral que vendría a posteriori; de momento se trata de en qué medida afectamos o somos afectados). Entonces, diríamos que una persona tiene poder si al menos no es afectada en mayor medida de lo que puede afectar su entorno a personas y cosas. Y diríamos que una persona es impotente si se ve afectada y, en cambio, su cuota o posibilidad de afectar o de incidir es nula, es mínima.

Emplearé en este sentido la palabra poder como potencia y, por lo tanto la palabra equipotencia obviamente, la emplearé como igualdad de poder, como la misma capacidad por parte de dos sujetos, individuos o colectivos, de afectar en mayor medida que son afectados. La equipotencia, según esta definición aproximativamente al menos, se produciría como situación ideal en la cual hubiera un tipo de interacción en la cual algunos sujetos, bien fueran individuos o colectivos, fueran afectados sólo en la misma medida en que pudieran a su vez afectar: ésta seria una-situación ideal de equilibrio donde, por lo tanto nadie prevalecería sobre nadie ni nadie podría oprimir a nadie, puesto que tendría tanta capacidad de afectar al otro como de verse afectado.

Una capacidad absoluta, dentro de un sistema de interrelaciones, de afectar sin ser afectado seria una posición de poder absoluto. No existe jamás esta posición de poder absoluto por parte de nadie; ni siquiera el poder más absoluto que se haya podido concebir en la historia ha sido nunca un poder no compartido. Como dice Foucault, el poder es difusivo, contra lo que parece.

Cuando se dice en la historia que existe un poder muy concentrado, es porque ha existido, de algún modo al menos una previa difusión o una red grande, en definitiva, de consenso en cuanto a complicidades que ese poder ha creado, prebendas que ha distribuido, hipotecas o clientelas que ha organizado en  torno a él.

Cuando se habla de poder absoluto o de concentración de poder vale como manera de hablar. Pero el poder nunca es de un sólo individuo: los poderes siempre los son de grupos, de redes o de sistemas de pactos, y el poder es tanto mayor cuanto más difundido está, cuanto en mayor medida ha creado una red de difusividad. El poder no es una esencia ni algo que se tiene no es una substancia, sino una red de relaciones; pertenecería más bien que a la categoría de substancia como si estuviera esencialisticamente quieto en un punto, a la categoría de relación. Crea relaciones a su vez, metaestables relaciones que transitan, relaciones difusivas; seria un sistema pero metaestable, por eso precisamente es tan difícil exactamente de apresar de localizar sus centros de Imputación; creemos saber donde están, pero a veces no están donde parece, están desplazados, están en otro punto.

El poder es así una red metaestable de transitividad, de difusividades y. por mucho que se hable de concentración de poder, en ultimo termino podríamos decir que es, como en un efecto óptico, la proyección de ese sistema en un foco virtual, pero sobre todo es una manera de hablar. Por ejemplo creemos que Felipe González tiene un gran poder; bueno  lo tiene pero porque le sustenta todo lo que le sustenta.

Entendido así, el  poder es siempre poder de colectivos: no es nunca poder de individuos no hay poder individual. El  individuo atomizado  suelto no tiene poder. ¿Por qué no lo tiene? Aquí introduciríamos una idea sartreana (de Sartre); bueno es sartreana y de sentido común en último término si se quiere: Se tiene tanto menos poder cuantas más posibilidades existen de que sean alterados los resultados de nuestras objetivaciones en la realidad, o de que se vea alterado aquello que nosotros hacemos cuando ésa se plasma en la objetividad, sea en la sociedad, sea en una obra sea en cualquier otra cosa. Por eso, las acciones aisladas alteradas en función de la acción de las demás en una gran medida, tienen tan escaso poder. Podríamos decir que la soledad, en el límite, equivale a la impotencia. Si una cosa la hago yo sola,  el resultado de mi acción se escapa porque, lógicamente, sobre esa acción van a incidir las acciones de todos los demás desvirtuándola alterándola desviando su curso, es decir reduciendo a la impotencia el resultado de mi acción: eso es algo tan obvio como lo de "la unión hace la fuerza". Cuanta más gente hay en un  grupo y más apretada es su cohesión, más poder tiene pues, al actuar todos en un mismo sentido, la posibilidad de que sean alterados los resultados do esa acción son mínimos: siempre hay menores posibilidades de alterar el resultado de una acción colectiva sobre todo cuanto más amplio sea ese colectivo, que de alterar los resultados de la acción de un individuo o individua.

 Por ello el poder, siempre es poder de grupo. Y es, al mismo tiempo, tanto más poder de grupo, cuanto más cohesionado por pactos está un grupo. Cuanto en mayor medida se puede decir que ese grupo es un espacio de iguales, y vaya emplear aquí la palabra "iguales" en el sentido de espacio de pares, no de espacio igualatorio en el sentido democrático de que todos tendrían exactamente el mismo poder, sino en un sentido más laxo: es decir, si todos no tienen en realidad el Mismo poder, pueden al menos, poder. O sea, son contemplados  como posibles o virtualmente sujetos de poder.

Desde ese punto de vista se podría decir que el género sexo masculino es un espacio de pares. Un espacio de pares, no porque en él impere precisamente la justicia distributiva obviamente no es el caso, y seria un disparate decir que todos los varones tienen el mismo poder: nada más lejos de mi intención que decir no ya semejante inexactitud sino un palmario disparate -. Pero sí en el sentido siguiente: todo varón percibe a otro varón como a alguien que, si no puede, puede al menos poder decir, que siempre puede tomar con relevo, darle una alternativa. Pertenece digamos, al genérico que tiene el poder en cuanto algo que corresponde, por derecho propio, al genérico, y eso no se cuestiona: como el genérico, luego, se lo distribuya, es ya otra cuestión.

Podemos ver un ejemplo importante en las luchas de clases, las distintas formas en que, históricamente, ello se haya podido configurar, evidentemente. Los varones de las clases sociales hegemónicas o dominantes saben que los varones de las clases sociales dominadas pueden poder: hasta los esclavos pueden organizar una revuelta de esclavos, los de la oposición pueden tomar en un sistema democrático - obviamente, ya está formalizado - su relevo en el poder político.

Vemos otro ejemplo en lo que podríamos llamar los turnos diacrónicos, a través del tiempo genealógico o de padres a hijos. Los varones jóvenes saben que relevarán a los viejos en un momento dado, y puede haber, hay, sus tensiones generacionales; evidentemente, las generaciones se definen en buena medida por quienes se consideran pares, y hay tensiones generacionales en Mayo del 68, al menos en buena medida, (no digo que ésta sea una línea única de diagnóstico, pero si que no se puede ignorar una tensión generacional muy fuerte por el poder). Cuando se dice “la imaginación al poder" no se quiere decir nada en abstracto, se quiere decir: los jóvenes no vamos a esperar nuestro turno de la manera ni de acuerdo con el esquema en que lo tenéis previsto vosotros, los varones mayores…“ Profesores,  nos envejecéis”,…toda la retórica del Mayo del 68 está cargada, aparte de otros contenidos de su reivindicación – de conflicto generacional por el poder.

Entre  los  varones,  por tanto, se contempla, tanto, podríamos decir, desde el punto de vista sincrónico, como desde el genealógico,  la posibilidad del relevo. El patriarcado es precisamente un sistema de progenituras,  un sistema de legitimar al sucesor, de separar al bastardo, pero el bastardo. . ., el impostor siempre puede usurpar, siempre puede venir a tomar el poder, en oblicuo, aquél al que no le tocaba por la línea legítima, aunque sea el benjamín: la historia está llena de ejemplos (la película Ran).

El patriarcado está siempre cargado de esa épica: el impostor que puede tomar el poder del hijo legítimo. En el caso de la diacronía se ve muy claro: el que no es sucesor legítimo puede poder, en cualquier caso. Oblicuamente, puede ser el impostor o el usurpador, y si lo vemos en términos de grupos en conflicto, de clases sociales que tienen posiciones antagónicas en el modo de producción, también los desheredados, en un momento dado, y aunque sea paranóicamente, percibidos, pueden poder también. Lo vemos en países y en,  situaciones racistas; en países colonizados, la paranoia de los dominadores siempre es que el varón dominado puede poder: en un momento dado los indígenas te la pueden dar por la espalda: es más. esa percepción suele ser paranoica: se cree que el otro puede poder más de lo que en realidad, muchas veces incluso, puede poder, dependerá de las situaciones. etc. Bueno, quizás no valga la pena ahondar más en ello, pero, desde este punto de vista, se puede decir que hay entre los varones un pacto interclasista, en el sentido en que habla de este tipo de pactos Heydi Harman en un articulo, que seguramente conocerá todo el mundo, (salió en Zona Abierta sobre “el desdichado matrimonio de marxismo y feminismo"),en que daba una definición de patriarcado que yo creo que es la más operativa: como una especie de sistema de pactos interclasistas (metaestables) entre los varones.
                                                                                                              
Yo añadiría lo de los pactos interclasistas metaestables precisamente porque no tienen un carácter conspiratorio, ni fijado de una vez para siempre; no se trata obviamente, de que se sienten a conspirar: En un momento dado puede prevalecer un pacto interclasista si se trata de controlar al conjunto de las mujeres, puede prevalecer ese puente interclasista por encima de los conflictos de clase. y en otros casos puede no ser así: por eso, ese pacto puede tener una tensión sintética mayor o menor según distintas coyunturas, situaciones según la presión o no presión del colectivo de las mujeres. La autora ponía como un ejemplo muy significativo. el salario familiar como particularmente ilustrativo del carácter de un pacto patriarcal interclasista. El patriarcado, desde ese punto de vista, ilustrada esta idea de que el poder transita, y no es que no esté en ninguna parte, sino que transita de forma metaestable a través de un pacto interclasista entre todos los varones que, a título de sexo-género. son los titulares legítimos del poder y los que, por lo tanto, pueden poder, están esperando su turno, están acechándolo o. al menos, así son percibidos por quienes lo están ejercitando.

Entonces, desde ese punto de vista podríamos decir que el colectivo masculino es el espacio de los pares o de los iguales, en el sentido de que al igual "se le echa un pulso simbólico": siempre sé que me la puede jugar, trato de pactar con él precisamente porque  es mí igual, con los no iguales no se pacta.

En cambio el colectivo, el sexo-género femenino tiene como característica -digo todo esto con un esquematismo en el que habría que matizar infinitas cosas, pero podríamos darlo por bueno como esquema analítico para echar a andar. aparecer, por el contrario, como el  colectivo de la impotencia. Ante todo. “la mujer" no es percibida, (no las mujeres, y si digo la mujer digo bien) como individualidad. Las mujeres siempre somos ejemplificaciones irrelevantes de "la femineidad" o de "lo femenino", como ocurre siempre en un colectivo donde no se  1uega lo importante, donde no se juega lo prestigioso y donde no se juega, en definitiva, el poder. Por ejemplo, el otro día se comentaba, en un tinglado de estos de sexismo en la enseñanza, que las maestras aprenden muy rápidamente los nombres propios de los alumnos varones de sus cursos, aprenden mucho más tarde los nombres de las niñas. y las suelen percibir como grupo irxfiferenciado. Mientras que la percepción del varón  rápidamente se le individualiza.

Curiosamente, coincide con el espacio de los iguales. En cambo, las mujeres somos el mujerío Mari Pilis", se nos ve como el grupo de las gallinas, las Pléyades, las Nereidas. Como grupo indiferenciado, precisamente para contraponerlo a este concepto de “los iguales" que es el espacio de los individuos. es un espacio donde, podríamos decir, no se produce la individualización. En los términos de la psicología de la forma, de cómo se percibe la emergencia de formas respecto a fondos, en el colectivo masculino siempre tiende a emerger la configuración de la individualidad sobre fondo de genérico, es decir, al genérico varón le pertenece el ser percibido a  su vez como individuo. Los atributos del tipo se comunican a los individuos mediante la diferenciación individual, modalizándose su individualidad: se añade el nombre propio al nombre del linaje, y ese nombre propio es importante porque acota un terreno. Es el colectivo al que se le tiene que “tribuere” algo, el prestigio y el poder, y hay que distribuirlo. Tiene que haber, por lo tanto. un operador distributivo que dé cuotas de poder. Precisamente, el espacio de los iguales es el espacio de las diferencias de individuos: tú eres tú y, yo soy yo, porque somos iguales, y porque somos iguales somos diferentes, es decir, cada cual acota su terreno. Tienden, por lo tanto. precisamente por eso, a diferenciarse y a marcar cada cual su rica personalidad. Poder es poder diferenciarse.

En los colectivos en los que se juega poder, se troquela individualidad; en los colectivos donde no se juega poder como no hay que tribuere (tributar) nada, no hay operadores distributivos qua hagan emerger o destacar la individualidad. Las mujeres, desde ese punto de vista no tenemos la individualidad, ni como categoría política. ni como categoría ontológica. y ambas cosas, van íntimamente unidas, puesto que, en último término, la política es ontología y la ontología es política. Es decir, la pregunta acerca de qué es lo que hay, o cómo se concibe que la realidad está configurada en último término, tiene mucho que ver con la pregunta acerca de quién tiene el poder o cómo está organizada la realidad como sistema de rangos, o como sistemas de jerarquías. Qué orden de poder hay en lo real. Política y ontología no se relacionan, por lo tanto, como lo abstracto y lo concreto sino que las categorías políticas son en buena medida categorías ontológicas y viceversa. Para entender a un autor en historia de la filosofía, cada vez está más  admitido en hermenéutica filosófica que sus claves últimas se encuentran en la política: se interpreta desde ahí su ontología mejor que al revés. Se le entenderá así mucho mejor.

A Platón no lo analices por la teoría de las ideas sino, primero, por su política, por la teoría del filósofo rey,  y por ahí entenderás la teoría de las ideas. Con Aristóteles haz lo mismo, con Espinoza lo mismo, y se entiende claramente la ontología a la luz de la política.

Entonces, yo voy a emplear aquí la palabra individuo en este sentido preciso: aquel al que se le atribuye una cuota de poder, por lo tanto, como categoría política y ontológica. Porque ejemplifica su genérico de una manera esencial y relevante: -es decir, al genérico masculino-; le pertenecen a cada varón, es decir, a cada uno de los que caen bajo la extensión de este conjunto, los atributos del tipo de una manera esencial, y si le pertenecen los atributos del tipo de una manera esencial, ello quiere decir que se troquela individualidad. Se es esencialmente individuo.

En el genérico femenino, por el contrario, la ejemplificación, digamos, en los referentes de su extensión (porque si digo individuos ya no sirve, no diría la palabra en el sentido específico), en los, digamos miembros de ese conjunto, de los atributos del tipo se distribuyen indiferenciadamente, es decir, no diferenciando individualidades. y, por tanto, todas somos ejemplificaciones irrelevantes de "lo femenino", de "la femineidad".

Somos una especie de lote indiviso de características, una especie de destellos o de ejemplificaciones donde no se comunican de una manera esencial los atributos del tipo, sino accidental. Ejemplificamos, por lo tanto, accidentalmente un genérico del que  se pretende que lo esencial es lo accidental. y como lo femenino es lo accidental, en definitiva, es adjetivo y no es sustantivo: de ahí que su comunicación se haga, a su vez, de una manera adjetiva y accidental. Es decir no individualizando.

De ahí que no sea, en absoluto. inocuo que en el lenguaje ordinario se diga "las Mari Pilis", "el mujerío" o "las Marujines". Cualquier modo de percibimos como indiferenciación, como no individuos, desde ese punto de vista es un auténtico atentado lingüístico, y muchas veces más grave que otros que nos tienen más obsesionadas. Nos tienen muy obsesionadas, no sin razón, evidentemente, que por ello vaya a minimizar lo otro, cosas tales (y tratamos cada vez de ejercer sobre eso mayor control social en nuestros medios) como que no digan "los niños y las niñas", que tomen el genérico de manera que el masculino se solape con el neutro. que el masculino se solape con el genérico humano. etc., etc. Esto lo tenemos muy machacado. Sin embargo, no ejercemos un control social importante y critico para todo aquel tipo de designaciones de lo femenino que se refieran a nosotras como colectivo indiferenciado y por contraposición a lo que hemos llamado el espacio de los iguales, como lo que seria el espacio de las idénticas. Es decir, el espacio, no de las pares, porque no tenemos nada que "parear", porque no tenemos nada que distribuir, sino el espacio de las equivalentes en la impotencia. Somos idénticas por ello. por lo mismo que somos intercambiables en función de nuestra poca importancia.

Normalmente en las mujeres, lo de ir el nombre y el apellido juntos no se suele dar. Si una mujer llega a ser importante. se toma su apellido y se lo pone delante “la”, la Caballé, la no sé qué..., lo cual quiere decir que es una anomalía cósmica que dentro del genérico femenino emerja una individualidad: es lo que se pone de manifiesto cuando se dice "la Thatcher" o "la Caballé"; no se diría jamás de un caballero, salvo en ciertas formas y en otro contexto; si dices "el Felipe", ello tiene un sentido coloquial. significativamente con un cierto tinte despectivo o distanciado. Mientras que "la Thatcher" se puede decir perfectamente en un contexto no coloquial: es algo que está absolutamente instituido. El uso del nombre propio por parte de las mujeres denota precisamente intimidad, amistad personal; los varones normalmente se tratan por el apellido, a veces incluso entre amigos se llaman "Pérez" o por el nombre de linaje, a menos que, no siendo amigos, hayan accedido de pronto a un espacio de poder y entonces rápidamente se hablan de tú. En la transición era curioso cómo, rápidamente, empezaron a decir “tenemos que negociar con Adolfo", que ver "si está de acuerdo Felipe", ver "qué dice Nicolás", o "qué opina Santiago": el uso, del nombre propio denota aquí el acceso al estatuto del poder como ámbito los  pares.

Así, un colectivo representa el poder como patrimonio genérico y, en el otro colectivo, tenemos su desposesión, y el hecho de esa desposesión es lo que hace que una mujer, como no se la percibe como individualidad, no se le atribuye ningún poder, no se espera ningún poder de ella y, por tanto, no interesa tampoco en absoluto saber con quién se está hablando. Entre nosotras es perfectamente normal ir a una cena incluso de profesionales y que tu contertulio esté hablando contigo horas y. horas, toda la noche, sin enterarse de a qué te dedicas, qué haces, "de qué vas", "etc... porque importa un rábano. Entre varones esa misma situación sería inconcebible: los varones, lo primero que se preocupan de sacar es "con quién estoy hablando", por si "meto la pata", por si no meto la pata. . . por situar al otro, tenerlo ubicado y estar ellos ubicados a su vez. A una mujer no importa nada tenerla ubicada porque, en definitiva, lo que se tiene aliado es una mujer, todo lo más que uno se plantearía es si quiere ligar o no quiere ligar con  ella... Pero como individualidad es absolutamente irrelevante: se puede dar perfectamente esa circunstancia en contextos progresistas, e incluso sumamente evolucionados.

            Perdonad que cuente una anécdota personal, pero puede ser ilustrativa. En una cena de AGORA que se hizo para dar los premios a la igualdad de los sexos, por poner una situación límite, los caballeros seleccionados por su sensibilidad al tema, eran allí nuestros invitados. se suponía que las mujeres que estábamos allí, pues, en fin, alguna profesión o actividad tendríamos si nos habían puesto en un Tribunal de esos de Agora: una militancia, un rasgo característico individualizador bien ideológico, profesional o del orden que fuera. Bueno, pues se puede dar la circunstancia de que tengas un contertulio sentado a tu lado X horas y no se haya enterado de si eres boticaria, de si eres macrobiótica de cómo piensas, ni de nada. Es decir, que  hayas hecho  de azafata toda la noche unilateralmente en un contexto donde tu invitado es él. Hasta tal punto las mujeres como poder somos un cero a la izquierda hasta tal punto no se exagerará nunca la percepción  de nuestra insignificancia, Somos el cero a la izquierda y somos idénticas porque cero es igual a cero. Nada más idéntico que el cero al lado del cero.

Desde ese punto de vista yo creo que, poniendo así las cosas, el referente del poder de una mujer, feminista o no feminista, esté situada donde esté situada en los sistemas de jerarquización social -todas las personas en nuestra inserción en lo real, estamos situadas en distintos sistemas de rangos, y toda sociedad tiene, sea más o menos igualitaria, unas formas de identificación social de estatus y de rangos- y sea cual fuere el rango en que esté a títulos diferentes, (a títulos de familia, profesionales, de clase, de gremio o del orden que sea) es el poco poder del genérico-mujer.

El referente del poder qua sexo-género, podríamos decir, modaliza y rebaja cualquier otro rango que tengamos.

Las mujeres estamos, por tanto, en lo que llaman los sociólogos posiciones de desequilibrio, en tanto en cuanto somos identificadas, desde un cierto punto de vista, por el rango que tenemos, por nuestra posición en determinados sistemas de jerarquización social, pero, al mismo tiempo, estamos situadas siempre por debajo en cuanto género-sexo y la identificación a título de miembros de un género-sexo que se caracteriza por la impotencia rebaja siempre, digamos sistemáticamente y redefine hacia abajo, como una fuerza de gravedad o lastre que rebaja, cualquier otra posición que podamos tener en cualquier otro sistema de rango.

 De ahí, precisamente, las tensiones en la interacción social que tienen las élites femeninas y que han tenido siempre, y de ahí que no sea extraño que todo feminismo haya empezado por ser una reivindicación de élites femeninas y no de mujeres de a pie, Como ha señalado Mariló Vigil, es algo normal: es esa parte del colectivo la primera que ha sufrido las tensiones de la doble identificación. Ha tenido acceso por razones de clase, por pertenecer a ciertos grupos culturales, o por relaciones con su grupo de varones. etc. a situaciones atípicas o privilegiadas, y ella, en su propia autoconciencia y autopercepción, se siente socialmente identificada y se vive a sí misma como debería ser socialmente identificada según ese rango. Sin embargo, es identificada tanto por sus homólogos (que no lo son en realidad; porque su homologación es absolutamente precaria), como, no digamos, por los que están por debajo, con tendencia a asimilarla en función de su rango en el sistema género-sexo. De ahí que el obrero perciba a su capataz femenina (si es que capataces  “femeninos" hubiere) que es más bien una figura atípica antes como mujer que como jefa; en fin, nuestra experiencia está cargada de este tipo de melententendidos en la identificación: son situaciones atípicas. son raros personajes. Bueno, ocurre también en los negros, ocurre también en todo grupo de élite dentro de un colectivo que tiene en la sociedad una situación de impotencia o de muy poco poder. Puede ocurrir en la raza y ocurre paradigmáticamente en el caso del sistema género-sexo.

El referente, por lo tanto en último término del poder de una mujer siempre estará en el poder que tiene el conjunto de las mujeres. Es así a la hora de la verdad, nos creamos lo que nos creamos. Creo que esa hipótesis se podría plantear hasta con esa radicalidad. Yo reflexionaba últimamente, y lo comentaba con gente, el caso de Pilar Miró. Por supuesto que no voy a hacer una defensa de su falta de sensibilidad para distinguir lo privado y lo público, y, en fin, supongo que en este contexto sobran este tipo de consideraciones, acerca del error político que supuso su actuación, etc. etc., pero a renglón seguido de decir esto, habría que añadir que no se entiende el fenómeno de cebarse con Pilar Miró del modo como lo ha hecho la prensa y del modo que se ha producido si no es porque Pilar Miró es una mujer. Porque lo que ha hecho, de acuerdo con los baremos existentes, es pecado venial.
En definitiva ¿eso que nos dice? Que las mujeres en materia de poder "no nos comemos una rosca", y si no, se verá inmediatamente en la situación límite en que haya un conflicto, una fisura, en que alguien quiera "ir a por ella"; toparemos con la precariedad de toda homologación individual de las mujeres al sistema de poder de los hombres. Y aquí se trata de un caso límite, es decir, de una mujer promovida, una mujer bien apoyada, que tiene sus enemigos -como toda persona que tiene apoyos, si tiene una posición importante tiene enemigos-, pero porque tiene un espacio de pares que la apoyan, evidentemente, si no           no se molestarían en ser enemigos. Pues bien, en este caso incluso, le ha llegado el "tío Paco con la rebaja,  y ¡con qué rebaja! A toda mujer le llega el tío paco con la rebaja por la identificación que tiene respecto al nulo poder de su genérico El poder le será siempre rebajado, y eso yo creo que ocurre hasta en los casos límites. Bueno, todo este rodeo a través de         estas consideraciones acerca del género-sexo, espacios, individuos, poderes respectivos y atribuciones y percepciones de poder venía a ilustrar cómo las mujeres, en último término, no tenemos rango, no tenemos más que rangos adjetivos y no sustantivos. Nuestros rangos reales son los rangos que tenemos en función del rango de los varones.

Es curioso como los rangos se entreveran en la percepción social. En una encuesta que se hizo este verano aparecían "las mujeres más influyentes", las mujeres no tenemos poder, y como no tenemos poder, lo único que podemos tener es influencia

Fijaros que influencia  es algo muy distinto de poder. Más distinto todavía de lo que a primera vista se percibe, de lo que ya salta a la vista, porque así como el poder fluye, la influencia, por el contrario, no puede transitar. Cuando se habla de tráfico de influencias se dice en otro sentido; es fluir in de modo puntual, en un punto concreto y sólo en ese punto, y la difusividad que tiene la influencia viene limitada por la capacidad que se tiene de incidir en ese punto, cosa que no ocurre en el poder. Quien tiene poder, un político que está en una posición de poder, sería grotesco decir que tiene influencia, justamente porque su potencia fluye, no influye. Influye en él a lo mejor su señora, su primo, pero, claro, influye quiere decir que puede ejercer una presión ahí, y entonces se difundirá en la medida en que tenga poder el otro, pero la influencia no transita, no crea redes, no fluye por definición, fluye solo in. al contrario de lo que le ocurre al poder. Entonces, a una mujer, desde ese punto de vista, todo lo más que le puede ocurrir es que sea influyente, normalmente sobre un varón que si tiene poder, y el poder si que transita. Pero, en el caso de la mujer, es como un agua que está estancada; no hay tránsito posible.

La mujer, por lo tanto, no suma su influencia a la influencia de otras mujeres. La influencia de las mujeres siempre es atomizada, siempre está como disposición en baterla: no potencia la influencia de una la potencia de otra, como ocurre en las disposiciones normales de grupos de poder que se refuerzan los unos a los otros. La mujer influyente en principio, no refuerza para nada su genérico. La mujer individual influyente, a título individual no le sirve a su genérico, o le sirve mínimamente: le sirve en la medida en que el exhibir a una mujer en esa posición pueda vagamente sugerirle un modelo y solo de un modo muy indirecto, y tanto más indirecto cuanto más individualizada sea esa promoción.

La influencia lo es de una mujer en concreto, y, por definición, de muy pocas y excepcionales, porque si lo fuera de todas querría decir otra cosa.

La influencia ni siquiera es una influencia de la mujer como individuo, porque no la tiene tampoco a título de individuo; el individuo es el par en un espacio de pares, como los nudos son nudos en redes. La influencia de una mujer no es una influencia precisamente individual, pero, bueno, es una manera de entendemos, si bien no en el sentido en el que hablamos empleado antes la palabra individuo. Se es individua entre las individuas, y si no, no se es individua. Se es una anomalía cósmica o se es una idéntica que por razones adjetivas tiene un rango adjetivo, homologado al varón por ser su compañera o cónyuge, o lo que sea, e incide en el varón: la precariedad de la homologación le viene de que su posición de "poder" depende de esa posibilidad de influir. Si mañana se divorcia se acabó, o si la pareja, por lo que sea, resulta que deja de valorar sus prendas o esa relación entra algún otro factor distorsionante, se acabó la influencia que pueda tener en el en torno de ese varón.

La influencia no tiene virtualidades sintéticas, es decir, el hecho de que tenga influencia alguna mujer aislada no tiene efecto sintético alguno, es algo atomizado. Ni tiene tamo, poco efecto de demostración, es algo que se ha sabido siempre  en la historia cuando ha habido una mujer influyente. No le sirve  para nada al genérico.

Al genérico ¿qué le sirve? Al genérico le sirve qua genérico, es decir para que la plataforma que es el referente último del poder de cualquier mujer cambie o suba grados y le sirva realmente a las mujeres en un sentido de tendencia hacia la equipotencia, una promoción de mujeres al poder en el espacio público entendida como pacto entre mujeres en el sentido de pacto de pares de constituir un espacio  de las iguales dentro del espacio de las idénticas  (para alterar a su vez, las condiciones del espacio de las idénticas).

El  constituir un espacio de pares o de iguales dentro del espacio de las idénticas, de alguna manera es un circulo vicioso, porque lo que no se ve claro es hasta qué punto es el poder lo que constituye el espacio de pares o son los espacios de pares los que constituyen poder; lo que está claro es que ambas cosas se interrelacionan. En cuanto se trata de distribuir un poder, inmediatamente se constituye un espacio de pares y al mismo tiempo, en cuanto se constituye un espacio de pares se logra inmediatamente más poder, tiene efecto sintético y de refuerzo, tiene efecto potenciador, cosa que nunca tiene, evidentemente, la influencia.

Tiene, por otra parte, efecto difusivo y homologador: ese efecto de homologación se podría describir así “para ser conmigo tienes que ser como yo”. En este sentido, todo sistema de poder tiende a homologar y ése es uno de los graves problemas que también se han tratado en el interior de los propios grupos feministas; así, en el famoso documento de “La Tiranía de la Falta de Estructuras” que por desgracia, nunca se ha llegado a debatir en el Movimiento a fondo, con la profundidad y la intensidad que merece.

Es un documento, en mi opinión, muy sabio (no sé si su autora habría leído a Foucault, y si no lo ha leído, Foucault tendría que haberla leído a ella). Porque es sumamente sabio respecto a cómo funciona y qué es eso del poder.

El problema de porqué los grupos feministas no crecen tiene seguramente que ver con estas dificultades en las mujeres de homologarse con las feministas, de encajar en los grupos feministas, es decir, de ser como nosotras para poder ser con nosotras. Ellas se perciben así mismas como mujeres muy distintas en la medida en que los grupos feministas, por la manera en que nos hemos organizado, por el modo como actuamos, por ciertos errores que hemos cometido, nos hacemos percibir, como grupos de mujeres peculiares y, sobre todo, como grupos de mujeres a los cuales sólo acceden aquéllas que encajan, es decir, las que son susceptibles de homologación y sólo ellas pueden ser con nosotras. Y no digamos ya nada con lo que son las élites de estos grupos. Tenemos, desde ese punto de vista, para el genérico "mujeres", efectos de disuasión. Lo hacemos mal, evidentemente; tendríamos que hacerlo de otra manera; deberíamos habilitar mecanismos de homologación que fueran percibidos así por las mujeres, porque, si no son percibidos como tales, es que no lo son, evidentemente; las mujeres deberían percibir que se pueden enganchar a nosotras y ser con nosotras, no siendo quizás exactamente como nosotras en cuanto personas quizás un tanto sui generis, y no digamos nada ya de la súper élite, o de las élites dentro de las élites.

Hay que tender puentes entre el feminismo y el genérico mujer de tal manera que las posiciones de poder del Movimiento le sirvan al genérico mujer y viceversa. Y que las posiciones que gane socialmente el genérico mujer incidan, repercutan en el Movimiento y el Movimiento las elabore, las reoriente y las canalice de tal manera que tengan efecto de potenciación para el genérico de las mujeres.

Tal vez, las consideraciones hechas hasta aquí den elementos de replanteamiento a nuestro dilema inicial. Creo que se trata de un falso dilema: o poder para el Movimiento Feminista o poder para el colectivo mujer sin condiciones, digamos sin que tenga que llevar la garantía. la etiqueta o el sello del feminismo por delante.

Yo creo que en el marco de estas reflexiones puede tener un sentido más preciso decir que, en un sentido virtual de algún modo al menos, todo lo que sea ganar posiciones de poder para el genérico (entendiendo por genérico, no influencias individuales o mal llamadas individuales porque así no hay individualidades, sino ganando espacios de pares entre las mujeres) tiene ya un  sentido al menos virtualmente feminista. Así, no se plantearía el dilema en términos tan contrapuestos.

 A las mujeres que acceden a esos espacios de pares, para legitimar su nueva posición de poder no se les debería pedir por adelantado como condición sine qua non, el sello de feminismo o su legitimación como feministas; su presencia tendrá un sentido ya legitimador per se. Otra cosa es que el feminismo tenga que reelaborar esto, pero ¿por qué a las mujeres siempre se nos pide una especial justificación para tomar cualquier posición de poder, y no podemos hacerlo a palo seco?. En muchos casos, hay que echarle por delante una moralina: sólo si demostramos que vamos a ser  más  buenas, que vamos a hacer algo más edificante y lo demostramos a priori, cosa que a priori es siempre indemostrable, se acepte este acceso.

Evidentemente, todo colectivo nuevo que aspira al poder siempre dice que va a ser más bueno,  más ético y que lo va a hacer mejor y que con ese nuevo colectivo no va a haber corrupción; cualquier grupo ascendente que aspira al poder tiene el mismo discurso de moralina porque, si no se justifica en términos éticos ¿en qué se va a justificar? ¿qué va a decir: queremos el poder porque queremos el poder, así sin más? No va a decir: queremos el poder porque tenemos un programa para hacer una sociedad más injusta, ni mucho menos van a decir: vamos a implantar la injusticia social.

Pero quizás, si algún grupo hay en la historia para el cual tiene un sentido ético per se, es decir es ético ya solo el hecho, de pedir la equipotencia porque hemos tenido la nulipotencia, aún así, sin echarle más aderezo es el colectivo mujer. Yo creo que, desde ese punto de vista, un discurso tan "a palo seco" tiene, no obstante, un sentido ético en el sentido de justicia, de repartir algo que debe tener la especie repartido como es, precisamente, el poder y el reparto del poder además tiene un sentido ético tan fuerte que es lo que podríamos llamar hasta un parámetro hominización o sea un test de hasta que punto la especie humana ha emergido ético-culturalmente con respecto a las otras especies animales. Hasta que punto somos una especie racional y hemos trasformado nuestro comportamiento de acuerdo con imperativosd racionales y éticos, respecto a la mera biología o a la mera naturaleza.

Las especies de primates que nos son más afines, o que están más cerca (de nosotros, si por algo se caracterizan todas ellas, por encima de las variantes que los etólogos han puesto de manifiesto, es porque las hembras no tienen sus propios rangos ni sus propias jerarquías sino que adecuan sus rangos a los rangos de los machos, y, si por cualquier razón, a la hembra que está en situación superior se le muere su macho, o en las competiciones entre machos pasa a otra posición etc.., el ranking de las hembras se reajusta automática mente de acuerdo con el reajuste que ha sufrido el ranking de los machos. Por otra parte  las hembras, digamos que tienen como prohibido en su comportamiento erótico cualquier exhibición de una señal de poder, porque es disuasoria para la seducción. La hembra,  ante el macho, tiene que inhibir toda señal de poder, tiene que ponerse en situación servil y de impotencia, y esa forma parte de su "poder" digamos entre comillas, de seducción. Poder de seducción quiere decir impotencia de poder en el sentido habitual, quiere decir exhibición de su no poder, es eso lo que seduce al varón.


Bueno, pues si medimos nuestra especie por este parámetro, mucho me temo que estamos cerquísima de los primates, todavía tenemos a las monas como paradigma de nuestro comportamiento, Y sabemos muy bien que nuestro efecto de seducción sigue dependiendo de la inhibición de nuestras señales de poder  y de rango por otras razones, y que pagamos caro, a veces, al precio del “arrugón”,  por  decirlo así de crudo, cualquier exhibición de señal de poder, y  por otra parte, que somos siempre en los pactos de poder, los objetos del poder y las pactadas, las prebendas al plus del poder.

Cuando un varón accede a una posición superior de poder normalmente pasa a la poligamia, se busca una mujer más o cambia la vieja por una joven si no por dos, es decir, inmediatamente asume las prerrogativas sexuales, las prerrogativas de gratificaciones sexuales adicionales con las que se premia el ejercicio del poder en las sociedades de primates  con la salvedad de que en las sociedades de primates esto es bastante justo; digamos que el primate que es el jefe de la horda se tiene que batir con los felinos, en fin, corre verdaderos riesgos y nadie querría ser jefe  de primates, posiblemente, si no les dieran esas gratificaciones adicionales.

Nuestros varones que están en situaciones de poder, no se puede decir que corran ese mismo tipo de riesgos y, no obstante, es todo uno el ser promovidos a una situación de poder y el cambiar en el sentido al que hemos hecho referencia: en muchos casos no dejan ni lapso de tiempo para que una pueda plantearse si no se tratará de la llamada falacia del “posthoc, ergo propterhoc” (después de esto, luego por causa de esto), es decir, si por haberse producido después habrá una relación de casualidad entre ambos sucesos. Es inmediato: promoción a  dirección general igual a divorcio, es todo uno, excepto en sociedades archi-tradicionales como la vasca, donde aún parece que juegan otros parámetros: allí quizás el ejemplo no valga tanto pero creo que incluso en estas sociedades cambiaran las pautas rápidamente.  

Las mujeres somos siempre las pactadas, las mediadoras de los pactos entre varones y nunca las sujetos del pacto. Así,  pues, nada más revolucionario desde el punto de vista antropológico, (es decir, si nuestra especie es una especie que se autoconstruye a sí misma éticamente y con parámetros racionales), nada habría que nos diferenciara culturalmente como elaboración consciente nuestra que nos hace despegar de las otras especies naturales, que el hecho de que las relaciones de poder entre genero-sexo masculino y el femenino en la especie llamada homo sapiens, estuvieran equilibradas. De suyo, esto ya de por sí, es una conquista ético-cultural de nuestra especie como cultura y no como mera naturaleza, en el sentido en que decía Fourier que el feminismo es un test de hominización. ¿Por qué? Porque cierta igualdad entre los machos en algunas especies de primates se da también, de alguna manera -y no es que yo minimice la importancia de lograrla en la especie humana-, pero el que las hembras sean sujeto y no objeto de poder sí es por completo insólito.

El siguiente paso, viéndolo con esta óptica antropológica, seria la constitución dentro del genérico femenino de espacios de pares. y yo creo que, vaya o no por delante con el sello del feminismo (el feminismo tiene la responsabilidad adicional de canalizarlo emancipatoriamente, porque tampoco tiene efectos automáticamente emancipatorios para el colectivo de las mujeres sin otras mediaciones, decir eso seguramente seria exagerado), si tomaran el poder muchas mujeres de modo que se produjera la homologación completa de ellas en los espacios de poder masculinos, controlando de ese modo el riesgo de reabsorción y de precariedad de las integraciones de ciertas excepciones, desde el momento en que se tratara de espacios de pares y de espacios potentes, la cosa ya de suyo tendría un sentido feminista, se llame o no así.

En el mismo sentido en que es una práctica claramente feminista (aunque no se llamen a si mismas feministas, y si se les dice que lo que están haciendo es feminista se quedan un poco extrañadas) la práctica de las madres de la plaza de mayo por ejemplo.  Eso es feminismo donde lo haya; sin embargo, ellas no lo elaboran en jerga feminista. Con todo, si alguien ha llevado a la práctica el lema feminista de “lo personal es político” nosotras hemos sabido formular pero muchas veces no lo hemos sabido hacer; han sido ellas, que a lo mejor no lo han formulado así pero lo han sabido hacer; han sabido elaborar un dolor privado en clave ético-política y llevarlo al agora, no dejarlo en el gineceo...       

Si hay un invento ético-político consistente en hacer político lo personal es ése: eso es una práctica feminista como un-castillo, la llamen o no la llamen así. Sin embargo ellas mismas, cuando son llamadas feministas (en la medida en que lo que asocian a la etiqueta 'feminista" son "cosas de las norteamericanas", porque son señoras amas de casa al estilo italiano tradicional de preparar macarrones para la familia los domingos), al ser adjetivadas de feministas por las feministas se sienten heterodesignadas, extrañadas de la designación misma.

            Se podría decir entonces que muchas veces, ni todo lo que hacemos las feministas es feminista, ni deja de ser tal o de tener un sentido susceptible de recuperación por el feminismo mucho de lo que se hace por parte del genérico mujer desde el no feminismo. La interrelación es mucho más compleja. Yo creo que no se podrían plantear las cosas desde ese punto de vista, en términos dilemáticos: no todo lo que hace el genérico mujer en cuanto que lo hacen las mujeres tiene un sentido feminista, evidentemente, pero tampoco lo deja de tener porque no vaya con el sello del feminismo por delante. Podríamos decir desde este punto de vista que es al menos virtualmente feminista todo lo que suponga ganar no influencia pero si ganar poder para las mujeres, ganar espacios de pares; porque eso determina que el referente del poder para el colectivo de las mujeres varíe. Que cualquier mujer tenga una capacidad de afectar en medida no mucho menor que aquella por la cual se ve afectada puede ser un paramento muy claro de emancipación, un parámetro de potencia, un parámetro de dirección hacia la equipolencia.

Cualquier logro, por lo tanto, de espacios de pares si que puede cambiar el referente del poder colectivo de la mujer y, desde ese punto de vista, seria feminista. Si, además, el Movimiento Feminista logra ser tan poderoso que potencia eso mismo elaborándolo, mediándolo y analizándolo en un sentido feminista, miel sobre hojuelas, pero no creo que fuera bueno para el feminismo empezar por descalificarlo porque no lleva por delante la etiqueta de feminista. Creo que no se deberían plantear las cosas de esa forma tan dilemática. O al menos hacer interactuar al feminismo y el genérico mujer de otra manera, inventar otras formulas más flexibles, menos dogmáticas o sectarias.


Bueno yo creo que con eso ya es suficiente. Muchas Gracias


Madrid, 19 de diciembre de 1988

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ÁNIMO: TODAS Y TODOS TIENEN LA PALABRA...COMENTEN...