MUJERES, FEMINISMO Y PODER
Celia Amorós
El
punto de partida de mi intervención, creo que compartida por todas las
presentes, es que las mujeres debemos tener poder. Es importante señalarlo,
porque elimina otro tipo de discusiones, del estilo de si el feminismo debe
vivir de espaldas al poder, debe ser contra-cultural o marginal, etc.
Por
tanto, el problema que se plantea aquí y por el que habéis solicitado mi
intervención es otro: cual debe ser la relación del feminismo con el poder, sin
cuestionar que debe existir dicha relación. Esto implica plantearse
obligadamente, la relación del poder con las mujeres y por consiguiente la
relación de éstas con el feminismo.
Y
al fondo de estas preguntas, es obligado reflexionar sobre el significado de la
propia palabra poder, porque poder no es un término unívoco: puede significar
muchas cosas.-puede ser entendido de muchas maneras.
Tal
vez, descendiendo a niveles más concretos,
la disyuntiva podría plantearse en estos términos: ¿Estamos hablando de
una presencia mayor de mujeres en el poder, bien sea a través de los partidos
mediante el sistema de cuotas o en las instituciones a
través de plataformas?.
¿O
nos queremos referir a la Integración del Movimiento Feminista como tal?
¿Son
estas las únicas posibilidades?
¿Las
contemplamos como excluyentes o como complementarias? Y en este caso, ¿cual es
el orden de prioridades?
Quizá, el primer punto de discusión será si tiene o
no un sentido feminista en si mismo el hecho de que ha haya más mujeres en el
poder:
Es decir si el hecho de que haya un mayor
equilibrio en las posiciones de poder de ambos colectivos, masculino y
femenino, tiene un sentido emancipatorio para el conjunto de las mujeres.
Independientemente de la mayor o menor conciencia feminista de aquellas que
acceden a los cargos.
Para
el feminismo, ¿es o no indiferente, o no demasiado relevante al menos el hecho
de que el genérico mujer tenga una mayor presencia en todos los ámbitos de toma
de decisiones en las esferas social, política y económica?
¿Tiene
o no de por si este hecho un sentido feminista? ¿Cual seria ese?
Junto
a esto, podríamos planteamos la participación del Movimiento Feminista como tal
o bien como potente grupo de presión, o bien actuando dentro de las
instituciones. ¿O deberían ser ambas cosas?
¿Como
estarían coordinadas, y en qué se debería poner mayor énfasis?
Podríamos
empezar con unas consideraciones teóricas sobre el primer aspecto de la
cuestión: si el hecho de que entre el colectivo de los varones, entre el
género-sexo masculino y el femenino las relaciones de poder logren cierto
equiparamiento - sean o no feministas las mujeres que se integran - es deseable
en si mismo desde un punto de vista feminista. Sería quizás el primer punto.
¿Qué
querría decir que ello tiene un sentido feminista? Entendemos que es feminista
si es emancipatorio o al menos virtualmente emancipatorio para el conjunto de
las mujeres, para el conjunto del genérico femenino.
Pues
bien, quizás no es el desiderátum máximo del feminismo (nosotras querríamos que
además, fueran feministas, querríamos que, además, tuvieran una absoluta
clarificación en ese sentido). Pero no estamos hablando de máximos sino de si
al menos, eso tiene un sentido feminista mínimo o virtual.
Yo
creo que sí tiene un interés positivo para el feminismo y que es, al menos,
virtualmente feminista el hecho de que haya más mujeres en el poder. Es decir,
el hecho de que la especie humana sea más equipotente como diría Amelia
Valcárcel de que esté en una situación más cercana o más tendente a la igualdad
en cuanto a los dos géneros-sexo, creo que ya de por si es un objetivo
éticamente deseable y emancipatorio.
Éticamente
deseable en tanto en cuanto apunta a la igualdad, la tendencia a la igualdad al
menos. Igualdad en el sentido de equipotencia. Voy a emplear aquí la palabra en
el siguiente sentido (porque, como poder se dice de muchas maneras, voy a
tratar de emplearlo en un sentido preciso, dentro de lo que cabe): Sería algo
así como capacidad de incidir sobre el mundo o de afectar lo exterior en mayor
medida o al menos no en menor medida de lo que uno/a es afectado/a. Tomo esta
definición de poder de Espinoza: así es como Espinoza en su Ética
definía la palabra potentla, poder
como potencia es decir, capacidad de actuar incidir y afectar en lugar de ser
afectado.
Evidentemente,
todos en nuestras vidas y en nuestra inserción social tenemos una determinada
capacidad de afectar de incidir sobre lo que nos rodea -tanto personas como
cosas-. De incidir en un sentido oprimente o no (en principio no se prejuzga si
esta incidencia puede ser oprimente para los demás o no; eso ya sería un
calificativo moral que vendría a posteriori; de momento se trata de en qué
medida afectamos o somos afectados). Entonces, diríamos que una persona tiene
poder si al menos no es afectada en mayor medida de lo que puede afectar su
entorno a personas y cosas. Y diríamos que una persona es impotente si se ve
afectada y, en cambio, su cuota o posibilidad de afectar o de incidir es nula,
es mínima.
Emplearé
en este sentido la palabra poder como potencia y, por lo tanto la palabra
equipotencia obviamente, la emplearé como igualdad de poder, como la misma
capacidad por parte de dos sujetos, individuos o colectivos, de afectar en
mayor medida que son afectados. La equipotencia, según esta definición
aproximativamente al menos, se produciría como situación ideal en la cual
hubiera un tipo de interacción en la cual algunos sujetos, bien fueran
individuos o colectivos, fueran afectados sólo en la misma medida en que
pudieran a su vez afectar: ésta seria una-situación ideal de equilibrio donde,
por lo tanto nadie prevalecería sobre nadie ni nadie podría oprimir a nadie,
puesto que tendría tanta capacidad de afectar al otro como de verse afectado.
Una
capacidad absoluta, dentro de un sistema de interrelaciones, de afectar sin ser
afectado seria una posición de poder absoluto. No existe jamás esta posición de
poder absoluto por parte de nadie; ni siquiera el poder más absoluto que se
haya podido concebir en la historia ha sido nunca un poder no compartido. Como
dice Foucault, el poder es difusivo, contra lo que parece.
Cuando
se dice en la historia que existe un poder muy concentrado, es porque ha
existido, de algún modo al menos una previa difusión o una red grande, en
definitiva, de consenso en cuanto a complicidades que ese poder ha creado,
prebendas que ha distribuido, hipotecas o clientelas que ha organizado en torno a él.
Cuando
se habla de poder absoluto o de concentración de poder vale como manera de
hablar. Pero el poder nunca es de un sólo individuo: los poderes siempre los
son de grupos, de redes o de sistemas de pactos, y el poder es tanto mayor
cuanto más difundido está, cuanto en mayor medida ha creado una red de
difusividad. El poder no es una esencia ni algo que se tiene no es una
substancia, sino una red de relaciones; pertenecería más bien que a la
categoría de substancia como si estuviera esencialisticamente quieto en un
punto, a la categoría de relación. Crea relaciones a su vez, metaestables
relaciones que transitan, relaciones difusivas; seria un sistema pero
metaestable, por eso precisamente es tan difícil exactamente de apresar de
localizar sus centros de Imputación; creemos saber donde están, pero a veces no
están donde parece, están desplazados, están en otro punto.
El
poder es así una red metaestable de transitividad, de difusividades y. por
mucho que se hable de concentración de poder, en ultimo termino podríamos decir
que es, como en un efecto óptico, la proyección de ese sistema en un foco
virtual, pero sobre todo es una manera de hablar. Por ejemplo creemos que
Felipe González tiene un gran poder; bueno
lo tiene pero porque le sustenta todo lo que le sustenta.
Entendido
así, el poder es siempre poder de
colectivos: no es nunca poder de individuos no hay poder individual. El individuo atomizado suelto no tiene poder. ¿Por qué no lo tiene?
Aquí introduciríamos una idea sartreana (de Sartre); bueno es sartreana y de
sentido común en último término si se quiere: Se tiene tanto menos poder
cuantas más posibilidades existen de que sean alterados los resultados de
nuestras objetivaciones en la realidad, o de que se vea alterado aquello que
nosotros hacemos cuando ésa se plasma en la objetividad, sea en la sociedad,
sea en una obra sea en cualquier otra cosa. Por eso, las acciones aisladas
alteradas en función de la acción de las demás en una gran medida, tienen tan
escaso poder. Podríamos decir que la soledad, en el límite, equivale a la
impotencia. Si una cosa la hago yo sola,
el resultado de mi acción se escapa porque, lógicamente, sobre esa
acción van a incidir las acciones de todos los demás desvirtuándola alterándola
desviando su curso, es decir reduciendo a la impotencia el resultado de mi
acción: eso es algo tan obvio como lo de "la unión hace la fuerza". Cuanta
más gente hay en un grupo y más apretada
es su cohesión, más poder tiene pues, al actuar todos en un mismo sentido, la
posibilidad de que sean alterados los resultados do esa acción son mínimos:
siempre hay menores posibilidades de alterar el resultado de una acción
colectiva sobre todo cuanto más amplio sea ese colectivo, que de alterar los
resultados de la acción de un individuo o individua.
Por ello el poder, siempre es poder de grupo.
Y es, al mismo tiempo, tanto más poder de grupo, cuanto más cohesionado por
pactos está un grupo. Cuanto en mayor medida se puede decir que ese grupo es un
espacio de iguales, y vaya emplear aquí la palabra "iguales" en el
sentido de espacio de pares, no de espacio igualatorio en el sentido
democrático de que todos tendrían exactamente el mismo poder, sino en un
sentido más laxo: es decir, si todos no tienen en realidad el Mismo poder,
pueden al menos, poder. O sea, son contemplados
como posibles o virtualmente sujetos de poder.
Desde
ese punto de vista se podría decir que el género sexo masculino es un espacio
de pares. Un espacio de pares, no porque en él impere precisamente la justicia
distributiva obviamente no es el caso, y seria un disparate decir que todos los
varones tienen el mismo poder: nada más lejos de mi intención que decir no ya
semejante inexactitud sino un palmario disparate -. Pero sí en el sentido
siguiente: todo varón percibe a otro varón como a alguien que, si no puede,
puede al menos poder decir, que siempre puede tomar con relevo, darle una alternativa.
Pertenece digamos, al genérico que tiene el poder en cuanto algo que
corresponde, por derecho propio, al genérico, y eso no se cuestiona: como el
genérico, luego, se lo distribuya, es ya otra cuestión.
Podemos
ver un ejemplo importante en las luchas de clases, las distintas formas en que,
históricamente, ello se haya podido configurar, evidentemente. Los varones de
las clases sociales hegemónicas o dominantes saben que los varones de las
clases sociales dominadas pueden poder: hasta los esclavos pueden organizar una
revuelta de esclavos, los de la oposición pueden tomar en un sistema
democrático - obviamente, ya está formalizado - su relevo en el poder político.
Vemos
otro ejemplo en lo que podríamos llamar los turnos diacrónicos, a través del tiempo
genealógico o de padres a hijos. Los varones jóvenes saben que relevarán a los
viejos en un momento dado, y puede haber, hay, sus tensiones generacionales;
evidentemente, las generaciones se definen en buena medida por quienes se
consideran pares, y hay tensiones generacionales en Mayo del 68, al menos en
buena medida, (no digo que ésta sea una línea única de diagnóstico, pero si que
no se puede ignorar una tensión generacional muy fuerte por el poder). Cuando
se dice “la imaginación al poder" no se quiere decir nada en abstracto, se
quiere decir: los jóvenes no vamos a esperar nuestro turno de la manera ni de
acuerdo con el esquema en que lo tenéis previsto vosotros, los varones
mayores…“ Profesores, nos envejecéis”,…toda
la retórica del Mayo del 68 está cargada, aparte de otros contenidos de su
reivindicación – de conflicto generacional por el poder.
Entre los
varones, por tanto, se contempla,
tanto, podríamos decir, desde el punto de vista sincrónico, como desde el
genealógico, la posibilidad del relevo.
El patriarcado es precisamente un sistema de progenituras, un sistema de legitimar al sucesor, de
separar al bastardo, pero el bastardo. . ., el impostor siempre puede usurpar,
siempre puede venir a tomar el poder, en oblicuo, aquél al que no le tocaba por
la línea legítima, aunque sea el benjamín: la historia está llena de ejemplos
(la película Ran).
El
patriarcado está siempre cargado de esa épica: el impostor que puede tomar el
poder del hijo legítimo. En el caso de la diacronía se ve muy claro: el que no
es sucesor legítimo puede poder, en cualquier caso. Oblicuamente, puede ser el
impostor o el usurpador, y si lo vemos en términos de grupos en conflicto, de
clases sociales que tienen posiciones antagónicas en el modo de producción,
también los desheredados, en un momento dado, y aunque sea paranóicamente,
percibidos, pueden poder también. Lo vemos en países y en, situaciones racistas; en países colonizados,
la paranoia de los dominadores siempre es que el varón dominado puede poder: en
un momento dado los indígenas te la pueden dar por la espalda: es más. esa
percepción suele ser paranoica: se cree que el otro puede poder más de lo que
en realidad, muchas veces incluso, puede poder, dependerá de las situaciones.
etc. Bueno, quizás no valga la pena ahondar más en ello, pero, desde este punto
de vista, se puede decir que hay entre los varones un pacto interclasista, en
el sentido en que habla de este tipo de pactos Heydi Harman en un articulo, que
seguramente conocerá todo el mundo, (salió en Zona Abierta sobre “el desdichado
matrimonio de marxismo y feminismo"),en que daba una definición de
patriarcado que yo creo que es la más operativa: como una especie de sistema de
pactos interclasistas (metaestables) entre los varones.
Yo añadiría lo de los pactos
interclasistas metaestables precisamente porque no tienen un carácter
conspiratorio, ni fijado de una vez para siempre; no se trata obviamente, de
que se sienten a conspirar: En un momento dado puede prevalecer un pacto
interclasista si se trata de controlar al conjunto de las mujeres, puede
prevalecer ese puente interclasista por encima de los conflictos de clase. y en
otros casos puede no ser así: por eso, ese pacto puede tener una tensión
sintética mayor o menor según distintas coyunturas, situaciones según la
presión o no presión del colectivo de las mujeres. La autora ponía como un
ejemplo muy significativo. el salario familiar como particularmente ilustrativo
del carácter de un pacto patriarcal interclasista. El patriarcado, desde ese
punto de vista, ilustrada esta idea de que el poder transita, y no es que no
esté en ninguna parte, sino que transita de forma metaestable a través de un
pacto interclasista entre todos los varones que, a título de sexo-género. son
los titulares legítimos del poder y los que, por lo tanto, pueden poder, están
esperando su turno, están acechándolo o. al menos, así son percibidos por
quienes lo están ejercitando.
Entonces,
desde ese punto de vista podríamos decir que el colectivo masculino es el
espacio de los pares o de los iguales, en el sentido de que al igual "se
le echa un pulso simbólico": siempre sé que me la puede jugar, trato de
pactar con él precisamente porque es mí
igual, con los no iguales no se pacta.
En
cambio el colectivo, el sexo-género femenino tiene como característica -digo
todo esto con un esquematismo en el que habría que matizar infinitas cosas,
pero podríamos darlo por bueno como esquema analítico para echar a andar.
aparecer, por el contrario, como el
colectivo de la impotencia. Ante todo. “la mujer" no es percibida,
(no las mujeres, y si digo la mujer digo bien) como individualidad. Las mujeres
siempre somos ejemplificaciones irrelevantes de "la femineidad" o de
"lo femenino", como ocurre siempre en un colectivo donde no se 1uega lo importante, donde no se juega lo
prestigioso y donde no se juega, en definitiva, el poder. Por ejemplo, el otro
día se comentaba, en un tinglado de estos de sexismo en la enseñanza, que las
maestras aprenden muy rápidamente los nombres propios de los alumnos varones de
sus cursos, aprenden mucho más tarde los nombres de las niñas. y las suelen
percibir como grupo irxfiferenciado. Mientras que la percepción del varón rápidamente se le individualiza.
Curiosamente,
coincide con el espacio de los iguales. En cambo, las mujeres somos el mujerío
Mari Pilis", se nos ve como el grupo de las gallinas, las Pléyades, las
Nereidas. Como grupo indiferenciado, precisamente para contraponerlo a este
concepto de “los iguales" que es el espacio de los individuos. es un
espacio donde, podríamos decir, no se produce la individualización. En los
términos de la psicología de la forma, de cómo se percibe la emergencia de
formas respecto a fondos, en el colectivo masculino siempre tiende a emerger la
configuración de la individualidad sobre fondo de genérico, es decir, al
genérico varón le pertenece el ser percibido a
su vez como individuo. Los atributos del tipo se comunican a los
individuos mediante la diferenciación individual, modalizándose su
individualidad: se añade el nombre propio al nombre del linaje, y ese nombre
propio es importante porque acota un terreno. Es el colectivo al que se le
tiene que “tribuere” algo, el prestigio y el poder, y hay que distribuirlo.
Tiene que haber, por lo tanto. un operador distributivo que dé cuotas de poder.
Precisamente, el espacio de los iguales es el espacio de las diferencias de
individuos: tú eres tú y, yo soy yo, porque somos iguales, y porque somos
iguales somos diferentes, es decir, cada cual acota su terreno. Tienden, por lo
tanto. precisamente por eso, a diferenciarse y a marcar cada cual su rica
personalidad. Poder es poder diferenciarse.
En
los colectivos en los que se juega poder, se troquela individualidad; en los
colectivos donde no se juega poder como no hay que tribuere (tributar) nada, no
hay operadores distributivos qua hagan emerger o destacar la individualidad.
Las mujeres, desde ese punto de vista no tenemos la individualidad, ni como
categoría política. ni como categoría ontológica. y ambas cosas, van
íntimamente unidas, puesto que, en último término, la política es ontología y
la ontología es política. Es decir, la pregunta acerca de qué es lo que hay, o
cómo se concibe que la realidad está configurada en último término, tiene mucho
que ver con la pregunta acerca de quién tiene el poder o cómo está organizada
la realidad como sistema de rangos, o como sistemas de jerarquías. Qué orden de
poder hay en lo real. Política y ontología no se relacionan, por lo tanto, como
lo abstracto y lo concreto sino que las categorías políticas son en buena
medida categorías ontológicas y viceversa. Para entender a un autor en historia
de la filosofía, cada vez está más
admitido en hermenéutica filosófica que sus claves últimas se encuentran
en la política: se interpreta desde ahí su ontología mejor que al revés. Se le
entenderá así mucho mejor.
A
Platón no lo analices por la teoría de las ideas sino, primero, por su
política, por la teoría del filósofo rey,
y por ahí entenderás la teoría de las ideas. Con Aristóteles haz lo
mismo, con Espinoza lo mismo, y se entiende claramente la ontología a la luz de
la política.
Entonces,
yo voy a emplear aquí la palabra individuo en este sentido preciso: aquel al
que se le atribuye una cuota de poder, por lo tanto, como categoría política y
ontológica. Porque ejemplifica su genérico de una manera esencial y relevante:
-es decir, al genérico masculino-; le pertenecen a cada varón, es decir, a cada
uno de los que caen bajo la extensión de este conjunto, los atributos del tipo
de una manera esencial, y si le pertenecen los atributos del tipo de una manera
esencial, ello quiere decir que se troquela individualidad. Se es esencialmente
individuo.
En
el genérico femenino, por el contrario, la ejemplificación, digamos, en los
referentes de su extensión (porque si digo individuos ya no sirve, no diría la
palabra en el sentido específico), en los, digamos miembros de ese conjunto, de
los atributos del tipo se distribuyen indiferenciadamente, es decir, no
diferenciando individualidades. y, por tanto, todas somos ejemplificaciones
irrelevantes de "lo femenino", de "la femineidad".
Somos
una especie de lote indiviso de características, una especie de destellos o de
ejemplificaciones donde no se comunican de una manera esencial los atributos
del tipo, sino accidental. Ejemplificamos, por lo tanto, accidentalmente un
genérico del que se pretende que lo
esencial es lo accidental. y como lo femenino es lo accidental, en definitiva,
es adjetivo y no es sustantivo: de ahí que su comunicación se haga, a su vez,
de una manera adjetiva y accidental. Es decir no individualizando.
De
ahí que no sea, en absoluto. inocuo que en el lenguaje ordinario se diga
"las Mari Pilis", "el mujerío" o "las Marujines".
Cualquier modo de percibimos como indiferenciación, como no individuos, desde
ese punto de vista es un auténtico atentado lingüístico, y muchas veces más
grave que otros que nos tienen más obsesionadas. Nos tienen muy obsesionadas,
no sin razón, evidentemente, que por ello vaya a minimizar lo otro, cosas tales
(y tratamos cada vez de ejercer sobre eso mayor control social en nuestros
medios) como que no digan "los niños y las niñas", que tomen el
genérico de manera que el masculino se solape con el neutro. que el masculino
se solape con el genérico humano. etc., etc. Esto lo tenemos muy machacado. Sin
embargo, no ejercemos un control social importante y critico para todo aquel
tipo de designaciones de lo femenino que se refieran a nosotras como colectivo
indiferenciado y por contraposición a lo que hemos llamado el espacio de los
iguales, como lo que seria el espacio de las idénticas. Es decir, el espacio,
no de las pares, porque no tenemos nada que "parear", porque no
tenemos nada que distribuir, sino el espacio de las equivalentes en la
impotencia. Somos idénticas por ello. por lo mismo que somos intercambiables en
función de nuestra poca importancia.
Normalmente
en las mujeres, lo de ir el nombre y el apellido juntos no se suele dar. Si una
mujer llega a ser importante. se toma su apellido y se lo pone delante “la”, la
Caballé, la no sé qué..., lo cual quiere decir que es una anomalía cósmica que
dentro del genérico femenino emerja una individualidad: es lo que se pone de
manifiesto cuando se dice "la Thatcher" o "la Caballé"; no
se diría jamás de un caballero, salvo en ciertas formas y en otro contexto; si
dices "el Felipe", ello tiene un sentido coloquial.
significativamente con un cierto tinte despectivo o distanciado. Mientras que
"la Thatcher" se puede decir perfectamente en un contexto no
coloquial: es algo que está absolutamente instituido. El uso del nombre propio
por parte de las mujeres denota precisamente intimidad, amistad personal; los
varones normalmente se tratan por el apellido, a veces incluso entre amigos se
llaman "Pérez" o por el nombre de linaje, a menos que, no siendo
amigos, hayan accedido de pronto a un espacio de poder y entonces rápidamente
se hablan de tú. En la transición era curioso cómo, rápidamente, empezaron a
decir “tenemos que negociar con Adolfo", que ver "si está de acuerdo
Felipe", ver "qué dice Nicolás", o "qué opina
Santiago": el uso, del nombre propio denota aquí el acceso al estatuto del
poder como ámbito los pares.
Así,
un colectivo representa el poder como patrimonio genérico y, en el otro
colectivo, tenemos su desposesión, y el hecho de esa desposesión es lo que hace
que una mujer, como no se la percibe como individualidad, no se le atribuye
ningún poder, no se espera ningún poder de ella y, por tanto, no interesa
tampoco en absoluto saber con quién se está hablando. Entre nosotras es perfectamente
normal ir a una cena incluso de profesionales y que tu contertulio esté
hablando contigo horas y. horas, toda la noche, sin enterarse de a qué te
dedicas, qué haces, "de qué vas", "etc... porque importa un
rábano. Entre varones esa misma situación sería inconcebible: los varones, lo
primero que se preocupan de sacar es "con quién estoy hablando", por
si "meto la pata", por si no meto la pata. . . por situar al otro,
tenerlo ubicado y estar ellos ubicados a su vez. A una mujer no importa nada
tenerla ubicada porque, en definitiva, lo que se tiene aliado es una mujer,
todo lo más que uno se plantearía es si quiere ligar o no quiere ligar con ella... Pero como individualidad es
absolutamente irrelevante: se puede dar perfectamente esa circunstancia en
contextos progresistas, e incluso sumamente evolucionados.
Perdonad
que cuente una anécdota personal, pero puede ser ilustrativa. En una cena de
AGORA que se hizo para dar los premios a la igualdad de los sexos, por poner
una situación límite, los caballeros seleccionados por su sensibilidad al tema,
eran allí nuestros invitados. se suponía que las mujeres que estábamos allí,
pues, en fin, alguna profesión o actividad tendríamos si nos habían puesto en
un Tribunal de esos de Agora: una militancia, un rasgo característico
individualizador bien ideológico, profesional o del orden que fuera. Bueno,
pues se puede dar la circunstancia de que tengas un contertulio sentado a tu
lado X horas y no se haya enterado de si eres boticaria, de si eres macrobiótica
de cómo piensas, ni de nada. Es decir, que
hayas hecho de azafata toda la
noche unilateralmente en un contexto donde tu invitado es él. Hasta tal punto
las mujeres como poder somos un cero a la izquierda hasta tal punto no se
exagerará nunca la percepción de nuestra
insignificancia, Somos el cero a la izquierda y somos idénticas porque cero es
igual a cero. Nada más idéntico que el cero al lado del cero.
Desde
ese punto de vista yo creo que, poniendo así las cosas, el referente del poder
de una mujer, feminista o no feminista, esté situada donde esté situada en los
sistemas de jerarquización social -todas las personas en nuestra inserción en
lo real, estamos situadas en distintos sistemas de rangos, y toda sociedad
tiene, sea más o menos igualitaria, unas formas de identificación social de
estatus y de rangos- y sea cual fuere el rango en que esté a títulos
diferentes, (a títulos de familia, profesionales, de clase, de gremio o del
orden que sea) es el poco poder del genérico-mujer.
El
referente del poder qua sexo-género, podríamos decir, modaliza y rebaja
cualquier otro rango que tengamos.
Las
mujeres estamos, por tanto, en lo que llaman los sociólogos posiciones de
desequilibrio, en tanto en cuanto somos identificadas, desde un cierto punto de
vista, por el rango que tenemos, por nuestra posición en determinados sistemas
de jerarquización social, pero, al mismo tiempo, estamos situadas siempre por
debajo en cuanto género-sexo y la identificación a título de miembros de un
género-sexo que se caracteriza por la impotencia rebaja siempre, digamos
sistemáticamente y redefine hacia abajo, como una fuerza de gravedad o lastre
que rebaja, cualquier otra posición que podamos tener en cualquier otro sistema
de rango.
De ahí, precisamente, las tensiones en la interacción
social que tienen las élites femeninas y que han tenido siempre, y de ahí que
no sea extraño que todo feminismo haya empezado por ser una reivindicación de
élites femeninas y no de mujeres de a pie, Como ha señalado Mariló Vigil, es
algo normal: es esa parte del colectivo la primera que ha sufrido las tensiones
de la doble identificación. Ha tenido acceso por razones de clase, por
pertenecer a ciertos grupos culturales, o por relaciones con su grupo de varones. etc. a situaciones atípicas o privilegiadas, y ella,
en su propia autoconciencia y autopercepción, se siente socialmente
identificada y se vive a sí misma como debería ser socialmente identificada
según ese rango. Sin embargo, es identificada tanto por sus homólogos (que no
lo son en realidad; porque su homologación es absolutamente precaria), como, no
digamos, por los que están por debajo, con tendencia a asimilarla en función de
su rango en el sistema género-sexo. De ahí que el obrero perciba a su capataz
femenina (si es que capataces “femeninos"
hubiere) que es más bien una figura atípica antes como mujer que como jefa; en
fin, nuestra experiencia está cargada de este tipo de melententendidos en la
identificación: son situaciones atípicas. son raros personajes. Bueno, ocurre
también en los negros, ocurre también en todo grupo de élite dentro de un
colectivo que tiene en la sociedad una situación de impotencia o de muy poco
poder. Puede ocurrir en la raza y ocurre paradigmáticamente en el caso del
sistema género-sexo.
El
referente, por lo tanto en último término del poder de una mujer siempre estará
en el poder que tiene el conjunto de las mujeres. Es así a la hora de la
verdad, nos creamos lo que nos creamos. Creo que esa hipótesis se podría
plantear hasta con esa radicalidad. Yo reflexionaba últimamente, y lo comentaba
con gente, el caso de Pilar Miró. Por supuesto que no voy a hacer una defensa
de su falta de sensibilidad para distinguir lo privado y lo público, y, en fin,
supongo que en este contexto sobran este tipo de consideraciones, acerca del
error político que supuso su actuación, etc. etc., pero a renglón seguido de
decir esto, habría que añadir que no se entiende el fenómeno de cebarse con
Pilar Miró del modo como lo ha hecho la prensa y del modo que se ha producido
si no es porque Pilar Miró es una mujer. Porque lo que ha hecho, de acuerdo con
los baremos existentes, es pecado venial.
En definitiva ¿eso
que nos dice? Que las mujeres en materia de poder "no nos comemos una
rosca", y si no, se verá inmediatamente en la situación límite en que haya
un conflicto, una fisura, en que alguien quiera "ir a por ella";
toparemos con la precariedad de toda homologación individual de las mujeres al
sistema de poder de los hombres. Y aquí se trata de un caso límite, es decir,
de una mujer promovida, una mujer bien apoyada, que tiene sus enemigos -como
toda persona que tiene apoyos, si tiene una posición importante tiene
enemigos-, pero porque tiene un espacio de pares que la apoyan, evidentemente,
si no no se molestarían en ser
enemigos. Pues bien, en este caso incluso, le ha llegado el "tío Paco con
la rebaja, y ¡con qué rebaja! A toda
mujer le llega el tío paco con la rebaja por la identificación que tiene
respecto al nulo poder de su genérico El poder le será siempre rebajado, y eso
yo creo que ocurre hasta en los casos límites. Bueno, todo este rodeo a través
de estas consideraciones acerca
del género-sexo, espacios, individuos, poderes respectivos y atribuciones y
percepciones de poder venía a ilustrar cómo las mujeres, en último término, no
tenemos rango, no tenemos más que rangos adjetivos y no sustantivos. Nuestros
rangos reales son los rangos que tenemos en función del rango de los varones.
Es
curioso como los rangos se entreveran en la percepción social. En una encuesta
que se hizo este verano aparecían "las mujeres más influyentes", las
mujeres no tenemos poder, y como no tenemos poder, lo único que podemos tener
es influencia
Fijaros
que influencia es algo muy distinto de
poder. Más distinto todavía de lo que a primera vista se percibe, de lo que ya
salta a la vista, porque así como el poder fluye, la influencia, por el
contrario, no puede transitar. Cuando se habla de tráfico de influencias se
dice en otro sentido; es fluir in de modo puntual, en un punto concreto y sólo
en ese punto, y la difusividad que tiene la influencia viene limitada por la
capacidad que se tiene de incidir en ese punto, cosa que no ocurre en el poder.
Quien tiene poder, un político que está en una posición de poder, sería
grotesco decir que tiene influencia, justamente porque su potencia fluye, no
influye. Influye en él a lo mejor su señora, su primo, pero, claro, influye
quiere decir que puede ejercer una presión ahí, y entonces se difundirá en la
medida en que tenga poder el otro, pero la influencia no transita, no crea
redes, no fluye por definición, fluye solo in. al contrario de lo que le ocurre
al poder. Entonces, a una mujer, desde ese punto de vista, todo lo más que le
puede ocurrir es que sea influyente, normalmente sobre un varón que si tiene
poder, y el poder si que transita. Pero, en el caso de la mujer, es como un
agua que está estancada; no hay tránsito posible.
La
mujer, por lo tanto, no suma su influencia a la influencia de otras mujeres. La
influencia de las mujeres siempre es atomizada, siempre está como disposición
en baterla: no potencia la influencia de una la potencia de otra, como ocurre
en las disposiciones normales de grupos de poder que se refuerzan los unos a
los otros. La mujer influyente en principio, no refuerza para nada su genérico.
La mujer individual influyente, a título individual no le sirve a su genérico,
o le sirve mínimamente: le sirve en la medida en que el exhibir a una mujer en
esa posición pueda vagamente sugerirle un modelo y solo de un modo muy
indirecto, y tanto más indirecto cuanto más individualizada sea esa promoción.
La
influencia lo es de una mujer en concreto, y, por definición, de muy pocas y
excepcionales, porque si lo fuera de todas querría decir otra cosa.
La
influencia ni siquiera es una influencia de la mujer como individuo, porque no
la tiene tampoco a título de individuo; el individuo es el par en un espacio de
pares, como los nudos son nudos en redes. La influencia de una mujer no es una
influencia precisamente individual, pero, bueno, es una manera de entendemos,
si bien no en el sentido en el que hablamos empleado antes la palabra
individuo. Se es individua entre las individuas, y si no, no se es individua.
Se es una anomalía cósmica o se es una idéntica que por razones adjetivas tiene
un rango adjetivo, homologado al varón por ser su compañera o cónyuge, o lo que
sea, e incide en el varón: la precariedad de la homologación le viene de que su
posición de "poder" depende de esa posibilidad de influir. Si mañana
se divorcia se acabó, o si la pareja, por lo que sea, resulta que deja de
valorar sus prendas o esa relación entra algún otro factor distorsionante, se
acabó la influencia que pueda tener en el en torno de ese varón.
La
influencia no tiene virtualidades sintéticas, es decir, el hecho de que tenga influencia
alguna mujer aislada no tiene efecto sintético alguno, es algo atomizado. Ni
tiene tamo, poco efecto de demostración, es algo que se ha sabido siempre en la historia cuando ha habido una mujer
influyente. No le sirve para nada al
genérico.
Al
genérico ¿qué le sirve? Al genérico le sirve qua genérico, es decir para que la
plataforma que es el referente último del poder de cualquier mujer cambie o
suba grados y le sirva realmente a las mujeres en un sentido de tendencia hacia
la equipotencia, una promoción de mujeres al poder en el espacio público
entendida como pacto entre mujeres en el sentido de pacto de pares de
constituir un espacio de las iguales
dentro del espacio de las idénticas
(para alterar a su vez, las condiciones del espacio de las idénticas).
El constituir un espacio de pares o de iguales
dentro del espacio de las idénticas, de alguna manera es un circulo vicioso,
porque lo que no se ve claro es hasta qué punto es el poder lo que constituye
el espacio de pares o son los espacios de pares los que constituyen poder; lo
que está claro es que ambas cosas se interrelacionan. En cuanto se trata de
distribuir un poder, inmediatamente se constituye un espacio de pares y al
mismo tiempo, en cuanto se constituye un espacio de pares se logra
inmediatamente más poder, tiene efecto sintético y de refuerzo, tiene efecto
potenciador, cosa que nunca tiene, evidentemente, la influencia.
Tiene,
por otra parte, efecto difusivo y homologador: ese efecto de homologación se
podría describir así “para ser conmigo tienes que ser como yo”. En este
sentido, todo sistema de poder tiende a homologar y ése es uno de los graves
problemas que también se han tratado en el interior de los propios grupos
feministas; así, en el famoso documento de “La Tiranía de la Falta de
Estructuras” que por desgracia, nunca se ha llegado a debatir en el Movimiento
a fondo, con la profundidad y la intensidad que merece.
Es
un documento, en mi opinión, muy sabio (no sé si su autora habría leído a
Foucault, y si no lo ha leído, Foucault tendría que haberla leído a ella).
Porque es sumamente sabio respecto a cómo funciona y qué es eso del poder.
El
problema de porqué los grupos feministas no crecen tiene seguramente que ver
con estas dificultades en las mujeres de homologarse con las feministas, de
encajar en los grupos feministas, es decir, de ser como nosotras para poder ser
con nosotras. Ellas se perciben así mismas como mujeres muy distintas en la
medida en que los grupos feministas, por la manera en que nos hemos organizado,
por el modo como actuamos, por ciertos errores que hemos cometido, nos hacemos
percibir, como grupos de mujeres peculiares y, sobre todo, como grupos de
mujeres a los cuales sólo acceden aquéllas que encajan, es decir, las que son
susceptibles de homologación y sólo ellas pueden ser con nosotras. Y no digamos
ya nada con lo que son las élites de estos grupos. Tenemos, desde ese punto de
vista, para el genérico "mujeres", efectos de disuasión. Lo hacemos
mal, evidentemente; tendríamos que hacerlo de otra manera; deberíamos habilitar
mecanismos de homologación que fueran percibidos así por las mujeres, porque,
si no son percibidos como tales, es que no lo son, evidentemente; las mujeres
deberían percibir que se pueden enganchar a nosotras y ser con nosotras, no siendo
quizás exactamente como nosotras en cuanto personas quizás un tanto sui generis, y no digamos nada ya de la
súper élite, o de las élites dentro de las élites.
Hay que tender puentes entre
el feminismo y el genérico mujer de tal manera que las
posiciones de poder del Movimiento le sirvan al genérico mujer y viceversa. Y
que las posiciones que gane socialmente el genérico mujer incidan, repercutan
en el Movimiento y el Movimiento las elabore, las reoriente y las canalice de
tal manera que tengan efecto de potenciación para el genérico de las mujeres.
Tal
vez, las consideraciones hechas hasta aquí den elementos de replanteamiento a
nuestro dilema inicial. Creo que se trata de un falso dilema: o poder para el
Movimiento Feminista o poder para el colectivo mujer sin condiciones, digamos
sin que tenga que llevar la garantía. la etiqueta o el sello del feminismo por
delante.
Yo
creo que en el marco de estas reflexiones puede tener un sentido más preciso
decir que, en un sentido virtual de algún modo al menos, todo lo que sea ganar
posiciones de poder para el genérico (entendiendo por genérico, no influencias
individuales o mal llamadas individuales porque así no hay individualidades,
sino ganando espacios de pares entre las mujeres) tiene ya un sentido al menos virtualmente feminista. Así,
no se plantearía el dilema en términos tan contrapuestos.
A las mujeres que acceden a esos espacios de
pares, para legitimar su nueva posición de poder no se les debería pedir por
adelantado como condición sine qua non, el sello de feminismo o su legitimación
como feministas; su presencia tendrá un sentido ya legitimador per se. Otra
cosa es que el feminismo tenga que reelaborar esto, pero ¿por qué a las mujeres
siempre se nos pide una especial justificación para tomar cualquier posición de
poder, y no podemos hacerlo a palo seco?. En muchos casos, hay que echarle por
delante una moralina: sólo si demostramos que vamos a ser más
buenas, que vamos a hacer algo más edificante y lo demostramos a priori,
cosa que a priori es siempre indemostrable, se acepte este acceso.
Evidentemente,
todo colectivo nuevo que aspira al poder siempre dice que va a ser más
bueno, más ético y que lo va a hacer
mejor y que con ese nuevo colectivo no va a haber corrupción; cualquier grupo
ascendente que aspira al poder tiene el mismo discurso de moralina porque, si
no se justifica en términos éticos ¿en qué se va a justificar? ¿qué va a decir:
queremos el poder porque queremos el poder, así sin más? No va a decir:
queremos el poder porque tenemos un programa para hacer una sociedad más
injusta, ni mucho menos van a decir: vamos a implantar la injusticia social.
Pero
quizás, si algún grupo hay en la historia para el cual tiene un sentido ético
per se, es decir es ético ya solo el hecho, de pedir la equipotencia porque
hemos tenido la nulipotencia, aún así, sin echarle más aderezo es el colectivo
mujer. Yo creo que, desde ese punto de vista, un discurso tan "a palo
seco" tiene, no obstante, un sentido ético en el sentido de justicia, de
repartir algo que debe tener la especie repartido como es, precisamente, el
poder y el reparto del poder además tiene un sentido ético tan fuerte que es lo
que podríamos llamar hasta un parámetro hominización o sea un test de hasta que
punto la especie humana ha emergido ético-culturalmente con respecto a las
otras especies animales. Hasta que punto somos una especie racional y hemos
trasformado nuestro comportamiento de acuerdo con imperativosd racionales y
éticos, respecto a la mera biología o a la mera naturaleza.
Las
especies de primates que nos son más afines, o que están más cerca (de
nosotros, si por algo se caracterizan todas ellas, por encima de las variantes
que los etólogos han puesto de manifiesto, es porque las hembras no tienen sus
propios rangos ni sus propias jerarquías sino que adecuan sus rangos a los
rangos de los machos, y, si por cualquier razón, a la hembra que está en
situación superior se le muere su macho, o en las competiciones entre machos
pasa a otra posición etc.., el ranking de las hembras se reajusta automática
mente de acuerdo con el reajuste que ha sufrido el ranking de los machos. Por
otra parte las hembras, digamos que
tienen como prohibido en su comportamiento erótico cualquier exhibición de una
señal de poder, porque es disuasoria para la seducción. La hembra, ante el macho, tiene que inhibir toda señal
de poder, tiene que ponerse en situación servil y de impotencia, y esa forma
parte de su "poder" digamos entre comillas, de seducción. Poder de
seducción quiere decir impotencia de poder en el sentido habitual, quiere decir
exhibición de su no poder, es eso lo que seduce al varón.
Bueno,
pues si medimos nuestra especie por este parámetro, mucho me temo que estamos
cerquísima de los primates, todavía tenemos a las monas como paradigma de
nuestro comportamiento, Y sabemos muy bien que nuestro efecto de seducción
sigue dependiendo de la inhibición de nuestras señales de poder y de rango por otras razones, y que pagamos
caro, a veces, al precio del “arrugón”,
por decirlo así de crudo,
cualquier exhibición de señal de poder, y
por otra parte, que somos siempre en los pactos de poder, los objetos
del poder y las pactadas, las prebendas al plus del poder.
Cuando
un varón accede a una posición superior de poder normalmente pasa a la poligamia,
se busca una mujer más o cambia la vieja por una joven si no por dos, es decir,
inmediatamente asume las prerrogativas sexuales, las prerrogativas de
gratificaciones sexuales adicionales con las que se premia el ejercicio del
poder en las sociedades de primates con
la salvedad de que en las sociedades de primates esto es bastante justo;
digamos que el primate que es el jefe de la horda se tiene que batir con los
felinos, en fin, corre verdaderos riesgos y nadie querría ser jefe de primates, posiblemente, si no les dieran
esas gratificaciones adicionales.
Nuestros
varones que están en situaciones de poder, no se puede decir que corran ese
mismo tipo de riesgos y, no obstante, es todo uno el ser promovidos a una
situación de poder y el cambiar en el sentido al que hemos hecho referencia: en
muchos casos no dejan ni lapso de tiempo para que una pueda plantearse si no se
tratará de la llamada falacia del “posthoc, ergo propterhoc” (después de esto,
luego por causa de esto), es decir, si por haberse producido después habrá una
relación de casualidad entre ambos sucesos. Es inmediato: promoción a dirección general igual a divorcio, es todo
uno, excepto en sociedades archi-tradicionales como la vasca, donde aún parece
que juegan otros parámetros: allí quizás el ejemplo no valga tanto pero creo
que incluso en estas sociedades cambiaran las pautas rápidamente.
Las
mujeres somos siempre las pactadas, las mediadoras de los pactos entre varones
y nunca las sujetos del pacto. Así,
pues, nada más revolucionario desde el punto de vista antropológico, (es
decir, si nuestra especie es una especie que se autoconstruye a sí misma
éticamente y con parámetros racionales), nada habría que nos diferenciara
culturalmente como elaboración consciente nuestra que nos hace despegar de las
otras especies naturales, que el hecho de que las relaciones de poder entre
genero-sexo masculino y el femenino en la especie llamada homo sapiens,
estuvieran equilibradas. De suyo, esto ya de por sí, es una conquista
ético-cultural de nuestra especie como cultura y no como mera naturaleza, en el
sentido en que decía Fourier que el feminismo es un test de hominización. ¿Por
qué? Porque cierta igualdad entre los machos en algunas especies de primates se
da también, de alguna manera -y no es que yo minimice la importancia de
lograrla en la especie humana-, pero el que las hembras sean sujeto y no objeto
de poder sí es por completo insólito.
El
siguiente paso, viéndolo con esta óptica antropológica, seria la constitución
dentro del genérico femenino de espacios de pares. y yo creo que, vaya o no por
delante con el sello del feminismo (el feminismo tiene la responsabilidad
adicional de canalizarlo emancipatoriamente, porque tampoco tiene efectos
automáticamente emancipatorios para el colectivo de las mujeres sin otras
mediaciones, decir eso seguramente seria exagerado), si tomaran el poder muchas
mujeres de modo que se produjera la homologación completa de ellas en los
espacios de poder masculinos, controlando de ese modo el riesgo de reabsorción
y de precariedad de las integraciones de ciertas excepciones, desde el momento
en que se tratara de espacios de pares y de espacios potentes, la cosa ya de
suyo tendría un sentido feminista, se llame o no así.
En
el mismo sentido en que es una práctica claramente feminista (aunque no se
llamen a si mismas feministas, y si se les dice que lo que están haciendo es
feminista se quedan un poco extrañadas) la práctica de las madres de la plaza
de mayo por ejemplo. Eso es feminismo
donde lo haya; sin embargo, ellas no lo elaboran en jerga feminista. Con todo,
si alguien ha llevado a la práctica el lema feminista de “lo personal es
político” nosotras hemos sabido formular pero muchas veces no lo hemos sabido
hacer; han sido ellas, que a lo mejor no lo han formulado así pero lo han
sabido hacer; han sabido elaborar un dolor privado en clave ético-política y
llevarlo al agora, no dejarlo en el gineceo...
Si
hay un invento ético-político consistente en hacer político lo personal es ése:
eso es una práctica feminista como un-castillo, la llamen o no la llamen así.
Sin embargo ellas mismas, cuando son llamadas feministas (en la medida en que
lo que asocian a la etiqueta 'feminista" son "cosas de las
norteamericanas", porque son señoras amas de casa al estilo italiano tradicional
de preparar macarrones para la familia los domingos), al ser adjetivadas de
feministas por las feministas se sienten heterodesignadas, extrañadas de la
designación misma.
Se
podría decir entonces que muchas veces, ni todo lo que hacemos las feministas
es feminista, ni deja de ser tal o de tener un sentido susceptible de
recuperación por el feminismo mucho de lo que se hace por parte del genérico
mujer desde el no feminismo. La interrelación es mucho más compleja. Yo creo
que no se podrían plantear las cosas desde ese punto de vista, en términos
dilemáticos: no todo lo que hace el genérico mujer en cuanto que lo hacen las
mujeres tiene un sentido feminista, evidentemente, pero tampoco lo deja de
tener porque no vaya con el sello del feminismo por delante. Podríamos decir
desde este punto de vista que es al menos virtualmente feminista todo lo que
suponga ganar no influencia pero si ganar poder para las mujeres, ganar
espacios de pares; porque eso determina que el referente del poder para el colectivo
de las mujeres varíe. Que cualquier mujer tenga una capacidad de afectar en
medida no mucho menor que aquella por la cual se ve afectada puede ser un
paramento muy claro de emancipación, un parámetro de potencia, un parámetro de
dirección hacia la equipolencia.
Cualquier
logro, por lo tanto, de espacios de pares si que puede cambiar el referente del
poder colectivo de la mujer y, desde ese punto de vista, seria feminista. Si,
además, el Movimiento Feminista logra ser tan poderoso que potencia eso mismo
elaborándolo, mediándolo y analizándolo en un sentido feminista, miel sobre
hojuelas, pero no creo que fuera bueno para el feminismo empezar por
descalificarlo porque no lleva por delante la etiqueta de feminista. Creo que
no se deberían plantear las cosas de esa forma tan dilemática. O al menos hacer
interactuar al feminismo y el genérico mujer de otra manera, inventar otras
formulas más flexibles, menos dogmáticas o sectarias.
Bueno
yo creo que con eso ya es suficiente. Muchas Gracias
Madrid,
19 de diciembre de 1988