Desarrollo Cognoscitivo: una lectura
intersubjetiva para apropiarnos del
conocimiento.
Revisión de
libro, Bárbara Rogoff. (1993). Aprendices del pensamiento. Desarrollo cognitivo
en el contexto social. España: Paidós. ISBN 8475098967
Steven Abarca Araya
Martha Patricia Astudillo Torres
Notas del autor (es)
Steven Abarca Araya es Doctorando
en Educación en la Universidad de Costa Rica, se desempeña como profesor de
grado y posgrado en la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica,
impartiendo cursos de investigación a nivel de maestría. Obtuvo el galardón “Profesor
Tutor distinguido del año 2012 de la Escuela de Ciencias de la Educación” de la
Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica.
Contacto:
stevenabarca20@gmail.com
Martha Patricia Astudillo Torres
es Doctoranda en Educación en la Universidad de Costa Rica, becaria de la
Universidad Autónoma de Chiapas y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
de México. Integrante del Sistema de Investigadores del estado de Chiapas; ha
publicado artículos académicos en revistas indexadas y participado en congresos
nacionales e internacionales con la temática de las TIC en la educación
superior.
Contacto:
patricia.astudillo@unach.mx
Introducción
Barbara Rogoff, tomando como
referente la teoría de Vygotsky, y en menor proporción los aportes de Bruner,
Piaget, Leontiev, Cole, Whiting, Wertsch y Trevarthen, se interesó por
investigar los influjos de los cuidadores y la cultura en el desarrollo del
pensamiento de los infantes.
Su interés por estudiar la
participación guiada en las actividades que realizan los niños, la llevó a
defender una posición en la cual el aprendizaje de las personas pasa de
procesos intersubjetivos a procesos intrasubjetivos. Es decir, para esta
autora, las personas adquieren los conocimientos a partir de las relaciones con
los demás, y una vez que se ha dado esta adquisición se modifican las
estructuras cognitivas individuales, para dar paso a procesos psicológicos
superiores que permiten un pensamiento cada vez más complejo por parte del
sujeto.
En el presente ensayo se hará una
lectura crítica de los hallazgos más sobresalientes de Rogoff, contrastando su
propuesta con postulados de otros autores que sostienen posiciones tanto
divergentes como convergentes, pues es mesurado afirmar que el discurso de los
autores parte de la premisa de que la posición epistemológica adoptada por
Rogoff no es la única para explicar la adquisición de conocimientos por parte
del sujeto, sino que viene a ser una arista más que permite comprender de forma
parcial, el complejo proceso de adquisición de conocimientos en el ser
humano.
Por lo tanto, el documento
pretende mostrarle al lector algunos de los aciertos y desaciertos de la teoría
de Rogoff en su intento de comprender el desarrollo cognoscitivo en los
sujetos.
De antemano advertimos que el
posicionamiento de los autores de este trabajo no es a favor ni en contra de
los postulados de Rogoff. Por el contrario, el interés se centra en rescatar
sus aportes, así como los de otros autores, para una comprensión más integral
de la apropiación del conocimiento en la persona.
Descripción de la literatura
En su análisis de la adquisición
del aprendizaje en los seres humanos, Rogoff (1993, p. 28) cuestiona los postulados
de la teoría piagetiana, aduciendo que Piaget “prestó poca atención al papel
que desempeña el mundo social, en cuanto que contribuye a estructurar la
realidad o ayuda al niño a atribuir a ésta un sentido”. Es decir, para Rogoff
(1993), Piaget debió dar un mayor énfasis al desarrollo cognoscitivo del niño,
considerando el contexto en el cual se desenvolvía éste, y centrándose menos en
las destrezas mentales que desarrollaba en forma espontánea e individual.
Piaget y sus colaboradores consideran que la capacidad de aprendizaje del
sujeto va a depender más del nivel de desarrollo cognoscitivo de éste que de
las condiciones socioculturales que imperen (Coll y Martí, 2009).
Desde esta perspectiva, la fisura
que encuentra Rogoff (1993, p.37) en la teoría piagetiana con respecto al
influjo del contexto en el aprendizaje, desemboca en que esta segunda se
incline en cimentar su propuesta en la teoría sociocultural de Vygotsky
(Hernández, 1998; Cubero y Luque, 2009), o socio-histórica (Ferreyra y
Pedrazzi, 2007) en la cual el ambiente sociohistórico juega un papel
preponderante en el aprendizaje de las personas.
Para justificar esta
preponderancia del contexto sociohistórico, Rogoff (1993, pp.12-13) apoya su
teoría en tres ejes temáticos: La actividad, pues para ella el pensamiento
cobra sentido desde la acción humana, sobre todo cuando los niños y adultos
actúan. La sociedad, debido a que considera que el desarrollo es inseparable de
procesos sociales que progresivamente se interiorizan; es decir, la sociedad es
inseparable de un sistema de relaciones que definen los papeles y funciones de
quienes participan en la actividad. Y el último eje es la cultura, porque para
esta autora el ser humano participa de metas comunes e instrumentos que
permiten alcanzarlas y que se transmiten de unos a otros, de generación en
generación.
En síntesis, se puede afirmar que
para Rogoff el aprendizaje es inseparable de un contexto sociocultural, donde
el aprendiz participa activamente, en compañía de otros miembros de la
comunidad, en la adquisición de destrezas y formas de conocimiento socialmente
valoradas.
Aunado a la teoría de Vygotsky,
Rogoff (1993, p.30) considera los aportes de otros autores como Leontiev,
Bruner, Cole, Whiting, Wertsch, Trevarthen y Piaget. De este último autor, a
pesar de las discrepancias, Rogoff (citada por Tudge y Rogoff, 1995) rescata
que para Piaget el desarrollo implica más transformaciones cualitativas que
crecimientos graduales. También toma de este autor el postulado teórico de que
existe una base dialéctica en el desarrollo y en la relación entre el sujeto y
la sociedad, así como el carácter activo del niño en su propio desarrollo, pues
obtiene el conocimiento del mundo a través de la actividad.
Es por esto que Rogoff concibe a
los niños como aprendices del conocimiento, activos en sus intentos de aprender
a partir de la observación y de la participación en las relaciones con sus
compañeros y con miembros más hábiles de
su grupo social. De este modo los niños adquieren destrezas que les permiten
abordar problemas culturalmente definidos, con la ayuda de instrumentos a los
que fácilmente pueden acceder, y
construyen a partir de lo que han recibido nuevas soluciones en el contexto de
la actividad sociocultural. Es decir, para esta autora, el desarrollo
cognoscitivo del niño está necesariamente inmerso en el contexto de las
relaciones sociales, los instrumentos y las prácticas socioculturales.
Bajo estas premisas, Rogoff
(1993) plantea el concepto de Participación Guiada para sugerir que tanto la
guía como la participación en actividades culturalmente valiosas son esenciales
para considerar al niño como un aprendiz del pensamiento.
Esta participación guiada,
implica al niño y sus cuidadores o compañeros en dos tipos de procesos de
colaboración. La construcción de puentes, desde el nivel de comprensión y el de
destreza, que el niño muestra en un momento dado para alcanzar otros nuevos.
En términos de Vygotsky (1988,
p.133), estos puentes le permitirían al niño pasar de una zona de desarrollo
actual a una zona de desarrollo próximo, término acuñado por este autor que
define la zona de desarrollo próximo como la distancia entre el nivel real de
desarrollo, determinado por la capacidad de resolver independientemente un
problema, y el nivel de desarrollo potencial, determinado a través de la
resolución de un problema bajo la guía de un adulto o en colaboración de un
compañero más capaz. Este concepto, como el lector puede inferir, destaca la
importancia de la cooperación y del intercambio social en el desarrollo.
El segundo proceso de
colaboración es la organización y estructuración de la participación infantil
en determinadas actividades, incluyendo cambios en las responsabilidades que el
niño asume a través del desarrollo. De lo anterior se desprende que, conforme
el niño se va desarrollando y adquiere mayor autonomía, puede asumir
responsabilidades más complejas en la escuela, el hogar o la comunidad donde
vive.
Se puede afirmar que el
desarrollo de la persona está influenciado tanto por dotaciones universales,
por ejemplo, rasgos biológicos (es decir, que todos los miembros de la especie
tenemos en común), como específicos (circunstancias físicas e interpersonales).
De esta manera, para entender el desarrollo debemos tomar en cuenta “las
semejanzas culturales y biológicas que subyacen a los individuos como las diferencias
que existen entre ellos” (Rogoff, 1993, p.34).
Rogoff (p.63) toma de Vygotsky la
idea de Zona de Desarrollo Próximo para explicar cómo el niño puede adquirir
ciertas destrezas con el apoyo de los cuidadores, sin embargo, Rogoff (1989,
p.68) ve la Zona de Desarrollo Próximo como una “región dinámica sensible a las
experiencias de aprendizaje en la que el desarrollo del niño es guiado por la
interacción social”.
Desde esta definición,
interpretamos que el marco histórico y cultural es el fundamento para la
interacción social. Por lo tanto, los instrumentos y procedimientos didácticos
de mediación que forman parte de la cultura educativa, y que constituyen
herramientas específicas para la acción didáctica, se han ido elaborando
durante años de acción educativa. Un ejemplo propio de la educación infantil es
el empleo de rincones o zonas de actividad, que como método espacial enraizado
en la pedagogía de Decroly, y ampliamente utilizado en la escuela desde hace
años, mediatiza el acercamiento del niño a los distintos ámbitos de experiencia
y facilita el apoyo ajustado del educador y la educadora a cada niño o niña
(Prieto, 1998, p.7).
Por otra parte, Leontiev (1981,
p.66), haciendo referencia a los postulados de Vygotsky manifiesta que los
procesos psicológicos superiores se pueden adquirir mediante la interacción con
otros a través de procesos interpsicológicos. Estos intercambios
interpsicológicos que ayudan al niño a desarrollar los procesos psicológicos superiores,
no necesariamente requieren una instrucción formal y sistematizada para
desarrollarse. Basta con interactuar con personas del ambiente inmediato, en el
seno familiar, para aprender conductas, principios o valores que le van a ser
útiles para desarrollarse en el contexto donde vive.
Esta premisa evidencia que, el
hallazgo fundamental de Rogoff (Prieto; 1998: 9) consiste en “descubrir que en
todas las culturas los adultos estructuran las tareas a los niños y ajustan sus
ayudas en función del nivel de comprensión. Sin embargo, estos procesos, aunque
aparentemente universales, no se producen de la misma manera en todas las
culturas y están sometidos a importantes variaciones contextuales”.
Desde esta perspectiva, para
Rogoff (1993, p.129), la escuela está llamada a conformar comunidades de aprendices,
donde predomina el carácter comunitario y el docente pierde su rol de
controlador del proceso educativo para convertirse en un facilitador del grupo
de actividad. El discurso instruccional clásico, basado en el monólogo,
preguntas del educador, respuestas del niño, es sustituido por la conversación
y el diálogo.
Se enfatiza la importancia del
proceso frente al producto y el interés por las actividades donde los niños
asumen responsabilidades sociales. La evaluación es cualitativa y se produce a
través de la observación de los niños en el trabajo conjunto con el educador,
poniéndose un énfasis especial en la evolución individual frente a la
comparación colectiva tradicional. El aprendizaje es cooperativo y ocurre
dentro de un programa global que tiene sentido vital para los niños y donde
cada sujeto asume un rol distinto, asimétrico con respecto a los demás sujetos,
pero ajustado a su propio desarrollo.
Los argumentos anteriores son
apoyados por la teoría bioecológica propuesta por Bronfenbrenner. Para este
autor, “cada organismo biológico se desarrolla dentro del contexto de sistemas
ecológicos que apoya o reprimen su desarrollo” (Papalia, Wendkos y Duskin,
2005, p.35), de esta manera, si comprendemos la ecología del ambiente humano,
podremos conocer la forma en que se desarrollan los niños.
En síntesis, para Rogoff (1993,
p.55) las actividades cognitivas tienen lugar en situaciones socialmente
estructuradas, incluyendo sistemas de valores acerca de la interpretación que
se hace de las relaciones sociales y del modo en que éstas se organizan. La
forma en que los individuos intentan resolver los problemas está
intrínsecamente relacionada con los valores y las metas de la sociedad, con los
instrumentos, y con las instituciones por lo que se refiere a la definición de
los problemas y a la práctica de su solución.
Por otra parte, desde al ámbito
pedagógico, la propuesta de Rogoff (1993, pp.44-45) viene a romper los
paradigmas tradicionales de enseñanza, para dar paso a un proceso más activo de
docente y estudiante, donde el primero es un facilitador de espacios de
intercambio a través del diálogo, considerando, claro está, el contexto en el
que se desarrolla el estudiantado.
Discusión
El desarrollo cognoscitivo: un acercamiento a su comprensión
Como lo expresa Santrock (2005,
p. 41) “Examinar la forma en que se desarrollan los niños nos ayuda a
entenderlos mejor”. Es imprescindible partir de esta afirmación para comprender
que los procesos educativos no pueden circunscribirse o reducirse a la
didáctica y la pedagogía, sino que tienen como reto el entender cómo se
desarrollan, cognoscitivamente hablando, las personas desde la infancia hasta
la edad adulta, pues es innegable reconocer que Piaget tenía mucha razón cuando
afirmaba que el niño no es un adulto en pequeñito y que se deben considerar una
serie de factores en el proceso educativo si se quieren desarrollar
aprendizajes duraderos en las personas.
Los intentos de la psicología educativa por buscar
proximaciones que permitan comprender de una mejor manera, cómo se desarrolla
la persona y contingentemente a esto, cómo aprende, ha sido abarcada por una
diversidad de autores como los conductistas: B.F. Skinner, John Watson, Iván
Pavlov, E.L. Thorndike; los constructivistas: Jean Piaget, Lev Vigotsky, Jerome
Bruner, David Ausubel, Barbara Rogoff; otros
con posiciones más integrales como la antropológica-pedagógica-constructivista
de Joaquín García, y más recientemente neurocientíficos como: Sarah Jane
Blakemore y Uta Frith , Marco Iacoboni, Norman Doidge, Tomás Ortiz y Francisco
Mora, por citar algunos de los más sobresalientes. Estos autores antes
mencionados se han dado a la tarea de explicar cómo se produce el aprendizaje
en los seres humanos desde perspectivas
diferentes.
Estas perspectivas diferentes en
las que se concibe el aprendizaje humano no son mutuamente excluyentes. Al
contrario, permiten, de forma complementaria, tener una visión más global del
aprendizaje en las personas y del desarrollo cognoscitivo que lo acompaña.
Es por esta razón, que en lo
sucesivo se tomará como referente la teoría de Rogoff (1993, p.31) y se verá
robustecida por otros autores y postulados que permitirán una comprensión más
integral de la compleja urdimbre que implica el desarrollo cognoscitivo.
Así, como se había mencionado en
párrafos anteriores, Rogoff (1993, p. 28) en su análisis de la adquisición del
aprendizaje en los seres humanos, cuestiona los postulados de la teoría
piagetiana, aduciendo que dicho autor, “prestó poca atención al papel que
desempeña el mundo social en cuanto que contribuye a estructurar la realidad o
ayuda al niño a atribuir a esta un sentido”. Es decir, para Rogoff, Piaget
debió dar más énfasis al desarrollo cognoscitivo del niño, considerando el
contexto en el cual se desenvolvía este, y centrarse menos en las destrezas
mentales que desarrollaba en forma espontánea e individual, pues para Piaget y
sus colaboradores, la capacidad de aprendizaje del sujeto va a depender más del
nivel de desarrollo cognoscitivo de este que de las condiciones socioculturales
que imperen (Coll y Martí; 2009).
A pesar de que Rogoff (1993)
tiene razón al expresar que Piaget debió dar mayor protagonismo al influjo del
contexto en los aprendizajes que adquieren los niños, es innegable, que el
biólogo suizo no estaba equivocado del todo, pues en estudios realizados por
Goustard, Gréco, Matalon y Piaget (citados por Coll y Martí; 2009) se evidencia
que, a pesar de que la experiencia física puede realizar aportes significativos
en la adquisición de aprendizajes, esta:
Es insuficiente para la
adquisición de estructuras operatorias, que necesitan la intervención de una
actividad lógico-matemática basada en la coordinación de esquemas y acciones y
no sólo en la lectura de las propiedades físicas de los objetos. Sólo de esta
manera, mediante la abstracción reflexionante, que permite extraer información
de las coordinaciones de las acciones y no sólo de los objetos, el sujeto puede
acceder a la construcción de las estructuras lógicas. (Coll y Martí; 2009,
p.77).
Es decir, desde los estudios
mencionados anteriormente (Goustard, Gréco, Matalon y Piaget, 1959; citados por
Coll y Martí; 2009 , p.77), se pudo demostrar que :
El aprendizaje se hará en función
del nivel de desarrollo cognitivo del sujeto. Todos los resultados de las
investigaciones confirman este hecho. De manera general, sólo progresan los
sujetos que se encuentran en un nivel operatorio próximo al de la adquisición
de la noción que van a aprender (nivel llamado “intermediario”, pues está a medio
camino entre la ausencia de la noción y su adquisición completa).
Estos postulados piagetianos son apoyados
por las neurocientíficas Blakemore y Frith (2007, p.14), quienes afirman que a
pesar de que en muchos países, los niños comienzan a ir a la escuela a una edad
cada vez más temprana, “las ciencias cerebrales han revelado que, por lo
general, la coordinación precisa de los dedos no se alcanza al menos hasta los
cinco años y progresa más lentamente en los chicos que en las chicas”. En otras
palabras, a pesar de que el niño tenga un ambiente estimulante, o en términos
de Rogoff (1993, p.43), un aprendizaje guiado, operatoria y cerebralmente
hablando, el niño no tiene la madurez necesaria para adquirir ciertos
aprendizajes a determinadas edades. Por lo tanto, no basta con los intercambios
intersubjetivos para que se genere un aprendizaje en la persona.
En definitiva, en la medida en
que se demuestra que el aprendizaje depende del nivel cognitivo y la madurez
cerebral del sujeto, estos resultados podrían apoyar la tesis de Piaget (Coll y
Martí; 2009, p.78) “según la cual cualquier aprendizaje hace intervenir
elementos lógicos que provienen de los mecanismos generales del desarrollo y
que no han sido aprendidos sólo en función de la experiencia”.
De lo anterior se desprende que,
no se puede reducir el desarrollo del niño a una mera acumulación de
experiencias e intercambios sociales, sino que también se debe considerar la
madurez cognitiva y cerebral que tiene el infante para saber en qué medida esos
intercambios sociales que se están dando obedecen a verdaderos aprendizajes o a
conductas que se emiten por una mera imitación mecánica de lo que se observa en
una persona más aventajada y no porque se comprenda realmente lo que se está
haciendo o el por qué se está realizando.
Con esto no se quiere desvirtuar
el aporte de Rogoff (1993, p.180), pues
el mismo Piaget (1975, p.79), reconoció
que las conductas inteligentes del sujeto y la adaptación de éste deben
caracterizarse como un equilibrio entre las acciones del organismo sobre el
medio y las acciones inversas, es decir, del medio sobre el organismo. En
efecto, toda relación entre un ser viviente y su medio presenta ese carácter
específico de que el sujeto, en lugar de someterse pasivamente al objeto
(medio), lo modifica imponiéndole cierta estructura propia y viceversa.
Sin embargo, es menester
reconocer que Rogoff (1993, p.182) se inclinó por cimentar su propuesta en la
teoría sociocultural de Vygotsky o
socio-histórica (Ferreyra y Pedrazzi, 2007, p.58) en la cual, para explicar el
funcionamiento intelectual humano hay que considerar cuatro dominios genéticos:
a)filogenético, que está vinculado con la historia evolutiva de la
especie, b) sociogenético, o histórico-cultural,
se refiere a la evolución del sujeto como participante en un grupo cultural, c)
ontogenético, el relativo al desarrollo personal, que está influenciado por las
características biológicas de la especie, que se transmiten genéticamente y la
influencia cultural del desarrollo que está relacionada con el lenguaje y otros sistemas simbólicos, d)
microgenético, se trata de los cambios
que tienen lugar en un periodo delimitado y no muy extenso de tiempo
(Cubero y Luque; 2009).
Estos cuatro dominios
contribuyeron a que Rogoff (1993, p.15) vea a los niños como aprendices del
conocimiento, activos en sus intentos de aprender a partir de la observación y
de la participación en las relaciones con sus compañeros y con miembros más
hábiles de su grupo social.
De este modo los niños adquieren destrezas
que les permiten abordar problemas culturalmente definidos, con la ayuda de
instrumentos a los que fácilmente pueden
acceder, y construyen, a partir de lo que han recibido, nuevas soluciones en el
contexto de la actividad sociocultural. Es decir, para esta autora, el
desarrollo cognoscitivo del niño está necesariamente inmerso en el contexto de
las relaciones sociales, los instrumentos y las prácticas socioculturales.
Según Ferreyra y Pedrazzi (2007,
p.84), Rogoff, a partir de sus estudios antropológicos y educativos plantea el
concepto de “participación guiada”. Como su nombre lo indica:
Consiste en un proceso de
aprendizaje orientado o guiado por una persona (adulto, compañero o profesor)
de tal forma que el aprendiz (niño adolescente, joven, adulto, estudiante)
encuentre, a través de la actividad social, apoyo y estímulo para comprender la
realidad, como así también las destrezas para utilizar los instrumentos de la
cultura. La base sociocultural de las destrezas y las actividades humanas –incluyendo
la propia inclinación del niño a participar en las actividades que lo rodean y
a integrarse en ellas- es inseparable de la base biológica e histórica de la
especie humana.
El término “guía” se refiere a la
dirección ofrecida tanto por la cultura y los valores sociales como por los
otros miembros del grupo social y la expresión “participación” da cuenta tanto
de la observación como de la implicancia efectiva del aprendiz en la actividad.
La dirección o guía no incluye simplemente la facilitación de la participación
en ciertas actividades, incluye también la restricción o la canalización
indirecta de las actividades en las que la gente participa ( Wertsch y otros,
1997, p. 112).
Es a partir de estos procesos
intersubjetivos que podríamos afirmar que, el remoto origen evolutivo de las
capacidades mentales, el carácter ancestral y fundamental del aprendizaje
socialmente mediado contribuyen en la evolución y adquisición de las conductas
sociales complejas (García; 2007, p.48); y que estos procesos intersubjetivos
no se pueden desprender del intercambio cognitivo, social y emocional.
Siendo así las cosas, se puede
afirmar que el desarrollo de la persona está influenciado tanto por dotaciones
universales, por ejemplo condiciones biológicas (es decir, que todos los
miembros de la especie tenemos en común), como específicos (circunstancias
físicas e interpersonales). De esta manera, para entender el desarrollo debemos
tomar en cuenta “las semejanzas culturales y biológicas que subyacen a los
individuos como las diferencias que existen entre ellos” ( Rogoff; 1993, p.
34).
Por otra parte, Leontiev (1981,
p.66), haciendo referencia a los postulados de Vygotsky, manifiesta que los
procesos psicológicos superiores se pueden adquirir mediante la interacción con
otros a través de procesos interpsicológicos. Estos intercambios
interpsicológicos que ayudan al niño a desarrollar los procesos psicológicos superiores,
no necesariamente requieren una instrucción formal y sistematizada para
desarrollarse. Basta con interactuar con personas del ambiente inmediato, en el
seno familiar, para aprender conductas, principios o valores que le van a ser
útiles para desarrollarse en el contexto donde vive.
De esta manera se puede inferir
que, no debemos cometer el error de pensar que la persona sólo puede aprender
dentro de las cuatro paredes de un aula, sino que puede aprender en espacios
diferentes a la escuela, de ahí la importancia que en el sistema educativo se
vean a los padres, madres, cuidadores y personas del ambiente inmediato como
andamios, es decir, como apoyos en el proceso de adquisición de aprendizajes
socialmente valorados y no se prescinda de estos, pues en la medida en que sea
deficiente el conocimiento del contexto de donde proviene el estudiante, se
dificultará el saber cómo aprende éste.
Además, debemos hacer hincapié en
que desde esta óptica el aprendizaje cooperativo se convierte en la herramienta
pedagógica por excelencia, pues como lo menciona Calero (2008: p. 99), el
aprendizaje cooperativo incrementa las habilidades de ortografía, vocabulario,
cálculo matemático, historia, entre otras disciplinas. También se ha podido
comprobar que las “discusiones durante el aprendizaje cooperativo estimulan el
descubrimiento y desarrollo de habilidades cognitivas más que procesos
individuales de razonamiento que se realizan en otras formas de aprendizaje”.
Todo esto pone en evidencia la
importancia de que se rompa con el paradigma tradicional en el cual el docente
dicta la clase magistral, para propiciar espacios de aprendizaje cooperativo en
el cual, en lugar de estar treinta personas aprendiendo de una, se pueda
aprender de treinta y una personas a la vez.
Los argumentos anteriores son
apoyados por la teoría bioecológica propuesta por Bronfenbrenner. Para este autor,
“cada organismo biológico se desarrolla dentro del contexto de sistemas
ecológicos que apoya o reprimen su desarrollo” (Papalia, Wendkos y Duskin,
2005, p.35), de esta manera, si comprendemos la ecología del ambiente humano,
podremos conocer la forma en que se desarrollan los niños. Así, para
Bronfenbrenner (Papalia, Wendkos y Duskin, 2005, p.35) el desarrollo ocurre a
través de procesos de creciente complejidad
de interacción bidireccional activa regular entre un niño en desarrollo
y su ambiente cotidiano inmediato, procesos que se ven afectados por contextos
más remotos, cuya existencia puede ser ignorada por el niño.
Desde las perspectiva de Rogoff
(1993, p.73) y Bronfenbrenner (Papalia, Wendkos y Duskin, 2005, p.36), tanto el
desarrollo del niño como los procesos psicológicos superiores podrían verse
afectados por los microsistemas, mesosistemas, exosistemas, macrosistemas y
cronosistemas, pues estos sistemas contextuales interactúan continuamente, por
lo que hay que conocerlos para comprender de una forma más integral la
adquisición de las habilidades psicológicas superiores.
En este momento de la discusión
el lector podría inferir que el presente artículo está asumiendo una posición
ortodoxa con respecto al influjo del medio social en el desarrollo del niño,
sin embargo no es así, porque sería mezquino el no reconocer que la persona es
un ente biopsicosocial, simplemente se está reconociendo que el sujeto y el
mundo están mutuamente entrelazados y que sería muy difícil concebir una
persona que desarrolle un lenguaje y comportamientos que se contraponen a las
herramientas que le proporciona la cultura en la cual está inmerso, pues es lo
que permea su vida y, por lo tanto, es el modelo a seguir. En otras palabras,
no puede existir una persona que se desprenda de la influencia del medio para
desarrollarse, debido a que no hay un ser humano que se pueda considerar del
todo asocial. Como lo expresa Rogoff (1993, p.55):
El desarrollo implica tanto el
esfuerzo y la predisposición individual, como el contexto sociocultural en el
que el individuo está inmerso e, incluso, lo ha estado antes de ser concebido.
Biología y cultura no son influencias alternativas, sino aspectos inseparables
de un sistema dentro del cual se desarrollan los individuos.
Desde esta perspectiva, y
haciendo uso de la filosofía de Aristóteles (During, 1990, p.87) para ilustrar
lo anterior, se puede decir que no existe materia (constitución biológica de la
persona) sin forma (influjo social), ni existe forma (influencia social) sin
materia (es decir, sin un ser humano a quien influir). Pues no podemos
encontrar algo material amorfo ni una forma separada de una materia, porque los
dos se necesitan para poder existir. En otras palabras, no existe sociedad sin
sujetos que la conformen, ni existen sujetos si no hay una sociedad que los
acoja en su seno.
Al conciliar lo expuesto hasta el
momento se puede afirmar que el desarrollo cognoscitivo se da en un organismo
biológico que está regulado por el cerebro, el cual es el motor que mueve al
ser humano, sin embargo, está íntimamente entrelazado con las conexiones
sinápticas que se vayan desarrollando y que van a permitir, a la postre, que la
persona madure ciertas estructuras
cognitivas, estructuras operatorias que darán paso a que el sujeto pueda realizar procesos
psicológicos superiores a través del intercambio con las demás personas,
intercambio que va a depender de las herramientas cerebrales y maduracionales
para ser enriquecido, y recíprocamente, enriquecer las conexiones sinápticas y
la madurez de las estructuras operatorias.
Aquí podrían surgir una serie de
interrogantes en la mente del lector: ¿Puede una persona establecer
interacciones adecuadas con otros prescindiendo del cerebro? ¿Puede el cerebro
evolucionar sin los intercambios sociales? ¿Puede la persona desarrollar las
estructuras operatorias prescindiendo del cerebro y de lo social? A estas
inquietudes y muchas otras la respuesta sería un rotundo no. Pues es innegable
que estos elementos son piezas fundamentales del engranaje llamado desarrollo
cognoscitivo.
La lectura de las caras: Un elemento que nos permite aprehender los
conocimientos del otro y hacerlos propios
Desde la perspectiva de Rogoff
(1993, p.99) los niños son “hábiles a la hora de obtener información de las
miradas, las muecas y el humor de los adultos”. Esto quiere decir, que el niño
desde sus primeros años de vida busca al adulto para interpretar situaciones
que son ambiguas desde el punto de vista infantil, en un proceso denominado
referencia social. Las interpretaciones ofrecidas por los adultos a través de
la utilización de gestos de la cara o del cuerpo, informan al niño sobre el
enfoque más adecuado ante una situación nueva. Así por ejemplo, si la madre manifiesta gestos de asombro o miedo,
es probable que el niño no siga ejecutando la conducta; si por el contrario, la
madre muestra gestos de confianza, es probable que el niño siga realizándola.
Sin embargo, surge una
interrogante que es ineludible el evacuar: ¿Esta interpretación de las caras y
gestos que puede hacer el niño desde que nace son meramente sociales o tienen
algún componente biológico?
Es en estudios recientes que se
han develado los aportes de la neurociencia para dar una respuesta a esta y
otras interrogantes. Al respecto, Blakemore y Frith (2007, p.153) encontraron
que, las personas en “diferentes tareas que suponen deducir intenciones,
creencias y deseos de la gente activan tres regiones clave del cerebro social:
la corteza prefrontal medial, el surco temporal superior y los polos temporales
adyacentes a la amígdala”.
A pesar de que se han realizado
pocos estudios concluyentes, las autoras (Blakemore y Frith; 2007, p.153)
sostienen que la corteza prefrontal medial está implicada en el control de
estados mentales internos tanto del yo como de los demás. El surco temporal
superior es importante para reconocer y analizar movimientos y acciones de las
personas y el polo temporal tiene que ver con el procesamiento de las emociones.
Por otra parte, estudios
realizados por Rizzolatti (Iacoboni, 2009, p.29), han demostrado que el
cerebro humano tiene un área denominada
F5 en la cual se encuentran albergadas las
“neuronas espejo”, que son las que permiten, no sólo interpretar gestos de la
cara y cuerpo en las otras personas, sino que además, asienten vaticinar lo que
está pasando o va a pasar con base en la interpretación de estos. También,
según expresa Iacoboni (2009, p.30) las neuronas espejo nos permiten copiar los
comportamientos y emociones de las demás personas, de ahí que, todos hayamos
experimentado asombro, dolor o emoción al ver proyectadas estas emociones en
otras personas de la vida real o en películas.
Dentro de los hallazgos más
sobresalientes, según manifiestan
Blakemore y Frith (2007, p.237) es el hecho de que se ha demostrado que
se activan las mismas áreas del cerebro cuando estamos realizando una acción,
cuando la observamos en otros o cuando nos imaginamos que la estamos
realizando. Además, “las neuronas espejo que responden al empleo de
herramientas constituyen una prueba muy seductora para vincularlas con el
comportamiento imitativo, el cual es un poderoso mecanismo de aprendizaje”
(Iacoboni, 2009, p.47).
Todos estos hallazgos pueden, no
sólo explicar cómo el cerebro tiene ciertas áreas que permiten al niño, desde
el momento de su nacimiento, copiar e interpretar las caras, gestos y emociones
de las demás personas, así como el sentir empatía hacia estas, sino que hace un
aporte significativo a la educación, pues en pleno siglo XXI los docentes no
pueden ignorar la importancia que tienen las actividades lúdicas para que sean
imitadas por los estudiantes y generen aprendizajes más duraderos.
Aunado a esto, nos podemos
cuestionar de que no es necesario ejecutar un ejercicio para poderlo mantener
en la memoria, sino que tan sólo con recordarlo o reconstruirlo en la memoria,
estamos activando las mismas áreas del cerebro, por lo que se puede deducir que
este tipo de ejercicios mentales fortalecen las conexiones sinápticas necesarias
para mantener un aprendizaje en la memoria.
Por otro lado, estas
investigaciones permiten analizar el aporte que están realizando los medios de
comunicación en el aprendizaje de conductas tanto altruistas como violentas,
pues como lo manifiesta Iacoboni (2009, p.16), “las neuronas espejo también
pueden desempeñar un papel muy importante en la violencia imitativa, inducida
por la violencia de los medios”.
En síntesis, la lectura de las
caras, capacidad con la que nacen las personas en mayor o menor proporción, es
desarrollada gracias a áreas del cerebro como: corteza prefrontal medial, surco
temporal superior, polos temporales y las neuronas espejo. Estas permiten a las
personas interpretar, sentir y copiar emociones y comportamientos sociales de
los demás.
Estos descubrimientos dan nuevas
luces al sistema educativo y adultos para, a través de simulaciones, la lúdica
y modelos, puedan desarrollar en sus hijos o alumnos comportamientos que sean
socialmente aceptados, aprendizajes duraderos y se erradiquen todos los
comportamientos tanto en el hogar, institución educativa y medios de
comunicación que promuevan la imitación de conductas violentas. Ese debe ser el
norte a seguir en la participación guiada del siglo XXI.
Bibliografía
- Blakemore, S.J. y Frith, U. (2007). Cómo aprende el cerebro: Las claves para la educación. España: Ariel.
- Coll, C. y Martí, E. (2009). Aprendizaje y desarrollo: la concepción genética-cognitiva del aprendizaje.
- En J. Palacios, A. Marchesi & C. Coll (Coords.). Desarrollo psicológico y educación, Vol I: Psicología de la educación escolar ( Cap. 2, pp.67-88). Madrid: Alianza Editorial.
- Cubero, R. y Luque, A. (2009). Desarrollo, educación y educación escolar: la teoría del desarrollo y el aprendizaje.
- En J. Palacios, A. Marchesi & C. Coll (Coords.). Desarrollo psicológico y educación, Vol I: Psicología de la educación escolar ( Cap. 5, pp.137-155). Madrid: Alianza Editorial.
- During, I. (1990). Aristóteles: Exposición e interpretación de su pensamiento. México: Instituto de Investigaciones Filosóficas.
- Ferreyra, H. y Pedrazzi, G. (2007). Teorías y enfoques psicoeducativos del aprendizaje. Argentina: Noveduc.
- García, J. (2007). Leer en la cara y en el mundo. Barcelona: Herder (cap. 10 pp.411-443).
- Hernández Rojas, G. (1998). Paradigmas en psicología de la educación. México: Paidós.
- Iacoboni, M. (2009). Las neuronas espejo: Empatía, neuropolítica, autismo, imitación o de cómo entendemos a los otros. Uruguay: Katz Editores.
- Leontiev, A.N. (1981). The problem of activity in psychology. En J.V. Wertsch (coord.). The concept of activity in Soviet psychology. Armonk, N.Y: Sharpe.
- Papalia, D., Wendkos, S. y Duskin, R. (2005). Psicología del desarrollo: De la infancia a la adolescencia ( novena Edición). México: McGraw-Hill.
- Piaget, J. (1975). Psicología de la inteligencia. Argentina: Psiqué.
- Prieto, J. (1998). El estudio de la interacción educativa en el aula de educación infantil desde la perspectiva sociohistórico-cultural: Aportaciones actuales desde el concepto de zona de desarrollo próximo. Recuperado el 18 de noviembre de 2011 de: http://www.waece.org/biblioteca/pdfs/d045.pdf
- Rogoff, B. (1989). The joint socialization of development by young children. En Lewis M, y Feinman, S. (eds). Social Influences and Behaviour, New York: Plenun.
- Rogoff, B. (1993). Aprendices del pensamiento: El desarrollo cognitivo en el contexto social. España: Paidós.
- Santrock, J. (2005). Psicología de la educación. México: McGraw-Hill.
- Tudge, J. y Rogoff, B. (1995). Influencia entre iguales en el desarrollo cognitivo: perspectivas piagetiana y vigotskiana. En: Fernández, P. y Melero, M.A. (comp.). La interacción social en contextos educativos. Madrid: Siglo XXI.
- Vygotsky, L. (1988). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. México: Grijalbo.
- Wertsch, J. et al. (1997). La mente sociocultural. Aproximaciones teóricas y aplicadas. España: Fundación Infancia y aprendizaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
ÁNIMO: TODAS Y TODOS TIENEN LA PALABRA...COMENTEN...