Mente y cerebro en la neurociencia contemporánea. Una aproximación a su estudio interdisciplinar
Escrito por José Manuel Giménez Amaya Lunes, 26 de Octubre de 2009
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La Neurociencia ha experimentado un enorme
desarrollo en las cuatro últimas décadas que la ha convertido en una de
las disciplinas biomédicas de mayor relevancia en la actualidad. Ha
contribuido a ello, junto con otros factores, el creciente impacto de
las enfermedades del sistema nervioso en las sociedades occidentales.
1. INTRODUCCIÓN
La
Neurociencia ha experimentado un enorme desarrollo en las cuatro
últimas décadas que la ha convertido en una de las disciplinas
biomédicas de mayor relevancia en la actualidad. Ha contribuido a ello,
junto con otros factores, el creciente impacto de las enfermedades del
sistema nervioso en las sociedades occidentales. El incremento de
pacientes que sufren accidentes cerebrovasculares, procesos
neurodegenerativos —como la enfermedad de Alzheimer o la enfermedad de
Parkinson—, o trastornos psiquiátricos —como la depresión o la
esquizofrenia—, han llevado a las autoridades sanitarias a multiplicar
los medios materiales dedicados a la investigación del cerebro y de sus
alteraciones.
Desde
su origen, la Neurociencia se ha caracterizado por un marcado enfoque
sintético e integrador de todas aquellas ciencias dedicadas al estudio
del sistema nervioso normal y patológico. Esta interdisciplinariedad,
con la que se intentó aunar el trabajo de científicos básicos y
clínicos, se puso especialmente de manifiesto en la década de los años
sesenta y principios de los setenta con iniciativas como la fundación de
la International Brain Research Organization (IBRO), la implantación del programa docente de esta disciplina Neuroscience Research Program en el Massachusetts Institute of Technology en Cambridge (Massachusetts, Estados Unidos) o la creación de la Society for Neuroscience, también en los Estados Unidos1.
La inspiración común de estos proyectos era la convicción de que la
cooperación de los diversos puntos de vista científicos podía empujar el
progreso en el conocimiento biológico y médico de una estructura tan
compleja como el sistema nervioso. El impresionante crecimiento
experimentado por la investigación neurobiológica en estos últimos
cuarenta años ha demostrado que, como estrategia global para resolver un
problema científico de grandes dimensiones, este planteamiento es muy
útil y, probablemente, el mejor posible2.
Desde el punto de vista histórico3,
1664 marca para muchos el origen de la Neurociencia moderna. En ese
año, Thomas Willis (1621-1675) publica su conocido tratado sobre la
anatomía cerebral, Cerebri Anatome, el primer gran intento de conocer a fondo el sistema nervioso y, muy especialmente, su porción encefálica4.
Este médico inglés estaba muy influenciado por los escritos del
filósofo René Descartes y se interesaba en particular por las
implicaciones de la filosofía cartesiana en la comprensión de los
trastornos mentales.
Según
la doctrina cartesiana, el espíritu, como realidad simple, no podía ser
la sede de la enfermedad mental, sino que esta debía encontrarse en
algún lugar del cuerpo al que se encuentra unida. Con estas premisas, y
muy deslumbrado también por los recientes descubrimientos de William
Harvey (1578-1657) sobre la circulación sanguínea, Willis se adentra,
con audaces investigaciones anatómicas y fisiológicas, en una prodigiosa
búsqueda causal en el cerebro del hombre y de distintos tipos de
animales, que le ha hecho merecedor del título de fundador de la
neuroanatomía, de la neurofisiología y de la neurología experimental. En
nuestro tiempo es especialmente recordado por una de sus aportaciones:
es el primer científico que intentó asignar determinadas funciones
mentales a áreas concretas del cerebro. Miembro de la Oxford Philosophical Society, su
permanente contacto y discusión con otros profesores de disciplinas
humanísticas le permitió conocer de primera mano el pensamiento
filosófico de su tiempo, poniéndole en las mejores condiciones a la
hora de dar una mayor coherencia a sus propias investigaciones
neurobiológicas5.
Otra
fecha de gran importancia en la historia de la Neurociencia es la del
13 de septiembre de 1848. Ese día Phineas Gage (1823-1860), un capataz
que trabajaba en la construcción de los ferrocarriles en el norte de
Nueva Inglaterra en Estados Unidos, sufrió un accidente al atravesarle
una barra de hierro parte de la cara y las porciones anteriores de la
cavidad craneal. Gage no murió en el acto. Perdió una gran cantidad de
corteza cerebral prefrontal, pero sobrevivió al accidente y pudo incluso
recuperar la salud física. Pero, después del traumatismo, aunque no
sufría ningún trastorno sensorial ni motor y tampoco se le detectaron
alteraciones en el lenguaje o en la memoria, su personalidad
experimentó un cambio notable. John Harlow (1819-1907), el médico que
le atendió en el Massachusetts General Hospital de Boston,
recogió en un artículo, que es ya parte de la historia de la
Neurociencia y de la Medicina, sus observaciones sobre este paciente, en
las que describe de forma penetrante y concisa, hace más de 130 años,
los principales síntomas asociados a la destrucción de la corteza
prefrontal humana6:
«Su
salud física es buena, y me inclino a decir que se ha recuperado (...).
El balance o el saldo, por decirlo así, entre sus facultades
intelectuales y sus predisposiciones animales parece haberse destruido.
Es impulsivo, irreverente (...), manifiesta una escasa deferencia hacia
sus compañeros, es intolerante con sus limitaciones o con los consejos
que se le ofrecen cuando no coinciden con sus deseos; es a veces muy
obstinado, mas, con todo, caprichoso y vacilante, idea muchos planes de
actuación para el futuro, que abandona nada más organizarlos (...). A
este respecto, su mente ha cambiado por completo, tanto que sus amigos y
conocidos dicen: “ya no es Gage”»7
El
siglo XX se inició con la concesión del premio Nobel en Medicina a
Santiago Ramón y Cajal (1853-1934) y a Camilo Golgi (1843-1926) en el
año 1906. La técnica de Golgi fue un poderoso método, que Cajal utilizó
con finura para abordar un detallado análisis neuromorfológico del
sistema nervioso. Este conocimiento microscópico de las estructuras
nerviosas también aportaba correlatos funcionales de gran valor. En
muchos ambientes neurocientíficos, sobre todo anglosajones, Cajal es
considerado el iniciador de la etapa más moderna de la Neurociencia.
También
conviene mencionar aquí que los trabajos de Sir Charles Sherrington
(1857-1952) y otros en las primeras décadas del siglo pasado, que
analizaron con detalle la comunicación entre las células nerviosas y
favorecieron mucho el desarrollo exponencial de la fisiología del
sistema nervioso y un mayor entendimiento de los fenómenos celulares
que rigen el traspaso efectivo de la información nerviosa.
El
descubrimiento, a mitad del siglo XX, de la psicofarmacología
representa otra piedra miliar en el estudio del cerebro, especialmente
de los trastornos mentales. Se puede decir que, junto con el
advenimiento de las poderosas técnicas de neuroimagen, es responsable en
gran medida del relieve científico y social de que goza en nuestros
días la Neurociencia.
Hasta
1950 no existía una terapia efectiva para tratar la esquizofrenia. El
primer fármaco que resultó útil para este propósito fue la
clorpromacina, cuyo hallazgo es otra pieza fascinante de la historia de
la Neurociencia. El neurocirujano francés Henri Laborit (1914-1995)
pensó que la ansiedad que sufrían sus pacientes antes de la cirugía se
debía a la liberación masiva de la sustancia histamina, lo que también
tenía el efecto adverso de interferir con la anestesia y provocar en
ocasiones una muerte súbita. Para bloquear la liberación de esta amina
biógena probó varios antihistamínicos intentando encontrar uno que
calmase a los enfermos. Descubrió, tras varios intentos, que la
clorpromacina era el mejor. Y con ello empezó a pensar que esa acción
sedante de este compuesto podría ser útil también en algunos trastornos
psiquiátricos. En 1952, esta idea de Laborit fue investigada por Jean
Delay (1907-1987) y Pierre Deniker (1917-1998), que encontraron que la
clorpromacina en dosis altas puede ser muy eficaz para calmar a personas
con sintomatología esquizofrénica o maniaca depresiva que se muestran
agitadas y agresivos. En 1 964, tras años de estudio, quedó claro que la
clorpromacina y otros compuestos de la familia de las fenotiazinas
tenían efectos específicos sobre la sintomatología psicótica en la
esquizofrenia. Estos fármacos mitigaban o abolían los delirios, las
alucinaciones y algunos tipos de pensamientos complejos y
desorganizados; y, además, si se mantenía esta medicación durante la
remisión de la sintomatología psicótica, la recaída de los enfermos se
reducía muy significativamente. La terapia antipsicótica había entrado
en la historia de la Psiquiatría, revolucionando de forma radical esta
especialidad médica.
Cuando en el año 2003, Paul Lauterbur (1929-2007)8
de la Universidad de Illinois en Estados Unidos y Peter Mansfield
(1933) de la Universidad de Nottingham en Inglaterra recibieron el
premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos sobre la Resonancia
Magnética —resonancia de los átomos de hidrógeno cuando son
bombardeados con ondas electromagnéticas desde un imán— y su aplicación
en la obtención de imágenes médicas, era ya casi un lugar común
referirse al impresionante avance que han experimentado los métodos de
diagnóstico médico en los últimos años gracias a estas nuevas
tecnologías. En el caso de las imágenes obtenidas del cerebro, la
introducción de la llamada Resonancia Magnética Funcional, que permite
detectar los cambios en la distribución del flujo sanguíneo cuando el
individuo desarrolla determinadas tareas sensoriales o motoras, o en
distintos paradigmas cognitivos, emocionales y de motivación,
también ha catapultado espectacularmente el estudio cerebral normal y
patológico. Estas técnicas, junto a la tomografía con emisión de
positrones —el famoso «PET», Positron Emmision Tomography— y la
magneto-encefalografía, han sido las causantes de que la investigación
en neuroimagen sea una de las pioneras en el estudio del sistema
nervioso.
Con
el trasfondo de estos avances, se celebró en mayo de 2002 en San
Francisco (California) un simposio sobre el nacimiento de una nueva
disciplina, la Neuroética, patrocinado por la prestigiosa institución
norteamericana Dana Foundation. Este evento contribuyó a la
puesta en escena de una nueva orientación que ha ido cobrando carta de
naturaleza en el campo de la Bioética, y que despierta cada vez mayor
interés, no sólo entre los neurocientíficos.
El
extraordinario progreso de las ya citadas técnicas de neuroimagen, que
están proporcionando una gran cantidad de datos sobre las funciones
cerebrales, ha provocado en no pocos el convencimiento de que estamos
muy cerca de desentrañar el misterio global de la organización del
pensamiento humano y, en general, de todas las llamadas «funciones
superiores» del hombre. Pero este asalto de la ciencia a lo que parecía
el inaccesible reducto del espíritu comienza a tener ya claros efectos
prácticos. Aunque pueda parecer a simple vista ciencia ficción,
analizando los abundantes estudios neuropsicológicos que se están
realizando en la actualidad, comienza a parecer posible el proyecto de
manipular la conducta humana mediante la activación y desactivación
artificial de determinados centros cerebrales y de sistemas de
conexiones que rigen el funcionamiento unitario del sistema nervioso9.
De este modo, las manipulaciones encaminadas a obtener modificaciones
en la conducta personal o colectiva podrían invadir el mundo de la
educación, el derecho o la política, por citar sólo algunos ámbitos
capitales de la actividad humana. Los evidentes riesgos que entrañan
estas posibilidades suscitan la necesidad de tener en cuenta la ética a
la hora de enmarcar las investigaciones y las posibles intervenciones en
el cerebro del hombre10. También en este punto resulta obvio
que la Neurociencia se encuentra abocada a dialogar con otras
disciplinas. La misma presencia en la mencionada reunión de San
Francisco de abogados, periodistas, filósofos y políticos, junto con
los neurocientíficos lo ponía de manifiesto11.
Pero
el paso de la Neurociencia a la vanguardia de las ciencias, y no sólo
de las biomédicas, no se debe tan sólo a los espectaculares avances
científicos, sino también a la gran cantidad de preguntas clave sobre la
biología del sistema nervioso que quedan todavía por contestar, que la
convierten en un campo especialmente atractivo para la investigación. En
efecto, nos enfrentamos al difícil reto de comprender cómo funciona un
organismo de manera unitaria y cómo desarrolla sus actividades más
complejas y elaboradas. Por eso se entiende que algunas de esas
preguntas se cuenten entre las últimas grandes incógnitas de la
investigación biológica.
Ahora
bien, cuando nos referimos a lo específicamente humano, más allá de lo
que se puede calificar como una simple dificultad científica, es preciso
reconocer que nos encontramos ante un terreno rodeado de misterio. Y
buena parte de ese misterio se concentra en torno a lo que se ha venido a
llamar las relaciones mente-cerebro.
2. LA NEUROCIENCIA ANTE LAS RELACIONES MENTE-CEREBRO
Los
novedosos métodos de la Neurociencia moderna y la relevancia de sus
resultados, además de manifestar con claridad lo mucho que nos queda por
saber acerca del funcionamiento del cerebro, han supuesto un impulso
decisivo para volver a plantear el clásico problema de las relaciones
entre la mente y el cerebro. Quizá lo más característico de la nueva
situación es que el problema parece haber dejado de ser un monopolio de
la Filosofía, y se ha convertido en ineludible para la misma ciencia.
En
este planteamiento, se entiende por cerebro el centro biológico que
recibe los estímulos del medio interno y externo al individuo, los
integra entre sí y con la experiencia cognitiva, emocional y de
motivación acumulada, y, finalmente, da lugar a la respuesta o
respuestas correspondientes dentro o fuera del organismo, cuyo
funcionamiento puede ser abordado mediante los métodos de la ciencia
experimental; y por mente, el conjunto de actividades y procesos
psíquicos conscientes e inconscientes, especialmente de carácter
cognitivo o afectivo, tal como comparecen en la experiencia subjetiva o
en la medida en que se encuentran referidos a ella. Se denomina
«problema» mente-cerebro porque —al menos tal como se plantea ante
nosotros mismos— por un lado poseemos experiencias subjetivas y por otro
somos capaces de examinar científicamente los órganos materiales
implicados en ellas, sin que la unidad de ambas perspectivas sea fácil
de encontrar12.
En
este terreno se plantean preguntas de gran calado desde el punto de
vista filosófico y neurocientífico: ¿son las actividades mentales
distintas o idénticas a los procesos cerebrales? Para los que piensan
que ambos son lo mismo, la pregunta que surge espontánea es: ¿a qué se
debe en ese caso la ilusión de que nos parezcan diferentes? Por su
parte, quienes consideran que la explicación de la mente debe
encontrarse en la actividad del cerebro deberían preguntarse, en cambio,
cómo los procesos cerebrales producen los procesos mentales. Y, para
aquellos para los que la mente tiene una cierta independencia respecto
del cerebro, resulta obligado plantearse si se puede o no separarlos
nítidamente y cómo se relacionan entre sí13.
De
entre las preguntas particulares que se abren en este estudio de las
relaciones mente-cerebro, resultan especialmente interesantes las que se
refieren a la conciencia. Y esto por varios motivos. Por una parte,
porque, como ha definido recientemente la revista Science en
un número especial por su 125 aniversario, el estudio de la conciencia
es uno de los retos científicos más importantes para los próximos años14.
Y, por otra, porque este estudio ocupa a filósofos de diversas
tradiciones intelectuales. Esto explica que el también llamado «problema
de la conciencia» sea uno de los que más peso han tenido en la
rehabilitación del diálogo interdisciplinar entre la Neurociencia y la
Filosofía.
De
todos modos, la misma apertura del diálogo ha servido ante todo para
poner de manifiesto las dificultades que entraña. Y es que, aunque la
conciencia parezca un fenómeno claro y patente, no resulta tan fácil
definirla y acotarla, teniendo en cuenta especialmente los
condicionamientos que imponen las diferentes tradiciones científicas o
intelectuales a las que se pertenece —no siempre fáciles de armonizar—
o, más aún, los que derivan de la ignorancia de dichas tradiciones, que
suele llevar a las simplificaciones y los malentendidos. Esto explica
que este diálogo reclame una especial honestidad y un gran rigor
intelectual. De lo contrario, es más que posible llegar a posiciones
cerradas, a veces de alto contenido ideológico, que no sólo no aportan
nada a su solución, sino que pueden presentarse de tal modo que hagan
impracticable un verdadero progreso en el conocimiento y un acercamiento
entre los diversos métodos y posturas15.
Comenzaremos
este apartado del trabajo exponiendo algunos intentos de clarificación
terminológica, para pasar a continuación a una exposición de las
principales hipótesis y teorías de los más conocidos neurocientíficos
interesados en este estudio.
2.1. Clarificación terminológica sobre el análisis neurobiológico de la conciencia
Hemos
empleado la palabra «conciencia» en los términos definidos por el
filósofo de la mente David Chalmers, de la Universidad Nacional de
Australia16, que señala que en el estudio de la conciencia podemos distinguir dos problemas claramente diferenciados.
Por una parte, nos enfrentamos a lo que él denomina el problema «fácil» de la conciencia (easy problem of consciousness), que
se refiere a la distinción en el campo de las funciones biológicas y de
los procesos mentales entre aquellos que son inconscientes y los que
podemos calificar como conscientes. Gran parte de la experiencia
sensorial y nuestras conductas planificadas son conscientes. Otras
dimensiones de nuestra actividad, como el control del corazón o de los
procesos digestivos, la organización de la musculatura de la extremidad
superior para lograr escribir o atrapar algo, y otras muchas de las
actividades orgánicas de nuestro medio interno son inconscientes. Para
muchos autores el problema de la conciencia se refiere a la distinción
entre computación mental consciente o inconsciente, y estriba en
identificar las estructuras nerviosas implicadas en su realización, y
en entender cómo y por qué es posible que nuestro sistema nervioso sea
capaz de estructurarse de esta manera.
Pero
este empeño parece aportar poca cosa a la hora de entender la
conciencia tal como aparece desde la perspectiva interna. Por eso cabe
hablar del problema «duro» o «difícil» de la conciencia (hard problem of consciousness), que
consiste, según este autor, en explicar cómo se produce en nosotros la
experiencia de nuestra propia identidad, la sensación de «darnos
cuenta» y de que somos, de alguna manera, «dueños» de nosotros mismos y
de nuestra actividad; en otras palabras, la autoconciencia en general.
De
entrada, se puede afirmar con rigor que, en su estado actual, nuestros
conocimientos sobre la biología de los procesos cerebrales se revelan a
todas luces insuficientes para dar una respuesta satisfactoria a este
último problema. Aun cuando en muchos foros neurocientíficos se insiste
en que los dos «problemas» se tienen que explicar en virtud de
complejos mecanismos neurobiológicos de nuestro sistema nervioso,
parece claro que una aproximación adecuada escapa a los paradigmas de
exploración de que disponemos en la actualidad17. Muchos califican este punto de discusión filosófica y científica como un «misterio»18,
y no pocos opinan que está aún muy lejana la respuesta definitiva. Los
hay incluso que afirman que tal vez nunca lleguemos a conocerla19. Así,
por ejemplo, para Colin McGinn, actualmente profesor de filosofía de la
Universidad de Miami, aunque la conciencia es fruto exclusivo de
nuestro cerebro, la organización morfofuncional de nuestro sistema
nervioso hace imposible que podamos con él resolver este denominado
«misterio» de nuestra vida20.
2.2. La Neurociencia moderna ante el problema de la conciencia
Detengámonos
ahora brevemente en las opiniones de algunos de los neurobiólogos que
han abordado este tema. No nos proponemos ser exhaustivos, sino más bien
individuar algunas de las líneas maestras del estudio neurobiológico
de la conciencia, de modo que podamos ponerlas en relación con las tesis
avanzadas desde la Filosofía.
En
esta empresa, hay que deshacer, ante todo, un prejuicio. Cuando se
considera desde fuera, la perspectiva neurocientífica puede producir la
impresión de que en ella los problemas se encuentran adecuadamente
enmarcados y de que, si falta una solución, tan sólo es preciso esperar a
que los nuevos experimentos vayan arrojando luz sobre lo que todavía
no se sabe. Pero la realidad demuestra que los problemas que se quieren
resolver no siempre se encuentran bien planteados, y que, a menudo, el
modo de abordarlos de la Neurociencia no es compatible con las
aproximaciones filosóficas21.
Simplificando
un poco, se pueden dividir las opiniones o teorías de los diferentes
neurocientíficos en cuatro grandes grupos: a) el conductismo; b) el
monismo reduccionista que incluiría el materialismo eliminativo; c) el
dualismo neurofisiológico; y d) el fisicalismo no reduccionista.
El conductismo, que
fue dominante en la Psicología durante buena parte del siglo pasado,
considera que el objeto de dicha ciencia es la conducta. Desde su
constitución como tal, la Psicología se había entendido como el estudio
de la mente, sin la cual parecía imposible entender la conducta humana;
pero las dificultades de aplicarle el método experimental animaron a
algunos científicos a prescindir de ella a la hora de estudiar la
conducta. Puesto que la conducta, entendida como la respuesta del
organismo a unos determinados estímulos, puede ser observada y medida,
parecía posible prescindir de los procesos mentales a la hora de
explicarla. El objetivo de la Psicología sería, por tanto, enunciar las
leyes que rigen las relaciones entre los estímulos y las respuestas. Del
mismo modo que la Mecánica de Newton lograba estudiar las fuerzas
atractivas entre las masas desentendiéndose de otras cualidades de los
cuerpos, se postulaba que se podía considerar la mente como una «caja
negra», desentendiéndose de sus estados y de su funcionamiento interno.
John B. Watson y B.F. Skinner22 son dos representantes señalados de esta postura, que podríamos denominar conductismo metodológico.
El monismo reduccionista, por
su parte, niega que la mente sea realmente distinta del cerebro y trata
de explicar los fenómenos mentales y, en concreto, la conciencia
—también la autoconciencia— en términos físicos o biológicos. Para esta
postura la distinción entre la mente y el cerebro responde a la
insuficiencia actual de nuestros conocimientos sobre los procesos
cerebrales, pero el desarrollo científico futuro permitirá reducir los
estados mentales a fenómenos puramente materiales que tienen lugar en el
cerebro.
Algunos
neurocientíficos interesados en las relaciones mente-cerebro y en el
estudio de la conciencia, se decantan favorablemente por asumir el materialismo eliminativo. Los
estados mentales de los que hablamos en el lenguaje ordinario
—creencias, deseos, sentimientos, intenciones— no existen realmente y
deben ser sustituidos por una estricta concepción biologicista, que
parta de la idea de que las actividades cognitivas son en última
instancia actividades del sistema nervioso23. En muchos
casos, se propone una inversión del procedimiento habitual de la
investigación de los procesos cognitivos, que, partiendo de las
actividades cognitivas de los seres humanos —pensar, hablar, recordar,
aprender—, pasan a individuar las operaciones cerebrales que pueden
producirlas; y se propone sustituirlo por una aproximación de abajo
arriba: empezar por comprender el comportamiento físico, químico,
eléctrico o filogenético de las neuronas, y sólo después, tratar de
comprender desde esa aproximación científica lo que sabemos
intuitivamente sobre nuestras actividades cognitivas y afectivas.
De
entre los numerosos neurocientíficos que se han sumado de un modo u
otro a esta visión de las relaciones mente-cerebro y del problema de la
conciencia podemos destacar los siguientes: Francis Crick, Christof
Koch, Susan Greenfield, Antonio Damasio, Michael Gazzaniga y Stuart
Hameroff.
Francis
Crick (1916-2004), premio Nobel de Medicina por el descubrimiento de
la estructuración en doble hélice del ADN, ha dedicado la última etapa
de su vida científica al estudio de la conciencia en el Saik Institute de La Jolla en Estados Unidos junto con su colaborador Christof Koch, en la actualidad investigador en el California Institute of Technology. Estos
autores han buscado los correlatos neuronales mínimos necesarios para
dar lugar a un aspecto específico de la conciencia. Crick ha señalado en
su conocido libro The Astonishing Hypothesis: The Scientific Search for the Soul que
todas nuestras alegrías y sufrimientos, nuestras ambiciones y memorias,
el sentido de nuestra identidad y de nuestro libre albedrío, no son más
que el funcionamiento de amplias redes neuronales y de las moléculas
asociadas a estas conexiones neurales24, y ha llegado incluso a proponer el núcleo reticular del tálamo como un centro nodal para la conciencia del individuo25.
Para Susan Greenfield, profesora de Farmacología en la Universidad de Oxford y directora de la Royal Institution of Great Britain, la
conciencia es una realidad continuamente variable, que existe en
diversos grados y en cuya estructuración son muy importantes las redes
neuronales, que se extienden sobre amplias zonas de nuestro cerebro, y
los marcadores bioquímicos, que actuarían como neuromoduladores para que
estas asociaciones de células puedan actuar de forma unitaria en muy
poco tiempo. Estos neuromodulares estarían en la base de nuestro estado
de ánimo, sentimientos y emociones. Y las emociones son para esta
neurocientífica la forma más básica de conciencia26.
Antonio Damasio, profesor de Neurociencia y Director del Brain and Creativiiy Institute de
la Universidad Southern California y autor muy conocido por sus libros
en los que ha intentado establecer puentes entre la Neurociencia y la
Filosofía, sostiene que la explicación de la conciencia debe buscarse en
los trabajos de la biología evolutiva y de la psicología. Los mapas
genéticos de nuestro sistema nervioso son la base sobre la que se crean
posteriormente los mapas sensoriales y motores, que favorecen de manera
definitiva la interacción de los organismos con el medio ambiente; este
medio ambiente es, a su vez, un gran refuerzo para la continua
modificación y progreso de dichos mapas nerviosos. En el caso de la
especie humana, hay que contar con el poderoso complemento de un
lenguaje muy bien estructurado que, todo en conjunto, permite la
emergencia del yo —la autoconciencia—, que se hace consciente en nuestro
ser y en el de los demás. Esta arquitectura de conocimiento que nos
proporciona nuestro cerebro es la solución al llamado problema de la
conciencia. En realidad para Damasio, nuestra existencia es una larga
marcha desde los genes hacia la cultura a través de nuestro sistema
nervioso, que está diseñado y preparado para ello27.
Para Michael Gazzaniga, profesor de Psicología en la Universidad de California en Santa Bárbara y director del SAGE Centerfor the Study of the Mmd, la
conciencia es una propiedad emergente de nuestro sistema nervioso y no
una entidad por sí misma; de alguna manera es la respuesta al concierto
de muchas redes neuronales que se forman en centros corticales y
subcorticales, y que hacen posible esta experiencia que como viene se
va al cesar la actividad neural28.
Stuart Hameroff, profesor de Anestesiología y director del Center for Consciousness Studies de
la Universidad de Arizona, sostiene una hipótesis compleja asociada a
otra del famoso físico de la Universidad de Oxford, Roger Penrose. El
problema que afronta este último es el de comprender las matemáticas,
que no sólo implica la capacidad de seguir unas reglas concretas, sino
la de captar el significado de los conceptos matemáticos. Si los niveles
fundamentales de la realidad, como parece sugerir la física cuántica,
son más adecuados a la información que a lo que la física clásica
entiende por materia, la conciencia podría ubicarse en la frontera entre
el mundo cuántico fundamental de la información y el mundo físico
clásico, que sería mucho más accesible a nuestros sentidos. De esta
manera, Penrose propone que la conciencia es un cuanto computacional en
el cerebro, un «colapso» infinitesimal de información cuántica dentro de
la información clásica que corresponde a las células del sistema
nervioso. Hameroff ha sugerido que un posible lugar para que se lleve a
cabo ese «colapso» a nivel microscópico serían los microtúbulos
celulares, que representarían unas proteínas computacionales ubicadas
dentro de las dendritas de cada neurona. Sería como una visión
sofisticada de una máquina con vida o de un computador biológico
perfectamente asociado a nuestro cuerpo29.
Aunque
el monismo reduccionista y, más concretamente, el materialismo
eliminativo es una postura aceptada por muchos neurocientíficos en la
actualidad, también resulta oportuno señalar que también hay algunos
que han avanzado recientemente la tesis de corte dualista. La más
conocida de ellas es la sostenida por el prestigioso neurobiólogo
australiano John Eccles, premio Nobel de Medicina en 1963, a la que, en
ocasiones, se ha denominado dualismo neurofisio1ógico30. Según
Eccles, el cerebro no puede dar cuenta de la conciencia y de las
actividades que derivan de ella, por lo que hay que admitir la
existencia autónoma de una mente «autoconsciente» distinta de él mismo,
que no es ni material ni orgánica y que ejerce una función superior de
interpretación y control de los procesos neuronales. Eccles encuentra
el fundamento de su hipótesis dualista en la teoría de Karl Popper según
la cual lo real se distribuye en tres mundos —que recuerdan la
distinción platónica entre el mundo sensible y el inteligible—: el de la
realidad física, el de los fenómenos mentales y el de los productos
culturales o espirituales tales como las ideas, instituciones sociales,
etc.
Para
Eccles, mientras que el cerebro está contenido en el mundo de la
realidad física, la autoconciencia pertenecería al mundo de los
fenómenos mentales, que es irreductible a aquél, aunque entre ambas
existan interacciones. Así, por ejemplo, las informaciones sensoriales
que el cerebro procesa e integra se transforman en experiencias
subjetivas. En sentido contrario, la mente autoconsciente es capaz de
desencadenar y controlar determinados procesos neuronales, que le
permiten realizar un cálculo, hablar o realizar cualquier conducta
libre. Este autor propone algunas hipótesis sobre cómo y dónde se lleva a
cabo esa interacción. En cualquier caso, para este neurocientífico, la
unidad de la mente no se puede encontrar en el cerebro, entendido como
un órgano físico, sino que se da en el nivel de lo mental, que es
distinto y hasta cierto punto independiente de él.
Entre
otras alternativas al monismo reduccionista, que a menudo se presenta
como la única postura adecuada, también se encuentra el fisicalismo no reduccionista propuesto
por Malcolm Jeeves, Profesor de Psicología de la Universidad de St
Andrews en Escocia, y Warren Brown, profesor de Psicología en el Fuller Theological Seminary en California. Estos dos profesores han liderado un proyecto financiado por la Templeton Foundation que, tras una colaboración de dos años con otros colegas interesados, ha dado lugar a un libro titulado Whatever Became of the Soul? Scientiflc and Theological Portraits of Human Nature31. Para estos autores, su «fisicalismo» estriba en sostener que no es necesario postular para el alma (soul) o la mente (mind) una
segunda entidad metafísica. Para esta postura, que pretende separarse
del reduccionismo, el alma o la mente están fisiológicamente expresadas o
encarnadas en nuestra persona, pero no cabe una explicación exhaustiva
de esta en virtud de un análisis exclusivamente biologicista. De este
modo, se pretende reconciliar de una manera unitaria el monismo y el
dualismo antes expuestos y, por ello, en ocasiones no han negado
denominar a esta teoría «monismo dual» o en inglés dual-aspect monism. Su
propuesta se encamina a reconciliar nuestros puntos de vista sobre
cuerpo y alma —mente y cerebro— considerándolos en el conjunto de la
persona. «Nosotros somos almas, no tenemos almas», señalan como una
frase que pretende resumir acertadamente su pensamiento.
3. VISIÓN FILOSÓFICA DE LAS RELACIONES MENTE-CEREBRO
El
problema de la conciencia no es solamente un tema de la Neurociencia.
También, si nos atenemos a los criterios históricos, se podría decir que
es y, en primer lugar, de lo que entendemos por Filosofía. Por ello y,
aunque no se trate de una exposición exhaustiva, parece conveniente
presentar aquí el marco en que se mueven gran parte de los filósofos
actuales que abordan este tema. De entre ellos, prestaremos especial
atención a aquellos que suelen ser más citados en los debates
interdisciplinares, que pertenecen a menudo, de uno u otro modo, a la
tradición analítica anglosajona, dentro de la cual se ha gestado la
disciplina que se suele denominar Filosofía de la mente32, no sin antes enmarcarla brevemente en la historia de la Filosofía.
3.1. Apuntes históricos de las relaciones mente-cerebro
El
problema mente-cerebro no ha tenido que esperar para plantearse a los
desarrollos contemporáneos de la ciencia. Que el cerebro estaba
implicado en la ejecución del conocer y del querer es una constatación
antigua, que seguramente se desarrolla al comprobar que las lesiones de
la cabeza pueden provocar un deterioro de los procesos mentales. No
obstante, el mismo Aristóteles todavía vacila a la hora de atribuir una
función al cerebro, a pesar de que ya en su tiempo hubo quienes
defendieron que el cerebro era la sede orgánica de la actividad
espiritual. Sea como fuere, en la Edad Media, en filósofos árabes como
Avicena, que unía la práctica de la medicina al cultivo de la Filosofía,
y también en pensadores cristianos, la tesis de que el cerebro es el
órgano implicado en la actividad cognitiva y afectiva del hombre y el
que explica enteramente la conducta animal es algo pacíficamente
poseído.
El
desencadenante del «problema» mente-cuerpo (mente-cerebro) consiste en
el descubrimiento de la mente como una realidad distinta de la
materia. El padre de esta distinción es Platón33. Para él,
lo claramente real son las ideas. Esta tesis, que para una mentalidad
empirista puede resultar peregrina, se apoya en la constatación de que,
mientras que el mundo sensible es fugaz e inestable, las ideas son
eternas e inmutables. Por eso, parece más lógico considerar que son las
realidades sensibles las que se parecen a las ideas y no al revés34.
La
crítica más certera a la tesis platónica procede de su discípulo
Aristóteles. Para este autor, las ideas tienen muchas ventajas sobre
los seres sensibles, pero ni están vivas ni sirven para explicar la
actividad y el movimiento. Aristóteles afirma que las ideas se
encuentran en la mente, en la acción del intelecto, que con ellas conoce
la realidad, y que es éste, por tanto, lo verdaderamente separado de la
materia y, en consecuencia, incorruptible e inmortal. Ahora bien, si el
principio de la mutabilidad del mundo sensible es la causa material, el
intelecto debe estar desprovisto de ella. No obstante, con este
razonamiento Aristóteles no consigue resolver totalmente el problema del
dualismo, pues deja sin explicar cómo se conjuga la actividad
intelectual —que parece que hay que atribuir a un intelecto inmortal—
con el principio vital del organismo que la ejerce, al que denomina
alma. Las consecuencias de esto se muestran en sus aparentes
vacilaciones a la hora de atribuir inmortalidad al alma humana35.
De
todos modos, no sólo los platónicos han sostenido con decisión la tesis
de que el alma puede existir al margen del cuerpo, sino también muchos
aristotélicos posteriores. Así, aunque a diferencia de aquéllos,
aristotélicos como Tomás de Aquino, defienden esta postura apoyándose en
que la capacidad de entender es personal, y, por lo tanto, el principio
vital que la ejerce debe ser, al menos parcialmente, independiente de
la materia36.
Al
margen de las variantes entre los argumentos que se aducen para afirmar
que ningún órgano material puede explicar suficientemente la actividad
mental, lo que interesa subrayar ahora es que lo que, con mucha
imprecisión, podríamos denominar «el dualismo clásico»37 no
se establece entre la conciencia y la materia de que consta el cuerpo
humano, sino más bien entre ésta y la inteligencia. Lo que se considera
impensable en esta tradición no es tanto que un ser meramente material
sea consciente de sí mismo, cuanto que sea capaz de esa relación
absoluta con la realidad en la que consiste entender.
El
problema, sin embargo, se establecerá en otros términos a partir de la
crisis nominalista, que debilita la importancia de la actividad
intelectual y la reduce en gran medida a la producción y combinación de
representaciones38. Por eso no es extraño que, a partir de
Descartes, el dualismo se plantee de otra manera. Lo que a Descartes le
resulta irreductible a la materia no es, en primera instancia, la
capacidad de conocer la verdad, sino el pensamiento autoconsciente.
Este se manifiesta para él en primer lugar no como saber sino como duda
metódica: una duda que se estrella contra la imposibilidad de negar su
propia existencia.
Esta
noción de autoconciencia pasará a través del racionalismo, el
empirismo y Kant a los autores idealistas, que se la plantean con tal
radicalidad que la consideran el primer principio de la Filosofía. Así,
por ejemplo, Schelling no duda en considerar la conciencia como el
principio supremo del saber, apoyándose en la experiencia de que, sea
cual sea el objeto del saber, también el que se refiere a la realidad no
mental, siempre comparece ante nuestra conciencia y es, por lo tanto,
inseparable de ella39.
Con
la crisis del idealismo y de sus pretensiones de una explicación
absoluta de la realidad desde la conciencia, se dio paso al positivismo,
y con él a la generalización de la creencia de que nuestro saber se
reduce a la ciencia empírica. Pero este saber tiende a marginar la
conciencia, porque esta parece escapar a la experimentación empírica.
Es esta situación la que explica que tomaran gran fuerza tesis como las
propias del psicologismo, que sostenían que la actividad mental debía
explicarse como una consecuencia del funcionamiento del cerebro, o las
del conductismo, que prescinden de la mente a la hora de estudiar
científicamente la conducta humana.
Uno
de los méritos de Edmund Husserl consiste en haber aducido argumentos
de gran peso contra el psicologismo. Así, en su conocida obra Investigaciones Lógicas40, sostiene
que un requisito de cualquier teoría científica es que no conculque las
condiciones de posibilidad de toda teoría; y el psicologismo, al
afirmar que nuestros enunciados están determinados por el modo en que
está constituido nuestro sistema nervioso, se incapacita para afirmar
algo que, como exige cualquier teoría, tenga pretensiones de validez
incondicionada. En otras palabras, no podemos afirmar al mismo tiempo
que la tesis psicologista es verdadera y que la explicación de que
sostengamos tal afirmación debería buscarse únicamente en el modo
peculiar como está constituido nuestro cerebro.
3.2. Relaciones mente-cerebro en la Filosofía de la mente
La
Filosofía de la mente responde en gran medida a la tradición
anglosajona que, muy marcada por el empirismo, se ha desarrollado en el
siglo XX en torno a los problemas lógicos y de análisis del lenguaje.
Esta filiación explica con cierta claridad cuáles son sus logros y sus
limitaciones. De entre las numerosas y matizadas tesis que sostienen
los filósofos de la mente contemporáneos, destacaremos algunas que
pueden servir para los fines de este trabajo, que consiste tan solo en
ofrecer algunas reflexiones acerca de la importancia de la aproximación
interdisciplinar al problema de la conciencia. Para ello nos
detendremos de modo especial en las que guardan una relación más
estrecha con las posturas que tienden a adoptar los neurocientíficos.
El
problema de la conciencia entra en la Filosofía de la mente, al igual
que en la psicología y la neurobiología, gracias a la crisis del
conductismo. Como hemos visto, el conductismo metodológico de John B.
Watson y B.F. Skinner intentaba trasladar a la psicología el método
general de las ciencias naturales puramente empíricas, y precisamente
por ello excluía la consideración de los actos mentales, que son
subjetivos e inasequibles a un riguroso control experimental. Algunos
filósofos, como Gilbert Ryle y Carl G. Hempel o Ludwig Wittgenstein en
su segunda etapa, defendieron un conductismo lógico. Aunque con
diversos matices, estos autores se resisten a aceptar la existencia
independiente de algo, como es caso de la mente, que se propone como
puramente interno. Así, para Wittgenstein, «un proceso interno necesita
criterios externos»41. Por eso, los fenómenos mentales deben
ser explicados como conductas o disposiciones para la conducta. No se
trata de negar que exista la mente, pero sí de afirmar que la pregunta
por la existencia de la mente o de los estados mentales constituye un
«pseudoproblema» y que esto no puede constituir el objeto de la
Psicología42.
Para John J.C. Smart y David Armstrong, defensores de la teoría de la identidad psicofisica, los
procesos mentales son idénticos a los procesos cerebrales y la única
explicación científica de la conducta humana y animal es la que estudia
los procesos físicos que tienen lugar en el cerebro43.
El materialismo eliminativo defendido por algunos neurocientíficos, es defendido, entre otros, por filósofos como Paul Churchland o Daniel Dennett44.
Para Churchland la creencia popular de la existencia de la mente y las
explicaciones de la conducta basadas en sentimientos, intenciones y
otros estados mentales subjetivos forman parte de una explicación
primitiva precientífica. Tal «psicología popular» (folkpsychology) debe
ser sustituida por una explicación causal que toma por objeto los
procesos que tienen lugar en el cerebro. En una línea parecida se
pronuncia su esposa Patricia Smith Churchland45.
Daniel
Dennett es otro de los filósofos de la mente más citados en la
actualidad. Este autor se propone aplicar al estudio de la mente un
enfoque empírico que sea fructífero. Considera que la conciencia surge
en el hombre como consecuencia del proceso evolutivo. Su teoría ha sido
denominada «Darwinismo neural» y se puede resumir diciendo que,
en realidad, no somos más que robots biológicos evolucionados en un
grado tal que ha permitido la aparición de la conciencia tal como se da
en el hombre46. Su posición respecto a la religión es muy conocida en la actualidad por la publicación en 2006 del libro Breaking the Spell. Religion as a Natural Phenomenon y por su defensa vehemente de que tiene que explicarse únicamente en términos neurobiológicos47.
Otra
postura, que intenta evitar las dificultades de afirmar una identidad
estricta entre los procesos mentales y los neurofisiológicos, es el funcionalismo, entre
cuyos representantes más importantes se encuentran Hillary Putnam y
Jerry Fodor. El funcionalismo aprovecha la distinción de la electrónica
entre el hardware y el software, y comprende los
estados o procesos como situaciones funcionales de un sistema, que
pueden implementarse en soportes materiales distintos, y, en este
sentido, son independientes de ellos. Por eso aceptan que el órgano de
la mente no debe ser necesariamente un cerebro48. La
consecuencia de esta tesis es que, para entender un estado mental, no
basta individuar el proceso físico en que se realiza, sino que es
preciso fijarse en la función que guarda en el conjunto del sistema.
Aunque
el funcionalismo distingue claramente entre lo mental y lo físico, no
es un dualismo, en el sentido de que afirme una realidad independiente
para la mente. Por eso algunos lo incluyen dentro de las formas de
monismo. Una de las objeciones más importantes a las que se han
enfrentado los funcionalistas es el problema de los qualia. Los qualia son
las propiedades cualitativas de las sensaciones, que son claramente
discernibles en la experiencia subjetiva, pero que son difícilmente
identificables con estados funcionales, pues es posible que un mismo
estado funcional provoque experiencias subjetivas diversas.
Otros autores han propuesto algún tipo de teoría emergentista, que
no identifica, como las teorías de la identidad, los estados mentales
con los estados físicos del cerebro, sino que los considera como un
fenómeno emergente respecto de aquéllos. La más importante de estas
teorías es el naturalismo biológico de John Searle49,
profesor de la Universidad de California en Berkeley. Searle pone el
ejemplo de las diferencias entre las propiedades de las moléculas de
agua por separado y las que tienen la unión macróscopica de muchas
moléculas de agua, como es el caso de la liquidez y de todas aquellas
que experimentamos sensiblemente. La mente no sería otra cosa que un
conjunto de macropropiedades del cerebro, distintas y emergentes
respecto de las que tienen las neuronas y sus relaciones.
4. VISIÓN UNITARIA DEL HOMBRE: CONSIDERACIONES CRÍTICAS RESPECTO AL MONISMO REDUCCIONISTA Y AL DUALISMO
Este
breve recorrido por algunas de las tesis defendidas en torno al tema
que nos ocupa permite hacerse cargo de que el problema mente-cerebro se
encuentra lejos de quedar zanjado. Para aquellos que no se sientan
satisfechos con el monismo reduccionista ni con el dualismo como
solución a algo que nos afecta tan profundamente como el papel que
juegan en el hombre materia y espíritu, cuerpo y alma o mente y cerebro50, puede ser útil avanzar algunas reflexiones.
Una
primera consideración es que la concepción aristotélica que sostiene
que el alma espiritual es la forma substancial del cuerpo, no ha
perdido nada de su valor y sigue mereciendo ser tenida en cuenta. La
crítica de que conduce necesariamente al dualismo olvida, en ocasiones,
que no es lo mismo señalar una dualidad que sostener una tesis dualista,
y esto puede ser aplicado a Aristóteles, y, con mayor razón, a Tomás de
Aquino, que afirma decididamente la unidad de la persona. Por otra
parte, parece pertinente señalar también que la existencia misma del
problema mente-cuerpo, presente —al menos como punto de partida— incluso
en aquellos decididos a disolverlo definitivamente, muestra que no es
tan sencillo desprenderse de esta dualidad que aparece de modo
manifiesto a nuestra experiencia. Este hecho ha llevado a afirmar a
Searle que la tendencia «dualista» en este punto y en otros, podría ser
algo intrínseca y constitutivamente ligado a nuestra forma de pensar51.
También
la Filosofía contemporánea ofrece nuevas perspectivas para replantear
algunos problemas que, en ocasiones, adolecen de una concepción
excesivamente reducida de la mente y de la racionalidad humana. Estas
deficiencias afloran, por ejemplo, en las dificultades para comprender
los estrechos vínculos entre la razón y las emociones —que son
planteadas a veces en términos antitéticos— o en el corte solipsistas52 de algunos planteamientos. Además, cabe mencionar la necesidad de atender a aportaciones como las de Heidegger53,
que ha proporcionado críticas atendibles a la noción moderna de sujeto y
a la reducción de éste a conciencia; y también las de las filosofías
personalistas, que han insistido en la importancia decisiva del
encuentro con el «otro» para entender la estructura de la mente y de la
conciencia. Y no cabe olvidar los intentos de la antropología filosófica
de principios del siglo XX54 y a biología filosófica de Hans Jonas55, que han intentado ofrecer una concepción unitaria del hombre reconciliada con la ciencia biológica contemporánea.
5. APORTACIONES PARA UNA PROPUESTA INTERDISCIPLINAR56
En
la Neurociencia contemporánea, al menos tal como se presenta en la
divulgación científica, se da por supuesto con mucha frecuencia que los
fenómenos mentales sólo pueden entenderse como la expresión biológica
de los procesos cerebrales. En el afianzamiento de esta tesis han
influido algunos avances prometedores, como el desarrollo de las
modernas técnicas de exploración cerebral, que lleva a considerar
realizable la empresa de conocer de modo exhaustivo los correlatos
neuronales de todas nuestras experiencias subjetivas.
No
se pretende en este último apartado ofrecer aquí una solución al
problema mente-cerebro, sino mis bien reflexionar brevemente acerca del
método para abordarlo. Ahora bien, si el método exige la colaboración
entre la Ciencia y la Filosofía, la primera de sus exigencias es que no
se limiten arbitrariamente ni las tesis que se pueden defender ni los
argumentos que cabe aducir. En este sentido, conviene señalar que los
planteamientos que pretenden reducir lo que podemos saber a los logros
de la neurobiología no ofrecen una justificación suficiente de su
postura, bien sea por ignorancia de las poderosas objeciones que cabe
dirigirles, o porque recurren a un curioso «sentido común» que les lleva
a desentenderse de la fuerza de los argumentos, recurriendo a una forma
débil de entender lo «razonable». En efecto, la postura de quienes
defienden que la mente se debe explicar recurriendo sólo al cerebro,
apoyándose únicamente en que esta postura es la más razonable —a fin de
cuentas sólo vemos el cerebro, se señala—, se parece mucho a la de quien
pretendiera negar las propiedades de los agujeros negros o de las
partículas subatómicas solamente porque no le resultaran razonables.
Por
otra parte, también ocurre en muchas ocasiones que los debates se
encuentran viciados por una situación semejante a la que Alasdair
Maclntyre denuncia a propósito de la Filosofía moral contemporánea, a
los que denomina debates cerrados57. Así, en muchas
ocasiones, las críticas que se dirigen a las posturas del pasado se
apoyan en malentendidos acerca de la significación de los conceptos y
del alcance de las tesis defendidas. A lo que se suma, además, que este
terreno que comentamos aquí ha recibido una buena dosis de carga
ideológica.
La
cultura actual tiende a considerar que el conocimiento de las ciencias
experimentales es el único verdadero, puesto que sólo en él se da un
auténtico progreso y parece probar su verdad concediéndonos la
posibilidad de dominar eficazmente el mundo. La Filosofía de la mente,
en este sentido, sigue la estela de buena parte de la Filosofía moderna,
que se ha rendido con frecuencia a la fascinación de la nueva ciencia.
Una prueba de ello es que la prestigiosa e influyente crítica kantiana
del conocimiento humano se reduzca a una explicación de las razones por
las que nuestro deseo de conocer científicamente el mundo debe
contentarse con lo que la matemática y la física de Newton permiten
alcanzar. Así se entiende que, en muchas ocasiones, sea la Filosofía
misma la que tiende a descartar que pueda aportar a las ciencias algo
más que unas consideraciones metodológicas.
El
conocimiento científico se alcanza a través de determinados métodos de
acceso a la realidad. Pero estos métodos no pueden ser el único camino
hacia ella, pues en ellos se cambia la actitud contemplativa propia de
la Filosofía por una metodología que describe la realidad y la ordena,
estableciendo paradigmas racionales gracias a los cuales podemos
enunciar las leyes que predicen el comportamiento de los seres. Por otra
parte, tanto la provisionalidad de las teorías científicas como su
incompatibilidad mutua, y aun sus propias dificultades internas, abonan
la idea de que el saber no se puede reducir a las metodologías de las
diversas ciencias, que ganan en rigor a costa de limitar su objeto de
estudio y sus ambiciones. Su aceptación como única forma de saber
equivaldría, por tanto, a la renuncia a alcanzar una verdadera
sabiduría, capaz de situar al hombre en la realidad y de orientar
adecuadamente su acción en el mundo58.
Strumwasser
ha señalado que si tuviéramos que definir desde un punto de vista
experimental y fenomenológico las propiedades más observables y
experimentables que nos distinguen de los animales, tendríamos que
hablar de cuatro: la capacidad inventiva, el lenguaje, la curiosidad
intelectual y la autorreflexión o autoanálisis59. Lo peculiar
de la Neurociencia es que estudia un órgano, el cerebro, que resulta
decisivo en todas ellas. Ahora bien, si nos queremos adentrar en el
examen pormenorizado de estas características no podemos conformarnos
con acudir a diversas ciencias particulares, sino que necesitamos
también un punto de vista filosófico, que permita plantear los temas de
un modo abierto, y, al mismo tiempo, que pueda ofrecer también un puente
común al diálogo entre los diversos científicos. De hecho, no sólo cabe
decir que la Filosofía es la primera de las ciencias, sino también que
ésta, en la medida en que es la apertura irrestricta de la inteligencia a
la verdad, es interna a toda verdadera disciplina científica, al menos
en la medida en que forma parte de la actividad del científico.
Esta
interdisciplinariedad que aquí planteamos puede entenderse de dos
maneras. Por un parte, cabe que en la misma persona se una el
conocimiento científico experimental y el filosófico. Es instructivo
recordar que Aristóteles, una de las cumbres indiscutibles de la
Filosofía, lo es también de la Biología, y no sólo de su parte teórica,
ya que disecó con maestría más de 300 especies de animales diferentes.
Uno y otro conocimiento no se estorban, sino que se complementan, y
esto se ve de forma especial en el estudio de nuestro sistema nervioso.
No obstante, dado el gran desarrollo de las ciencias empíricas, resulta
necesario contar con otro planteamiento interdisciplinar, que mira a
conseguir el diálogo y enriquecimiento mutuo de los científicos de las
diversas disciplinas. Algo que sólo es posible si los representantes de
tocías ellas están abiertos a las otras, de forma que la aportación sea
recíproca.
En
el caso que nos ocupa, podemos ver cómo esta interrelación ayuda a
aproximarse a la realidad de forma más adecuada. Como decíamos, muchos
neurocientíficos y filósofos de la mente sostienen de un modo u otro que
todo lo que sucede en nuestra mente depende del cerebro. Pero es claro
que no resulta fácil explicar desde esa visión los rasgos esenciales que
definen un estado mental, como, por ejemplo, su intencionalidad y su
carácter subjetivo o la experiencia de las diferencias cualitativas
entre percepciones, como un conjunto de procesos físicos que tienen
lugar en nuestro sistema nervioso60. En esta misma línea,
podemos recordar lo ya indicado por filósofos como David Chalmers y
Edmund Husserl sobre la reducción de los procesos mentales a la pura
biología61. Según Chalmers62, si el cerebro,
desde el punto de vista biológico, responde a un patrón de
estímulo-integración-respuesta, ¿para qué necesitamos la conciencia?
Porque todo este proceso lo podríamos realizar perfectamente sin ella.
Por su parte, Husserl63, en su mencionada crítica al
psicologismo, señala que afirmar que la verdad es el producto de nuestro
cerebro equivale a negarle validez incondicional y a declarar imposible
la irrenunciable aspiración del conocimiento humano a conocer la
realidad tal como es y no tan sólo como nos parece; mientras que aceptar
la validez incondicional de las afirmaciones verdaderas nos obliga a
comprender la inteligencia más allá de la contingencia biológica.
Es
interesante observar también que incluso contándose entre aquellos que
niegan que la conciencia resida en un «alma etérea» que usaría nuestro
cerebro como si fuera una agenda electrónica, Searle64 ha
señalado que los estudios neurobiológicos sobre la conciencia que se
vienen realizando en los últimos tiempos están viciados en su base.
Para este autor, hasta ahora se ha intentado identificar determinados
correlatos neuronales correspondientes a aspectos concretos de la
conciencia, pero se omite estudiar la conciencia de manera unitaria,
siendo así que esta cualidad —la unidad— no puede separarse de ella, en
particular de la autoconciencia. La necesidad de la
interdisciplinariedad se apunta aquí en el trabajo necesario para
abordar paradigmas experimentales que exploren en conjunto la
correlación neurobiológica de esta característica tan humana.
En
definitiva, no son pocos los autores que piensan que no nos
enfrentamos sólo a un problema de orden práctico, que puede resolverse
con una simple mejora de los métodos experimentales, sino con algo que
se refiere a los aspectos teóricos fundamentales de la Neurociencia,
donde los planteamientos filosóficos de corte reduccionista son
claramente insuficientes. Esto se nota de un modo especial en el
problema de la autoconciencia65. Así, pues, la
interdisciplinariedad es necesaria porque posibilita encontrar nuevos
métodos de trabajo común y ayuda a establecer objetivos e hipótesis más
adecuados que los ya acuñados de forma independiente por las distintas
disciplinas implicadas en el estudio del sistema nervioso y del hombre.
A
modo de conclusión, puesto que la interdisciplinariedad no es algo
abstracto, sino que se realiza a través de personas que poseen una
formación y una experiencia científica determinada, creemos que quienes
emprenden este camino deben cultivar algunos requisitos sin los que este
empeño podría estar condenado al fracaso:
1. Conocimiento de la realidad neurobiológica y filosófica. Como
hemos visto, la época de los sabios universales, que concentraban en sí
mismos los conocimientos de todas las ramas de la ciencia, resulta
difícilmente repetible. Sin embargo, sería ilusorio pensar que se puede
abordar la cooperación con otras ciencias sin decidirse a conocerlas con
seriedad. En este sentido, es preciso distinguir entre el dominio
práctico que el profesional posee de su propia disciplina y de sus
métodos, que resulta difícilmente comunicable a quien no posee su
experiencia, y aquellos presupuestos y contenidos básicos que permiten
comprender y valorar adecuadamente sus resultados. Estos últimos deben
ser objeto de un esfuerzo de comprensión y de reflexión por parte del
científico, que le ponga en condiciones de exponerlos a aquellos con
quien dialoga. En la medida en que la cooperación entre disciplinas se
hace necesaria, es preciso que, en la formación de los científicos, se
haga hincapié en este aspecto, de modo que cada uno de ellos sepa
enmarcar la propia actividad en el conjunto de las ciencias y de
traducir los propios logros y su fundamento a un lenguaje comprensible
por los demás66. Este esfuerzo ayuda, por otra parte, a
inmunizar contra el peligro de reducir los problemas al ámbito de la
propia materia de conocimiento, lo que exige abordar el discurso
interdisciplinar con una visión positiva ante los planteamientos de
otras ciencias67.
2. Llegar a acuerdos claros en el lenguaje a utilizar para significar los procesos cerebrales y mentales de la misma manera. Se
trata de una consecuencia de la primera actitud. El lenguaje tiene
mucho de convencional, pero, para que el diálogo entre ciencias sea
posible, es preciso evitar los malentendidos terminológicos. Ahora
bien, puesto que el lenguaje se configura a través del diálogo —en este
caso, cabe decir que, en gran medida, la función crea el órgano—, el
lenguaje común debe ser fruto del esfuerzo mutuo de comprensión y de
comunicación.
3 . Plantear los problemas y las soluciones encontradas sin condicionamientos ideológicos. En
la ciencia, el gran enemigo del diálogo entre posturas diferentes y
entre diversas disciplinas consiste en la descalificación a priori de
las tesis planteadas. En este sentido, deshacerse de los propios
prejuicios a la hora de abordar los problemas no implica escepticismo o
renunciar a las propias convicciones, sino haber caído en la cuenta de
que analizar los problemas de modo global o sapiencial exige estar
abierto a plantearse todas las dificultades, sin excluir algunas de
ellas por motivos extracientíficos68. A fin de cuentas, aun
aquello que sabemos por otros medios, sólo puede afirmarse
científicamente en la medida en que podamos probarlo. Por eso es preciso
estar en guardia ante quienes cargan a la ciencia experimental con la
exigencia desmesurada de resolver todos los problemas humanos, que
tienden a hacer pasar apresuradamente por científico el fruto de
actitudes y convicciones arbitrarias.
José M. GIMÉNEZ-AMAYA Departamento de Anatomía Histología y Neurociencia Facultad de Medicina Universidad Autónoma MADRID
José Ignacio MURILLO, Departamento de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Navarra, PAMPLONA
1. Cfr. A. ROSELL, 5. DE
LAS HERAs y J.M. GIMÉNEZ-AMAYA, «Neurociencia: ejemplo del abordaje
multidisciplinar como estrategia eficaz en la investigación científica»,
en Revista de Neurología 27 (1998), 1071-1073; J. ILLES y S.J. BIRD, «Neuroethics: a modern context for ethics in neuroscience», en Trends ofNeurosciences 29 (2006), 511-517.
2. Cfr. A. ROSELL ET AL, cit.
3.
En la Tabla 1 se recogen algunos de los principales hitos en la
historia de la Neurociencia relevantes para el contenido de este
artículo.
4. Cfr. Z. MOLNAR, «Thomas Willis (1621-1675), the founder of clinical neuroscience», en Nature Reviews Neuroscience 5 (2004), 329-335.
5. Cfr. R. POTTER, The Greatest Benefit to Mankind. A Medical History of Humanity from Antiquity to the Present. Fontana Press, London 1997.
6. Cfr. J.M. HARL0w, «Recovery from the passage of an iron bar through the head», en Publications of the Massachusetts Medical Socieiy 2 (1868), 327-347; D.E. HMNE5, Principios de Neurociencia, Elsevier, Madrid 2003.
7. Cfr. D.E. HAINE5, Principios de Neurociencia, Elsevier, Madrid 2003, 519.
8. Cfr. el obituario publicado por The Economist el 4 de abril de 2007.
9. Cfr. S.J. MARCUS (ed.), Neuroethics: Mapping the Field, The Dana Foundation Press, New York 2002; T FUCHS, «Ethical issues in neuroscience», en Current Opinion in Psychiatry 19 (2006), 600-607. Este último artículo es una revisión muy completa sobre la Neuroética con una bibliografía muy actualizada hasta 2005.
10. Cfr. T. FUCHS, cit.
11. Cfr. S.J. MARCUS, cit.
12. Cfr. D.J. CHALMERS, Philosophy of Mmd: Glassical and Gontemporary Readings, Oxford University Press, Oxford 2002.
13. Cfr. J.D. MORENO, «Neuroethics: an agenda for neuroscience and society», en Nature Reviews Neuroscience 4 (2003), 149-153.
14. Cfr. G. MILLER, «What is the biological basis of consciousness», en Science 309 (2005), 79; B. BEAKLEY y P. LUDLOW, The Philosophy of Mi. Classical Problenis/Contemporary Issues, The MIT Press, Cambridge Massachusetts 2006.
15. Cfr. A. MACINTYRE, Tras la Virtud, Crítica,
Barcelona 2004. Se podría decir que en este tema de las relaciones
mente-cerebro ocurre algo parecido a lo que señala este autor con
respecto a los debates morales en la Etica contemporánea. Ver también nota 57.
16. Cfr. D. CHALMERS, cit.
17. Cfr. E SMITH CHURCHLAND, Brain-Wise. Studies in Neurophilosophy, The MIT Press, Cambridge Massachusetts 2002; E SMITH CHURCHLAND, «A neurophiosophical slant on consciousness research», en Progress in Brain Research 149 (2005), 285-293; 5. PINKER, «The mystery of consciousness», Time, February 12 (2007), 39-46.
18.
Cfr. T.D. AEBRIGHT, TM. JESSELL, E.R KANDEL y M.I. POSNER, «Neural
science: a century ofprogress and the mysteries that remain», en Neuron 25 Suppl (2000), ~1-S55.
19. Cfr. 5. PINKER, «The mystery of consciousness», en Time, February 12 (2007),
39-46.
Consultar especialmente el comentario que hace C. McGinn en la página
42 del citado artículo y que titula significativamente como «An
unbridgeable gulf». En esta misma línea de razonamiento, también se
puede consultar otro artículo de divulgación recientemente publicado en
la revista The Economist el 23 de diciembre de 2006 dentro de
un estudio especial sobre el cerebro titulado «A survey of the brain» en
las páginas 11-12 y que titulan, también de forma significativa, «1
think, therefore 1 am, 1 think. Consciousness
awaits its Einstein». Cfr. también J. ToLsoN, «Is there room for the
soul? New challenges to our most cherished beliefs about self and the
human spirit», en US. News & World Report, October
23 (2006), 57-63, donde también se muestran las opiniones de algunos de
los más conocidos neurocientíficos interesados por este tema.
20. Cfr. C. MCGINN, Consciousnessandlts Objetcs, Oxford University Press, Oxford 2004.
21. Cfr. T. FUCHS, cit.; J.R. SEARLE, « Towards a Science of Consciousness». Conferencia
impartida en 2006 en el Center for Consciousness de la Universidad de
Arizona en Tucson, Arizona, Estados Unidos. Recogida en el programa «The
Philosopher’s Zone» de la ABC National Radio de Australia el 20 de
enero de 2007; J.M. GIMÉNEZ-AMAYA, «Cerebro y alma», en La Gaceta de los Negocios, 21 de febrero de 2007, 55.
22. Cfr. B. BEAKLEY y P. LUDLOW, cit.; G. GRAHAM, «Behaviorism», en Stanford Encyclopedia of Philosophy, July 25, 2005 (http://plato.stanford.edu).
23. Cfr. B. BFAKLEY y P. LUDLOW, cit.; J. T0L50N, cit.; 5. PINKER, cit.
24. Cfr. F. CRICK, The Astonishíng Hypothesis: The Scientfic Search for the Soul~ Scribner, New York 1995; C. K0CH, The Questfor Consciousness: A Neurobiological Approach, Roberts & Company Publishers, Englewood Colorado 2004.
25. Cfr. F. CmCK, «Function of the thalamic reticular complex: the searchlight hypothesis», en Proceedings of the National Academy of Sciences USA. 81(1984), 4586-4590; E CmCK y C. K0CH, «Constraints on cortical and thalamic projections: iLe nostrong-loops hypothesis», en Nature 391 (1998), 245-250.
26. Cfr. 5. GREENFIELD, The Private L~ft of the Brain: Emotions, Consciousness, and the Secret of the Self John Wiley & Sons, Inc., New York 2000.
27. Cfr. A. DAIVIASIO, The Feeling of What Happens: Body and Emotion in the Making of Consciousness, Harcourt, New York 1998.
28. Cfr. M. GAZZANIGA, Nature’s Mmd, Basic Books, New York 1992; M. GARzANIGA, R. IVRY y G.R. MAGUN, Cognitive Neuroscience: The Biology of the Mmd, W.W. Norton, New York 2002.
29. J. ToLsoN, cit.; R. PENROSE, The Emperor’s New Mmd. ~oncerning ~omputers, Minds, and the Law of Physics, Oxford University Press, Oxford 1989; SR. HAMEROFF, A.W. KASZNIAK y A.C. SCOTT, Toward a Science of Consciousness. The First Tucson Discussions and Debates, The MIT Press, Cambridge Massachusetts 1996.
30. Cfr. K. POPPER y J.C. ECCLES, The Selfandlts Brain, Routledge, New York 1983.
31. Cfr. W.S. BRowN, N. MURPHY y H.N. MALONY, Whatever Happened to the Soul? Scient~flc and Theological Portraits of Human Nature, Fortress
Press, New York 1998; WS. BRowN y M.A. JEEvE5, «Portraits of human
nature: reconciling neuroscience and christian anthropology», en Science and Christian Belief 11 (1999), 139-150. Cfr. también el trabajo de G. EASTERBROOK, «Science and God: a warning trend?», en Science 277 (1997), 890-893.
32. Cfr., entre otros, E J. LOWE, Filosofia de la Mente, Idea Books, Barcelona 2000; y M. PAUEN, Grundprobleme derPhilosophie des Geistes. Fine Einführung, Fischer, Frankfurt 2001.
33. Cfr. J.I. MURILLO, «El nacimiento de la antropología griega», en Studia Polaina
7 (2005), 7-23.
34. Un eco de esta posición podemos encontrarlo en la distinción mencionada de Eccles y Popper entre los tres mundos.
35. Cfr. JI. MURILLO, cit.
36. Cfr. TOMAS DE AQUINO, Sobre la Unidad del Intelecto Contra los Averroístas, Eunsa, Pamplona 2005.
37.
Resulta una imprecisión por cuanto se entiende en sentido estricto por
dualismo la afirmación de que la mente y el cuerpo son dos sustancias
independientes, y no todos los autores señalados defenderían esta
postura.38. Cfr. L. PoLo, Nominalismo, Idealismo y Realismo, Eunsa, Pamplona 1997.
39. Cfr. F.W.J. SCHELLING, Sistema del Idealismo Trascendentai~ Anthropos, Barcelona 2005.
40. Cfr. E. HuSSERL, Investigaciones Lógicas (traducida del alemán por Manuel García Morente y José Gaos), 2.a ed., Revista de Occidente, Madrid 1967.
41. Philosophische Untersuchungen, apdo. 580. Cit. en J. HIERRO-PESCADOR, Filosofla de la Mente y de la Ciencia Cognitiva, Akal, Madrid 2005, 48.
42. Cfr. G. GRjU-I~iv~, cit.
43. Cfr. J.J.C. SMART Between Science and Philosophy: An Introduction to the Philosophy of Science, Random House, New York 1968; D. ARMSTRONG, The Mind-Body Pro blem: An Opinionated Introduction, Westview Press, Boulder Colorado 1999.
44. Cfr. E CHURCHLAND, Neurophilosophy at Work, Cambridge University Press, Cambridge England 2007.
45. Cfr. SMITH CHURCHLAND, Brain-Wise. Studies in Neurophilosophy, The MIT Press, Cambridge Massachusetts 2002.
46. Cfr. D. DENNETT, Kinds ofMmnds: Towards an Understanding of Consciousness, Basic Books, New York 1997.
47. Cfr. D.C. DENNETT, Breaking the Spell. Religion as a Natural Phenomenon, Vi-king (Penguin), New York 2006. Cfr.
Entrevista de Natasha Mishell con Daniel Den-nett en el programa «Ml in
the Mmd» y titulada «Breaking the spell: Daniel Dennett on religion» de
la ABC National Radio de Australia el 29 de julio de 2006. Para una
vi-sión crítica del pensamiento de Dennett cfr. también las entrevistas
con C. Taylor, profesor de Derecho y Filosofía de la Universidad
Northwestern de Illinois en Estados Unidos y profesor emérito de la
Universidad McGill de Montreal en Canadá, tituladas «Philosophy,
spirituálit~ and the self, parts 1 and 2»en el programa «Philosopher’s
zone» de la ABC National Radio de Australia emitidas los días 7 y 14 de
abril de 2007, realizadas por Tom Morton y comentadas por Alan
Saunders. C. Taylor ha recibido el Templeton Prize del año 2007.
48. Cfr. H. PUTNAM, Mmd, Language andReality. Philosophi cal Papers, vol. 2., Cambridge University Press, Cambridge England 1975; J. FODOR, The Mmd Doesn’t Work That Way: The Scope and Limits of Computational Psychology, The MIT Press, Cambridge Massachusetts 2000.
49. Cfr. J.R. SEARLE, cit.; J.R. SEARLE, «Consciousness», en Annual Review of Neuroscience23 (2000), 557-578.
50. Cfr. INTERNATIONAL THEOLOGICAL C0MMI55I0N, Communion and Stewardshi~,. Human Persons Created in the Image of God, Rome, July 23, 2004 (http://www.vatican.va).
51. Cfr. J.R. SEARLE, « Towards a Science ofConsciousness», cit.
52.
Este defecto de buena parte de la Filosofía moderna, que tiende a
entender al hombre desde el modelo del individuo adulto y autónomo, ha
sido denunciado por algunos pensadores como, por ejemplo, A. MACINTYRE
en su libro Animales Racionales y Dependientes. Por Qué Necesitamos las Virtudes, Paidós, Barcelona 2001.
53. Cfr. M. HEIDEGGER, El Sery el Tiempo (traducido por José Gaos), Fondo de Cultura Económica, Madrid 2000.
54. Cfr. M. SCHELER, El Puesto del Hombre en el Cosmos, Alba Editorial, Barcelona
2000; H. PLE55NER, «Die Stufen des Organischen und der Mensch. Einleitung in dic Philosophische Anthropologie», en Gesammelte Schr~f [ten, Suhrkamp Verlag, Frankfurt 1981.
55. Cfr. H. JONAS, El Principio Vida. Hacia una Biología Filoso’fica, Trotta, Madrid
2000; Poder o Impotencia de la Subjetividaa~ Paidós, Barcelona 2005.
56.
El profesor Mariano Artigas impartió un seminario en la Universidad de
Navarra titulado «Mi visión de la interdisciplinariedad» el 17 de mayo
de 2001. Este interesante documento puede consultarse en la siguiente
dirección electrónica:
http://wvw.unav.es/gep/MiVisionlnter.html.
57. Cfr. A. MACINTYRE, Tras la Virtua~ Crítica, Barcelona 2004. Ver también nota 15.
58. Cfr. J.I. MURILLO, «~Son realmente autónomas las ciencias?», en J. ARANGUREN, J.J. BOROBIA y M. LLUCH, Fey Razón. ISimposio InternacionalFe cristianay cultura con-temporánea, Eunsa, Pamplona 1999, 473-480.
59. Cfr. F. STRUMWASSER, «The human mmd: building bridges between neuroscience and psychiatry», en Psychiatry 66 (2003), 22-3 1.
60. Cfr. T. NAGEL, «What is the mind-body problem?», en Ciba Foundation Symposium 174 (1993), 1-7, discussion 7-13.
61. Cft. J.M. GIMÉNEZ-AMAYA, «Neurociencia...» (nota 1) y «Cerebro y alma» (nota
21), cit.
62. Cfr. D. CHALMERS, «Philosophy ofMind...», cit.
63. Cfr. E. HUSSERL, cit.
64. Cfr. J.R. SEARLE, « Towards a Science ofConsciousness», cit.
65. Cfr. T NAGEL, cit.; consultar también la revista The Economist del
23 de diciembre de 2006 dentro de un estudio especial sobre el cerebro
titulado «A survey ofthe brain» en las páginas 1 1 - 12 el artículo «1
think, therefore 1 am, 1 think. Consciousness awaits its Einstein». Allí
se indican, al final, estas palabras tan significativas con relación a
la solución del problema de la conciencia: «The truth, unsatisfactory
though it is, is that no really knows. Nor
does anyone know where the next breakthrough will come from. Perhaps Dr
Edelman, or one ofhis successors, will build a robot that can describe
its own qualia-like experiences. Perhaps neuroanatomy will throw up a
surprising, crucial observation. Or perhaps a bored, unregarded clerk
will come to the rescue with an insight that dominates 2lst-century
thinking in the way that relativity dominated iLe 2Oth»
66. Es
pertinente recordar aquí al ya fallecido Nicholas Cozzarelli, profesor
de Biología Celular y Molecular de la Universidad de California en
Berkeley y que fue director de la prestigiosa revista científica PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences ofthe USA.); en
alguna ocasión, preguntado sobre qué recomendaría a los es-tudiantes
universitarios que sueñan con llegar a ser investigadores científicos,
respondió que les sugeriría aprender humanidades. Cuando lleguen a ser
científicos de prestigio, decía, pasarán la mayor parte del tiempo
escribiendo, leyendo, dando charlas y escuchando.
67.
En este punto es muy ilustrativo comprobar el desarrollo de las
discusiones y de las entrevistas concedidas por Joseph Ratzinger y su
aproximación a temas muy con-trovertidos. Cfr., como dos ejemplos entre
varios, E SEEWALD, La Sal de la Tierra. Palabra, Madrid 2005; y J. HABERMAS y J. RATZINGER, Dialéctica de la Secularización: Sobre la Razón y la Religión, Encuentro, Madrid 2006.
68. Cfr. TOMAS DE AQUINO, In XllLibris Metaphysicorum, III, 1, 1.
José M. Giménez-Amaya y José Ignacio Murillo
Publicado en la revista SCRIPTA THEOLOGICA nº 39 (mayo-agosto 2007) de la Universidad de Navarra |
ES UN ESPACIO DE CONSTRUCCION COLECTIVA, UN PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA REFLEXION PSICOLOGICA Y SOCIO EDUCATIVA DESDE NUESTRA REALIDAD LATINOAMERICANA, ASUME UNA CLARA OPCION POR LA CALIDAD DE VIDA Y DIGNIDAD DEL SER HUMANO EN CONTRAPOSICION A LA LOGICA DEL PODER Y EL CAPITAL....LA CHAKANA ES LA CASA DONDE TODOS CONSTRUIMOS Y COMPARTIMOS NUESTROS SABERES NUESTRA "YACHANAWASI" BIENVENIDOS
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lunes, 11 de noviembre de 2013
Mente y cerebro en la neurociencia contemporánea. Una aproximación a su estudio interdisciplinar
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