El bienestar como fin para la construcción de la calidad en la educación de la primera infancia
Victoria Peralta
INTRODUCCIÓN
Uno
de los temas de mayor interés en la investigación y el debate a escala mundial
es el de la calidad de la educación en el sistema educativo en su conjunto. Una
vez que se ha dado respuesta en muchos países al requerimiento de implementar
una cobertura de atención en los diferentes niveles educativos, se ha
evidenciado que no es suficiente si tal despliegue no va asociado a una
propuesta de calidad que le imprima sentido y orientación. Sin embargo,
respecto a la definición sobre qué es calidad y cómo se operacionaliza, existen
grandes discrepancias. Los sistemas educativos nacionales, y en especial la
normativa mediante la cual se explicitan las políticas educativas, han hecho
una lectura de la calidad que ha llevado de forma general a una homogeneización
e instrumentalización de los objetivos de los diversos niveles educativos con
el fin de medir ciertos resultados de aprendizajes que —desde el rendimiento
escolar— se consideran básicos.
Paralelamente, otros sectores de
la sociedad, quienes repiensan la educación permanentemente, van más allá de
las visiones simplistas y reduccionistas y adoptan un enfoque más centrado,
participativo y trascedente de lo que sería el sentido de la educación y su
expresión en referentes orientadores de la calidad. Pablo Freire, Viola Soto y
Juan Casassus, en Iberoamérica, o representantes del posmodernismo pensado
desde Europa, como Jean-Pierre Pourtois, Huguette Desmet, Gunilla Dahlberg,
Peter Moss y Loris Malaguzzi, señalan que la calidad se construye a partir de
los contextos y sentidos de sus actores, por lo tanto, que hay una cierta
relatividad y subjetividad en el establecimiento de los atributos en que se
expresaría; algo que, por otra parte, no es negativo, sino simplemente humano.
Tal planteamiento no quita la importancia de ciertos aprendizajes
disciplinarios generadores o que son base de otros y sus expresiones más
instrumentales; se asume que son necesarios, pero en función de grandes
propósitos holísticos y más trascendentes, que son en definitiva los que
involucran el crecimiento y desarrollo humano de las nuevas generaciones,
otorgándoles un sentido y motivo.
Cuál sería ese sentido holístico y trascendente de la educación es una pregunta que el hombre se ha
hecho durante siglos en diversas culturas y desde diversos referentes y que
cada cierto tiempo cabe replantear a la luz de los avances, las nuevas
expectativas y los estancamientos o retrocesos de la sociedad humana en función
de los desafíos de cada época. Abordar este interrogante es fundamental para su
traducción en las cualidades o atributos que constituye toda propuesta sobre la
calidad educativa y, más aún, en función de la primera infancia.
En este artículo, el objetivo es
fundamentar la necesidad de plantear el bien-estar
o el estar-bien, con todas sus
traducciones a diferentes idiomas, lenguas y contextos socioculturales, como un
gran fin de la educación de la primera
infancia. Frente a la pérdida de sentidos propios de la etapa que están
teniendo los niños en los primeros años de vida y en su educación, preocupa la
instrumentalización de la niñez en todos los campos. Algo que implica un abuso
no solo en las formas que reflejan los diarios en las secciones de sucesos o en
las páginas comerciales, sino en lo limitado de sus aprendizajes y, en
especial, en lo mal que lo están pasando los menores, no solo en ciertos
supuestos «centros educativos de calidad», sino en muchas instituciones
sociales, entre las que se encuentra —a veces— incluso la propia familia.
Parece que una reflexión más
profunda sobre qué necesitan los párvulos en el mundo actual se hace urgente y
necesaria para llevar a cabo su traducción en todas las instancias formativas:
la familia, el barrio, el jardín infantil, los espacios públicos, los medios de
comunicación, los museos, etc., culminando en las políticas públicas en este
campo y en sus normativas orientadas a la calidad.
¿Se
sienten felices nuestros niños en los diversos escenarios en que participan?
¿Experimentan bienestar la mayor parte de su tiempo o están continuamente
presionados por diversos factores de competencia del ámbito de los adultos?
¿Miran este mundo actual lleno de posibilidades desde su ser de persona de
corta edad o se les imponen perspectivas de adultos? ¿Descubren, sueñan o se
imaginan todo lo que pueden desde su ser de niño? En definitiva: ¿viven su
etapa desde sus características infantiles tan propias? Estas son algunas de
las preguntas que se plantean frente a diversos antecedentes que preocupan y
que conviene detenerse a analizar.
El objetivo es que las ideas que se exponen a continuación
ayuden a esa reflexión y a los caminos de implementación de un mundo mejor para
ellos, más respetuoso, acogedor, amable, interesante; en definitiva, un mundo
en el que se sientan bien y aprendan todo lo que puedan maravillados de la
época en que han nacido, pero desde su ser de niño, en el que el asombro, el
descubrimiento y el juego no pueden ser dejados de lado.
ALGUNOS ANTECEDENTES DEL PROBLEMA
Una foto inicial: diversas
«guarderías»[1] y supuestas «salas cuna» o «jardines
maternales» en Iberoamérica, es decir, establecimientos que reciben niños desde
el nacimiento hasta los dos años. Las salas están llenas de carteles con letras
de todos los tamaños, lo que pareciera indicar que son niños muy precoces a los
que les interesa más leer muy tempranamente letras aisladas que realizar otras
actividades concretas, vivenciales y lúdicas. En otros centros hay rincones de
trabajo rotulados con letreros con categorías como «ciencias» o «matemáticas».
¿Podrán estos niños pequeñitos en esta etapa comprender que unos cubos y unos
dominós con números, por un lado, y unos encajes con figuras geométricas
euclidianas, por otro, están unidos por el hecho de ser parte de esta ciencia?
¿Serán esas las relaciones espaciales o lógico-matemáticas que se favorecen en
esta etapa de desarrollo y su mejor traducción en situaciones y materiales
didácticos?
Obsérvese otra sala. En el suelo
está marcado un gran círculo y a una distancia de un metro aproximadamente,
letreros con los nombres de los menores. Se les pide que se sienten donde está
su cartel, y ellos lo hacen por condicionamiento diario. Un niño se resiste y
quiere andar como caballito trotando y explorando ese espacio, pero se insiste
en que se siente sobre su nombre. Más allá, una niña de un año y medio
aproximadamente sentada sobre su nombre tiene pena, la observa otra niña y,
rompiendo los límites del «no tocarse», va hacia donde está la primera, se
sienta a su lado y le pasa su mamadera con jugo para consolarla…
Si
estos ejemplos muestran lo que sucede con niños menores de dos años, no es
difícil pensar lo que pasa en las salas mal llamadas de «preescolar»[2]
(de 4 a 6 años), en las que se impone la clase frontal denunciada por Pablo
Freire: se hacen «clases» focalizadas en copiar palotes, letras o números, lo
que obliga a que los párvulos pasen largos momentos estáticos en actividades de
lápiz y papel. Se repiten memorísticamente números, los días de la semana, los
meses, las estaciones del año, etc.; en este contexto, el asombro, el
descubrimiento, la fantasía, la música y los juegos de imaginación, la
dramatización, casi han desaparecido. «Los niños tienen que aprender aspectos
importantes», se señala.
¿De dónde ha surgido esta
tendencia que no se manifiesta solo en la región iberoamericana, sino en todo
el mundo, como lo denuncian diversas organizaciones y publicaciones
especializadas que más adelante se revisarán?
En el ámbito de la educación de la
primera infancia, el empleo del concepto de calidad es bastante reciente, y en
la región comenzó a aplicarse desde la década de los noventa como parte de las
políticas públicas de educación generales de los diferentes países y como un
criterio para orientar el desarrollo de los programas que habrían de ser
evaluados por diferentes agencias de financiación. De esta manera, en diversos
simposios[3]
y en la bibliografía especializada que empezó a producirse[4]
se plantearon como criterios de calidad básicos el rol activo del niño en sus
aprendizajes, el enfoque integral de las propuestas educativas, la
participación de la familia como comunidad educativa activa y el concepto de pertinencia cultural de los currículos.
Posteriormente se agregó el de relevancia
de los aprendizajes en función del fortalecimiento de los significados para
el niño según los contextos en los que participa.
Los primeros debates en los que se
empiezan a perfilar algunas posturas diferentes sobre esta cuestión tuvieron
lugar a comienzos del nuevo siglo. Por ejemplo, en Chile, uno de ellos fue
organizado por UNICEF y la Universidad de Concepción en el año 2002[5] y posteriormente tuvo lugar otro organizado
por la Fundación Integra[6],
en el que el tema se plantea a partir de los últimos resultados del SIMCE[7]
en educación básica, que se consideraban poco satisfactorios. Similares
procesos empezaron a darse en otros países, desde instancias oficiales o de
entidades que financiaban programas para el sector, a quienes les interesaba
medir los impactos y la rentabilidad de la inversión.
De ahí en adelante, impulsados por diferentes ministerios del
ramo, se ha ido no solo instrumentalizando la calidad, sino haciendo más
rígidas y reduciendo las propuestas educativas, recuperando esencialmente un
nivel preparatorio, prebásico, para
ciertos aprendizajes escolares, matemáticas y lenguaje sobre todo, en sus
dimensiones más homogeneizantes e instrumentales. En ese contexto, se han
elaborado mapas de progreso, programas por edades, unidades de trabajo
uniformes, estándares de calidad y de aprendizajes focalizados en estos conocimientos.
¿QUÉ OPINAN LOS INVESTIGADORES MÁS
AVANZADOS SOBRE EL ENFOQUE REDUCCIONISTA DE LA EDUCACIÓN Y DE LA CALIDAD EN
EDUCACIÓN?
James
Heckman, premio nobel de economía estadounidense (2000), quien analiza la
reforma educativa de su país impulsada en el 2002 (No child left behind, «Que ningún niño se quede atrás») que
favoreció estos enfoques, es crítico ante este tipo de política y sus
resultados. Así lo expresa en una entrevista: «Los niños están aprendiendo solo
lo que es testeado; literalmente, la enseñanza en los colegios y el proceso
entero de educación han sido corrompidos por enseñar pruebas» («Entrevista…»,
2010), «lo que la política pública está haciendo es imponer un punto de vista y
ese es el peligro» («Entrevista…», 2010). Agrega que el propósito de la
educación es mucho más amplio que aprender a multiplicar o aprender español y
que hay otros aspectos como la música, las ciencias sociales, la educación
física, las ciencias que abren la mente a nociones más amplias que estimulan la
curiosidad.
Revisemos algunos planteamientos
que surgen del ámbito escandinavo, tan tomado como referente a escala mundial.
Jari Lovonen, jefe del Departamento de Educación de la Universidad de Helsinki[8],
es consultado por el valor de las pruebas estandarizadas como forma de saber
cuánto aprenden los escolares. Contesta de esta forma: «Las evaluaciones
externas no promueven la autocrítica en los alumnos. Sí provoca que los
profesores preparen a sus alumnos solo para tener altos puntajes en estas
pruebas y no para la vida real. Las pruebas estandarizadas no sirven para medir
el aprendizaje de calidad, son una forma muy mecánica de hacerlo. Y no son
buenas para aprender tampoco» («Las pruebas estandarizadas…», 2011). Similar
juicio manifiesta la investigadora del Centre for Research on Lifelong Learning
and Education del mismo país, Piia Seppänen, al expresar lo siguiente: «En mi
país, las mediciones y pruebas de la calidad de la educación no son un tema ni
para los políticos, ni para los padres, ni para los expertos […]. Las
sociedades que tienen grandes cantidades de mediciones no mejoran los
resultados, de modo que no tiene sentido» («Exceso de mediciones…», 2011).
Seppänen añade que ocasionalmente se hacen ciertas mediciones muestrales en el
sistema y en ámbitos más tardíos (en educación media) para tomar decisiones
sobre el desarrollo del sistema, por lo que los resultados no se publican.
Una de las denuncias más
contundentes sobre esta cuestión ha sido la voz especializada en materia de
educación de la primera infancia como es la de la Organización Mundial para la
Educación Preescolar (OMEP), respaldada por 62 países, que durante su congreso
mundial en Suecia[9],
frente a esta problemática expuesta por diversos países, emitió la «Declaración
mundial del derecho y de la alegría de los niños a aprender a través del juego»[10].
En ella se señala, entre otros aspectos: «Actualmente, debido a problemas políticos
y económicos, la mayoría de los Gobiernos están sobreenfatizando el desarrollo
anticipado de las habilidades de escritura, lectura y cálculo en nuestros niños
en el nivel de educación primaria. Esto socava radicalmente el enfoque
holístico de la primera educación. Debido a estas políticas, se están
destrozando las bases y el sentido de la educación de la primera infancia. Esto
implica la pérdida de valores esenciales, entre ellos, la creatividad, la
imaginación, la mentalidad abierta y la expresión artística, algo que afecta
profundamente el derecho y la alegría del niño a aprender a través del juego».
Una
última referencia que conviene aportar es la que difunde la revista
especializada Scientific American Mind (2011),
en la que se señala que este tipo de educación, conocida como instrucción
directa, está siendo cuestionada por la ciencia más seria, como señala la
psicóloga Alison Gopnik, quien expresa que la evidencia demuestra «que los niños
muy pequeños no están estructurados para adoptar comportamientos focalizados
dirigidos a metas que pensamos que son apropiadas para los niños mayores».
Frente a ello se revalida el tipo de actividades motoras gruesas como forma de
apropiación de los espacios, y de las finas a través de acciones que eran
habituales en los jardines infantiles, como jugar con bloques, dibujar, cortar,
hacer movimientos rítmicos con las manos, los dedos, etc. En el caso de estas
últimas, se ha descubierto que les permiten no solo desarrollarse
adecuadamente, sino que son un buen predictor de éxito académico, según señala
David Grissmer (2010) en un estudio del Centro de Estudios Avanzados de
Enseñanza y Aprendizaje de la Universidad de Virginia.
LA REVISIÓN DE ALGUNOS REFERENTES
TEÓRICOS SOBRE EL TEMA
Cuando se postula en esta época
que el bien-estar o el estar-bien debe ser el norte de la
educación de la primera infancia actual, posiblemente muchos piensen que se
está volviendo a instalar una perspectiva romántica de la infancia propia del
siglo XVIII, de una niñez «feliz» o «etérea», sin mayor contenido aparente. Sin
embargo, cuando se señala que tales ideas surgen de estudios del presente y de
instituciones tan respetadas como la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE)[11],
toma una dimensión diferente que cabe reseñar.
Este concepto, que más bien había
sido parte de la reflexión filosófica, es hoy día de amplio estudio en la
psicología contemporánea. Una de sus corrientes importantes, la psicología
positiva, con representantes en el mundo anglosajón como Martin Seligman,
Daniel Gilbert y Ellen Langer[12],
o Christophe André en el ámbito francófono, presenta relevantes avances en este
campo. Estos autores señalan lo fundamental que es la formación de un ser
humano positivo, en lo cual ocupan un lugar central lo valórico y el saber
integral que implica el desarrollo de la curiosidad, la creatividad y la
apertura. Algo que, unido al entusiasmo, la inteligencia emocional, la
responsabilidad social, el humor, la gratitud y la búsqueda de la
trascendencia, constituiría algunos de los propósitos básicos de la formación
humana.
Dicho
de otra forma e integrando los aportes, se busca el bienestar entendido como un
proceso de construcción que se va logrando a través de actitudes y experiencias
positivas, que tiene sentido personal y social acorde a las diferentes etapas
de la vida. A lo señalado, agrega el psiquiatra C. André que se trata de «una
visión del mundo subjetiva y personal» (André, 2004), que se expresa en un
sentimiento del que se toma consciencia y que se puede favorecer
educativamente. Esto último lo ejemplifica mostrando cómo los padres pueden
ayudar a desestresar a los niños con humor, o destacando los momentos gratos
que experiencian y ayudándolos a construir sus propias instancias de bienestar.
Sintetiza diciendo que la infancia debería ser «una reserva de bienestar no
solo bajo una forma de un stock de
recuerdos felices que pueda servir de anclaje frente a futuras adversidades,
sino también en el desarrollo de una receptividad posterior al bienestar y a
las capacidades de discernimiento entre el verdadero y falso bienestar» (André,
2004, p. 79).
Por otra parte, este concepto de bienestar que se dibuja tan
amplio es tomado por un organismo especializado como la OCDE para
operacionalizarlo en ciertos indicadores de cara a evaluar programas para la
infancia. Por este motivo, en la publicación Doing better for children («Haciéndolo mejor para los niños») se
hace una revisión de la literatura relacionada con la cuestión y se destaca la
definición de Ben-Arieh and Frones (2007): «El bienestar de los niños abarca
calidad de vida en un amplio sentido. Se refiere a las condiciones económicas
de los niños, a las relaciones con los pares, a los derechos políticos y a las
oportunidades de desarrollo. Muchos estudios se focalizan en ciertos aspectos
del bienestar de los niños a menudo enfatizando variaciones sociales y
culturales. Por lo tanto, cualquier intento de entender el bienestar como
conjunto debe utilizar indicadores sobre una variedad de aspectos de bienestar»
(OCDE, 2009, p. 24).
¿QUÉ APORTA EL REFERENTE DE
BIENESTAR A LA CONSTRUCCIÓN DE CRITERIOS DE CALIDAD EDUCACIONALES PARA LA
PRIMERA INFANCIA?
Acorde a la revisión de
antecedentes realizada, queda claro que un programa de calidad debe estar
siempre contextualizado y situado, ya
que el bienestar o sentido último de la educación es diferente según los
condicionantes sociales, culturales y personales. Ello significa que un
programa de calidad en un sector urbano va a tener atributos diferentes a los
de uno en zonas rurales o costeras, por ejemplo, frente a la cuestión
medioambiental. Lo mismo va a suceder con culturas diversas (indígenas,
migrantes, etc.), donde los significados sobre qué es una educación de calidad
van a tener lecturas muy distintas. A modo de ejemplo, en unos casos va a
significar una inclusión más intencionada de componentes comunitarios o
espirituales, de sus saberes propios o de su lengua materna.
A la vez, en lo personal, qué
implica bienestar para un niño pequeño va a ser tremendamente singular. Para
unos conlleva estar con ciertas personas o estar en algunos lugares que tienen
significados propios para ellos; para otros, una música, unas flores
especiales, un animalito o un juguete van a ayudar a ese sentirse-bien. Ello significa que un educador debe ser un acucioso
observador de estas señales de bienestar de los párvulos y favorecer su
incorporación en la construcción curricular. El criterio de operacionalización
en un programa sería, en este sentido, tener en cuenta si existen elementos
distintos y significativos del contexto cultural y personal de los niños en la
propuesta curricular que se ofrece.
Una
segunda dimensión que conlleva este referente teórico es que el bienestar tiene
una dimensión de integralidad y debe
abarcar, por tanto, todos los planos del ser humano. Este aspecto, que ha sido
reiteradamente planteado por la educación, tiene también lecturas diferentes.
Para el mundo occidental y sus diversidades tiene ciertas connotaciones
relativamente comunes derivadas del humanismo cristiano y de la psicología,
aunque, como ya se ha señalado, también ha sido objeto de parcialidades, en
especial últimamente, como producto de la fragmentación del conocimiento. Por
otra parte, qué es un bienestar integral, en otros mundos como el oriental, en
sus diversas versiones, o en los contextos indígenas americanos o
afrodescendientes, presenta otros sesgos, ya que la espiritualidad o valores
como la reciprocidad, el respeto por los ancianos o la naturaleza aparecen con
mayor representación en la cotidianidad.
Llevando este aspecto al trabajo
diario, implica replantearse con las familias qué tipo de niño se desea
favorecer con la labor educativa y en qué contextos, manteniendo una amplia y
honesta discusión al respecto. ¿Se aspira a potenciar un párvulo curioso,
afectivo, abierto, expresivo, gozoso, transformador, seguro, sensible, de mente
abierta, solidario, entre otros aspectos, o lo que se desea es solamente un
niño sumiso y exitoso en su rendimiento académico? Si no se parte de esta
abierta explicitación de las aspiraciones y, en función de ello, se asumen las
acciones correspondientes y, por tanto, las implicaciones educativas y sus
consecuencias, no se puede iniciar un proceso serio de formación.
Un estar-bien de un párvulo implica velar por que las interacciones
educativas sean afectivas y cognitivas, en instancias lúdicas y con
significados propios de su etapa y de su ser singular. Tal planteamiento
supone, entre otros aspectos, tener en cuenta sus ritmos, estilos e intereses
de aprendizaje, y no sobreexigir con formas propias de otras etapas de la vida,
con alta concentración y abstracción academicista, que parcializa totalmente el
comportamiento de los niños y afecta su bienestar.
Un tercer aspecto está relacionado
con que el bienestar es un proceso de
construcción personal y dinámico. Como ya se ha señalado, el bienestar no
es un estado que existe por sí; se pueden crear condiciones, pero la
construcción es personal y, por tanto, subjetiva. También cambia, ya sea porque
ciertos intereses se han logrado o porque es propio de un ser humano la
permanente búsqueda de nuevas situaciones de desarrollo y aprendizaje.
Por estas razones, el rol activo
de los niños en sus aprendizajes y la participación y explicitación de sus
intereses son elementos fundamentales, lo que conlleva un permanente proceso de
apertura y observación de sus avances y la readecuación de las condiciones o
situaciones de aprendizaje.
En
síntesis, el aporte conceptual de los planteamientos sobre el bienestar
fortalece los principios y características de la pedagogía de la primera
infancia, ya que aborda aspectos que constituyen paradigmas esenciales de este
nivel educativo. Además, interroga sobre si el conjunto de lo que se organiza
hace que el niño pequeño se sienta bien en todos los planos y tenga ganas de
buscar, asombrarse, preguntarse, expresarse, relacionarse con otros y gozar las
maravillas que las personas y el mundo actual pueden ofrecerle. Si esa
respuesta es positiva, como cabe esperar, se pueden revisar algunos parámetros
más precisos que ayudan a concretar estos planteamientos. Si es negativa, con
más razón ayuda el conocer algunos referentes; pero cabe reiterar que la
respuesta sobre qué calidad se necesita hay que elaborarla antes de la
operacionalización de esta, ya que no es independiente de la definición sobre
qué es la educación, su sentido principal y el valor que se le otorga a sus
componentes.
AVANZANDO EN LA DEFINICIÓN DE
ALGUNOS CRITERIOS DE CALIDAD
IMPORTANTES PARA LA PRIMERA
INFANCIA
Cabe, en primer lugar, abordar el
sentido etimológico del término calidad
para comprender cabalmente el significado de este concepto. Proveniente de la
palabra latina qualitas, se refiere a
los atributos inherentes de algo; dicho en otros términos, hace referencia a la
sustancia o los componentes de algo (en este caso, la educación), pero haciendo
una descripción de esa sustancia para compararla o atribuirle un valor[13].
De acuerdo con esta última característica valorativa, puede decirse que la
calidad es arbitraria (es decir, dependiente de un árbitro) y, por tanto,
explica las diferentes concepciones que se han expuesto, ya que los «árbitros»
tienen trasfondos afectivos e intelectuales diferentes. Por ello, y en función
de la transparencia, quienes asumen este rol de definir qué es calidad deberían
explicitar su postura teórica para enfocar la educación.
Dada la existencia de diferentes
perspectivas, en la literatura especializada se observan básicamente dos
grandes tendencias a la hora de abordar la calidad, tomando como referente la
época histórica en la cual se construye el conocimiento: desde la modernidad,
por un lado, y desde la posmodernidad, por otro[14].
En
grandes rasgos, podrían identificarse estos períodos tal y como se describen en
el siguiente cuadro, con sus correspondientes derivaciones en el plano de la
educación y de la calidad:
MODERNIDAD
|
POSMODERNIDAD
|
A partir del método científico aplicado a los diferentes ámbitos del
saber se construye un conocimiento que establece «grandes relatos», o
«verdades», que ofrecen significados, certezas y patrones estables de
actuación en todos los campos, la pedagogía entre ellos, que, por su
carácter, no se cuestionan mayormente.
El conocimiento, en función de su
profundización, se va fragmentando cada vez más.
|
Se cuestionan y revisan las «verdades» establecidas; se está en
permanente construcción y resignificación de las teorías y prácticas, las
cuales generan oportunidades e incertidumbres a la vez. Los significados solo
existen en relación con otros y están social e históricamente localizados en
varios discursos, por lo que existen diversas verdades que son relativas.
Se tiende a articular las disciplinas en función de comprender mejor
la complejidad de ciertas ideas fuerza importantes.
|
En el campo social, se tiende a una homogeneización social y
cultural, lo cual deriva en la elaboración de propuestas pedagógicas comunes
para todos los contextos. Hay una «pedagogía universal» y propuestas
curriculares que se traspasan indistintamente de un contexto a otro.
|
La globalización y las tecnologías reducen y acercan tiempos y
espacios. Se conoce y reconocen las diversidades, lo plural, se establecen
propuestas educativas construidas por los diversos actores que son, por
tanto, más flexibles y contextualizadas.
|
Se esencializa el sujeto histórico como un ser único, homogéneo,
estable, que es posible conocer y reducir a patrones de desarrollo
educacionales planificables unilateralmente y medibles universalmente.
Por ello, hay un concepto universal de niño, con características de
desarrollo definidas en sus categorías, formas y plazos desde la cultura a la
que pertenecen los expertos.
|
Se plantea que se es un «sujeto nómada» con diferentes identidades
que se reconstruyen permanentemente, por lo que se destacan las diversidades
en sus experiencias históricas. Hay un mayor relativismo en los conceptos de
calidad educacional y en la construcción curricular, asumiéndose que la
definición de ser humano se construye a partir de los discursos de diferentes
grupos sociales: género, clase social, grupo etáreo, profesiones, etc.
Se plantean las diversas infancias en sus distintos escenarios de
crecimiento, por lo que hay especificidades en el desarrollo infantil propias
de los contextos en los que participan.
|
La calidad educacional se visualiza con criterios estandarizados y
universales, comunes para todos, independientemente de los contextos. Estos
criterios son establecidos por expertos. La intención de aplicar estos
«estándares» se orienta principalmente a controlar o «certificar» su
existencia.
|
La calidad se relativiza, ya que se considera que es una
construcción histórico-social. Por ello, los diferentes actores participan en
su definición, negociando las tensiones y buscando sentidos que sean válidos
para todos. La intención de la definición de estos criterios es movilizar a
las comunidades educativas para avanzar en la calidad de sus propuestas
educacionales, y revisarlos periódicamente según los avances que se vayan
alcanzando.
|
Ante estas dos macroconcepciones
podría surgir la idea de que son posiciones muy dicotómicas que hacen difícil
facilitar el diálogo entre ambas; sin embargo, puede identificarse una tercera posición integradora o de articulación,
que señala que podría haber ciertos referentes universales de calidad señalados
por la teoría o la investigación que indican que son importantes en toda
propuesta educativa para la primera infancia, pero que deben ser leídos y
traducidos por los actores desde cada contexto y complementados con otros propios
de esas culturas o grupos sociales.
A partir de ello, podría
indicarse, por ejemplo, la existencia de ciertos componentes como los que se
señalan a continuación, obtenidos de diversos estudios sobre qué es importante
en la calidad de este nivel (Peralta, 2008):
—
La involucración de los padres
en el diseño, implementación y evaluación de los programas, tanto por lo que
significa afectivamente para el niño como por la convergencia de aspectos
formativos comunes en la casa y en el centro educativo, lo que incide en un
mejoramiento del microclima educativo del hogar.
— La calidad
de las interacciones que se establecen entre todos los participantes, pero,
en especial, las referidas al adulto-niño, tanto en los aspectos afectivos como
en los cognitivos. En esta cuestión tiene una cierta incidencia la cantidad de
niños por adulto o ratio, en la medida en que ello signifique una relación más
asertiva y personalizada.
—
El contar con un programa
educativo explícito, claro y relevante, apropiado en sus sentidos
principales para todos los que participan en el programa.
—
Sistemas de monitoreo y evaluación
del programa y de los aprendizajes de los niños, cuyos resultados son
considerados en la replanificación de las prácticas educativas y en las
experiencias educativas de los niños.
— Contar con espacios físicos adecuados, organizados educativamente y con acceso a
materiales que permitan a los niños explorar, descubrir y transformar. Este
criterio apunta más a la importancia de la variedad de materiales (naturales,
culturales, en desuso[15],
etc.), unida a la creatividad de los educadores y de las comunidades en su
elaboración[16],
que a contar con sofisticados materiales industrializados o comerciales de alto
coste, como suele confundirse.
—
Rutinas estables que organicen
adecuadamente el tiempo diario de los niños en períodos regulares
(alimentación, higiene) con las variables (que se orientan hacia objetivos de
aprendizajes de todo tipo, y, por ello, van cambiando), pero sin constituirse
en jornadas monótonas y sin interés.
—
Capacitación permanente del equipo
de trabajo, lo que implica una formación en servicio continuada, con
metodología de aprendizaje de adultos, sobre temas relevantes. Contar con
espacios de reflexión del quehacer práctico.
¿Qué implicaciones se derivan de
todos estos aportes para los países en desarrollo? ¿Es posible en contextos con
limitaciones económicas una educación infantil de calidad? Si las
investigaciones señalan que no es la infraestructura ni los materiales costosos
lo que ocasiona una educación infantil de calidad, como lo indicaban los primeros
estudios al respecto que se hicieron en los años setenta, sino que lo más
importante son los procesos que tienen lugar en ellos, muy en especial las interacciones, en los que el estilo
directivo no es lo que más aporta, puede pensarse que es posible, con buenas
capacitaciones y la disminución de la cantidad de niños por adulto, lograrlo.
Sin embargo, cabe tener presente
que la calidad es multifactorial, por
lo tanto, además de estos referentes curriculares y procesuales, depende
también de otros mayores de tipo estructural que condicionan a favor o en
contra el que se den estos criterios adecuadamente. Por ejemplo, las políticas
públicas en cuanto a normativas de funcionamiento y de supervisión.
En efecto, una política pública
traducida en normativas restrictivas e impositivas que no dan espacios para la
contextualización y toma de decisiones por parte de las comunidades educativas,
unida a una supervisión de control en oposición a una de apoyo, afecta
notablemente a los criterios de participación, empoderamiento y flexibilidad y,
sobre todo, a la dignidad y seguridad de los equipos docentes.
La
calidad educativa y lo que se espera de ella, como los avances significativos
en los aprendizajes de los niños y en su bienestar, dependen, por tanto, de
diversos aspectos estructurales del sistema educativo y de sus instituciones,
además de la sinergia de los procesos que se implantan. No se configura como el
resultado de unos pocos elementos aislados añadidos: planificaciones semihechas
que se entregan, algunos materiales didácticos con los que se dota, ciertas
capacitaciones inconexas; por ello, no puede centrarse la responsabilidad solo
en el docente como habitualmente se hace. La calidad empieza desde la política
pública que se diseña y de todas las instancias en que se traduce en un
programa de implementación sistémico y consistente de acciones. Como fruto de
ello, se obtendrán ciertos resultados esperados, como mayores y mejores
aprendizajes de los niños, en una concepción de bienestar integral, donde el
juego debe ocupar un lugar central.
LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN DE LA
PRIMERA INFANCIA: UN DERECHO DE LOS
NIÑOS
Como se ha señalado, la calidad en
la educación ha sido enfocada históricamente como una exigencia surgida de
organismos reguladores nacionales o externos que desean en particular saber de
resultados, más que responder a una necesidad o demanda de los propios actores
involucrados. Si bien es cierto que paulatinamente se ha ido generando una
mayor participación en los aspectos de calidad desde el prisma de los adultos
involucrados en los procesos educativos (educadores, familias, líderes comunitarios),
poco se ha enfocado como un derecho de los niños en su proceso de formación de
ciudadanía[17].
En ese sentido, dada su concepción de «sujetos» de la educación, se hace
necesario asumir también la «perspectiva de derechos» en el tema de la calidad
de la educación, lo que supone, en términos generales, «reconocer los
principios que regulan las formas de actuación social, desde criterios de
justicia que reconozcan y ofrezcan posibilidades de desarrollo para todos y
todas» (Alvarado, 2007). De esta manera, como señala Arango, cuando «la
atención a la infancia se basa en un enfoque de derechos, en la doctrina de la
protección integral y se ejecuta a partir de la familia y su articulación con
la comunidad y las instituciones del Estado, no solo se está luchando contra la
exclusión social, sino que al mismo tiempo se contribuye a crear las
condiciones sociales, políticas, culturales y económicas que le permitan a los
países construir ciudadanía, fortalecer la democracia participativa aquí y
ahora y con perspectiva de futuro, desarrollar su capital social, potenciar lo
local y mejorar su competitividad para insertarse con mayores posibilidades de
éxito en los procesos de cambio que demanda el mundo contemporáneo» (Arango,
2001).
Está claro que el derecho de los
niños a una educación inicial de calidad, si bien es cierto que debe ser una
posibilidad y oferta real para todos, en el marco de las desigualdades de los
países emergentes y de las políticas de equidad es una urgencia y una deuda con
los sectores más vulnerables: grupos de pobreza crítica, urbano-marginales,
rurales, migrantes, de frontera, desplazados, indígenas, afrodescendientes,
etc.
Los
limitados programas de calidad integral y real para estos sectores y las
escasas líneas de seguimiento y evaluación de ellos evidencian que aún es un
área fundamental de trabajo técnico e inversión. La pertinencia social y
cultural de estos programas surge de esta manera como uno de los factores
esenciales de calidad, que, junto con otros como la participación relevante de
los actores, deben ponerse en práctica en toda propuesta orientada hacia estos
grupos. Sin embargo, si una educación de calidad es un derecho para todos, las
políticas de calidad deberían acentuarse notablemente y no plantearse como
excluyentes o posteriores a las medidas de aumento de cobertura del sector,
como habitualmente se ha hecho en la región. Los programas educativos sin calidad
implican propuestas sin sustancia valorativa, de acuerdo con lo extraído del
significado de este concepto. Por tanto, es una oferta vacía que no conduce a
la labor formativa y de desarrollo humano que se espera de ellos.
A MODO DE CONCLUSIÓN: LA CALIDAD,
UN RETO COMPLEJO, PERO POSIBLE
En este artículo se ha querido
destacar que la cuestión de la calidad pasa primeramente por una toma de
posición teórica sobre la educación y que, según sea esta, se desprende su
concepción y una adecuada operacionalización. Con este objetivo se ha planteado
que es importante tratar de dar el salto a un planteamiento más avanzado, que
puede tener muchas denominaciones: posmoderno, metamoderno o, simplemente, más
humano, en el que, además de velar por ciertos principios básicos, se tenga la
apertura y flexibilidad suficientes para incorporar otros parámetros que den
cuenta de la historicidad de cada propuesta y de los sentidos de los diversos
actores, incluyendo a los niños.
Por
todo lo expresado, si bien es cierto que la calidad es un problema complejo y
multifactorial, por el mayor conocimiento existente, conocemos mejor cómo
abordarlo en lo fundamental. Muchas experiencias de la región, aparentemente
sencillas y no publicadas por lo general, pero muy consecuentes con sus
comunidades y proyectos, lo demuestran. Sin embargo, hay un choque con un gran
cuerpo normativo homogeneizador que impide el despliegue de las potencialidades
locales, personales y profesionales, por lo que se pierde toda la riqueza
humana y cultural de las propuestas educativas en función de una mejor calidad.
Por ello, se concluye este
artículo animando a las comunidades a definir referentes y parámetros que les
ayuden a avanzar en la calidad de los proyectos educativos para sus niños, con
la esperanza de que si se hace a través de los criterios que se han reseñado y
en procesos contextualizados y participativos, se estarán dando pasos
significativos en función de este derecho, que es trascendental para su desarrollo
y el de nuestros países.
[1] Se emplea aquí
intencionadamente este concepto, aún existente en muchos países, para denotar que es un lugar donde se «guardan»
niños, algo diferente, por tanto, al jardín infantil, donde se educan
integralmente.
[2]
Se ha insistido en la necesidad de cambiar este concepto, que limita la acción
educativa de este nivel a ser solamente un preparatorio a la educación escolar.
[3] Cabría hacer una especial
mención a los simposios organizados por la Organización de Estados Americanos
(OEA) en esa década.
[4]
La publicación Calidad y modalidades en
educación inicial (2000) recoge el planteamiento de diferentes autores
latinoamericanos sobre el tema. También habría que considerar la bibliografía
producida por Bob Myers en México.
[5] UNICEF/Universidad de
Concepción, «Qué se sabe sobre la calidad de la educación parvularia chilena»,
2002.
[6] Fundación Integra,
«Calidad de educación pública: el aporte de la educación parvularia», marzo de
2004, Santiago de Chile.
[7] Sistema oficial de medición
de aprendizajes escolares.
[8] Fue el principal ponente
en el seminario Formación Inicial Docente, organizado por el Centro de Estudios
Públicos, 28 de julio de 2011.
[9] Congreso mundial de la
OMEP, realizado del 11 al 13 de agosto de 2009 en Gotemburgo, Suecia.
[10]
La versión completa se puede encontrar en www.omep.org.gu.se y en las páginas
web de la OEI, la Universidad Central y muchas organizaciones mundiales
dedicadas a la primera infancia.
[11] En inglés, Organization for Economic
Co-operation and Development.
[12] Para una síntesis de
estos planteamientos, consultar Lambert (2007) y www.psychologiepositive.info/
la-psychologie-positive.
[13]
http://etimologías.dechile.net/calidad.
[14] Respecto a este último concepto, hay diversas
denominaciones: metamodernidad, nueva
modernidad, entre otras. Existen sesgos entre ellas, pero queremos en todo
caso enfatizar que es el gran período que surge desde la década de los sesenta
como parte de los procesos de globalización, del auge de las comunicaciones y
del reconocimiento de las diversidades.
[15] En Israel hay
interesantes experiencias sobre material en desuso, ubicadas tanto en zonas de
trabajo al interior como en «patios» (artefactos, aparatos en mal estado, por
ejemplo).
[16]
En Botswana, por ejemplo, el centro-modelo de formación de maestros de
educación inicial ha elaborado todo el material Montessori, con los propios
estudiantes, utilizando recursos locales.
[17] En Brasil, Colombia y Costa Rica se han hecho
importantes experiencias al respecto.
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