VIOLENCIA SIMBÓLICA Y SISTEMA ESCOLAR EN
BOURDIEU
Lucía Acosta Martín
lucacosmar@gmail.com
Resumen
Los análisis realizados por el sociólogo francés Pierre
Bourdieu sobre la producción, el consumo y la circulación de los bienes
simbólicos nos alerta sobre las desigualdades existentes en el sistema escolar.
El éxito o fracaso de los niños en la escuela se encuentran determinados por
los rasgos culturales heredados en cada seno familiar; además, esta situación
se extiende a todas las demás esferas de la sociedad, siendo así que incluso la
capacidad de los individuos para disfrutar y apreciar las obras de arte aparece
como consecuencia de la acumulación de capital cultural por los mismos a través
de una distribución social desigual que les dota de los mecanismos simbólicos
necesarios para ello. Bourdieu destaca la importancia del capital simbólico,
analizado con profundidad en sus trabajos sobre la Cabilia argelina y recogidos
posteriormente en Esquisse d’une théorie
de la pratique. Afirmaba entonces que las prácticas persiguen siempre una
lógica económica. La reconversión del capital económico en capital simbólico
tendría, así, por objeto, producir relaciones de dependencia económicas ocultas
bajo la apariencia de relaciones morales, reconversión que se oficializará con
la aparición del título escolar.
Tras los estudios de la Cabilia Bourdieu dispondrá de
todo el material necesario para comenzar a dar forma a su Teoría de la Violencia Simbólica.
Junto a Passeron declara que la violencia simbólica es el arma con mayor
alcance en el mantenimiento del orden social. La describen como un tipo de
violencia que consigue la sumisión de aquellos sobre los que se ejerce sin que
éstos la perciban como tal violencia, y su ejercicio supone unos costes
elevadísimos. El título escolar se presenta entonces como institución
oficializada que sustituye a las anteriores relaciones de poder, anteriormente
instauradas de tú a tú, implantando así la legitimación y perpetuación del
orden social.
Palabras clave: Bourdieu, capital simbólico, violencia
simbólica, habitus, campo, Teoría de la Práctica.
Abstract
Studies
undertaken by French sociologist Pierre Bourdieu on the production, consumption
and circulation of symbolic goods alert us to the inequalities that exist in
the school system. Success or failure of children at primary school is found to
be determined by inherited cultural characteristics in each family unit. This
extends to all other areas of society including an individual’s ability to
enjoy and appreciate works of art which is a consequence of accumulated
cultural capital, distributed unevenly socially equipping them with the
necessary symbolic mechanisms for their appreciation. Bourdieu emphasizes the
importance of symbolic capital, analyzed it in depth in his works on the
Algerian Cabilia and described later in Esquisse
d’une théorie de la pratique. It states that these practices always pursue
economic logic. Reconversion of economic capital into symbolic capital would
thus aim to produce hidden economic relations of dependency under the
appearance of moral relations, reconversion made official with academic
qualifications.
After his
studies of the Cabilia, Bourdieu will have all the necessary material to begin
form to his Theory of Symbolic Violence. Alongside Passeron he declares that
symbolic violence is the weapon with the greatest significance in maintaining
social order. They describe it as a type of violence that obtains the
submission of those on which it is exerted without being perceived as such. That’s
how power relations are legitimized through academic qualifications, which were
previously established as equals, thereby introducing the legitimation and
perpetuation of social order.
Keywords:
Bourdieu, symbolic capital, symbolic violence, habitus, field, Theory of Practice.
La Teoría de la violencia simbólica en la obra del sociólogo francés Pierre
Bourdieu es el tema que va a ocupar la presente ponencia. En concreto, la
aplicación de dicha teoría a sus
estudios sobre sociología de la educación. Lejos de exponer aquí toda la larga
serie de trabajos realizados por el autor en el transcurso de su carrera
académica, quisiera centrarme en aquellos más directamente relacionados con la
problemática en torno a las desigualdades existentes en el sistema escolar. Y es
que lejos de asumir el punto de vista de la teoría funcionalista de la igualdad
de oportunidades en el seno educativo, Bourdieu alude más bien a un
funcionalismo crítico que descubre otros factores decisivos a la hora de
obtener buenos resultados académicos, factores tales como los sociales o los
familiares[1].
No basta, entonces, con reducir las causas del éxito o fracaso escolares a
factores individuales como el esfuerzo. Elementos como la clase social y el
capital cultural heredados en el seno familiar, van a imponerse con fuerza
constituyendo lo que Bourdieu planteará más tarde como los cimientos de la
reproducción social de la cultura dominante.
El capital simbólico juega un papel crucial en la
formulación de su teoría de la reproducción. Para un correcto tratamiento del
término es necesario aludir por un momento a los tempranos estudios en torno a la Cabilia argelina. Es
entonces cuando, a partir del caso práctico del contrato matrimonial -en el
cual nos detendremos un momento- establece Bourdieu que las prácticas persiguen
siempre una lógica económica. Afirma que la reconversión del capital económico
en capital simbólico tiene como objeto producir relaciones de dependencia
económica ocultas bajo la apariencia de relaciones morales. En los estudios que
realiza destaca la importancia de la posesión, por parte de los intermediarios
del contrato matrimonial, de capital simbólico, un capital que en este caso se
traduce en prestigio y fama de desinteresados, de “hombres de buena fe”. Sólo
con ese capital simbólico se llevará a buen término el contrato, siendo así
necesario invertir grandes dosis de capital económico, cultural o social para
obtener a cambio este tipo de capital intangible pero tremendamente efectivo.
En Esquisse d’une théorie de la pratique
(1972), traducido al español como Esbozo
de una teoría de la práctica[2],
así como en La Reproducción,[3]
Bourdieu lleva a cabo un análisis detallado de estas cuestiones. Los hombres
luchan y ponen en marcha una serie de estrategias para obtener la mayor cantidad
posible de capital simbólico, pues con él, ya vemos, se asegura la buena marcha
del contrato matrimonial. Pero obtener dicho capital conlleva, como decimos,
todo un trabajo constante de inversión y exhibición de capital económico,
social y cultural. Se trata de exhibirse públicamente como poseedores de los
citados tipos de capital, pues en la sociedad Cabilia
prevalece el “qué dirán”, la opinión general tiene el poder de enaltecer o
humillar la reputación de sus habitantes, reputación que de resultar perjudicada
puede llevar a la afrenta pública, considerada el peor de los castigos en una
sociedad donde el control se ejerce por medio de la opinión. Este
trabajo constante para reconvertir el capital económico en el capital simbólico
que posibilite la plena inclusión en el sistema, no verá su fin hasta la
aparición del título escolar, el cual, en tanto que instancia oficializada,
concentra en sí mismo una importante carga de capital simbólico que hará de
quienes lo posean ostentadores de prestigio por todos reconocido sin tener que
invertir capital económico o promover determinadas estrategias incesantemente.
La escuela, entonces, como institución encargada de otorgar
el título, va a ser una pieza fundamental en el sistema reproductor de la
estructura social. Muy al contrario de aquellas teorías que defienden que la
escuela enseña la cultura general de la sociedad, Bourdieu sostiene la idea de
que se trata de una institución consagrada a la enseñanza de la cultura
concreta del grupo o la clase dominante. Al enseñar una arbitrariedad cultural,
esta institución se vuelve un instrumento de reproducción de la dominación, o
lo que es lo mismo, la escuela ejerce violencia simbólica. Selecciona un
sistema de prácticas sociales propias de una clase social determinada y
presenta los valores y reglas propios de esa clase concreta como universales.
Es conveniente, antes de continuar, aclarar lo que el autor
va a entender como violencia simbólica. Al igual que la violencia explícita o
declarada, la violencia simbólica consigue retener indefinidamente al otro. Se
trata de un tipo de violencia que resulta tan efectiva como la manifiesta pero
que, sin embargo, resulta irreconocible, pasa desapercibida por aquellos sobre
los que es ejercida. Hablamos, pues, de un tipo de violencia censurada y
eufemizada, irreconocible aunque reconocida (acatada), pero perfectamente
efectiva en la práctica. El
paso de un tipo de violencia declarada o abierta a esta otra forma más solapada
o velada es simple en sus principios. Y es que la manifestación abierta de la
violencia, de la intención de dominio de uno sobre otro, se encuentra censurada
socialmente, de tal suerte que la única forma en la que puede actuar sin ser
reprobada es disfrazándose, enmascarándose, dejando de ser declarada para pasar
a ser encubierta. Así pues, tenemos el paso de una violencia manifiesta a otra oculta
e invisible cuyas posibilidades de éxito son infinitamente mayores, inversamente
proporcionales, si se quiere, al rechazo y denuncia social de la primera. En Raisons pratiques Bourdieu la define como una
“violencia que apoyándose en <<expectativas colectivas>>, creencias
inculcadas socialmente, extorsiona y somete a los sujetos a sumisiones que no
son percibidas como tales. Al igual que la teoría de la magia, la teoría de la
violencia simbólica reposa sobe una teoría de la creencia o, mejor dicho, sobre
una teoría de la producción de la creencia, del trabajo de socialización
necesario para producir a agentes dotados de esquemas de percepción y de
apreciación que son los que permiten percibir y obedecer las conminaciones
inscritas en una situación o en un discurso”.[4]
En los estudios realizados junto a Jean Claude Passeron[5],
Bourdieu va a declarar que la violencia simbólica constituye el arma con mayor
alcance en el mantenimiento del orden social. Los autores la definen como un
tipo de violencia que consigue la sumisión de aquellos sobre los que se ejerce
sin que éstos la perciban como tal violencia. Su realización tiene lugar sobre
los agentes con el consentimiento de éstos, un consentimiento inconsciente, ya
que obra sobre ellos con su propio beneplácito. Es así como los actores
sociales pasan a ser cómplices de la situación de subordinación en la que se
encuentran. Al tratar de justificar su propia existencia social, favorecen el
ejercicio de la violencia simbólica. Bourdieu lo ejemplifica con la carrera por
la obtención del título, donde los agentes entran a formar parte en la
competición por el título escolar sin percatarse de que se trata de un juego
puesto en marcha por el mismo sistema de dominación que persigue su propio
mantenimiento, reproducción y perpetuación. Así las cosas, las relaciones de
poder que antes se instauraban entre personas (de tú a tú), pasan, a través de
un proceso de oficialización y de institucionalización, a instaurarse en la
objetividad misma, esto es, en el título.
La violencia simbólica no hace referencia a una violencia
psicológica en oposición a un tipo de violencia física. Se trata más bien de
una violencia que afecta igualmente al cuerpo, que va dirigida hacia éste. Su
característica principal es la invisibilidad que la hacer ser acatada sin más;
al no ser reconocida como violencia, la acción que ejerce pasa desapercibida y,
así, legitimada. Podemos decir entonces que la institución escolar ejerce violencia,
propiciando el éxito de unos y dando al traste con el de otros. Y la forma en
que lo hace es implícita, si bien ya no lo hace mediante la violencia
explícita, la violencia física propiamente dicha. Tiene lugar en la Escuela un difícil proceso
por el que esa violencia explícita acaba metamorfoseándose en violencia
simbólica, implícita, invisible pero igualmente contundente y efectiva. Un
proceso costoso que exige mucho tiempo, trabajo y esfuerzo, pero que finalmente
da sus frutos manteniendo a los dominados o clases sociales desaventajadas en
esa posición inferior como por arte de magia. Los de arriba continuarán arriba
dejando a los de abajo donde están y todo aceptado como un orden natural.
Lo que esta constatación pone de manifiesto es que el fin
de la violencia en la escuela predicado por los seguidores de la Nueva Pedagogía
anti-autoritarista aún está muy lejos. Y es que hablamos de que el éxito o
fracaso de los niños en el ámbito escolar no depende exclusivamente de las
capacidades intelectuales y de mérito, sino de la posesión o no, de partida, de
un capital simbólico heredado. La promulgada igualdad formal encierra grandes
dosis de violencia difícilmente perceptible al encontrarse naturalizada bajo la
forma de un saber objetivo.
La Escuela es, dice Bourdieu, la
Institución por excelencia encargada de la internalización de
la historia colectiva o historia oficial, historia ésta que ha sido conformada
en última instancia por un conjunto de supuestas verdades o de dogmas
filosóficos que habrían pasado a formar parte de la sociedad a través de
creencias culturales fuertemente arraigadas. En efecto, Bourdieu achaca a la
tradición filosófica el haber impuesto una serie de mitos que han provocado la
aparición de dicotomías sociales que han acabado por dividir el mundo en dos:
blanco/negro, arriba/abajo, luz/oscuridad… otorgando significación positiva los
primeros y negativa los segundos, y que vendrían a asegurar la perpetuación de
las desigualdades sociales: ricos/pobres, inteligentes/no inteligentes,
aptos/no aptos, dominantes/dominados.... Lo que el autor califica de ficciones
de la tradición filosófica aparece entonces como la causa de la legitimación de
la dominación. Y
es en la Escuela,
dice Bourdieu, donde el proceso de internalización de esa historia colectiva,
oficial, basada en esas “verdades” que dividen el mundo, alcanza su mayor
eficacia.
RACISMO DE LA INTELIGENCIA
Entra en juego el arma más contundente cuando de ejercer
violencia se trata: la razón. Ésta, al servicio del poder, constituye el mayor
y más eficaz instrumento de dominación. Su contundencia procede precisamente
del hecho de que se manifiesta como capital simbólico. El poder ejercido por
medio de la racionalidad es, dice Bourdieu, la forma suprema de la violencia
simbólica. En la escuela podemos ver claramente cómo el mito del <<don
natural>> y el racismo de la inteligencia funcionan veladamente como ejes
activos puestos en marcha en nombre de la racionalidad y universalidad, ejes
que van a determinar quiénes serán incluidos y quiénes excluidos del ámbito
escolar, proceso por excelencia de selección que persigue la continuidad de la
propia clase dominante. El fracaso escolar se relaciona directamente con la
carencia de capacidades para el estudio y más concretamente con la carencia de
facultades intelectuales, la no inteligencia. Por el contrario, el éxito es
sinónimo de inteligencia. No cuentan las condiciones sociales de acceso al
terreno académico, sólo importa cuáles sean los resultados.
En Cuestiones de
sociología Bourdieu hace referencia al racismo de la inteligencia como uno
de los tipos de racismo más imperceptibles. Por su invisibilidad pertenece al
tipo de los desapercibidos, pero su efectividad es muy alta. Es, como señala
Bourdieu, un racismo de la clase ostentadora de poder, o racismo pequeño
burgués, que utiliza como método de reproducción la transmisión del capital
cultural. Por medio de la naturalización de ese capital heredado las clases
dominantes justifican su dominio. El título escolar entra en juego como una
pieza fundamental a la hora de asegurar la inteligencia de esa clase dominante.
Éste garantiza su superioridad, pues sólo los más capacitados pueden acceder a
los títulos que funcionan como “garantía de inteligencia”. La misma clase
dominante pone en marcha este mecanismo por
el cual se auto-justifica como superior. Concede títulos a los más
privilegiados, que no son otros que ellos mismos. Este racismo se hace
“irreconocible”, invisible o implícito, por medio de un proceso de
eufemización, de atenuación a través de un discurso científico que lo justifica
y fundamenta su poder. Y es que el discurso científico, además de ser el
discurso dominante legitimado, encuentra su fundamento en la ciencia: “cuando
la inteligencia es lo que legitima para gobernar, el gobierno se pretende
fundamentado en la ciencia y en la competencia <<científica>> de
los gobernantes”[6].
Privilegio de los estratos más altos de la sociedad, la ciencia legitima el
ejercicio del poder de estas clases favorecidas relegando a la exclusión a los
individuos de los estratos sociales más bajos. Los gobernantes serán, pues,
quienes se encuentren entre las clases altas.
TEORÍA DE LA
PRÁCTICA
Es el predominio del discurso teórico que rompe con la
acción histórica el que impone la separación tajante entre la teoría y la
práctica estableciendo una distancia insalvable entre ambos y dando al traste
con toda posibilidad de realización de un racionalismo, dice Bourdieu,
realista, esto es, acorde con la realidad práctica.
Bourdieu construye, así,
su teoría de la práctica para arrojar una nueva luz sobre la teoría de
la acción.[7]
Para ello partirá de los conceptos de habitus, campo y capital. El habitus hace
referencia a las disposiciones fruto del condicionamiento social que se
encuentra relacionado, a su vez, con la posición ocupada en el entramado
social. Tal y como señala Véronique Mottier en su artículo “Masculine Domination. Gender and power in Bourdieu’s Writings”,[8]
las prácticas sociales generan pensamientos, acciones y percepciones cuya
libertad se encuentra limitada por aquellas condiciones históricas y sociales
de su producción. De este modo, hablamos del habitus como de un sistema de
disposiciones perdurables, de “estructuras estructuradas” y “estructuras
estructurantes”. Los individuos ponen en juego estrategias profundamente
arraigadas en la estructura buscando maximizar los bienes materiales y
simbólicos. La interacción entre los habitus de los agentes y la relación que
éstos mantengan con las diferentes formas de capital es lo que va a determinar
el lugar que ocupen dentro de los diferentes campos. La manera en que Bourdieu
entiende la sociedad es, pues, como un conjunto de campos semi- autónomos, como
pueden ser el académico, el religioso o el de la producción cultural, regulados
cada uno por unas leyes específicas, diferentes a las de los demás, en el que
tienen lugar luchas por alcanzar el capital ya sea económico, cultural, social
o simbólico. Los agentes actúan reproduciendo las reglas de cada campo. No
obstante, Bourdieu niega que esto pueda volver previsibles las acciones de los
mismos. Existe, dice, un espacio para la imprevisibilidad, para la incertidumbre. Y
es la imposibilidad de conocer la reacción ante una acción concreta la que va a
permitir a los agentes desarrollar, poner en práctica, sus propias estrategias.
Esto es lo que denomina la imprevisibilidad relativa de respuestas posibles.[9]
Así pues, las disposiciones del habitus se encuentran
encarnadas en los cuerpos concretos, situados, a su vez, en campos sociales
específicos y temporales. Pero los sujetos de la concepción bourdieusiana,
señala Mottier, no son ni agentes autónomos ni agentes determinados. En esta
situación, los agentes son parcialmente cómplices de la dominación simbólica a
la que se ven sometidos.
Bourdieu lleva a cabo un análisis de las relaciones
existentes entre la estructura y la agencia donde las prácticas simbólicas
adquieren una cada vez mayor relevancia para la comprensión del entramado
social. Trata de sobrepasar la oposición objetivismo/subjetivismo a través de
una perspectiva praxeológica ofreciendo así una nueva caracterización de la
teoría de la acción. Una
estructura conceptual que pone de relieve importantes aspectos para abordar la
dominación.
El autor va a confiar en el carácter
científico de la sociología para desentrañar la compleja red de relaciones del
mundo social, donde la lógica del poder ocupa, como vemos, un lugar destacado.
La sociología tiene según él la capacidad de desnaturalizar las desigualdades,
de indagar en el origen de éstas destapando una realidad marcada por la
imposición de una cultura concreta, de unos valores y parámetros sociales
determinados sobre el resto, con la consecuente dosis de violencia que esto
supone. La cultura que ostenta el poder se impone sobre las demás culturas
acallando cualquier sospecha mediante el proceso de naturalización de las
desigualdades consecuentes de esa imposición. Así pues, la tarea primordial de
la sociología será la de esclarecer las relaciones sociales, tratar de
dilucidar cómo funcionan las relaciones de dominio para poder derribarlas,
acceder al conocimiento de la sociedad con el objetivo de desnaturalizar las
injusticias que se suponen inevitables cuando en realidad son el producto de un
proceso histórico determinado y, sobre todo, interrogarse a sí misma, lo que el
autor denomina el socioanálisis. Éste consiste, entonces, en que el sociólogo o
investigador que va a investigar el mundo social debe comenzar por investigarse
a sí mismo, preguntarse cómo construye el objeto que estudia y preguntarse
también sobre el lugar que ocupa tanto en el campo académico como en el campo
social de los que procede, puesto que ambos son claves en la visión que va a
adoptar a la hora de analizar cualesquiera sociedades.
Frente al dualismo objetivismo/subjetivismo Bourdieu
propone, así, como método de análisis una teoría que sintetice ambas posturas.
No considera que se trate de teorías tan opuestas, ambas participan de una
fuerte dosis intelectualista que impide ver la situación real y que sustenta
los mitos que garantizan la dominación. Mantener semejante distinción no hace
más que poner trabas al trabajo sociológico de derribar tales mitos y, por lo
tanto, impedir el conocimiento de la sociedad. Bourdieu
coge algo de ambas teorías, considera que hay algo en cada una de ellas que es
aprovechable: existen estructuras objetivas que son las que organizan las
prácticas y las representaciones sociales al margen de los agentes y, por otro
lado, la subjetividad de esos agentes, sus esquemas de pensamiento y acción, son
construidos socialmente. El agente, además, es activo, pues a través de sus
prácticas construye el mundo social.
Asimismo son centrales en Bourdieu las dimensiones
relacional e histórica. Concibe la realidad social como un entramado de
relaciones objetivas invisibles e independientes de la conciencia y la voluntad
de los agentes. Y se distancia del estructuralismo al entender que son las
luchas históricas las que han hecho que los agentes ocupen las diferentes
posiciones dentro de cada uno de los campos, luchas históricas que se hallan
inscritas en los cuerpos y que forman parte del habitus de los agentes. Bourdieu no concibe la sociología separada
de la historia y viceversa, ambas han de ir unidas.
Bourdieu va a conceder, así, especial relevancia a la investigación
empírica. No concibe una investigación sin un contenido empírico. Y aspira a la
construcción de una sociología científica que no deje de lado cuáles son
aquellas condiciones sociales en las que se produce el conocimiento. El
investigador ha de tener en cuenta que sus análisis van a estar condicionados
por factores tales como su origen: la clase social de la que procede, el sexo o
la etnia a los que pertenece, etc.; el puesto que ocupa dentro del campo
académico concreto en el que se sitúa; y, además, cuáles son las categorías que
utiliza para pensar la realidad, fundamentales a la hora de determinar su grado
de imparcialidad ante según qué cuestiones. Todo esto permitirá un análisis
atento que aspire a desvelar las desigualdades que permanecen ocultas en la
sociedad, esto es, las condiciones históricas que son las que permiten al grupo
dominante establecer sus intereses como si fuesen los intereses generales o
universales de la razón. Es
así que hablar de universales, ya sea
éticos, políticos, estéticos o de otro tipo es hablar de conquistas históricas
que han visto la luz tras numerosas luchas y conflictos entre los seres humanos
y no de estructuras universales, absolutas y atemporales. De lo que se trata,
entonces, es de que de las conquistas históricas se beneficien todos los seres
humanos y no sólo unos cuántos privilegiados que ostentan el poder.
BIBLIOGRAFÍA
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de sociología, Istmo, Madrid.
BOURDIEU, P (1980): Le sens pratique, Éditions de Minuit,
Paris.
BOURDIEU, P. (1979): La distinction, critique sociale du judgement, Les éditions de
Minuit, Paris.
BOURDIEU, P., PASSERON, J.C (1970) : La reproduction, Éditions de Minuit,
Paris.
FLACHSLAND, C. (2003): Pierre Bourdieu y el capital simbólico, Campo de Ideas, Madrid.
MOTTIER, V. (2002):
<<Masculine domination. Gender and power in Bourdieu’s writings>>, Feminist Theory, vol. 3(3): 345-359.
VÁZQUEZ GARCÍA, F.
(2002) : Pierre Bourdieu. La sociología como crítica de
la razón, Montesinos.
[1] Bourdieu, P, Passeron, J. C (1985): Les héritiers, les étudiants et la culture,
Éditions de Minuit, Paris.
[2] Bourdieu, P (1972): Esquisse d’une théorie de la pratique, Éditions du Seuil, Paris.
[3] Bourdieu, P, Passeron, J. C (1970): La reproduction, éléments pour une théorie
du système d’enseignement, Éditions de Minuit, Paris.
[4] Bourdieu, P (1994): Raisons pratiques, sur la théorie de l’action, Éditions du Seuil,
Paris, p. 188.
[5] Bourdieu, P, Passeron, J. C (1970): La
reproduction, éléments pour une
théorie du système d’enseignement, Éditions de Minuit, Paris.
[6] Bourdieu, P. (2000): Cuestiones
de sociología, Istmo, Madrid, p. 263.
Bourdieu,
P (1990): The logic of Practice, Cambridge University Press.
[8] Mottier, V (2002), “Masculine
Domination. Gender and power in Bourdieu’s Writings”, Feminist Theory, vol. 3(3): 345-359.
[9] La Sociología
bourdieusiana ha sido frecuentemente criticada de determinista. Según esta
postura, los sujetos están abocados a poner en práctica aquello que dicta su
habitus. No obstante, Bourdieu afirma lo contrario: a pesar de lo que dicta
nuestro habitus, los actores sociales podemos modificar las estructuras. Hay,
pues, lugar para lo nuevo, idea de originalidad.
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